17

La noche en que A. Bettik y yo traemos la noticia de la llegada de Pax, Aenea abandona su grupo de discusión, se nos acerca y escucha atentamente.

—Chim Din dice que el Dalai Lama les ha permitido ocupar la vieja gompa del Lago de las Nutrias —digo—, a la sombra del Shivling.

Aenea no dice nada.

—No les permiten usar sus máquinas voladoras —continúo—, pero pueden caminar por cualquier parte de la provincia. Cualquier parte.

Aenea asiente. Quiero aferrarla y sacudirla.

—Eso significa que pronto sabrán de tu existencia, pequeña —exclamo—. Dentro de semanas, quizá días, tendremos misioneros espiando y enviando informes al Enclave de Pax. —Suspiro—. Mierda, tendremos suerte si son sólo misioneros y no soldados.

Aenea calla otro minuto.

—Ya tenemos suerte de que no sea la Comisión de Justicia y Paz —dice al cabo.

—¿Qué es eso? —pregunto. Aenea la ha mencionado antes.

Aenea sacude la cabeza.

—Nada que tenga importancia inmediata, Raul. Deben tener alguna otra misión aquí, aparte de eliminar las heterodoxias.

En los primeros días Aenea me habló de las luchas que se libraban en el espacio de Pax: una revuelta palestina en Marte que terminó cuando Pax evacuó el planeta y lanzó bombas nucleares desde la órbita, rebeliones de comerciantes libres en los Territorios del Anillo de Lambert y Mare Infinitus, guerras continuas en Ixión y muchos otros mundos. Vector Renacimiento, con sus enormes bases de Pax y sus bares y burdeles, había sido un avispero de rumores e informes. Y como la mayoría de las naves de línea de la flota eran ahora arcángeles tipo Gedeón, la noticia habitualmente sólo tenía unos días.

Uno de los rumores más extraños que había oído Aenea antes de llegar a T'ien Shan era que por lo menos uno de esos arcángeles había desertado, escapando al espacio éxter, y ahora invadía el espacio de Pax para atacar convoyes de Pax Mercantilus —incapacitándolos en vez de destruir los cargueros tripulados— y fastidiar a los grupos de Pax que se disponían a agredir a los éxters más allá de la Gran Muralla. Durante las últimas semanas que Aenea y A. Bettik pasaron en Vector Renacimiento, circulaba el rumor de que las bases de la flota de allí corrían peligro. Otros rumores sugerían que muchos elementos de la flota permanecían en el sistema de Pacem para defender el Vaticano. Al margen de todo lo demás, era indudable que los ataques del Rafael habían retrasado varios años la cruzada de Su Santidad contra los éxters.

Pero nada de eso parece importante ahora, mientras espero la respuesta de Aenea ante la noticia de que Pax ha llegado a T'ien Shan. ¿Qué haremos ahora? ¿Teleyectarnos a otro mundo?

En vez de hablar de lucha, Aenea dice:

—El Dalai Lama realizará una ceremonia para dar la bienvenida a los funcionarios de Pax.

—¿Y?

—Y tenemos que conseguir una invitación.

Creo que estoy boquiabierto. Aenea me toca el hombro.

—Encárgate de ello —dice—. Hablaré con Charles Chi-kyap Kempo y Kempo Ngha Wang Tashi para asegurarme de que nos incluyan en un grupo que sea invitado a la ceremonia.

Me quedo atónito mientras ella regresa al grupo de discusión. Rostros plácidos y expectantes aguardan en silencio bajo la tenue luz de los faroles.

Leo estas palabras en micropergamino; recuerdo haberlas escrito en mis últimos días en la celda de Schrödinger que gira en órbita de Armaghast, recuerdo haberlas escrito con prisa, con la certidumbre de que las leyes de la probabilidad y la mecánica cuántica pronto llenarían de cianuro mi cerrado universo, y me asombro del tiempo presente de la narración. Entonces recuerdo el porqué de esa elección.

Cuando me sentenciaron a morir en la caja de Schrödinger —en realidad es un ovoide— me permitieron llevar muy pocas cosas a mi exilio terminal. La ropa era mía. Me habían dado un pequeño felpudo para el suelo de mi celda de Schrödinger. Era una alfombra antigua de menos de dos metros de longitud y uno de anchura, deshilachada, con un extremo cortado. Era una réplica de la alfombra voladora del cónsul. Yo había perdido la original en Mare Infinitus muchos años antes y los detalles de cómo regresó a mí ya se revelarán en mi relato. Le había entregado la alfombra voladora a A. Bettik, pero a mis torturadores debió divertirles adornar mi celda de muerte con esta copia inservible de una alfombra voladora.

Me dejaron la ropa, la falsa alfombra voladora y el disco que había sacado de la nave en T'ien Shan. La unidad de comunicaciones estaba anulada —de todos modos, no podía transmitir a través del casquete energético de la caja de Schrödinger, ni tenía nadie a quien llamar— pero la memoria del disco —cuidadosamente examinada durante mi juicio inquisitorial— estaba intacta. Fue en T'ien Shan donde comencé a escribir notas y redactar mi diario.

En mi caja de Schrödinger usé estas notas desde la pizarra, revisándolas antes de escribir esta sección personalísima, y creo que la inmediatez de las notas me indujo a usar el presente narrativo. Todos mis recuerdos de Aenea son vividos, pero algunos de los recuerdos invocados por estas notas, escritas apresuradamente al cabo de un largo día de trabajo o aventura en T'ien Shan, eran tan conmovedores que me hicieron llorar con renovada aflicción. Reviví esos momentos al escribir esas palabras.

Y algunas sesiones de sus grupos de discusión estaban grabadas literalmente en el disco. Los reproduje durante mis últimos días, tan sólo para oír de nuevo la suave voz de Aenea.

—Háblanos del TecnoNúcleo —pide uno de los monjes durante la hora de discusión, en la noche de la llegada de Pax—. Por favor, háblanos del Núcleo.

Aenea titubea sólo un instante, inclinando la cabeza como si ordenara sus pensamientos.

—Érase una vez —comienza. Siempre inicia así sus largas explicaciones—. Érase una vez, hace más de mil años, antes de la Hégira, antes del Gran Error del año 08, en que las únicas inteligencias autónomas que conocíamos los humanos eran los humanos. Entonces pensábamos que si la humanidad creaba otra inteligencia sería resultado de un enorme proyecto, una gran masa de silicio y antiguos dispositivos de amplificación, cambio y detección llamados transistores, chips, placas de circuitos… una máquina con muchos circuitos imitaría la forma y función del cerebro humano.

»Pero las IAs no evolucionaron de ese modo. Se puede decir que se asomaron a la existencia cuando los humanos mirábamos hacia otro lado.

»Ahora tenéis que imaginar una Vieja Tierra anterior a las colonias humanas en otros mundos. Sin motor Hawking. Sin vuelo interplanetario digno de ese nombre. Literalmente teníamos todos los huevos en el mismo cesto, y ese cesto era el encantador mundo acuático blancoazulado de Vieja Tierra.

»A fines del siglo veinte de la era cristiana, ese pequeño mundo tenía una tosca esfera de datos. Las telecomunicaciones planetarias habían evolucionado hasta formar un sistema descentralizado de viejos ordenadores con base de silicio que no exigían organización ni jerarquía, que no exigían nada salvo un protocolo común de comunicaciones. La creación de una mente de colmena con memoria distribuida fue luego inevitable.

»Los primeros antepasados lineales de las personalidades del Núcleo actual no eran proyectos para crear inteligencia artificial, sino esfuerzos incidentales para simular vida artificial. En la década de 1940, el bisabuelo del TecnoNúcleo, un matemático llamado John von Neumann, había realizado todas las pruebas de la autorréplica artificial. En cuanto las primeros ordenadores con base de silicio fueron tan pequeños como para que los individuos pudieran jugar con ellos, aficionados curiosos comenzaron a practicar la biología sintética dentro de los límites de los ciclos de proceso de estas máquinas. La hipervida (autorreproducción, almacenaje de información, interacción, metabolización, evolución) comenzó a existir en la década de 1960. A fines de ese siglo superó los límites de las máquinas individuales, desplazándose a la embrionaria esfera de datos planetaria que llamaban Internet o Web.

»Las primeras IAs eran obtusas como el barro. O quizá sea mejor decir que eran obtusas como la vida celular primitiva que había en el barro. Algunas de las primeras hipercriaturas que flotaban en el cálido medio de la esfera de datos, que también evolucionaba, eran organismos de 80 bytes insertados en un bloque de RAM dentro de un ordenador virtual, un ordenador simulado por un ordenador. Uno de los primeros humanos en arrojar una de esas criaturas al océano de la esfera de datos se llamaba Tom Ray y no era un experto en IA ni un programador ni un hacker, sino un biólogo, coleccionista de insectos, botánico y observador de aves, alguien que había pasado años juntando hormigas en la jungla para un científico pre-Hégira llamado E. O. Wilson. Observando hormigas, Tom Ray se interesó en la evolución y se preguntó si, en vez de simular la evolución en un ordenador, podría usarlo para crear auténtica evolución. Ninguno de los hackers con quienes habló tenía interés en esa idea, así que aprendió programación por su cuenta. Los hackers decían que los ordenadores generaban continuamente secuencias de código que evolucionaban y mutaban. Eran los bugs y los programas estropeados. Si las secuencias de códigos de Tom Ray evolucionaban formando otra cosa, le aseguraron, sin duda serían disfuncionales, inviables como la mayoría de las mutaciones, y sólo arruinarían el funcionamiento del software. Así que Tom Ray creó un ordenador virtual, un ordenador simulado dentro del ordenador real, para crear estas secuencias de códigos. Y creó una criatura con una secuencia de código de 80 bytes que podía reproducirse, morir y evolucionar en su ordenador virtual.

»La criatura de 80 bytes se copió a sí misma y se duplicó. Estas células protoIA de 80 bytes habrían llenado rápidamente su universo virtual, como algas en una Tierra primitiva y fecunda, pero Tom Ray puso una fecha de expiración a cada criatura. En otras palabras, les dio edad e introdujo un verdugo al que llamó la Parca. La Parca recorría el universo virtual y eliminaba las criaturas viejas y los mutantes inviables.

»Pero la evolución, como es inevitable, trató de ser más lista que la Parca. Una criatura mutante de 79 bytes no sólo resultó ser viable, sino que pronto se reprodujo y se expandió con más celeridad que las de 80 bytes. Las hipervidas, antepasados de las IAs del Núcleo, acababan de nacer pero ya estaban perfeccionando sus genomas. Pronto evolucionó un organismo de 45 bytes que eliminó las formas de vida artificiales anteriores. A Tom Ray le pareció raro. Las criaturas de 45 bytes no incluían código suficiente para permitir la reproducción. Más aún, las criaturas de 45 bytes se extinguían a medida que desaparecían las de 80. Tom Ray hizo la autopsia de una criatura de 45 bytes.

»Resultó ser que todas las criaturas de 45 bytes eran parasitarias. Tomaban el código reproductivo necesario de las de 80 para copiarse a sí mismas. Las de 79 bytes eran inmunes al parásito. Pero a medida que las criaturas de 80 y 45 bytes se extinguían en su espiral coevolutiva descendente, apareció un mutante de las de 45. Era un parásito de 51 bytes y podía buscar su presa entre las vitales criaturas de 79 bytes, y así continuaron las cosas.

»Menciono todo esto porque es importante comprender que, ya desde la aparición de la vida y la inteligencia artificiales, esa vida era parasitaria. Era más que parasitaria… hiperparasitaria. Cada nueva mutación conducía a parásitos que podían valerse de parásitos anteriores. Al cabo de miles de millones de generaciones (es decir, ciclos del CPU) esta vida artificial se había vuelto hiperhiperhiperparasitaria. Meses después de crear la hipervida, Tom Ray descubrió criaturas de 22 bytes que florecían en su medio virtual, criaturas tan algorítmicamente eficientes que los programadores humanos, ante el reto de Tom Ray, apenas pudieron crear una versión de 31 bytes. A sólo meses de su creación, las criaturas de hipervida habían desarrollado una eficiencia que sus creadores no podían imitar.

»A principios del siglo veintiuno había en Vieja Tierra una próspera biosfera de vida artificial, tanto en la esfera de datos como en la macroesfera de la vida humana. Aunque la informática ADN, las memorias de burbuja, el proceso paralelo en frentes ondulatorios y las hiperredes estaban en pañales, los diseñadores humanos habían creado entidades de silicio de notable ingenio. Y los habían creado por miles de millones. Los chips estaban por doquier, desde sillas y latas de habichuelas, en los estantes de las tiendas, hasta vehículos terrestres y prótesis humanas. El tamaño de las máquinas se había reducido tanto que un hogar o una oficina contenía miles de ellas. Una silla reconocía al usuario cuando se sentaba, abría el archivo que necesitaba en su tosco ordenador de silicio, hablaba con el chip de una cafetera para calentar el café, permitía que la red de telecomunicaciones se encargara de las llamadas, faxes y mensajes de correo electrónico sin molestar al operario, interactuaba con el ordenador principal de la casa o la oficina para que la temperatura fuera óptima y demás. En sus tiendas, los microchips de las latas de judías se encargaban de los cambios de precio, pedían más provisiones de sí mismas cuando escaseaban, rastreaban los hábitos de compra del consumidor, interactuaban con la tienda y las demás mercancías. Esta red de interacción se volvió tan compleja y activa como las burbujas y la espuma del caldo orgánico de los océanos primitivos de Vieja Tierra.

»Cuarenta años después de la célula artificial de 80 bytes de Tom Ray, los humanos se acostumbraron a interactuar con un sinfín de formas de vida artificiales en sus coches, oficinas, ascensores… incluso en sus cuerpos, a medida que los monitores médicos y los protoempalmes evolucionaban hacia la auténtica nanotecnología.

»El TecnoNúcleo cobró existencia autónoma durante este período. La humanidad había comprendido que la vida artificial y la inteligencia artificial necesitaban ser autónomas para ser efectivas. Debían evolucionar y diversificarse como la vida orgánica lo había hecho en el planeta. Y así lo hizo. Además de la biosfera que rodeaba el planeta, la hipervida envolvía ahora el mundo en una esfera de datos viviente. El Núcleo no sólo evolucionó como entidad abstracta en el flujo de información de la esfera de datos, sino en las interacciones de mil millones de micromáquinas autónomas que realizaban sus prosaicas tareas en el macromundo humano.

»La humanidad y el multifacético Núcleo pronto se volvieron tan simbióticos como las acacias y esas hormigas que protegen, podan y propagan la acacia como única fuente de alimentos. Esto se conoce como coevolución, y los humanos entienden que funciona en el nivel celular, pues gran parte de la vida orgánica de Vieja Tierra fue creada y perfeccionada por la danza coevolutiva. Pero allí donde los humanos veían una cómoda simbiosis, las primeras entidades IA sólo veían, si eran capaces de ver, nuevas oportunidades para el parasitismo.

»Aunque apagaran los ordenadores, aunque borraran los programas de software, la mente de colmena del protoNúcleo ya se había desplazado a la emergente esfera de datos, y eso sólo se podía borrar con una catástrofe planetaria.

»El Núcleo al fin brindó esa catástrofe en el Gran Error del 08, pero no sin antes diversificar su medio y trascender la escala planetaria.

»Los primeros experimentos con el motor Hawking, dirigidos y comprendidos sólo por los elementos avanzados del Núcleo, habían revelado la existencia del espacio Planck, el Vacío Que Vincula. Las IAs de entonces, con base de ADN, con estructura ondulatoria, impulsadas por algoritmos genéticos, con funciones paralelas, completaron la construcción de las primeras naves Hawking e iniciaron el diseño de la red de teleyectores.

»Los seres humanos siempre vieron el motor Hawking como un atajo en el tiempo y el espacio, una realización del viejo sueño del hipermotor. Consideraban los portales teleyectores como cómodos agujeros en el espaciotiempo. Éste era el prejuicio humano, sostenido por sus propios modelos matemáticos y confirmado por las IAs más potentes del Núcleo. Todo era mentira.

»El espacio Planck, el Vacío Que Vincula, es un medio multidimensional con su propia realidad y, como el Núcleo aprendería pronto, con su propia topografía. El motor Hawking no es un motor en el sentido clásico, sino un dispositivo de entrada que roza la topografía Planck sólo el tiempo suficiente para cambiar coordenadas en el continuo espaciotemporal tetradimensional. Los portales teleyectores, en cambio, permiten entrar en el Vacío Que Vincula.

»Para los humanos, la realidad era obvia: uno atravesaba un agujero del espacio-tiempo y salía instantáneamente por otro agujero teleyector. Mi tío Martin tenía una casa con teleyectores, con habitaciones contiguas en varios mundos. Los teleyectores crearon la Red de Mundos de la Hegemonía. Otro invento, la ultralínea, el medio de comunicaciones ultralumínicas, permitía una comunicación instantánea entre sistemas estelares. Se cumplían todos los requisitos para una sociedad interestelar.

»Pero el Núcleo no perfeccionó el motor Hawking, el teleyector ni la ultralínea para comodidad humana. Más aún, el Núcleo nunca perfeccionó nada en sus tratos con el Vacío Que Vincula.

»El Núcleo sabía desde el principio que el motor Hawking era sólo un intento fallido de entrar en el espacio Planck. Impulsar naves espaciales con el motor Hawking era como impulsar un buque con explosiones que le obligaran a montar las olas. Toscamente efectivo, pero sumamente ineficiente. Sabía que, a pesar de las apariencias y su pretensión de haberlos creado, no había millones de portales teleyectores durante el ápice de la Red de Mundos… sólo uno. Todos los portales eran en realidad una sola puerta de entrada en el espacio Planck, manipulada a través del espacio-tiempo para brindar la ilusión de muchas puertas. Si el Núcleo hubiera querido explicar la verdad a la humanidad, podría haber usado la analogía de un haz de linterna moviéndose rápidamente en una habitación cerrada: no muchas fuentes de luz, sólo una en rápida transición. Nunca se molestó en explicarlo. Más aún, ha guardado el secreto hasta hoy.

»Y el Núcleo sabía que la topografía del Vacío Que Vincula podía ser modulada para transmitir información instantáneamente, por ultralínea, pero que esto era un uso torpe y destructivo del espacio Planck, como comunicarse de un extremo al otro de un continente por medio de terremotos artificiales. Pero ofreció el servicio de ultralínea a la humanidad sin dar explicaciones, porque le convenía. Tenía sus propios planes para el espacio Planck.

»Desde sus primeros experimentos el Núcleo comprendió que el Vacío Que Vincula era el medio perfecto para su propia existencia. Su red de datos ya no tenía que depender de la comunicación electromagnética, la banda angosta, ni siquiera de la emisión de neutrinos modulados. Ya no necesitarían seres humanos ni sondas robot para viajar a las estrellas y expandir los parámetros físicos de esa red. Con sólo desplazar los elementos primarios del Núcleo al Vacío Que Vincula, las IAs tendrían un escondrijo seguro para ocultarse de sus rivales orgánicos, un escondrijo que estaba en todas partes y en ninguna parte.

»Mientras las personalidades del Núcleo emigraban de las esferas de datos humanas a la megaesfera del Vacío Que Vincula, descubrieron que el espacio Planck no era un universo desierto. Detrás de sus colinas metadimensionales y en las honduras de sus arroyos de espacio cuántico plegado acechaba algo. Alguien. Allí había inteligencias. El Núcleo exploró, pero retrocedió con espanto ante el poder potencial de esos Otros. Eran los leones y tigres y osos mencionados por Ummon, la personalidad del Núcleo que afirmaba haber creado y matado a mi padre.

»La retirada del Núcleo fue tan precipitada, su reconocimiento del universo Planck tan incompleto, que ignoraba en qué parte del espacio-tiempo real moraban estos leones y tigres y osos… si siquiera existían en tiempo real. Las IAs del Núcleo tampoco pudieron averiguar si los Otros habían evolucionado a partir de la vida orgánica, como la humanidad, o de la vida artificial, como ellas. Pero un breve atisbo les había mostrado que esos Otros podían manipular el tiempo y el espacio con la misma facilidad con que los seres humanos antaño manipulaban el acero y el hierro. Ese poder era incomprensible. El Núcleo se replegó, presa del pánico.

»Esto sucedió mientras el Núcleo iniciaba la operación para destruir Vieja Tierra. El poema de mi tío Martin cuenta que el Núcleo dispuso el Gran Error del Año 08, cuando el grupo de Kiev soltó "accidentalmente" un agujero negro en las entrañas de Vieja Tierra, pero no habla del pánico que sintió el Núcleo al descubrir los leones y tigres y osos, porque mi tío no sabía esto, ni cuenta que el Núcleo se apresuró a detener la planeada destrucción de Vieja Tierra. No fue fácil sacar un voraz agujero negro del núcleo del planeta, pero el Núcleo elaboró un medio y actuó deprisa.

»Luego el planeta natal desapareció. No fue destruido, como creyeron los humanos, ni salvado como deseaba el Núcleo… sólo se fue. El Núcleo sabía que los leones y tigres y osos tenían que ser los que habían capturado la Tierra, pero ignoraban cómo, dónde y por qué. Calcularon la cantidad de energía necesaria para teleyectar todo un planeta y de nuevo temblaron de miedo. Aquellas inteligencias podían volar el núcleo de una galaxia y usarlo como fuente energética con tanta facilidad como los humanos podían encender una fogata en una noche fría. Las entidades del Núcleo se asustaron tanto que defecaron ladrillos de hipervida.

»Aquí debería explicar por qué el Núcleo intentó destruir la Tierra y luego trató de salvarla. Las razones se remontan a las criaturas de 80 bytes de RAM de Tom Ray. Como he explicado, la vida y la inteligencia que evolucionaron en la esfera de datos no conocían más forma de evolución que el parasitismo, el hiperparasitismo y el hiperhiperhiperhiperparasitismo. Pero el Núcleo era consciente de las limitaciones del parasitismo absoluto y sabía que el único modo en que podía trascender el status de parásito y la psicología parasitaria era evolucionar de cara al universo físico, es decir, tener cuerpos físicos además de personalidades abstractas. El Núcleo tenía entradas sensoriales múltiples y podía crear redes neuronales, pero para la evolución no parasitaria necesitaba un sistema constante y coordinado de circuitos neuronales de realimentación. Ojos, orejas, lenguas, brazos, dedos… cuerpos.

»El Núcleo creó cíbridos con esa finalidad, cuerpos nacidos del ADN humano y conectados a sus personalidades por ultralínea, pero los cíbridos eran difíciles de controlar y se volvían extraños cuando operaban en un entorno humano. Los cíbridos nunca se sentirían cómodos en mundos habitados por miles de millones de seres humanos que habían evolucionado orgánicamente. Así el Núcleo trazó sus preplanees para destruir Vieja Tierra y diezmar la raza humana en un factor del noventa por ciento.

»El Núcleo tenía planes para incorporar a los supervivientes de la raza humana a su universo habitado por cíbridos después de la muerte de Vieja Tierra, para usarlos como ADN de reserva y mano de obra esclava, tal como nosotros usábamos a los androides, pero el descubrimiento de los leones y tigres y osos y el pánico provocado por el espacio Planck complicó esos planes. Hasta no evaluar y eliminar la amenaza de los Otros, el Núcleo tendría que mantener su relación parasitaria con la humanidad. Diseñó los teleyectores de la Red de Mundos con ese propósito. Para los humanos, el viaje por teleyector era instantáneo. Pero en la topografía atemporal del espacio Planck, el tiempo de estancia subjetivo podía ser tan largo como deseara el Núcleo. El Núcleo escarbó en miles de millones de cerebros humanos durante ese período, usando mentes humanas millones de veces cada día estándar, para crear una vasta red neuronal con sus propios propósitos informáticos. Cada vez que un humano atravesaba un portal teleyector, era como si el Núcleo abriera el cráneo de esa persona, le extrajera la materia gris, pusiera el cerebro en un banco de trabajo y lo conectara con miles de millones de cerebros en un gigantesco ordenador orgánico de proceso en paralelo. Los humanos daban ese paso por el espacio Planck en un instante subjetivo de su tiempo y nunca notaron este inconveniente.

»Ummon le dijo a mi padre, el cíbrido John Keats, que el Núcleo consistía en tres grupos conflictivos: los Máximos, obsesionados con la creación de su propio dios, la Inteligencia Máxima; los Volátiles, que deseaban eliminar la humanidad y continuar con su objetivos; y los Estables, que deseaban mantener el statu quo. Esta explicación era una mentira total.

»No había ni hay tres grupos en el TecnoNúcleo, sino millones. El Núcleo es la máxima anarquía, el hiperparasitismo elevado a su máxima potencia. Los elementos del Núcleo compiten por el poder en alianzas que pueden durar siglos o microsegundos. Miles de millones de personalidades parasitarias ascienden y descienden en perversas alianzas construidas para controlar o predecir los hechos. Las personalidades del Núcleo se niegan a morir a menos que las obliguen (el ataque de Meina Gladstone contra el medio teleyector no sólo causó la caída de los teleyectores, sino que mató a millones de personalidades del Núcleo que aspiraban a la inmortalidad) pero los individuos no se entregan sin pelear. Al mismo tiempo, la hipervida del Núcleo necesita la muerte para su propia evolución. Pero la muerte, en el universo del Núcleo, tiene sus propios planes.

»El programa Parca que Tom Ray creó hace más de mil años todavía existe en el Núcleo, mutado en un millón de formas alternativas. Ummon nunca mencionó las Parcas como una facción del Núcleo, pero representan un bloque mucho más grande que los Máximos. Las Parcas crearon e inicialmente controlaron el artefacto físico conocido como Alcaudón.

»Es interesante aclarar que las personalidades del Núcleo que sobreviven a las Parcas no lo hacen sólo mediante el parasitismo, sino mediante un parasitismo necrófilo. Esta es la técnica por la cual las formas originales de 22 bytes lograron evolucionar y sobrevivir en la máquina virtual de Tom Ray hace tantos siglos, robando el código desperdigado de otras criaturas que fueron segadas por la guadaña de la Parca cuando se reproducían. Los parásitos del Núcleo no sólo tienen relaciones sexuales, sino que las tienen con los muertos. Así es como millones de personalidades mutadas del Núcleo sobreviven hoy… por medio del hiperparasitismo necrófilo.

»¿Qué quiere el Núcleo de la humanidad? ¿Por qué ha revitalizado la Iglesia Católica y permitido que exista Pax? ¿Cómo funcionan los cruciformes y cómo sirven al Núcleo? ¿Cómo funciona el motor Gedeón y cuál es su efecto en el Vacío Que Vincula? ¿Y cómo se enfrenta el Núcleo a la amenaza de los leones y tigres y osos?

»Hablaremos de estas cosas en otra oportunidad.

Es el día en que nos enteramos de la llegada de Pax y yo estoy trabajando en uno de los andamiajes altos.

Creo que al principio Rachel, Theo, Jigme Norbu, George Tsarong y los demás dudaban de que yo pudiera ganarme el pan en las obras de Hsuan'k'ung Ssu. Admito que yo tenía mis propias dudas al contemplar el duro trabajo y la destreza de los demás. Pero después de aprender los rudimentos —escalando en laderas, salientes, cables, andamios, deslizaderos—, me ofrecí para trabajar voluntariamente y me dieron la oportunidad de fracasar. No fracasé.

Aenea sabía que yo había sido aprendiz de Avrol Hume, no sólo creando jardines en las grandes fincas del Pico sino trabajando la piedra y la madera para palacetes y puentes, miradores y torres. Esa experiencia me fue útil aquí, y a las dos semanas había pasado al grupo selecto de obreros que trabajaban en las plataformas más altas. El diseño de Aenea permitía que las estructuras más altas se elevaran hasta el gran saliente y se integraran a la roca por medio de sendas y parapetos. En esto trabajamos ahora, cincelando piedra y colocando ladrillos para la senda del borde, los andamios peligrosamente inclinados sobre el vacío. En tres meses he perdido peso mientras ganaba fuerza, agilidad, rapidez en mis reflejos y lucidez en mis juicios, gracias a mi trabajo en paredes de roca abrupta y resbaladizos escalones de bambú.

Lhomo Dondrub, el habilidoso volador y escalador, se ha ofrecido subir al extremo del saliente para fijar puntos de anclaje para los últimos metros de andamios, y en la última hora Viki Groselj, Kirn Byung-Soon, Haruyuki Otaki, Kenshiro Endo, Changchi Kenchung, Labsang Samten y otros albañiles y obreros hemos mirado mientras Lhomo se mueve sobre la roca sin protección, como la proverbial mosca de Vieja Tierra, flexionando los poderosos brazos y piernas bajo el delgado material de su equipo, tres puntos en contacto con la piedra vertical mientras su mano o su pie libre busca un punto de apoyo, una mínima fisura o grieta donde insertar una clavija para nuestro apoyo. Observarlo es aterrador, pero también es un privilegio, como si pudiéramos regresar en una máquina del tiempo para ver a Picasso pintando o George Wu leyendo poesía o Meina Gladstone dando un discurso. Más de una vez creo que Lhomo se soltará y caerá —tardaría minutos en llegar hasta las venenosas nubes de abajo—, pero logra sostenerse mágicamente, o encontrar un punto de fricción, o milagrosamente descubre una fisura donde puede meter la mano o un dedo para sustentar todo su cuerpo.

Al fin termina. Las líneas están fijas y los cables seguros, y Lhomo desciende a su punto fijo anterior, atraviesa cinco metros lateralmente, cae en la abrazadera y desciende a nuestra plataforma como un superhéroe legendario en su aterrizaje. Labsang Samten le alcanza un vaso de cerveza de arroz helada. Kenshiro y Viki le palmean la espalda. Changchi Kenchung, el maestro carpintero de bigotes encerados, se pone a cantar un procaz canto de alabanza. Yo sacudo la cabeza y sonrío como un idiota. Es un día estimulante. El cielo es una cúpula azul y la Sagrada Montaña del Norte, Heng Shan, reluce a través de las nubes. Aenea dice que la estación de las lluvias llegará dentro de pocos días —un monzón del sur traerá meses de lluvia, roca resbaladiza y nieve—, pero eso parece improbable y lejano en un día tan perfecto.

Alguien me toca el hombro. Aenea. Se ha pasado la mañana en el andamiaje o colgando de su arnés frente a la pared de roca, supervisando el trabajo en la senda y los parapetos.

Todavía sonrío por la experiencia vicaria de observar a Lhomo.

—Los cables están preparados —digo—. Otros tres o cuatro días buenos y tendremos la senda de madera. Luego tu plataforma final —señalo el borde del saliente— y listo. Tu proyecto estará concluido, salvo por la pintura y el acabado, pequeña.

Aenea asiente pero es obvio que no está pensando en las felicitaciones a Lhomo ni en la terminación inminente de su año de trabajo.

—¿Puedes venir a caminar conmigo un minuto, Raul?

La sigo por las escalerillas hasta uno de los niveles fijos y una cornisa de piedra. Avecillas verdes echan a volar mientras pasamos.

Desde este ángulo, el Templo Suspendido en el Aire es una obra de arte. La madera pintada de rojo oscuro reluce. Las escaleras, barandas y adornos geométricos son elegantes y complejos. Muchas pagodas tienen abiertas sus paredes shoji y sábanas y banderas flamean en la brisa cálida. Hay ocho altares en el templo; en orden ascendente por las sendas, cada altar representa un paso en la Noble Óctuple Vía identificada por Buda: los altares suben sobre tres ejes relacionados con los tres tramos de la Vía: Sabiduría, Moralidad y Meditación. En el eje ascendente de la Sabiduría están los altares de meditación para el «Entendimiento Recto» y el «Pensamiento Recto».

En el eje de la Moralidad están el «Lenguaje Recto», la «Acción Recta», la «Vida Recta» y el «Esfuerzo Recto». Sólo se puede llegar a estos altares de meditación subiendo por una escalerilla en vez de una escalera: como una noche me explicaron Aenea y Kempo Ngha Wang Tashi, Buda pretendía que esta vía fuera de compromiso laborioso e ineludible.

Las más altas pagodas de Meditación se dedican a la contemplación de los dos últimos pasos de la Noble Óctuple Vía: «Mentalidad Recta» y «Meditación Recta». Esta última pagoda, noté de inmediato, sólo da sobre la pared de piedra del peñasco.

También había notado que en el templo no había estatuas de Buda. Lo poco que Grandam me había explicado sobre el budismo cuando le pregunté en mi infancia —habiendo encontrado la referencia en un viejo libro de la biblioteca del brezal— era que los budistas rezaban a estatuas de Buda. Le pregunté a Aenea dónde estaban.

Me explicó que en Vieja Tierra el pensamiento budista se agrupaba en dos categorías principales: el Hinayana o «vehículo menor» —en el sentido de vehículo de salvación— era una escuela más antigua calificada con este término peyorativo por las escuelas más populares del Mahayana o «vehículo mayor». Una vez habían existido dieciocho escuelas de enseñanza Hinayana, todas las cuales consideraban a Buda un maestro y exhortaban a la contemplación y estudio de sus enseñanzas más que a su adoración, pero en la época del Gran Error sólo sobrevivía una de esas escuelas, la Theravada, y sólo en partes remotas de Sri Lanka y Tailandia, dos provincias políticas de Vieja Tierra asoladas por la enfermedad y el hambre. Las demás escuelas budistas que se unieron a la Hégira pertenecían a la categoría Mahayana, que se concentraba en la veneración de estatuas budistas, la meditación para la salvación, las túnicas color azafrán y el resto de la utilería que me había descrito Grandam.

Pero Aenea me explicó que en T'ien Shan, el mundo más budista del Confín o la vieja Hegemonía, el budismo había regresado a la racionalidad, la contemplación, el estudio y el análisis atento y abierto de las enseñanzas de Buda. Por eso no hay estatuas del Buda en Hsuan'k'ung Ssu.

Nos detenemos en el extremo de la cornisa. Las aves vuelan debajo de nosotros, esperando que nos vayamos para regresar a sus nidos.

—¿Qué pasa, pequeña?

—La recepción en el Palacio de Invierno de Potala será mañana por la noche —dice Aenea. Tiene la cara roja y polvorienta por su trabajo en el andamiaje. Noto que tiene un rasguño en la frente con gotas de sangre—. Charles Chikyap Kempo está organizando una comitiva oficial que no podrá incluir más de diez personas. Irán Kempo Ngha Wang Tashi, el supervisor Tsipon Shakabpa, y Gyalo, primo del Dalai Lama, su hermano Labsang, Lhomo Dondrub, porque el Dalai Lama ha oído hablar de sus hazañas y desea conocerle, Tromo Trochi de Dhomu como agente comercial, y uno de los capataces en representación de los trabajadores… George o Jigme.

—No me imagino a uno yendo sin el otro.

—Yo tampoco —dice Aenea—. Pero creo que tendrá que ser George. Él habla. Tal vez Jigme entre con nosotros y espere fuera del palacio.

—Ésos son ocho.

Aenea me coge la mano. El trabajo le ha encallecido las manos, pero aún así me parecen los dedos humanos más suaves y elegantes del universo conocido.

—Yo soy la número nueve —dice—. Habrá una gran multitud allá, representantes de todos los poblados y provincias del hemisferio. Es probable que no nos acerquemos a veinte metros de la gente de Pax.

—O que seamos los primeros en ser presentados. La ley de Murphy y todo eso.

—Sí —dice Aenea, y la sonrisa que veo es exactamente la que había visto en mi amiga cuando ella tenía once años y nos esperaba algo inusitado y quizá peligroso—. ¿Quieres ir como mi pareja?

Suspiro.

—No me lo perdería por nada —respondo.