1894-1899

4 de enero de 1894

Faltan dos semanas, ¡y por fin tengo a mi hombre! Su nombre es Gerald William Root, un actor que recita poesía declamatoria, realiza monólogos… y, según todo el mundo, es un asiduo borracho y camorrista. El señor Root está sin embargo desesperado por ganar dinero, y he conseguido hacerle prometer que mientras trabaje conmigo únicamente probará las bebidas alcohólicas después de cada representación. Está ansioso por complacerme, y el dinero que incluso yo estoy en condiciones de ofrecerle es tan generoso, comparado con las cantidades a las que está habituado, que creo poder comprar su confianza.

Es de la misma estatura que yo, y su actitud y su figura generales son parecidas a las mías. Es un poco más robusto que yo, pero o bien perderá esos pliegues de carne extras, o yo deberé utilizar relleno. No es importante. El color de su piel es un poco más claro que el mío, pero una vez más éste es otro asunto de poca importancia que puede ser resuelto con maquillaje teatral. A pesar de que sus ojos son de un azul impuro, mientras que los míos son del color generalmente descrito como de almendra, la diferencia no se nota, y una vez más podemos utilizar maquillaje teatral para dirigir la atención del público hacia otro lado.

Ninguno de los detalles es importante. El problema de su forma de caminar es potencialmente más delicado, ya que es claramente más relajada que la mía, con zancadas más largas, y provoca que sus pies se vayan ligeramente hacia afuera.

Olivia se ha hecho cargo del problema, y cree que puede entrenarlo a tiempo. Como cualquier actor sabe, uno transmite más acerca de un personaje con su forma de caminar o con su porte que con cualquier número de características faciales, acentos o gestos. Si mi doble camina de una forma diferente a la mía cuando se encuentra sobre el escenario, no lo confundirán conmigo. Es así de sencillo.

Root, totalmente informado acerca del engaño en el que está involucrado, dice que entiende el problema. Intenta quitarles importancia a mis preocupaciones sobre este tema haciendo alardes de su reputación profesional, pero a mí eso no me importa para nada. Siempre y cuando esa noche sea confundido conmigo, se habrá ganado su dinero.

Quedan quince días para ensayar.

6 de enero de 1894

Root realiza todos los movimientos que yo le indico cuando ensayamos, pero no puedo evitar sentir que no disfruta de la ilusión. Los actores interpretan su papel, pero el público está al tanto del engaño a lo largo de toda la actuación; saben que detrás de la apariencia del príncipe Hamlet hay un hombre que simplemente representa un papel. ¡Mi público debe abandonar el teatro perplejo por lo que ha visto! ¡Deben tanto creer como dudar de la evidencia que le ofrecen sus ojos!

10 de enero de 1894

Le he dado el día de mañana libre al señor Root, para poder pensar. ¡No lo hace bien, no lo hace bien en absoluto! Olivia también piensa que todo es un error, y me recomienda encarecidamente que excluya el truco de Borden de mi actuación.

Pero Root es un desastre.

12 de enero de 1894

¡Root es una maravilla! Los dos necesitábamos tiempo para pensar. Me dijo que pasó el día con amigos, pero sospecho por el olor que tenía que pasó el tiempo con una botella pegada a los labios.

¡No importa! Sus movimientos son los correctos, su tiempo es casi el correcto, y tan pronto como nos vistamos con trajes idénticos, el engaño será lo suficientemente bueno como para funcionar.

Mañana voy con Root y Olivia a Streatham, donde inspeccionaremos el escenario y realizaremos los últimos preparativos.

18 de enero de 1894

Estoy inconmensurablemente nervioso por la actuación de mañana, a pesar de que Root y yo la hemos ensayado hasta hartarnos de ella. La perfección tiene un riesgo; si mañana realizo el truco de Borden, y lo mejoro, lo cual haré, la noticia tardará solamente días en llegarle.

En estas tranquilas horas alrededor de la medianoche, con Olivia en la cama, la casa en silencio y mis pensamientos rondándome por la cabeza, sé que aún queda una terrible verdad a la que no me he enfrentado. Y es que Borden sabrá instantáneamente cómo he conseguido llevar a cabo el truco, pero yo todavía no sé el suyo.

20 de enero de 1894

¡Fue un triunfo! ¡Los aplausos resonaron hasta en las vigas del techo! Hoy, en su última edición, el Morning Post me describe como «probablemente el mejor ilusionista contemporáneo de Gran Bretaña». (Allí hay dos pequeñas calificaciones sin las que podría vivir alegremente, ¡pero será suficiente para hacerle perder la calma al señor Borden!).

Es dulce. ¡Pero también tiene un lado agrio que no había previsto! ¿Cómo pude no haber pensado en esto? Al finalizar el truco, en el clímax de mi número, me veo forzado a acurrucarme ignominiosamente en los paneles de mi caja ingeniosamente derrumbados. Mientras los aplausos invaden el salón, es el borracho de Root el que sale a zancadas para colocarse debajo de la luz de los focos. Es él quien recibe la ovación, quien coge la mano de Olivia con la suya, quien hace reverencias y saluda con la mano y tira besos, quien saluda al director de la orquesta y a la alta burguesía que se encuentra en los palcos, quien se quita el sombrero y hace una reverencia y otra y otra más…

Y tan sólo me queda esperar que la oscuridad invada el escenario cuando se baja el telón, para poder escapar.

Esto tendrá que cambiar. Tenemos que arreglarlo todo como para que sea yo quien emerja de la caja inesperada, por lo tanto, el cambio con Root deberá realizarse antes de que comience el truco. Tendré que pensar en una forma para hacerlo.

21 de enero de 1894

La noticia de ayer en el Post ha causado impacto, y ya hoy mi agente ha recibido varias preguntas y tres reservas firmes para mi actuación. Cada una de ellas exige mi milagroso cambio ilusorio.

He recompensado a Root con una pequeña paga extra.

30 de junio de 1895

Los acontecimientos sucedidos hace dos años parecen ya una pesadilla que comienza a desvanecerse. Regreso a este diario a mitad del año simplemente para dejar registrado que estoy una vez más en equilibrio estable. Olivia y yo coexistimos armoniosamente, y a pesar de que nunca podrá ser el estímulo impulsor que una vez fue Julia, su silencioso apoyo se ha convertido en el baluarte sobre el cual construyo mi vida y mi carrera.

Tengo intenciones de tener otra discusión con Root, ya que la última surtió poco efecto. A pesar de lo bien que lo hace, se ha convertido en un problema para mí, y otra razón por la cual he regresado a este diario es para dejar constancia de que él y yo terminaremos peleándonos.

7 de julio de 1895

Hay una regla primordial en el mundo de la magia (y si no la hay, permítanme formularla), y es que uno no debe provocar hostilidad en sus asistentes. Esto es porque saben muchos de tus secretos, y por lo tanto tienen un poder particular sobre ti.

Si despido a Root estaré a su merced.

El problema procede en parte de su adicción al alcohol, y en parte de su arrogancia.

Varias veces ha actuado embriagado durante el número, hecho que él no niega.

Dice que puede controlarse. El problema es que no se puede controlar el comportamiento de un alcohólico, y me aterroriza pensar que una noche estará demasiado borracho como para participar. Un mago nunca debería dejar ningún aspecto de su actuación al azar, y sin embargo aquí estoy yo, jugándomela cada vez que hago el cambio con él.

Su arrogancia es, si acaso, el peor de los problemas. Está convencido de que no soy capaz de funcionar eficazmente sin él, y siempre que está a mi lado, ya sea durante los ensayos, entre los bastidores de los teatros, o incluso en mi propio taller, tengo que aguantar un constante torrente de consejos basado en sus años de experiencia en el arte dramático.

Anoche tuvimos nuestra tan planeada «discusión», sin embargo llegado el momento fue él quien habló más. Tengo que decir que gran parte de lo que dijo fue malintencionado y ciertamente amenazador. Dijo las palabras que yo más temía escuchar, que él podía desvelar mis secretos y arruinar mi carrera.

Y lo que es peor, se ha enterado de alguna manera de mi relación con Sheila Macpherson, un asunto que pensaba que estaba guardado estrictamente en secreto.

Me chantajea, por supuesto. Lo necesito, y él lo sabe. Él tiene poder sobre mí, y yo lo sé.

Me vi obligado incluso a ofrecerle un aumento en los honorarios de sus actuaciones, lo cual, por supuesto, aceptó inmediatamente.

19 de agosto de 1895

Esta noche regresé temprano de mi taller porque había algo (se me olvidó qué) que había dejado en casa. Primero llamé a Olivia, y me sorprendió, por no decir otra cosa, descubrir a Root con ella en su salón.

Debería explicar que después de comprar mi casa en el número 45 de Idmiston Villas, lo dejé con su distribución original de dos apartamentos independientes.

Durante nuestro matrimonio, Julia y yo nos movíamos libremente entre uno y otro, pero desde que Olivia ha estado conmigo hemos vivido separados bajo el mismo techo. Esto es en parte para conservar en buen estado las propiedades, pero también refleja la naturaleza más informal de nuestra asociación. A pesar de que mantenemos nuestras casas separadas, Olivia y yo nos llamamos mutuamente sin ceremonia alguna siempre que se nos antoja.

Escuché risas mientras subía las escaleras. Cuando abrí la puerta de su apartamento, que da directamente a su salón, Olivia y Root todavía estaban muy concentrados riéndose alegremente. El sonido se desvaneció rápidamente cuando me vieron allí de pie. Olivia parecía estar enfadada. Root intentó ponerse de pie, pero perdió el equilibrio, se tambaleó y volvió a sentarse. Me di cuenta, lo cual intensificó mi irritación, de que había una botella de ginebra medio vacía en un extremo de la mesa, y de que había otra, completamente vacía, justo al lado. Ambos, Olivia y Root, tenían en la mano vasos que contenían dicha bebida.

—¿Qué significa esto? —les pregunté.

—Llamé a la puerta para verlo a usted, señor Angier —contestó Root.

—Tú sabías que yo estaba ensayando en mi taller esta noche —respondí—. ¿Por qué no fuiste a buscarme allí?

—Mi amor, Gerry pasó por aquí tan sólo para tomar un trago —dijo Olivia.

—¡Entonces es hora de que se vaya!

Mantuve la puerta abierta con mi brazo, indicándole que debía irse, y esto fue lo que hizo, rápidamente, a pesar de su embriaguez, pero tambaleándose a causa de ella. Su aliento empapado de ginebra me envolvió cuando pasó a mi lado.

Esto originó una tensa conversación entre Olivia y yo, la cual no describiré aquí detalladamente. Lo dejamos allí, y yo me retiré para escribir este informe. Tengo muchos sentimientos que no he escrito aquí.

24 de agosto de 1895

Hoy me enteré de que Borden va a presentar su espectáculo de magia en una gira por Europa y el Levante, y que estará fuera de Inglaterra hasta final de año.

Curiosamente, no realizará su propia versión del truco de las dos cajas.

Hesketh Unwin fue quien me informó de esto cuando lo vi hoy más temprano.

Comenté jocosamente que esperaba que, para cuando llegara a París, ¡el francés hablado de Borden fuera mejor que cuando lo oí por última vez!

25 de agosto de 1895

Tardé veinticuatro horas en conseguirlo, ¡pero Borden me acaba de hacer un favor!

Acabo de darme cuenta de que con Borden fuera del país no tengo necesidad de seguir realizando el truco del cambio, ¡así que sin demora ni escrúpulos he despedido a Root!

Para cuando Borden regrese de su gira por el exterior, o bien habré reemplazado al señor Root, o no realizaré nunca más el truco.

14 de noviembre de 1895

Esta noche, Olivia y yo trabajamos juntos sobre el escenario por última vez, en una presentación en el Teatro Phoenix en la calle Charing Cross. Más tarde, nos fuimos juntos a casa en coche, alegremente cogidos de la mano en la parte de atrás del taxi.

Desde que se fue el señor Root, hemos sido notablemente más felices. (He estado viendo cada vez menos a la señorita Macpherson).

La semana que viene, cuando estrene una corta temporada en el teatro Royal County de Reading, mi asistente será una joven dama a la que he estado entrenando durante las últimas dos semanas. Su nombre es Gertrude, tiene un flexible y precioso cuerpo, tiene tanto la hermosura como la capacidad mental de un adorno chino, y es la prometida de mi otro nuevo empleado, un carpintero y técnico de artefactos llamado Adam Wilson. Les pago a los dos muy bien, y estoy satisfecho con las contribuciones que han realizado hasta ahora.

Adam, debo decirlo, es casi un doble exacto para mí en términos de físico, y a pesar de que todavía no se lo he mencionado, lo tendré en cuenta como reemplazo de Root.

12 de febrero de 1896

Esta noche he aprendido el significado de la frase: «Se me heló la sangre».

Estaba realizando uno de mis trucos habituales con cartas de juego en la primera mitad de mi espectáculo. En éste, le pido a un miembro del público que seleccione una carta y luego que escriba su nombre sobre ella de forma que pueda verlo todo el público. Cuando esto ya está hecho, le quito la carta y la rompo ante sus ojos, esparciendo los pedazos por todas partes. Después de unos segundos, muestro un canario vivo dentro de una jaula de metal. Cuando mi voluntario toma la jaula, ésta se desploma inexplicablemente entre sus manos (el pájaro se pierde de vista), y se queda sosteniendo los que parecen ser los restos de la jaula entre los cuales puede verse una única carta de juego. Cuando la saca, descubre que es precisamente la misma en la cual está escrito su nombre. El truco termina, y el voluntario regresa a su butaca.

Esta noche, al finalizar el truco, cuando le agradecía al público con una sonrisa resplandeciente anticipándome a los aplausos, le oí decir al tipo:

—¡Eh, ésta no es mi carta!

Me di vuelta y lo miré. El tonto estaba ahí de pie con los restos de la jaula colgándole de una mano, y la carta en la otra. Estaba tratando de leerla.

—¡Déjeme verla, señor! —grité teatralmente, intuyendo que algo podía haber salido mal en la aparición de la carta, y preparándome para disimular el error con la repentina aparición de una multitud de serpentinas de colores que tengo a mano justamente para eventualidades como ésta.

Traté de arrebatarle la carta de la mano, pero la calamidad se convirtió en desastre.

De golpe se alejó de mí, gritando con una voz triunfante:

—¡Miren, tiene a otro escrito en ella!

El hombre estaba actuando para el público, sacándole el máximo provecho posible al hecho de que, de alguna manera, le había ganado al mago en su propio juego. Para salvar aquel momento tenía que tomar posesión de la carta, y así lo hice, arrancándosela de la mano. Lo bañé con serpentinas de colores, le di la entrada al director de la orquesta con una señal, y le hice señas al público para que aplaudiera, para llevar delicadamente al atroz tipo de regreso a su butaca.

En medio de la música in crescendo, y de los míseros aplausos, me quedé de pie paralizado, leyendo las palabras que habían sido escritas allí.

Decían: «Sé a qué dirección vas con Sheila Macpherson —¡Abracadabra!— Alfred Borden».

La carta era el tres de tréboles, la misma que le había hecho escoger al voluntario para el truco.

Simplemente, no sé cómo me las arreglé para continuar durante el resto de la actuación, pero de alguna manera debo haberlo hecho.

18 de febrero de 1896

Anoche viajé solo hasta el teatro Empire de Cambridge donde Borden estaba actuando. Mientras realizaba el ritual de los preparativos para un truco convencional con una caja, me puse de pie sobre mi butaca en el auditorio y lo denuncié. Tan claramente como pude le informé al público que ya había una asistente escondida dentro de la caja. Inmediatamente me fui del teatro, mirando hacia atrás únicamente cuando salía del auditorio, para ser recompensado con la imagen de las cortinas a la italiana descendiendo antes de tiempo.

Luego, inesperadamente, me di cuenta de que tenía que pagar un precio por lo que había hecho. Me entraron remordimientos de conciencia durante el largo, frío y solitario viaje en tren de regreso a Londres. Durante aquella oscura noche tuve numerosas oportunidades para reflexionar acerca de mis acciones. Me arrepentí amargamente de lo que había hecho. La facilidad con la que destruí su magia me horrorizó. La magia es ilusión, una suspensión temporal de la realidad para beneficio y entretenimiento del público. ¿Qué derecho tenía yo (o él, cuando le tocaba su turno) de destruir esa ilusión?

Una vez, hace mucho tiempo, después de que Julia perdiera a nuestro primer bebé, Borden me escribió y se disculpó por lo que había hecho. Tontamente, ¡oh, qué tontamente!, lo rechacé. Ahora ha llegado el momento en el cual yo deseo ansiosamente terminar con la desavenencia que existe entre nosotros. ¿Durante cuánto tiempo más tienen que continuar dos hombres adultos disparándose mutuamente en público, para saldar una cuenta de la cual nadie, salvo ellos, siquiera sabe de su existencia, y una que ni siquiera ellos acaban de entender? Sí, una vez, cuando Julia fue lastimada por la intervención del bufón, yo tenía un argumento válido en su contra, pero han pasado muchas cosas desde entonces.

A lo largo de todo aquel frío viaje de regreso a la estación de la calle Liverpool, me pregunté cómo podría lograrlo. Ahora, veinticuatro horas después, todavía pienso en ello. Me prepararé, le escribiré, le pediré que terminemos con esto y sugeriré una reunión en privado para discutir acerca de cualquier cuenta que él sienta deba ser saldada.

20 de febrero de 1896

Hoy, después de haber abierto sus cartas, Olivia vino hacia mí y me dijo:

—¡O sea que lo que me dijo Gerry Root es verdad!

Le pregunté que a qué demonios se refería.

—Todavía sigues viéndote con Sheila Macpherson, ¿verdad?

Más tarde, me enseñó la nota que había recibido, en un sobre dirigido al «Inquilino, apartamento B, número 45 de Idmiston Villas». ¡Era de Borden!

27 de febrero de 1896

Estoy en paz conmigo, con Olivia, ¡incluso con Borden!

Permítanme simplemente dejar constancia de que le he prometido a Olivia que nunca más veré a la señorita Macpherson (y no lo haré), y que mi amor por ella es eterno.

Y he decidido que nunca más daré lugar a una disputa con Alfred Borden, sin importar lo provocado que me sienta. Todavía espero una represalia pública por su parte por mi desacertado arrebato en Cambridge, pero lo ignoraré.

5 de marzo de 1896

Antes incluso de lo que yo me esperaba, Borden intentó, y lo consiguió, humillarme mientras estaba realizando un conocido pero exitoso truco llamado «Trilby». (Es uno en el cual la asistente se recuesta sobre una tabla en equilibrio sobre los respaldos de dos sillas, y luego se levanta en el aire, aparentemente sin ayuda alguna, cuando se quitan las sillas). Borden había logrado esconderse de alguna forma entre los bastidores.

Cuando quité la segunda silla bajo la tabla donde reposaba Gertrude, el telón de fondo que ocultaba la parte de atrás del escenario se levantó de repente y descubrió a Adam Wilson agachado allí detrás, operando el mecanismo.

Bajé el telón principal e interrumpí mi actuación.

No tomaré represalias.

31 de marzo de 1896

Otro incidente de Borden. ¡Tan pronto después del último!

17 de mayo de 1896

Un nuevo incidente de Borden.

Éste me desconcierta, porque ya he comprobado que él también estaba actuando esta misma noche, pero de algún modo cruzó todo Londres hasta el Hotel Great Western para sabotear mi actuación.

Una vez más, no tomaré represalias.

16 de julio de 1896

No pienso siquiera dejar constancia aquí de ningún otro incidente de Borden, tal es mi desprecio por él. (Otro esta tarde, sí, pero no planeo desquitarme).

4 de agosto de 1896

Anoche estaba llevando a cabo un truco relativamente nuevo para mi número, en el cual utilizo una pizarra giratoria sobre la que escribo con tiza mensajes sencillos que me dictan miembros del público. Cuando ya se han escrito un cierto número de mensajes de forma que todos puedan verlos, de repente le doy vuelta la pizarra… para revelar que, gracias a lo que parece un milagro, ¡los mismos mensajes están escritos allí también!

Esta noche cuando giré la pizarra me encontré con que mis mensajes preparados habían sido borrados. En su lugar había el siguiente mensaje:

VEO QUE HAS RENUNCIADO A INTENTAR TRANSPORTARTE A TI MISMO.

¿ESTO SIGNIFICA QUE TODAVÍA NO SABES EL SECRETO?

¡VEN Y OBSERVA A UN EXPERTO!

Todavía sostengo que no me desquitaré. Olivia, que forzosamente conoce todos los datos referentes a nuestra disputa, está de acuerdo con que un solemne desprecio es la única respuesta que debería dar.

3 de febrero de 1897

Otro incidente de Borden. ¡Qué agotador es abrir este diario únicamente para registrar esto!

Se está volviendo cada vez más atrevido. A pesar de que Adam y yo verificamos cuidadosamente las máquinas antes y después de cada actuación, y registramos todos los bastidores del teatro inmediatamente antes de comenzar, de alguna manera esta noche Borden se las arregló para entrar en el entresuelo, debajo del escenario.

Yo estaba realizando un truco conocido simplemente como «La dama que desaparece». Este es un truco atractivo, tanto para el mago como para el espectador, y el mecanismo es extremadamente sencillo. Mi asistente se sienta sobre una simple silla de madera colocada en el centro del escenario, y yo arrojo sobre ella una gran sábana de algodón. La estiro suavemente a su alrededor. Puede verse claramente su figura aún sentada en la silla, delicadamente cubierta por la fina sábana. Su cabeza y sus hombros, particularmente, se distinguen fácilmente, prueba de su presencia.

De repente, deslizo la sábana, la aparto con un movimiento continuo… ¡y la silla está vacía! Todo lo que queda sobre el escenario desnudo es la silla, la sábana y yo.

Esta noche, cuando quité la sábana, descubrí, para mi sorpresa, que Gertrude todavía estaba sentada en la silla, su rostro era un tormento de confusión y de terror.

Me quedé allí de pie, horrorizado.

Luego, para empeorar el momento, uno de los escotillones del escenario se abrió de golpe, y desde abajo apareció un hombre ante nuestros ojos. Llevaba un traje de etiqueta completo, con un sombrero, un par de guantes y una capa de seda. Tan tranquilo como el diablo, Borden (porque era él) se quitó el sombrero ante el público, luego con calma caminó a zancadas hasta los bastidores, dejando tras de sí una nube de humo de tabaco en forma de remolino. Salí corriendo tras él, decidido finalmente a enfrentarme a él, cuando mi atención se desvió debido a una inmensa descarga de luz brillante, ¡encima de mi cabeza!

¡Alguien estaba bajando un cartel eléctrico de las bambalinas! En letras azul claras, iluminadas por algún dispositivo eléctrico, decía:

Una espantosa palidez azul verdosa invadió el escenario. Le hice señas al director de escena y por fin se bajó el telón, ocultando mi desesperación, mi humillación, mi furia.

Cuando llegué a casa y le conté lo que había ocurrido, Olivia dijo:

—Tienes que vengarte, Robbie. ¡Y más vale que lo hagas bien!

Finalmente estoy de acuerdo con ella.

18 de abril de 1897

Esta noche, por primera vez en público, Adam y yo realizamos el truco del cambio. Estuvimos ensayándolo durante más de una semana, y técnicamente el número fue impecable.

Sin embargo, el aplauso del final fue más por cortesía que por entusiasmo.

13 de mayo de 1897

Después de muchas y largas horas de trabajo y ensayo, Adam y yo hemos desarrollado nuestra rutina de cambio de caja y hemos logrado un nivel imposible de mejorar. Adam, después de haber trabajado intensamente conmigo durante dieciocho meses, es capaz de imitar mis movimientos y mis ademanes con una asombrosa precisión. Con dos trajes idénticos, unos toques de maquillaje teatral y un (bastante caro) peluquín, es mi doble hasta el último detalle.

Sin embargo, cada vez que llevamos a cabo el número y alcanzamos lo que, a nuestros ojos, es un éxito arrollador, el público revela, a través de sus desapasionados murmullos de aplauso, que no están en absoluto impresionados.

No sé qué debo hacer para mejorar el truco. Hace dos años la mera insinuación de lograr incluirlo en la actuación era suficiente para doblar mis honorarios. Hoy, es algo casi irrelevante. Estoy muy preocupado.

1 de junio de 1897

He estado oyendo rumores desde hace algún tiempo acerca de que Borden ha «mejorado» su truco del cambio, pero como no tenía más información no le he prestado demasiada atención. Han pasado años desde la última vez que le vi actuar, y por lo tanto ayer por la noche yo y Adam nos trasladamos a un teatro de Nottingham, donde el espectáculo de Borden ha estado en cartel durante la última semana. (Esta noche tengo un espectáculo en Sheffeld, pero me fui de Londres un día antes para poder visitar a Borden en route en su trabajo). Me disfracé con cabellos grisáceos, almohadillas en las mejillas, ropas desarregladas, un par de innecesarias gafas, y me senté en una butaca a tan sólo dos filas del escenario. Me encontraba a tan sólo unos metros de distancia de Borden mientras realizaba todos sus trucos.

¡De repente, todo se explica! Borden ha mejorado considerablemente su versión del truco. Ya no se esconde dentro de cajas. Ya no hace ninguna bobada o tontería transportando algún objeto de una punta a otra del escenario (lo que yo he seguido trabajando hasta esta semana). Y no utiliza ningún doble.

Digo con certeza: Borden no utiliza un doble. Sé todo lo que hay que saber acerca de los dobles. Puedo reconocer uno con la misma facilidad con la que puedo reconocer una nube en el cielo. Estoy totalmente seguro de que Borden trabaja solo.

La primera parte de su actuación se desarrolló ante un telón a medio bajar, que únicamente dejaba ver el decorado del escenario completo cuando se llegó al truco más espectacular. En éste, el telón a medio bajar fue levantado y el público vio un surtido de tarros de los que salían humos de sustancias químicas, cajas adornadas con cables enroscados, tubos de cristal y pipetas, y sobre todo aquello, un montón de brillantes cables eléctricos. Era la imagen del laboratorio de un fanático científico.

Borden, en su embarazosa imitación de un académico francés, se paseaba alrededor de los aparatos, sermoneando al público acerca de los peligros de trabajar con energía eléctrica. En ciertos momentos tocaba un cable contra otro, o contra un matraz de gas, y entonces se producía un alarmante destello de luz, o un ruido estruendoso. Había chispas volando a su alrededor, y una bruma de humo azul comenzó a cernirse sobre su cabeza.

Cuando estaba preparado para empezar el truco, indicó por señas que se tocara un redoble de tambor desde el hoyo de la orquesta. Cogió dos cables pesados, los aproximó con mucha teatralidad y realizó una conexión eléctrica.

Durante el brillante destello de luz que prosiguió, tuvo lugar el cambio. Ante nuestros propios ojos, Borden desapareció del lugar donde se encontraba de pie (los dos gruesos cables cayeron sobre el suelo del escenario, despidiendo una ráfaga de peligrosas chispas), e instantáneamente reapareció en el otro lado del escenario… ¡a seis metros de distancia por lo menos de donde había estado!

Era imposible que él se hubiera desplazado esa distancia por medios normales. El cambio fue demasiado rápido, demasiado perfecto. Llegó al otro lado con las manos todavía flexionadas como si aún estuviera apretando los cables, que en aquel momento continuaban zigzagueando espectacularmente por todo el escenario.

Borden caminó hacia adelante en medio de un tumultuoso aplauso para hacer su reverencia. Detrás de él, el artefacto científico todavía echaba chispas y humo, un mortal telón de fondo que parecía, perversamente, intensificar su sencillez.

Mientras los aplausos seguían resonando, alargó la mano para introducirla adentro del bolsillo interior de la chaqueta como para hacer aparecer algo. Sonrió modestamente, invitando al público a que le instara a realizar un último truco de magia. Los aplausos se incrementaron en consecuencia y, ampliando aún más una sonrisa ya radiante, Borden metió la mano en el bolsillo e hizo aparecer… una rosa de papel, de un color rosa brillante.

Era una referencia a un truco que había realizado anteriormente. En éste, una dama del público escogía una flor de todo un ramo, y Borden la hacía desaparecer maravillosamente. La aparición de la flor nuevamente dejó a su público completamente encantado. Sostuvo la pequeña flor en el aire: era sin duda alguna la que había elegido la dama. Cuando consideró que la había expuesto durante el tiempo necesario, le dio vuelta con los dedos: parte de ella se había ennegrecido, ¡como a causa de alguna fuerza infernal! Mirando ostensiblemente el artefacto que estaba detrás de él, Borden hizo una gran reverencia más, y luego se retiró del escenario.

Los aplausos continuaron durante un largo rato, y debo decir que mis manos estaban aplaudiendo tan fuerte como las de cualquiera.

¿Por qué este compañero mago, con tanto talento, tan hábil y profesional, perseguiría un sórdido enfrentamiento conmigo?

5 de marzo de 1898

He estado trabajando mucho, con poco tiempo para el diario. Una vez más, han pasado varios meses desde la última anotación. Hoy (fin de semana) no tengo ninguna representación, así que puedo realizar una breve entrada.

Sólo decir que Adam y yo no hemos incluido nuestro truco del cambio en mi actuación desde aquella noche en Nottingham.

Incluso sin esta pequeña provocación, el supuesto mejor mago contemporáneo me ha honrado, entre tanto, con dos ataques más, sin provocación alguna, mientras estaba actuando. Ambos consistieron en interrupciones potencialmente peligrosas de mi número. Una de ellas pude disimularla con un chiste, pero la otra fue durante unos escasos minutos un desastre insostenible.

Como consecuencia he abandonado mi apariencia de desprecio.

Me quedan entonces dos ambiciosos objetivos, aparentemente inalcanzables. El primero es forjar algún tipo de reconciliación justa con Julia y con los niños. Sé que la he perdido para siempre, pero la distancia que ella pone entre nosotros es imposible de soportar. La segunda es, en comparación, menos importante. Y es que, ahora que mi tregua unilateral con Borden ha terminado, por supuesto deseo descubrir el secreto de su truco para poder superarlo otra vez sobre el escenario.

31 de julio de 1898

¡Olivia ha propuesto una idea!

Antes de describirla debería decir que a lo largo de los últimos meses la pasión entre Olivia y yo se ha ido enfriando notablemente. No hay rencor ni celos entre nosotros, sino que parece como si una inmensa indiferencia esté flotando como una nube sobre la casa. Seguimos viviendo juntos pacíficamente, ella en su apartamento, yo en el mío, y a veces nos hemos comportado como marido y mujer, pero en general ya no actuamos como si nos amáramos o nos quisiéramos. Sin embargo, nos aferramos el uno al otro.

El primer indicio que tuve se produjo después de la cena. Habíamos comido juntos en mi apartamento, pero al final ella se retiró con cierta prisa, llevándose una botella de ginebra. Ya me he acostumbrado a su afición a la bebida en solitario, y no digo nada al respecto.

Unos minutos más tarde, sin embargo, su criada, Lucy, vino a preguntarme si me importaría bajar unos minutos.

Encontré a Olivia sentada en su mesa de cartas cubierta con un tapete verde, con dos o tres botellas y dos vasos sobre él, y una silla vacía colocada frente a ella. Me hizo señas para que me sentara, y luego me sirvió un trago. Yo le agregué un poco de almíbar de naranja a la ginebra, para quitarle el sabor.

—Robbie —me dijo con esa franqueza que ya me resulta tan familiar—. Voy a dejarte.

Mascullé algo en respuesta. Había esperado algún desenlace de este tipo durante meses, aunque no tenía idea de cómo me enfrentaría a él si, como en este momento, sucedía.

—Voy a dejarte —dijo otra vez—, y luego voy a regresar. ¿Quieres saber por qué?

Le dije que sí.

—Porque hay algo que quieres más de lo que me quieres a mí. Supongo que si voy y lo encuentro por ti, entonces tengo la oportunidad de hacer que me quieras otra vez.

Le aseguré que la quería tanto como siempre, pero me cortó en seco.

—Sé lo que está pasando —me aseguró—. Tú y este tal Alfred Borden sois como dos amantes que no consiguen llevarse bien. ¿No es así?

Traté de esquivarla con evasivas, pero cuando vi la determinación en sus ojos asentí rápidamente.

—¡Mira esto! —dijo, y agitó la edición de esta semana de The Stage—. Mira aquí.

Dobló el periódico por la mitad y me lo pasó. Había marcado con un círculo uno de los avisos clasificados de la primera plana.

—Ése es tu amigo Borden —me dijo—. ¿Ves lo que dice?

Se requiere una atractiva y joven asistente femenina para empleo de tiempo completo. Debe ser una experta coreógrafa, conservarse bien y mantenerse en forma, y debe también estar dispuesta a viajar y a trabajar durante largas horas, tanto en el escenario como fuera de él. Es esencial que posea una apariencia agradable, así como también la disposición para participar en emocionantes y exigentes rutinas ante públicos muy numerosos.

Por favor enviar solicitudes, adjuntando referencias adecuadas, a…

Lo que seguía era la dirección de la sala de ensayo de Alfred Borden.

—Ha estado publicando anuncios en busca de una asistente desde hace un par de semanas, así que supongo le debe estar resultando difícil contratar a una. Imagino que yo podría ayudarle.

—Quieres decir que tú…

—Siempre dices que soy la mejor asistente que nunca has tenido.

—¿Pero tú…? ¿Vas a trabajar para él? —Negué con la cabeza tristemente—. ¿Cómo puedes hacerme esto, Olivia?

—Tú quieres averiguar cómo realiza ese truco, ¿no es así? —me preguntó.

Cuando caí en la cuenta de lo que me estaba diciendo, me senté silenciosamente ante ella, mirándola fijamente y maravillándome. Si ella podía ganarse su confianza, trabajar con él durante los ensayos y sobre el escenario, moverse libremente en su taller, no pasaría mucho tiempo antes de que el secreto de Borden llegara a ser mío.

Enseguida nos pusimos a ultimar los detalles.

Estaba preocupado por el hecho de que podría reconocerla, pero Olivia no lo creía posible.

—¿Crees que se me hubiera ocurrido esto si pensara que sabe mi nombre? —dijo arrastrando las palabras—. Me recordó que había tenido que dirigirse a ella como «inquilina». Encontrar referencias fiables pareció ser durante un tiempo un problema sin solución, porque Olivia no había trabajado para nadie excepto para mí, pero me hizo ver que yo era perfectamente capaz de falsificar cartas.

Y yo tenía dudas, no me importa admitirlo aquí. La idea de esta hermosa y joven mujer, que había causado estragos tan excitantes y emocionantes en mí, y renunciado a su propia vida para estar conmigo, y que, en fin, lo había compartido prácticamente todo conmigo durante cinco años, la idea de ella preparándose para entrar en el bando de mi peor enemigo era casi pedir demasiado.

Pasaron dos horas o más mientras discutíamos su idea, y comenzábamos a trazar nuestros planes. Vaciamos la botella de ginebra, mientras Olivia seguía diciendo:

—Te conseguiré el secreto, Robbie. Eso es lo que quieres que haga, ¿verdad? —Y yo dije que sí, pero que no quería perderla.

El fantasma de la crueldad de Borden pendía amenazante sobre nosotros. Yo estaba desgarrado entre la euforia de realizar un ataque definitivo contra él y la posibilidad de que él preparara una venganza aún más grande si llegara a darse cuenta de que Olivia era mía. Le hice saber de mis dudas y miedos. Y ella me contestó: —Volveré contigo, Robbie, y te traeré el secreto de Borden…— Pronto estábamos los dos embriagados, los dos juguetones y cariñosos, ¡y yo no regresé a mi propio apartamento hasta esta mañana después del desayuno!

En este momento ella se encuentra en su propio apartamento, redactando el borrador de una carta de solicitud de empleo para Alfred Borden. Debo ir a falsificar una o dos recomendaciones para ella. Estamos utilizando la dirección de su criada para la lista de correos; y como un subterfugio adicional utilizará el nombre de soltera de su madre.

7 de agosto de 1898

Hace una semana que Olivia le envió la solicitud a Borden para el empleo, y no hemos recibido ninguna respuesta. En cierto sentido esto es casi irrelevante, porque desde que surgió esta idea, Olivia y yo hemos sido tan dulces y afectuosos el uno con el otro como lo estuvimos durante aquellas excitantes semanas de mi gira estadounidense. Está más hermosa que nunca, y ha abandonado completamente la ginebra.

14 de agosto de 1898

Borden ha contestado (al menos, un asistente llamado T. Elbourne contestó en representación de él), sugiriendo una entrevista a principios de la semana que viene.

De repente la idea se me hace repugnante, pues en estos últimos días he disfrutado de una renovada felicidad con Olivia, y estoy menos dispuesto que nunca a verla caer en las garras de Borden…, incluso si fuera a causa de un ardid originado por nosotros mismos.

Olivia aún quiere seguir adelante con todo esto. Alego razones contra sus propósitos. Minimizo la importancia de su truco, le quito importancia a la seriedad de la disputa, intento descartar todo el asunto riéndome de él.

Sin embargo, me temo que en el pasado le di a Olivia muchos meses y muchos años para pensar a solas.

18 de agosto de 1898

Olivia ha ido a la entrevista y ha regresado, y dice que el puesto es suyo.

Mientras estuvo ausente me sentí preso de la ansiedad, el miedo y el arrepentimiento. Las sospechas que Borden despierta en mi ánimo casi me llevaron, un segundo después de que se fuera, a pensar que había colocado el anuncio con la intención de hacerla caer en la trampa, y tuve que controlarme para no salir corriendo detrás de ella. Fui a mi taller y traté de distraerme con prácticas de espejo, pero al final vine a casa y de nuevo empecé a pasearme de una punta a otra de mi habitación.

Olivia estuvo fuera durante mucho tiempo, más del que cualquiera de los dos había esperado, y estaba pensando seriamente qué debía hacer, cuando de repente llegó de regreso. Estaba sana y salva, eufórica y emocionada.

Sí, el empleo es suyo. Sí, Borden leyó las referencias que yo había escrito y las aceptó como genuinas. No, aparentemente no sospechaba de mí ni de que existiera ningún tipo de conexión entre nosotros.

Me habló de algunos artefactos que había visto en su taller, pero todo era tan común y corriente que resultaba decepcionante.

—¿Mencionó algo acerca del truco del cambio? —le pregunté.

—Ni una sola palabra. Pero me dijo que había algunos trucos que realizaba solo, y para los cuales no necesitaba a una asistente en el escenario.

Más tarde, aduciendo que estaba cansada, se fue a dormir a su apartamento, y aquí estoy una vez más, solo. Debo tratar de ser comprensivo; es agotador pasar una audición, cualesquiera que sean las circunstancias.

19 de agosto de 1898

Resulta que Olivia ha comenzado a trabajar con Borden inmediatamente. Cuando fui hasta la puerta de su apartamento esta mañana, la criada me dijo que Olivia se había levantado temprano, y no volvería a casa hasta esta tarde.

20 de agosto de 1898

Olivia llegó ayer a las cinco de la tarde, y a pesar de que se fue directamente a su apartamento, me recibió cuando llamé a su puerta. Otra vez parecía estar cansada. Yo ansiaba noticias, pero todo lo que me dijo fue que Borden se había pasado el día enseñándole trucos en los que ella participaría, y que los había estado ensayando intensamente.

Más tarde cenamos juntos, pero evidentemente estaba cansada y se fue otra vez a dormir sola a su apartamento. Esta mañana salió de casa muy temprano.

21 de agosto de 1898

Un domingo, y ni siquiera Borden trabaja. En casa conmigo durante todo el día, Olivia mantiene completo silencio en lo que respecta a sus actividades en el taller de Borden, y esto me tiene desconcertado. Le pregunté si se sentía atada por la ética profesional, que tal vez sintiera que no debe revelarme los mecanismos de su magia, pero me dijo que no. Durante unos pocos segundos vislumbré a la Olivia de hace dos semanas. Se rió y me dijo que por supuesto sabía cuáles eran sus lealtades.

Sé que puedo confiar en ella, por muy difícil que sea probarlo, así que no he mencionado el tema en todo el día. Como consecuencia, hoy hemos disfrutado juntos de un día inocente y común, mientras dábamos un largo paseo por Hampstead Heath bajo los tibios rayos del sol.

27 de agosto de 1898

El final de otra semana, y Olivia todavía no tiene ninguna información para mí.

Parece no estar dispuesta a hablarme sobre eso.

Esta noche me dio un pase gratis para la próxima serie de presentaciones de Borden. Con un programa que describe al espectáculo como «una obra extravagante y fantástica», éste estará en cartelera en el Teatro Leicester Square durante dos semanas.

Olivia estará con él sobre el escenario en todas las funciones.

3 de septiembre de 1898

Olivia no ha regresado a casa esta noche. Estoy desconcertado, alarmado y lleno de malos presentimientos.

4 de septiembre de 1898

Envié a un chico al taller de Borden con un mensaje para ella, pero regresó para decirme que el lugar estaba cerrado con llave y aparentemente no había nadie dentro.

6 de septiembre de 1898

Sin importarme descubrirla, salí en busca de Olivia. Primero fui al taller de Borden, que estaba vacío tal como me lo habían descrito, luego a su casa en St. Johns Wood, y por fortuna descubrí un café desde el cual podía observar la fachada del edificio. Estuve allí sentado todo el tiempo que pude, pero sin ser recompensado con algún indicio, algo significativo. Sin embargo, sí vi a Borden en persona, abandonando su casa con una mujer que supuse era su esposa. Un carruaje se detuvo frente a la casa a las dos de la tarde, y después de una breve pausa, Borden y la mujer aparecieron, y luego se subieron al carruaje. Poco después salió en dirección a la zona Oeste de Londres.

Tras esperar unos largos diez minutos para asegurarme de que estaban ya lejos de la casa, caminé nerviosamente hasta la puerta y toqué el timbre. Me atendió un sirviente.

Dije directamente:

—¿Se encuentra aquí la señorita Olivia Svenson?

El hombre pareció sorprenderse.

—Creo que debe estar buscando en el sitio equivocado, señor —me dijo—. Aquí no hay nadie con ese nombre.

—Lo siento —dije, recordando justo a tiempo que habíamos utilizado el nombre de soltera de su madre—. Mi intención era preguntar por la señorita Wenscombe. ¿Se encuentra por casualidad ella aquí?

Una vez más el hombre negó con la cabeza, educada y correctamente.

—Aquí no hay ninguna señorita Wescombe, señor. Tal vez debería preguntar en la Oficina de Correos de la calle High.

—Sí, de hecho eso es lo que haré —contesté, y, para evitar seguir llamando la atención, emprendí la retirada.

Regresé a mi puesto de vigilancia desde el café y esperé allí durante una hora más, al final de la cual Borden y su esposa regresaron a la casa.

12 de septiembre de 1898

Al no tener indicio alguno de que Olivia regresara a casa, tomé el pase que me había dado y fui a la taquilla del Teatro Leicester Square. Allí pedí una entrada para el espectáculo de Borden. Deliberadamente escogí una butaca cerca del fondo de la platea, para que mi presencia no fuera vista desde el escenario.

Después de su habitual comienzo con «Los eslabones chinos», Borden hizo aparecer rápida y eficazmente a su asistente dentro de una caja. Por supuesto, era mi Olivia, resplandeciente con un vestido cubierto de lentejuelas que brillaba y lanzaba destellos bajo la luz de los focos eléctricos. Caminó con elegancia hasta los bastidores, desde donde emergió unos segundos después, ahora vestida con un atractivo traje tipo malla. La descarada voluptuosidad de su apariencia me aceleró el pulso, incluso a pesar de mis intensos y desesperados sentimientos de pérdida.

Borden llegó al punto álgido de su espectáculo con el truco eléctrico del cambio, y lo llevó a cabo con un don que me hundió aún más profundamente en mi depresión.

Cuando Olivia regresó al escenario para hacer la reverencia final con él, mi tristeza era total. Estaba hermosa, feliz y emocionada, y ante mi perturbada mirada, me pareció que cuando Borden tomaba su mano durante los aplausos, lo hacía con un cariño innecesario.

Decidido a terminar de verlo todo, salí corriendo del auditorio y me apresuré a llegar a la entrada de artistas. Aunque esperé hasta que los demás artistas salieran en fila y se adentraran en la noche, y hasta que el portero hubiera cerrado la puerta con llave y apagado las luces, no vi ni a Borden ni a Olivia abandonar el edificio.

18 de septiembre de 1898

Hoy la criada de Olivia, a quien retuve en la casa hasta que ella regresara, me trajo una carta que había recibido de su antigua ama.

La leí ansiosamente, aferrándome a la esperanza de que contuviera una pista de lo que había ocurrido, pero simplemente decía:

Lucy:

Por favor, si eres tan amable, prepara las maletas y cajas con todas mis pertenencias, y envíalas lo antes posible a la entrada de artistas del Teatro Strand.

Por favor, asegúrate de que todo quede etiquetado indicando claramente que es para mí, y yo me ocuparé de recogerlo.

Aquí te envío una suma de dinero para cubrir los gastos, y lo que sobre puedes quedártelo tú. Si necesitas referencias para tu próximo empleo, el señor Angier por supuesto escribirá una carta para ti.

Gracias,

Olivia Svenson

Tuve que leerle esta carta en voz alta a la pobre chica, y explicarle lo que tenía que hacer con el billete de cinco libras que Olivia le había enviado.

4 de diciembre de 1898

Actualmente estoy ocupado actuando en una temporada de espectáculos en el Teatro Plaza de Richmond, a orillas del río Támesis. Esta noche estaba relajándome en mi camerino entre la primera y la segunda función, momentos antes de salir a buscar un bocadillo para cenar con Adam y Gertrude, cuando alguien llamó a la puerta.

Era Olivia. La dejé entrar en el camerino casi sin pensar lo que estaba haciendo. Se la veía hermosa pero muy cansada, y me dijo que había estado tratando de localizarme durante todo el día.

—Robbie, te he conseguido la información que deseas. —Me dijo, y sacó un sobre cerrado para enseñármelo—. Te he traído esto, a pesar de que debes entender que no voy a volver contigo. Tienes que prometerme que vuestro odio mutuo terminará inmediatamente. Si lo haces, te dejaré el sobre.

Le dije que en lo que a mí respectaba, la disputa ya había terminado.

—¿Entonces por qué necesitas todavía este secreto?

—Tú sabes muy bien por qué —le dije.

—¡Únicamente para proseguir con vuestro enfrentamiento!

Sabía que estaba cerca de la verdad, pero le dije:

—Siento curiosidad.

Tenía prisa y debía irse, y me dijo que Borden ya sospecharía de su prolongada ausencia. No le recordé la espera similar que yo había tenido que soportar cuando comenzó este engaño.

Le pregunté por qué había escrito el mensaje, cuando podría habérmelo dicho fácilmente con palabras. Dijo que era demasiado complicado, que se trataba de un diseño demasiado intrincado, y que había copiado la información de las anotaciones del propio Borden. Finalmente, me entregó el sobre.

Mientras lo tomaba, le dije:

—¿Realmente éste es el final del misterio para mí?

—Creo que lo es, sí.

Se dio vuelta para irse y abrió la puerta.

—¿Puedo preguntarte otra cosa más, Olivia?

—¿Qué?

—¿Es Borden un hombre, o dos?

Sonrió, y desesperadamente vislumbré la sonrisa de una mujer pensando en su amante.

—Es solamente un hombre, te lo aseguro.

La acompañé hasta el pasillo, donde podía oírse al personal técnico holgazaneando por ahí.

—¿Eres feliz ahora? —le pregunté.

—Sí, lo soy. Siento haberte lastimado, Robbie.

Entonces me dejó, sin un abrazo, ni siquiera una sonrisa o una caricia en las manos. Durante las últimas semanas me había armado de entereza para hacerle frente, pero aun así fue doloroso estar con ella de ese modo.

Regresé al camerino, cerré la puerta y apoyé todo mi peso contra ella. Abrí el sobre de inmediato. Contenía una hoja de papel, y en ella Olivia había escrito solamente una palabra.

Tesla.