Los días que siguieron fueron muy atareados. Un somero censo indicó que al menos la mitad de los veinte mil habitantes del pequeño reino de Goering habían sido muertos, heridos gravemente, aprisionados por los onondaga o habían huido. El romano Tulio Hostilio había, aparentemente, escapado. Los supervivientes eligieron un gobierno provisional. Targoff, Burton, Spruce, Ruach y otros dos formaron un comité ejecutivo con unos poderes considerables, pero temporales. John de Greystock había desaparecido. Se le había visto al inicio de la batalla, y luego se había esfumado.
Alice Hargreaves se trasladó a la cabaña de Burton sin decir una palabra acerca del cómo o el porqué.
Más tarde, le explicó:
—Frigate dice que si todo el planeta se ha construido como las áreas que hemos visto, y no hay razón alguna para creer que no sea así, entonces el Río debe de tener al menos treinta y cinco millones de kilómetros de largo. Es increíble, pero también lo es nuestra resurrección, y todo lo de este mundo. Por otra parte, debe de haber de treinta y cinco a treinta y seis mil millones de personas viviendo a lo largo del Río. ¿Qué posibilidad tengo de hallar jamás a mi esposo de la Tierra?
»Además, te amo. Sí, sé que no he actuado como si te amase, pero algo ha cambiado en mí. Quizá la causa sea todo aquello por lo que he pasado. No creo que te hubiera amado en la Tierra. Quizá me hubiera sentido fascinada, pero también me hubiera sentido repelida, tal vez asustada. No hubiera podido ser una buena esposa tuya allá. Aquí, sí puedo. Mejor dicho, seré una buena compañera para ti, dado que no parece haber ninguna autoridad o institución religiosa que pueda casarnos. Eso en sí mismo muestra cómo he cambiado. ¡El que pueda vivir tranquilamente con un hombre con el que no estoy casada…! Bueno, así son las cosas.
—Ya no vivimos en la era victoriana —le contestó Burton—. ¿Cómo podríamos llamar a esta era actual… la Era Mezclada? ¿La Edad de la Mezcla? Al final, resultará ser la Cultura del Río, el Mundo Ribereño, o, más bien, muchas Culturas del Río.
—Siempre que dure —dijo Alice—. Comenzó repentinamente, puede terminar de la misma manera inesperada y súbita.
Ciertamente, pensó Burton, el verde río y la llanura herbosa y las boscosas colinas y las inescalables montañas no parecían una visión impalpable. Eran sólidas, reales, tan reales como los hombres que caminaban ahora hacia él: Frigate, Monat, Kazz y Ruach. Salió de la cabaña y los saludó.
Kazz comenzó a hablar:
—Hace mucho tiempo, antes de que hablase bien el inglés, vi algo. Traté de decírtelo entonces, pero no me comprendiste. Vi a un hombre que no tenía esto en la frente.
Señaló el centro de su propia frente, y luego la de los demás.
—Sé —continuó Kazz— que no puedes verlo. Pete y Monat tampoco. Nadie más puede verlo. Pero yo lo veo en la frente de todos, excepto en la de aquel hombre que traté de atrapar, hace mucho. Luego, un día, vi a una mujer que no lo tenía, pero no os dije nada. Ahora he visto a una tercera persona que no lo tiene.
—Quiere decir —explicó Monat— que es capaz de divisar ciertos símbolos o caracteres en la frente de todos y cada uno de nosotros. Sólo puede verlos a la luz del sol muy brillante y bajo un cierto ángulo, pero todo el mundo que jamás haya visto ha tenido esos símbolos… excepto los tres que ha mencionado.
—Debe de ser capaz de ver un poco más allá en el espectro que nosotros —intervino Frigate—. Evidentemente, quien fuera que nos marcase con el símbolo de la bestia, o como quiera llamársele, no conocía esta habilidad especial de la especie de Kazz. Lo que muestra que Ellos no son omniscientes.
—Evidentemente —dijo Burton—. Ni infalibles. De lo contrario, jamás me hubiera despertado en aquel lugar antes de ser resucitado. Bien, ¿y quién es esa persona que no tiene símbolo en su piel?
Habló con calma, pero su corazón latía con rapidez. Si Kazz tenía razón, quizá hubieran detectado a un agente de los seres que habían devuelto a la vida a toda la especie humana. ¿Serían Ellos dioses disfrazados?
—Robert Spruce —dijo Frigate.
—Antes de llegar a ninguna conclusión —dijo Monat—, no olvidemos que esta omisión puede haber sido accidental.
—Eso lo averiguaremos —dijo ominosamente Burton—. Pero, ¿por qué esos símbolos? ¿Por qué hemos tenido que ser marcados?
—Probablemente para identificación o numerado —dijo Monat—. ¿Quién puede saberlo, excepto quienes nos colocaron aquí?
—Vamos a ver a Spruce —dijo Burton.
—Primero tendremos que cazarlo —replicó Frigate—. Kazz cometió la equivocación de mencionarle que conocía lo de los símbolos. Lo hizo esta mañana, durante el desayuno. Yo no estaba allí, pero los que estaban dijeron que Spruce se puso muy pálido. Unos minutos más tarde se excusó, y no se le ha visto desde entonces. Hemos enviado grupos de búsqueda arriba y abajo del Río, al otro lado del Río, y también a las colinas.
—Su huida es una admisión de culpa —dijo Burton.
Estaba irritado. ¿Era el hombre una especie de ganado marcado para algún propósito siniestro?
Aquella tarde, los tambores anunciaron que Spruce había sido atrapado. Tres horas más tarde se hallaba en pie frente a la tabla del consejo, en el recién construido edificio de reuniones. Tras la tabla se sentaba el consejo. Las puertas estaban cerradas, pues los consejeros creían que aquello era algo que podía ser realizado más eficientemente sin la presencia de una multitud. No obstante Monat, Kazz y Frigate estaban también presentes.
—Vale la pena que empecemos diciéndote —comenzó Burton— que hemos decidido ir hasta cualquier extremo con tal de lograr arrancarte la verdad. Va en contra de los principios de todos los que nos hallamos en esta mesa el recurrir a la tortura. Despreciamos y odiamos a quienes recurren a la tortura, pero creemos que ésta es una de esas ocasiones en que los principios deben ser olvidados.
—Los principios nunca deben ser olvidados —dijo con calma Spruce—. El fin nunca justifica los medios. Incluso cuando el mantener los principios signifique la derrota, la muerte, y el permanecer en la ignorancia.
—Hay demasiadas cosas en juego —replicó Targoff—. Yo, que he sido víctima de hombres sin principios; Ruach, que ha sido torturado varias veces; los otros; todos estamos de acuerdo. Usaremos contra ti el fuego y el cuchillo si es necesario. Debemos conocer la verdad. Ahora dime, ¿eres uno de los responsables de esta resurrección?
—Si me torturáis, no seréis mejores que Goering y los de su especie —dijo Spruce. Su voz estaba comenzando a quebrarse—. De hecho, seréis mucho peores, pues estáis obligándoos a vosotros mismos a ser como ellos con el fin de alcanzar algo que quizá ni siquiera exista. O, si existe, que quizá no valga el precio.
—Dinos la verdad —le dijo Targoff—. No mientas. Sabemos que debes de ser un agente; quizá uno de los directamente responsables.
—Hay un fuego ardiendo en esa piedra de ahí —dijo Burton—. Si no comienzas a hablar en seguida, serás… Bueno, el asado que sufrirás será el menor de tus dolores. Soy toda una autoridad en los métodos de tortura chinos y árabes, y te aseguro que hay algunas formas muy refinadas de extraer la verdad. Y no tengo ningún reparo en poner mis conocimientos en práctica.
Spruce, pálido y sudoroso, dijo:
—Si hacéis eso, quizá os estéis negando a vosotros mismos la vida eterna. Como mínimo, os hará retroceder mucho en vuestro camino, retrasará el objetivo final.
—¿Qué es eso? —le replicó Burton.
Spruce lo ignoró.
—No podemos soportar el dolor —murmuró—. Somos demasiado sensibles.
—¿Vas a hablar? —le preguntó Targoff.
—Incluso la idea de la autodestrucción es dolorosa, y debe ser evitada excepto cuando sea absolutamente necesaria —musitó Spruce—. Y eso a pesar de que sé que viviré de nuevo.
—Colocadlo sobre el fuego —dijo Targoff a los dos hombres que sujetaban a Spruce.
—Un momento —intervino Monat—. Spruce, la ciencia de mi gente era mucho más avanzada que la de la Tierra, así que estoy más cualificado para presentar una hipótesis. Quizá pudiéramos evitarte el dolor del fuego, y el dolor de traicionar tu misión, si simplemente afirmases lo que te voy a decir. De esa forma, no estarías llevando a cabo una traición positiva.
—Te escucho —dijo Spruce.
—Mi teoría es que eres un terrestre. Perteneces a una edad cronológicamente muy posterior al año 2008. Debes de ser el descendiente de los pocos que sobrevivieron a mi onda barredora mortífera. A juzgar por la tecnología y la energía necesarias para reconstruir la superficie de este planeta en un vasto valle fluvial, tu tiempo debe de ser muy posterior al Siglo XXI. Como simple suposición, digamos el siglo cincuenta.
Spruce miró al fuego, y luego dijo:
—Añádele dos mil años más.
—Si este planeta es más o menos del tamaño de la Tierra, solo puede contener a un número limitado de personas. ¿Dónde están los otros, los que nacieron muertos, los que murieron antes de tener cinco años, los imbéciles y los idiotas, y aquellos que vivieron después del Siglo XX?
—Están en otro lugar —dijo Spruce. Miró de nuevo al fuego, y se le apretaron los labios.
—Mi propia gente —dijo Monat— tenía la teoría de que llegaría un tiempo en que serían capaces de ver en su pasado. No entraré en detalles, pero parecía posible que los acontecimientos pasados pudieran ser detectados y luego grabados. Naturalmente, el viaje temporal era una pura fantasía. Pero, ¿y si tu cultura fuera capaz de hacer lo que nosotros solo llegamos a teorizar? ¿Y si habéis grabado a cada ser humano que haya vivido alguna vez? ¿Localizado este planeta y construido el valle del Río? ¿Y si en algún lugar, quizá bajo la misma superficie del planeta, habéis usado la conversión de la energía en materia, y digamos que utilizado el calor del núcleo en fusión de este mundo y las grabaciones para recrear los cuerpos de los muertos en aquellos tanques? ¿Y si habéis utilizado técnicas biológicas para rejuvenecer los cuerpos y restaurar los miembros perdidos, para corregir cualquier defecto físico?
»Mi teoría es —continuó Monat— que habéis hecho nuevas grabaciones de los cuerpos recién creados, y las habéis almacenado en alguna gigantesca unidad de memoria. Luego, habéis destruido los cuerpos de los tanques, recreándolos una vez más a través de algún sistema de metal conductivo que también es utilizado para cargar los cilindros. Todos estos aparatos podrían estar enterrados bajo el suelo. Así, la resurrección habría tenido lugar sin necesidad de recurrir a métodos sobrenaturales.
»La gran pregunta es: ¿por qué?
—Si vosotros tuvierais el poder de hacer todo eso, ¿no creeríais tener el deber ético de hacerlo? —preguntó a su vez Spruce.
—Yo sí, pero solo resucitaría a los que se lo mereciesen.
—¿Y si hubiera otros que no aceptasen tus criterios? —le preguntó Spruce—. ¿Crees realmente que eres lo bastante sabio y justo como para ser el juez? ¿Te colocarías al nivel de un dios? No, todos deben tener una segunda oportunidad, sin importar lo bestiales, egoístas, bajos o estúpidos que hayan sido. Luego, todo queda en sus manos…
Se quedó en silencio, como si lamentase su estallido y no quisiese decir más.
—Además —dijo Monat—, quizá deseaseis hacer un estudio de la humanidad, tal como existió en el pasado. Desearíais grabar todos los lenguajes que habló el hombre, sus costumbres, sus filosofías, sus biografías. Para hacer esto, necesitaríais agentes que se hiciesen pasar por resucitados y que se mezclasen con las gentes del Río para tomar notas, para observar, para estudiar. ¿Cuánto tiempo iba a llevar este estudio? ¿Un millar de años? ¿Dos? ¿Diez? ¿Un millón? ¿Y qué hay del destino final de todos nosotros? ¿Vamos a seguir aquí por siempre?
—Estaréis aquí todo el tiempo que sea necesario para rehabilitaros —gritó Spruce—. Luego…
Cerró la boca, echó una desagradable mirada, y luego la abrió para decir:
—Un contacto continuado con vosotros hace que incluso los más fuertes de entre nosotros tomemos vuestras características. Nosotros mismos debemos pasar por una rehabilitación. Ya en este momento, no me siento limpio…
—Colocadlo sobre el fuego —dijo Targoff—. Obtendremos toda la verdad.
—¡No, no lo haréis! —gritó Spruce—. ¡Debería haber hecho esto ya hace mucho! ¿Quién sabe lo que…?
Cayó al suelo, y su piel tomó una coloración gris azulada. El doctor Steinborg, uno de los consejeros, lo examinó, pero a todos les resultaba evidente que ya estaba muerto.
—Mejor será que se lo lleve ahora mismo, doctor —dijo Targoff—. Hágale la disección. Esperaremos su informe.
—Con cuchillos de piedra, sin productos químicos ni microscopios, ¿qué clase de informe pueden esperar? —dijo Steinborg—. Pero haré todo lo que pueda.
Se llevaron el cadáver. Burton dijo:
—Me alegra que no nos obligara a admitir que estábamos marcándonos un farol. Si hubiera permanecido con la boca cerrada, nos hubiera derrotado.
—Entonces, ¿no lo ibas a torturar en realidad? —preguntó Frigate—. Esperaba que tu amenaza no fuera cierta. Si lo hubiera sido, iba a salir de aquí, y no volver a veros nunca a ninguno.
—Naturalmente que no lo decíamos en serio —explicó Ruach—. Spruce hubiera tenido razón; no hubiéramos sido mejores que Goering. Pero hubiéramos podido intentar otros métodos. Por ejemplo, el hipnotismo. Burton, Monat y Steinborg son expertos en este campo.
—El problema es que seguimos sin saber si conseguimos la verdad —dijo Targoff—. Pudo haber estado mintiendo. Monat le dijo algunas teorías, y, si estaban equivocadas, Spruce pudo haber querido liarnos mostrándose de acuerdo con Monat. Creo que no podemos estar seguros.
Se pusieron de acuerdo en una cosa: la posibilidad de detectar a otro agente mediante la ausencia de símbolos en la frente debía de haber desaparecido. Ahora que Ellos, fueran quienes fuesen, sabían que los caracteres eran visibles para la especie de Kazz, tomarían las medidas adecuadas para evitar su detección.
Steinborg regresó tres horas más tarde.
—No hay nada que lo distinga de cualquier otro miembro de la especie homo sapiens. Excepto este pequeño artefacto.
Alzó una pequeña esfera negra y brillante del tamaño de una cabeza de fósforo.
—Localicé esto en la superficie de la parte delantera del cerebro. Estaba unida a algunos nervios con unos cables tan delgados que solo podía verlos bajo un cierto ángulo, cuando les daba la luz. Tengo la opinión de que Spruce se mató a si mismo por medio de este artefacto, y que lo hizo, literalmente, deseando morir. De alguna forma, esta bolita convirtió en realidad su deseo de morir. Quizá reaccionó al pensamiento soltando un veneno que no puedo analizar con mis recursos —concluyó su informe, y pasó la esfera de mano en mano.