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La voz de mi hermano me estaba hablando incesantemente: «Estoy aquí, no te vayas, quédate conmigo, toda tu vida, no estoy lejos de ti, ven».

Estaba tratando de dormir, dando vueltas de un lado para otro en aquella cama grande, fría y demasiado blanda, maldiciéndome por no haberme ido de aquella casa antes de que comenzara la tormenta de nieve, cuando, de haberlo hecho así, ahora estaría ya en mi propia cama, en casa de mis padres. Pero cada vez que pensaba en esto, la voz insistía: «Quédate aquí, no te vayas, ven a mí al fin».

Tuve que levantarme de la cama. Me puse la chaqueta del traje sobre los hombros y fui al baño que estaba atravesando el rellano. La casa estaba oscura, en silencio y fría. Podía ver mi aliento saliendo de mi boca como un humo blanco, mientras estaba tiritando sobre la taza del cuarto de baño. Después de tirar de la cadena tuve que cruzar nuevamente el rellano, desnudo excepto por la chaqueta, y cuando miré hacia abajo, por el inmenso hueco de la escalera, noté un destello de luz que procedía del suelo de la planta baja. Había una puerta con una grieta de luz por debajo de ella.

Regresé a la lamentable habitación, pero no pude meterme nuevamente en aquella cama helada. Recordé la cómoda silla que había junto al hogar a leña en el comedor, así que me vestí rápidamente, cogí mis cosas y bajé las escaleras. Miré mi reloj. Eran más de las dos de la mañana. Mi hermano dijo: «Bien, ahora».

Kate todavía estaba en el comedor, sentada despierta en la silla que estaba junto al fuego. Estaba escuchando una radio portátil que se sostenía en equilibrio sobre el borde de la chimenea que estaba junto a ella. No pareció sorprenderse al verme.

—Tenía frío —le dije—. No podía dormirme. De todas formas, tengo que ir y encontrarlo.

—Allí fuera hace mucho más frío. —Señaló la oscuridad que se extendía detrás de las ventanas—. Necesitarás todo esto.

Sobre la silla que estaba enfrente de ella había colocado varias prendas de abrigo, incluyendo un abultado jersey de lana, un abrigo bastante grueso, una bufanda, un par de guantes, un par de botas de goma. Y dos grandes linternas.

Mi hermano me habló otra vez. No podía ignorarlo.

Le dije a Kate:

—Tú sabías que yo iba a hacer esto.

—Sí. He estado pensando.

—¿Sabes lo que me está sucediendo?

—Creo que sí. Tendrás que ir y encontrarlo.

—¿Vendrías conmigo?

Sacudió la cabeza con vehemencia.

—De ninguna manera.

—¿Así que sabes dónde está?

—Creo que lo he sabido toda mi vida, pero siempre ha sido más fácil no pensar en ello. Lo más difícil de conocerte ha sido darme cuenta de que lo que me traumatizaba cuando era una niña está todavía allí abajo.

Había dejado de nevar, pero el viento era una insistente ráfaga de aire congelado, y lo penetraba todo. La nieve se había acumulado profundamente alrededor de los bordes del inmenso jardín, pero el centro era poco profundo, y por lo tanto esto me permitió cruzarla caminando, tropezando una y otra vez a causa del terreno desparejo. Resbalé varias veces, pero no me caí.

Kate había encendido la alarma contra intrusos, que inundaba la zona con una luz brillante. Me ayudaba a ver el camino que tenía que seguir, pero cuando miré hacia atrás no pude ver nada, excepto un destello cegador.

Mi hermano dijo: «Tengo frío. Te estoy esperando».

Seguí avanzando. En el lado más alejado de lo que supuse debía ser una zona con césped, donde el terreno se elevaba abruptamente, y unos árboles oscuros me bloqueaban la vista de lo que habría más adelante, la luz de la linterna iluminó la entrada en forma de arcada hecha de ladrillos, exactamente donde Kate dijo que estaría. Había nieve amontonada en la base.

La puerta no estaba cerrada ni con llave ni con candado, y se abrió fácilmente cuando empujé el pomo. Se abrió hacia fuera, chocando contra la nieve amontonada, pero era de sólido roble, y una vez que agarré bien el pomo, pude empujar la nieve lo suficiente como para apartarla y finalmente me las arreglé para escabullirme dentro.

Kate me había dado dos grandes linternas, diciéndome que necesitaría la mayor cantidad de luz posible. «Regresa a casa a buscar más, si la necesitas», me había dicho. «¿Por qué no vienes conmigo y sostienes una de las linternas?», le había preguntado yo. Pero ella sacudió la cabeza enfáticamente. Una vez la puerta estuvo abierta, miré al interior atentamente, permitiendo que el rayo de luz de la linterna más grande iluminara lo que había delante de mí. No había mucho que ver: un techo de rocas que se estaba desmoronando, algunos escalones desiguales tallados precariamente, y al final de ellos, una segunda puerta.

La palabra «Sí» se formó dentro de mi cabeza.

La segunda puerta no tenía ni candado ni pasador, y se abrió suavemente apenas la toqué. La luz de mis linternas iluminaba el lugar; con una, que sostenía en la mano, arrojaba claridad a mi alrededor, mientras que la otra, sujeta bajo mi brazo, enfocaba allí donde se dirigían mis ojos.

Entonces, uno de mis pies chocó contra algo duro que sobresalía del suelo, y tropecé. La linterna que estaba bajo mi brazo se rompió cuando caí contra la pared de piedra. Agachado sobre el suelo, descansando sobre una rodilla, utilicé una linterna para examinar la otra.

«Hay una luz», dijo mi hermano.

Iluminé a mi alrededor otra vez con la única linterna que me quedaba, y esta vez, junto a la puerta interior, noté que había un cable de electricidad aislador, pulcramente clavado con tachuelas en el marco de madera. A la altura de mis hombros, había un interruptor de luz normal y corriente. Lo moví para encenderlo.

Al principio no sucedió nada.

Luego, a medida que me iba adentrando cada vez más en la caverna, en lo profundo de la colina, oí el sonido de un motor. Cuando el generador aceleró la velocidad, se encendieron luces a lo largo de toda la caverna. Eran bombillas de muy bajo voltaje, toscamente sujetadas al techo rocoso, y protegidas por viseras de cable, pero aun así había luz suficiente para poder ver sin la linterna.

La caverna parecía ser una hendidura natural de la roca, con una serie de túneles y huecos que seguramente habrían sido construidos recientemente. Había varios anaqueles naturales creados por estratos de rocas que sobresalían, pero éstos habían sido complementados con cavidades en las paredes del túnel. También habían intentado alisar el suelo, pues estaba cubierto con numerosos pequeños pedacitos y trozos de roca. Junto al marco de la puerta interior, un hilo de agua resbalaba por la pared, dejando un enorme sedimento de calcificación amarillento en su camino. Allí donde el agua alcanzaba el suelo, alguien había creado un rústico pero eficaz drenaje con tuberías modernas, que conducían el agua hasta hacerla desaparecer en un agujero lleno de escombros.

El aire era sorprendentemente agradable, y mucho más cálido que el del exterior.

Avancé varios pasos hacia el interior de la caverna, manteniéndome en equilibrio con las manos contra las paredes rocosas a cada lado. El suelo era desigual y quebradizo, y las bombillas de luz eran débiles y estaban bastante espaciadas una de la otra, así que en algunos lugares era difícil encontrar un sitio seguro en donde apoyar el pie. Tras una distancia de aproximadamente cuarenta y cinco metros y medio, el suelo descendía precipitadamente y doblaba hacia la derecha, mientras que, a la izquierda del túnel principal, noté que había una gran cavidad, la cual, a juzgar por las líneas redondas de la entrada, había sido excavada artificialmente. El techo era de unos dos metros de altura, dejando así una gran cantidad de espacio libre entre la cabeza y el techo. La abertura no estaba iluminada eléctricamente, así que encendí mi linterna e iluminé su interior.

Inmediatamente deseé no haberlo hecho. Estaba lleno de ataúdes antiguos. La mayoría estaban colocados horizontalmente en pilas, unos sobre otros, a pesar de que había una docena que estaban apoyados verticalmente contra las paredes. Eran de todos los tamaños, pero la mayor parte de ellos, tristemente, eran pequeños, obviamente diseñados para niños. Todos los ataúdes estaban en diversos grados de deterioro. Los horizontales eran los más decrépitos: la madera estaba oscura, doblada y agrietada por el paso del tiempo. En muchos casos las tapas se habían derruido sobre los contenidos, y los lados de varios ataúdes apilados arriba de todo se habían desprendido.

En la base de casi todas las pilas había montones de fragmentos marrones y rotos, seguramente de huesos. Las tapas de los ataúdes que estaban colocados verticalmente estaban todas sueltas y apoyadas de pie contra la caja.

Inmediatamente entré de nuevo en el túnel principal y levanté la mirada para ver la puerta por donde había entrado. Había una ligera curva, y desde allí ya no podía ver mi camino de salida. En algún lugar en el fondo de la caverna, el generador seguía funcionando.

Estaba temblando. No podía evitar pensar: «Aquel lejano generador, esta linterna que tengo en la mano, esto es lo único que se interpone entre yo y la posibilidad de hundirme repentinamente en la oscuridad».

No podía echarme atrás. Mi hermano estaba allí.

Decidido a resolver aquello lo más rápido posible, seguí por el camino que bajaba y doblaba hacia la derecha, alejándose de la salida en una curva bastante más pronunciada. Después seguía otro tramo más de escalera, y allí las luces estaban colocadas más cerca una de la otra porque esos escalones tenían todos alturas diferentes y terminaban en ángulo hacia un lado. Apoyando una mano contra la pared para sostenerme, los bajé. El túnel se abrió inmediatamente hacia una caverna aun más amplia.

Estaba llena de modernos estantes de metal, pintados de marrón, unidos con tuercas y tornillos cromados. Cada estante tenía tres grandes anaqueles, uno arriba del otro, como literas. Al lado de cada estante había una angosta pasarela y un pasillo central que atravesaba todo el largo del salón. Una luz sobre cada pasarela iluminaba su contenido.