1900

3 de julio de 1900
En algún lugar de Illinois.

Salimos de la Estación de la calle Chicago Union a las nueve de la mañana, y después de un lento viaje a través del yermo industrial que rodea a la más animada y emocionante de las ciudades, nos hemos estado desplazando, desde entonces, a una velocidad considerable, atravesando las llanuras agrícolas hacia el oeste.

Tengo una espléndida litera en donde dormir, y un asiento reservado permanentemente para mí en el salón de primera clase. Los trenes estadounidenses están equipados suntuosamente y son de lo más confortables para viajar. Las comidas, preparadas en un vagón exclusivamente dedicado a la cocina, son generosas, nutritivas y servidas de forma atractiva. He estado viajando durante cinco semanas en las líneas de ferrocarril de Estados Unidos, y raras veces he sido tan feliz o tan bien alimentado. ¡No me atrevo a pesarme! Siento que estoy arrellanado con firmeza en el gran mundo estadounidense de la comodidad, la abundancia y la cortesía, mientras el enorme campo de Estados Unidos se desliza por detrás de las ventanillas.

Mis compañeros de viaje son todos estadounidenses, aparentemente, un grupo muy variado, son amistosos conmigo y curiosos en igual medida. Alrededor de un tercio de ellos, me atrevería a decir, son viajantes de comercio de alto rango, y algunos más parecen ser empleados de algún tipo de negocio. Además, hay dos jugadores profesionales, un pastor presbiteriano, cuatro jóvenes regresando a Denver desde la universidad en Chicago, varios granjeros y terratenientes adinerados, y uno o dos más que todavía no he logrado identificar con precisión. Siguiendo las costumbres estadounidenses, nos hemos tuteado desde el momento en que nos conocimos. Ya hace mucho tiempo que me he dado cuenta de que mi nombre, Rupert, provoca una curiosidad exagerada y da lugar a bromas, por lo tanto, mientras estoy en Estados Unidos siempre soy Rob o Robbie.

4 de julio de 1900

El tren se detuvo anoche en Galesburg, Illinois. Debido a que hoy se celebra el día de la Independencia de Estados Unidos, la compañía de ferrocarriles nos ofreció, a todos los pasajeros de primera clase, elegir entre quedarnos a bordo del tren dentro de nuestros compartimientos o pasar la noche en el hotel más grande de la ciudad.

Como he estado durmiendo en muchos trenes durante las últimas semanas, opté por el hotel.

Tuve la oportunidad de dar un pequeño paseo por la ciudad antes de irme a dormir. Es un lugar muy atractivo, y tiene un gran teatro. Da la casualidad de que esta semana hay una obra en cartelera, pero me han dicho que los espectáculos de variedades («vodevil») son muy frecuentes y populares. A menudo aparecen números de magia. Le dejé mi tarjeta al director, con la esperanza de que me contacte algún día para un número.

Debo decir que el teatro, el hotel y las calles de Galesburg están iluminadas con electricidad. En el hotel me enteré de que la mayoría de las ciudades y los pueblos estadounidenses de cierta importancia se están equipando de la misma manera. Solo en la habitación del hotel viví la experiencia de encender y apagar personalmente la lámpara eléctrica incandescente que está en el centro del techo. Me atrevo a decir que como novedad pasará rápidamente a convertirse en algo común, pero la luz que da la electricidad es brillante, firme y alegre. Además de la iluminación, he visto muchas máquinas electrodomésticas distintas a la venta: ventiladores, planchas, calefactores, ¡hasta un cepillo para el pelo eléctrico! Tan pronto como regrese a Londres realizaré una investigación para averiguar cómo puedo lograr que me instalen corriente eléctrica en casa.

5 de julio de 1900
Cruzando Iowa.

Me quedo durante largo rato mirando fijamente a través de la ventanilla del vagón, esperando que algo rompa la monotonía, pero la tierra agrícola se extiende llana y extensa en todas las direcciones. El cielo es de un color celeste brillante, y los ojos comienzan a doler si se mira durante más de unos segundos. Algunas nubes se amontonan en alguna parte hacia el sur de donde estamos, pero parecen no cambiar nunca su posición o su forma, sin importar lo lejos que viajemos.

Un tal señor Bob Tannhouse, un compañero de viaje, es casualmente el vicepresidente de ventas de una compañía que fabrica la clase de máquinas electrodomésticas que me han llamado la atención. Asegura que a medida que nos adentramos en el siglo veinte, ya no hay límites, no hay barreras, de lo que podemos esperar que la electricidad haga en beneficio de nuestras vidas. Predice que los hombres navegarán los mares en barcos eléctricos, dormirán en camas eléctricas, volarán en máquinas eléctricas más pesadas que el aire, comerán comida cocinada eléctricamente… ¡incluso que afeitaremos nuestras barbas con hojas de afeitar eléctricas! Bob es un fantasioso y un vendedor, pero me llena de magníficas esperanzas. Creo que en este cautivante país, en el nacimiento del nuevo siglo, realmente cualquier cosa es posible, puede hacerse realidad. Mi búsqueda actual dentro del corazón desconocido de esta tierra me revelará los secretos que ansío conocer.

7 de julio de 1900
Denver, Colorado.

A pesar de los lujos de los viajes en ferrocarril, no viajar es indudablemente una bendición. Tengo planeado descansar en esta ciudad durante uno o dos días antes de continuar con mi viaje. Éste es el descanso de la magia ininterrumpido más largo que he hecho: sin representaciones, sin practicar, sin conferencias con mi ingénieur, sin audiciones ni ensayos.

10 de julio de 1900
Denver, Colorado.

Al este de Denver se extiende la Gran Llanura, que crucé parcialmente cuando venía desde Chicago. He visto lo suficiente de Nebraska como para que me baste durante el resto de mi vida; los recuerdos de su aburrido paisaje todavía me persiguen. Ayer durante todo el día sopló un viento del sudeste, caliente y seco, y aparentemente cargado de arena. El personal del hotel se queja diciendo que procede de los áridos estados vecinos, como Oklahoma, pero no importa cuál sea su causa, significaba que mis exploraciones de la ciudad fueron calurosas y desagradables. Las suspendí y regresé al hotel. Sin embargo, antes de hacerlo, y cuando finalmente se despejó la neblina, vi con mis propios ojos lo que se extiende inmediatamente al oeste de Denver: la gran muralla dentada de las Montañas Rocosas. Más tarde, mientras aún era de día y estaba más fresco, salí al balcón de mi habitación y vi cómo se ponía el sol por detrás de estos imponentes picos. Calculo que el crepúsculo debe durar media hora más aquí que en cualquier otro sitio, debido a la inmensa sombra que proyectan las Rocosas.

10 de julio de 1900
Colorado Springs, Colorado.

Este pueblo se encuentra alrededor de 115 kilómetros al sur de Denver, pero el viaje en una caravana tirada por caballos ha durado todo el día. Realizó frecuentes paradas para recoger y dejar pasajeros, para cambiar de caballos y de conductores.

Me sentí incómodo, pesado y cansado por el viaje. Mi apariencia probablemente era ridícula, a juzgar por las expresiones en los rostros de los granjeros que viajaban conmigo. Sin embargo, he llegado sano y salvo, y el lugar en el que me encuentro me ha dejado encantado inmediatamente. No es ni por asomo tan grande como Denver, pero refleja claramente el cuidado y el afecto que los estadounidenses prodigan a sus pueblos pequeños.

He encontrado un hotel modesto pero atractivo, indicado para mis necesidades, y debido a que me gustó la habitación apenas la vi, me he registrado para una estancia de una semana con la opción de extenderla en caso que fuera necesario.

Desde la ventana de mi habitación puedo ver dos de las tres particularidades de Colorado Springs que me han traído hasta aquí.

Todo el pueblo baila al compás de las luces eléctricas después de que el sol se ha puesto; las calles están iluminadas por altas lámparas, todas las casas tienen las ventanas alegremente iluminadas, y en la parte del centro del pueblo, la cual puedo ver desde mi habitación, muchas de las tiendas, los negocios y los restaurantes tienen deslumbrantes letreros que brillan y parpadean en la cálida noche.

Detrás de ellos, contra el cielo nocturno, está la masa negra de la famosa montaña que se encuentra junto al pueblo: «El pico de Pike», de casi 4500 metros de altura.

Mañana realizaré mi primera ascensión de las pendientes más bajas de «El pico de Pike», y buscaré la tercera particularidad singular que me ha traído hasta este pueblo.

12 de julio de 1900

Ayer por la noche estaba demasiado cansado para escribir en mi diario, y forzosamente he tenido que pasar el día solo aquí en el pueblo, así que tengo mucho tiempo libre para narrar lo sucedido.

Me desperté muy temprano por la mañana, tomé mi desayuno en el hotel y caminé rápidamente hasta la plaza del centro del pueblo, en donde se suponía que mi carruaje me estaría esperando. Esto fue algo que acordé por carta antes de irme de Londres, y a pesar de que en aquel momento todo había sido confirmado, no tenía manera alguna de saber con certeza si mi hombre estaría allí para encontrarse conmigo. Asombrosamente, estaba allí.

Siguiendo las costumbres estadounidenses, enseguida nos hicimos grandes amigos. Su nombre es Randall D. Gilpin, un hombre nacido y criado en Colorado. Lo llamo Randy, y él me llama Robbie. Es bajo y redondo, con un gran par de patillas grises a ambos lados de su alegre rostro. Sus ojos son azules, su rostro es de color rojo ocre a causa del sol y sus cabellos, como las patillas, son de un gris metalizado. Lleva un sombrero de cuero y los pantalones más mugrientos que jamás haya visto en mi vida. Le falta un dedo de la mano izquierda. Lleva un rife debajo del asiento desde el cual conduce a los caballos, y me dijo que lo tiene siempre cargado.

A pesar de ser educado, y efusivamente amistoso, Randy demostró tener ciertas reservas para conmigo, que únicamente fui capaz de detectar gracias al hecho de haber pasado yo varias semanas en Estados Unidos. Me tomó gran parte del viaje en ascensión hasta «El pico de Pike» dilucidar la probable causa. Parecía ser producto de la combinación de varias cosas. Por mis cartas había asumido que yo, como mucha de la gente que viene a esta región, era un buscador de oro (a partir de esto descubrí que la montaña tiene muchas vetas ricas en este metal).

Sin embargo, a medida que comenzó a hablar un poco más, me dijo que cuando me vio cruzando la plaza supuso, por mis vestimentas y mi comportamiento general, que era un pastor de la Iglesia. Él podía entender lo del oro, también podía concederle un lugar en el diseño divino a un pastor de Dios, pero no podía entender en cambio la combinación de las dos cosas. Que este extraño británico le indicara entonces que condujera hasta el conocido laboratorio, que se encuentra en la montaña, sólo terminó agravando el misterio.

Así fue entonces como nació la precaución de Randy para conmigo. No había mucho que yo pudiera hacer para aliviarla, ¡ya que mi identidad y mi propósito verdaderos probablemente le habrían parecido igual de incomprensibles!

La ruta que conduce al laboratorio de Nikola Tesla es una escalada constante a través de la cara oriental de la gran montaña; la tierra está densamente poblada por un bosque durante el primer medio kilómetro o a medida que la ruta se va abriendo camino, alejándose del pueblo, pero pronto comienza a perder esta densidad hasta convertirse en un terreno rocoso sobre el cual se sostienen abetos inmensamente altos y bastante espaciados unos de otros. Las vistas hacia el Este son inmensas, pero el paisaje en esta región es tan llano y está explotado de un modo tan uniforme, que no había prácticamente nada pintoresco con que maravillarse.

Después de una hora y media llegamos a una meseta, sobre la cara nordeste de la montaña, y allí no había ni un solo árbol. Noté que había muchos tocones frescos, los cuales indicaban que los pocos árboles que alguna vez crecieron allí habían sido recientemente talados.

En el centro de esta pequeña meseta, no tan grande como me habían hecho creer que sería, está el laboratorio de Tesla.

—¿Tienes negocios aquí, Robbie? —me preguntó Randy—. Ten mucho cuidado. Puede resultar condenadamente peligroso estar aquí arriba, eso dice la gente.

—Conozco los riesgos —le aseguré. Negocié con él brevemente, inseguro de cuáles serían los preparativos, si es que habría alguno, que el propio Tesla tendría que realizar para descender al pueblo, y queriendo asegurarme de que más tarde podría regresar a mi hotel sin problemas. Randy me dijo que él también tenía asuntos que atender, pero que regresaría al laboratorio por la tarde y me esperaría hasta que apareciera.

Me di cuenta de que no quería acercarse demasiado al edificio, y tuve que caminar solo los últimos cuatrocientos o quinientos metros.

El laboratorio era una construcción cuadrada con techos inclinados, construida con madera sin teñir o sin pintar, que revelaba las decisiones improvisadas que habían marcado su diseño. Parecía que diversas pequeñas extensiones habían sido agregadas después de haber construido la estructura principal, porque los techos no estaban a la misma altura, y en algunos sitios se unían en ángulos desiguales. Una gran torre de madera había sido construida sobre (o atravesando) el techo principal, y otra, más pequeña, había sido construida encima de uno de los techos inclinados laterales.

En el centro del edificio, elevándose verticalmente, había un alto palo de metal que se iba afinando gradualmente hacia lo que era seguramente una punta, aunque no había ningún vértice a la vista porque en la cima había una gran esfera de metal. Ésta destellaba bajo los rayos del sol de la mañana, y se movía suavemente de un lado a otro debido a la fresca brisa que soplaba de aquel lado de la montaña.

A ambos lados del camino algunos instrumentos técnicos, cuya finalidad era incierta, se habían dispuesto sobre el suelo. Había muchos palos de metal clavados en el suelo pedregoso, y la mayoría de ellos estaban conectados mediante cables aislantes. Al lado del edificio principal, había un marco de madera con un muro de cristal, en el cual podían verse numerosos paneles o registros de medidores.

Se produjo un inesperado y violento crujido, y desde el interior del edificio salieron una serie de destellos brillantes y horrendos: blancos, celestes, rosas claro, que se repetían errática pero rápidamente. Aquellas explosiones de luz eran tan feroces que no sólo alcanzaban a verse las escasas ventanas que había allí a la vista, sino que revelaban las grietas y pequeñas aberturas de la trama de las paredes.

Confieso que en aquel momento dudé por un instante de mi resolución, e incluso miré hacia atrás para ver si todavía estaban Randy y su carruaje. (¡No había rastro de él!). Mi aterrorizado corazón se encogió aun más cuando, después de dar dos o tres pasos más, me encontré con un cartel pintado a mano colgado sobre la pared junto a la puerta principal. Decía:

En ese mismo momento, las descargas eléctricas que provenían del interior del edificio desaparecieron tan rápidamente como habían comenzado, y esto pareció ser un presagio positivo. Golpeé la puerta.

Después de transcurridos varios segundos, Nikola Tesla en persona abrió la puerta. Su expresión de abstracción era la de un hombre ocupado que ha sido, de forma irritante, interrumpido. No era un buen comienzo, pero traté de sacarle el mejor partido posible.

—¿Señor Tesla? —pregunté—. Mi nombre es Rupert Angier. ¿Se acuerda de nuestra correspondencia? Le he estado escribiendo desde Inglaterra.

—¡No conozco a nadie en Inglaterra! —Miraba fijamente detrás de mí, por encima de mi hombro, como si se preguntara cuántos ingleses más había traído conmigo—. ¿Podría repetirme su nombre, buen señor?

—Mi nombre es Rupert Angier. Estuve presente en su demostración en Londres, y me interesó mucho…

—¡Usted es el mago! ¿Acerca del cual el señor Alley lo sabe todo?

—Soy el mago —confirmé, a pesar de que el significado de su segunda pregunta por el momento no tenía sentido para mí.

—¡Puede pasar!

Me produjo tantas sensaciones distintas, sin duda reforzadas por el transcurso de las horas y la duración de nuestro encuentro, después de nuestra primera conversación. En aquel momento, lo primero que noté fue su rostro. Era enjuto, inteligente y atractivo, con prominentes pómulos eslavos. Llevaba un bigote fino, y sus larguiruchos cabellos estaban peinados con una raya al medio. Su apariencia era en general descuidada, la de un hombre que trabaja durante largas horas y duerme únicamente cuando no existe otra alternativa para vencer el agotamiento.

Tesla está dotado de una mente extraordinaria. Una vez quedó clara mi identidad, él recordó no solamente de qué trataba la breve correspondencia que había tenido lugar entre nosotros, sino también mi carta de ocho años atrás, en la que le solicitaba una copia de sus anotaciones.

Una vez en el laboratorio me presentó a su asistente, un tal señor Alley. Un hombre interesante, que parecía desempeñar muchos papeles en la vida de Tesla, desde asistente científico y colaborador, hasta empleado doméstico y compañero. ¡El señor Alley se declaró un admirador de mi trabajo! Había estado entre el público durante mi espectáculo en la ciudad de Kansas en 1893, y habló sobre magia, brevemente pero con conocimiento de causa.

Por lo que parece los dos hombres trabajan solos en el laboratorio, tan sólo acompañados del equipamiento necesario para sus investigaciones. Le otorgo esta cualidad casi humana a la máquina porque el propio Tesla tiene la costumbre de referirse a ella como si tuviera pensamientos e instintos. Ayer, en una ocasión, oí que le decía a Alley: —Sabe que se avecina una tormenta— y en otro momento, dijo: —Creo que está esperando a que comencemos una vez más.

Tesla parecía estar relajado en mi compañía, y la breve hostilidad que había experimentado en la puerta desapareció por completo durante el resto del tiempo que estuve con él. Declaró que él y Alley habían estado a punto de hacer una pausa para almorzar, y los tres nos sentamos a disfrutar de una simple pero nutritiva comida, que Alley trajo rápidamente de una de las habitaciones laterales. Tesla se sentó un poco separado de nosotros, y me di cuenta de que era un comensal melindroso, pues sostenía cada bocado en el aire para someterlo a una intensiva inspección antes de metérselo en la boca, y descartando en igual medida tantos como los que se comía. Se limpiaba las manos y le daba ligeros toques a sus labios con un pequeño trapo después de cada bocado. Antes de unirse nuevamente a nosotros, tiró la comida que no había consumido en un cubo para la basura situado fuera del edificio, después lavó y secó cuidadosamente sus utensilios antes de colocarlos dentro de un cajón, el cual cerró con llave.

En cuanto se unió nuevamente a Alley y a mí, Tesla me interrogó acerca del uso de la electricidad en Gran Bretaña, y me preguntó en qué grado se estaba expandiendo, cuál era el compromiso del gobierno británico respecto de la generación y la transmisión de energía a largo plazo, los sistemas de distribución previstos y los usos a los que se destinaba. Afortunadamente, debido a que había planeado este encuentro con Tesla, había hecho mis deberes antes de irme de Inglaterra, y pude conversar con él armado de un razonable nivel de información, hecho que pareció apreciar. Se sintió especialmente gratificado al enterarse de que muchas instalaciones británicas parecían decantarse por su sistema polifásico, lo cual no sucedía aquí en Estados Unidos.

—La mayoría de las ciudades todavía prefiere el sistema Edison —dijo gruñendo, y pasó a realizar una explicación técnica de los fallos del método de su rival. Tuve la sensación de que había expresado estas opiniones muchas veces en el pasado, y para oyentes más expertos que yo. La conclusión de su queja era que al final la gente acudiría a su sistema de corriente alterna, pero que mientras tanto estaban perdiendo mucho tiempo y muchas oportunidades. Cuando hablaba de este tema, y de muchos otros relacionados con su trabajo, parecía una persona severa y sin sentido del humor, pero en otros momentos demostró ser una compañía agradable y divertida.

Finalmente, centró sus preguntas en mí, en mi carrera, en mi interés por la electricidad, y en cómo desearía utilizarla.

Yo había decidido antes de irme de Inglaterra, que si Tesla quisiera investigar los secretos de mis trucos, sería el único con el que haría una excepción y le revelaría todo lo que quisiera saber. Simplemente me parecía lo correcto. Cuando vi su conferencia en Londres, me había parecido que tenía todo el aspecto de un miembro de mi profesión, disfrutando igualmente al sorprender y desconcertar al público, pero sin embargo, a diferencia de los magos, más que deseoso, incluso ansioso, por desvelar y compartir sus secretos.

Sin embargo, no resultó ser curioso en absoluto. Tuve la sensación de que no ganaría nada con volver otra vez al tema. En cambio, dejé que llevara el peso de nuestra conversación, y durante una o dos horas divagó de un modo ameno acerca de sus conflictos con Edison, de sus peleas en contra de la burocracia y del sistema científico, y sobre todo acerca de sus triunfos. Su actual laboratorio había sido financiado, en realidad, gracias al trabajo de los últimos años. Había logrado instalar el primer generador de electricidad en el mundo que tenía el tamaño de una ciudad y cuya fuente de energía era el agua; la estación generadora estaba en las cataratas del Niágara, y la ciudad beneficiada era Buffalo. Ciertamente, Tesla había hecho su fortuna en el Niágara, pero al igual que muchos que se hacen ricos de la noche a la mañana, se preguntaba durante cuánto tiempo disfrutaría de sus riquezas.

Intenté mantener la conversación centrada en el tema del dinero lo más delicadamente que pude, pues es uno de los pocos temas en el cual nuestros intereses verdaderamente convergen. Por supuesto, no pensaba en que me confiara los detalles de sus finanzas a mí, casi un extraño para él, pero el dinero es claramente algo por lo que preocuparse. Mencionó muchas veces a J. Pierpoint Morgan, su actual patrocinador.

Ninguno de los temas sobre los cuales hablamos estaba directamente relacionado con el motivo de mi visita aquí, pero habrá tiempo suficiente para eso en los días por venir. Ayer simplemente empezábamos a conocernos y descubríamos los intereses de cada uno.

He dicho muy poco acerca de la característica principal de su laboratorio. Durante todo el almuerzo, y a lo largo de nuestra conversación, la sombra de su voluminosa «Bobina experimental» nos acompañó. De hecho, puede decirse que el laboratorio entero es la Bobina, ya que hay poca cosa más allí aparte de algunos aparatos cuyo fin es registrar y calibrar datos.

La Bobina es inmensa. Tesla dijo que tiene un diámetro que supera los quince metros y treinta centímetros, de lo cual no me cabe ninguna duda. Debido a que el interior del laboratorio no está muy iluminado, la Bobina tiene un aspecto oscuro y misterioso, al menos mientras no se utiliza. Construida alrededor de un núcleo central (la base del alto palo de metal que había visto sobresalir a través del techo), la Bobina está enrollada alrededor de numerosos listones de madera y de metal, en una complejidad que va en aumento a medida que uno se va acercando para explorar el núcleo. Con mis ojos de lego en la materia, no pude entender su diseño. Su apariencia era similar a la de una extravagante jaula. Todo lo que la rodeaba parecía estar desordenado. Por ejemplo, había varias sillas comunes y corrientes en el laboratorio, y varias de ellas estaban colocadas cerca de la Bobina. También había muchas otras cosas: papeles, herramientas, trozos de comida abandonados y olvidados, y hasta un pañuelo de aspecto mugriento. Como era de esperar, me maravillé con la Bobina cuando Tesla me condujo alrededor de ella, pero en aquel momento me resultó imposible comprender su funcionamiento. Todo lo que entendí fue que tenía la capacidad de utilizar o transformar enormes cantidades de electricidad. La energía necesaria se transmite desde Colorado Springs hasta el laboratorio situado en lo alto de la montaña. ¡Tesla ha pagado todo esto instalando él mismo los generadores del pueblo!

—¡Tengo toda la electricidad que quiero! —dijo en ese preciso momento—. Tal como probablemente lo comprobarás durante las noches.

Le pregunté qué quería decir con eso.

—Notarás que de vez en cuando las luces del pueblo se atenúan momentáneamente. A veces incluso se apagan del todo durante unos segundos. ¡Significa que estamos trabajando aquí arriba! Déjame que te enseñe.

Me condujo hacia el exterior del edificio y a través del suelo desigual que lo rodea.

Después de recorrer una corta distancia llegamos a un lugar en el cual la ladera de la montaña descendía vertiginosamente, y allí, bastante más abajo, se extendía todo el pueblo de Colorado Springs, brillando en pleno calor estival.

—Si subes aquí una de estas noches te lo demostraré —me prometió—. Tan sólo con mover una palanca puedo sumergir a todo el pueblo en la oscuridad.

Mientras regresábamos, dijo:

—Realmente debes visitarme una noche de éstas. La noche es la mejor hora en las montañas. Como sin duda has observado tú mismo, el paisaje aquí es a gran escala pero carece de interés intrínseco. Hacia un lado, únicamente picos rocosos; hacia el otro, tierras tan llanas como la superficie de una mesa. Mirar hacia abajo o hacia los lados es un error. ¡Lo que es verdaderamente interesante se encuentra sobre nosotros! —Hizo un gesto señalando hacia el cielo—. Nunca he visto tal claridad en el aire, y en ningún sitio existe la luz de la luna como aquí. ¡Ni tampoco he visto tormentas como las que se desatan aquí! Elegí este sitio debido a la frecuencia de las tormentas. Da la casualidad de que hay una que se está acercando en este preciso momento.

Eché un vistazo a mi alrededor, buscando en la distancia la familiar imagen de las nubes, en forma de yunque, o, en caso de que estuviera más cerca, la mole negra cargada de lluvia que oscurece el cielo en los minutos previos a que la tormenta se desate, pero el cielo ostentaba un color azul límpido en todas las direcciones. El aire, también, era fresco y despejado, sin indicio alguno del bochorno que siempre precede un chaparrón.

—La tormenta llegará esta tarde después de las siete. De hecho, vamos a examinar mi cohesor, desde el cual podemos determinar la hora exacta.

Caminamos de regreso hasta el laboratorio. Cuando íbamos andando noté que Randy Gilpin y su carruaje habían llegado, y estaban aparcados bastante lejos de donde estábamos nosotros. Randy me saludó con la mano, y yo le devolví el saludo.

Tesla señaló uno de los instrumentos en el que yo había reparado antes.

—Esto indica que actualmente hay una tormenta en la región de Central City, aproximadamente a ciento treinta kilómetros de distancia al norte de donde estamos nosotros. ¡Observa!

Señaló una parte del dispositivo que podía ser vista a través de una lente de aumento, y varias veces la golpeó con un dedo. Después de observar con atención durante un rato vi lo que intentaba enseñarme: una pequeña chispa eléctrica estaba llenando el espacio visible entre dos tachones de metal.

—Cada vez que chispea es porque está registrando un relámpago —me explicó Tesla—. A veces noto la descarga aquí, y más de una hora después se oye el trueno resonando desde lejos.

Estaba a punto de expresar mi incredulidad cuando recordé la profunda seriedad del hombre. Se había desplazado hasta otro de los instrumentos, que estaba junto al cohesor, y apuntó dos o tres lecturas. Lo seguí atentamente.

—Sí —dijo—, señor Angier, ¿sería usted tan amable de mirar su reloj esta tarde, y apuntar el momento exacto en el cual vea el primer relámpago? Según mis cálculos debería ser entre las siete y cuarto y las siete y veinte de la tarde.

—¿Puede predecir el momento exacto? —pregunté.

—Con un margen de aproximadamente cinco minutos.

—¡Entonces podría hacer fortuna únicamente con esto! —exclamé.

No pareció demasiado interesado.

—Eso es secundario —dijo—. Mi trabajo es exclusivamente experimental, y lo que más me interesa es saber cuándo se desatará una tormenta, para poder aprovecharla al máximo. —Echó un vistazo hacia donde Gilpin estaba esperando—. Veo que su carruaje ha regresado, señor Angier. ¿Planea hacerme otra visita?

—Vine a Colorado Springs con tan sólo un propósito —le dije—. Tanto es así que podría llegar a proponerle un negocio.

—La mejor clase de proposición, según mi experiencia —dijo Tesla solemnemente—. Lo espero entonces pasado mañana.

Me explicó que hoy tenía previsto ir hasta la estación de ferrocarriles para recoger algunos artefactos más.

Entonces me fui, y regresé con Gilpin al pueblo.

Debo aclarar que exactamente a las siete y diecinueve de la tarde hubo un relámpago visible desde el pueblo, seguido poco después por el sonido de un trueno.

Entonces, en aquel preciso momento, comenzó una de las tormentas más espectaculares que nunca tuve la suerte de poder presenciar. Durante su curso, me atreví a asomarme al balcón de la habitación del hotel, y levanté la vista para mirar la cima de «El pico de Pike» y ver si podía verse algo del laboratorio de Tesla. Todo era oscuridad.

13 de julio de 1900

Hoy Tesla me ofreció una demostración de su Bobina en funcionamiento. Al comenzar me preguntó si me ponía nervioso con facilidad, y le dije que no.

Entonces, me dio una barra de hierro para que la sostuviera. Estaba conectada al suelo a través de una larga cadena. Trajo una gran bóveda de cristal, aparentemente llena de humo o de gas, y la colocó encima de la mesa frente a mí. Mientras yo sostenía la barra de hierro con la mano izquierda, coloqué, siguiendo sus instrucciones, la palma de mi mano derecha contra la cámara de cristal.

Instantáneamente, una luz brillante estalló de repente dentro de la bóveda, y sentí el vello de mi brazo erizarse. Retrocedí alarmado, y la luz se extinguió inmediatamente.

Al ver la sonrisa de Tesla, coloqué una vez más la mano contra el cristal y la mantuve allí firmemente mientras el extraño resplandor estallaba una vez más.

Luego siguieron varios experimentos similares, algunos de los cuales había visto realizar al propio Tesla en Londres. Decidido a no dejar entrever mi nerviosismo, soporté estoicamente la descarga eléctrica de cada uno de los artefactos. Finalmente, Tesla me preguntó si me importaría sentarme dentro del campo principal de su «Bobina experimental» ¡mientras él subía la potencia a veinte millones de voltios!

—¿Es totalmente seguro? —pregunté, al tiempo que adelantaba mi barbilla, con la mandíbula firme, como si estuviera acostumbrado a arriesgarme.

—Le doy mi palabra, señor. ¿Acaso no ha venido a verme para esto?

—Por supuesto que sí —confirmé.

Tesla me indicó que debía sentarme en una de las sillas de madera, y así lo hice. El señor Alley también se acercó hasta donde estábamos nosotros. Estaba arrastrando una de las otras sillas, la colocó a mi lado y se sentó. Me entregó una hoja de periódico.

—¡A ver si puede leer con esta luz sobrenatural! —me dijo, y tanto él como Tesla se rieron entre dientes.

Estaba sonriendo con ellos cuando Tesla tiró hacia abajo una palanca de metal, y junto con un ruido estruendoso que desgarraba los oídos, se produjo una repentina descarga de corriente eléctrica. El estallido procedía de los rollos de cables que había sobre mi cabeza, desplegándose como pétalos de algún inmenso y mortal crisantemo.

Observé estupefacto el modo en que estas descontroladas y chispeantes flechas eléctricas se arqueaban primero hacia arriba y alrededor de la cabeza de la bobina, y luego comenzaban a descender hacia donde nos encontrábamos Alley y yo, como si estuvieran buscando una víctima. Alley permaneció inmóvil a mi lado, así que me obligué a no moverme. De repente, una de las flechas me tocó y recorrió todo mi cuerpo de arriba a abajo como si estuviera tratando de reconocer y trazar mi contorno. Una vez más, mi piel se erizó, y mis ojos quedaron cegados por la luz, pero por lo demás no hubo dolor alguno, ni sensación de quemazón o de descarga eléctrica.

Alley señaló el periódico que todavía tenía cogido con las manos, así que lo sostuve delante de mí y descubrí, efectivamente, que el resplandor de la electricidad era más que suficiente para permitirme leer. Mientras sostenía la página delante de mí, dos chispas resbalaron por su superficie, casi como si estuvieran intentando incendiar el papel. Maravillosamente, milagrosamente, la página no se quemó.

Más tarde, Tesla me sugirió que tal vez querría dar otro corto paseo con él, y apenas estuvimos fuera, al aire libre, me dijo:

—Señor, permítame felicitarlo. Es usted muy valiente.

—Estaba decidido a no dejar traslucir mis verdaderos sentimientos —objeté.

Tesla me dijo que a muchos de los que visitaban su laboratorio se les ofrecía la misma demostración que yo acababa de ver, pero que pocos de ellos parecían preparados para someterse a los supuestos estragos de la descarga eléctrica.

—Tal vez ellos no han visto sus demostraciones —sugerí—. Sé que usted no pondría en peligro su propia vida, y por supuesto tampoco la de alguien que ha realizado un largo viaje desde Gran Bretaña para hacerle una proposición de negocios.

—Por supuesto que no —respondió Tesla—. Tal vez éste sea el momento oportuno para que hablemos tranquilamente de negocios. ¿Puedo preguntarle a usted, si no le importa, lo que tiene en mente?

—Justamente eso es lo que no sé… —empecé a decir, y luego hice una pausa, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—¿Quiere usted proponerme invertir en mis investigaciones?

—No, señor, no es ésa mi intención —pude decir—. Sé que ha tenido muchas experiencias con inversores.

—Ciertamente, sí que las he tenido. Algunos piensan que soy un hombre difícil, y que muy poco de lo que tengo en mente es susceptible de convertirse en una ganancia a corto plazo para un inversor. Es algo que en el pasado ha dado lugar a relaciones muy controvertidas.

—¿Y actualmente también, me atrevo a decir? El señor Morgan estaba claramente presente en su cabeza mientras hablábamos el otro día.

—El señor J. P. Morgan es ciertamente una preocupación para mí en este momento.

—Permítame que le diga con sinceridad que yo soy un hombre rico, señor Tesla. Y espero poder ayudarlo.

—Pero no realizando ninguna inversión, dice usted.

—Realizando una compra —le contesté—. Deseo que construya para mí un artefacto eléctrico, y si podemos ponernos de acuerdo en un precio, yo se lo pagaré con mucho gusto.

Habíamos estado paseando alrededor de la circunferencia de la desnuda meseta sobre la cual se encuentra el laboratorio, pero en ese momento Tesla se detuvo inesperadamente. De repente adoptó una postura, mirando fija y pensativamente hacia los árboles que cubrían la ladera ascendente de la montaña que estaba frente a nosotros.

—¿Qué tipo de artefacto necesita? —me preguntó—. Como usted ya ha visto, mi trabajo es teórico, experimental. Nada de eso está a la venta, y el valor de todo lo que estoy utilizando actualmente es incalculable para mí.

—Antes de salir de Inglaterra —le dije—, leí un nuevo artículo acerca de su trabajo en el Times. En el artículo se decía que usted había descubierto que, en teoría, la electricidad podía ser transmitida a través del aire, y que planeaba demostrar este principio en un futuro cercano. —Tesla me observaba fijamente mientras hablaba, pero habiendo declarado mi interés hasta tal punto, tuve que continuar—. Muchos de sus colegas científicos han dicho aparentemente que es imposible, pero usted está seguro de lo que está haciendo. ¿No es cierto?

Miré a Tesla directamente a los ojos mientras le hacía esta última pregunta, y vi que sus facciones habían sufrido otro gran cambio. Ahora sus expresiones y sus gestos eran animados y expresivos.

—Sí, ¡es totalmente cierto! —gritó, e inmediatamente se enfrascó en un frenético y (para mí) bastante incomprensible informe acerca de lo que planeaba hacer.

¡Una vez que comenzó, era imparable! Aceleró sus pasos, hablando rápidamente y muy entusiasmado, obligándome así a caminar con rapidez para poder seguirle el ritmo. Estábamos dando vueltas a una cierta distancia alrededor del laboratorio, con la gran aguja de fondo constantemente a la vista. Tesla gesticulaba señalándola varias veces mientras hablaba.

La esencia de sus palabras era que hacía mucho tiempo que había verificado que la forma más eficiente de transmitir su corriente eléctrica polifásica era elevarla a altos voltajes y conducirla a través de cables de alta tensión. Ahora estaba en condiciones de demostrar que si la corriente era elevada a un voltaje aún más alto entonces se convertiría en una corriente con una frecuencia extremadamente alta, y no se necesitaría ni un solo cable. La corriente sería enviada, irradiada, lanzada ampliamente dentro del éter, y mediante una serie de detectores o receptores, la electricidad podría ser capturada una vez más y volver a ser utilizada.

—¡Imagínese las posibilidades, señor Angier! —declaró Tesla—. ¡Cada aplicación, cada utilidad, cada comodidad conocida o imaginada por el hombre será propulsada por la electricidad que emana del aire!

Luego, de una manera que me recordó curiosamente a mi compañero de viaje Bob Tannhouse, Tesla se lanzó a enumerar una letanía de posibilidades: luz, calor, baños de agua caliente, comida, casas, entretenimientos, automóviles… Todas funcionarían de alguna manera misteriosa e indescriptible gracias a la energía eléctrica.

—¿Usted tiene esto en funcionamiento? —le pregunté.

—¡Sin duda alguna! Experimentalmente, se entiende, pero dichos experimentos pueden ser repetidos por otras personas, en caso de que se molestaran en intentarlo, y debidamente controlados. ¡Esto no es ningún fantasma! ¡Dentro de pocos años estaré generando energía eléctrica para el mundo entero, del mismo modo que actualmente alimento con mi electricidad a la ciudad de Buffalo!

Habíamos dado ya dos vueltas alrededor de la gran parcela de terreno mientras él desgranaba su explicación, y yo mantuve el ritmo de mi andar para permanecer a su lado, decidido a permitir que su arrebato científico siguiera su curso. Sabía que su gran inteligencia le llevaría de nuevo a mis palabras iniciales. Por fin lo hizo.

—¿Entiendo entonces que usted desea comprar este artefacto, señor Angier? —me preguntó.

—No, señor —le contesté—. Estoy aquí para comprarle otra cosa.

—¡Pero yo estoy completamente dedicado al trabajo que le estoy describiendo!

—Y yo comprendo eso, señor Tesla. Pero yo estoy buscando algo nuevo. Dígame una cosa: si la corriente eléctrica puede ser transmitida, ¿podría la materia física también ser enviada desde un sitio hasta otro?

La rapidez de su respuesta me sorprendió. Dijo:

—La energía y la materia no son más que dos manifestaciones de la misma fuerza. Seguramente se da usted cuenta de esto, ¿verdad?

—Sí, señor —contesté.

—Entonces ya sabe la respuesta. Aunque debo agregar que no entiendo por qué alguien querría transmitir materia.

—¿Pero podría usted fabricar un artefacto que lograra transmitirla?

—¿De qué cantidad de materia estamos hablando? ¿Con cuánto peso tendría que trabajar? ¿De qué tamaño es el objeto?

—Nunca pesaría más de noventa y un kilos —le dije—. Y el tamaño… digamos que un metro con ochenta y cinco centímetros de altura, como mucho.

Agitó la mano como quitándole importancia con un ademán.

—¿Qué suma me ofrece?

—¿Qué suma pide usted?

—Necesito desesperadamente ocho mil dólares, señor Angier.

No pude evitar reírme en voz alta. Era más de lo que había planeado, pero todavía estaba al alcance de mis posibilidades. Tesla parecía aprensivo, posiblemente pensando que yo estaba loco, y retrocedió un poco para alejarse de mí…, pero tan sólo unos momentos después nos estábamos abrazando en aquella meseta azotada por los vientos, dándonos el uno al otro palmadas en los hombros, dos deseos anhelados, dos deseos concedidos.

Cuando nos separamos, y nos dimos la mano para sellar el contrato, un fuerte trueno se oyó en algún lugar de las montañas que estaban detrás de nosotros, y nos envolvió, retumbando y resonando en los angostos desfiladeros.

14 de julio de 1900

Tesla me presiona para que lleguemos al acuerdo más duro que jamás haya imaginado. Me pide no ocho sino diez mil dólares, una pequeña fortuna para cualquiera. Pareciera ser que consulta con su almohada los asuntos importantes al igual que los hombres comunes, y se despertó esta mañana dándose cuenta de que los ocho mil dólares cubrirían únicamente el déficit con el cual estaba cargando antes de que yo llegara. Mi máquina costará más dinero. Aparte de esto, me ha exigido que le pague un buen porcentaje en efectivo, y por adelantado. Tengo tres mil dólares, y puedo conseguir otros tres con los cheques al portador que he traído conmigo, pero el resto tendré que enviarlo desde Inglaterra.

Tesla ha accedido inmediatamente al acuerdo.

Hoy me ha preguntado más detalladamente acerca de mi máquina. No siente curiosidad alguna por el efecto mágico que planeo conseguir, pero en cambio está preocupado por los aspectos prácticos. Por el tamaño del artefacto, por la fuente de energía que deberá utilizar, por el peso que deberá tener, por el grado de movilidad requerido.

Me sorprendo admirando su mente analítica. La movilidad era un aspecto en el cual no había pensado en absoluto, pero por supuesto éste es un factor crítico para un mago que realiza giras.

Ya ha comenzado a trazar los planos a grandes rasgos, y también intenta que me distraiga y disfrute de las ocasiones de ocio de Colorado Springs durante dos días, mientras él realiza una visita a Denver para adquirir los elementos necesarios para la fabricación de la máquina.

La reacción de Tesla frente a mi proyecto me ha convencido finalmente de algo que hasta ahora solamente sospechaba. ¡Borden no ha estado en contacto con Tesla!

Estoy aprendiendo cosas acerca de mi viejo adversario. A través de Olivia, intentó confundirme, orientándome hacia una dirección equivocada. Sus trucos utilizan la clase de efectos ostentosos que la gente piensa que son realizados gracias a la corriente eléctrica, pero de hecho no son más que efectos. Pensó que yo iba a perder el tiempo en busca de no sé qué tontería, mientras que Tesla y yo estamos realmente acercándonos al verdadero corazón de la energía oculta.

¡Pero Tesla trabaja muy lentamente! Empiezo a preocuparme por el paso del tiempo. Inocentemente, había pensado que una vez encargado, Tesla construiría el mecanismo que yo necesitaba solamente en cuestión de horas. Ahora me doy cuenta, por la expresión de abstracción que veo en su rostro mientras lo escucho refunfuñar, de que se ha iniciado un proceso de invención que tal vez nunca llegue a un final práctico. (En una ocasión en la que nos encontrábamos solos, el señor Alley me confirmó que Tesla a veces puede concentrarse en un problema durante meses). Tengo presentaciones confirmadas en Inglaterra para octubre y noviembre, y debo estar de regreso en casa un tiempo antes.

Tengo dos días libres antes de que regrese Tesla, y por lo tanto supongo que podría aprovechar el tiempo para averiguar los horarios de trenes y barcos. Creo que Estados Unidos, un país estupendo en muchos aspectos, no es bueno suministrando tal información.

21 de julio de 1900

El trabajo de Tesla parece seguir su curso. Me permite visitar su laboratorio cada dos días, y a pesar de que he visto parte del artefacto, todavía no se habla de ninguna demostración. Hoy lo encontré absorto con sus experimentos de investigación.

Parecía estar hipnotizado y se quedó en parte irritado y en parte desconcertado al verme.

4 de agosto de 1900

Ha habido violentas tormentas cerniéndose sobre «El pico de Pike» durante tres días, y me han llenado de pesimismo y de frustración. Sé que Tesla debe estar ocupado con sus propios experimentos, no con los míos.

Los días transcurren rápidamente. ¡Tengo que estar a bordo del tren que va hasta Denver antes de que termine el mes!

8 de agosto de 1900

Apenas llegué al laboratorio esta mañana, Tesla me dijo que mi artefacto estaba preparado para realizar una demostración, y me preparé para verlo embargado por la emoción. Llegado el momento, sin embargo, el aparato se negó a funcionar, y después de ver cómo Tesla manipulaba el cableado durante más de tres horas, he regresado al hotel.

El First Bank de Colorado me ha dicho que dispondré de una nueva cantidad de dinero dentro de uno o dos días. ¡Tal vez eso anime a Tesla a esforzarse más!

12 de agosto de 1900

Hoy, otra demostración frustrada. El resultado me decepcionó mucho. Tesla parecía estar desconcertado, insistía en que sus cálculos no podían ser erróneos.

El fracaso queda registrado. El prototipo del artefacto es una versión más pequeña de su Bobina, con los cables dispuestos de otra manera. Después de una prolongada conferencia acerca de los principios (ninguno de ellos entendí, y la cual, no tardé en darme cuenta, estaba siendo pronunciada por Tesla para pensar en voz alta), sacó una barra de metal que él o el señor Alley habían pintado de un color naranja muy llamativo. La colocó sobre una plataforma, justo debajo de una especie de cono de cables invertido; el vértice del cono apuntaba directamente hacia la barra.

Cuando, siguiendo las instrucciones de Tesla, el señor Alley presionó una gran palanca colocada cerca de la Bobina original, se produjo la ruidosa pero ahora familiar explosión de descarga eléctrica formando una especie de arco. Casi al mismo tiempo, la barra naranja quedó envuelta por un fuego celeste, que serpenteaba a su alrededor amenazadora. (Yo, pensando en el truco que deseaba realizar sobre el escenario, me quedé en silencio, muy satisfecho con la apariencia de la demostración). El ruido y la incandescencia aumentaron rápidamente, y de repente pareció como si partículas fundidas de la propia barra estuvieran salpicando el suelo; aunque era evidente que no era así debido a la inmutable e indemne apariencia de la barra.

Después de unos segundos, Tesla agitó sus manos dramáticamente, el señor Alley colocó la palanca en su posición original, la electricidad desapareció instantáneamente, y la barra todavía estaba en su sitio.

Tesla permaneció absorto por el misterio, y, tal como había ocurrido antes, a partir de aquel momento mi presencia fue ignorada. El señor Alley me ha recomendado que me mantenga alejado del laboratorio durante algunos días, pero yo soy muy consciente de que el tiempo se acaba. Me pregunto si le habré dejado lo suficientemente claro la suma importancia de esto al señor Tesla.

18 de agosto de 1900

Hoy es un día que debo destacar no tanto porque se ha producido un nuevo fracaso, sino porque Tesla y yo hemos discutido con cierto resentimiento. La discusión tuvo lugar inmediatamente después de la demostración fallida, y por lo tanto los dos estábamos alterados, yo con decepción, Tesla con frustración.

Después de que la barra pintada de naranja permaneciera inmóvil una vez más, Tesla la tomó y me la ofreció para que yo la sostuviera. Unos segundos antes, había sido bañada por una luz radiante, con chispas que volaban en todas las direcciones.

La agarré con mucho cuidado, pensando que me quemaría los dedos. En cambio, estaba fría. Esto es lo extraño: no estaba simplemente a temperatura normal, en el sentido de que no había sido calentada, sino completamente fría, como si hubiera estado sumergida en hielo. Sostuve con esfuerzo la barra en mis manos.

—Más fracasos como éste, señor Angier —dijo Tesla, con una voz bastante simpática—, y me veré obligado a darle eso a modo de recuerdo.

—Lo aceptaré —le contesté—. Aunque preferiría llevarme lo que he venido a comprar.

—Si me da el tiempo suficiente podré mover la Tierra.

—Tiempo es precisamente lo que no tengo —le contesté, arrojando la barra al suelo—. Y no es la Tierra lo que quiero mover. Ni tampoco esta vara de metal.

—Entonces le ruego que me diga cuál es el objeto que prefiere utilizar —dijo Tesla, con sarcasmo—. Me concentraré en él.

En aquel momento di rienda suelta a algunos de los sentimientos que había estado conteniendo desde hacía ya varios días.

—Señor Tesla —dije—, me he quedado aquí de pie a su lado sin hacer nada mientras usted utilizaba un trozo de metal, suponiendo que lo hacía con propósitos experimentales. Tengo la impresión, a estas alturas, de que usted podría utilizar alguna otra cosa en vez de esto, ¿no es así?

—Dentro de lo razonable, sí.

—¿Entonces por qué no construye el aparato para que realice lo que yo necesito?

—Porque, señor, ¡usted no me ha descrito explícitamente sus necesidades!

—No tienen nada que ver con el desplazamiento de cortas varas de hierro —dije con vehemencia—. Incluso si el artilugio trabajara de la manera en que yo le especifiqué, a mí me sería de muy poca utilidad. ¡Yo quiero que transmita un cuerpo con vida! ¡Un hombre!

—¿Por lo tanto usted quiere que yo demuestre mis fracasos no con una mísera barra de hierro sino con un ser humano? ¿Y a quién propone usted para este peligroso experimento?

—¿Por qué peligroso? —pregunté.

—Porque cualquier experimento es arriesgado.

—Yo seré el que lo haga.

—¿Desea someterse usted mismo? —Tesla soltó una risa ligeramente amenazadora—. Señor, ¡tendré que pedirle el resto de su dinero antes de comenzar a experimentar con usted!

—Es hora de que me vaya —dije entonces, y me di la vuelta para retirarme, sintiéndome furioso y escarmentado. Cuando pasé a su lado los empujé para abrirme paso, y logré salir del laboratorio. No había rastro de Randy Gilpin pero de todas maneras seguí caminando, decidido si fuera necesario a bajar andando todo el camino hasta el pueblo.

—¡Señor Angier! —Tesla estaba de pie en la puerta de su laboratorio—. Vamos, no pronunciemos palabras tan precipitadas, de las que después podamos arrepentirnos. Yo debería habérselo explicado más detalladamente. Si hubiera sabido que usted deseaba transmitir organismos con vida, no me habría enfrentado a semejante desafío. Es muy difícil trabajar con compuestos de masa inorgánicos. Los tejidos con vida no presentan la misma clase de problemas.

—¿Qué es lo que quiere decir, profesor? —le pregunté.

—Si usted desea transportar un organismo vivo, por favor regrese aquí mañana.

—Así será.

Asentí con la cabeza para indicar mi conformidad y luego seguí mi camino sobre la inestable gravilla del camino que descendía por la ladera de la montaña. Esperaba encontrarme con Gilpin en el camino de bajada, pero incluso si no aparecía, estaba decidido, de todas maneras, a sacarle el mayor provecho posible al ejercicio. La carretera descendía serpenteando por la montaña en una serie de pronunciadas curvas que doblaban una sobre la otra, muchas veces con una precipitada caída hacia uno de los lados.

Después de andar poco menos de un kilómetro vi de repente, en la hierba alta junto al sendero, un destello de color que me llamó la atención, y me detuve para investigar. Era una corta barra de hierro, pintada de color naranja, aparentemente idéntica a la que Tesla había estado utilizando. Pensando que después de todo podría quedarme un recuerdo de este extraordinario encuentro con Tesla, la recogí, la bajé por la montaña y la tengo ahora conmigo.

19 de agosto de 1900

Encontré a Tesla descorazonado cuando Gilpin me dejó en el laboratorio esta mañana.

—Me temo que estoy a punto de defraudarlo —me dijo cuando se acercó a abrirme la puerta—. Todavía queda mucho trabajo por hacer, y sé que le apremia su regreso a Gran Bretaña.

—¿Qué ha sucedido? —le pregunté, contento al ver que la furia que se había desatado entre nosotros ayer era cosa del pasado.

—Pensé que sería un asunto sencillo con organismos con vida. Sus estructuras son mucho más simples que las de los elementos. La vida ya contiene minúsculas cantidades de electricidad. Estaba trabajando suponiendo que todo lo que tenía que hacer era aumentar esa energía. ¡No puedo explicarme por qué no ha funcionado! Los cálculos salieron todos perfectamente bien. Venga y compruébelo usted mismo.

Dentro del laboratorio noté que el señor Alley estaba adoptando una postura nueva en él; estaba de pie de una manera belicosa, los brazos cruzados a modo de protección, la mandíbula amenazadoramente hacia fuera, el hombre más furioso y a la defensiva que jamás haya visto. A su lado, sobre una mesa de trabajo, había una gran jaula de madera, que contenía un diminuto gato negro, con los bigotes y las patas blancos, que en aquel momento estaba durmiendo.

Debido a que sus ojos permanecieron fijos en mí desde el primer instante en que entré en el laboratorio, le dije:

—¡Buenos días, señor Alley!

—¡Espero que usted no sea partidario de esto, señor Angier! —gritó Alley—. Traje el gato de mis hijos con la condición, bajo estricta promesa, de que no sería lastimado. ¡El señor Tesla me lo garantizó anoche! ¡Y ahora insiste en que sometamos a la desgraciada criatura a un experimento que sin duda alguna la matará!

—Esto no me gusta nada —le dije a Tesla.

—A mí tampoco. ¿Cree usted que soy inhumano, que soy capaz de torturar a una de las criaturas más hermosas de Dios? Venga y dígame lo que piensa.

Me condujo hasta el artefacto, el cual, saltaba a la vista, había sido completamente reconstruido durante la noche. Cuando estaba a aproximadamente medio metro de distancia de él, ¡retrocedí horrorizado! Alrededor de media docena de enormes cucarachas, con caparazones negros y brillantes, y largas antenas, estaban esparcidas por todas partes. Eran las criaturas más repulsivas que jamás haya visto.

—Están muertas, Angier —dijo Tesla, al notar mi reacción—. No pueden hacerle daño.

—¡Sí, muertas! —dijo Alley—. ¡Y ése precisamente es el problema! Pretende que yo permita que el gato se enfrente al mismo peligro.

Bajé la mirada para observar a los inmensos y desagradables insectos, receloso de la aparición de cualquier indicio que indicara que regresaban a la vida. Me eché hacia atrás nuevamente cuando Tesla golpeó una con la punta de su bota, y le dio vuelta para que yo la viera.

—Parece que he construido una máquina que asesina cucarachas —murmuró Tesla suavemente—. Ellas también son criaturas de Dios, y me siento descorazonado. Mi intención no era qué este dispositivo quitara la vida.

—¿Qué es lo que está saliendo mal? —le pregunté a Tesla—. Ayer parecía usted estar seguro.

—He calculado y recalculado una docena de veces. Alley también ha comprobado mis cálculos. Es la pesadilla de todo científico experimental: una dicotomía inexplicable entre los resultados teóricos y los reales. Confieso que estoy desconcertado. Nunca antes me había sucedido algo como esto.

—¿Puedo ver los cálculos? —pregunté.

—Por supuesto, pero si no es matemático me temo que no tendrán mucho sentido para usted.

Él y Alley me trajeron una gran libreta de hojas sueltas en el cual habían anotado sus cálculos, y los tres juntos los estudiamos esmeradamente durante un largo rato.

Tesla me enseñó, y yo me esforcé todo lo que pude en comprenderlo, el principio oculto detrás de los cálculos, y los resultados a los que había llegado. Asentí con la cabeza pretendiendo que lo entendía, pero únicamente al final, cuando dejé atrás los cálculos y me concentré en los resultados, pude vislumbrar por fin un tenue rayo de comprensión.

—¿Dice usted que esto determina la distancia? —le pregunté.

—Ésa es una variable. He estado utilizando un valor de cien metros con propósitos experimentales, pero es un valor teórico, ya que, como usted puede ver, nada de lo que intento transportar viaja absolutamente a ninguna distancia.

—¿Y este valor de aquí? —pregunté, señalando otra línea con el dedo.

—El ángulo. He estado utilizando puntos cardinales. Se dirigirá hacia cualquier punto de los trescientos sesenta grados desde la cima del vórtice de energía. Una vez más, es de momento un valor asignado a efectos teóricos.

—¿Ha determinado algún lugar para el proceso de materialización? —pregunté.

—No de momento. Hasta que el artefacto no esté completamente en funcionamiento simplemente estoy apuntando al aire despejado al este del laboratorio. ¡Hay que tener cuidado de no provocar la materialización en una posición que ya se encuentre ocupada por otra masa! No quisiera ni pensar en lo que podría llegar a ocurrir.

Miré pensativamente los cálculos apuntados con pulcritud. No comprendo lo que sucedió, ¡pero de repente me invadió la inspiración! Salí corriendo del laboratorio y miré fijamente desde la puerta hacia el este. Tal como Tesla había dicho, todo lo que podía verse en la distancia era sobre todo aire, porque en aquella dirección era donde la meseta se hacía más y más angosta y el terreno comenzaba a descender unos diez metros del camino. Me acerqué de inmediato y miré hacia abajo. Debajo de mí pude divisar, a través de los árboles, el sendero que bajaba serpenteando la ladera de la montaña.

Cuando regresé al laboratorio me dirigí directamente hacia donde estaba mi baúl de viaje y saqué la barra de hierro que había encontrado junto al camino ayer por la tarde. La sostuve en mis manos para que Tesla la viera.

—Supongo que éste es el objeto de su experimento, ¿verdad?

—Sí, lo es.

Le dije dónde la había encontrado, y cuándo. Se dirigió rápidamente hasta el artefacto, donde se hallaba su gemela, descartada en favor de las desgraciadas cucarachas. Las sostuvo una al lado de otra, y Alley y yo nos pusimos de pie a su lado, maravillados ante su idéntica apariencia.

—¡Estas marcas, señor Angier! —dijo Tesla sorprendido, acariciando suavemente con los dedos una cruz grabada con pulcritud en el metal—. La hice para poder, eventualmente, comprobar por identificación que este objeto había sido transmitido a través del éter. Pero…

—¡Ha hecho un facsímil de ella misma! —dijo Alley.

—¿Dónde me dijo que encontró esto, señor? —me preguntó Tesla.

Conduje a los dos hombres al exterior y se lo expliqué, señalando hacia más abajo de la montaña. Tesla se quedó mirando fijamente y pensando en silencio durante un rato.

Luego dijo: —¡Necesito ver el lugar exacto! ¡Muéstremelo!— Y a Alley le dijo: —¡Trae el teodolito, y una cinta métrica! ¡Lo más rápido que puedas!

Y entonces empezó a descender por el escarpado sendero, cogiéndome por el antebrazo, implorándome que le enseñara la localización exacta del hallazgo. Supuse que sería capaz de guiarlo hasta allí sin ningún problema, pero a medida que íbamos descendiendo cada vez más por el camino, ya no estaba tan seguro. Los inmensos árboles, las rocas rotas, la vegetación del bosque y el suelo cubierto de maleza, todo se parecía mucho. Con Tesla gesticulándome y farfullándome en la oreja era prácticamente imposible concentrarse.

En determinado momento, llegué a una curva concreta del camino donde la hierba estaba muy alta, y me detuve ante ella. Alley, que había estado trotando detrás de nosotros, nos alcanzó enseguida, y siguiendo las instrucciones de Tesla colocó el teodolito. Unas pocas medidas tomadas cautelosamente fueron suficientes para que Tesla descartara el lugar.

Después de aproximadamente media hora habíamos localizado otro lugar parecido. Estaba exactamente al este del laboratorio, aunque por supuesto a una considerable distancia debajo de él. Teniendo en cuenta la empinada bajada de la ladera, así como el hecho de que la barra de hierro seguramente hubiera podido rebotar y rodar al golpearse con el suelo, podía ser muy probablemente el sitio en el que la barra se había materializado. Era evidente que Tesla se sentía satisfecho, y estuvo sumido en sus pensamientos durante todo el camino en ascensión de la montaña de regreso al laboratorio.

Yo también había estado pensando, y en cuanto estuvimos dentro una vez más dije:

—¿Puedo hacer una sugerencia?

—Ya estoy bastante endeudado con usted, señor —contestó Tesla—. ¡Dígame lo que quiere!

—Ya que tiene la posibilidad de calibrar el dispositivo, en vez de apuntar sus experimentos simplemente al aire, en dirección este, ¿no podría enviarlos a una distancia más corta? ¿Tal vez hasta la otra punta del mismo laboratorio, o al exterior, al área que rodea el edificio?

—¡Evidentemente pensamos igual, señor Angier!

En todas las veces que había estado con él, nunca antes había visto a Tesla tan alegre, y él y Alley se pusieron a trabajar inmediatamente. Una vez más me convertí en alguien que sobraba, y me fui a sentar silenciosamente a la parte de atrás del laboratorio. Hacía mucho ya que había adquirido el hábito de llevarme conmigo algo de comida al laboratorio (Tesla y Alley tienen los hábitos de comida más irregulares que jamás haya visto cuando están muy concentrados en su trabajo) y entonces me comí los bocadillos preparados especialmente para mí por el personal del hotel.

Después de un período más largo y más tedioso de lo que podría aquí describir, Tesla dijo finalmente:

—Señor Angier, creo que estamos preparados.

Y así me dirigí hasta allí para examinar el artefacto, ante el mundo entero, como un miembro del público de un teatro, invitado a subir al escenario para inspeccionar la caja de un mago, y junto con Tesla salimos fuera y determinamos sin lugar a dudas que en el área que había escogido como blanco no había ninguna clase de barra de metal.

Cuando introdujo la barra experimental, y accionó la palanca, un más que satisfactorio estruendo anunció el exitoso fin del experimento. Los tres salimos corriendo hacia el punto de materialización y, efectivamente, allí, sobre la hierba, estaba la ya familiar barra de metal pintada de color naranja.

De regreso en el laboratorio examinamos la pieza «original». Estaba helada, pero indudablemente era idéntica a la gemela que había sido producida a partir de ella a través del vacío del espacio.

—Mañana, señor —me dijo Tesla—, mañana, y con el consentimiento aquí de mi noble asistente, procuraremos transportar sin peligro alguno al gato desde un lugar hasta otro. Si podemos conseguirlo, supongo que estará satisfecho.

—Ciertamente, señor Tesla —dije con entusiasmo—. Ciertamente.

20 de agosto de 1900

Y ciertamente lo hemos conseguido. ¡El gato ha cruzado el éter totalmente ileso!

Sin embargo, hubo un pequeño percance y Tesla se ha concentrado en los detalles de la investigación, y una vez más me ha enviado al hotel, y una vez más me sorprendo a mí mismo preocupado por el tiempo que se escapa.

Tesla me ha prometido otra demostración mañana, y esta vez me ha dicho que no habrá ningún problema. Presiento a un hombre ansioso por cobrar el resto de sus honorarios.

11 de octubre de 1900
Casa Caldlow, Derbyshire.

No esperaba vivir para escribir estas palabras. Tras el accidental fallecimiento de mi hermano mayor Henry, y debido a que no ha dejado ningún testamento, finalmente he heredado el título y las tierras de mi padre.

Ahora resido permanentemente en la casa de la familia, y he abandonado mi carrera de mago de escenario. Mi rutina diaria está ocupada con la administración de la herencia, y la necesidad de resolver los numerosos problemas prácticos originados por los caprichos de Henry, sus deslices y sus estimaciones financieras totalmente equivocadas.

Ahora firmo con mi nombre,

Rupert, 14° conde de Colderdale.

12 de noviembre de 1900

Acabo de regresar de una corta visita a mi antigua casa en Londres. Mi intención era limpiar a fondo el lugar y mi antiguo taller, y vender ambas propiedades en el mercado inmobiliario. La finca de Caldlow está al borde de la bancarrota y necesito reunir algún dinero urgentemente para realizar reparaciones que no pueden esperar, tanto de la casa como de otras fincas que componen la herencia. Naturalmente, me maldigo a mí mismo por haber despilfarrado casi toda la riqueza acumulada durante mi carrera sobre el escenario en Tesla. Prácticamente la última cosa que hice antes de abandonar Colorado, a punto de regresar a Inglaterra urgentemente tras haber recibido la noticia de la muerte de Henry, fue entregarle el resto de los honorarios. En aquel entonces no se me ocurrió lo radicalmente que iba a cambiar mi vida a causa de aquella noticia.

Sin embargo, regresar a Idmiston Villas provocó en mí una sensación imprevista.

Lo encontré lleno de recuerdos, por supuesto, y tan mezclados como lo pueden estar recuerdos de este tipo, pero sobre todo me vinieron a la memoria mis primeros días en Londres. En aquel entonces era poco más que un niño, desheredado, inexperto en las costumbres del mundo, educado de manera incompleta, sin estar cualificado para realizar ningún oficio o profesión. Así y todo me había labrado un porvenir, una vida y un sustento, contra todo pronóstico, y al final me hice moderadamente rico y más conocido de lo habitual. Estaba, y supongo que todavía lo estoy, en lo más alto de la profesión de mago. Y lejos de descansar sobre mis laureles, invertí casi todo mi dinero en ambiciosos e innovadores artefactos de magia, el uso de los cuales le hubiera dado indudablemente un nuevo impulso a mi carrera.

Estuve pensando de esta manera tan melancólica durante dos días, y finalmente envié una nota al domicilio de Julia. Ella estaba presente en mis pensamientos, porque a pesar de habernos separado hace muchos años, todavía identifico mis primeros días en Londres con ella. Ya no puedo distinguir mis primeros planes y mis primeros sueños del período en el cual me enamoré de ella.

Más que para mi sorpresa, para mi intenso placer, accedió a reunirse conmigo, y dos días atrás pasé una tarde con ella y los niños en la casa de una de sus amigas.

Ver nuevamente a mi familia bajo tales circunstancias fue emocionalmente abrumador, y todos los planes que había hecho de antemano para hablar de asuntos prácticos fueron abandonados de inmediato. Julia, al principio fría y distante, se vio evidentemente muy afectada por mis expresiones de sorpresa y de emoción (Edward, con dieciséis años ahora, ¡es tan alto y apuesto!; ¡Lydia y Florence son tan hermosas y dulces!; no pude quitarles los ojos de encima en toda la tarde) y pronto me estaba hablando amable y afectuosamente.

Luego le conté mis noticias. Incluso cuando estuvimos casados y viviendo juntos, nunca le había revelado mi pasado, por lo tanto mis palabras fueron una triple sorpresa para ella. Primero tuve que contarle que una vez había renunciado a una familia y a una herencia de las que ella nunca había sabido nada, segundo, que ahora había regresado a ella, y tercero, que como consecuencia había decidido abandonar mi carrera de mago.

Como debí haberme imaginado, Julia pareció tomarse todo esto con mucha calma.

(Únicamente cuando le dije que de ahora en adelante deberían dirigirse a ella como Lady Julia, su compostura se quebró momentáneamente). Un poco más tarde, me preguntó si estaba seguro de abandonar mi carrera. Le dije que no veía ninguna otra alternativa. Me dijo que, a pesar de que estuviéramos separados, había seguido mi carrera de mago con admiración, lamentando únicamente no seguir siendo parte de ella.

A medida que íbamos hablando, sentía que iba creciendo dentro de mí, o más precisamente que me iba hundiendo en una desesperación por haber abandonado a mi esposa, y aún más imperdonable, a mis espléndidos hijos, y todo por el bien de la mujer estadounidense.

Ayer, antes de abandonar Londres, fui en busca de Julia una segunda vez. Esta vez los niños no estaban con ella.

Me puse a su merced, le supliqué que me perdonara por todos los pecados que había cometido contra ella. Le rogué que volviera conmigo, y que viviera conmigo una vez más como mi esposa. Le prometí que haría todo lo que me pidiera siempre y cuando estuviera a mi alcance, si ella aceptaba.

Me dijo que no, pero me prometió que lo consideraría detenidamente. No merezco nada más.

Más tarde, cogí el tren nocturno a Sheffeld. No pensé en otra cosa que no fuera una reconciliación con Julia.

14 de noviembre de 1900

Sin embargo, me veo obligado a no pensar en nada más que no sea en el dinero, enfrentado como estoy nuevamente a las realidades de esta casa en franco deterioro.

Es ridículo tener problemas a causa de la escasez de dinero, tan poco tiempo después de haber despilfarrado aquella inmensa suma, así que le he escrito a Tesla exigiéndole que me reembolse todo lo que le pagué. Hace ya casi tres meses que me fui de Colorado Springs y no he recibido ni una mísera carta de su parte. Tendrá que pagarme, sin importar las circunstancias, porque también he escrito a la firma de abogados en Nueva York que me ayudó con un pequeño asunto legal durante mi última gira. Les he dado instrucciones para que entablen demandas en su contra a partir del primer día del mes que viene. Si realiza el reintegro inmediatamente, recibirá mi carta anulando la persecución, pero tendrá que enfrentarse con las consecuencias si no lo hace.

15 de noviembre de 1900

Estoy a punto de regresar a Londres.

17 de noviembre de 1900

Ya estoy de regreso en Derbyshire, y cansado de viajar en trenes. No estoy, sin embargo, cansado de vivir.

Julia me ha propuesto una manera en la que podremos estar juntos en el futuro.

Sólo tengo que tomar una simple decisión.

Dice que volverá conmigo, que vivirá conmigo una vez más como mi esposa, pero únicamente si yo reanudo mi carrera de mago. Quiere que abandone la Casa Caldlow y que regrese a Idmiston Villas. Dice que ella y los niños no quieren mudarse a una casa que se encuentra en un lugar tan apartado y, para ellos, desconocido de Derbyshire. Me ha planteado el asunto en términos tan simples que sé que no son negociables.

Para intentar persuadirme de que su propuesta también es para mi propio bien, aduce cuatro argumentos generales.

Primero dice que lleva el escenario en la sangre tanto como yo, y que a pesar de que ahora ve a los niños como su responsabilidad más importante, desearía participar completamente en todas mis futuras empresas. (Me imagino que, en el fondo, quiere decir que no podré partir de gira fuera de Inglaterra sin ella, para que no haya ningún riesgo de que otra Olivia Svenson se interponga entre nosotros). A principios de este año, argumenta después, yo estaba en la cima de mi profesión, pero debido a mi inactividad, el desgraciado de Borden está a punto de ocupar mi lugar. Aparentemente, sigue realizando su versión del truco del cambio.

Julia me recuerda entonces que la única manera estable de ganar dinero que conozco es realizando trucos de magia sobre un escenario, y que tengo la obligación de seguir manteniéndola y también de administrar la herencia de la familia, la existencia de la cual ella ignoraba por completo hasta la semana pasada.

Finalmente, señala que no perderé mi herencia por el hecho de continuar trabajando en Londres, y que la casa y todo lo que incluye la herencia todavía me estarán esperando cuando llegue el momento de retirarme. Los asuntos urgentes, tales como las reparaciones, pueden ser manejados desde Londres casi tan fácilmente como desde la casa.

Por lo tanto, he regresado a Derbyshire, aparentemente para ocuparme de los asuntos desde aquí, pero de hecho necesito algo de tiempo a solas para poder pensar.

No puedo no hacerme cargo de mis responsabilidades en la Casa Caldlow. Están los aparceros, la servidumbre de la casa, los compromisos que mi familia ha establecido tradicionalmente con la diputación rural, con la iglesia, con los parroquianos, etcétera. Me sorprendo tomándome estos asuntos muy seriamente, así que supongo que siempre, hasta el día de hoy, han estado fluyendo, sin que yo lo sospechara siquiera, en mi sangre.

Pero ¿de qué manera puedo ser útil yo en cualquiera de estas funciones si estoy a punto, según parece, de quedarme en bancarrota?

19 de noviembre de 1900

Lo que realmente quiero es estar con Julia y mi familia una vez más, y para conseguirlo tengo que aceptar las condiciones de Julia. Mudarme otra vez a Londres no tiene por qué ser algo complicado, si bien es cierto que me resulta difícil pensar en la idea de regresar a actuar sobre un escenario.

He estado alejado de mi profesión durante solamente unas semanas, pero no me había dado cuenta de la carga en que se había convertido todo aquello. Recuerdo aquel día, allí en Colorado Springs, en el cual recibí tardíamente la noticia de la muerte de Henry. No pensé en absoluto en Henry y su humillante pero apropiado fallecimiento en París. Lo que sentí fue para mí un estallido de alivio, un alivio verdadero y estimulante.

Estaría libre por fin de las tensiones y presiones mentales asociadas con la magia.

Se terminarían, por suerte se terminarían, las horas diarias de práctica. No más estancias nocturnas en horrorosos hoteles provinciales o pensiones junto al mar. No más agotadores viajes en tren. Me liberaría de la interminable atención que deben prestarse a las cuestiones prácticas: asegurarme que los accesorios y los trajes llegaran a los mismos lugares que yo y a la misma hora, comprobar el área de los bastidores de los teatros para poder aprovechar mis accesorios lo mejor posible, emplear y pagarle a mi plantilla de empleados, y otras mil tareas menos importantes.

Todo esto de repente había desaparecido de mi vida.

Y también había pensado en Borden. Allí estaba mi inquebrantable enemigo, al acecho en el mundo de la magia, listo para reanudar su campaña de malignidades en mi contra.

Si no regresara nunca, no me perdería nada. No me había dado cuenta de cómo crecía el resentimiento dentro de mí.

Pero Julia me tienta.

Están las felices risas del público cuando realizo un efecto sorprendente, el resplandor de las luces sobre mí, la amistad de los otros artistas que conozco diariamente, los aplausos al final de mi actuación. También inevitablemente, la fama, las disimuladas miradas de admiración en la calle, la respetuosa estima de mis contemporáneos, el reconocimiento de las esferas más altas de la sociedad. Ningún hombre sincero puede decir que todo esto no significa nada para él.

Y el dinero. ¡Cómo deseo el dinero!

Sin duda ya no se trata de qué voy a decidir, sino de lo rápido que voy a convencerme de que debo hacerlo.

20 de noviembre de 1900

Una vez más en tren hacia Londres.

21 de noviembre de 1900

Estoy en Idmiston Villas, y he encontrado aquí una carta de Alley, el asistente de Nikola Tesla. Ahora la transcribo:

27 de septiembre de 1900

Señor Angier:

Supongo que usted no se habrá enterado, pero Nikola Tesla ya se ha ido de Colorado, y se rumorea que ha desplazado sus actividades hacia el este, probablemente a Nueva York o a Nueva Jersey. Aquí, sus acreedores han tomado posesión de su laboratorio, y actualmente está buscándose un comprador. A mí me han dejado en la estacada, con una deuda de más de un mes de sueldo.

A usted le interesará saber, sin embargo, que en algunos asuntos el señor Tesla es un hombre de honor, y antes de que finalizáramos aquí nuestro trabajo su aparato fue enviado en barco a su taller, siguiendo sus instrucciones.

Una vez que el artefacto haya sido montado correctamente (yo mismo he escrito las instrucciones de montaje) descubrirá que funciona perfectamente, y que respeta fielmente las especificaciones técnicas acordadas. El artefacto se autorregula, y debería funcionar durante muchos años sin la necesidad de ningún tipo de ajuste o de reparación. Todo lo que debe hacer es mantenerlo limpio, despejar las tomas de corriente en caso de que se apagaran y, en general, asegurarse de que cualquier daño físico que pueda sufrir sea reparado. (El señor Tesla adjunta un juego de piezas de reposición para aquellas partes que seguramente, a medida que vaya pasando el tiempo, necesitarán ser reemplazadas. Todas las otras partes, como por ejemplo los puntales de madera, pueden ser reemplazadas por sus proveedores habituales). A mí, por supuesto, me fascinaría saber los trucos que realizará con esta extraordinaria invención, porque soy, como usted sabe, uno de sus más fervientes admiradores. A pesar de que no estuvo aquí para verlo usted mismo, puedo dar fe de que Pies de Nieve (el nombre del gato de mis hijos) fue transportado mediante el dispositivo varias veces sin ningún problema, y ya está de regreso una vez más con nuestra familia como un animal doméstico.

Permítame decir entonces para concluir, señor, que es un honor para mí haber desempeñado un papel, sin importar lo pequeño haya sido, en la construcción de este artefacto para usted.

Lo saludo atentamente,

Fareham K. Alley,

Ingeniero Diplomado

P.D.: Una vez usted fue lo suficientemente amable como para admirar y fingir desconcierto ante los pequeños trucos que yo temía tanto mostrarle. Ya que puso tanto empeño en obtener una explicación, tal vez le gustaría saber que mi pequeño truco con las cinco cartas de juego y los dólares de plata que desaparecen fue logrado por una combinación de clásicos juegos de manos. Me sentí muy gratificado por su reacción ante este truco, y estaría encantado de enviarle instrucciones más detalladas sobre cada uno de los pasos a seguir, en caso de que usted las necesitara.

F.K.A.

Apenas terminé de leer esto salí corriendo para mi taller. Pregunté a todos mis vecinos si no había llegado recientemente un gran paquete desde Estados Unidos, pero no sabían nada de él.

22 de noviembre de 1900

Le enseñé la carta de Alley a Julia esta mañana, olvidándome por completo de que todavía no le había contado nada acerca de mi reciente viaje a Estados Unidos, y de lo que había hecho allí. Por supuesto, se despertó su curiosidad, y entonces tuve que explicarle.

—¿Así que es allí donde ha ido a parar todo tu dinero?

—Sí.

—¿Y aparentemente Tesla se ha escapado, y lo único que tenemos es esta carta?

Le aseguré que se podía confiar en Alley, y le señalé que él había escrito su carta sin que yo le solicitara nada. Durante un rato discutimos lo que podría haber sucedido con el paquete en route hacia mí, dónde podría estar y cómo recuperarlo.

Luego Julia dijo:

—¿Por qué es tan importante este truco?

—No es el truco en sí —le contesté—. Lo que es importante es el medio por el cual se realiza.

—¿Tiene algo que ver el señor Borden con todo esto?

—Veo que no te has olvidado de Borden.

—Querido mío, fue Alfred Borden el causante de nuestro distanciamiento. He tenido muchos años para reflexionar, y todo se remonta a aquel día en que me atacó y todo salió mal. —Las lágrimas asomaban a los ojos, que brillaban con dolor, pero habló conteniendo la furia y sin indicio alguno de que estuviera sintiendo lástima por ella misma—. Si él no me hubiera empujado, yo no hubiese perdido a nuestro primer hijo, y todo el tiempo que transcurrió después, durante el cual sentí que una gran distancia se abría entre nosotros, hubiera sido distinto. Entonces comenzó tu descontento. Incluso nuestros queridos hijos, que vinieron después, no pudieron compensar la crueldad y la estupidez de lo que hizo Borden aquel día, y el hecho de que vuestro enfrentamiento continúe es prueba de la indignación que seguramente tú también debes sentir todavía.

—Nunca te he hablado de eso —le dije—. ¿Cómo lo sabes?

—Porque no soy tonta, Rupert, y también he leído comentarios ocasionales en las revistas de magia. —Ignoraba que todavía estuviera suscrita a dichas revistas—. Aún eres una de mis preocupaciones principales —dijo—. Simplemente me pregunto por qué nunca me has hablado de sus ataques.

—Porque supongo que me siento un poco avergonzado por nuestra animadversión.

—¿Estás seguro de que él es el agresor?

—He tenido que defenderme —dije.

Le conté acerca de las investigaciones que había realizado sobre su pasado, y mis intentos de descubrir cómo realizaba el truco. Luego le describí las esperanzas que tenía con el aparato de Tesla.

—Borden cuenta con engaños escénicos estándares —le expliqué—. Utiliza cajas y luces y maquillaje, y cuando se transporta desde una punta a otra del escenario, lo hace ocultándose. Se mete en un artefacto y emerge por otro. Es algo brillante, pero lo cierto es que los accesorios no sólo protegen el misterio, sino que también lo banalizan. La belleza del dispositivo de Tesla es que el truco puede realizarse al aire libre, ¡y para la materialización no se necesita ningún accesorio! Si funciona como lo he planeado me transportaré instantáneamente hasta cualquier lugar que desee: hasta una parte del escenario que se encuentre vacía, hasta el palco real, hasta la parte delantera del grandioso anfiteatro, ¡incluso hasta una butaca vacía en el centro de la platea! Hasta la parte, de hecho, que provoque el mayor impacto en el público.

—Suena un poco provisional —dijo Julia—. ¿Dices que todavía estás planeándolo?

—Según dice Alley en su carta, me lo ha enviado… ¡pero todavía tengo que recibirlo!

Julia era el público perfecto para mis entusiastas efusiones acerca del dispositivo de Tesla, y en las siguientes horas discutimos todas las posibilidades que me ofrecía.

Julia identificó rápidamente el objetivo primero que había originado mi idea: si yo llegaba a realizar este truco sobre un escenario público, ¡esto frustraría a Borden para siempre!

Si aún me quedaba alguna duda acerca de lo que debía hacer, Julia la disipó para siempre. De hecho, estaba tan entusiasmada que comenzamos inmediatamente la búsqueda de nuestro paquete.

Yo comenté, con pesimismo, que nos tomaría varias semanas visitar las numerosas oficinas de agentes de envíos de Londres, tratando de localizar una caja que no hubiera sido entregada. Pero Julia dijo, con su habitual forma de cortar el nudo gordiano: ¿Por qué no empezamos nuestra búsqueda en la estafeta? Y así, dos horas después, localizamos dos inmensas cajas de embalaje que habían sido enviadas a mi nombre, esperando sanas y salvas en el departamento de cartas no reclamadas de la oficina de clasificación de Mount Pleasant.

15 de diciembre de 1900

Gran parte de las tres últimas semanas han transcurrido en una frustrante agonía, porque he estado esperando la instalación de electricidad en mi taller. Me sentía como un niño pequeño con un juguete nuevo con el cual no podía jugar. El artefacto de Tesla ha permanecido, ya montado, en mi taller desde que lo recogí en Mount Pleasant, pero sin una fuente de energía eléctrica no sirve para nada. ¡He leído las claras instrucciones del señor Alley miles de veces! Sin embargo, después de mis cada vez más frecuentes notificaciones recordatorias y de insistente urgencia, la Compañía de Electricidad de Londres ha realizado finalmente el trabajo necesario.

Desde entonces he estado ensayando, inmerso mental y emocionalmente en las demandas que este extraordinario dispositivo me exige. Éste, sin ningún orden en particular, es un resumen de lo que he aprendido.

Funciona a la perfección, y ha sido ingeniosamente diseñado para poder trabajar con todas las versiones que se conocen actualmente de fuentes de energía eléctrica.

Esto significa que puedo viajar con mi espectáculo a Europa, a Estados Unidos y hasta (según asegura Alley en sus instrucciones) al Lejano Oriente.

Sin embargo, no puedo realizar mi espectáculo a menos que el teatro tenga alguna clase de suministro de energía eléctrica. En el futuro tendré que comprobar esto antes de aceptar cualquier nuevo contrato, así como también muchas otras cuestiones (algunas de las cuales paso a detallar).

Movilidad. Sé que Tesla lo ha hecho lo mejor posible, pero el equipo es endemoniadamente pesado. De ahora en adelante, planear el envío, desembalar y montar el artefacto es una prioridad. Esto significa, por ejemplo, que la simple informalidad de un viaje en tren hasta uno de mis espectáculos es algo del pasado, al menos si deseo realizar el truco de Tesla.

Ensayos técnicos. El artefacto tiene que ser montado dos veces. Primero para una comprobación privada durante la mañana previa al espectáculo, luego, mientras el telón está bajado y se está realizando otro número, tiene que ser montado una vez más para la actuación. El admirable Alley ha incluido sugerencias sobre cómo se puede realizar de forma rápida y silenciosa, pero aun así será un trabajo muy duro. Se precisa mucha práctica y más asistentes.

Distribución física de los teatros. Yo o Adam Wilson deberemos hacer siempre un reconocimiento con antelación.

Colocar cajas en el escenario. Esto puede ser muy sencillo, pero en muchos teatros provoca hostilidad con la plantilla de empleados que trabaja entre bastidores, quienes por alguna razón piensan que tienen el derecho automático de exigir que les sean desvelados lo que ellos consideran son secretos del oficio. En este caso, permitir que gente extraña vea lo que hago en realidad en el escenario está fuera de toda discusión. Una vez más, es necesario más trabajo de preparación de lo habitual.

El apagado del artefacto tras la actuación y el posterior proceso de reempaquetado también son procedimientos de mucho riesgo. No puedo aceptar ninguna presentación hasta que estos procedimientos y sus subsiguientes problemas hayan sido elaborados y resueltos.

¡Toda esta preparación especial! Sin embargo, la planificación y los ensayos meticulosos son esenciales para el éxito de la magia practicada sobre un escenario, y yo estoy familiarizado con ambos.

Un pequeño paso hacia adelante. Todos los trucos escénicos son bautizados por sus inventores, y así se hacen conocidos en la profesión. «Las tres gracias», «Decapitación», «Cassadaga propaganda», son ejemplos de tres trucos que son actualmente muy exitosos entre el público de la platea. Borden, el muy aburrido, llama a su mediocre versión del truco «El nuevo hombre transportado» (nombre que nunca he utilizado, ni cuando estaba empleando sus métodos). Después de pensarlo bastante he decidido llamar a la invención de Tesla «En un abrir y cerrar de ojos», y a través de este nombre se hará conocido.

También aprovecho para dejar constancia de que desde el pasado lunes 10 de diciembre, Julia y nuestros hijos han regresado y están viviendo conmigo en Idmiston Villas. Verán la Casa Caldlow por primera vez cuando vayamos allí a pasar las fiestas de Navidad.

29 de diciembre de 1900
En la Casa Caldlow.

Soy un hombre feliz, gracias a mi segunda oportunidad. No puedo soportar pensar en Navidades pasadas cuando estaba separado de mi familia, ni en la idea de perder nuevamente esta felicidad.

Por lo tanto, estoy ocupado preparándome para lo que vendrá, con el fin de prevenir aquello que, de lo contrario, sin duda sucederá. Mis palabras son intencionadamente misteriosas, pues ahora que he ensayado un par de veces «En un abrir y cerrar de ojos», y he comprendido su verdadero funcionamiento, debo ser discreto, incluso aquí.

Cuando los niños están dormidos, y Julia me anima a ocuparme de mis asuntos, reflexiono acerca de los problemas de la herencia. Estoy decidido a hacer lo posible para arreglar la dejadez que se originó en tiempos de mi hermano.

31 de diciembre de 1900

Escribo estas palabras justo cuando el siglo diecinueve llega a su fin. Dentro de una hora bajaré a nuestra sala de estar, donde Julia y los niños me están esperando, y juntos veremos el comienzo del nuevo año y del nuevo siglo. Es una noche repleta de augurios para el futuro, y también de inevitables recuerdos del pasado.

Nuevamente me encuentro prisionero de un secreto, pero debo decir que lo que hemos hecho Hutton y yo esta noche hace apenas unas horas tenía que hacerse.

Lo que estoy a punto de contar será escrito por una mano que todavía tiembla a causa de los miedos primitivos por los que he pasado. He estado pensando mucho acerca de lo que puedo escribir sobre la experiencia, y he decidido que una sencilla, y aun escueta, descripción de lo que sucedió es la única forma de hacerlo.

Esta noche, poco después de anochecer, mientras los niños estaban durmiendo una temprana siesta para permanecer despiertos más tarde y así poder ver el comienzo del nuevo siglo, le dije a Julia lo que iba a hacer, y la dejé esperando en su salón.

Me reuní con Hutton, y los dos abandonamos la casa y atravesamos juntos el césped que se encuentra hacia el Este de la casa, y llegamos hasta la cripta de la familia. Transportamos el material de prestigio en una carretilla que es utilizada a veces por los jardineros.

Hutton y yo únicamente teníamos faroles para guiarnos, y nos llevó varios minutos abrir la verja cerrada con candado, prácticamente en la oscuridad total. El viejo candado se había oxidado a causa del desuso.

Cuando el pórtico de madera se abrió de golpe, Hutton me confesó su malestar. Sentí una enorme compasión por él. Le dije:

—Hutton, no espero que sigas adelante con esto. Puedes esperarme aquí si eso es lo que quieres. O podrías regresar a la casa, y yo continuaré solo.

—No, mi Lord —me contestó con su habitual sinceridad—. He accedido a hacer esto. Para serle sincero, yo no entraría allí dentro solo, y me atrevo a decir que usted tampoco lo haría. Pero, aparte de nuestra propia imaginación, no hay nada que temer.

Después de dejar la carretilla en la entrada, nos aventuramos a entrar. Sosteníamos los faroles con los brazos estirados. Las vigas que estaban frente a nosotros no se distinguían muy bien, pero nuestras alargadas sombras se proyectaban sobre las paredes laterales. El recuerdo que yo tenía de la cripta era muy vago, porque la única vez que había estado en ella todavía era un niño. El tramo de escalones de piedras cortadas poco profundo nos llevó hacia abajo, hacia el interior de la ladera, y al final de estos escalones, donde había una segunda puerta, la caverna se ensanchaba un poco.

La puerta interior no estaba cerrada con llave, pero era muy dura y pesada de mover. La abrimos, y se produjo un chirrido, y entonces la cruzamos y nos adentramos en el espacio abismalmente oscuro que había detrás de ella. Sentíamos más que veíamos la caverna extendiéndose ante nosotros. La luz de nuestras linternas apenas si rasgaba la penumbra.

Había un olor ácido en el aire, tan penetrante que se podía casi notar su sabor en la boca. Bajé la mía y ajusté la mecha, con la esperanza de conseguir sacar un poco más de luz de ella. Nuestra irrupción en el lugar había liberado un millón de motas de polvo, que ahora daban vueltas a nuestro alrededor.

Hutton habló a mi lado, su voz amortiguada por la sofocante acústica de la cámara subterránea.

—¿Señor, no debería ir en busca de los materiales del prestigio?

Apenas pude distinguir sus rasgos a la luz del farol.

—Sí, supongo que sí. ¿Necesitas que te ayude?

—Si fuese tan amable, podría esperarme al final de las escaleras, señor.

Subió rápidamente el tramo de escalones, y me di cuenta de que quería terminar con aquello lo antes posible. A medida que su luz se iba apagando, comencé a sentirme cada vez más solo, vulnerable a los miedos infantiles a la oscuridad y a los muertos.

Aquí en este lugar reposaban la mayoría de mis antepasados, repartidos ritualmente sobre anaqueles y losas, reducidos a huesos o a fragmentos de huesos, recostados en cajas y envueltos en mortajas, adornados de polvo y prendas deshilachadas. Cuando acerqué la linterna pude distinguir formas difusas en algunas de las losas más cercanas. En alguna parte, hacia el fondo de la cripta, fuera del alcance de la luz de mi linterna, distinguí la huida precipitada de un gran roedor. Me moví hacia la derecha, estirando la mano, y noté una losa de piedra a aproximadamente la altura de mi cintura y puse la mano en ella. Toqué objetos pequeños y afilados, que no pude reconocer bien al principio. El hedor se hizo inmediatamente más intenso, y empecé a tener arcadas. Retrocedí para alejarme, vislumbrando los horrorosos fragmentos de aquella antigua vida a medida que la luz se balanceaba de un lado a otro. Todo el resto era invisible para mí, sin embargo, sin dificultad alguna, pude imaginarme la escena que se extendía ante mí fuera del haz de luz de mi linterna. A pesar de esto, la sostuve en alto, y la balanceé de un lado a otro, con la esperanza de poder ver algo. ¡Sabía que la realidad difícilmente podría llegar a ser tan desagradable como lo que me imaginaba! Tuve la sensación de que estos ancestros, muertos hacía ya mucho tiempo, estaban despertándose por mi presencia, y se desplazaban levantando una horripilante cabeza o una mano esquelética, graznando sus propios terrores oscuros, aquellos que mi presencia les traía.

Uno de estos anaqueles de roca cargaba con el ataúd de mi propio padre.

Estaba paralizado a causa de mi miedo. Quise ir detrás de Hutton y salir al aire libre, pero sin embargo sabía que tenía que sumergirme aun más en las profundidades de la cripta. No podía realizar ningún tipo de movimiento, porque el terror me atenazaba y me mantenía inmóvil, clavado donde estaba. Soy un hombre racional que busca explicaciones para todo, y da la bienvenida al método científico, y sin embargo, durante aquellos escasos segundos en que Hutton estuvo alejado de mí, una cascada de terror irracional se apoderó de mí.

Luego, por fin, oí sus pasos nuevamente, arrastrando el primero de los grandes sacos que contenían los materiales del prestigio. Sencillamente me alegró mucho dirigirme hacia él y poder echarle una mano, a pesar de que parecía ser capaz de cargar él solo con todo el peso. Tuve que depositar mi linterna en el suelo mientras pasábamos el saco por la puerta, y puesto que Hutton había dejado su propia linterna con la carretilla estábamos trabajando prácticamente en una oscuridad total.

Le dije:

—Estoy muy contento de que estés aquí para ayudarme, Hutton.

—Lo comprendo, mi Lord. No me hubiera gustado nada hacer esto yo solo.

—Entonces terminémoslo rápidamente.

Esta vez regresamos juntos hasta donde estaba la carretilla, y arrastramos el segundo gran saco.

Mi plan original había sido explorar absolutamente toda la cripta, buscando el mejor lugar en el cual guardar los materiales del prestigio, pero ahora que estaba allí abandoné mi intención. Debido a que nuestras luces eran demasiado débiles como para penetrar la oscuridad, sabía que toda búsqueda tendría que ser realizada palmo a palmo, casi a tientas. Me horrorizaba tener que investigar los anaqueles y las losas que ya tan fácilmente me estaba imaginando. Me rodeaban por completo, y la caverna se extendía ampliamente hacia el fondo. Estaba llena de muerte, llena de muertos, con olor a final, a vida abandonada a las ratas.

—Dejaremos los sacos aquí —dije—. Lo más lejos posible del suelo. Bajaré aquí otra vez mañana, cuando sea de día. Y con una antorcha mejor.

—Comprendo perfectamente, señor.

Juntos nos acercamos hasta la pared que estaba a nuestra izquierda, y localizamos otra de las losas. Me preparé y extendí la mano para palpar lo que había. Parecía vacía, así que con la ayuda de Hutton levanté los dos sacos llenos con los materiales del prestigio. Después de hacer esto, y sin decirnos ni una sola palabra más, regresamos rápidamente a la superficie, y empujamos la puerta exterior detrás de nosotros hasta cerrarla. Me estremecí.

En el frío aire del jardín, Hutton y yo nos dimos la mano.

—Gracias por ayudarme, Hutton —le dije—. No tenía idea de que sería así allí abajo.

—Yo tampoco, mi Lord. ¿Necesitará que lo ayude con algo más esta noche?

Lo pensé.

—¿Quisieran usted y su esposa reunirse conmigo y con lady Colderdale a medianoche? Planeamos recibir el año nuevo.

—Gracias, señor. Nos sentiremos honrados de hacerlo.

Y así fue como terminó nuestra expedición. Hutton arrastró la carretilla hasta el cobertizo del jardín, y yo atravesé nuevamente la pradera, luego bordeé la periferia de la casa hasta llegar a la entrada principal. Vine directamente hasta esta habitación, para escribir mi informe mientras los acontecimientos todavía estuvieran frescos.

Sin embargo, se produjo un inevitable retraso antes de que pudiera empezar. Cuando entré en la habitación alcancé a verme brevemente en el espejo del vestidor, y me detuve a observarme. Un espeso polvo blanco se aferraba a mis botas y a mis tobillos. Había telarañas desparramadas por mis hombros y por el pecho. Mis cabellos se habían convertido en una maraña sobre mi cabeza, aparentemente fijados por una gruesa capa de tierra gris, y esta misma suciedad cubría mi rostro. Mis ojos, colorados, sobresalían de la hueca máscara que ahora era mi cara, y durante unos segundos me quedé allí de pie, paralizado por mi propia imagen. Me pareció que había sido espantosamente transformado por mi visita a la tumba de la familia, convirtiéndome en uno de sus moradores.

Me deshice tanto del pensamiento como de las sucias prendas, me metí en la bañera llena que me estaba esperando en el vestidor y me saqué toda la mugre.

Ahora este informe ha sido escrito, y ya se acerca la medianoche. Es hora de que vaya en busca de mi familia y del personal doméstico para disfrutar de la simple y familiar ceremonia que festeja el final de un año, y en este caso el de un siglo, y luego le da la bienvenida al siguiente.

El siglo veinte será el siglo en el cual mis hijos madurarán y prosperarán, y yo, que procedo del viejo siglo, les dejaré, a su debido tiempo, el nuevo a ellos. Pero antes de irme tengo la intención de dejar mi marca.