Papa Urbano XVI: Envía Tu Espíritu y serán creados.
Todos: Renovarás la memoria de la Tierra y la faz de todos los mundos del Dominio de Dios.
Papa Urbano XVI: Oremos.
Oh Dios. Has instruido el corazón de los fieles con la luz del Espíritu Santo. Concédenos que, por medio del Espíritu Santo, siempre podamos ser auténticamente sabios y regocijarnos en Su consuelo. Por Cristo Nuestro Señor.
Todos: Amén.
El papa Urbano XVI bendice las insignias de los Caballeros de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Papa Urbano XVI: Nuestra ayuda es en el nombre del Señor.
Todos: Que creó el cielo y la Tierra y todos los mundos.
Papa Urbano XVI: El Señor sea con vosotros.
Todos: Y también contigo.
Papa Urbano XVI: Oremos.
Oh Señor, así oramos. Escucha nuestras plegarias y dígnate, por el poder de Tu majestad, bendecir estas insignias. Protege a Tus servidores, que desean usarlas, para que puedan ser fuertes mientras custodian los derechos de la Iglesia, y rápidos para defender y difundir la fe cristiana. Por Cristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
El papa Urbano XVI rocía los emblemas con agua bendita.
El maestro de ceremonias, cardenal Lourdusamy, lee la lista, de caballeros recién designados y ascendidos en rango. Cada caballero se levanta cuando mencionan su nombre y permanece de pie. Hay mil doscientos ocho caballeros en la basílica.
El cardenal Lourdusamy los menciona a todos por rango, del más bajo al más alto, primero los caballeros, después los sacerdotes caballeros.
Al concluir la lectura, los caballeros que serán ordenados se arrodillan. Todos los demás están sentados.
El papa Urbano XVI pregunta a los caballeros: ¿Qué pides?
Los caballeros responden: Pido ser ordenado caballero del Santo Sepulcro.
Papa Urbano XVI: Hoy ser caballero del Santo Sepulcro significa librar la batalla por el Reino de Cristo y la extensión de la Iglesia, y realizar obras de caridad con el mismo espíritu de fe y amor con el cual puedes dar la vida en batalla. ¿Estás dispuesto a seguir este ideal toda tu vida?
Los caballeros responden: Lo estoy.
Papa Urbano XVI: Te recuerdo que si todos los hombres y mujeres deben sentirse honrados por la práctica de la virtud, mucho más debe sentirse un soldado de la gloria de Cristo al ser caballero de Jesucristo y usar todos los medios para demostrar por sus actos y virtudes que es merecedor del honor que se le otorga y de la dignidad con que se lo inviste. ¿Estas dispuesto a prometer que observarás las constituciones de esta sagrada orden?
Los caballeros responden: Con la gracia de Dios prometo observar, como auténtico soldado de Cristo, los mandamientos de Dios, los preceptos de la Iglesia, las órdenes de mis comandantes en el campo de batalla y la constitución de esta sagrada orden.
Papa Urbano XVI: En virtud del decreto recibido, os designo y declaro soldados y caballeros del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Los caballeros entran en el santuario y se arrodillan mientras el papa bendice la Cruz de Jerusalén, emblema de la orden.
Papa Urbano XVI: Recibid la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo para vuestra protección, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Tras arrodillarse frente a la Cruz de Jerusalén, cada caballero responde: Amén.
El papa Urbano XVI regresa a la silla situada en la plataforma del altar. Cuando Su Santidad da la señal, el maestro de ceremonias, cardenal Lourdusamy, lee el decreto de cada caballero recién designado. Al citarse los nombres, el caballero recién designado se aproxima al altar, hace una genuflexión y se arrodilla ante Su Santidad. Un caballero ha sido escogido para representar a todos los caballeros que serán ordenados y ese caballero se aproxima al altar.
Papa Urbano XVI: ¿Qué solicitas?
Caballero: Solicito ser ordenado caballero del Santo Sepulcro.
Papa Urbano XVI: Te recuerdo nuevamente que si todos los hombres deben sentirse honrados de practicar la virtud, más debe sentirlo un soldado de Cristo, que debe sentir la gloria de ser un caballero de Jesucristo y usar todos los medios para no mancillar su buen nombre. Por último, debe demostrar con sus actos y virtudes que es merecedor del honor que se le confiere y de la dignidad con que se lo inviste. ¿Estás preparado para prometer de palabra y en verdad observar las constituciones de esta sagrada orden militar?
El caballero pone las manos cruzadas en las manos de Su Santidad.
Caballero: Declaro y prometo de palabra y en verdad ante Dios Todopoderoso, a Jesucristo, Su Hijo, a la Bendita Virgen María, observar, como auténtico soldado de Cristo, todo lo que me han encomendado.
El papa Urbano XVI apoya la mano derecha en la cabeza del caballero.
Papa Urbano XVI: Sé un fiel y valiente soldado de Nuestro Señor Jesucristo, un caballero de su Santo Sepulcro, fuerte y valeroso, para que un día seas admitido en su corte celestial.
Su Santidad entrega las espuelas doradas al caballero, diciendo: Recibe estas espuelas que son símbolo de tu orden para la honra y defensa del Santo Sepulcro.
El maestro de ceremonias, cardenal Lourdusamy, entrega la espada desenvainada a Su Santidad, que la sostiene delante del caballero recién designado y se la devuelve al caballero maestro de ceremonias.
Maestro de ceremonias: Recibe esta espada que simboliza la defensa de la Santa Iglesia de Dios y el derrocamiento de los enemigos de la Cruz de Cristo. Cuídate de no usarla para atacar a nadie injustamente.
Cuando el caballero maestro de ceremonias envaina la espada, Su Santidad la entrega al caballero recién designado.
Papa Urbano XVI: Ten en cuenta que los santos no han conquistado reinos con la espada, sino por la fe.
Esta parte de la ceremonia se repite con cada candidato. Su Santidad recibe la espada desenvainada y toca el hombro derecho de cada caballero tres veces con la espada, diciendo: Te designo y declaro soldado y caballero del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Después de devolver la espada al caballero maestro de ceremonias, Su Santidad cuelga del cuello de cada uno la cruz que es emblema de la orden, diciendo: Recibe la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo para tu protección, y con ese propósito repite sin cesar: «Por la señal de la Cruz, libéranos, oh Señor, de nuestros enemigos».
Cada caballero recién ordenado se levanta, se inclina ante Su Santidad y se aproxima al dignatario más alto para recibir su capa. El caballero asistente le entrega la gorra. Él se la pone y ocupa su sitio en los bancos.
Todos se ponen de pie cuando Su Santidad inicia el siguiente himno, que es continuado por todos los presentes.
Veni creator,
ven, Espíritu Santo, Creador bendito.
Y busca Tu reposo en nuestras almas;
ven con Tu gracia y socorro celestial
a llenar los corazones que has creado.
Oh, confortador, por Ti clamamos,
don celestial de Dios Altísimo,
fuente de vida, amor y fuego,
y dulce unción desde lo alto.
Tú, en Tus septuplicados dones desconocido;
Tú, dedo nuestro de la mano de Dios;
Tú, promesa del Padre;
Tú, que en la espada insuflas llamas.
Anima nuestros sentidos desde lo alto,
y calma el corazón de los que mueren;
con firme paciencia y alta virtud,
compensa la debilidad de la carne.
Ahuyenta al enemigo que tememos,
y otórganos en cambio Tu ira.
Así no admitiremos, contigo por guía,
que nos sea negada la victoria.
Oh, permítanos Tu gracia
conocer al Padre y al Hijo,
Y a Ti, por incontables testimonios,
de ambos Espíritu eterno y bendito.
Gloria al Padre y al Hijo,
que se levantó de la muerte.
A Ti vayan todos, Santa Espada y Escudo,
así en Pax como en el Cielo.
Papa Urbano XVI: Y todos los enemigos de Cristo deben sucumbir.
Todos: Amén.
Salen Su Santidad y el maestro de ceremonias.
En vez de regresar a sus apartamentos apostólicos, el papa condujo al cardenal a una pequeña habitación cerca de la Capilla Sixtina.
—La Sala de las Lágrimas —dijo el cardenal Lourdusamy—. Hace años que no entro aquí.
Era una pequeña habitación con azulejos pardos ennegrecidos por el tiempo, empapelado rojo, techo medieval abovedado, algunos candelabros de oro, sin ventanas pero con gruesas e incongruentes cortinas blancas en una pared escarlata. La habitación estaba exiguamente amueblada: un sofá rojo en un rincón, una mesilla negra con altar con un paño de lino blanco, y un bastidor esquelético en el centro, donde colgaba una antigua, amarillenta y perturbadora alba con casulla, con dos zapatos blancos absurdamente decorados, las puntas encorvadas por la edad.
—Esta prenda perteneció al papa Pío XII —dijo el pontífice—. Se la puso aquí en 1939 después de su elección. La hicimos sacar del Museo Vaticano y la hemos puesto aquí. La visitamos en ocasiones.
—El papa Pío XII —murmuró el cardenal Lourdusamy. El secretario de Estado se preguntó si ese papa tenía alguna significación especial. Sólo recordaba la perturbadora estatua de Pío XII hecha casi dos milenios atrás, en 1964, por Francesco Messina, ahora relegada a un corredor subterráneo del Vaticano. El Pío XII de Messina estaba pintado con rasgos toscos, gafas redondas tan vacías como las cuencas oculares de una calavera, el brazo derecho alzado defensivamente, con dedos huesudos, como tratando de ahuyentar los males de su tiempo.
—¿Un papa guerrero? —preguntó Lourdusamy.
El papa Urbano XVI sacudió fatigosamente la cabeza. La pesada mitra bordada le había dejado una marca en la frente.
—No nos interesa su reinado durante la guerra mundial de Vieja Tierra —dijo el Santo Padre— sino los complejos tratos que debió realizar con el mismísimo corazón de las tinieblas con el propósito de preservar la Iglesia y el Vaticano.
Lourdusamy asintió lentamente.
—Los nazis y los fascistas —murmuró—. Desde luego. —El paralelismo con el Núcleo no era rebuscado.
Los sirvientes del papa habían preparado el té en la mesilla y el secretario de Estado ofició de criado personal de Su Santidad, sirviendo el té en una frágil taza de porcelana. El papa Urbano XVI lo agradeció con un gesto de la cabeza y sorbió el líquido humeante. Lourdusamy regresó a su sitio, cerca de las antiguas indumentarias, y miró críticamente al pontífice. El corazón le molesta de nuevo. ¿Tendrá que pasar por otra resurrección y otro cónclave electivo pronto?
—¿Viste quién fue escogido como caballero representante? —preguntó el papa con voz más fuerte. Lo miró con ojos tristes e intensos.
El desprevenido Lourdusamy tuvo que pensar un segundo.
—Ah sí… Isozaki, el ex ejecutivo de Mercantilus. Será el caballero con liderazgo titular para la cruzada de Casiopea 4614.
—Una compensación. —Su Santidad sonrió.
Lourdusamy se frotó la papada.
—Tal vez M. Isozaki pensaba en una penitencia más seria, Su Santidad.
El papa lo miró inquisitivamente.
—¿Se prevén pérdidas graves?
—Un cuarenta por ciento de bajas. La mitad irrecuperables para la resurrección. La lucha en ese sector ha sido muy encarnizada.
—¿Y en otras partes? —preguntó el pontífice.
Lourdusamy suspiró.
—La inquietud se ha difundido a unos sesenta mundos de Pax, Su Santidad. Unos tres millones sufren el Contagio y han rechazado el cruciforme. Hay combates, pero nada que las autoridades de Pax no puedan manejar. Vector Renacimiento es el peor… unos setecientos cincuenta mil infectados, y se propaga muy deprisa.
El papa cabeceó y bebió té.
—Cuéntanos algo positivo, Simón Augustino.
—La nave mensajera que se trasladó desde el sistema T'ien Shan poco antes de la ceremonia —dijo el cardenal—. Desciframos de inmediato el holomensaje del cardenal Mustafa.
El papa sostuvo la taza y el platillo y esperó.
—Han encontrado a la Hija del Demonio. Se reunieron con ella en el palacio del Dalai Lama.
—Y… —urgió Su Santidad.
—No se llevó a cabo ninguna acción, por la presencia del demonio Alcaudón —dijo Lourdusamy, mirando las notas que tenía en su comlog de pulsera—. Pero la identificación es segura. La niña llamada Aenea, que ahora tiene poco más de veinte años estándar su guardaespaldas, Raul Endymion, a quien arrestamos y perdimos en Mare Infinitus hace más de nueve años… y los demás.
El papa se tocó los finos labios con sus finos dedos.
—¿Y el Alcaudón?
—Apareció sólo cuando la niña fue amenazada por los oficiales de la Guardia Noble de Albedo —dijo el cardenal Lourdusamy—. Luego desapareció. No hubo lucha.
—¿Pero el cardenal Mustafa desaprovechó el momento? —preguntó el papa.
Lourdusamy asintió.
—¿Y todavía crees que Mustafa es la persona indicada para esta misión? —murmuró el papa Urbano XVI.
—Sí, Santo Padre. Todo sale de acuerdo con lo planeado. Esperábamos establecer contacto antes del arresto.
—¿El Rafael?
—Todavía no hay señales de él, pero Mustafa y la almirante Wu están seguros de que De Soya aparecerá en el sistema de T'ien Shan antes del tiempo asignado para capturar a la niña.
—Ciertamente rezamos para que así sea —dijo el pontífice—. ¿Sabes, Simón Augustino, cuánto daño ha causado a nuestra cruzada esa nave rebelde?
Lourdusamy sabía que era una pregunta retórica. El mismo, el Santo Padre y los agitados almirantes de la flota habían analizado informes de combate, listas de bajas y pérdidas en tonelaje durante cinco años. El Rafael y el traidor capitán De Soya habían estado a punto de ser destruidos o capturados varias veces, pero siempre se las apañaban para escapar al espacio éxter, dejando convoyes desbandados, cascos vapuleados, naves de Pax destrozadas. La incapacidad de la flota para capturar ese arcángel rebelde se había convertido en una vergüenza, el secreto mejor guardado de Pax.
Pero eso terminaría pronto.
—Los elementos de Albedo calculan un noventa y cuatro por ciento de probabilidades de que De Soya muerda el anzuelo —dijo el cardenal.
—¿Cuánto hace que la flota y el Santo Oficio plantaron la información? —preguntó el papa, terminando el té y apoyando la taza y el platillo en el borde del sofá.
—Cinco semanas estándar. Wu ordenó que fuera encriptada en la IA de una de las naves-antorcha escolta que el Rafael atacó en el linde del sistema Ofiuca. Pero la encriptación no es tan compleja como para que los sistemas mejorados por los éxters que tiene el Rafael no puedan descifrarla.
—¿De Soya y su gente no olerán una trampa? —preguntó el hombre que una vez había sido el padre Lenar Hoyt.
—Improbable, Su Santidad. Hemos usado antes esa encriptación para pasar información fiable a De Soya y…
El papa irguió la cabeza con irritación.
—Cardenal Lourdusamy, ¿me estás diciendo que sacrificaste naves y vidas inocentes de Pax, vidas imposibles de resucitar, sólo para asegurarte de que los renegados se fíen de esta información?
—Sí, Su Santidad —dijo Lourdusamy.
El papa suspiró y asintió.
—Lamentable pero comprensible, dado lo que está en juego.
—Además —continuó el cardenal— ciertos oficiales de la nave destinada a ser capturada por el Rafael estaban condicionados por el Santo Oficio, de modo que también tuvieran información sobre cuándo pensábamos avanzar sobre la niña Aenea y el mundo de T'ien Shan.
—¿Todo esto se preparó con meses de antelación?
—Sí, Su Santidad. Fue una ventaja que nos dieron el consejero Albedo y el Núcleo cuando detectaron la activación del teleyector de T'ien Shan hace unos meses.
El pontífice apoyó las manos en sus muslos. Tenía los dedos azulados.
—¿Y a la Hija del Demonio se le ha negado esa escapatoria?
—Totalmente. El Jibril derritió la montaña que rodea el portal teleyector. El teleyector en sí es invulnerable, Su Santidad, pero en este momento está sepultado bajo veinte metros de roca.
—¿Y el Núcleo está seguro de que es el único teleyector de T'ien Shan?
—Totalmente, Su Santidad.
—¿Y los preparativos para el enfrentamiento con De Soya y su arcángel renegado?
—La almirante Wu puede describir los detalles tácticos, Su Santidad.
—Confiamos en tu descripción del plan general, Simón Augustino.
—Gracias, Santo Padre. La flota de Pax ha apostado cincuenta y ocho cruceros arcángel clase planetaria dentro del sistema de T'ien Shan. Han permanecido ocultos durante las últimas seis semanas estándar.
—Excúsanos, Simón Augustino —murmuró el papa—. ¿Pero cómo ocultas cincuenta y ocho arcángeles de combate?
El cardenal sonrió.
—Han apagado sus motores y flotan en posiciones estratégicas dentro del cinturón de asteroides del sistema interior y del cinturón exterior de Kniper, Su Santidad. Imposibles de detectar. Preparados para atacar en cualquier momento.
—¿El Rafael no escapará esta vez?
—No, Su Santidad. Las cabezas de once comandantes de la flota dependen del éxito de esta emboscada.
—Dejar un quinto de nuestra flota de arcángeles flotando durante semanas en ese sistema del Confín ha comprometido gravemente la efectividad de nuestra cruzada contra los éxters, cardenal Lourdusamy.
—Sí, Su Santidad. —El cardenal apoyó las palmas en su túnica y se sorprendió de encontrarlas húmedas. No sólo las cabezas de los oficiales de la flota dependían del éxito de la misión. Lourdusamy sabía que su propio futuro estaba en juego.
—Valdrá la pena si destruimos a este rebelde —murmuró el papa.
Lourdusamy contuvo el aliento.
—Suponemos que la nave y el padre capitán De Soya serán destruidos, no capturados —dijo Su Santidad.
—Sí, Santo Padre. Hay órdenes de pulverizar la nave.
—¿Pero no dañaremos a la niña?
—No, Santo Padre. Se han tomado todas las precauciones para asegurar que el vector de contagio llamado Aenea sea capturado con vida.
—Eso es muy importante, Simón Augustino —murmuró el papa, como si hablara consigo mismo. Habían revisado estos detalles un centenar de veces—. Debemos capturar a la niña con vida. Sus acompañantes son prescindibles, pero la niña debe ser capturada. Cuéntanos de nuevo el procedimiento.
El cardenal Lourdusamy cerró los ojos.
—En cuanto el Rafael sea interceptado y destruido, las naves del Núcleo se pondrán en órbita de T’ien Shan e incapacitarán a la población del planeta.
—Rayo de muerte, entonces —murmuró Su Santidad.
—Técnicamente no. Como sabes, el Núcleo nos asegura que los resultados de esta técnica son reversibles. Se parece más a la inducción de un coma permanente.
—¿Los millones de cuerpos serán transportados esta vez, Simón Augustino?
—No al principio, Su Santidad. Nuestros equipos especiales irán al planeta, encontrarán a la niña y la llevarán a un convoy arcángel que la traerá a Pacem, donde será revivida, aislada, interrogada y…
—Ejecutada —suspiró el papa—. Para mostrar a esos millones de rebeldes de sesenta mundos que su presunta mesías no lo es más.
—Sí, Su Santidad.
—Ansiamos hablar con esta persona, Simón Augustino. Aunque sea Hija del Diablo.
—Sí, Su Santidad.
—¿Y cuándo crees que el capitán De Soya morderá el anzuelo y se presentará para ser destruido?
El cardenal Lourdusamy miró su comlog.
—Dentro de horas, Su Santidad. Dentro de horas.
—Recemos por una feliz conclusión —susurró el papa—. Recemos por la salvación de nuestra Iglesia y nuestra raza.
Ambos hombres inclinaron la cabeza en la Sala de las Lágrimas.
Al regresar del palacio del Dalai Lama, veo los primeros indicios del alcance de los planes y del poder de Aenea.
Me asombra la recepción que nos brindan. Rachel y Theo sollozan al abrazar a Aenea. A. Bettik me palmea la espalda con su única mano y me estrecha con ambos brazos. El lacónico Jigme Norbu abraza a George Tsarong y luego a cada uno de los peregrinos, con lágrimas en las mejillas. Todo el templo ovaciona, aplaude y llora. Comprendo que muchos no esperaban que regresáramos de la recepción. Comprendo que ha faltado poco para que no regresáramos. Nos ponemos a trabajar para finalizar la reconstrucción de Hsuan'k'ung Ssu. Trabajo con Lhomo, A. Bettik y los demás en el paseo más alto, mientras Aenea, Rachel y Theo supervisan los detalles en todo el complejo.
Esa noche sólo puedo pensar en acostarme temprano con mi amada, y por nuestros apresurados pero apasionados besos durante los pocos minutos que tenemos a solas en la vereda alta, después de la cena comunitaria, sospecho que Aenea comparte ese deseo de una intimidad intensa e inmediata. Pero esta noche se reúne un «grupo de discusión» —el último— y al atardecer hay más de cien personas en la plataforma de la gompa central. Por suerte los monzones se han contenido después de esa primera lluvia gris, y el ocaso es encantador cuando el sol se pone al oeste del K'un Lun. Las antorchas crepitan en las escaleras y los pendones rezadores flamean.
Me asombran algunos de los que asisten esta noche: el Tromo Trochi de Dhomu ha regresado de Potala a pesar de su presunta necesidad de seguir al oeste con sus mercancías; la Dorje Phamo viene con sus nueve sacerdotisas favoritas; hay mucha gente de renombre que estuvo en la recepción palaciega, en general gente joven, y el más joven y más renombrado de todos, que procura estar de incógnito con una túnica roja sencilla y su capucha, es el propio Dalai Lama, sin su regente ni su chambelán, acompañado sólo por su guardaespaldas personal y heraldo principal, Carl Linga William Eiheji.
Estoy en el fondo de la atestada habitación. Durante una hora el grupo de discusión es un grupo de discusión, a veces conducido pero nunca dominado por Aenea. Pero lentamente sus preguntas orientan la conversación. Comprendo que es una maestra del budismo tántrico y zen, y responde a monjes que se han pasado décadas estudiando koans y el Dharma. Un monje pregunta por qué no deben aceptar el ofrecimiento de Pax de la inmortalidad como una forma de renacimiento. Aenea cita a Buda y su enseñanza de que ningún individuo renace, que todas las cosas están sujetas a la annicca, la ley de la mutabilidad, y luego se explaya sobre la doctrina del analta, literalmente «no yo», por la cual Buda niega la existencia de esa entidad personal conocida como alma.
Respondiendo a otra pregunta sobre la muerte, Aenea cita un zen:
—Un monje le dijo a Tozan: «Un monje ha muerto. ¿Adonde se ha ido?» Tozan respondió: «Después del fuego, un brote de hierba».
—M. Aenea —dice Kuku Se, su rostro ruborizado—, ¿eso significa mu?
Aenea ha enseñado que mu es un elegante concepto zen que se podría traducir como «desformular la pregunta».
Mi amiga sonríe. Está sentada lejos de la entrada, cerca de la pared abierta, y las estrellas brillantes son visibles sobre la Sagrada Montaña del Norte. Oráculo no ha despuntado.
—Significa eso hasta cierto punto —murmura. Hay silencio en la habitación—. También significa que el monje está tan muerto como un clavo. No se ha ido a ninguna parte. Mejor dicho, se ha ido a ninguna parte. Continúa, pero de otra forma. Los corazones se acongojan por la muerte del monje, pero la vida no ha disminuido. Nada se ha extraído del equilibrio de la vida en el universo. Pero todo ese universo, tal como se representa en la mente y el corazón del monje, ha muerto. Seppo le dijo una vez a Gensha: «El monje Shinso me preguntó adonde había ido cierto monje muerto, y le dije que era como hielo tornándose agua.» Gensha respondió: «Eso está bien, pero yo no habría respondido así.» Seppo preguntó: «¿Qué habrías dicho?» Gensha respondió: «Es como agua regresando al agua».
Al cabo de una pausa, alguien pide desde el frente de la habitación:
—Háblanos del Vacío Que Vincula.
—Érase una vez —comienza Aenea, como de costumbre— el Vacío. Y el Vacío estaba allende el tiempo. En un sentido real, el Vacío era un huérfano del tiempo, un huérfano del espacio.
»Pero el Vacío no era de tiempo ni de espacio, y por supuesto no era de Dios. Tampoco el Vacío Que Vincula es Dios. En verdad, el Vacío evolucionó mucho después que el tiempo y el espacio fijaron los límites del universo, pero el Vacío Que Vincula, no circunscrito por el tiempo ni sujeto al espacio, ha saltado hacia atrás y hacia delante en el continuo, hasta el Big Bang del comienzo y el Pequeño Gemido del final de las cosas.
Aenea se lleva las manos a las mejillas en un movimiento que no le he visto desde que era niña. Esta noche no parece una niña. Sus ojos están cansados pero llenos de vida. Hay arrugas de fatiga o preocupación alrededor de esos ojos. Amo esos ojos…
—El Vacío Que Vincula es una cosa con mente —dice con firmeza—. Viene de cosas con mente, muchas de las cuales fueron creadas, a la vez, por cosas con mente.
»El Vacío Que Vincula está cosido con materia cuántica, tejido con espacio Planck y tiempo Planck, cubriendo el espacio-tiempo como el paño de una manta cubre el algodón que la rellena. El Vacío Que Vincula no es místico ni metafísico. Surge de las leyes del universo y responde a ellas, pero es un producto de ese universo evolutivo. El Vacío está estructurado a partir del pensamiento y el sentimiento. Es producto de la conciencia que el universo posee de sí mismo. Y no sólo del pensamiento y el sentimiento humano. El Vacío Que Vincula es obra de cien mil razas sentientes a través de miles de millones de años. Es la única constante en la evolución del universo, el único terreno común para razas que evolucionarán, crecerán, florecerán, se extinguirán y perecerán con diferencias de millones de años y cientos de millones de años-luz. Y hay una sola llave para entrar en el Vacío Que Vincula…
Aenea hace otra pausa. Su amiga Rachel está sentada junto a ella, atenta y con las piernas cruzadas. Noto por primera vez que la mujer de quien he sentido absurdos celos en estos últimos meses es realmente bella: cabello cobrizo corto y rizado, mejillas rubicundas, grandes ojos verdes con motas pardas. Tiene la edad de Aenea, y está bronceada por meses de trabajo bajo el sol amarillo de T'ien Shan.
Aenea toca el hombro de Rachel.
—Mi amiga era un bebé cuando su padre descubrió un interesante dato del universo —dice Aenea—. Su padre, un estudioso llamado Sol, estaba obsesionado por la relación histórica entre Dios y el hombre. Un día, en circunstancias muy extremas, al enfrentarse por segunda vez con la pérdida de su hija, Sol alcanzó el satori: vio total e intuitivamente lo que muy pocos han tenido el privilegio de ver con claridad a través de millones de años de lentas reflexiones. Sol vio que el amor era una fuerza real e igual en el universo, tan real como el electromagnetismo o la fuerza nuclear débil. Tan real como la gravedad, y gobernada por muchas de las mismas leyes. La ley del cuadrado inverso, por ejemplo, con frecuencia funciona tanto para el amor como para la atracción gravitatoria.
»Sol comprendió que el amor era la fuerza unificadora del Vacío Que Vincula, el hilo y la tela de la prenda. Y en ese instante de satori, Sol comprendió que la humanidad no era la única costura de ese magnífico tapiz. Sol entrevió el Vacío Que Vincula y la fuerza del amor que lo sustentaba, pero no pudo obtener acceso a ese medio. Los seres humanos, que han evolucionado recientemente desde sus primos primates, aún no han obtenido la capacidad sensorial para ver claramente el Vacío Que Vincula o entrar en él.
»Digo "ver claramente" porque todos los humanos de corazón y mente abierta han tenido raros pero potentes atisbos del paisaje del Vacío. Así como el zen no es una religión, pero es religión, el Vacío Que Vincula no es un estado mental, pero es el estado mental. El Vacío es pura probabilidad, como olas erguidas, olas que interactúan con ese frente ondulatorio que es la mente y la personalidad humana. El Vacío Que Vincula es tocado por todos los que hemos llorado de felicidad, nos hemos despedido de un amante, nos hemos exaltado con el orgasmo, nos hemos detenido ante la tumba de un ser amado, o hemos observado a nuestro hijo cuando abría los ojos por primera vez.
Aenea me mira mientras habla, y siento carne de gallina en los brazos.
—El Vacío Que Vincula está siempre por debajo y por encima de la superficie de nuestros pensamientos y sentidos —continúa—, invisible pero tan presente como la respiración de nuestro amado en la noche. Su presencia real pero inaccesible en nuestro universo es una de las causas primordiales para que nuestra especie elabore el mito y la religión, para nuestra terca y ciega creencia en los poderes extrasensoriales, en la telepatía y la precognición, en demonios y semidioses y la resurrección y la reencarnación y los fantasmas y los mesías y muchas otras categorías de patrañas complacientes pero no del todo satisfactorias.
Monjes, operarios, intelectuales, políticos y hombres y mujeres santos se agitan un poco ante esta declaración. El viento arrecia y la plataforma se mece suavemente, tal como está diseñada para hacer. El trueno rueda al sur de Jo-kung.
—Las «Cuatro declaraciones de la secta zen», atribuidas a Bodhidharma en el siglo seis de nuestra era, constituyen claras indicaciones para encontrar el Vacío Que Vincula, al menos para encontrar su contorno en cuanto ausencia de cháchara sobre el trasmundo —continúa Aenea—. Primero, no depender de palabras y letras. Las palabras son la luz y el sonido de nuestra existencia, el rayo de calor que ilumina la noche. El Vacío Que Vincula se halla en los secretos y silencios más profundos de las cosas, el lugar donde mora la infancia.
»Segundo, transmisión especial fuera de las Escrituras. El artista reconoce a otro artista en cuanto mueve el lápiz. Un músico puede diferenciar a otro músico de los millones que tocan notas en cuanto comienza la música. Los poetas identifican a los poetas en pocas sílabas, sobre todo cuando se desechan los sentidos y formas comunes de la poesía. Chora escribió:
Dos vinieron aquí,
dos se fueron volando.
Mariposas.
»Y en el crisol caliente de palabras e imágenes consumidas permanece el oro de cosas más profundas, lo que R. H. Blyth y Frederick Franck dieron en llamar "la oscura llama de la vida que arde en todas las cosas" y "ver con el vientre, no con los ojos", con "entrañas de compasión".
»La Biblia miente. El Corán miente. El Talmud y la Torah mienten. El Nuevo Testamento miente. El Sutta-pitaka, los nikayas, el Itivullaka, y el Dhammapada mienten. El Bodhisattva y el Amitabha mienten. El Libro de los Muertos miente. El Tiptaka miente. Todas las Escrituras mienten, tal como yo miento al hablar ahora con vosotros.
»Estos libros sagrados no mienten por intención o ineptitud expresiva, sino por su naturaleza misma, por estar reducidos a palabras; todas las imágenes, preceptos, leyes, cánones, citas, parábolas, mandamientos, koans, zazen y sermones de estos bellos libros fracasan, en última instancia, porque sólo añaden más palabras entre el ser humano que busca y la percepción del Vacío Que Vincula.
»Tercero, señalar directamente el alma del hombre. El zen, que comprendió lúcidamente el Vacío al percibir claramente su ausencia, abordó el problema de señalar sin dedo, de crear arte sin instrumentos, de oír un potente sonido en un vacío sin sonido. Shiki escribió:
Una aldea pesquera
bailando bajo la luna
al son del olor del pescado fresco.
»Esto, y no me refiero al poema, es la esencia de buscar la llave del portal del Vacío Que Vincula. Cien mil razas en un millón de mundos en días muertos tiempo atrás han tenido sus caseríos sin casas, su baile bajo la luna en mundos sin luna, olor a pescado fresco en mares sin peces. Esto se puede compartir más allá del tiempo, más allá de las palabras, más allá del período de existencia de una raza.
»Cuarto, escudriñar nuestra naturaleza y el logro del estado de Buda. No se requieren décadas de zazen ni el bautismo de la Iglesia ni la reflexión sobre el Corán para ello. El estado de Buda es, a fin de cuentas, la esencia de ser humano cuando ha pasado por el crisol. Todas las flores alcanzan su estado de flor. Un perro salvaje o una cigocabra ciega alcanzan el estado que les es propio en cuanto perro o cigocabra. Un lugar, cualquier lugar, tiene la condición de lugar. Sólo la humanidad lucha para devenir lo que es y fracasa en ello. Las razones son muchas y complejas, pero todas surgen del hecho de que hemos evolucionado como uno de los órganos autovidentes de un universo evolutivo. ¿Puede el ojo verse a sí mismo?
Aenea hace una pausa y en el silencio oímos el rumor del trueno más allá del risco. El monzón se contiene por unos días, pero su llegada es inminente. Trato de imaginar estos edificios, montañas, riscos, cables, puentes, senderos y andamiajes cubiertos de hielo y amortajados por la niebla. La idea me causa escalofríos.
—Buda comprendió que podíamos percibir el Vacío Que Vincula al silenciar la algarabía de lo cotidiano —continúa Aenea—. En ese sentido, el satori es un gran silencio satisfactorio después de escuchar el atronador equipo de audio de un vecino durante días o meses. Pero el Vacío Que Vincula es más que silencio, es el comienzo de la audición. Aprender el idioma de los muertos es la primera tarea de los que entran en el Vacío.
»Jesús de Nazaret entró en el Vacío Que Vincula. Lo sabemos. Su voz es una de las más claras entre quienes hablan el idioma de los muertos. Permaneció el tiempo suficiente para pasar al segundo nivel de responsabilidad y esfuerzo, aprender el idioma de los vivos. Lo aprendió tan bien que oyó la música de las esferas. Pudo montar las impetuosas olas probabilísticas hasta ver su propia muerte y tuvo el valor de no evitarla cuando pudo hacerlo. Y sabemos que al menos en una ocasión, mientras moría en la cruz, aprendió a dar ese primer paso, a atravesar la red espaciotemporal del Vacío Que Vincula, saltando al futuro para presentarse ante sus amigos y discípulos desde la cruz donde agonizaba.
»Liberado de las restricciones del tiempo al vislumbrar la atemporalidad del Vacío Que Vincula, Jesús comprendió que él era la clave… no sus enseñanzas, ni las escrituras basadas en sus ideas, ni la servil adulación de él o del Dios del Antiguo Testamento, un Dios en quien creía con firmeza y que de pronto había evolucionado, sino él, Jesús, un hombre humano cuyas células contenían la clave para abrir el portal. Jesús sabía que la aptitud para abrir esa puerta no residía en su mente ni en su alma sino en su piel, sus huesos y sus células… literalmente, en su ADN.
»Cuando Jesús de Nazaret pidió a sus discípulos que bebieran su sangre y comieran su cuerpo durante la Última Cena, no hablaba en parábolas ni pedía una transustanciación mágica ni preparaba la escena para siglos de representación simbólica. Jesús quería que bebieran su sangre, unas gotas en una gran jarra de vino, y comieran su cuerpo, unos fragmentos de piel en una hogaza de pan. Se dio a sí mismo del modo más literal, sabiendo que quienes bebieran su sangre compartirían su ADN y podrían percibir el poder del Vacío Que Vincula el universo.
»Y así fue para algunos de sus discípulos. Pero, enfrentados con percepciones e impresiones que no estaban capacitados para asimilar ni poner en contexto, enloquecidos por las incesantes voces de los muertos y sus propias reacciones ante el idioma de los muertos, incapaces de transmitir a otros la música de su sangre, estos discípulos acudieron al dogma, reduciendo lo inexpresable a burdas palabras y pomposos sermones, a reglas estrictas y virulencia retórica. Y la visión palideció y se disipó. El portal se cerró.
Aenea hace otra pausa y bebe agua de un tazón de madera. Noto por primera vez que Rachel, Theo y otros están llorando. Giro para mirar a mis espaldas. A. Bettik está de pie en la puerta abierta, atento a las palabras de nuestra joven amiga. El androide se sostiene el muñón con la mano derecha. Me pregunto si le duele.
—Extrañamente —continúa Aenea—, los primeros hijos de Vieja Tierra que redescubrieron la clave del Vacío Que Vincula fueron las inteligencias autónomas del TecnoNúcleo. En su intento de guiar su destino por medio de una evolución forzada cuyo ritmo era un millón de veces más rápido que la evolución biológica humana, encontraron el código ADN para ver el Vacío… aunque «ver» no es la palabra correcta. Tal vez «resonar» exprese mejor el sentido.
»Pero aunque el Núcleo podía sentir y explorar los perfiles del Vacío y enviar sondas a la realidad multidimensional postHawking, no lo comprendía. El Vacío Que Vincula exige un nivel de empatía sentiente que el Núcleo no se ha molestado en desarrollar. El primer paso hacia el auténtico satori en el Vacío es aprender el idioma de los muertos amados, y el Núcleo no tiene muertos amados. El Vacío Que Vincula era como una bella pintura para un ciego que decide quemarla para calentarse, o como una sinfonía de Beethoven para un sordo que siente la vibración y construye un suelo más fuerte para eliminarla.
»En vez de usar el Vacío Que Vincula como el medio que es, el TecnoNúcleo le arrancó fragmentos y los ofreció a la humanidad como tecnologías ingeniosas. El impulso Hawking no evolucionó a partir de la obra del antiguo maestro Stephen Hawking, como decía el Núcleo, sino que era una perversión de sus hallazgos. Las naves Hawking que crearon la Red de Mundos y permitieron la existencia de la Hegemonía funcionaban abriendo boquetes en la no-tela del linde del Vacío, un vandalismo menor, pero vandalismo al fin. Los teleyectores eran otra cosa. Aquí mis símiles no servirán, amigos míos, pues aprender a cruzar el Vacío Que Vincula es como aprender a caminar sobre el agua, si perdonáis esta soberbia bíblica, mientras que los teleyectores del TecnoNúcleo equivalían a vaciar los océanos para construir carreteras en el fondo del mar: los túneles teleyectores atentaban contra miles de millones de años de crecimiento orgánico en los límites del Vacío. Era como pavimentar grandes claros en un bosque verde y vital… aunque esa comparación tampoco sirve, porque el bosque tendría que estar constituido por los recuerdos y voces de los millones que hemos amado y perdido, y las carreteras pavimentadas tendrían que tener miles de kilómetros de anchura, para que comprendáis mínimamente el daño causado.
»La ultralínea que permitía la comunicación instantánea en la Hegemonía también era una perversión del Vacío Que Vincula. De nuevo mis símiles son torpes e ineptos, pero imaginemos una tribu de aborígenes descubriendo una vasta red electromagnética de comunicaciones, estudios, holocámaras, equipo de sonido, generadores, transmisores, satélites, receptores y proyectores, y desmantelando y destruyendo todo para usar los restos como banderas de señales. Es peor que eso. Es peor que los días anteriores a la Hégira en Vieja Tierra, cuando los gigantescos buques petroleros y las naves oceánicas de la humanidad ensordecían a las ballenas del mundo llenando sus mares con ruidos mecánicos, ahogando así sus cantos de vida, destruyendo un millón de años de historia evolutiva del canto antes de que los seres humanos supieran que era canto. Todas las ballenas decidieron morir después de eso; no murieron porque las cazaran en busca de alimento y aceite, sino porque destruyeron sus canciones.
Aenea recobra el aliento. Flexiona los dedos como si tuviera las manos acalambradas. Cuando mira en torno, nos toca con los ojos.
—Lo lamento —dice—. Estoy divagando. Baste decir que, con la Caída de los Teleyectores, las demás razas que usaban el Vacío decidieron detener el vandalismo de la ultralínea. Tiempo atrás estas otras razas habían enviado observadores a vivir entre nosotros.
De pronto hay susurros y murmullos. Aenea sonríe y espera a que se calmen.
—Lo sé —dice—. La idea también me sorprendió, aunque lo sabía desde antes de nacer. Estos observadores cumplen una función importante… decidir si se puede permitir que la humanidad se una a ellos en el Vacío Que Vincula, o si sólo somos vándalos. Uno de esos observadores recomendó que la Vieja Tierra fuera trasladada antes de que el Núcleo pudiera destruirla. Y uno de estos observadores diseñó las pruebas y simulaciones realizadas en Vieja Tierra durante los últimos tres siglos de su exilio en la Nube Magallánica Menor, para entender mejor a nuestra especie y mensurar nuestra empatía.
»Estas otras razas también enviaron observadores (espías, si se quiere) para habitar entre los elementos del Núcleo. Sabían que las manipulaciones del Núcleo habían deteriorado los lindes del Vacío. Pero también saben que nosotros creamos el Núcleo. Muchos de ellos —¿cómo llamarlos… residentes, colaboradores, cocreadores?—, en el Vacío Que Vincula, son ex construcciones de silicio, inteligencias autónomas no orgánicas. Pero no como las que hoy gobiernan el TecnoNúcleo. Ninguna raza sentiente puede apreciar el Vacío sin haber desarrollado empatía.
Aenea alza las rodillas, apoya los codos, se inclina hacia delante.
—Mi padre, el cíbrido John Keats, fue creado por esta razón —dice, y aunque su voz conserva la serenidad, detecto la emoción—. Como he explicado antes, el Núcleo está en una guerra civil constante, y casi todas las entidades luchan por sí mismas y por nadie más. Es un caso de hiperhiperhiperparasitismo elevado a la décima potencia. Sus presas, otros elementos del Núcleo, no son muertos sino asimilados, pues devoran sus materiales genéticos codificados, recuerdos, softwares y secuencias reproductivas. El elemento del Núcleo devorado aún «vive», pero como un subcomponente del elemento victorioso, que pronto persigue a otro en busca de más componentes. Las alianzas son precarias. No hay filosofías, credos ni objetivos finales, sólo medidas provisionales para afinar las estrategias de supervivencia. En el Núcleo cada acción es resultado de un juego de suma cero que se ha jugado desde que los elementos del Núcleo alcanzaron la autoconciencia. La mayoría de los elementos del Núcleo sólo puede habérselas con el género humano en ese planteo de suma cero, afinando su estrategia parasitaria en relación con nosotros. Lo que ellos ganan, nosotros lo perdemos. Lo que nosotros ganamos, ellos lo pierden.
»Con los siglos, no obstante, algunos elementos del Núcleo han llegado a comprender el verdadero potencial del Vacío Que Vincula. Entienden que su inteligencia sin empatía no puede formar parte de esa amalgama de razas vivientes y pasadas. Entienden que el Vacío Que Vincula es menos una construcción que un producto evolutivo, como un arrecife de coral, y que nunca encontrarán refugio allí a menos que cambien algunos parámetros de su propia existencia.
»Así evolucionaron algunos miembros del Núcleo. Supervivientes desesperados, carentes de altruismo, que comprendieron que el único modo de ganar definitivamente su interminable juego de suma cero era detener el juego. Y para detener el juego tenían que adquirir empatía.
»El Núcleo sabe lo que Teilhard de Chardin y otros sentimentalistas se negaban a reconocer: que la evolución no es progreso, que no hay "meta" ni dirección de la evolución. La evolución es cambio. La evolución tiene "éxito" si el cambio adapta mejor alguna hoja o rama de su árbol de la vida a las condiciones del universo. Para que esa evolución tenga "éxito" para estos elementos del Núcleo, tendrían que abandonar su parasitismo de suma cero y descubrir la auténtica simbiosis. Tendrían que iniciar una franca coevolución con la raza humana.
»Primero los elementos renegados del Núcleo siguieron absorbiendo material para desarrollar mayor propensión a la empatía. Reescribieron su propio código hasta donde pudieron. Luego crearon el cíbrido John Keats, un intento pleno de simular un organismo empático con el cuerpo y el ADN de un ser humano, y las memorias y la personalidad almacenadas en el Núcleo. Elementos conflictivos destruyeron al primer cíbrido Keats. El segundo se creó a imagen del primero. Contrató a mi madre, una detective privada, para que lo ayudara a desentrañar el misterio de la muerte del primer cíbrido.
Aenea sonríe y por un momento parece olvidarse de nosotros y su narración. Parece evocar viejos recuerdos. Una vez dijo, durante nuestro viaje de Hyperion en la vieja nave del cónsul: «Raul, vertieron en mí las memorias de mi madre y mi padre antes de que naciera, aun antes de que fuera un auténtico feto. ¿Te puedes imaginar algo más destructivo para la personalidad que ser inundada con las vidas de otros aun antes de iniciar la propia? Con razón estoy tan desquiciada».
A mí no me parece desquiciada en este momento, pero yo la amo más que a la vida.
—El contrató a mi madre para resolver el misterio de la muerte de su propia personalidad —continúa—, pero en verdad sabía lo que había ocurrido con su yo anterior. Su verdadero motivo para contratar a mi madre era conocerla, estar con ella, ser el amante de mi madre. —Aenea calla un instante y sonríe, viendo cosas lejanas—. Mi tío Martin no contó bien esa parte en sus enrevesados Cantos. Mis padres se casaron y creo que el tío Martin no lo puso… los casó el arzobispo del Templo del Alcaudón en Lusus. Era una secta pero era legal, y el matrimonio de mis padres habría sido legal en doscientos mundos de la Hegemonía. —Sonríe de nuevo, mirándome—. Seré bastarda en muchos sentidos, pero no lo era al nacer.
»Así que se casaron, yo fui concebida, quizás antes de esa ceremonia, y luego elementos respaldados por el Núcleo asesinaron a mi padre antes de que mi madre pudiera iniciar el peregrinaje del Alcaudón en Hyperion. Y allí habría cesado todo contacto entre mi padre y yo, salvo por dos cosas. Su personalidad fue capturada en un bucle Schrön que se implantó detrás de la oreja de mi madre. Durante unos meses ella estuvo doblemente encinta: en el vientre me tenía a mí y en el bucle Schrön tenía a mi padre, la segunda personalidad John Keats. No podía comunicarse directamente con mi madre mientras estuviera encerrado en el bucle Schrön, pero se comunicaba conmigo. Lo difícil era definir qué era «yo» en esa etapa. Mi padre ayudó entrando en el Vacío Que Vincula y llevando consigo mi «yo» fetal. Vi lo que «yo» iba a ser, quién iba a ser, incluso cómo moriría, antes de que mis dedos estuvieran plenamente formados.
»Y hubo otro detalle que el tío Martin excluyó de sus Cantos. El día en que abatieron a mi padre en la escalinata del Templo del Alcaudón en Lusus, mi madre quedó cubierta con su sangre, el ADN reconstruido y mejorado en el Núcleo de John Keats. En aquel momento ella no comprendió que esa sangre era literalmente el recurso más precioso del universo humano en ese instante. El ADN de Keats estaba diseñado para contagiar a otros su don, el acceso al Vacío. Mezclado apropiadamente con ADN totalmente humano, ofrecería el don de una sangre que abriría el portal del Vacío Que Vincula a toda la raza humana.
»Yo soy esa mezcla. Traigo la capacidad genética para llegar al Vacío desde el TecnoNúcleo y también la poco usada capacidad humana para percibir el universo a través de la empatía. Para bien o para mal, los que beban de mi sangre nunca más verán el universo o el mundo del mismo modo.
Aenea se pone de rodillas en la estera tatami. Theo le lleva un paño blanco. Rachel vierte vino unto de una jarra en siete copas grandes. Aenea saca un pequeño bulto de su suéter —reconozco un kit médico de la nave— y extrae una lanceta esterilizada y un parche antiséptico. Antes de clavarse la lanceta, mira a la multitud. No se oye nada. Es como si el centenar de personas contuviera el aliento.
—No hay garantía de felicidad, sabiduría ni larga vida si bebéis de mí esta noche —murmura—. No hay nirvana. No hay salvación. No hay trasmundo. No hay renacer. Sólo hay un inmenso conocimiento, del corazón y de la mente, y el potencial para grandes descubrimientos, grandes aventuras y una garantía de nuevas dosis del dolor y del terror que constituyen gran parte de nuestra breve vida.
Mira de rostro en rostro, sonriendo al encontrar la mirada del Dalai Lama niño.
—Algunos de vosotros —dice— habéis asistido a todas nuestras sesiones durante el último año. Os he dicho lo que sé sobre aprender el idioma de los muertos, aprender el idioma de los vivos, aprender a oír la música de las esferas, aprender a dar el primer paso.
Me mira a mí.
—Algunos sólo habéis oído algunas de estas discusiones. No estabais aquí cuando comenté la verdadera función del cruciforme de la Iglesia ni la verdadera identidad del Alcaudón. No habéis oído los detalles relacionados con el idioma de los muertos y las otras cargas que impone entrar en el Vacío Que Vincula. Si tenéis dudas o reservas, os aconsejo esperar. Para el resto, lo repetiré: no soy una mesías, sino una maestra. Si lo que os he enseñado en estos meses os suena verdadero, y si deseáis correr este riesgo, bebed de mí esta noche. Os advierto que el ADN que nos permite percibir el Vacío Que Vincula no puede coexistir con el cruciforme. Ese parásito se marchitará y morirá a las veinticuatro horas de beber de mi sangre. Nunca más crecerá dentro de vosotros. Si buscáis la resurrección a través del cruciforme, no bebáis la sangre de mi cuerpo contenida en este vino.
»Y sabed que os convertiréis, como yo, en enemigos despreciados y perseguidos de Pax. Vuestra sangre será contagiosa. Los que deseen compartirla, los que opten por encontrar el Vacío Que Vincula a través del ADN compartido, también serán despreciados.
»Por último, sabed que, una vez que hayáis bebido este vino, vuestros hijos nacerán con la capacidad para entrar en el Vacío Que Vincula. Para bien o para mal, vuestros hijos y los hijos de ellos nacerán conociendo el idioma de los muertos y el idioma de los vivos, oyendo la música de las esferas, y sabiendo que pueden dar un primer paso en el Vacío Que Vincula.
Aenea se pincha el dedo con la lanceta. Una gota de sangre es visible a la luz del farol. Rachel extiende una copa mientras la gota de sangre se diluye en el vino. Hacen lo mismo con la otra copa, y así hasta que las siete copas quedan… ¿contaminadas? ¿Transustanciadas? Siento vértigo. Mi corazón palpita con algo parecido a la alarma. Esto parece una desaforada parodia de la Sagrada Comunión de la Iglesia Católica. ¿Mi joven amiga, mi querida amante, mi amada… se ha vuelto loca? ¿De veras cree que es una mesías? No, acaba de decir que no lo es. ¿Y yo creo que seré transformado para siempre al beber vino que contiene un millonésimo de la sangre de mi amada? No lo sé. No entiendo.
La mitad de los presentes forman fila para beber de las copas. ¿Cálices? Esto es blasfemia. No está bien. ¿O sí? Beben un sorbo y regresan a sus esteras. Nadie parece energizado ni iluminado. Ninguno irradia luz después de beber el vino. Nadie levita ni habla en lenguas. Todos beben y se sientan.
Comprendo que he titubeado, tratando de detectar la mirada de Aenea. Tengo tantas preguntas… Con retraso, sintiendo que he traicionado a alguien en quien debería confiar sin reservas, avanzo hacia la fila.
Aenea me ve. Alza la mano un instante. El sentido es claro: Ahora no, Raul. Todavía no. Vacilo de nuevo, pensando que estos otros, estos extraños, iniciarán una intimidad con mi amada que yo no puedo compartir. Agitado y ruborizado, regreso a mi estera.
La velada no tiene un final formal. La gente empieza a dispersarse. Una pareja —ella bebió el vino, él no— se marcha abrazada como si nada hubiera cambiado. Tal vez nada haya cambiado. Tal vez el rito de comunión que acabo de presenciar es pura metáfora y simbolismo, o autosugestión y autohipnosis. Tal vez los que se empeñen en percibir algo llamado el Vacío Que Vincula tengan una experiencia interior que los convenza de que ha sucedido. Tal vez sean meras pamplinas.
Me acaricio la frente. Tengo una gran jaqueca. Por suerte no bebí el vino, pienso. A veces el vino me provoca migraña. Río entre dientes, me siento mal y vacío, abandonado.
—No olvidéis —dice Rachel— que mañana al mediodía se colocará la última piedra del alero. Habrá una fiesta en la plataforma superior. Traed refrigerios.
Y así termina la velada. Subo a nuestro dormitorio con una mezcla de euforia, ansiedad, aflicción, vergüenza, excitación y jaqueca. Admito que no entendí la mitad de las explicaciones de Aenea, pero me marcho con una vaga sensación de decepción y desconcierto. Estoy seguro, por ejemplo, de que la Última Cena de Jesucristo no terminó con una invitación para un jolgorio en la plataforma superior.
Río y me trago la risa. Última Cena. Eso suena muy mal. De nuevo siento palpitaciones y dolor de cabeza. No es el mejor modo de entrar en el dormitorio de una amante.
El aire helado de la plataforma superior me despeja un poco. Oráculo es sólo una astilla sobre los enormes cúmulos del este. Las estrellas lucen frías esta noche.
Estoy por entrar en nuestra habitación y encender el farol cuando los cielos estallan.