XVIII
BAJO TIERRA

arreit ojab

4 de diciembre, 11:02 am
Shisur

Painter yacía tumbado en la azotea del edificio de hormigón, con la capa metida entre las piernas y los extremos del pañuelo por dentro de la ropa. No quería que ningún fleco de su vestimenta delatara su posición.

Esperaba que el helicóptero diera otra vuelta de reconocimiento por la ciudad para dispararle, ya que era de suponer que el aparato estuviera equipado con visión nocturna. El destello incandescente de los disparos revelaría su situación. Aguardaba con el rifle de francotirador Galil pegado a la mejilla y apoyado sobre un bípode. El arma israelí, que le prestó una Rahim, era capaz de acertar un disparo a la cabeza a trescientos metros. Pero no con aquella tempestad, no con tan poca visibilidad. Necesitaba que el helicóptero se acercara.

Painter permaneció tumbado a la espera.

El helicóptero debía estar arriba en alguna parte, al acecho. Un cazador aéreo oculto en la tempestad. Cualquier movimiento y abriría fuego con su metralleta doble.

Painter divisó el resplandor en la profundidad de la tempestad, en dirección a las ruinas. Era un segundo helicóptero. Ojalá que Safia y Omaha permanecieran con la cabeza agachada. Antes había tratado de Ponerse en contacto con ellos por radio, cuando comenzó a sospechar el peligro, pero algo bloqueó la señal. Puede que fueran interferencias procedentes de la carga estática de la tempestad. Intentó alcanzarles a pie, pero los helicópteros estaban ojo avizor ante cualquier cosa que se moviera.

Si había pájaros en el aire, no podía tratarse de una mera rueda de reconocimiento. Cassandra había aprendido algo de su error y había decidido movilizar todas sus fuerzas.

La radio del coche emitía con un rumor estático el canal que se había quedado abierto. Las palabras surgieron del sonido blanco.

—Comandante. —Era Coral, que enviaba un mensaje desde el campo—. Tal y como sospechaba, vienen por todas partes. Están rastreando edificio a edificio.

Painter tapó el transmisor y confió en que la tempestad mantuviera la privacidad de esas palabras.

—¿Y los niños y las mujeres mayores?

—Están listos. Barak espera la señal.

Painter escrutó los cielos.

—¿Dónde estás?

Era preciso eliminar al helicóptero para tener alguna oportunidad de burlar la soga que aprisionaba la ciudad. El plan consistía en alejarse de las ruinas por el oeste y recoger a Safia y a Omaha por el camino cuando la tempestad se desatara por completo. A pesar de que ésta empeoraba a cada minuto, no podía cubrir su retirada. Si dejaban las ruinas atrás, quizás Cassandra se sintiera suficientemente satisfecha y no se esforzara tanto por perseguirles. Si pudieran regresar a las montañas…

Painter sintió cómo la furia crecía en su interior. Odiaba tener que replegarse y conceder la victoria a Cassandra en ese lugar. Sobre todo, tras el descubrimiento de la cámara secreta en el interior de la dolina. Estaba convencido de que Cassandra trasladaría allí un potente equipamiento de excavación. Había algo ahí abajo. Las Rahim eran la prueba viviente de un hecho extraordinario. Su única esperanza era huir con Safia y que Cassandra se retrasara lo suficiente para que le diera tiempo a alertar a alguien de Washington, alguien en quien pudiera confiar.

Y esa persona no era alguien de la estructura de mando de Sigma.

La ira aumentó dentro de él y le provocó un ardor en el vientre. Ya había tenido suficiente. Todos ellos habían tenido de sobra. Su mente regresó a Safia. Aún podía sentir el latido de su corazón bajo la hoja que apretó contra su cuello. Recordó cómo luego ella le miró a los ojos, como si se tratase de un extraño. Pero ¿qué esperaba de él? Ése era su trabajo.

A veces hay que tomar decisiones difíciles, e incluso realizar acciones más duras. Como ahora.

Según el informe de Coral sobre las tropas que se aproximaban a los alrededores de la ciudad, estarían cercados en pocos minutos. Ya no podía esperar más a que el helicóptero apareciera, tendría que atraerlo.

—Novak, ¿el conejo está preparado para correr?

—Así es, a tus órdenes, comandante.

—Suéltalo.

Painter esperó, aguardaba los disparos; con un ojo miraba a través de la lente telescópica y con el otro acechaba el cielo. Una luz resplandeciente irrumpió en la ciudad, procedente de una puerta abierta. Los detalles se desdibujaban, pero, a través de sus prismáticos de visión nocturna, la luz adquiría un aspecto brillante. Una máquina emitía un gemido ronco.

—Deja que corra —ordenó Painter.

—El conejo está suelto.

Desde el edificio, estalló otro ciclón de arena. Su paso sólo se evidenciaba por un resplandor que se desplazaba velozmente por el callejón, entre los edificios. Se movía en zigzag por el entramado de calles. Painter escrutó el cielo, tanto a los lados como encima de él.

Y entonces apareció, abalanzándose como un tiburón.

Las metralletas del helicóptero despidieron fogonazos contra la tempestad.

Painter apuntó con el rifle, ayudado por la fuente de los disparos, y apretó el gatillo. El culatazo le golpeó en el hombro como la coz de una mula. No esperó. Lanzó otros tres disparos, los oídos le zumbaban.

Entonces vio la llamarada. Un segundo después, una explosión iluminó la tempestad. Los restos inflamados saltaron en todas direcciones, pero el trozo más grande cayó por un camino empinado hasta dar con un edificio, iluminándose con mayor fuerza y estrellándose en la carretera.

—¡Adelante! —gritó Painter por la radio.

Se colgó el rifle al hombro y cayó rodando por el borde del tejado la mullida arena amortiguó la caída. Por todas partes, escuchó los motores de los vehículos rugir preparados, las luces de los faros se encendieron. Las motos y los buggys irrumpieron desde los callejones, cobertizos y entradas de los edificios. Una moto pasó rozando a Painter, con una mujer inclinada sobre el manillar, y otra, que iba sentada detrás, cargada con un rifle en el hombro. Las mujeres iban dejando una estela a su paso mientras se cubrían las espaldas.

Kara apareció por una entrada con una niña en brazos. Otros la seguían. Barak ayudaba a una anciana y a otras dos que se sujetaban mutuamente. Clay y Danny llevaban a una niña cogida de cada mano. No se escuchaba ni un gemido de ninguna de ellas. Ni siquiera de Clay.

—Seguidme —dijo Painter antes de salir.

Se colgó de nuevo el rifle del hombro, pero asió una pistola con cada mano.

Al dar la vuelta a la esquina del refugio, sonó una descarga de disparos procedentes de las ruinas. A través de la penumbra, entrevió un reflector. Era el segundo helicóptero.

—¡Dios mío! —dijo Kara tras de ellos, pues sabía lo que esos disparos significaban.

Habían encontrado a Safia y a Omaha.

11:12 am

—¡Corre! —gritó Omaha mientras huían hacia el fondo de la dolina, aunque sus palabras nunca llegaron a sus propios oídos. El estrépito de las armas resultaba ensordecedor. Empujaba a Safia por delante de él, y corrían cegados por el remolino de arena, perseguidos por una doble línea de balas que mascaba el pavimento.

Justo delante apareció la escarpa occidental de la dolina, cubierta por las sombras de las ruinas de la ciudadela. El talud terminaba en un crestón encovado. Si pudieran llegar al interior del borde de la roca, fuera de la línea directa de fuego, podrían refugiarse.

Safia corría a un brazo de distancia de él, algo incómoda por el portafusil y el fuerte viento que le enredaba la capa entre los pies. La arena les cegaba. Ni siquiera habían tenido tiempo para guardar las gafas de visión nocturna.

Momentos antes habían decidido que el helicóptero era el menor de los males. El polvorín de la cámara de trilitos significaba una muerte segura, así que optaron por correr.

El estruendo de las armas incrementó según se acercaba a sus espaldas el helicóptero.

La única razón por la que aún seguían vivos era la tempestad de arena. El piloto trataba por todos los medios de mantener el aparato en el aire, que se zarandeaba como un colibrí en un vendaval. La tempestad parecía zafarse de los propósitos del piloto.

Huían en busca de refugio, pero corrían a ciegas.

Omaha pensaba que las balas le harían pedazos, pero, si se diera el caso, aunque fuera con su último aliento, pondría a Safia a salvo. No fue necesario.

De pronto, los disparos se extinguieron, como si el aparato se hubiera quedado sin municiones. El repentino silencio llamó la atención de Omaha por detrás de su hombro, aunque los oídos aún le pitaban. El reflector del helicóptero se desvió y el aparato se batió en retirada.

Como iba mirando hacia atrás, tropezó con una piedra y se cayó estrepitosamente.

—¡Omaha!

Safia regresó para ayudarle. Él la apartó.

—¡Corre a refugiarte!

Omaha la siguió cojeando con el tobillo ardiente de dolor, torcido, distendido, aunque esperaba que no estuviera roto. Se maldijo por la estupidez que acababa de cometer.

El helicóptero se retiró hasta el otro lado de la dolina. Les había perdonado la vida, de lo contrario, no lo habrían conseguido. Pero, ¿por qué había vuelto atrás? ¿Qué demonios estaba pasando?

11:13 am

—¡Águila Uno, no dispares al maldito objetivo! —gritó Cassandra por la radio mientras daba un puñetazo al reposabrazos de su asiento del tractor oruga M4. Tenía la mirada fija en el círculo azul de la pantalla de su portátil, que indicaba la posición del transmisor de la conservadora. Momentos antes, había comenzado a parpadear.

Los disparos habían obligado a Safia a salir de su escondite.

Águila Uno respondió, la voz del piloto sonaba entrecortada:

—He tenido que parar. Hay dos y no sé cuál de ellos es el objetivo.

Cassandra había reaccionado a tiempo. Se imaginó al piloto cargándose a la mujer. La conservadora era su mejor baza para descubrir rápidamente todos los secretos del lugar y huir con el tesoro. Y aquel estúpido piloto casi acaba con ella.

—Déjalos a los dos —ordenó—. Vigila el agujero del que han salido.

Cualquier cueva en la que se hubiera metido la conservadora debía ser importante.

Cassandra se acercó a la pantalla para observar mejor el destello azul. Safia seguía en la dolina gigante. Daba igual adonde fuera, Cassandra la encontraría. Aunque la mujer se adentrara en otra cueva, Cassandra descubriría la entrada.

Se dirigió al conductor del tractor, John Kane:

—Vamos para allá.

Con el motor aún encendido, empujó la palanca de cambio. El tractor dio una sacudida y comenzó a ascender lentamente por la duna que les separaba del pueblo de Shisur. Cassandra se había sentado en la parte trasera y posaba con firmeza una mano sobre el portátil.

Cuando alcanzaron la cima de la duna, el morro del tractor se sacudió en el aire y luego cayó sobre la otra ladera. Ante ellos apareció el valle de Shisur, aunque no se veía más allá de un par de metros con los faros de xenón del vehículo. La tormenta se tragaba el resto.

Tan sólo algunos destellos brillantes indicaban la ubicación de la ciudad. También se escuchaban vehículos circulando. El fuego abierto entre sus tropas y alguna facción desconocida continuaba con el enfrentamiento.

A lo lejos, se podían escuchar ecos de disparos esporádicos. El capitán de la tropa de asalto había informado por radio:

—Parece que son todo mujeres.

No tenía sentido. Cassandra aún recordaba a la mujer a la que había perseguido a través de los callejones de Mascate. La que desapareció ante sus ojos. ¿Existiría alguna relación?

Cassandra sacudió la cabeza. Ya no importaba. Aquella era la batalla final y no pensaba tolerar que nadie frustrara sus planes.

Mientras contemplaba el espectáculo de luces en la oscuridad, cogió la radio y se dirigió al jefe de la artillería:

—Batería de asalto, ¿estáis en posición?

—Sí, mi capitán. Listos para encender las velas cuando lo ordene.

Cassandra consultó el portátil. El círculo azul del transmisor seguía en la dolina. Todo lo demás estaba tranquilo. Buscaran lo que buscaran, debía encontrarse entre las ruinas donde se encontraba la conservadora.

Cassandra alzó la mirada y observó el resplandor que provocaban las luces temblorosas de Shisur. Levantó el aparato de radio, llamó a las tropas de asalto y ordenó la retirada. Luego volvió a ponerse en contacto con el capitán de artillería.

—Arrasad la ciudad.

11:15 am

Mientras Painter guiaba a los demás lejos del poblado por la entrada a las ruinas, escuchó el primer silbido, que atravesó el rugido de la tormenta.

Se tambaleó cuando el primer proyectil alcanzó el pueblo. Una bola de fuego estalló en el cielo e iluminó la tempestad y una parte de la población durante unos instantes. El estruendo reverberó en su abdomen. Escuchó gritos a su alrededor, y luego más silbidos inundaron el aire.

Misiles y morteros.

Nunca hubiera sospechado que Cassandra poseyera semejante arsenal en sus manos.

Painter buscó a tientas la radio:

—¡Coral, a cubierto!

La ventaja de la sorpresa provocada con la repentina aparición de los vehículos escondidos se había esfumado. Había llegado la hora de evacuar.

Todas las luces de los vehículos de la población se habían extinguido Bajo la protección de la oscuridad, las mujeres se refugiaron en las ruinas. Cayeron más misiles, que estallaron en salvajes espirales de fuego avivadas por el viento.

—¡Coral! —gritó por la radio.

No hubo respuesta.

Barak lo agarró del brazo.

—Saben dónde está el punto de encuentro.

Painter se dio la vuelta. Volvió a sentir más sacudidas en el estómago.

En la dolina, se habían silenciado los disparos procedentes del segundo helicóptero. ¿Qué estaba ocurriendo?

11:17 am

Safia se acurrucaba junto a Omaha bajo uno de los pliegues de la roca. Las bombas provocaban el desprendimiento de pequeñas piedras de las ruinas de la ciudadela situada en la cima de la torca, sobre sus cabezas.

Hacia el sur, el cielo se había enrojecido por las explosiones. Otro estallido reverberó a través del rugido de la tormenta. Estaban destruyendo la ciudad. ¿Habrían tenido tiempo los demás para escapar? Safia y Omaha habían olvidado las radios en la cámara de trilitos. No podían saber de ningún modo qué suerte habían corrido los demás: Painter, Kara…

Recostado junto a ella, Omaha soportaba el mayor peso de su cuerpo sobre el pie derecho. Le había visto caer cuando huían. Se había torcido el tobillo.

Omaha farfulló a través del pañuelo:

—Podrías seguir corriendo.

Estaba agotada y le dolía el hombro.

—El helicóptero…

Aún rondaba por la dolina. El foco se había apagado, pero podían oírlo. Seguía un circuito cerrado sobre la arena que les mantenía presos.

—El piloto ha interrumpido el ataque. Seguramente está medio cegado por la tempestad. Mantente pegada a la pared y corre todo lo que puedas… Yo puedo tirar al aire desde aquí.

Omaha conservaba la pistola.

—No me iré sin ti —susurró Safia. Su afirmación no era del todo altruista. Le apretó la mano para sentir su fuerza.

Él trató de liberar su mano.

—Olvídalo. Lo único que haría sería entorpecer tu huida.

Ella le asió aún más fuerte.

—No… No puedo dejarte atrás.

De repente, él comprendió el significado profundo de sus palabras: era puro pánico. Él la abrazó. Safia necesitaba sentir su fortaleza y Omaha se la mostró.

El helicóptero inspeccionaba el terreno desde lo alto. De repente, el tintineo del rotor sonó más alto. Se dirigía hacia el centro de la dolina. No lo podían ver, pero sí intuir su trayectoria por los golpes que iba dando.

Se reclinó hacia Omaha. Había olvidado la amplitud de sus hombros y lo bien que se sentía entre ellos. Mirando por encima del hombro de él, Safia descubrió una luz azul parpadeante que atravesaba la dolina, un juego de luces.

—¡Dios mío!

Se agarró a Omaha aún con más fuerza.

—Safi —cuchicheó Omaha cerca de su oído—. Después de lo de Tel Aviv…

La explosión suprimió cualquier palabra que pudiera venir después. Un muro de aire abrasador les empujó contra la pared, haciéndoles caer de rodillas. Se produjo un enorme resplandor; acto seguido, desapareció cualquier tipo de visión.

Las piedras llovían a su alrededor. Sonó un crujido tremendo sobre sus cabezas. Una roca inmensa golpeó el saliente que les refugiaba y se precipitó contra la arena. Cayeron más piedras, un torrente de rocas. Prácticamente cegada, Safia sintió algo bajo sus rodillas. Un movimiento de tierras.

La ciudadela se estaba viniendo abajo.

11:21 am

Painter había alcanzado el borde de la dolina cuando se produjo la explosión. El único aviso había sido un centelleo azul que provenía del fondo de la hondonada. A continuación, una columna de fuego azul cerúleo manó de la abertura de la cámara iluminando todos sus rincones y empujando la tempestad con su destello y su soplo ardiente. La tierra tembló bajo sus pies.

Sintió cómo la ráfaga de aire abrasador, confinado por las paredes de la profunda dolina, le golpeaba la cara hacia arriba, aunque la corriente posterior le tiró al suelo.

Escuchó lamentos a su alrededor.

La columna de fuego cerúleo alcanzó de pleno al último helicóptero, lanzándolo hacia el firmamento y haciéndolo voltear. El depósito del combustible explotó, produciendo una llamarada roja que ascendió de manera espectacular hacia el cielo. Los restos del helicóptero se esparcieron, pero no en pedazos, sino en forma de chorro líquido de fuego fundido. El aparato se derritió al completo con un baño de cobalto incandescente.

Después, desde el borde meridional de la dolina, Painter contempló las ruinas de la ciudadela, que pendían precariamente por encima del borde occidental, y de las que se desprendían algunas partes hacia el interior de la fosa. Debajo, iluminadas por las bolas de fuego que se iban apagando, dos figuras yacían sobre el suelo amenazadas por una lluvia de rocas.

11:22 am

Algo aturdido, Omaha cubrió a Safia con su cuerpo. Ella tenía un brazo bajo los hombros de él. Trataban de protegerse de la arena. Los ojos le lloraban por la quemadura residual de las retinas, pero la visión regresó paulatinamente. Primero vio un leve resplandor azulado. Luego, sombras oscuras que caían a su alrededor y cubrían la arena, algunas de ellas incluso rebotaban. Era una lluvia de piedras, una maldición bíblica.

—¡Tenemos que ponernos a salvo! —gritó Safia. Su voz sonaba como si estuviera bajo el agua.

Algo le golpeó la pierna buena por detrás. Ambos estaban tirados en la arena. Un sonido profundo retumbaba a sus espaldas, por encima de ellos, un dios enfadado.

—¡Se está derrumbando!

11:23 am

Painter corrió apresuradamente por el sendero de la dolina.

A su izquierda, la mitad de la ciudadela se precipitaba hacia el abismo en medio de un alarmante crujido y un terrible estruendo, vertiendo rocas y arena al fondo de la fosa. Painter había presenciado un deslizamiento de lodo durante una tormenta de lluvia, toda una ladera licuada.

Aquello era lo mismo, solo que un poco más lento, ya que la roca se resiste algo más.

En medio de la oscuridad de la tempestad, divisó a Safia y Omaha, que avanzaban poco a poco para tratar de huir de la avalancha que se aproximaba lentamente hacia ellos. Volvieron a caerse cuando Omaha recibió otro golpe en el hombro y rodó por el suelo.

Painter no les alcanzaría a tiempo.

Escuchó un gruñido ronco a sus espaldas:

—¡Fuera de mi camino!

Alguien le tiró a tierra. Una luz se encendió y le apuntó a la cara. Estaba cegado, pero un segundo le bastó para reaccionar.

La moto de arena se deslizó por su lado cuesta abajo, arrojando gravilla y arena a su paso. Se desvió de la senda a tres metros del fondo, la rueda delantera se elevó en el aire mientras la trasera seguía girando. Aterrizó rebotando y retorciéndose en la arena, para luego continuar avanzando.

Painter siguió descendiendo por el sendero.

Había reconocido a la conductora inclinada sobre el manillar. Era Coral Novak, protegida por una capa y unas gafas. La capucha caída dejaba su cabello rubio al viento.

Painter fue tras ella, mientras observaba cómo la motocicleta rodaba junto a la avalancha. El faro alumbraba de un lado a otro conforme Coral iba sorteando los obstáculos. Cuando alcanzó a la pareja, frenó derrapando. La oyó gritar:

—¡Agarraos fuerte!

Luego salió disparada huyendo de la lluvia de piedras con Omaha y Safia sujetos a la parte posterior del asiento, con las piernas colgando. Lograron apartarse de las rocas deslizantes.

Painter alcanzó el fondo, a salvo del tumulto de piedra y arena. Cuando llegó, todo había pasado. El colapso entre la colina y la fortaleza se había detenido, y el abrupto precipicio se había transformado en una suave pendiente.

Bordeando el amplio delta de arena y rocas volcadas, Painter corrió hacia la moto, que se había parado. Safia se encontraba ya de pie, Omaha se aguantaba con una mano al asiento y Coral se había bajado de la motocicleta.

Todos ellos permanecieron observando el agujero que se mostraba ante ellos. Desprendía un extraño vapor como si se tratase de la entrada al infierno. Ahí era por donde la cámara de trilitos se abriera en una ocasión, pero ahora, la apertura sólo medía tres metros de ancho, y el agua salía a borbotones. El faro de la moto iluminó la superficie húmeda. Ante la mirada de Painter, el agua desapareció repentinamente, secándose en un momento. El hecho que acababa de acontecer hizo enmudecer a todos.

11:23 am

Cassandra tenía la mirada clavada en el parabrisas del tractor M4. Un minuto antes, habían observado cómo un resplandor azul se elevaba hacia el cielo desde algún punto situado justo delante de ellos. En dirección a las ruinas.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Kane desde el asiento del conductor.

El tractor se detuvo a cien metros. A su izquierda, decenas de fragmentos en llamas ardían por todo el pueblo, y justo delante de ellos, las ruinas habían desaparecido de nuevo en la penumbra, perdidas en la tempestad.

—Eso no lo ha hecho ninguno de nuestros morteros —dijo Kane.

Ni que lo jures. Cassandra estudió su portátil. La luz del transmisor de la conservadora seguía en la pantalla, aunque ahora parpadeaba como si hubiera algún tipo de interferencia. ¿Qué estaba ocurriendo? Trató de comunicarse por radio con la única persona que lo podía saber.

—Águila Uno, ¿me recibes?

Esperó una respuesta que no se produjo. Kane sacudió la cabeza:

—Los dos pájaros han caído.

—Ordena que despeguen otros dos helicópteros. Quiero cobertura aérea.

Kane titubeó. Cassandra sabía por qué estaba preocupado. La tempestad, aunque ya golpeaba con fuerza, sólo acababa de comenzar. Lo peor aún estaba por llegar. El frente costero procedente del sur que venía de camino auguraba un empeoramiento de las condiciones meteorológicas en cuanto los dos frentes chocaran. Puesto que sólo contaban con seis helicópteros VTOL, volar otros dos significaba poner en peligro la mitad de sus fuerzas aéreas.

Sin embargo, Kane comprendió que era necesario. No podían arriesgarse a mantener sus recursos, era todo o nada. Transmitió la orden de Cassandra a través de su propia radio. A continuación, la miró sin mediar palabra, a la espera de nuevas instrucciones. Ella apuntó hacia adelante con la cabeza:

—Vamos a entrar.

—¿Esperamos a que los pájaros hayan levantado el vuelo?

—No, estamos armados. —Miró por encima del hombro a los hombres que iban sentados en el compartimento trasero, el comando de Kane—, y contamos con suficiente apoyo terrestre. Ahí abajo está ocurriendo algo, lo huelo.

Él asintió, cambió de marcha y puso el tractor en movimiento. El viejo trasto avanzó sin prisa hacia las ruinas.

11:26 am

Safia se apoyó sobre una rodilla y alargó la mano hacia uno de los bordes del agujero. Comprobó la temperatura con la palma. El viento la arrastraba, la arena se arremolinaba, pero no con tanta fiereza como antes. La tempestad había amainado levemente, una pausa momentánea, como si la explosión hubiese minado la fuerza del ciclón.

—¡Cuidado! —dijo Omaha detrás de ella.

Safia observó el agujero bajo sus pies. El agua seguía retrocediendo, aunque pareciera imposible. Cuando toda el agua se esfumó, apareció una rampa de cristal, que giraba en forma de espiral hasta la profundidad. La cámara de trilitos desapareció. Ahora sólo había cristal, enroscado como un sacacorchos hacia el fondo.

Las puertas de Ubar.

Safia acercó con cuidado la mano al exterior de la rampa hasta casi rozar el cristal. Las gotas de agua aún brillaban de modo radiante sobre la superficie oscura al reflejar la luz del faro de la moto.

No quemaba.

Safia se atrevió a tocar el cristal negro con el dedo. Seguía caliente, muy caliente, pero no quemaba. Posó toda la palma de la mano.

—Es sólido —dijo—. Sigue enfriándose, pero la superficie está dura.

Le dio un golpe para demostrarlo. De pie, levantó una pierna y colocó un pie sobre la rampa. Aguantaba su peso.

—El agua debe de haberla enfriado hasta solidificarla.

Painter avanzó hacia ella.

—Tenemos que salir de aquí.

Coral hablaba aún montada sobre la moto. Habló por la radio.

—Comandante, las Rahim están reunidas. Podemos salir en cuanto lo ordenes.

Safia se giró hacia el borde superior de la dolina, pero se perdía en la oscuridad. Miró por el cuello de la espiral de cristal.

—Esto es lo que hemos venido a buscar.

—Si no nos marchamos ahora, Cassandra nos encerrará aquí dentro.

Omaha se unió a ellos:

—¿Hacia dónde vamos?

Painter apuntó hacia el oeste.

—Al desierto, donde podremos protegernos con la tempestad.

—¿Estás loco? El vendaval no ha hecho más que empezar. Lo peor aún está por llegar. ¿Te imaginas esa maldita megatempestad en medio del desierto? —Omaha sacudió la cabeza—. Prefiero enfrentarme a esa bruja.

Safia se imaginó a Cassandra, la frialdad de su comportamiento, la ausencia de piedad en su mirada. Fuera cual fuera el misterio que se escondía bajo sus pies, sería explotado por Cassandra y sus hombres, algo que Safia no podía permitir.

—Yo voy a bajar —dijo para zanjar la discusión.

—Estoy contigo —añadió Omaha—. Al menos estaremos alejados de la tempestad.

Se produjo otra nueva ráfaga de disparos procedente del borde de la dolina.

Todos se agacharon y se dieron la vuelta.

—Parece que están decidiendo por nosotros —murmuró Omaha. Coral y Painter dieron instrucciones por sus respectivas radios.

A lo largo del borde de la cima se encendieron luces, faros de motos. Se oyó el rumor de los motores y los vehículos comenzaron a descender apresuradamente por las empinadas paredes.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Omaha.

—Alguna de ellas ha descubierto el túnel —contestó Painter apartando su radio y con expresión preocupada.

Safia se imaginó que sería la hodja. Con Ubar al descubierto, las Rahim no huirían. Defenderían el lugar con sus vidas. Lu’lu estaba haciendo bajar a toda la tribu. Incluso un par de buggys de arena brincaban por la empinada cuesta de la roca.

Los vehículos se aproximaron a su posición, y la súbita irrupción de disparos se extinguió. Coral les explicó, con la radio en la mano:

—Una avanzadilla del bando enemigo ha ocupado una posición privilegiada, pero ya han sido despachados.

Safia percibió el respeto con el que la mujer hablaba. Las Rahim habían puesto a prueba su entereza con aquella escaramuza.

En pocos segundos, buggys y motos cargadas con mujeres se plantaron en la arena. El primer buggy traía a caras conocidas: Kara, Danny y Clay. Barak les seguía en una moto.

Kara saltó del carro antes que los demás. El viento se estaba volviendo a embravecer, arrancando los pañuelos y haciendo volar las capas Kara llevaba una pistola en la mano.

—Hemos visto cómo se aproximaban unas luces —dijo mientras apuntaba en dirección contraria al este—. Son muchos, con camiones grandes. Al menos un helicóptero ha despegado, he visto su foco un instante.

Painter apretó el puño.

—Cassandra ha puesto en marcha su última jugada.

La hodja avanzó a empujones entre la muchedumbre.

—Ubar se ha abierto. Nos protegerá.

Omaha echó un rápido vistazo al agujero.

—Da igual, yo me quedo con la pistola.

Painter miró hacia el este.

—No tenemos elección. Todos abajo, que nadie se separe. Transportad todo lo que podáis. Armas, municiones, linternas.

La hodja se dirigió a Safia con la cabeza.

—Tú serás nuestra guía.

Safia miró hacia la espiral de cristal oscuro y, por un momento, dudó de su propia decisión. Le costaba respirar. Si sólo se tratara de su propia vida, el riesgo sería aceptable, pero había otras vidas involucradas.

Sus ojos se posaron en un par de niñas que se aferraban a las manos de Clay. Parecían tan aterrorizadas como el hombre que se encontraba en medio de las dos. A pesar de todo, Clay las sujetaba con firmeza.

Safia no podía ser menos. Dejó que el corazón le rugiera en los oídos, pero trató de apaciguar su respiración.

Un nuevo ruido irrumpió, arrastrado por una ráfaga de viento. Era el estruendo ronco de un motor, algo grande. El borde oriental se iluminó.

Cassandra había llegado.

—¡Vamos! —gritó Painter cuando cruzó la mirada con la de Safia—. Abajo, rápido.

Asintiendo con la cabeza, Safia se dio la vuelta y comenzó el descenso.

Oyó cómo Painter le decía a Coral:

—Necesito tu moto.

11:44 am

Cassandra observó el círculo azul que indicaba la señal del transmisor. Cerró el puño. La conservadora había comenzado una nueva huida.

—Vamos para allá —dijo Cassandra apretando los dientes—. Ahora.

—Ya casi estamos.

De la penumbra surgió, iluminado por los faros, un muro de piedra desmoronado, barrido por la arena; era más sombra que materia. Habían llegado a la ruinas. Kane la miró:

—¿Qué hacemos?

Cassandra apuntó hacia una abertura en la pared, junto a una torre desquebrajada.

—Que salgan todos tus hombres y rastreen las ruinas. No quiero que nadie abandone la sima.

Kane redujo la velocidad del tractor para que los miembros de su equipo de asalto pudieran lanzarse por las puertas laterales y caer rodando por los escalones. Veinte hombres armados hasta los dientes, diseminados en la tempestad, desaparecieron por la abertura de la pared. Kane siguió avanzando con el tractor a paso de tortuga.

El vehículo arrasó los cimientos de piedra del antiguo muro y se introdujo en el interior de la ancestral población de Ubar. Los faros del tractor no alcanzaban a iluminar más de un metro mientras la tempestad gemía y lanzaba gruesas gotas de arena.

La dolina apareció ante sus ojos, oscura y silenciosa. Había llegado la hora de poner fin a todo aquello. El tractor frenó, pero mantuvo los faros encendidos.

Los hombres se tiraron cuerpo a tierra alrededor del borde de la dolina y se sirvieron de la cobertura de las rocas y las ruinas caídas. Cassandra esperó a que el grupo tomara posición desplegándose por ambos flancos hasta rodear la dolina. Escuchó sus conversaciones por radio con voces subvocalizadas a través de los micrófonos de garganta.

—Cuadrante tres en posición.

—Mangosta en la torre.

—Granadas RPG preparadas.

Cassandra pulsó la tecla Q en el teclado y veintiún triángulos rojos afloraron en el mapa esquemático. Todos los miembros del comando disponían de un localizador pegado al uniforme. Sobre la pantalla, siguió las maniobras del equipo, sin precipitarse, con eficiencia y celeridad.

Kane dirigía a sus hombres desde el tractor. Estaba de pie con las manos sobre el cuadro de mandos, inclinado hacia adelante para ver a través del parabrisas.

—Ya están todos en sus puestos. No se percibe ningún movimiento abajo, todo está oscuro.

Cassandra sabía que Safia estaba allí, escondida bajo tierra.

—Iluminadlo.

Kane transmitió la orden.

A lo largo de todo el borde circular, una docena de focos de luz que portaban los soldados irrumpió, apuntando hacia el orificio. La sima brilló en medio de la tempestad.

Kane escuchó un momento por el auricular de la radio y luego habló:

—No hay enemigos a la vista, Sólo motos y buggys.

—¿Se ve alguna entrada de caverna por ahí?

Kane asintió con la cabeza:

—Donde están aparcados los vehículos hay un agujero. La imagen por vídeo debe estar transmitiéndose ahora por el canal tres.

Cassandra colocó otra pantalla sobre su portátil para ver las imágenes de vídeo en tiempo real. La visión apareció temblorosa, punteada y vibrante. Interferencias estáticas. Un resplandor de carga eléctrica bailaba sobre la antena inclinada, que estaba atada al exterior del tractor. La tempestad azotaba con su máxima potencia.

Cassandra se acercó a la pantalla en la que se veían imágenes sinuosas del fondo de la sima. Motos de arena con grandes ruedas y un sinfín de buggys Sidewinder. Pero todas abandonadas. ¿Dónde estaría la gente? La imagen tembló al centrarse en un agujero oscuro de unos tres metros de diámetro. Parecía una excavación reciente que reflejaba el brillo de los focos. Era la entrada de un túnel. Y todos los conejos se habían escondido en la madriguera.

La imagen de vídeo se perdió, se volvió a centrar y luego desapareció definitivamente. Cassandra contuvo una maldición. Tenía que verlo por sí misma. Cerró nerviosa la ventana de la pantalla y observó las tropas de Kane desplegadas en el mapa esquemático. Habían rodeado el área.

Cassandra se desabrochó el cinturón.

—Voy a echar un vistazo. Mantén el cerco.

Avanzó a empujones hasta el compartimento posterior y abrió una compuerta lateral. El viento la golpeó hacia atrás dándole una bofetada en toda la cara. Se enfrentó al vendaval con una mueca, se cubrió la boca y la nariz con un pañuelo y se lanzó al exterior. Utilizó la oruga del tractor como escalón para saltar a la arena.

Caminó hacia la parte delantera del tractor sujetándose en la oruga. El viento la azotaba. Ahora apreciaba más la labor de los hombres de Kane. Dentro del vehículo, el despliegue parecía aceptable: rápido, eficaz y sin torpezas. Ahora le resultaba extraordinario.

Cassandra se colocó delante del tractor, ente los dos faros, para seguir el rastro de la luz hasta el interior de la dolina. Sólo le apartaban unos pocos pasos del borde, pero cuando lo alcanzó apenas podía oír el bramido del tractor en medio del estruendo de la tempestad.

—¿Cómo va todo, mi capitán? —preguntó Kane a través de su auricular.

Ella se arrodilló y miró hacia abajo. La sima se extendía ante sus ojos. Justo al otro lado, en la parte más alejada de la dolina, había una roca caída recientemente que aún se deslizaba muy poco a poco. Una avalancha fresca. ¿Qué demonios había ocurrido? Desvió la mirada hacia la roca que tenía debajo de ella.

La entrada del túnel le devolvió su mirada, como un ojo brillante, traslúcido.

Cristal.

Se le aceleró el pulso con aquella visión. Aquélla debía ser la entrada a cualquiera que fuera el tesoro que se escondía dentro. A continuación observó los vehículos aparcados. No iba a consentir que le robaran el trofeo.

Se tocó el micrófono de garganta.

—Kane, quiero que un equipo completo esté listo para adentrarse en el túnel dentro de cinco minutos.

No hubo respuesta.

—¡Kane! —gritó más alto dándose la vuelta. Los faros del tractor parpadearon. Se apartó a un lado, embargada por la sospecha.

Avanzó un poco, sólo entonces vio un objeto volcado al abrigo del muro, abandonado y medio cubierto de arena. Una moto de arena. Sólo había una persona así de inteligente.

11:52 am

El cuchillo le cruzó la cara. Painter rodó por el suelo y giró el rostro para evitar un golpe fatal en el ojo. La daga le rajó la mejilla hasta el hueso.

La furia y la desesperación alimentaron la fuerza de Painter. A pesar de la hemorragia, aprisionó con las piernas las del otro hombre y con el brazo derecho le agarró del cuello. El maldito atacante era fuerte como un toro y ofrecía toda la resistencia que podía, pero Painter le inmovilizó atrapando el brazo con el que sujetaba el puñal.

Cuando escaló por la puerta lateral del tractor, que Cassandra había dejado convenientemente abierta, reconoció al hombre. Painter había permanecido oculto, escondido bajo la arena apilada junto al muro ruinoso. Cinco minutos antes, había salido de la dolina con la moto a una velocidad vertiginosa y había alcanzado el agujero en la pared. Sabía que las fuerzas de Cassandra entrarían por ese lugar con sus vehículos.

Aunque no esperaba encontrarse con semejante armatoste: un monstruo de veinte toneladas. Era como un autobús con pie de tanque. En cualquier caso, serviría mejor a sus propósitos que un camión corriente.

Había salido de su escondite, protegido por la tempestad, cuando el tractor se detuvo. Se había agazapado entre las orugas posteriores. Tal y como esperaba, la atención estaba centrada en la dolina.

Luego Cassandra descendió del vehículo, dejándole vía libre. Con la puerta abierta, Painter había podido introducirse en el compartimento posterior, pistola en mano.

Desgraciadamente, su contrincante, John Kane, debió descubrir el reflejo de Painter por el retrovisor. A pesar de su pierna entablillada, le quitó la pistola de la mano dándole patadas con la otra. Luego forcejearon los dos en el suelo.

Painter no le dejaba respirar. Kane trató de romperle la nariz a Painter dando cabezazos hacia atrás, pero Painter evitó el golpe y, en su lugar, tiró de la cabeza del hombre hacia atrás para que se diera con el suelo de metal. Se oyó un quejido.

Repitió la misma acción tres veces. El hombre se movía con dificultad. Painter siguió agarrándole del cuello con el brazo. Sólo entonces se percató de que la sangre se esparcía por el suelo metálico. Nariz rota.

El combate había finalizado y Painter dejó al hombre en el suelo. Se levantó y retrocedió dando tumbos. Si el leopardo no hubiera ablandado antes a esa fiera, jamás podría haber ganado la pelea.

Avanzó hasta el asiento del conductor, pisó el embrague y le dio gas al tractor. El gigante pesado marchó entre crujidos con una agilidad sorprendente. Painter comprobó el terreno y dirigió el vehículo en la trayectoria correcta: hacia la dolina.

De repente, las balas acribillaron al tractor por el lateral. Eran armas automáticas. Le habían descubierto. El ruido resultaba ensordecedor.

Painter siguió adelante sin inmutarse. El tractor estaba blindado y había cerrado la compuerta lateral. Llegó hasta el borde de la dolina, pero continuó la marcha. La descarga de disparos continuaba, como piedras contra una lata. La parte delantera del tractor atravesó el borde de la dolina.

Eso era bueno para Painter. En un momento de confianza, abandonó el asiento. El tractor disminuyó la velocidad pero siguió avanzando por la dolina. La parte delantera cayó al desmoronarse el borde. El suelo se inclinó.

Painter luchaba por alcanzar la puerta trasera para saltar antes de que se estrellara y perdiera ventaja sobre los hombres de Kane. Pero una mano le agarró del pantalón, provocando que sus pies se levantaran del suelo. Cayó con dureza, el golpe le dejó hecho polvo.

Kane agarró a Painter con una fuerza inconcebible. Painter no tenía tiempo para aquello, el suelo se iba inclinando progresivamente. Dio una patada con el talón del pie que acertó en la nariz rota de Kane. La cabeza del hombre salió despedida hacia atrás y su tobillo volvió a quedar libre.

Painter gateó y brincó por el suelo en pendiente, como si estuviera escalando una montaña de acero. Parte del equipamiento y el engranaje se arrastró hacia adelante y dio a parar contra él. Sintió una fuerte sacudida. La gravedad se había apoderado del tractor. Las orugas se deslizaban por la piedra, a punto de estrellarse.

De un salto, Painter asió la manivela de la trampilla posterior. Desgraciadamente, se abría hacia afuera y no podía empujarla. Usó los dedos, la pantorrilla, pero sólo consiguió abrirla un palmo. El viento hizo el resto: la tempestad se apoderó de la puerta y la arrojó a lo lejos. Painter fue después, su cuerpo fue arrastrado al exterior. Debajo de él, el tractor se sumergió en la dolina. Consiguió dar una patada y, gracias al efecto de salto de rana, alcanzó el borde del precipicio con los brazos extendidos.

Lo hizo por los pelos, y dio con el estómago contra el borde de la sima. Echó el torso sobre el suelo con las piernas colgando en la fosa, y clavó los dedos en la tierra en busca de sujeción. Un golpe estrepitoso sonó bajo sus pies. Avistó unas figuras que se aproximaban hacia él, pero no le alcanzarían a tiempo.

De repente empezó a resbalar hacia abajo, sin nada a lo que agarrarse. Las orugas del tractor habían hecho papilla el borde. Por un momento, tan sólo consiguió asirse a una piedra enterrada bajo el polvo, pero eso le permitió tomarse un respiro, colgado de una mano con la mirada fija en el fondo.

Diez metros más abajo, el tractor se había incrustado por la parte delantera en el orificio de cristal, con lo que se había generado en la boca del túnel un tapón de veinte toneladas de metal abollado. Perfecto.

Su reciente adquisición se había echado a perder. Painter cayó dando tumbos por la fosa. En la distancia, escuchó pronunciar su nombre. En ese momento se golpeó el hombro con un saliente de roca, rebotó y se precipitó contra el suelo cubierto de trozos de piedra y metal.