1904

1 de enero de 1904

Señalo el comienzo del nuevo año con la lúgubre reflexión de que dudo vivir para ver su final.

Me he estado distrayendo de mis propios problemas leyendo el cuaderno de Borden. Lo he leído entero, y confieso que lo he leído absorto. Me resulta imposible no hacer comentarios acerca de sus métodos, de sus opiniones, de sus omisiones, de sus errores, de los engaños en los que cae, etcétera.

Por mucho que odio y temo a Borden (y no puedo olvidarme de que está vivo y activo en alguna parte en el mundo exterior), creo que sus opiniones acerca de la magia son provocativas y estimulantes.

Le he hablado de esto a Julia, y ella está de acuerdo conmigo. No dice demasiado, pero me parece que siente, al igual que estoy comenzando a sentir yo, que Borden y yo hubiésemos sido mejores colaboradores que adversarios.

26 de marzo de 1904

He estado gravemente enfermo, y por lo menos durante dos semanas creí que me encontraba al borde de la muerte. Los síntomas han sido espantosos: he tenido náuseas y vómitos continuamente, las llagas se han extendido y tenía la pierna derecha paralizada. Mi boca se había convertido en una sola ulcera, y he padecido un dolor casi insoportable en la parte inferior de mi espalda. Huelga decir que he estado en una clínica particular en Sheffeld durante gran parte del tiempo.

Ahora, sin embargo, se ha producido un pequeño milagro y aparentemente estoy mejor. Las llagas y las úlceras han desaparecido sin dejar rastro alguno, estoy comenzando a sentir, y por lo tanto a mover, mi pierna derecha, y la sensación general de dolor y de malestar ha disminuido casi hasta desaparecer. He pasado la última semana en casa, y a pesar de que he estado postrado en la cama, mi estado de ánimo ha ido mejorando poco a poco cada día.

Hoy ya no estoy en cama, y estoy utilizando una silla reclinable en el invernadero.

Tengo una amplia vista de los jardines, con árboles a la distancia; detrás de ellos se eleva el peñón rocoso de Curbar Edge, en donde todavía persisten pequeñas extensiones de nieve. Tengo el mejor de los ánimos, y estoy releyendo el cuaderno de Borden. Estos dos últimos hechos están conectados.

6 de abril de 1904

He leído las anotaciones de Borden tres veces en total, y las he apuntado y les he puesto referencias detalladas. Julia está a punto de preparar una copia bastante extensa del texto que he corregido y expandido ampliamente.

A pesar de que la remisión de mis molestias aún continúa, y de que durante los últimos días he seguido mejorándome, debo enfrentarme al hecho de que en general mi salud se está deteriorando. Por lo tanto, confieso que durante los meses finales de mi vida tengo la intención de tomarme una última venganza contra mi enemigo. Él es la causa del estado en el que me encuentro, y es él quien debe pagar por ello. La adquisición de su cuaderno me ha facilitado una manera de hacerlo. Estoy planeando hacer todo lo que sea necesario para que sea publicado.

La literatura sobre magia no es fácil de conseguir. Se escriben y se publican muchos libros, pero a excepción de los libros sencillos para niños, y unos cuantos volúmenes de prestidigitación o de juegos de manos, estos libros no son publicados por editores generales. Raras veces, o podría decirse que nunca, se encuentran en librerías comunes. En cambio, son impresos por un número de editores especializados, para ser distribuidos únicamente dentro de la comunidad de la magia. Generalmente aparecen en ediciones de solamente cuatro o cinco docenas de copias, y son proporcionalmente caros. Adquirir una colección de tales libros es difícil y costoso, y muchos magos pueden obtener copias únicamente cuando uno de sus colegas muere y la colección es liquidada por su familia. Durante todos estos años, he conseguido hacerme con una pequeña biblioteca propia, y he consultado estos libros constantemente para poder utilizar o adaptar trucos ya existentes. En esto, no soy diferente a otros magos. Los lectores de esta clase de libros son escasos, pero constituyen uno de los públicos más concentrados e informados que puedan imaginarse.

Mientras estaba leyendo el cuaderno de Borden, varias veces se me ocurrió que merecía ser publicado para beneficio de sus colegas magos. Contiene comentarios bastante prácticos sobre el arte y la técnica de la magia. Independientemente de sus intenciones iniciales al llevar un diario (asegura no muy convincentemente que sus palabras son escritas únicamente para sus familiares más directos, y para una «posteridad» que, inocentemente, imagina suya), él no podrá nunca publicar el cuaderno. ¡Qué descuidado ha sido al extraviarlo!

Me encargaré de que mi último acto vaya encaminado a publicar este texto, señalándole como autor, y cuando haya finalizado mi edición con comentarios, me ocuparé de que así sea. Si vive más tiempo que yo, lo cual es muy probable, descubrirá que mi venganza es ingeniosa y muy sutil.

Para empezar, Borden se horrorizará al descubrir, y no tardará mucho en hacerlo, que sus secretos profesionales más preciados han sido publicados sin su consentimiento. Su disgusto será aún más profundo cuando se dé cuenta de que yo soy el responsable. Estará todavía más confundido cuando caiga en la cuenta de que, de alguna manera, fui capaz de lograrlo más allá de la tumba. (Él cree que ya estoy muerto, por lo que pude comprobar en el propio cuaderno). Finalmente, si llega a leer los comentarios, descubrirá la verdadera astucia de mi venganza final.

En pocas palabras, he mejorado su texto esclareciendo el significado de sus pasajes más oscuros, ampliando muchos de los interesantes temas generales que él sólo menciona, ilustrando con numerosos ejemplos su absorbente teoría acerca del consentimiento, describiendo los métodos de muchos de los grandes ilusionistas. He agregado descripciones detalladas de todos los trucos que sé han sido inventados por él, así como de aquellos otros que sé que él es capaz de realizar, y en cada caso me las he arreglado para que parezca haberlos explicado sin revelar en realidad el secreto central.

Sobre todo, he aumentado el misterio que rodea al truco que él llama «El nuevo hombre transportado», pero sin revelar nada. El hecho de que los Borden fueran gemelos idénticos ni siquiera es insinuado. El secreto que obsesionaba las vidas de estos dos hombres lo sigue siendo.

El Borden que aún sigue con vida se dará cuenta de que yo he tenido al fin la última palabra, de que nuestro enfrentamiento ha acabado, y de que he triunfado. A pesar de invadir su intimidad, habré demostrado que la he respetado. Espero que a partir de todo esto comprenda que la enemistad entre nosotros fue inútil y destructiva, que mientras nos atacábamos mutuamente, estábamos malgastando nuestro talento. Deberíamos haber sido amigos.

Esto es lo que le dejaré, algo sobre lo cual pueda reflexionar durante el resto de su vida.

Y hay una venganza añadida, por omisión: que nunca descubrirá el secreto del artefacto de Tesla.

25 de abril de 1904

El trabajo con el cuaderno de Borden sigue bien.

La semana pasada escribí a tres editores especializados en temas de magia, dos en Londres y uno en Worcester. Presentándome como un aficionado a la magia, y sugiriendo vagamente que durante muchos años había utilizado mi posición y mi riqueza para financiar y patrocinar a varios magos de escenario, les expliqué que estaba editando las memorias de uno de nuestros ilusionistas más destacados (no mencioné ningún nombre, en esta fase de las negociaciones). Les pregunté si, en principio, estarían interesados en publicar el libro.

Hasta ahora ya han contestado dos de ellos. Ninguna de las dos cartas se compromete a nada, pero me animan a que les enseñe la documentación. Estas respuestas también me recuerdan que no debería haber mencionado que poseía fortuna propia, ni aun brevemente; ambas cartas sugieren que el libro podría interesarles bastante más si yo pudiera contribuir con los gastos de producción del editor.

Naturalmente, esto no sería un problema para mí en este momento, pero, aun así, Julia y yo estamos esperando la tercera respuesta antes de tomar una decisión.

18 de mayo de 1904

Una vez terminado el manuscrito, hemos escogido un editor y lo hemos enviado.

2 de julio de 1904

He llegado a un acuerdo en lo que respecta a la publicación con Messrs Goodwin & Andrewson, de Old Bailey, en el Este de Londres.

Publicarán el libro de Borden antes de fin de año, en una edición inicial de setenta y cinco copias, a un precio de tres guineas cada una. Me han prometido que habrá muchas ilustraciones, y que le harán una propaganda intensiva enviándole cartas personales a su clientela. He accedido a entregar una paga de cien libras para gastos de impresión. Ahora que el señor Goodwin ha leído el manuscrito, ha propuesto varias ideas originales para su presentación.

4 de julio de 1904

En el término de las últimas cuatro semanas, mi estado de salud ha empeorado, y la enfermedad que me atacara anteriormente ha regresado aún con más fuerza.

Primero vinieron pústulas de color púrpura, luego, tras uno o dos días, aparecieron nuevamente las úlceras en la boca y en la garganta. Hace tres semanas me quedé ciego de un ojo; la ceguera del otro se produjo uno o dos días después. En la última semana no he sido capaz de ingerir alimentos sólidos, pero Julia me trae un suave caldo tres veces por día y eso me está manteniendo con vida. Siento tanto dolor que ni siquiera puedo levantar la cabeza de la almohada. El médico me visita dos veces al día, pero dice que estoy demasiado débil para ser transferido al hospital. Mis síntomas son tan dolorosos que soy incapaz de describirlos detalladamente, pero mi médico me ha explicado que por alguna razón el sistema inmunológico natural de todo mi cuerpo ha sido dañado. Le ha dicho a Julia (y posteriormente ella me lo ha confiado a mí) que si mi pecho llegara a infectarse nuevamente, no tendré las fuerzas necesarias para resistir.

5 de julio de 1904

He pasado una noche muy desagradable, y esta mañana cuando amanecía pensé que había llegado mi último día en esta tierra. Sin embargo, ahora se está acercando la medianoche y todavía estoy aquí.

En las primeras horas de la noche comencé a toser, y el médico vino a verme inmediatamente. Me sugirió que me hiciera baños con toallas frescas, y me han ayudado a sentirme mejor. Soy incapaz de mover ninguna parte de mi cuerpo.

6 de julio de 1904

Esta mañana, a las tres menos cuarto de la madrugada, mi vida llegó a su fin debido a un repentino ataque al corazón, al cual le siguió un espasmo de tos y a éste, como consecuencia, una hemorragia interna.

Mi muerte fue prolongada, dolorosa y profundamente angustiosa tanto para Julia y para mis hijos, como para mí mismo. A todos nos ha horrorizado la infamia de la muerte, y hemos sido tremendamente avasallados por el acontecimiento.

¡Lo único que rodea mi vida es la muerte!

Una vez, con una superchería inofensiva, fingí que moría para que Julia pudiera vivir como viuda sin tener que soportar escándalo alguno. Cada utilización posterior del artefacto de Tesla trajo la muerte a mi experiencia, varias veces por semana.

Cuando Rupert Angier fue enterrado, yo estaba vivo para ser testigo de aquello. He engañado a la muerte muchas veces. Por lo tanto, la muerte ha adquirido para mí cierto sentido de irrealidad. Se ha convertido en un acontecimiento común al cual, gracias a alguna paradoja, según parece, siempre puedo sobrevivir.

Ahora me he visto sobre mi lecho de muerte, muriendo de cánceres múltiples, y luego, después de esa muerte infame y dolorosa, estoy aquí para apuntarla en mi diario. Miércoles, 6 de julio de 1904: el día en que morí.

Ningún hombre debería ser tan desgraciado como para tener que ver lo que yo he contemplado.

Más tarde.

He tomado prestada una técnica de Borden, así que soy yo además de ser yo mismo.

El yo que escribe esto no es el mismo yo que murió.

Aquella noche en Lowestoft, cuando Borden desencadenó el fallo del artefacto de Tesla, nos convertimos en dos entidades. Desde aquel momento seguimos caminos diferentes. Hemos estado juntos nuevamente desde que regresé a la Casa Caldlow a finales de marzo, justo cuando comenzó la remisión temporal de mis actuaciones.

Mientras aún vivía, mantuve la ilusión de que era uno. Uno de los dos se estaba muriendo, mientras el otro yo dejaba constancia de mis reflexiones finales. Todas las anotaciones que se han hecho en este diario a partir del 26 de marzo han sido escritas por mí.

Cada uno de nosotros es la sombra del otro.

Mi doble muerto yace dentro de su ataúd abierto en la planta principal de la casa, y será colocado en la cripta de la familia dentro de dos días. Yo, su doble vivo, sigo adelante.

Soy el honorable Rupert Angier, 14.° conde de Colderdale, esposo de Julia, padre de Edward, de Lydia y de Florence, lord de la Casa Caldlow en el condado de Derbyshire, en Inglaterra.

Mañana narraré mi historia. Los acontecimientos del día me han dejado, como a todos los demás habitantes de esta casa, demasiado consternado como para sentir cualquier cosa que no sea tristeza.

7 de julio de 1904

Hoy comienza el resto de mi vida. ¡Qué esperanzas puede albergar alguien como yo! Mi historia es la siguiente:

I

Nací la noche del 19 de mayo de 1903, en un palco desocupado del teatro Pavilion en Lowestoft. Mi vida comenzó mientras hacía equilibrio sobre una barandilla de madera, desde donde inmediatamente me caí para atrás. Me estrellé contra el suelo del palco, volcando las sillas por doquier.

Me preocupaba el espantoso pensamiento que había pasado de repente por mi mente un segundo antes: que Borden de alguna manera habría encontrado la forma de subir al palco y me estaba esperando. ¡Evidentemente no! Cuando estaba moviéndome con dificultad entre las sillas del palco, tratando de orientar mis pasos, me di cuenta de que a pesar de que Borden había saboteado el artefacto de alguna manera, éste había trabajado lo suficiente como para completar el proceso de transportación. Borden no estaba allí.

La luz clara invadió el palco, cuando el foco apuntó hacia allí. No habían transcurrido más de dos o tres segundos. Pensé: ¡todavía hay una posibilidad de salvar el truco! Puedo regresar arrastrándome hasta la barandilla, ¡y hacer algo!

Me di vuelta, me apoyé sobre mis manos y mis rodillas, y estaba a punto de trepar hasta la barandilla cuando, para mi sorpresa, oí una voz en el techo del escenario que pedía que bajaran el telón. Me moví hacia adelante, manteniendo la cabeza gacha, y miré atentamente hacia abajo, al escenario. Las cortinas a la italiana ya estaban descendiendo, pero antes de que me bloquearan la vista, me vi brevemente, ¡vi a mi doble!, inmóvil sobre el escenario.

En la base del artefacto de Tesla, hay un compartimiento en el cual el doble cae automáticamente cuando se lleva a cabo la transformación. Mi antiguo cuerpo, el doble, se oculta, por lo tanto, al público para darle al truco el máximo impacto posible.

Esta vez, la intervención de Borden debió haber evitado el funcionamiento del compartimiento, ¡dejando así el truco a plena vista!

Pensé rápidamente. Adam Wilson y Hester estaban ambos entre bastidores, y tendrían que solucionar la emergencia allí, detrás del telón. Yo estaba vivo, me sentía fuerte y en completa posesión de mis sentidos. Me di cuenta de que debía llegar al área entre bastidores, y enfrentarme con Borden de una vez por todas.

Salí del palco, me apresuré hasta llegar al final del pasillo y luego bajé las escaleras corriendo. Pasé junto a una de las acomodadoras. Derrapé al detenerme frente a ella, y dije con tanta insistencia como pude:

—¿Ha visto a alguien tratando de abandonar el teatro?

¡Mi voz salió como un áspero susurro!

La mujer, mirándome fijamente, gritó horrorizada. Me quedé allí de pie impotente durante un segundo, ensordecido a causa del alarido que estaba dando la mujer.

Tomó aire, los ojos se le salieron de las órbitas y luego se quedaron en blanco, ¡y después volvió a gritar! Me di cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, así que apoyé mi mano sobre su brazo para apartarla suavemente a un lado. ¡Mi mano se hundió en la carne de su brazo!

Cuando llegué al final de las escaleras, la mujer se había desplomado sobre los escalones, temblando y gimiendo. Encontré la puerta que daba al área entre los bastidores, la empujé para abrirla, y entonces me eché hacia atrás una vez más, al sentir mis manos y mis brazos empujando dentro de la madera. Estaba preocupado por la urgente necesidad de encontrar a Borden, y no tenía tiempo de prestar atención a aquellos detalles.

Sin notar mi presencia, Adam Wilson abandonó su posición en el fondo del decorado; le grité, pero no me oyó más de lo que me había visto. Me detuve un momento, intentando pensar con claridad dónde era más probable que pudiera estar Borden. De alguna manera había interrumpido el suministro de electricidad que alimentaba al artefacto, y esto únicamente significaba que había logrado introducirse en el entresuelo que estaba debajo del escenario. Wilson y yo habíamos conectado todo a la terminal que los directivos del teatro habían instalado recientemente en el sótano.

Encontré las escaleras que conducían hasta allí, pero cuando estaba llegando al primer escalón de arriba, oí un ruido de pasos que corrían pesadamente hacia donde yo me encontraba, y en un instante apareció Borden en persona. Todavía llevaba aquellas ridículas prendas de patán y también el maquillaje. Subía los escalones de dos en dos. Yo me quedé petrificado. Cuando estaba a no más de un metro y medio de distancia de donde estaba yo, levantó la vista para ver hacia dónde se estaba dirigiendo. ¡Y en cambio me vio a mí! Una vez más, pude observar la misma mirada de terror que había deformado los rasgos de la acomodadora. El impulso con el que venía Borden hizo que llegara hasta mí, pero su rostro se retorcía del susto y estiró los brazos delante de él para defenderse. Chocamos casi instantáneamente.

Caímos derribados con un fuerte golpe en el suelo de piedra del pasillo. Durante un segundo estuvo sobre mí, pero me las arreglé para escabullirme. Me estiré para agarrarlo.

—¡Aléjate de mí! —me gritó, y arrastrando su cuerpo, tropezando una y otra vez, logró huir tambaleándose.

Me lancé sobre él, le cogí un tobillo con la mano, pero se me escapó. Rugía sin decir nada, preso del miedo.

Entonces le grité: —¡Borden, tenemos que terminar con este enfrentamiento!— pero una vez más mi voz salió ronca e inaudible, más aliento que tono.

—¡No era mi intención! —gritó.

Después se puso de pie y comenzó a alejarse de mí, todavía mirándome con aquella expresión de terror. Abandoné el forcejeo y lo dejé huir.

II

Después de aquella noche regresé a Londres, en donde viví durante los siguientes diez meses, por mi propia elección y decisión, a medias y en un mundo oculto.

El accidente con el artefacto de Tesla me había afectado fundamentalmente mi cuerpo y mi alma, haciendo que se enfrentaran entre sí. Físicamente, me había convertido en un fantasma de mi antiguo yo. Vivía, respiraba, comía, evacuaba los desechos de mi cuerpo, oía y veía, sentía el calor y el frío, pero físicamente era un fantasma. Bajo una luz brillante, si no era observado muy de cerca, parecía más o menos normal, de aspecto un poco pálido. Cuando el cielo estaba nublado, o me encontraba en una habitación iluminada con luz artificial después del anochecer, adoptaba la apariencia de un espectro. Podía ser visto, pero también se podía ver a través de mí. Mi contorno seguía siendo bastante nítido, y, si se me miraba detenidamente, se podía distinguir mi rostro, mis ropas, y cosas por el estilo, pero yo era, para mucha gente, una espantosa visión de cierto inframundo fantasmal. Tanto la acomodadora como Borden habían reaccionado como si hubieran visto un fantasma, y de hecho así había sido. Aprendí rápidamente que si me dejaba ver en tales circunstancias, no solamente aterrorizaba a casi todo el mundo, sino que también me ponía a mí mismo en peligro. La gente reacciona de forma impredecible cuando está asustada, y uno o dos extraños me han arrojado objetos, como para defenderse de mí. Uno de aquellos misiles fue una lámpara de aceite encendida, y casi me alcanza. Por lo tanto, como regla general, me he mantenido oculto siempre que he podido.

Pero en contraste con todo esto, mi mente de repente se sintió liberada de las limitaciones del cuerpo. En todo momento estaba alerta, pensaba rápidamente, me sentía seguro, cosas que antes tan sólo había vislumbrado cobraban fuerza. Era paradójico, pues generalmente me sentía fuerte y hábil, mientras que en realidad era incapaz de realizar muchas tareas físicas. Tuve que aprender a agarrar objetos tales como lapiceros y otros utensilios, por ejemplo, porque si intentaba tomar algo sin pensarlo, generalmente se me escurriría de las manos.

Era una situación frustrante y mórbida en la cual me vi atrapado, y durante gran parte del tiempo mi nueva energía mental se concentró en odiar y temer al Borden que me había atacado, sin importar cuál de ellos dos había sido. Él continuaba debilitando mi energía mental, al igual que su acción había debilitado mi existencia física. Me había convertido para el mundo en alguien prácticamente invisible, casi muerto.

III

No tardé mucho en descubrir que podía ser visible o invisible a voluntad.

Si me movía después del crepúsculo, y me ponía la ropa que hubiera llevado durante aquella actuación, podía ir casi a cualquier parte sin ser visto. Si deseaba moverme normalmente, entonces me ponía otra ropa, y utilizaba maquillaje para darle cierta solidez a mis rasgos. No era un simulacro perfecto: mis ojos parecían estar hundidos de un modo desconcertante, y una vez un hombre que iba en un autobús iluminado muy tenuemente señaló en voz alta el hueco que había aparecido inexplicablemente entre mi manga y mi guante, y tuve que retirarme inmediatamente.

El dinero, la comida, el alojamiento, todas estas cosas no presentaban ahora ningún problema para mí. O bien tomaba lo que quería mientras era invisible, o pagaba lo que necesitaba. Tales preocupaciones eran triviales.

Lo importante realmente era el bienestar de mi doble.

Leyendo un reportaje en un periódico, me enteré de que mi fugaz visión del escenario me había confundido completamente. El reportaje aseguraba que El gran Danton había sufrido lesiones durante una de sus presentaciones en Lowestoft, que se había visto forzado a cancelar compromisos futuros, pero que estaba descansando en su hogar y que esperaba regresar al escenario a su debido tiempo.

Descubrir esto fue un alivio, ¡pero también una gran sorpresa! Lo que yo había vislumbrado mientras se estaba bajando el telón fue lo que yo supuse era mi doble, congelado en un estado de medio-muerte, medio-vida al que llamé «desdoblado». En la transportación, el doble es el cuerpo de origen, abandonado en el artefacto de Tesla, como si estuviera muerto. Ocultar y deshacerse de estos cuerpos duplicados era el único gran problema que había tenido que resolver antes de poder representar el truco frente al público.

A raíz de la noticia acerca del estado de salud de mi doble, así como las presentaciones canceladas, me di cuenta de que aquella noche había ocurrido algo diferente. La transportación había sido solamente parcial, y yo era el lamentable resultado. Gran parte de mí había quedado atrás.

Tanto yo como mi doble habíamos sufrido un proceso de reducción a causa de la intervención de Borden. Ambos teníamos problemas con los que lidiar. Yo me encontraba en un estado fantasmagórico, y mi doble estaba muy mal de salud. A pesar de tener corporeidad y libertad de movimiento en el mundo, a partir del momento del accidente, estaba condenado a morir; mientras tanto, yo había sido condenado a una vida en las sombras, pero mi salud estaba intacta.

En julio, dos meses después de lo acontecido en Lowestoft, y cuando todavía me estaba haciendo a la idea del desastre, mi doble decidió aparentemente por propia voluntad adelantar la muerte de Rupert Angier. Era exactamente lo que yo habría hecho si hubiese estado en su situación; en el preciso instante en que pensé esto me di cuenta de que él era yo. Era la primera vez que habíamos llegado a una decisión idéntica por separado, y fue el primer indicio que tuve de que, a pesar de que existíamos separadamente, emocionalmente éramos una sola persona.

Poco después, mi doble regresó a la Casa Caldlow para ocuparse de la herencia; una vez más, esto es lo que yo hubiera hecho.

Yo, sin embargo, permanecí de momento en Londres. Tenía un asunto macabro del que ocuparme, y quería resolverlo en secreto, para que no hubiera riesgo alguno de que mis acciones perjudicaran el nombre de Colderdale.

En pocas palabras, he decidido que, finalmente, debo hacerme cargo de Borden.

Planeé asesinarlo, o, para ser más exacto, asesinar a uno de los dos. Su doble vida secreta convertía el asesinato en una venganza factible: él había manipulado los registros oficiales que revelaban la existencia de gemelos, y había vivido su vida ocultando una parte de sí mismo. Matar a uno de los hermanos acabaría con su engaño, y sería, para mis propósitos, tan satisfactorio y efectivo como matarlos a los dos. También pensé que en mi estado fantasmagórico, y con mi única identidad conocida enterrada y llorada públicamente, yo, Rupert Angier, nunca podría ser atrapado o ni siquiera ser sospechoso del crimen.

En Londres, puse en marcha mis planes. Me serví de mi virtual invisibilidad para seguir a Borden mientras se ocupaba de su vida y de sus asuntos. Lo vi en la casa que compartía con su familia, lo vi preparando y ensayando el espectáculo en su taller, me quedé de pie entre los bastidores en un teatro mientras realizaba sus trucos, lo seguí hasta el escondrijo secreto que compartía con Olivia Svenson en el norte de Londres…, y una vez, inclusive, vislumbré a Borden con su hermano gemelo, brevemente, encontrándose furtivamente en una calle que estaba a oscuras, un apresurado intercambio de información, algún asunto desesperado con el que había que terminar inmediatamente y en persona.

Fue, al verlo con Olivia, cuando decidí finalmente que debía morir. Aún quedaban sentimientos vivos en mí acerca de aquella antigua traición que le añadieron dolor a la indignación.

Puedo decir con toda confianza que tomar la decisión de cometer un asesinato premeditado es la parte más difícil. Muchas veces provocado, me considero, a pesar de esto, un hombre apacible y reticente. Nunca he querido lastimar a nadie, pero durante toda mi vida de adulto muchas veces me he sorprendido a mí mismo jurando que «mataría» o «me cargaría» a Borden. Estos juramentos, pronunciados en privado, y generalmente en silencio, son los comunes desvaríos impotentes de la víctima injustamente agraviada, posición en la cual Borden me colocaba forzosamente con tanta frecuencia.

En aquella época, mi intención de matarlo nunca fue realmente seria, pero el ataque en Lowestoft lo había cambiado todo. Fui reducido a un estado fantasmagórico, y mi otro yo estaba desapareciendo poco a poco. En realidad Borden nos había matado a ambos aquella noche, y la sed de venganza me estaba consumiendo.

La mera idea de matarle me produjo tal satisfacción y entusiasmo que mi personalidad cambió. Yo, que estaba más allá de la muerte, vivía para matar.

Después de haber tomado dicha decisión, el crimen en sí no podía hacerse esperar. Veía la muerte de uno de los gemelos Borden como la clave para mi propia libertad.

Pero no tenía experiencia alguna con la violencia, y antes de hacer nada tuve que decidir cuál era la mejor manera de proceder. Quería un modus operandi que fuera inmediato y personal, uno en el cual Borden, mientras moría sin poder evitarlo, comprendiera quién lo estaba matando y por qué. A través de un sencillo proceso de eliminación, decidí que tendría que apuñalarlo. Una vez más, imaginarme la perspectiva de un acto tan terrible, me causó un embriagador escalofrío de expectación.

Llegué a la conclusión de que lo mejor era apuñalarlo, de la siguiente manera: el veneno era muy lento, peligroso de administrar, e impersonal; un disparo era muy ruidoso, y también carecía de un contacto personal. Prácticamente estaba incapacitado para realizar acciones que requirieran de fuerza física, así que cualquier cosa que supusiera esto, tal como golpearle o estrangularlo, no era algo factible.

Descubrí, realizando un experimento, que si cogía un cuchillo de hoja larga con ambas manos, con firmeza pero no con rigidez, entonces podría deslizado con suficiente fuerza como para atravesar carne.

IV

Dos días después de haber terminado con los preparativos, seguí a Borden hasta el Teatro Queen en Balham, en donde encabezaba el programa de un espectáculo de variedades que estaría en cartelera durante toda la semana. Era un miércoles, en el cual había tanto una función vespertina como una nocturna. Sabía que Borden acostumbraba retirarse a su camerino entre una presentación y otra para dormir una siesta en el sofá.

Observé su actuación desde los bastidores a oscuras, y luego lo seguí por los oscuros pasillos y escaleras hasta su camerino. Cuando estaba dentro, con la puerta cerrada, y el alboroto general que había entre los bastidores se había calmado un poco, fui a buscar mi arma asesina y regresé cautelosamente al pasillo justo afuera del camerino de Borden, recorriendo todos los rincones oscuros hasta estar seguro de que no había nadie por allí.

Llevaba puesta la ropa que había utilizado en la función de Lowestoft, mi vestimenta habitual cuando quería pasar desapercibido, pero el cuchillo era uno normal. Si hubiera sido visto por alguien, habría parecido que el cuchillo estaba flotando en el aire sin que nada lo sostuviera; y no podía arriesgarme a llamar la atención.

Frente al camerino de Borden, justo enfrente de la puerta, me quedé en silencio en un hueco oscuro, tratando de calmar mi respiración, e intentando controlar los latidos de mi corazón. Conté lentamente hasta doscientos.

Después de asegurarme nuevamente de que nadie se acercaba, fui hasta la puerta y me apoyé en ella, presionando mi cara, suave pero firmemente contra la madera. Al cabo de unos pocos segundos la parte frontal de mi cabeza había atravesado la puerta, y pude ver el interior del salón. Había una sola lámpara encendida, que proyectaba una luz mortecina en el pequeño y desordenado salón. Borden estaba recostado en su sofá, con los ojos cerrados y las manos sobre su pecho.

Retiré mi cara.

Agarré bien el cuchillo, abrí la puerta y entré en el camerino. Borden se despertó y miró hacia donde yo me encontraba. Cerré la puerta y le pasé el cerrojo.

—¿Quién está ahí? —dijo Borden, entornando los ojos.

No estaba ahí para intercambiar palabras con él. Con sólo dos pasos crucé la habitación, luego me lancé hacia el sofá, y me subí encima de él. Me puse en cuclillas sobre su estómago, y levanté el cuchillo con ambas manos.

Borden vio el cuchillo y luego me vio a mí. Apenas era visible bajo aquella tenue luz. Mientras estaba encima de él pude ver el contorno de mis brazos, la hoja del cuchillo temblando sobre su pecho. Debió ser una imagen salvaje y espantosa, pues no había sido capaz de afeitarme o de cortarme el cabello durante más de dos meses, y mi rostro estaba enjuto. Estaba aterrorizado y desesperado. Estaba sentado sobre su abdomen. Tenía un cuchillo en mis manos, preparándome para la cuchillada mortal.

—¿Qué eres? —gritó Borden jadeando. Había cogido mis espectrales muñecas, e intentaba hacerme retroceder, pero liberarme de él era algo muy sencillo para mí—. ¿Quién…?

—¡Prepárate para morir, Borden! —grité, sabiendo que lo que él oiría era el ronco y espantoso susurro que yo era capaz de producir.

—¿Angier? ¡Por favor! ¡No tenía idea de lo que estaba haciendo! ¡No era mi intención hacerte daño!

—¿Fuiste tú quien lo hizo? ¿O fue el otro?

—¿A qué te refieres?

—¿Fuiste tú o tu hermano gemelo?

—¡No tengo ningún hermano gemelo!

—¡Estás a punto de morir! ¡Admite la verdad!

—¡Estoy solo!

—¡Demasiado tarde! —grité, y deliberadamente agarré el mango del cuchillo de la manera que había aprendido era la más eficaz. Se me escaparía de las manos si lo apuñalaba demasiado salvajemente, así que bajé la hoja hasta que quedara justo sobre su corazón y comencé a ejercer una presión constante para que la hoja se abriera camino hasta llegar a su blanco. Sentí cómo se rajaba la tela de su camisa, y cómo la punta del cuchillo presionaba su carne.

Entonces vi la expresión en el rostro de Borden. Estaba paralizado por el miedo que me tenía. Sus manos estaban en algún lugar encima de mi cabeza, intentando detenerme. Tenía la boca abierta, la lengua medio fuera, la saliva le caía por las comisuras de los labios y le bajaba por la mandíbula. Tenía el pecho convulsionado a causa de su frenética respiración.

De su boca no salía ni una sola palabra, pero estaba tratando de hablar. Escuché el siseo y el balbuceo de un hombre ahogándose en su propio terror.

Me di cuenta de que ya no era un hombre fuerte. Sus cabellos estaban repletos de canas. La piel alrededor de los ojos estaba arrugada por la fatiga. El cuello también.

Estaba acostado debajo de mí, luchando por su vida contra un demonio incorpóreo que había caído sobre su cuerpo con un cuchillo en la mano, preparado para matarlo. Aquel pensamiento me resultó repulsivo. No pude terminar con el asesinato. No podía matar así. Todo el miedo, la furia y la tensión que había en mí comenzaron a desaparecer. Arrojé el cuchillo a un lado y rodé diestramente hasta alejarme de él. Me eché hacia atrás, ahora indefenso y petrificado por lo que podría hacerme.

Él permaneció en el sofá, en donde continuaba respirando dolorosamente y con dificultad, temblando de horror y de alivio. Me quedé de pie allí sumisamente, mortificado por el efecto que había tenido sobre este hombre.

Finalmente, dejó de temblar.

—¿Quién eres? —me preguntó, con la voz temblorosa a causa del pánico, quebrándose en un falsete en la última palabra.

—Soy Rupert Angier —le contesté con la voz ronca.

—¡Pero tú estás muerto!

—Sí.

—¿Y entonces cómo…?

Le dije:

—Nunca deberíamos haber empezado todo esto, Borden. Pero matarte no es la manera de acabar con ello.

Me sentía humillado por la atrocidad de lo que había estado a punto de hacer, y el sentido básico de decencia que había gobernado mi vida hasta aquel momento se estaba reafirmando en mí con fuerza. ¿Cómo pude haberme imaginado alguna vez que podría matar a un hombre tan a sangre fría? Me alejé de Borden repleto de tristeza, y me apoyé contra la puerta de madera. Mientras pasaba lentamente a través de ella, oí nuevamente su chillido de horror.

V

El atentado contra la vida de Borden me había provocado un ataque de desesperación y desprecio por mí mismo. Sabía que me había traicionado a mí, a mi prestigio (el cual no era consciente de ninguno de mis actos), a Julia, a mis hijos, al nombre de mi padre, a cada amigo que había conocido a lo largo de mi vida. Si alguna vez había dudado de que mi enfrentamiento con Borden era un nefasto error, por fin estaba convencido. Nada de lo que nos habíamos hecho el uno al otro en el pasado podía justificar tal bajeza ni tal brutalidad.

En un estado de abatimiento y de apatía, regresé a la habitación que había alquilado, pensando que no había nada más que pudiera hacer con mi vida. No tenía nada más por lo que vivir.

VI

Planeé dejarme consumir y morir, pero hay un espíritu de vida, incluso en alguien como yo, que se interpone en el camino de tal decisión. Pensé que si no comía ni bebía, entonces simplemente me llegaría la muerte, pero en la práctica descubrí que la sed se convierte en una obsesión tan frenética que se necesita una fuerza de voluntad más poderosa que la mía para poder resistirla. Cada vez que tomaba unas pocas gotas para apagarla, posponía mi fallecimiento un poco más. Lo mismo sucedía con la comida; el hambre es un monstruo.

Después de un tiempo, aprendí a convivir con esto y me mantuve con vida; me había convertido en el patético morador de un inframundo que había sido tanto creación mía como de Borden, o al menos eso fue lo que llegué a creer.

Pasé gran parte del invierno en este estado miserable, un fracasado hasta en mi propia destrucción.

Durante el mes de febrero sentí que algo profundo crecía en mí. Al principio pensé que era una intensificación de la pérdida que había sufrido a partir del incidente de Lowestoft; el hecho de que nunca fui capaz de ver a Julia o a los niños. Me había negado este derecho, creyendo que, tras haberlo pensado detenidamente, mi necesidad de estar con ellos tenía mucho menos peso que el horrendo efecto que mi apariencia tendría sobre ellos. A medida que iban pasando los meses, esta tristeza se convirtió en un dolor espantoso, pero no podía detectar nada a mi alrededor que motivara tanta pena.

Fue al pensar en la vida de mi otro yo, el doble que había quedado detrás de mí en Lowestoft, cuando tuve la sensación de estar centrando mi atención en el lugar adecuado. Inmediatamente supe que tenía problemas. Habría sufrido alguna clase de accidente, o estaría siendo amenazado (¿tal vez por uno de los Borden?), o incluso podía ser que su salud se estuviera deteriorando más rápidamente de lo que yo había esperado.

Una vez más, cuando pensé concretamente en su salud, supe inmediatamente que había identificado lo que estaba ocurriendo. Estaba enfermo, incluso muriendo. Tenía que estar con él, tenía que ayudarlo de cualquier forma a mi alcance.

En aquel entonces, yo no me caracterizaba precisamente por mi fuerza física. Además del cuerpo que el accidente me había dejado, mi escasa dieta y la falta de ejercicio me habían convertido prácticamente en un esqueleto. Raras veces salía de mi sórdida habitación, y cuando lo hacía, era únicamente de noche, cuando nadie podía verme. Sabía que me había convertido en algo espantoso para la vista, en un verdadero espíritu del mal en todos los sentidos. La perspectiva del largo viaje hasta Derbyshire parecía repleta de peligrosas posibilidades.

Por lo tanto me embarqué en un esfuerzo consciente para mejorar mi apariencia. Comencé a ingerir comida y bebida en cantidades razonables, me corté los largos y desaliñados cabellos, y robé nuevas ropas. Varias semanas de cuidado serían necesarias para devolverme aunque sea la apariencia que tenía después de lo de Lowestoft, pero casi inmediatamente comencé a sentirme mejor, y mi estado de ánimo fue mejorando.

En contraste con todo esto estaba la conciencia de que el dolor que estaba sufriendo mi doble era casi insoportable.

Todo parecía llevarme ineludiblemente a mi regreso al hogar familiar, y en la última semana de marzo compré un billete para el tren nocturno hacia Sheffeld.

VII

Solamente sabía una cosa acerca del impacto que mi regreso causaría en la casa. Mi repentina aparición no sorprendería a la parte de mí a la cual llamaba mi doble.

Llegué a la Casa Caldlow a media mañana, en un radiante día de primavera, y bajo los firmes rayos del sol mi apariencia física se encontraba en su estado más sustancial. A pesar de esto, sabía que presentaba una figura sorprendente, porque durante mi breve viaje diurno desde la estación de Sheffeld hasta la casa en taxi, autobús, y luego nuevamente en taxi, había despertado en muchos transeúntes una mirada de curiosidad. Ya me había acostumbrado a esto en Londres, pero los propios londinenses están acostumbrados a ver a los moradores más extraños de la ciudad.

Aquí, en las provincias, un hombre esquelético que lleva ropas oscuras y un gran sombrero, con una piel muy poco natural, los cabellos cortados desigualmente y los ojos extrañamente hundidos, era objeto de curiosidad y alarma.

Cuando llegué a la casa, me dirigí hasta la puerta y la golpeé con fuerza. Podría haber entrado solo, pero no tenía idea de lo que podría llegar a encontrar. Me pareció que era mejor tomarme mi regreso sin aviso previo poco a poco.

Hutton abrió la puerta. Me quité el sombrero, y sencillamente me quedé de pie delante de él. Había empezado a decir algo antes de reparar en mí, pero cuando me vio no pronunció ni una palabra más. Me contemplaba fijamente y en silencio, con el rostro impasible. Lo conocía bastante como para darme cuenta que su silencio revelaba su consternación.

Después de haberle dado tiempo suficiente para que aceptara la realidad, le dije:

—Hutton, me alegra verte nuevamente.

Abrió la boca para hablar, pero no salió nada de ella.

—Tú debes saber lo que ocurrió en Lowestoft, Hutton —le dije—. Yo soy la desgraciada consecuencia de aquello.

—Sí, señor —dijo por fin.

—¿Puedo pasar?

—¿No debería avisar a lady Colderdale de que usted está aquí, señor?

—Me gustaría hablar discretamente contigo antes de verla, Hutton. Sé que es muy probable que mi llegada pueda provocar cierta alarma.

Me llevó hasta su sala de estar, que está junto a la cocina, y me sirvió una taza de té que acababa de preparar. Lo bebí a sorbos mientras estaba allí de pie frente a él, sin saber cómo explicarme. Hutton, un hombre a quien siempre había admirado por su serenidad, enseguida tomó el control de la situación.

—Creo que sería mejor, señor —me dijo—, que usted esperara aquí mientras yo me ocupo de comunicarle su llegada a lady Julia. Entonces ella, supongo, vendrá a verle. Y así podrán decidir juntos cuál es la mejor manera de proceder.

—Hutton, dime: ¿cómo se encuentra mi…? Quiero decir, ¿cómo está la salud de…?

—Lord Angier ha estado muy enfermo, señor. Sin embargo, ahora su pronóstico es excelente y ha regresado esta semana del hospital. Está convaleciente en el invernadero, donde hemos trasladado su cama. Creo que lady Julia está con él en este preciso momento.

—Esta situación es insoportable, Hutton —me atreví a decir.

—Lo es, señor.

—Para ti en particular, quiero decir.

—Para mí y para usted, y para todos, señor. Estoy al tanto de lo que sucedió en aquel teatro de Lowestoft. Lord Angier, es decir, usted, señor, ha hecho de mí su confidente. Usted recordará, seguramente, que yo he participado numerosas veces cuando ha sido necesaria mi colaboración para disponer de los materiales sobrantes… En esta casa, por supuesto, no hay secretos, mi Lord, tal como usted ordenó.

—¿Está Adam Wilson aquí?

—Sí, así es.

—Me alegra mucho saber eso.

Unos momentos después, Hutton se retiró y luego de una demora de aproximadamente cinco minutos, regresó con Julia. Parecía estar cansada, y sus cabellos estaban peinados hacia atrás con un moño. Vino directamente hacia mí y nos abrazamos bastante cariñosamente, pero los dos estábamos demasiado nerviosos. Noté su tensión mientras nos teníamos cogidos el uno al otro.

Hutton se excusó y se retiró nuevamente, y cuando nos quedamos solos, Julia y yo nos aseguramos de que yo no era ninguna clase de espantoso impostor. Incluso yo mismo había dudado varias veces de mi propia identidad durante aquellos largos meses de invierno. Hay un tipo de locura en la cual el engaño reemplaza a la realidad, y muchas veces, me había parecido que eso lo explicaría todo; que una vez había sido Rupert Angier, pero que ahora no tenía el mando de mi propia vida, y que únicamente me quedaban los recuerdos, o bien que era el alma de otra persona y que, presa de la locura, había llegado a creer que era Angier.

Apenas tuve la oportunidad, le expliqué a Julia los límites de mi existencia corporal: cómo desaparecería de su vista si no me encontraba bajo alguna luz brillante, y cómo podía deslizarme sin ser visto a través de objetos sólidos.

Luego ella me contó acerca de las enfermedades que yo, mi doble, había estado sufriendo, y cómo, gracias a alguna clase de milagro, habían parecido esfumarse por sí solos, permitiéndome a mí, a él, regresar a casa.

—¿Se recuperará por completo? —pregunté ansiosamente.

—El médico dijo que a veces la recuperación se produce espontáneamente, pero en muchos casos una remisión es algo que dura solamente un corto período de tiempo. Él cree que en este caso, tú, él… —Parecía estar a punto de echarse a llorar, así que tomé su mano. Se tranquilizó y me dijo en un tono pesimista—: Él cree que es solamente una tregua temporal. Los cánceres son malignos, múltiples, y se han propagado.

Después me dijo lo que más me sorprendió de todo: que Borden, o más precisamente, uno de los gemelos Borden, había muerto, y que este cuaderno había caído en mis, nuestras, manos.

Enterarme de todo aquello me dejó pasmado. Por ejemplo, me enteré de que Borden había muerto tan sólo tres días después de mi fallido intento de atentar contra su vida; los dos acontecimientos parecían estar inevitablemente conectados.

Julia me dijo que se creía que había sufrido un ataque al corazón; me preguntaba si esto podría haber sido causado por el miedo que le había infundido. Recordaba sus terribles ruidos de angustia, su fatigosa respiración y su apariencia general de cansancio y de mala salud. Sabía que los ataques al corazón podían ser causados por estrés, pero hasta este momento había supuesto que después de mi partida, Borden habría recuperado sus sentidos, y que, a la larga, habría vuelto a la normalidad.

Le conté mi historia a Julia, pero no creyó que los dos acontecimientos tuvieran ningún tipo de conexión.

Más interesante aún me resultó la noticia acerca del cuaderno de Borden. Julia me dijo que había estado leyendo parte de él, y que gran parte de la magia de Borden estaba descrita en sus páginas. Le pregunté si yo, mi doble, tenía algún plan acerca de él, pero me dijo que la enfermedad lo había interrumpido todo. Mencionó que compartía parte del arrepentimiento que yo sentía para con Borden, y que a mi doble le pasaba más o menos lo mismo.

Entonces le pregunté:

—¿Dónde está? Tenemos que estar juntos.

—Pronto se despertará —me contestó Julia.

VIII

¡Mi reunión conmigo mismo debe haber sido una de las más inusuales de toda la historia! Él y yo nos complementábamos perfectamente. Todo lo que a mí me faltaba estaba en él; todo lo que yo tenía, él lo había perdido. Por supuesto, éramos iguales, más cercanos que hermanos gemelos.

Cuando cualquiera de nosotros hablaba, el otro podía fácilmente terminar la oración. Nos movíamos de la misma manera, teníamos los mismos gestos y las mismas costumbres, pensábamos exactamente lo mismo, y al mismo tiempo. Yo lo sabía todo acerca de él, y él sabía lo mismo de mí. Lo único que faltaba entre nosotros eran las experiencias que habíamos vivido por separado durante los últimos meses, pero una vez contadas, incluso esa diferencia desapareció. Tembló ante mi descripción del intento de asesinar a Borden, y yo por mi parte sufrí algo del dolor y de la desgracia de su enfermedad.

Una vez que estuvimos juntos, no había nada que pudiera separarnos nuevamente. Le pedí a Hutton que preparara una segunda cama en el invernadero, para que mis dos mitades pudieran estar juntas todo el tiempo.

Nada de esto podía ocultarse al resto de los habitantes del hogar, y pronto volví a reunirme con mis hijos, con Adam y con Gertrude Wilson, y también con la señora Hutton, el ama de llaves. Todos se impresionaron acerca del extraño doble efecto que habíamos creado. Me horroriza pensar qué efecto podría tener en el futuro esta revelación de su padre en mis hijos, pero mis dos partes, y Julia, llegamos a la conclusión de que la verdad sería mejor que otra mentira más.

No pasó mucho tiempo antes de que la escalofriante realidad de los cánceres nos recordara la brevedad del tiempo que nos quedaba, y comprendimos que si debíamos hacer algo, aquél era el momento.

IX

Desde principios de abril hasta mediados de mayo trabajamos juntos en la revisión del cuaderno de Borden, con el fin de prepararlo para el editor. Mi hermano gemelo (ya que ésa pareció ser la mejor forma de pensar en mi doble) no tardó en caer enfermo nuevamente, y a pesar de que él ya había hecho gran parte del trabajo inicial del libro, fui yo quien completó el trabajo, y llevó a cabo las negociaciones con el editor.

Y fui yo también quien, utilizando su identidad, siguió escribiendo en su diario hasta su fallecimiento. Así, nuestra doble vida llegó ayer a su fin, y con ella llega el fin de la breve historia de mi vida. Ahora únicamente quedo yo, y vivo más allá de la muerte otra vez.

8 de julio de 1904

Esta mañana bajé al sótano con Wilson, donde inspeccionamos el artefacto de Tesla. Todo funcionaba perfectamente, pero debido a que hacía ya mucho tiempo que no lo utilizaba, consulté las anotaciones del señor Alley para comprobar que todo estaba en su lugar. Siempre había disfrutado la sensación de trabajar con la colaboración del lejano señor Alley. Era un placer releer sus meticulosas anotaciones.

Wilson me preguntó si no deberíamos desmontar el dispositivo. Lo pensé, brevemente, y luego le dije:

—Dejémoslo hasta después del funeral. La ceremonia está planeada para mañana al mediodía.

Después de que Wilson se retirara, y de haber cerrado con llave la puerta de acceso al sótano, encendí el dispositivo y lo utilicé para transmitir más monedas de oro.

Estaba pensando en el futuro, en mi hijo, el 15.° conde, en mi esposa, la señora de Colderdale, viuda y rica. Todas éstas eran responsabilidades a las que no era capaz de hacer frente del todo. Una vez más sentí el aplastante peso de mi propia inutilidad apremiándome no solamente a mí, sino también a mi inocente familia.

No había contado la riqueza que habíamos creado con el dispositivo, pero mi doble me había mostrado todo lo acumulado, que estaba guardado en un compartimento cerrado con un candado, en el rincón más oscuro del sótano. Saqué lo que estimé sería equivalente a dos mil libras, para las necesidades inmediatas de Julia, luego agregué las monedas que había creado recientemente a lo que quedaba, pensando que no importaba cuánto dinero forjáramos, nunca sería suficiente.

Sin embargo, me encargaría de que el dispositivo de Tesla permaneciera intacto.

Las instrucciones de Alley quedarían igualmente a buen recaudo. Un día, Edward encontrará este diario y se dará cuenta de cuál es el mejor uso que puede dársele al artefacto.

Más tarde.

Solamente tengo unas pocas horas antes de que empiece el funeral, y no puedo pasarme todo ese tiempo escribiendo en estas páginas. Por lo tanto, permítanme mencionar lo siguiente.

Son las ocho de la noche, y estoy en el invernadero que compartí con mi doble antes de que muriera. Un hermoso atardecer está bañando de un color dorado las cimas de Curbar Edge, y a pesar de que este salón no mira directamente hacia donde se está poniendo el sol, puedo ver, a lo alto, zarcillos de nubes de color ámbar. Hace unos minutos caminé tranquilamente por los jardines de la casa, oliendo las fragancias estivales, escuchando el silencioso sonido de este brezal al que tanto amé durante mi infancia. Es una espléndida cálida mañana en la cual planear el final, el verdadero final.

Soy un vestigio de mí mismo. La vida se ha convertido, literalmente, en algo que no vale la pena de ser vivido. Todo lo que amo me está prohibido a causa del estado en el que me encuentro. Mi familia me acepta. Saben quién y qué soy, y que no fui yo el causante de mi triste estado. Aun así, el hombre al cual amaban está muerto, y yo no puedo reemplazarlo. Es mejor para ellos que yo me retire, para que por fin puedan comenzar a llorar completa y abiertamente al hombre que murió. En la expresión del dolor reside la recuperación.

Tampoco poseo ningún tipo de existencia legal: el mago Rupert Angier está muerto y sepultado, el 14.° conde de Colderdale será enterrado mañana.

No soy un ser auténtico. No puedo vivir sino una miserable media-vida. No puedo viajar sin peligro alguno, sin tener que adoptar un disfraz bastante poco convincente, o sin asustar a la gente casi hasta la muerte, arriesgándome, de esta manera, a ponerme en peligro. Lo único que me queda en esta vida es la perspectiva de seguir siendo un fantasma de mí mismo, merodeando para siempre al margen de las vidas reales de mi familia, atormentando para siempre mi propio pasado y su futuro.

Por lo tanto, todo esto tiene que terminar, y yo moriré. ¡Pero la maldición de la vida también se aferra a mí! Ya he descubierto lo fervientemente que arde en mí el espíritu de vida, y que el asesinato no es lo único que está éticamente fuera de mi alcance, sino que el suicidio también es algo imposible de realizar. Cuando una vez, hace algún tiempo, deseé estar muerto, el deseo no fue lo suficientemente fuerte. Puedo dejarme morir, simplemente convenciéndome de que existe la esperanza de fracasar.

Apenas haya terminado estas líneas, ocultaré este diario, y sus volúmenes anteriores, en algún sitio entre los materiales sobrantes que se encuentran en la cripta. Luego le quitaré el candado al compartimiento que está en el sótano, dejando allí el oro para que lo encuentre mi hijo o finalmente su hijo. Este diario no debe ser descubierto mientras todavía quede oro, ya que vendría a ser una confesión de la falsificación que he cometido.

Cuando haya terminado de hacer todo esto, cargaré el dispositivo de Tesla y lo utilizaré por última vez. Solo, y en secreto, me transportaré a través del éter en la manifestación más sensacional de mi carrera.

Me he pasado la última hora midiendo y verificando las coordenadas, preparándome, ensayando como si un público de miles de espectadores fuera a presenciar lo que voy a hacer. Pero este acto de magia debe tener lugar mientras estoy solo, porque pienso proyectarme en el enfermo cuerpo de mi doble, ¡y ése será mi final!

Llegaré allí, de eso no cabe ninguna duda, porque el artefacto de Tesla no ha fallado nunca hasta ahora en su precisión. ¿Pero, cuál será el resultado de esta mórbida unión?

Si resulta ser un fracaso, me materializaré dentro del enfermo cuerpo, lleno de cánceres, de mi doble, muerto hace ya dos días, agarrotado a causa del rigor mortis.

Yo también moriré instantáneamente, y no me enteraré de nada. Mañana, cuando el cuerpo sea enterrado, me sepultarán con él.

Pero creo que existe la posibilidad de otro resultado, uno que responderá a mi desesperación por vivir. ¡Esta materialización tal vez no me mate!

Estoy seguro, casi seguro, de que mi llegada al cuerpo de mi doble le devolverá la vida. Será un encuentro, una última unión. Lo que queda de mí se fusionará con lo que queda de él, y nos convertiremos en un todo entero una vez más. Yo poseo el espíritu que él nunca tuvo. Reanimaré su cuerpo con mi espíritu. Tengo las ganas de vivir que él perdió; se las devolveré. Tengo la chispa de vitalidad que ahora le falta.

Curaré sus lesiones, sus úlceras, sus tumores, con la pureza de mi salud; inyectaré, una vez más, sangre en sus venas y en sus arterias; relajaré nuevamente los ahora rígidos músculos y articulaciones; le daré color a su pálida piel; y él y yo nos uniremos una vez más para hacer de mi propio cuerpo una totalidad.

¿Es acaso una locura pensar que algo así puede ser posible? Si es una locura, entonces me alegro de estar loco, porque viviré. Estoy lo suficientemente loco, mientras aún trazo estos planes, como para creer que existe una esperanza, que es lo que me permite seguir adelante.

El cuerpo enloquecido y reanimado de mi doble saldrá de su ataúd abierto, y pronto se habrá ido de esta casa. Todo lo que se ha convertido en algo prohibido para mí quedará atrás. He amado esta vida, y he amado a otros mientras estuve en ella, pero debido a que la única esperanza de vida que me queda es un acto que cualquier persona cuerda juzgaría inmoral, debo convertirme en un marginado, debo dejar atrás a todos aquellos a quienes he amado, adentrarme en el mundo, y hacer lo que pueda con lo que encuentre.

¡Ahora mismo pienso hacerlo!

Seguiré solo hasta el final.