1903

1 de enero de 1903

Así es que llega por fin el año en el cual Rupert Angier pasará a mejor vida.

Todavía no he escogido una fecha exacta para mi fallecimiento, pero no será sino mucho después de que termine mi gira estadounidense.

Salimos desde Liverpool con destino a Nueva York dentro de tres semanas a partir de mañana, y estaremos fuera hasta el mes de abril. El problema de la disposición de los materiales del prestigio ha sido resuelto tan sólo parcialmente, pero puesto que presentaré «En un abrir y cerrar de ojos» en una media de una vez por semana, eso paliará en cierto modo el problema. En caso de que fuera necesario, haré lo que he hecho antes, pero Wilson asegura que ha encontrado una solución. Sea cual fuere el caso, el espectáculo continuará.

Julia y los niños estarán conmigo durante lo que sin duda alguna será conocida como mi gira de despedida.

30 de abril de 1903

Le he dicho a Unwin que continúe aceptando presentaciones hasta el final de este año, y también para los primeros meses de 1904. Sin embargo, estaré muerto a finales de septiembre. Probablemente ocurrirá el sábado 19 de septiembre.

15 de mayo de 1903
En Lowestoft.

Después de las vertiginosas experiencias de Nueva York, Washington DC, Baltimore, St. Louis, Chicago, Denver, San Francisco, Los Ángeles… estoy en Lowestoft, Suffolk. En Estados Unidos podría hacerme rico, pero me gano la vida satisfactoriamente en lugares como el Teatro Pavilion de Lowestoft.

Mañana estreno y estaré en cartelera durante una semana.

20 de mayo de 1903

He cancelado mis dos presentaciones de esta noche, las de mañana están en peligro, y mientras escribo estas palabras espero ansioso la llegada de Julia.

¡Soy un imbécil, un maldito y puñetero imbécil!

Anoche, segunda función, mitad de la presentación. (Apenas si puedo poner lo sucedido en el papel). Recientemente he agregado un nuevo truco de cartas a mi repertorio. En éste, se invita a un miembro del público a subir al escenario. Él toma una carta y escribe su nombre en la parte de adelante. Yo arranco una punta de la carta, y se la doy al voluntario para que la sostenga. El resto de la carta se coloca dentro de un sobre de papel, al que se le prende fuego. Cuando las llamas se han extinguido hago aparecer una gran naranja. La corto por la mitad y resulta que contiene la carta firmada, y la punta arrancada todavía encaja, por supuesto.

Anoche, supuse que mi voluntario era alguien del lugar; era alto y robusto, tenía una piel rojiza, y cuando habló, fue con acento de Suffolk. Ya lo había visto un rato antes en el auditorio, sentado en el centro de la primera fila, y apenas noté su rostro apacible, que no traslucía una excesiva inteligencia, me dije que sería un buen voluntario. De hecho él se ofreció apenas solicité a alguien para que subiera al escenario, algo que debió haberme alertado de que se avecinaban problemas. Sin embargo, mientras yo estaba realizando el truco, él era el complemento perfecto, incluso sacándole una o dos risas al público con su sencillo sentido del humor y sus comentarios banales. («Escoja una carta, señor», le dije. «¿Qué, quiere me la lleve a casa, señor?», dijo el hombre, con los ojos bien abiertos y aparentemente ansioso por agradar).

¡¿Cómo pude no darme cuenta de que era Borden?! Incluso me dio una pista, porque el nombre que escribió sobre la carta fue Alf Redbone, casi un anagrama transparente, y sin embargo yo, concentrado en mis asuntos, creí que era su verdadero nombre.

Después de finalizar el truco le di la mano, le di las gracias llamándolo por su nombre, y agregué mi aplauso al del público, mientras él era conducido por Hester, mi actual asistente femenina, hasta la rampa de la platea.

No me di cuenta de que la butaca de Redbone todavía estaba vacía hasta después de pasados unos minutos, cuando me disponía a comenzar con «En un abrir y cerrar de ojos».

En las tensiones que preceden a este número, su ausencia únicamente quedó registrada en un rincón de mi mente; sabía que algo estaba mal, pero, debido al momento en el que me encontraba, no podía pensar en qué podía ser exactamente.

Cuando la corriente eléctrica comenzó a fluir por el artefacto de Tesla, y los largos zarcillos de las descargas de alto voltaje serpenteaban a mi alrededor, y cuando la expectación del público estaba en su punto más álgido, finalmente noté su ausencia.

La trascendencia de lo que esto significaba me alcanzó como un rayo. Para aquel entonces ya era demasiado tarde; el artefacto estaba en funcionamiento y yo debía finalizar el truco.

En este punto del espectáculo nada puede ser modificado. Hasta el área que elegí como blanco está predeterminada; fijar las coordenadas es demasiado intrincado, se necesita mucho tiempo para prepararlo y no es posible hacerlo durante la actuación.

La noche anterior había dispuesto el artefacto de tal modo que me hicieran llegar al palco más alto de la parte izquierda del escenario, el cual, gracias a un acuerdo previo con los directivos del teatro, quedaría vacío durante ambas funciones. El palco estaba aproximadamente a la misma altura que el anfiteatro, y era visible desde casi cualquier otra parte del auditorio.

Todo estaba listo para materializarme en la misma barandilla del palco, iluminado por los focos móviles, boca abajo, mirando a la platea bastante por debajo de donde yo me encontraba, aparentemente luchando para mantener el equilibrio, los brazos girando como un remolino de viento, el cuerpo moviéndose frenéticamente, etcétera, etcétera. Todo había salido exactamente como lo había planeado durante la primera función, y mi mágica transformación provocó chillidos, rugidos de advertencia y gritos de alarma de parte del público, seguidos de ensordecedores aplausos mientras yo bajaba balanceándome al escenario con la cuerda que Hester me había arrojado.

Para llegar a la barandilla del palco frente al público, tenía que ponerme de pie dentro del artefacto de Tesla, de espaldas al palco. El público no puede saberlo, por supuesto, pero la posición en la que coloco mi cuerpo es recreada exactamente en el instante de mi llegada. Desde mi lugar en el artefacto, no podía por lo tanto ver dónde estaba a punto de llegar.

¡Con Borden próximo en alguna parte, me invadió la espantosa seguridad de que estaba a punto de sabotearme una vez más! ¿Qué pasaría si estaba escondido dentro del palco, y me daba un empujón cuando yo llegara a la cornisa? Sentí cómo la tensión eléctrica aumentaba ineluctablemente a mi alrededor. No pude evitar darme vuelta ansiosamente para mirar hacia arriba, hacia donde estaba el palco. Apenas pude conseguir ver a través de las mortales chispas eléctricas celestes. Todo parecía estar bien; no había nada allí que obstaculizara mi llegada, y a pesar de que no pude ver el interior del palco, donde están las butacas, no parecía haber nadie allí.

La intención de Borden era mucho más siniestra, y un momento más tarde lo descubrí. En el preciso instante en que me di vuelta para mirar hacia el palco, dos cosas sucedieron simultáneamente.

La primera fue que la transmisión de mi cuerpo comenzó. La segunda fue que la energía eléctrica que suministraba al artefacto fue cortada, desconectando instantáneamente la corriente. Los fuegos azules desaparecieron, el campo eléctrico se extinguió.

Yo permanecí en el escenario, de pie dentro de la jaula de madera del artefacto, a plena vista de todo el público. Me quedé mirando fijamente hacia atrás, hacia el palco.

¡La transmisión había sido interrumpida! Pero había comenzado, y ahora podía ver una imagen de mí mismo en la barandilla; allí estaba mi fantasma, mi doppelgänger, momentáneamente congelado en la postura que había adoptado cuando me di vuelta para mirar, a medio girar, medio agazapado, mirando hacia arriba. Era una delgada y endeble copia de mí mismo, una prestidigitación parcial. ¡Cuando aún tenía la vista fija en él, mi otra imagen se enderezó alarmada, estiró los brazos y se desplomó hacia atrás y fuera de mi vista, en el interior del palco!

Horrorizado por lo que había visto caminé fuera de las bobinas de la jaula de Tesla. Justo en aquel instante, el foco se encendió, iluminando todo el palco para mostrar así mi pretendida materialización. La gente del público miró hacia donde estaba el palco, medio anticipando el truco. Comenzaron a aplaudir, pero con la misma rapidez el ruido fue desapareciendo hasta quedar en la nada. No había nada que ver.

Yo estaba solo de pie sobre el escenario. Mi truco había sido saboteado.

—¡Telón! —grité hacia el interior de los bastidores—. ¡Bajen el telón!

Pareció tardar una eternidad pero finalmente los técnicos me oyeron y fue bajado el telón, separándome del público. Hester apareció corriendo; su señal para regresar al escenario era cuando yo estaba recibiendo mis aplausos desde la barandilla del palco, y no antes. Ahora el deber y la confusión la sacaron de su lugar entre los bastidores.

—¿Qué ha sucedido? —gritó.

—¡Ese hombre que subió al escenario desde el auditorio! ¿Dónde está?

—¡No lo sé! Pensé que había regresado a su butaca.

—¡De alguna manera se metió entre los bastidores! ¡Se supone que tienes que asegurarte de que esta gente abandone el escenario!

La empujé furioso hacia un costado y levanté la tela del telón. Agachado, di un paso para colocarme debajo y fui hasta los focos. Las luces del auditorio estaban ahora encendidas, y el público se estaba desplazando hacia los pasillos, y lentamente hacia las salidas. La gente estaba evidentemente desconcertada y disgustada, y ya no prestaba atención al escenario.

Miré hacia el palco. El foco móvil había sido apagado, y con las débiles luces del auditorio todavía no podía ver nada. Una mujer gritó una vez y luego otra. Estaba en alguna parte del edificio detrás de los palcos.

Inmediatamente me metí entre los bastidores y me encontré con Wilson, que estaba apresurándose para llegar al escenario y encontrarme. Casi sin aliento, porque ahora me di cuenta de que mis pulmones estaban inexplicablemente trabajando con dificultad, le di instrucciones de que desmontara y embalara el artefacto tan rápidamente como pudiera. Pasé a su lado corriendo y pude llegar hasta las escaleras que conducían al anfiteatro y a los palcos. Había miembros del público bajando por ellas, y cuando miré hacia arriba, colándome entre ellos, me di cuenta de que refunfuñaban debido a mi brusquedad, pero no me identificaban como el mago que acababa de fracasar tan espectacularmente ante ellos. El anonimato del fracaso es fulminante.

Cada paso que daba era aún más difícil de completar. La respiración se me hacía más dificultosa, arañándome la garganta, y notaba mi corazón palpitar como si acabara de correr casi dos kilómetros cuesta arriba. Siempre me he mantenido en forma, y el ejercicio físico nunca ha sido algo que me exigiera demasiado esfuerzo, pero de repente sentí como si me hubiera vuelto cojo y gordo. Para cuando llegué a la parte superior de tan sólo el primer tramo de escalones, no podía avanzar más, y la multitud que bajaba por las escaleras se vio forzada a adelantarme mientras me apoyaba en el pasamanos de hierro forjado para recuperar el aliento. Descansé durante unos segundos, y luego me lancé a subir el siguiente tramo de escalera.

No había cubierto más de dos escalones cuando fui presa de una tos aterradora, tan violenta que me dejó pasmado. Físicamente sentí que no podía más. Mi corazón daba golpes que parecían de martillo, la sangre me latía con fuerza y rítmicamente en los oídos, el sudor me salía a borbotones, y la tos era tan seca y tan dolorosa que parecía que me estaba evacuando el pecho y me provocaría un colapso en cualquier momento. Me debilitó tan exageradamente que apenas pude inhalar una vez más, y cuando por fin pude conseguir aspirar un poco de aire, inmediatamente tosí otra vez, resollando terriblemente y atormentado por atroces dolores en todas partes. Era incapaz de mantenerme erguido, y me dejé caer hacia adelante atravesando los escalones de piedra, mientras las pocas personas que quedaban del público pasaban a mi lado, sus botas a escasos centímetros de mi lastimosa cabeza. No sabía ni me importaba lo que pensaran de mí mientras yacía allí.

Finalmente Wilson me encontró. Me alzó en sus brazos y me levantó como a un niño mientras yo luchaba para recobrar el aliento.

Después de un buen rato, mi corazón y mi respiración se calmaron, y un gran escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Sentía mi pecho como si fuera una pústula hinchada de dolor, y a pesar de que no recaí en la violenta tos, cada respiro era inhalado y exhalado muy cuidadosamente.

Finalmente, pude decir:

—¿Has visto lo que sucedió?

—Alfred Borden debe haber conseguido meterse entre los bastidores, señor.

—¡Eso no! Me refiero a lo que sucedió cuando falló la energía.

—Estaba manejando el panel de controles, señor Angier. Como siempre.

El lugar de Wilson durante «Un abrir y cerrar de ojos» está en la parte de atrás del escenario, invisible para el público, oculto detrás del telón negro de la cabina secreta.

A pesar de que está en contacto permanentemente con lo que yo estoy haciendo, en realidad no puede verme durante la mayor parte del truco.

Jadeando, le di una descripción de la imagen mágica espectral de mí mismo que había entrevisto. Wilson parecía estar desconcertado, pero inmediatamente se ofreció para subir corriendo él mismo hasta el palco. Así lo hizo, mientras yo me quedé tirado, indefenso e incómodo sobre los fríos y desnudos escalones. Cuando regresó después de uno o dos minutos, Wilson me dijo que no había visto nada fuera de lugar allí arriba. Dijo que las butacas del último palco habían sido volcadas por el suelo alfombrado, pero que aparte de eso no había nada inusual. Tuve que aceptar lo que me dijo; sabía que Wilson es un asistente astuto y de confianza.

Me bajó por las escaleras y me llevó de regreso al escenario. Para aquel entonces ya me había recuperado lo suficiente como para poder mantenerme en pie sin ninguna ayuda. Examiné detenidamente el último palco y el resto del auditorio, ahora vacío, pero no había señal alguna del doble.

Tenía que olvidarme de todo el asunto. El hecho de haberme debilitado tanto de repente era una preocupación mucho más apremiante. Cada movimiento significaba un gran esfuerzo, y notaba la tos enroscada en mi pecho, lista para explotar de nuevo en cualquier momento. Temiendo que regresara, coarté y restringí deliberadamente mis movimientos, intentando calmar mi respiración.

Wilson llamó a un taxi para que me llevara sano y salvo de regreso a mi hotel, e inmediatamente ordené que se le enviara un mensaje a Julia. Se llamó a un médico, y cuando llegó, más tarde, llevó a cabo un reconocimiento hecho bastante a la ligera.

Aseguró que no había podido encontrar nada preocupante, así que le pagué para que se fuera y decidí buscar otro médico por la mañana. Me costó mucho quedarme dormido, pero al final lo conseguí.

Esta mañana me desperté sintiéndome bastante mejor, y bajé las escaleras sin la ayuda de nadie. Wilson me estaba esperando en el vestíbulo del hotel, con la noticia de que Julia llegaría al mediodía. Mientras tanto, me aseguró que no me veía muy bien, pero yo insistí en que había comenzado a recuperarme. Después del desayuno, sin embargo, me di cuenta de que no tenía muchas fuerzas.

De mala gana, he cancelado las dos presentaciones de esta noche, y mientras Wilson estaba en el teatro, he escrito este informe de lo que ha acontecido.

22 de mayo de 1903
En Londres.

Obedeciendo el deseo de Julia y el consejo de Wilson, he cancelado todas las presentaciones que quedaban en Lowestoft. La semana próxima también ha sido cancelada; ésta iba a ser una breve temporada en el Teatro Court de Highgate.

Todavía no sé qué hacer con respecto al espectáculo en el Astoria, en Derby, programado para la primera semana de junio.

Estoy intentando ser optimista, pero en el rincón más profundo de mi corazón abrigo un temor secreto. En pocas palabras, que mi mala salud no me permita actuar nunca más. Después del ataque de Borden me he convertido casi en un inválido.

Contando al hombre que vino a verme al hotel de Lowestoft, y al mío aquí en Londres, he sido examinado por tres médicos. Todos ellos aseguraron que me encontraba bien y que no mostraba ningún síntoma evidente de enfermedad. Me quejo de mi respiración, así que me auscultan el pecho y me recetan aire fresco. Les digo que se me acelera el corazón cuando subo un tramo de escalera, vuelven a auscultarme y me dicen que tenga cuidado con lo que como y que me tome las cosas con más calma. Les digo que me canso fácilmente, y me aconsejan que descanse y que me acueste bien temprano.

Mi médico de cabecera de Londres me sacó una muestra de sangre, porque le exigí que me hiciera algunas pruebas un poco más objetivas, aunque solamente para tranquilizar mis temores. Como era de esperar, me informó de que mi sangre estaba inusualmente «aguada», que tal condición era habitual en un hombre de mi edad, y me recetó un tónico de hierro.

Después de que se fuera el médico, decidí pesarme, con un resultado asombroso.

¡Aparentemente había perdido alrededor de trece kilos! He pesado más o menos exactamente setenta y seis kilos durante la mayoría de mis años de adulto.

Simplemente es una de esas cosas en la vida que ha permanecido constante. ¡Esta mañana he descubierto que peso poco más de sesenta y tres kilos!

En el espejo me veo igual que siempre: mi cara no está más delgada, mis ojos no están inyectados en sangre, mis pómulos no sobresalen, mi mandíbula no se ve más angulosa. Me veo cansado, eso es cierto, y mi piel tiene cierta cualidad amarillenta que no es habitual en mí, pero en ningún caso es el aspecto de alguien incapaz de subir siquiera un corto tramo de escalera sin tener que pararse a recobrar el aliento a mitad de camino. Ni tampoco alguien que acaba de perder casi una sexta parte de su peso habitual.

Debido a que no hay ninguna razón normal o lógica que explique todo esto, he de suponer que se debe a la transmisión incompleta de Tesla. La primera descarga se había llevado a cabo. Después de esto, la información eléctrica fue enviada tan sólo parcialmente. La interrupción de Borden tuvo lugar antes de que se produjera la segunda descarga, impidiendo que pudiera unirme completamente en ningún sitio.

¡Una vez más su intervención me había colocado al borde de la muerte!

Más tarde.

Julia se ha propuesto rehabilitar mis fuerzas haciéndome aumentar de peso, y el almuerzo de hoy fue bastante abundante. Sin embargo, cuando iba por la mitad comencé a sentirme cansado y con náuseas, y fui incapaz de terminarlo. Acabo de echar una corta siesta.

Al despertarme tuve una idea, cuyas consecuencias todavía estoy considerando.

En la privacidad de estas páginas, debo confesar que cada vez que he utilizado el artefacto de Tesla, ya sea durante una actuación o en un ensayo, siempre me he asegurado de esconder dos o tres monedas de oro en mi bolsillo. El motivo tiene que ser evidente; ¡mi reciente fortuna no se debe únicamente a los honorarios de mis presentaciones!

Tesla, debo confesarlo, me previno acerca de tales acciones. Es un hombre de profunda moral, y me dio un largo sermón acerca del tema de la falsificación. Dijo que también tenía razones científicas, que el artefacto estaba calibrado según el peso de mi cuerpo (con ciertos márgenes de seguridad), y que la presencia alrededor de mi cuerpo de objetos pequeños pero con volumen, tales como monedas de oro, podría provocar que la proyección no saliera bien si se trataba de distancias más largas.

Debido a que confío en el conocimiento científico de Tesla, al principio decidí llevar únicamente billetes conmigo, pero se produce el inevitable inconveniente de la duplicación de los números de serie. Todavía llevo algunos billetes en cada presentación, pero en la mayoría de los casos he optado por el oro. Nunca he experimentado ninguno de los problemas de proyección acerca de los cuales Tesla me advirtió, tal vez porque las distancias en cuestión son demasiado cortas.

Esta tarde, después de mi siesta, busqué las tres monedas que había llevado en mi bolsillo el martes por la tarde. Apenas las palpé estuve seguro de que pesaban menos de lo que pesaban antes, y cuando las coloqué en la balanza de mi oficina, comparándolas con dos monedas por lo demás idénticas que no habían pasado por el transmisor, descubrí que ciertamente eran más livianas.

Calculo que también han perdido alrededor del diecisiete por ciento de su masa.

Se ven iguales, tienen las mismas dimensiones que las monedas comunes, incluso hacen el mismo sonido resonante cuando caen sobre un suelo de piedra, pero por una razón o por otra han perdido algo de su peso.

29 de mayo de 1903

Esta semana no he mejorado para nada. Sigo debilitado. A pesar de que estoy bien, en el sentido de que no tengo fiebre, ni ninguna lesión aparente, ni ningún tipo de dolor, ni me siento mal; a pesar de todo esto, apenas hago algún esfuerzo físico, el cansancio me invade. Julia sigue intentando alimentarme para que me ponga mejor, pero he ganado muy poco peso. Los dos fingimos que estoy mejorando, pero estamos negando lo que es evidente para los dos: nunca recuperaré la parte de mí que ha desaparecido.

A pesar de mis problemas físicos, mi mente continúa funcionando normalmente, lo cual no hace sino acrecentar mi frustración.

Con desgana, pero siguiendo los consejos de las personas cercanas a mí, he cancelado todas las futuras presentaciones. Para distraerme he estado haciendo funcionar el artefacto de Tesla y transmitiendo una gran cantidad de oro. No soy codicioso, y no deseo llamar la atención convirtiéndome en alguien excesivamente rico. Únicamente necesito el dinero suficiente para asegurarme un bienestar a largo plazo tanto para mí como para mi familia. Al finalizar cada sesión peso cuidadosamente cada moneda, pero todo está bien.

Mañana regresamos a la Casa Caldlow.

18 de julio de 1903
En Derbyshire.

El gran Danton está muerto. El fallecimiento del ilusionista Rupert Angier fue el resultado de varias lesiones sufridas como consecuencia de un truco que salió mal durante una presentación en el Teatro Pavilion de Lowestoft. Murió en su casa de Highgate, en Londres, y ha dejado una viuda y tres hijos.

El 14.° conde de Colderdale continúa vivo, aunque no esté pletórico de salud. Ha tenido el ambiguo placer de leer su propia nota necrológica en el Times, un privilegio del cual no muchos pueden disfrutar. Por supuesto, la nota necrológica estaba sin firmar, pero fui capaz de deducir que no había sido escrita por Borden. La evaluación de mi carrera es presentada naturalmente bajo una luz justa y positiva, y no se adivinan nada de celos, ningún sentimiento oculto de sutil resentimiento, generalmente perceptibles en estas ocasiones, en las cuales un rival es invitado a dejar constancia del fallecimiento de uno de sus colegas. Me siento aliviado de que Borden al menos no haya participado en esto.

Los asuntos de Angier están ahora en las manos de una firma de abogados. Por supuesto, está realmente muerto, y su cuerpo fue realmente colocado dentro del ataúd. Vi esto como el último truco de Angier; el suministro de su propio cadáver para ser enterrado. Julia es oficialmente su viuda, y sus hijos son huérfanos. Todos ellos estaban presentes en el cementerio de Highgate para su funeral, una ceremonia estrictamente reservada para sus familiares más directos. La prensa no se acercó obedeciendo a la petición personal de la viuda, y no se vieron ni fans ni admiradores aquel día.

Aquel mismo día, yo estaba viajando anónimamente de regreso a Derbyshire con Adam Wilson y su familia. Él y Gertrude han aceptado quedarse conmigo como compañeros remunerados. Estoy en condiciones de recompensarlos bien.

Julia y los niños llegaron aquí de regreso tres días después. De momento es la viuda Angier, pero a medida que se vayan desvaneciendo los ecos de estos últimos sucesos, y la gente ya no recuerde nada, se convertirá discretamente, tal como es su derecho, en lady Colderdale.

Pensé que ya me había familiarizado con el hecho de sobrevivir a mi propia muerte, pero esta vez ha ocurrido de una forma tal que ya no podrá repetirse. Debido a que no puedo regresar al escenario, y puesto que estoy ahora desempeñando el papel que mi hermano mayor me había denegado previamente, me sorprendo preguntándome cómo llenaré los días que están por venir.

Después del desagradable susto causado por lo sucedido en Lowestoft, me he concentrado en lo que ya es mi nueva existencia. No estoy en decadencia, y mi salud es estable. Tengo poca energía física o fuerzas, pero parece improbable que caiga muerto en cualquier momento. El médico de aquí me repite lo que me dijeron en Londres: aparentemente no me sucede nada que la buena comida, el ejercicio y una actitud positiva no puedan curar con el tiempo.

Por lo tanto, me sorprendo a mí mismo viviendo la vida que había planeado brevemente después de regresar de Colorado. Hay muchas cosas de las que ocuparse en la casa y por toda la finca, y, debido a que nada ha sido correctamente organizado y administrado durante muchos años, gran parte de todo esto está deteriorándose.

Afortunadamente, por una vez mi familia tiene los medios económicos para abordar algunos de los problemas más serios.

Le he ordenado a Wilson que monte el artefacto de Tesla en el sótano, diciéndole que de vez en cuando ensayaré «En un abrir y cerrar de ojos» en preparación para mi regreso al escenario. Su verdadero uso, por supuesto, es otro.

19 de septiembre de 1903

Simplemente para dejar constancia de que hoy es el día que había planeado originalmente para la muerte de Rupert Angier. Ha pasado como todos los otros, discreta y (dado mi continuo desasosiego con respecto a mi salud) tranquilamente.

3 de noviembre de 1903

Estoy recuperándome de un ataque de neumonía. ¡Casi me mata! He estado en el hospital Sheffeld Royal desde finales de septiembre, y sobreviví únicamente gracias a un milagro. Hoy es el primer día en casa en el cual he podido sentarme el tiempo suficiente como para poder escribir. Los brezales se ven espléndidos a través de la ventana.

30 de noviembre de 1903

Estoy recuperándome. Me encuentro casi nuevamente en el estado en el cual me encontraba cuando regresé aquí de Londres. Es decir, oficialmente bien, extraoficialmente no demasiado bien.

15 de diciembre de 1903

Adam Wilson entró en mi sala de lectura esta mañana a las diez y media, y me informó que había una visita esperando abajo para verme. ¡Era Arthur Koeing! Me quedé sorprendido, mirando fijamente su tarjeta de periodista, preguntándome qué querría. —Dile que de momento no estoy disponible— le dije a Adam, y me fui a mi estudio para pensar.

¿Podía tener su visita algo que ver con mi funeral? La falsificación de mi propia muerte tenía un lado engañoso que sospecho podría ser interpretado como ilegal, a pesar de que no puedo imaginarme qué daño podría causarle a nadie. Pero el simple hecho de que Koeing estuviera aquí significaba que sabía que el funeral había sido una farsa. ¿Intentaría chantajearme de alguna manera? Todavía no confío completamente en el señor Koeing, ni tampoco entiendo sus motivos.

Lo dejé sudando abajo durante quince minutos, luego le pedí a Adam que lo hiciera subir.

Koeing parecía estar bastante serio. Después de saludarnos, le pedí que se sentara en una de las cómodas sillas que estaban frente a mi escritorio. Lo primero que hizo fue asegurarme que su visita no tenía conexión alguna con su trabajo en el periódico.

—Estoy aquí como emisario, mi Lord —me dijo—. Estoy actuando en calidad de particular, en representación de una tercera parte que sabe de mi interés por el mundo de la magia, y que me ha pedido que me acerque a su esposa.

—¿Acercarse a Julia? —le pregunté, sinceramente sorprendido—. ¿Por qué tendría usted algo que decirle a ella?

Koeing parecía estar notablemente incómodo.

—Su esposa, mi Lord, es la viuda de Rupert Angier. Es esta condición la que ha motivado el encargo de que yo me ponga en contacto con ella. Pero pensé, teniendo en cuenta lo sucedido en el pasado, que sería más prudente venir primero a hablar con usted.

—¿Qué pasa, Koeing?

Había traído un pequeño maletín de cuero, y en ese momento lo tomó y lo puso sobre su regazo.

—La… tercera parte para la cual estoy actuando ha hallado un cuaderno, un diario privado, en el cual se supone que su esposa estaría interesada. En especial, se espera que lady Colderdale, es decir, la señora Angier, podría querer adquirirlo. Esta, ¡ejem!, tercera parte no es consciente de que usted, mi Lord, todavía está vivo, por lo tanto me encuentro traicionando no solamente a la persona que me envía, sino también a la persona con quien debería estar hablando. Pero realmente sentí, teniendo en cuenta las circunstancias…

—¿De quién es este cuaderno?

—De Alfred Borden.

—¿Lo tiene con usted?

—Por supuesto que sí.

Koeing estiró la mano, la introdujo en su maletín y sacó un cuaderno forrado con tela, equipado con un cierre con candado. Me lo entregó para que pudiera examinarlo, pero debido a que estaba cerrado no pude ver su contenido. Cuando miré a Koeing nuevamente, tenía la llave en la mano.

—Mi… cliente pide quinientas libras, señor.

—¿Es auténtico?

—Sin duda alguna. Basta leer solamente unas pocas líneas para convencerse de ello.

—¿Pero vale la pena pagar quinientas libras por él?

—Sospecho que descubrirá que vale la pena gastarse bastante más. Está escrito con la letra del propio Borden, y habla con toda franqueza de los secretos de su magia. Elabora su teoría de la magia y explica cómo se realizan muchos de sus trucos. Menciona un secreto relativo a unos gemelos. Sin duda constituye una lectura más que interesante, y puedo garantizarle que usted estará de acuerdo.

Di vueltas al cuaderno en mis manos, pensando en él.

—¿Quién es su cliente, Koeing? ¿Quién quiere el dinero? —Parecía estar intranquilo, evidentemente no era un experto en este tipo de cuestiones—. Dice que ya ha traicionado a su cliente. ¿Es que de repente tiene escrúpulos?

—Hay muchas cosas detrás de todo esto, mi Lord. Por su comportamiento deduzco que todavía no ha oído la noticia más importante que le he traído. ¿Sabe usted que Borden ha muerto recientemente? —No hay duda de que mi expresión de desconcierto le dio la respuesta que necesitaba—. Para ser más preciso, creo que uno de los dos hermanos está muerto.

—Parece no estar muy seguro —le dije—. ¿Por qué?

—Porque no hay ninguna prueba concluyente. Usted y yo sabemos de qué modo tan obsesivo ocultaban sus vidas los hermanos Borden, y no es ninguna sorpresa que el superviviente haría lo mismo cuando el otro muriera. Las pistas han sido muy difíciles de seguir.

—¿Entonces cómo se ha enterado? Ah, ya entiendo…, esta tercera parte, la que le ha encargado esta tarea.

—Y hay otros indicios.

—¿Como por ejemplo? —lo desafié.

—El famoso truco ya no forma parte de la presentación de Le Professeur. He asistido a sus espectáculos varias veces durante las últimas seis semanas, y no lo ha realizado ni una sola vez.

—Podría haber otras muchas razones para eso —observé—. He estado presente en su espectáculo varias veces, y no siempre incluye ese truco.

—Ciertamente no. Pero lo más probable es que necesite a los dos hermanos para poder realizarlo.

—Creo que debería decirme el nombre de su cliente, Koeing.

—Mi Lord, si no me equivoco una vez conoció usted a una mujer estadounidense llamada Olive Wenscombe, ¿verdad?

He escrito este nombre aquí, y ahora caigo en la cuenta de que lo dijo, pero en la sorpresa del momento pensé que había dicho Olivia Svenson, lo cual produjo un malentendido entre nosotros. Primero pensé que los dos estábamos hablando de la misma persona, luego cuando me repitió el nombre pensé que estaba hablándome de alguien distinto. Finalmente recordé que Olivia había adoptado el apellido de soltera de su madre cuando se presentó a Borden.

—Por razones que usted seguramente podrá comprender bien —dije, cuando todo quedó muy claro—, nunca hablo de la señorita Svenson.

—Sí, sí. Y me disculpo por haberla mencionado. Sin embargo, ella está muy relacionada con el asunto del cuaderno. Entiendo que la señorita Wenscombe, o Svenson, como usted la conoció, fue empleada suya hace algunos años, pero se pasó al bando de Borden. Durante un tiempo trabajó como la asistente de Borden sobre el escenario, pero no fue mucho. Usted perdió contacto con ella, creo, aproximadamente en aquella época.

Confirmé que así había sido.

—Resulta ser —continuó Koeing— que los gemelos Borden poseen un escondrijo secreto al Norte de Londres. Para ser más preciso, es un apartamento de varias habitaciones en una zona residencial de Hornsey, y es aquí donde uno de los hermanos vivía de incógnito mientras el otro disfrutaba de las comodidades del hogar en St. Johns Wood. Se turnaban regularmente. Después de su… cambio de bando, la señorita Wenscombe se instaló en el piso de Hornsey, y ha estado viviendo allí desde entonces. Y seguirá allí siempre que las demandas entabladas en su contra no prosperen.

—¿Las demandas?

Me estaba costando bastante asimilar toda aquella información al mismo tiempo.

Koeing prosiguió:

—Ha recibido una notificación de desalojo por el impago del alquiler, y se estima que será desahuciada la semana próxima. Como súbdita extranjera sin un domicilio permanente, se enfrentaría entonces a la deportación. Por este motivo se puso en contacto conmigo, conociendo mi interés por el señor Borden. Pensó que yo podría ayudarla.

—A pedirme dinero.

Koeing me hizo una mueca no muy agradable.

—No exactamente, pero…

—Continúe.

—Le interesará saber que la señorita Wenscombe no era consciente de la existencia de los dos hermanos, y hasta el día de hoy se niega a creer que ha sido engañada.

—Yo mismo se lo pregunté una vez —dije, recordando la descorazonadora entrevista que había tenido con ella en aquel teatro de Richmond—. En aquel entonces, me dijo que Borden era solamente un hombre. Ella conocía mis sospechas. Pero ahora me cuesta creer en lo que me dijo.

—El hermano Borden que murió cayó enfermo en el piso de Hornsey. Parece que tuvo un ataque cardíaco. La señorita Wenscombe llamó al médico de Borden, y después de que el cuerpo fuera retirado, apareció la policía. Cuando les dijo quién era el muerto, se fueron para continuar con la investigación, pero no regresaron nunca. Más tarde intentó ponerse en contacto con el médico, para descubrir que no estaba disponible. Su asistente le dijo que el señor Borden había llegado allí enfermo, ¡pero que se había recuperado rápidamente y que ya había sido dado de alta en el hospital! Como la señorita Wenscombe había estado con él cuando murió, ¡no podía creerlo! Fue una vez más a la policía, pero, para su sorpresa, ellos también le confirmaron lo mismo.

—Todo esto me lo contó la señorita Wenscombe en persona. Según ella, no tenía idea de que Borden mantenía un segundo hogar. Definitivamente le vendió gato por liebre. En lo que a ella respecta, Borden pasaba con ella muchos días y muchas noches, y ella sabía siempre dónde estaba él cuando no estaba con ella. —Koeing estaba inclinado hacia delante, muy atento mientras desgranaba su historia—. Así que Borden murió súbitamente, y ella se sintió conmocionada y perturbada, como cualquier persona en su mismo caso, ¡pero no había motivos para sospechar nada extraño! Y, según ella, no hay duda alguna de que él ha muerto. Dijo que estuvo junto al cuerpo durante más de una hora antes de que llegara el médico, y que para aquel entonces ya se había enfriado. El médico examinó lo suficiente el cuerpo como para confirmar que estaba muerto, y dijo que firmaría un certificado de defunción cuando regresara a su consultorio. Sin embargo, ahora se enfrenta no solamente a las versiones del médico y la policía, sino al innegable hecho de que Alfred Borden aparece sobre escenarios públicos, presentando su magia, y evidentemente no está muerto.

—Si ella piensa que Borden era solamente un hombre, ¿cómo demonios explica eso? —le interrumpí.

—Se lo pregunté, por supuesto. Como usted bien sabe, ella está familiarizada con el mundo de la magia. Me dijo que después de pensarlo mucho, llegó a la triste conclusión de que Borden había utilizado técnicas de magia para simular su muerte, por ejemplo, tomando alguna clase de medicamento, y que todo era una elaborada farsa para abandonarla.

—¿Le dijo usted que los Borden eran gemelos?

—Sí. Se burló de la idea, y me aseguró que si una mujer vive con un hombre durante cinco años, sabe todo lo que se puede saber acerca de él. Rechazó absolutamente la idea de que fueran dos hombres distintos.

(Yo también había tenido mis dudas acerca de la relación de los gemelos Borden con su esposa y con sus hijos. Ahora bien, aparecía tras estas revelaciones un nuevo nivel de intriga: la amante también fue engañada, pero no estaba dispuesta a admitirlo, o simplemente no lo supo nunca).

—Así que este cuaderno ha aparecido de repente, para resolver todos sus problemas —dije.

Koeing me miró fija y pensativamente, y luego me dijo:

—No todos, pero sí los más inmediatos. Mi Lord, creo que como gesto de mi buena fe, debería permitirle examinar el cuaderno sin condiciones.

Me alcanzó la llave, y volvió a sentarse en su silla mientras yo abría el pequeño cerrojo.

El cuaderno estaba escrito con una letra diminuta, pulcramente y en líneas regulares y parejas, pero a primera vista era ininteligible. Después de haber mirado las primeras páginas, comencé a hojear rápidamente el resto como si estuviera pasando los dedos por los bordes de un mazo de cartas. Mi instinto de mago me decía que estuviera en guardia contra los engaños de Borden. Todos aquellos años de enemistad habían revelado hasta qué punto estaba dispuesto a lastimarme o a herirme. Ya casi había hojeado la mitad del cuaderno cuando me detuve. Me quedé mirándolo fijamente, sumido en mis pensamientos.

Era más que probable que éste fuera el más elaborado de los ataques de Borden en mi contra. La historia de Koeing acerca de Olivia, la muerte de Borden en el piso que compartía con ella, la convenientemente revelada existencia de un cuaderno que contiene los secretos profesionales más valiosos de Borden, todo esto podía ser un invento.

Lo único que tenía era la palabra de Koeing. ¿Qué contendría en realidad este cuaderno? ¿Y si fuera otro truco? ¿Un enrevesado laberinto de engaños que me manipularía hasta conducirme a una respuesta equivocada? ¿Podría haber algo aquí que, a través de la persona de Olivia Svenson, amenazara la última zona de estabilidad que me quedaba, a saber, mi milagrosamente recuperado matrimonio con Julia?

Me parecía que estaba corriendo peligro, incluso simplemente por estar sosteniendo el cuaderno.

La voz de Koeing interrumpió mis pensamientos.

—¿Puedo atreverme a suponer, mi Lord, lo que se le está pasando por la cabeza?

—No, no puede hacer tal cosa —le respondí.

—Está dudando de mí —insistió Koeing—. Usted piensa que Borden me ha pagado, o me ha convencido de alguna manera, para que le traiga este cuaderno. ¿No es así?

No le respondí, aún con el cuaderno medio abierto entre mis manos y con la mirada fija en sus hojas.

—Hay formas de comprobar lo que le estoy diciendo —prosiguió Koeing—. Una demanda judicial contra la señorita Wenscombe, interpuesta por el dueño del apartamento de Hornsey, fue pronunciada en Hampstead hace un mes. Usted mismo podría examinar los archivos judiciales. Hay registros oficiales de la asistencia social en el Hospital Whittington, en donde una víctima de un ataque al corazón no identificada, con una edad y una apariencia física que coinciden con las de Borden, fue ingresada el día que la señorita Wenscombe dice que murió. También hay un registro que indica que el cadáver fue trasladado por un médico local aquel mismo día.

—Koeing, usted me envió tras una pista de pruebas falsas hace diez años —le dije.

—Es cierto, lo hice. Y nunca dejé de arrepentirme, y ya le he dicho que mi dedicación para con su causa es el resultado de aquel error. Le doy mi palabra de que el cuaderno es genuino, de que las circunstancias bajo las cuales llegó hasta mis manos son las que le he descrito y, lo que es más, de que el hermano Borden que aún permanece con vida está desesperado por recuperarlo.

—¿Y cómo es que se le ha escapado? —pregunté.

—La señorita Wenscombe se dio cuenta de su valor potencial, tal vez susceptible de ser publicado como un libro. Cuando su necesidad de dinero se convirtió en algo urgente, pensó que podría tener más valor para usted o, según tenía entendido habían sido los recientes acontecimientos, para su viuda. Naturalmente, mantuvo el cuaderno escondido. Por supuesto que ni siquiera el propio Borden puede acercarse a ella para conseguirlo, pero seguramente no es ninguna coincidencia que hace diez días alguien entrara en su piso por la fuerza y registrara el lugar a fondo. No se llevaron nada. Este cuaderno, el cual había sido ocultado en otro sitio, siguió en sus manos.

Abrí el cuaderno donde mi dedo se había detenido para descansar. Al mismo tiempo, me dije que el pasar las páginas de bordes dorados con mis dedos había sido idéntico a los movimientos clásicos que realiza un prestidigitador cuando intenta que un miembro del público escoja una carta determinada. Este pensamiento cobró fuerza cuando observé una línea que estaba en la mitad de la página a mi mano derecha, y vi mi propio nombre escrito allí. Era como si Borden me hubiera obligado de alguna manera a elegir aquella página.

Miré la letra de cerca y con mucha atención, y enseguida descifré lo que decía el resto de la oración: «Ésta es la verdadera razón por la cual Angier nunca resolverá todo el misterio, a menos que yo mismo le dé la respuesta».

—¿Dice que quiere quinientas libras?

—Sí, mi Lord.

—Las tendrá.

19 de diciembre de 1903

La visita de Koeing me dejó exhausto, y poco después de que se fuera (con seiscientas libras, el excedente siendo en parte por haberse tomado el trabajo de visitarme, y en parte por su silencio y por su ausencia de ahora en adelante) me recosté en mi cama, en donde permanecí hasta la noche. Entonces fue cuando escribí mi informe de lo que aconteció, pero al día siguiente, y al que le siguió a éste, me sentía demasiado débil y apenas me dediqué a comer un poco y dormir mucho.

Ayer por fin pude leer parte del cuaderno de Borden. Tal como Koeing anunció, confieso que es una lectura absorbente. Le he enseñado algunos fragmentos a Julia, y lo encuentra igual de interesante.

Ella reacciona más violentamente que yo en contra de su tono de autosatisfacción, y me recomienda encarecidamente que no desperdicie ni una pizca de mis preciosas energías enfureciéndome con él otra vez.

De hecho, no siento furia en mí, a pesar de que la manera en la que distorsiona algunos de los acontecimientos, de los cuales tengo conocimiento, es tanto lastimosa como irritante. Lo que me resulta más fascinante es que finalmente tengo pruebas de que Alfred Borden fue el producto de una conspiración entre gemelos. No lo admiten en ninguna parte, pero está claro que el cuaderno ha sido escrito a dos manos.

Se dirigen el uno al otro en primera persona de singular. Al principio esto me resultaba bastante confuso, lo cual tal vez era la intención, pero cuando se lo señalé a Julia, observó que aparentemente el cuaderno no había sido escrito para que lo leyera nadie más.

Sugiere que habitualmente se llaman «yo» el uno al otro, y esto a su vez implica que así ha sido durante gran parte de sus vidas. A medida que voy leyendo el cuaderno entre líneas, tal como debe hacerse, me doy cuenta de que cada suceso o acontecimiento que tuvo lugar en sus vidas ha sido asumido como una experiencia colectiva única. Es como si hubieran dedicado sus vidas, desde la niñez, a preparar el truco en el cual uno ocuparía secretamente el lugar del otro. Me engañó, no logré descubrirle, así como a muchos de los públicos que los vieron actuar, pero seguramente al final el tonto fue Borden, ¿verdad?

Fundir dos vidas en una significa tener que partir dichas vidas por la mitad.

Mientras uno vive en el mundo, el otro se oculta en un mundo de infierno, literalmente no existente, un espíritu al acecho, un doppelgänger, un truco.

Mañana más, si es que tengo las energías para seguir.

25 de diciembre de 1903

La casa y los jardines han quedado incomunicados a causa de las intensas nevadas que se han extendido rápidamente sobre los Peninos durante los últimos dos días.

Sin embargo, nosotros disfrutamos de un buen sistema de calefacción, y tenemos provisiones, y no necesitamos ir a ninguna parte. Ya hemos celebrado nuestra cena de Navidad, y ahora los niños están jugando con sus regalos, y Julia y yo nos hemos estado relajando juntos.

Todavía no le he dicho nada acerca de una preocupante molestia que ha invadido hace poco mi pobre cuerpo. Me han salido varias llagas de color púrpura en el pecho, en la parte superior de los brazos y en los muslos, y a pesar de que las he untado con una pomada antiséptica todavía no dan muestras de recesión. Tan pronto como comiencen los deshielos, tendré que llamar nuevamente al médico.

31 de diciembre de 1903

El médico me ha aconsejado que continúe con el medicamento antiséptico, que por fin ha hecho algo de efecto. Antes de irse le comentó a Julia que estas desagradables y dolorosas erupciones en la piel pueden ser un síntoma de un problema orgánico más serio, o de uno relacionado con la sangre. Julia me limpia gentilmente las llagas cada noche antes de irnos a la cama. He seguido perdiendo peso, a pesar de que en los últimos días la tendencia ha aminorado.

¡Feliz año nuevo!