1892-1893

4 de febrero de 1892

Anoche vi algo extraordinario. Hay un científico llamado Nikola Tesla de visita en Londres, y las extravagantes declaraciones que realiza fueron la comidilla de la ciudad la semana pasada. Se estuvo hablando de verdaderos milagros y varios periódicos informados reportaron que el futuro del mundo estaba en las manos de Tesla. Las entrevistas que concedió, y los artículos que se han escrito acerca de su trabajo, son incapaces de explicar por qué debería ser así. Se insiste en que su trabajo debe verse demostrado para comprender su importancia.

Por lo tanto ayer, arrastrados por la curiosidad, yo y varios cientos de personas más exigimos a voces en las puertas de la Institución de Ingenieros Eléctricos poder ver al gran hombre en acción.

Lo que presencié fue un emocionante, alarmante y más que nada incomprensible despliegue de poderes eléctricos. El señor Tesla (quien habló un excelente inglés americano, casi sin rastro alguno de sus raíces europeas) es socio del inventor Thomas Edison. Para los londinenses de ideas más avanzadas la utilización de la energía eléctrica para la iluminación se está convirtiendo en algo de todos los días, pero Tesla fue capaz de mostrar que tiene muchos otros usos.

Observé sus sensacionales experimentos sin cuestionar absolutamente nada, deslumbrado e impresionado. Muchos de sus efectos son asombrosos, y muchos más resultan ser profundamente misteriosos para un profano en la materia como yo.

Cuando Tesla hablaba, lo hacía con el tono que utiliza un evangelista. Más que sus brillantes y chispeantes explosiones de luz, sus palabras visionarias me entusiasmaron más que nada de lo que había escuchado hasta aquel momento. Es verdaderamente un profeta de lo que el siglo que viene nos depara. Una red mundial de estaciones eléctricas generadoras, la energía eléctrica a disposición tanto de los humildes como de los poderosos, transmisiones instantáneas de energías y materia desde una parte del mundo hasta la otra, ¡el propio aire vibrando con la esencia del éter!

Extraje una importante verdad de la presentación del señor Tesla. Su espectáculo (porque no fue nada más que esto) tuvo un extraño parecido con el de cualquier buen ilusionista; el público no necesitaba entender los medios para disfrutar de los efectos.

En pocas palabras, el señor Tesla describió muchas teorías científicas. Mientras que pocos de los que se encontraban entre aquel público entendían algo más que los conceptos más básicos, a todos nosotros se nos ofreció una convincente visión del futuro.

He escrito a la dirección que Tesla suministró, y he solicitado copias de sus apuntes explicativos.

4 de abril de 1892

He estado ocupado preparándome para mi gira europea, la cual comienza en la segunda mitad de este verano, y no he tenido mucho tiempo para otras cosas. Para completar la anotación anterior de febrero, sin embargo, quisiera agregar que después de un tiempo recibí los apuntes explicativos del señor Tesla, pero no pude entender nada de ellos.

15 de septiembre de 1892
En París.

Me han aclamado en Viena, en Roma, en París, en Estambul, en Marsella, en Madrid, en Monte Carlo…, sin embargo, ahora que todo esto queda atrás, únicamente ansío ver a mi amada Julia una vez más, y a Edward y a Lydia, y por supuesto a mi pequeña Florence. Desde que pasamos nuestro fin de semana juntos aquí en París hace dos meses, solamente he tenido cartas para animarme con noticias de mi preciosa familia. Dentro de dos días, si el barco sale a tiempo, y los trenes son puntuales, debería estar en casa y poder descansar finalmente.

Todos estamos exhaustos, aunque principalmente debido a los interminables recorridos del viaje y a la vida en los hoteles, más que por las exigencias de vida sobre el escenario europeo. Pero en general ha sido un éxito con mucha repercusión.

Planeamos estar de regreso en casa para mediados de julio, pero nuestra recepción fue tan masiva que una docena de teatros nos pidieron a gritos que hiciéramos una visita adicional, y que los bendijéramos con nuestra magia. Nos alegró el hecho de poder hacerlo cuando nos dimos cuenta de cuál era la dimensión del interés, y en consecuencia cuáles serían los honorarios que podríamos exigir por estas representaciones extras. Sería poco aconsejable dejar constancia del total de mis ganancias hasta que hayan sido calculados todos los gastos, y las pagas extras acordadas que debo entregar a mis asistentes, pero puedo decir con toda confianza que por primera vez en mi vida siento que soy un hombre rico.

21 de septiembre de 1892
En Londres.

Había esperado estar disfrutando del éxito de la gira, pero en cambio descubro que mientras he estado ausente, Borden ha estado ganando mucha atención. Parece que finalmente el público se ha encaprichado con uno de los trucos que ha estado realizando durante años, y es tremendamente solicitado.

A pesar de que he observado su actuación varias veces, nunca lo he visto hacer algo fuera de lo común. ¡Esto podría ser, por supuesto, que por varias razones raras veces me he quedado hasta el final de su actuación!

Cutter sabe tan poco como yo acerca de su aplaudido truco, por la evidente razón de que ha estado en Europa conmigo. Estuve a punto de quitarle importancia como si fuera algo irrelevante, hasta que leí parte de la correspondencia que me estaba esperando aquí. Dominic Brawton, uno de mis exploradores dentro del mundo de la magia, había enviado una nota muy escueta.

Mago: Alfred Borden (Le Professeur de la Magie). Truco: «El nuevo hombre transportado». Efecto: brillante, para no perdérselo. Adaptabilidad: difícil, pero ya que Borden se las arregla de alguna manera, imagino que usted también podrá.

Le enseñé esto a Julia.

Más tarde le enseñé otra carta. ¡Me han invitado a llevar mi espectáculo de magia al Nuevo Mundo! ¡Si acepto comenzaríamos la gira en febrero con una residencia de una semana larga en Chicago! ¡Y luego una gira por las doce ciudades estadounidenses más importantes!

La idea simultáneamente me entusiasma y me agota.

Julia me dijo:

—Olvídate de Borden. Debes llevar tu espectáculo a Estados Unidos.

Y yo también pienso que debo hacerlo.

14 de octubre de 1892

He visto el nuevo truco de Borden, y es bueno. Es endiabladamente bueno. Es mejor aún por ser simple. Me indigna decirlo, pero tengo que ser justo.

Comienza por subir arrastrando al escenario una caja de madera, de la clase habitual para todos los magos. Es lo suficientemente alta como para contener a un hombre o a una mujer, tiene tres paredes sólidas (la de atrás y las de ambos lados) y una puerta en la parte de adelante que se abre lo suficiente como para dejar al descubierto todo el interior. Está montada sobre ruedas, y éstas elevan el artefacto y muestran que no es posible ninguna fuga o entrada a través de la base, sin ser vista por el público.

Después de demostrar, como se suele hacer, que la caja se encuentra en ese momento vacía, Borden cierra la puerta de la caja y luego mueve el artefacto hacia el lado izquierdo del escenario.

De pie bajo la luz de los focos pronuncia entonces, con su poco convincente acento francés, un breve sermón acerca de los grandes peligros que conlleva lo que está a punto de realizar.

Detrás de él, una mujer extraordinariamente hermosa sube al escenario arrastrando una segunda caja, idéntica a la primera. Abre la puerta, para que el público pueda ver que ésta también está vacía. Con un movimiento de su capa negra, Borden entonces se da vuelta y entra con soltura y eficacia en la caja.

Justo en aquel instante, el tambor comienza un redoble.

Lo que sucede después ocurre en un instante. De hecho, lleva más tiempo escribirlo que verlo realizarse.

A medida que el tambor va subiendo el volumen de su redoble, Borden se quita el sombrero de copa, vuelve a entrar en los escondrijos de su caja, luego lanza su sombrero por el aire. Su asistente cierra la puerta de la caja de un portazo. En ese preciso instante, la puerta de la primera cabina que vimos se abre de golpe, ¡y ahora Borden se encuentra allí por increíble que parezca! La caja en la que se introdujo tan sólo unos momentos antes se derrumba, y se desploma vacía sobre el suelo del escenario. Borden alza la mirada hacia el entretecho de cordaje, ve su sombrero cayendo en picado hacia él, lo coge, se lo pone sobre la cabeza, le da un golpecito para acomodarlo… ¡y luego sonriendo resplandecientemente camina hacia la luz de los focos para hacer su reverencia!

Los aplausos fueron roncos y estridentes, y admito que me uní a ellos.

¡Que me cuelguen si sé cómo hizo eso!

16 de octubre de 1892

Anoche llevé a Cutter al Watford Regal, donde estaba actuando Borden. El truco con las dos cajas no era un número de su actuación.

Durante el largo viaje de regreso a Londres, le describí a Cutter una vez más lo que había visto. Su veredicto fue el mismo que me dio cuando se lo conté por primera vez, hace dos días. Dice que Borden está utilizando un doble. Me habla de un número similar que vio representado hace veinte años, que utilizaba a una mujer.

No estoy seguro. A mí no me pareció que hubiera un doble. El hombre que se metió en una de las cajas y el hombre que salió de la otra era uno y el mismo. Yo estuve allí, y eso fue lo que vi.

25 de octubre de 1892

Debido a mis propios compromisos, me ha sido imposible ver la actuación de Borden todas las noches, pero Cutter y yo hemos asistido a su número dos veces esta semana. Aún no ha repetido el truco con las dos cajas. Cutter rehúsa especular hasta haberlo visto con sus propios ojos, pero dice que estoy haciéndole perder su tiempo y el mío. Se está convirtiendo en una fuente de tensión entre nosotros.

13 de noviembre de 1892

Por fin he visto a Borden realizar el truco de las dos cajas otra vez, y esta vez Cutter estaba conmigo. Sucedió en el Teatro Lewisham World, como parte de un programa de variedades por lo demás bastante sencillo.

Mientras Borden hacía aparecer la primera de sus dos cajas, y llevaba a cabo su rutina para demostrar que se encontraba vacía, sentí un estremecimiento de expectación. Cutter, a mi lado, levantó diestramente sus gemelos de teatro. (Lo miré de reojo para tratar de ver hacia dónde estaba mirando, y me llamó la atención notar que no estaba observando al mago para nada. Moviendo rápidamente los gemelos, parecía estar inspeccionando el resto del área del escenario; los bastidores, las bambalinas, el telón de fondo. Me maldije por no haber pensado en esto, y lo dejé para que continuara).

Seguí mirando a Borden. El truco fue conducido exactamente de la misma forma en que yo lo había observado la vez anterior, incluso repitió palabra por palabra el discurso con acento francés acerca del peligro. Cuando entró en la segunda caja, sin embargo, noté un par de diferencias con respecto a la ocasión anterior. La más insignificante era que había dejado la primera caja más cerca de la parte de atrás del escenario, y por lo tanto quedaba sumida en la oscuridad. (Una vez más miré rápidamente a Cutter, y me di cuenta de que no le estaba prestando ni la más mínima atención al mago, sino que en cambio tenía los gemelos apuntando fijamente hacia la caja que se encontraba sobre el escenario).

El otro cambio me interesó, y de hecho me divirtió un poco. Cuando Borden se quitó el sombrero y lo echó por los aires, yo estaba inclinado hacia delante, listo para ver cuál sería el próximo y sorprendente paso. En cambio, el sombrero se elevó rápidamente hacia las bambalinas, ¡y no volvió a aparecer! (Era evidente que había un tramoyista allí arriba, a quien le habían pasado un billete de diez chelines para que lo pescara al vuelo). Borden se dio la vuelta, miró al público con una sonrisa irónica y consiguió que se rieran. Mientras aún se oían las risas, extendió tranquilamente su mano izquierda… y el sombrero bajó suavemente desde las bambalinas, para que él pudiera alcanzarlo con un movimiento natural y nada forzado. Fue una técnica escénica excelente, y se merecía las renovadas risas del público.

Luego, sin esperar a que se apagaran las risas, y a una velocidad impresionante:

¡El sombrero volvió a elevarse! ¡La puerta de la caja se cerró de un portazo! ¡La puerta de la caja que se encontraba sobre el escenario se abrió de golpe! ¡Borden saltó fuera de allí, sin el sombrero! ¡La segunda caja se derrumbó! Borden atravesó el escenario dando ágiles brincos, tomó el sombrero ¡y se lo encajó en la cabeza!

Sonriendo resplandeciente, haciendo reverencias, saludando con la mano, recibió su bien merecido aplauso. Cutter y yo nos unimos a él.

En el ruidoso taxi que nos llevaba de regreso a Londres le pregunté a Cutter:

—Y bien, ¡qué me dices de eso!

—¡Brillante, señor Angier! —declaró—. ¡Verdaderamente brillante! Uno no tiene muchas oportunidades de ver un truco completamente nuevo.

Este elogio no me resultó muy agradable, debo decir.

—¿Sabes cómo lo hizo? —insistí.

—Sí, señor, lo sé —me contestó—. Y me imagino que usted también lo sabe.

—Yo estoy desconcertado como nunca lo he estado. ¿Cómo demonios puede estar en dos lugares al mismo tiempo? ¡No entiendo cómo puede ser posible!

—La verdad es que a veces me sorprende, señor Angier —dijo Cutter mordazmente—. Es un acertijo de lógica, que únicamente puede resolverse aplicando nuestra propia lógica. ¿Qué fue lo que vimos?

—A un hombre que se autotransportó en un instante desde una parte del escenario hasta la otra.

—Eso es lo que creemos haber visto, lo que se suponía que teníamos que ver. ¿Qué pasó realmente?

—¿Todavía sostienes que utiliza a un doble? —le pregunté.

—¿De qué otra forma podría realizarse?

—Pero tú lo viste igual que yo. ¡Ése no era ningún doble! Lo vimos claramente antes y después. ¡Era el mismo hombre! ¡El mismo!

Cutter me guiñó un ojo, luego se dio la vuelta y se quedó mirando fijamente hacia fuera, a las casas tenuemente iluminadas de Waterloo que estábamos pasando en aquel momento con el coche.

—¿Y bien? —le pregunté exigiendo una respuesta—. ¿Qué me dices?

—Le digo lo que ya le he dicho, señor Angier.

—Te pago para que me expliques lo inexplicable, Cutter. ¡No me faltes al respeto con esto! ¡Es un asunto de gran importancia profesional!

En aquel momento se percató de la gravedad de mi humor, justo a tiempo, pues la admiración rebosante de envidia que provocaba en mí la actuación de Borden se estaba convirtiendo en frustración y furia.

—Señor —dijo con tranquilidad—. Usted seguramente debe de saber algo acerca de la existencia de gemelos idénticos. ¡Allí tiene su respuesta!

—¡No! —exclamé.

—¿De qué otra forma podría realizarse?

—Pero la primera caja estaba vacía…

—Eso pareció —dijo Cutter.

—Y la segunda caja se derrumbó en el preciso instante en que salió de ella…

—También me pareció muy convincente.

Sabía lo que estaba diciendo; aquéllos eran efectos escénicos estándares cuyo fin es simular que un espacio que contiene a alguien está vacío. Varios de mis propios trucos resultan ser engaños similares. Mi dificultad era la misma que había sufrido siempre; cuando veo el truco de otra persona desde el auditorio, estoy tan confundido como cualquier otro. ¡Pero gemelos idénticos! ¡No había pensado en eso!

Cutter me había dado mucho en qué pensar, y después de dejarle en su habitación de alquiler, y de regresar aquí, estuve pensando. Ahora he escrito este informe en el que resumo esta noche, y creo que tengo que darle la razón. El misterio está resuelto.

¡Maldito Borden! ¡No un hombre, sino dos! ¡Maldito sea!

14 de noviembre de 1892

Le he contado a Julia lo que sugirió Cutter anoche, y para mi sorpresa se rió encantada.

—¡Brillante! —exclamó—. No habíamos pensado en eso, ¿verdad?

—¿Entonces tú también piensas que es posible?

—No solamente es posible, mi querido… es la única forma en que lo que has visto podría realizarse sobre un escenario.

—Supongo que tienes razón.

Ahora, irracionalmente, me siento enfadado con Julia. Ella no vio cómo se hacía el truco.

30 de noviembre de 1892

Ayer obtuve una opinión sumamente interesante de Borden, y además, algunos datos excepcionales sobre él.

Debería mencionar que toda esta semana no tuve la oportunidad de escribir en este diario porque he estado apareciendo como cabeza de cartel en el programa del Hipódromo de Londres. Éste es un inmenso honor, que ha cobrado importancia no solamente porque se han agotado las entradas en todas las representaciones (excepto una función de tarde), sino también por las reacciones del público. Otra consecuencia es que los caballeros de la prensa me están prestando algo de atención, y ayer un joven reportero del Evening Star vino a entrevistarme. Su nombre era señor Arthur Koeing, ¡y resultó ser tanto un informador como un reportero!

Durante el transcurso de una sesión de preguntas y respuestas me preguntó si tenía alguna opinión acerca de mis contemporáneos en el mundo de la magia. Como era de esperar me lancé a realizar un resumen apreciativo sobre lo mejor de mis colegas.

—No ha mencionado a Le Professeur —dijo mi interlocutor, cuando hice una pausa—. ¿Tiene alguna opinión acerca de su trabajo?

—Me temo que no he estado presente en ninguna de sus actuaciones —objeté.

—¡Entonces debe ir a ver su trabajo! —exclamó el señor Koeing—. ¡Es el mejor espectáculo de Londres!

—¿Ah, sí?

—He visto su número varias veces —prosiguió el reportero—. Hay un truco que realiza, no todas las noches porque dice que lo agota demasiado, pero este truco…

—He oído algo acerca de él —dije, fingiendo no tener interés—. Algo que tiene que ver con dos cajas.

—¡Ese mismo, señor Danton! ¡Desaparece y reaparece en un segundo! Nadie sabe cómo lo hace.

—Nadie, es decir, nadie excepto sus colegas de profesión —le corregí—. Está utilizando procedimientos mágicos estándares.

—¿Entonces usted sabe cómo lo hace?

—Por supuesto que lo sé —dije—. Pero naturalmente no esperará que divulgue el método exacto…

Aquí confieso que no pude seguir. Durante las últimas dos semanas he estado reflexionando acerca de la teoría de los gemelos de Cutter, y me he convencido de que tiene razón. He aquí mi oportunidad para desvelar el secreto. Tenía frente a mí a alguien que me escuchaba atentamente, un periodista con acceso a uno de los periódicos más importantes de nuestra ciudad, un hombre cuya curiosidad ya estaba intrigada por el misterio de las actuaciones mágicas. Sentí el ansia de venganza que normalmente reprimía, el cual me había dicho a mí mismo veinte veces que era una debilidad a la que nunca más debía sucumbir. Naturalmente, Koeing no sabía nada acerca del resentimiento que hay entre Borden y yo.

Una vez más el sentido común dominó la situación. Ningún mago revela el secreto de otro.

Finalmente dije:

—Hay maneras y medios. Una ilusión no es lo que parece. Mucha práctica y mucho ensayo…

Con lo que el juvenil reportero prácticamente saltó de su asiento.

—Señor, ¡usted cree que utiliza un doble gemelo! ¡Todos los magos de Londres piensan lo mismo! Yo también pensé eso cuando lo vi por primera vez.

—Sí, ése es su método —me sentí aliviado al descubrir cuán abierto estaba siendo el reportero.

—¡Entonces, señor! —gritó el joven—. ¡Usted se equivoca igual que todos los demás, señor! No hay ningún doble. ¡Esto es lo que es tan sorprendente!

—Él tiene un hermano gemelo —dije—. No hay otra forma.

—No es verdad. Alfred Borden no tiene ni un hermano gemelo ni un doble que pueda hacerse pasar por él. He investigado personalmente su vida, y sé la verdad. Trabaja solo, excepto por la asistente femenina que aparece en el escenario con él, y una persona encargada de la parte técnica que construye sus artefactos. En esto no es distinto a ningún otro en su profesión. Usted también…

—Yo tengo un ingénieur —me apresuré a confirmar—. Pero cuénteme más. Me interesa enormemente. ¿Está seguro de la veracidad de esta información?

—Lo estoy.

—¿Puede demostrármelo?

—Como usted sabe, señor —me contestó el señor Koeing—, no es posible demostrar aquello que no existe. Todo lo que puedo decir es que durante las últimas semanas he aplicado numerosos métodos periodísticos a la investigación, y no he hallado el más mínimo indicio de evidencia para confirmar lo que usted asume.

En aquel momento sacó un delgado fajo de papeles y me los enseñó. Contenían cierta información acerca del señor Borden que me pareció, sin dudarlo, interesante, y le supliqué al reportero que me los dejara.

Entonces se produjo algo así como una tensión entre nuestras dos profesiones. Él sostenía que como periodista no podía divulgar el fruto de sus investigaciones a una tercera parte. Yo contraataqué diciendo que incluso si él fuera a descubrir la verdad absoluta y definitiva acerca de Borden, nunca podría publicarla mientras el tema siguiera candente.

Por otro lado, le dije, si yo fuera a comenzar mis propias investigaciones, entonces podría en algún momento del futuro guiarlo hacia una historia verdaderamente poco común.

El resultado fue que Koeing accedió a dejarme ver los fragmentos escritos a mano de sus notas, y fui copiándolos, resumidos, mientras él me los dictaba. Sus conclusiones no me dijeron nada, y para ser sincero, no me resultaron muy interesantes. Al final le di cinco soberanos.

Cuando terminé, el señor Koeing me dijo:

—¿Puedo preguntarle qué espera aprender de todo esto, señor?

—Únicamente deseo mejorar mi arte mágica —afirmé.

—Entiendo. —Se puso de pie para marcharse, y cogió su sombrero y su bastón—. Y entonces, cuando haya mejorado, ¿supone que usted también será capaz de realizar el truco de Le Professeur?

—Se lo aseguro, señor Koeing —dije con frío desprecio, mientras lo acompañaba hasta la puerta—. Le aseguro que si llegara a presentarse la oportunidad, ¡podría coger esa baratija de truco y hacerlo mío esta misma noche!

Luego se fue.

Hoy no he trabajado, por eso he escrito este informe acerca de la reunión. A lo largo de todo el relato, tenía en mi cabeza la pulla final de Koeing. Es apremiante para mí descubrir el secreto del truco de Borden. No se me ocurre una venganza más dulce que eclipsarlo con su propio truco, ser mejor mago que él, superarlo de todas las maneras posibles.

Y, por cortesía del señor Koeing, los datos que poseo acerca del señor Borden demostrarán ser de inmenso valor. Primero, sin embargo, debo comprobar que son ciertos.

9 de diciembre de 1892

De hecho, hasta ahora, nunca he hecho nada con respecto a Borden. La gira estadounidense ha sido confirmada como definitiva, y Cutter y yo estamos en plenos preparativos. Se supone que estaré viajando durante más de dos meses enteros, y estar separado de Julia y de los niños por tal cantidad de tiempo es casi impensable.

Sin embargo, no puedo perderme la gira. Dejando a un lado el asunto de los generosos honorarios, soy probablemente el mago más joven de Gran Bretaña o de Europa que haya sido invitado a seguir los pasos de los magos más extraordinarios que actúan hoy en día, y ser invitado a realizar esta gira es un magnífico cumplido.

¡Y hasta ahora Borden no ha visitado Estados Unidos!

10 de diciembre de 1892

He estado esperando ansiosamente una Navidad tranquila en casa. Sin magia, sin ensayos, sin viajes. Quería sumergirme en la familia, y dejar todo lo demás a un lado.

Sin embargo, a raíz de una cancelación me han ofrecido una lucrativa e irresistible actuación de dos semanas en Eastbourne, y es de tal calibre que podré llevar a toda mi familia conmigo. ¡Mi familia pasará la Navidad en el Gran Hotel, mirando al mar!

11 de diciembre de 1892

Un descubrimiento propicio. Mirando un índice geográfico esta tarde no pude evitar notar que Eastbourne está a tan sólo unos pocos kilómetros de Hastings, y que las dos ciudades están unidas por una línea directa de ferrocarril. Pienso que debería pasar uno o dos días en Hastings. He oído decir que es un agradable lugar para visitar.

17 de enero de 1893

De repente mi vida está siendo eclipsada por la inmensidad del viaje que me espera. Dentro de dos días parto para Southampton, y me embarco hacia la ciudad de Nueva York, desde allí hasta Boston y más allá, hasta el corazón de Estados Unidos. La última semana ha sido una pesadilla de equipajes y preparativos, y hemos hecho lo necesario para que el artefacto que debo llevar conmigo pueda ser desmontado y colocado en cajas de embalaje, y posteriormente enviado antes de que yo partiera. Nada puede dejarse al azar, porque sin mi equipamiento no tengo espectáculo. ¡Hay muchas cosas que dependen de esta aventura transatlántica!

Pero ahora tengo uno o dos días de descanso para prepararme mentalmente y relajarme en casa durante un tiempo. Hoy he visitado el zoológico de Londres con Julia y los niños, sintiendo de antemano el vacío de saber que estaré alejado de ellos durante tanto tiempo. Los niños están durmiendo, Julia está leyendo en su sala de estar, y yo, sumido en la tranquilidad de esta oscura noche de enero, silenciosamente, en mi estudio, finalmente puedo escribir, gracias al diligente señor Koeing, cuáles son los frutos de mis investigaciones sobre el señor Alfred Borden.

He comprobado personalmente los siguientes datos:

Nació el 8 de mayo de 1856, en el Hospital Royal Sussex de la calle Bohemia, en Hastings. Tres días después de su nacimiento él y su madre, Betsy Mary Borden, regresaron a su hogar de la calle Manor n.° 105, donde el padre trabajaba como carpintero. El nombre completo del niño era Frederick Andrew Borden, y según los registros oficiales del hospital fue el único fruto de ese nacimiento. No hubo hermanos gemelos en el nacimiento de Frederick Andrew Borden, por lo tanto, es imposible que los tenga en el futuro.

Luego investigué la posibilidad de que Frederick Borden tuviera hermanos de una edad próxima a la suya, y de que se parecieran mucho. Frederick fue el sexto niño de la familia. Tenía tres hermanas y dos hermanos mayores, pero de éstos uno de los hermanos era ocho años mayor, y el otro había muerto cuando apenas tenía dos semanas.

Utilizando los archivos del Hastings & Bexhill Announcer, obtuve una descripción del hermano mayor de Frederick, Julius (quien según el periódico había ganado un premio en el colegio). Cuando tenía quince años, se dice que Julius tenía los cabellos rubios y lisos. Frederick Borden tiene el cabello oscuro, pero existía la posibilidad de que Julius fuera su doble en el escenario, tiñéndose el cabello. Esta línea de investigación no me condujo a nada, pues descubrí más tarde que Julius había muerto de tuberculosis en 1870, cuando Frederick tenía catorce años.

También había un hermano menor. Era Albert Joseph Borden, el séptimo de la familia, nacido el 18 de mayo de 1858. (Albert + Frederick = ¿Alfred? ¿Es así como Frederick escogió su primer nom de théâtre?)

Una vez más, la existencia de un hermano cuya edad era razonablemente cercana a la de Frederick aumentó las probabilidades de que se tratara de un doble.

Desempolvé y examiné los registros del nacimiento de Albert en el hospital, pero me resultó difícil poder determinar más acerca de él. Sin embargo, el emprendedor señor Koeing había sugerido que visitáramos a un fotógrafo, artista de retratos llamado Charles Simpkins, que tiene su estudio en la calle Hastings Hingh.

El señor Simpkins me saludó cordialmente y, complacido, me mostró una selección de sus daguerrotipos. Entre ellos, tal como me había sugerido el señor Koeing, había un retrato de estudio de Frederick Borden y su hermano pequeño.

Había sido hecho en el año 1874, cuando Frederick tenía dieciocho años y su hermano dieciséis.

Los dos tienen claramente un aspecto muy distinto. Frederick es alto, tiene la clase de rasgos generalmente considerados «nobles» y su porte es arrogante (todo esto lo he observado frecuentemente yo mismo), mientras que Albert es mucho menos atractivo. Tiene una expresión como de mandíbula foja; sus facciones están hinchadas, y sus mejillas son redondas; sus cabellos son más ondulados que los de su hermano y parecen de un color más pálido; y teniendo en cuenta su postura diría que era por lo menos diez o doce centímetros más bajo que su hermano.

Este retrato me convenció de que Koeing tenía razón: Frederick Borden no tenía ningún familiar cercano que pudiera utilizar como doble.

Todavía existe la posibilidad de que haya buscado por las calles de Londres para encontrar a un hombre lo suficientemente parecido a él como para poder hacerse pasar por un doble, con la ayuda de maquillaje teatral, pero no importa lo que diga Cutter, yo mismo he visto la actuación de Borden. La gran mayoría de los dobles de ilusionistas sólo aparecen durante unos instantes, o confunden al público utilizando trajes idénticos, para que durante los pocos segundos en los que el doble es visible, parezca ser el original.

Borden, después de la transformación, permite que le vean, y que le vean claramente. Camina hacia adelante y se coloca bajo la luz de los focos, hace una reverencia, sonríe, toma la mano de su asistente femenina, hace otra reverencia, se pasea de un lado a otro del escenario. No hay duda de que el hombre que emerge de la segunda caja es el hombre que entró en la primera.

Por lo tanto, con una cierta ecuanimidad frustrada, estoy listo para prepararme para mi largo viaje al Nuevo Mundo.

Todavía no sé cómo logra ejecutar Borden ese detestable truco, pero por lo menos sé que lo hace solo.

Voy a ir a lo que se está convirtiendo rápidamente en el centro del mundo de la magia, y durante dos meses veré, e incluso tal vez conoceré, a los magos más extraordinarios de Estados Unidos de América. Habrá muchos allí que podrán descubrir cómo se realiza. Voy a Estados Unidos para construir mi reputación, y para acumular lo que ciertamente debe ser reconocido como una pequeña fortuna en honorarios, pero ahora tengo una búsqueda adicional.

Juro que cuando regrese dentro de dos meses habré descubierto el secreto de Borden. También juro que un mes después de regresar estaré realizando una versión superior del mismo truco sobre los escenarios de Londres.

21 de enero de 1893
A bordo del barco a vapor «Saturnia».

Un día fuera de Southampton, un día de perros en el canal de la Mancha detrás nuestro, una corta estadía en Cherbourg, y ahora estamos avanzando con tranquilidad hacia América. El barco es una nave magnífica, de carbón, con tres cañones de chimenea, equipado para albergar y entretener a lo más selecto de Europa y América. Mi camarote está en la segunda cubierta, y lo comparto con un arquitecto de Chichester. No le he dicho cuál es mi profesión, a pesar de las educadas e inquisitivas preguntas. Ya siento dolor… el dolor de estar lejos de mi familia.

Todavía puedo verlos en mi mente, en el muelle azotado por la lluvia, diciéndome adiós una y otra vez con la mano. En momentos como éste desearía, por medio de la mágica realidad de mi profesión, hacerlos aparecer de la nada: ¡Oh, si pudiera agitar mi varita mágica, pronunciar unas palabras mágicas y tenerlos aquí conmigo!

24 de enero de 1893
Todavía a bordo del barco a vapor «Saturnia».

He estado padeciendo el mal de mer, pero ni mucho menos tan gravemente como mi amigo de Chichester, quien anoche vomitó asquerosamente sobre el suelo de nuestro camarote. El pobre tipo se vio abrumado por el bochorno y se deshizo en disculpas, pero el mal ya estaba hecho. En parte fruto de esta desagradable experiencia, no he comido nada en dos días.

27 de enero de 1893

Al escribir estas líneas, la ciudad de Nueva York se vislumbra claramente sobre el horizonte. He acordado una reunión con Cutter dentro de media hora para verificar que él ha hecho todos preparativos para el desembarco. ¡No tendré más tiempo para escribir diarios! ¡La aventura ya comienza!

13 de septiembre de 1893

No me sorprende descubrir que han transcurrido casi ocho meses desde que escribí por última vez en este diario para dejar constancia de lo que sucedía en mi vida. Al regresar a él estoy tentado, como ya me ha sucedido otras veces, simplemente de destruirlo por completo.

Eso sería un resumen de mis propias acciones, ya que he destruido, eliminado o abandonado todos los aspectos de mi vida que existían cuando escribí aquí por última vez.

Sin embargo, todavía queda una pequeña cosa. Cuando comencé este diario lo hice con un sincero deseo infantil de escribir toda mi vida, sin importar cómo pudiera resultar. Ya no puedo recordar en lo que pensaba que me convertiría realmente a los treinta y seis años de mi vida, pero seguramente no me imaginé esto.

Julia y los niños han desaparecido. Cutter ha desaparecido. Gran parte de mis riquezas ha desaparecido. Mi carrera se ha marchitado y ha desaparecido, a causa de la apatía.

Lo he perdido todo.

Pero he ganado a Olivia Svenson.

Escribiré muy poco aquí acerca de Olivia, ya que al repasar nuevamente las páginas anteriores, veo que describía mi amor por Julia con tal entusiasmo, que ahora únicamente puedo retroceder con vergüenza. Soy bastante mayor, y he viajado lo suficientemente lejos en los asuntos del corazón, como para saber que ya no debo confiar más en mis emociones.

Basta con decir que he abandonado a Julia para poder estar con Olivia, después de conocerla y enamorarme de ella este año, durante mi gira estadounidense. Conocí a Olivia en una recepción ofrecida en mi honor en la ciudad de Boston, Massachusetts.

Ella se acercó a mí y me hizo saber de su admiración, como muchas mujeres se habían acercado a mí en el pasado. (Digo esto sin vanidad alguna). Tal vez fue porque estaba tan lejos de casa e, irónicamente, tan sólo sin mi familia, que por una vez no pude resistir tan franca acometida. Olivia, que entonces trabajaba como danseuse, se unió a mi grupo. Cuando abandoné Boston se quedó con nosotros, y de allí en adelante viajamos juntos. Más que eso, en el término de una o dos semanas estaba trabajando sobre el escenario conmigo como mi asistente, y ha regresado conmigo a Londres.

A Cutter esto no le importó, y se quedó conmigo durante toda la gira, aunque nos separamos inmediatamente después de regresar.

También, inevitablemente, lo hicimos Julia y yo. A veces, incluso ahora, me quedo acostado, despierto durante la noche maravillándome de la locura de mi sacrificio.

Una vez Julia fue el mundo para mí, y de hecho me ayudó a construir el mundo en el que ahora habito. Mis hijos, mis tres indefensos e inocentes hijos, no son nada menos que víctimas del mismo sacrificio. Todo lo que puedo decir es que mi locura es la locura del amor; Olivia me deja ciego ante cualquier otro sentimiento que no sea pasión por ella.

Por lo tanto, soy incapaz de escribir, incluso en la intimidad de este diario, lo que se dijo, se hizo y se sufrió en aquel momento. Gran parte de lo que se dijo y de lo que se hizo fue de mi parte, mientras que todo lo que se sufrió fue de parte de Julia.

Ahora mantengo a Julia en una casa que es suya, donde para salvar las apariencias vive la vida de una viuda. Tiene a los niños con ella, tiene resueltas todas sus necesidades materiales y la posibilidad de no verme nunca más si eso es lo que quiere. De hecho, si yo fuera visto en su casa, las apariencias se verían traicionadas, así que me he convertido inevitablemente en un hombre muerto. Nunca más puedo encontrarme con los niños en su propia casa, y debo conformarme con las ocasionales excursiones que realizo con ellos. Naturalmente, la culpa de todo este aprieto es únicamente mía.

Julia y yo nos encontramos brevemente en tales ocasiones, y su dulzura innata me destroza el corazón. Pero no hay vuelta atrás. Yo mismo he hecho mi mala cama y ahora sobre ella yazco. Cuando consiga quitar de mi mente a la familia que he perdido, seré un hombre feliz. No espero ninguna sentencia favorable para mí. Sé que he arruinado mi vida.

Siempre he tratado de no lastimar a la gente que me rodea. Incluso en mis encuentros con Borden he evitado causarle dolor o ponerlo en peligro, prefiriendo vengarme, irritándolo o avergonzándolo. Pero ahora me doy cuenta de que soy la causa del más grande de los dolores de las cuatro personas más importantes de mi vida. A riesgo de ser considerado un hipócrita, lo único que puedo asegurar es que nunca más haré algo así.

14 de septiembre de 1893

Mi carrera pugna por llegar a una nueva versión de estabilidad. En la agitación de las semanas posteriores a mi regreso de Estados Unidos, rechacé muchas de las presentaciones que Unwin había contratado mientras yo no estaba. Después de todo, había vuelto de la gira con una considerable suma en mis manos, así que pensé que podría sobrevivir durante algún tiempo sin necesidad de trabajar.

Esta anotación en el diario es para dejar claro, sin embargo, que finalmente siento que soy capaz de salir del agujero de miseria y letargo en el que he caído, y estoy preparado para regresar al escenario. Le he dado instrucciones a Unwin para que me consiga actuaciones, y podré reanudar mi carrera.

Para celebrar esta decisión, Olivia y yo fuimos esta tarde al local del diseñador de vestuario teatral, donde ella escogió, y donde se le tomaron las medidas, para el nuevo traje que utilizará en el escenario.

1 de diciembre de 1893

En mi cuaderno de compromisos tengo un espectáculo de Navidad de treinta minutos en un orfanato. Aparte de eso, mi cuaderno está vacío. 1894 se acerca amenazador, ayuno de trabajo. Desde finales de septiembre he ganado solamente 18 libras y 18 chelines.

Hesketh Unwin habla de una campaña de difamación en mi contra. Me advierte que haga caso omiso de ella, porque el éxito de mi gira por Estados Unidos es bien conocido y fácilmente podría provocar celos.

Estoy preocupado a causa de esta noticia. ¿Estará Borden detrás de esto?

Olivia y yo hemos estado discutiendo un posible regreso al espiritismo, para mantener el cuerpo y el alma unidos, pero hasta ahora únicamente pienso en ello como un último y desesperado recurso.

Mientras tanto, lleno mis días con prácticas y ensayos. Un mago nunca practica demasiado, porque cada instante utilizado mejorará su actuación. Por lo tanto, trabajo sin descanso en mi taller, generalmente solo, pero a veces con Olivia, y ensayo hasta hartarme de los preparativos. A pesar de que mis habilidades de prestidigitador mejoran, a veces, en mis momentos más oscuros, me pregunto para qué sigo ensayando.

¡Al menos los huérfanos verán un maravilloso entretenimiento!

14 de diciembre de 1893

Nos han encargado actuaciones para enero y febrero. No son números muy importantes, pero han contribuido a mejorar nuestros ánimos.

20 de diciembre de 1893

Se han concertado más actuaciones para enero, una de ellas, tengo que declararlo, ¡quedó vacante por un tal Professeur de la Magie! Me alegra apoderarme de sus guineas.

23 de diciembre de 1893

¡Una feliz Navidad! Se me ha ocurrido una idea muy divertida, que me apresuraré a anotar antes de cambiar de opinión. (Una vez comprometida con el papel y la pluma, ¡mis acciones se pondrán en marcha!). Unwin me ha enviado el contrato para mi actuación del 19 de enero en el Teatro Princess Royal de Streatham, que resultó ser una representación incumplida de Borden. Estaba leyendo el contrato (¡los contratos han sido últimamente tan pocos y tan espaciados entre sí que tranquilamente podría haber firmado cualquier cosa!) cuando mi mirada se detuvo fijamente en una de las cláusulas que estaba casi al final. Contenía una provisión de financiamiento bastante común en caso de que una actuación sustituyera a otra; decía que mi número debería poseer el mismo nivel de excelencia que la actuación que estaba siendo reemplazada.

Mi primera reacción fue soltar un resoplido sardónico. La idea de que yo debería estar a la altura de Borden era realmente irónica. Luego lo pensé mejor. Si yo iba a reemplazar a Borden, ¿por qué no podría realizar una réplica de la actuación que ya no volverían a ver? En pocas palabras, ¿por qué no realizaba por fin el truco de Borden para él?

Estoy tan entusiasmado con la idea que he estado todo el día corriendo desde una punta hasta la otra de Londres, tratando de encontrar a alguien que actúe como mi doble. Éste no es el momento más indicado del año para buscar todos los actores desempleados a los que generalmente uno puede encontrar en cualquier bar público de la zona Oeste de Londres, están trabajando en las numerosas pantomimas y espectáculos de Navidad por toda la ciudad.

Tengo poco más de tres semanas para prepararme. ¡Mañana comenzaré a construir las cajas!