1878

3 de enero de 1878

He estado viendo a Julia todos los días desde mediados del mes pasado. Se ha convertido en mi más querida y más íntima amiga. Debo escribir sobre ella lo más objetivamente posible, porque el mero hecho de haberla conocido ya ha cambiado totalmente mi suerte.

Primero, he de decir que desde mi nefasta actuación en el hotel de la calle Langham hace algunos meses no he conseguido ninguna otra presentación. La confianza en mí mismo estaba por los suelos, y durante uno o dos días no pude ni siquiera fingir falso optimismo al visitar las oficinas de las agencias. Fue durante uno de estos melancólicos recorridos cuando conocí a Julia. La había visto antes, al igual que los veía a todos en aquel circuito, pero su delicada belleza me había intimidado.

Finalmente entablamos conversación mientras esperábamos juntos en la oficina externa de uno de los agentes de la calle Great Pordand. La oficina estaba sin climatizar, sin alfombrar, sosamente pintada y amueblada con los asientos de madera más duros que haya visto. A solas con ella no podía fingir que no notaba su presencia, así que me armé de valor y le hablé. Ella me dijo que era actriz; y yo le dije que era ilusionista. Por las pocas presentaciones que había obtenido recientemente, según me enteré más tarde, la descripción que me hizo de ella misma era tan teórica como la mía. Nos pareció divertida nuestra similar duplicidad y nos hicimos amigos.

Julia es la primera persona, aparte de Grierson, a quien le he enseñado mis trucos en privado. A diferencia de Grierson, que siempre aplaudía cualquier cosa que yo hacía, sin importar lo torpe o desastrosa que fuera, Julia fue crítica y elogiosa en más o menos igual medida. Me alentaba, pero también me criticaba y me hería cuando se daba cuenta de que no lograba hacer algo. Viniendo de cualquier otra persona, me lo habría tomado mal, pero siempre que sus críticas eran demasiado despiadadas, pronto las suavizaba con palabras de amor o de apoyo, o con sugerencias constructivas.

Comencé a partir de simples juegos de manos con monedas, algunos de los primeros trucos que había aprendido. Les siguieron trucos de cartas, luego trucos con pañuelos, con chistera, con bolas de billar. Su interés me animaba a seguir.

Gradualmente fui abriéndome camino a través de casi todo mi repertorio, incluso los trucos que todavía no dominaba completamente.

A veces, por su parte, Julia me recitaba versos de los grandes poetas y dramaturgos, obras que eran siempre nuevas para mí. Me sorprendió que pudiera recordar tanto, pero ella dijo que había técnicas de memorización que podían aprenderse fácilmente. Ésta era Julia: mitad artista, mitad artesana. Arte y técnica.

Pronto Julia comenzó a hablarme de la representación, un tema que llevo en el corazón. Nuestro romance comenzó a hacerse más profundo.

Durante las fiestas de Navidad, mientras el resto de Londres estaba de celebraciones, Julia y yo estábamos solos, castamente, en mi habitación de alquiler, enseñándonos mutuamente las disciplinas por las que cada cual sentía afición. Venía a verme por las mañanas, se quedaba conmigo durante las cortas horas de luz que tenía el día, y luego, poco después del anochecer, la acompañaba de regreso a su propia habitación de alquiler en Kilburn. Pasaba las últimas horas de las tardes y las noches a solas, pensando en ella, en la emoción que me provocaba, en los misterios del escenario a los que me estaba introduciendo.

Julia está, gradual e inexorablemente, extrayendo de mí el verdadero talento que creo haber poseído siempre.

12 de enero de 1878

—¿Por qué no diseñamos, entre los dos, un número de magia que nunca nadie haya realizado antes?

Esto fue lo que dijo Julia, el día después de que yo escribiera la anotación anterior.

¡Palabras tan simples! Tal caos en mi vida, un ciclo permanente de desesperación y depresión, ¡porque estamos construyendo un número mentalista! Julia me ha estado enseñando sus técnicas para la memoria. Estoy aprendiendo la ciencia de la mnemotécnica, la utilización de recursos que ayudan a la memoria.

La memoria de Julia siempre me ha parecido extraordinaria. Cuando la conocí, y le mostré algunos de mis trucos de cartas aprendidos con gran dificultad, me desafió a que le dijera todos los números de dos dígitos que se me ocurrieran, en cualquier orden, y que los escribiera ocultándolos. Cuando terminé de llenar toda una página completa de mi cuaderno, me recitó tranquilamente los números, sin pausa ni error… y mientras aún me estaba maravillando, los recitó una vez más, ¡esta vez en orden inverso!

Supuse que era magia, que de alguna manera me había obligado a decir números que ella había memorizado previamente, o que había tenido acceso a las anotaciones que yo creía guardar en secreto. Nada de esto era verdad, me aseguró. No era un truco, y no había ningún subterfugio. Totalmente opuesto a los métodos de un mago, el secreto de su actuación era exactamente lo que parecía: ¡estaba memorizando los números!

Ahora me había revelado el secreto de la mnemotécnica. Todavía no soy tan experto como ella, pero ya soy capaz de realizar proezas de memoria, de las cuales siempre había dudado.

26 de enero de 1878

¡Ahora estamos preparados! Imaginen que estoy sentado en un escenario, con los ojos vendados. Voluntarios del público han supervisado la colocación de la venda y han quedado satisfechos de que no puedo ver a través de ella. Julia se mueve entre el público, pidiéndoles objetos personales y sosteniéndolos en el aire para que todos, excepto yo, puedan verlos.

—¿Qué tengo en mis manos? —grita.

—Es la billetera de un caballero —contesto.

El público ahoga un grito de sorpresa.

—¿Ahora qué tengo en mis manos…? —dice Julia.

—Es un anillo de boda de oro.

—¿Y pertenece a…?

—Una dama —declaro.

(Si ella dijera: «¿Que pertenece a…?», yo debería contestar, con la misma convicción: «Un caballero»).

—¿Aquí estoy sosteniendo?

—El reloj de un caballero.

Y así sucesivamente. Una letanía de preguntas y respuestas previamente concertadas, pero que presentada con suficiente aplomo ante un público que no está preparado para el espectáculo, sugerirá claramente un contacto mental entre los dos artistas.

El principio es sencillo, pero el aprendizaje es difícil. Todavía soy nuevo en la mnemotécnica, y, como en toda magia, la práctica debe conseguir la perfección.

Mientras continúe la práctica, podemos permitirnos evitar pensar en la parte más difícil, conseguir una actuación.

1 de febrero de 1878

¡Mañana por la noche empezamos! Hemos perdido dos semanas intentando conseguir una actuación segura en un teatro o en un salón, pero esta tarde, mientras caminábamos desconsoladamente por Hampstead Heath, Julia sugirió que nosotros mismos debíamos ocuparnos de todo.

Ahora es medianoche, y estoy de regreso después de una tarde de reconocimiento preliminar de la zona. Julia y yo visitamos un total de seis tabernas dentro de un área razonable recorrida a pie, y seleccionamos la que nos pareció mejor. Es el Lamb and Child, en la calle Kilburn High, en la esquina con Mill Lane. El bar principal es un salón grande y bien iluminado, con una pequeña plataforma elevada en un extremo (actualmente aloja un piano, el cual permaneció silencioso mientras estuvimos allí).

Las mesas están distribuidas de manera que hay espacio suficiente para que Julia se mueva entre ellas mientras habla con los miembros del público. No comunicamos nuestras intenciones ni al dueño ni a su personal.

Julia ha regresado a su habitación, y yo pronto me meteré en la cama. Mañana ensayamos todo el día, ¡y luego a aventurarse a salir por la noche!

3 de febrero de 1878

Entre los dos, Julia y yo hemos contado 2 libras, 4 chelines y 9 peniques, que nos han arrojado en el Lamb and Child. Había más, pero me temo que parte de él fue robado, y otra parte pudo haberse perdido cuando al dueño se le agotó la paciencia con nosotros y nos echó a la calle.

¡Pero no fracasamos! Y hemos aprendido una docena de lecciones sobre cómo prepararnos, cómo anunciarnos, cómo llamar la atención e incluso, creemos, cómo congraciarnos con el dueño.

Esta noche planeamos visitar la Taberna de Marnier en Islington, a una considerable distancia de Kilburn, donde lo intentaremos nuevamente. Ya hemos realizado cambios en nuestra actuación, basándonos en la experiencia del sábado por la noche.

4 de febrero de 1878

Solamente 15 chelines y 9 peniques entre los dos, pero una vez más lo que nos falta en recompensa financiera lo hemos ganado en experiencia.

28 de febrero de 1878

A medida que nos vamos acercando a fin de mes, puedo dejar registrado que Julia y yo nos hemos ganado hasta ahora un total de 11 libras, 18 chelines y 3 peniques con nuestra actuación mentalista, que estamos exhaustos a causa de nuestros esfuerzos, eufóricos por nuestro éxito, que hemos cometido bastantes errores y creemos que sabemos cómo proceder en el futuro, y que ya hemos oído algo (¡indicio seguro de éxito!) acerca de un dúo rival que está actuando en las pensiones del Sur de Londres.

Además de esto, el próximo día 3, realizaré una verdadera actuación de magia en el teatro de variedades de Hasker en Ponders End; Danton aparece séptimo en la programación, después de un trío de cantantes. Julia y yo hemos suspendido temporalmente nuestras actuaciones mentalistas para que yo pueda ensayar para este gran acontecimiento. Seguramente será un número algo conservador pero estable, después de nuestros inciertos comienzos por las calles para presentar nuestra actuación en los palacios de ginebra de Londres, pero es un trabajo de verdad, en un teatro de verdad, y es para lo que he trabajado durante todos estos años.

4 de marzo de 1878

Recibido: 3 libras, 3 chelines, 0 peniques de parte del señor Hasker; dijo que le gustaría que actuara nuevamente en abril. Mi truco con las serpentinas de colores tuvo especialmente mucho éxito.

12 de julio de 1878

Un cambio. Mi esposa (hace bastante tiempo que no escribo en este diario, pero Julia y yo nos casamos el 11 de mayo, y ahora vivimos felizmente juntos en mi habitación de alquiler en Idmiston Villas) está pensando que deberíamos ampliar horizontes una vez más. Estoy de acuerdo. Nuestro número, a pesar de ser impresionante para aquellos que no lo han visto antes, es repetitivo y agotador, y el comportamiento del público es impredecible. Estoy con los ojos vendados durante la mayor parte del número, por lo tanto, Julia está, en gran medida, sola en medio de una multitud generalmente borracha y pendenciera; una vez, al sentarme en la silla con los ojos vendados, me robaron lo que tenía en el bolsillo.

Ambos sentimos que ya es tiempo de cambiar, a pesar de que hemos estado ganando dinero regularmente. Sin embargo, todavía no puedo mantenerme con lo que ganamos sobre el escenario, y en tan sólo dos meses recibiré la última de mis asignaciones mensuales.

Los números teatrales de hecho han mostrado una tendencia a mejorar, y tengo seis contratos entre ahora y Navidad. Por ahora, y mientras sea relativamente solvente, he estado invirtiendo en algunos trucos a gran escala. Mi taller (el cual adquirí el mes pasado) está abastecido con dispositivos de magia, con los cuales podré, casi sin previo aviso, crear un número nuevo y estimulante.

El verdadero problema de las actuaciones teatrales es que a pesar de estar bastante bien pagadas, no existe continuidad. Al final de cada una hay un callejón oscuro.

Ejecuto mi actuación, agradezco mi aplauso, recojo mis honorarios, pero nada de esto me asegura un nuevo contrato, e incluso las reseñas de la prensa son pequeñas y tacañas. Por ejemplo, después de una actuación en el Clapham Empire, una de mis mejores hasta ahora, el Evening Star comentó: «… y un mago llamado Dartford actuó después del soubrette». ¿Con semejantes migajas formales de aliento, es de suponer que me abriré camino en mi carrera?

La idea de un nuevo cambio se me ocurrió (o debería en realidad decir que se le ocurrió a Julia) mientras estaba hojeando un periódico. Vi un reportaje que trataba de la reciente aparición de nuevas evidencias que demuestran que la vida, o una forma de ella, continúa después de la muerte. Ciertos expertos psíquicos fueron capaces de establecer contacto con personas recientemente fallecidas, y comunicarse nuevamente desde el más allá con sus familiares más allegados. Le leí en voz alta una parte del reportaje a Julia. Me miró fijamente durante un segundo, y pude ver que su mente estaba pensando en ello.

—No crees en eso, ¿no es cierto? —dijo finalmente.

—Me lo tomo en serio —confirmé—. Después de todo, hay un número de personas cada vez más elevado que dice haber establecido contacto. Me tomo las evidencias tal como van surgiendo. No debes ignorar lo que dice la gente.

—Rupert, ¡no puedes estar hablando en serio! —gritó.

Proseguí torpemente:

—Pero estas sesiones de espiritismo han sido investigadas por científicos con los títulos académicos más importantes.

—¿Se supone que tengo que creer que te estoy entendiendo bien? ¡A ti, cuya mismísima profesión es el engaño! —En ese momento empecé a comprender lo que decía, pero aun así no podía olvidar el testimonio de (por ejemplo) Sir Angus Johns, cuya aseveración acerca de la existencia del mundo espiritual acababa de leer en el periódico—. Siempre estás diciendo —continuó mi adorada Julia— que las personas a las que se puede engañar más fácilmente son aquellas que están mejor educadas. ¡Su inteligencia no les permite ver la simplicidad de los trucos de magia!

Al fin lo había conseguido.

—Entonces, estás diciendo que estas sesiones de espiritismo son… ¿trucos normales y corrientes?

—¿Qué otra cosa podrían ser? —dijo triunfante—. Ésta es una nueva empresa, mi querido. Debemos ser parte de ella.

Y así, creo, nuestro cambio tendrá como destino el mundo del espiritismo. Ahora que escribo cómo fue mi conversación con Julia, me doy cuenta de que debo parecer estúpido, pues fui muy lento al darme cuenta de lo que me estaba diciendo. Sin embargo, ilustra mi perpetuo punto flaco. Siempre he tenido dificultades para entender la magia hasta que se me revela el secreto.

15 de julio de 1878

Dos de las cartas que escribí a las revistas de magia a finales del año pasado han aparecido esta semana. ¡Estoy un poco desconcertado al verlas! Desde entonces, en mi vida han cambiado muchas cosas. Recuerdo cuando redacté una de las cartas, por ejemplo, el día después de descubrir la verdad acerca de Drusilla MacAvoy; al leer mis palabras ahora recuerdo aquel triste día de diciembre en mi habitación sin calefacción, sentado delante de mi escritorio y descargando mis sentimientos contra algún mago infeliz que había sido entrevistado a la ligera en la revista, por crear cierta clase de banco en el que los secretos de la magia serían almacenados y protegidos. Ahora me doy cuenta de que fue un comentario hecho medio en broma, pero allí está mi carta, como una avalancha de tediosa seriedad, castigando al pobre tipo por aquello.

Y la otra carta, igualmente vergonzosa de contemplar ahora, y una de la que ni siquiera puedo recordar las atenuantes circunstancias bajo las cuales la pude haber escrito.

Todo esto me ha recordado el estado de amargura emocional en el que había vivido antes de conocer a mi querida Julia.

31 de agosto de 1878

Hemos asistido a un total de cuatro sesiones de espiritismo, y ya sabemos de qué se trata. El fraude es generalmente de un nivel bastante bajo. Tal vez los destinatarios se encuentran en tal estado de dolor que serían receptivos a casi cualquier cosa. De hecho, en una de estas desafortunadas ocasiones los efectos fueron tan claramente fallidos que únicamente la credulidad puede ser la explicación.

Julia y yo hemos pasado mucho tiempo discutiendo cómo realizaremos esto, y hemos decidido que la mejor y la única manera es pensar en nuestros esfuerzos como magia profesional, realizada con los criterios más elevados. Ya hay demasiados charlatanes realizando sesiones de espiritismo, y no tengo deseos de convertirme en uno más de ellos.

Este esfuerzo es para mí un medio para un fin, una manera de hacer y tal vez acumular un poco de dinero hasta que pueda mantenerme con una carrera teatral.

Los trucos que se realizan en una sesión de espiritismo son de una naturaleza bastante simple, pero ya hemos estudiado algunas formas para elaborarlos un poco, con el fin de que sus efectos parezcan más sobrenaturales. Tal como nos sucedió con nuestro número mentalista, aprenderemos con la experiencia, y por lo tanto ya hemos redactado y pagado nuestro primer anuncio en una de las gacetas de Londres.

Al principio cobraremos tarifas modestas, en parte porque podemos permitírnoslo a medida que vamos aprendiendo, y en parte para asegurarnos tantos números como sean posibles.

Ya he recibido, y por lo tanto gastado mi última asignación mensual. Dentro de tres semanas debo ser totalmente autosuficiente, me guste o no.

9 de septiembre de 1878

¡Nuestro anuncio nos ha reportado catorce citas para otras tantas sesiones!

Ofrecimos nuestros servicios a dos guineas por sesión, y el anuncio me costó 3 chelines y 6 peniques, ¡por lo que ya estamos obteniendo beneficios!

Mientras escribo esto, Julia está redactando cartas de respuesta, tratando de organizar para nosotros un programa de citas firmes.

Hoy, durante toda la mañana, he estado practicando una técnica conocida como «La cuerda Jacoby». En esta técnica el mago está atado a una simple silla de madera con una cuerda común y corriente, que sin embargo todavía permite una fuga. Con un mínimo de supervisión por parte del asistente del ilusionista (Julia, en mi caso), cualquier número de voluntarios puede atar, anudar e incluso sellar la cuerda, y sin embargo todavía podrá realizarse la fuga. El mago, una vez escondido dentro de una caja, no solamente puede liberarse lo suficiente como para realizar supuestos prodigios desde el interior de la caja, sino que después recupera sus ataduras y es hallado nuevamente, liberado por los mismos voluntarios que lo ataron.

Esta mañana fui incapaz por dos veces de liberar uno de mis brazos. Nada debe dejarse librado al azar, así que dedicaré el resto de la tarde y de la noche a ensayar aún más.

20 de septiembre de 1878

Tenemos nuestras dos guineas, el cliente estaba literalmente sollozando de agradecimiento, y debo decir modestamente que establecimos breve contacto con el mundo de los muertos.

Sin embargo, mañana, que resulta ser también mi vigésimo primer cumpleaños, y el día en que mi vida adulta comienza en todos los sentidos, tenemos que realizar una sesión de espiritismo en Deptford, ¡y tenemos mucho que preparar!

Ayer nuestro primer error fue ser puntuales. Nuestra clienta y sus amigas nos estaban esperando, y mientras entramos en la casa e intentamos montar nuestros equipos, nos estaban observando. No puedo permitir que vuelva a ocurrir esto.

Necesitamos ayuda física. Ayer alquilamos un vehículo para que nos transportara hasta el domicilio, pero el chófer no estaba dispuesto en absoluto a ayudarnos a cargar nuestras máquinas hasta el interior de la casa (lo que significaba que Julia y yo teníamos que hacerlo solos, y algunas de las cosas son pesadas y la gran mayoría voluminosas). Cuando nos fuimos de la casa del cliente el maldito chófer no nos había esperado tal y como le habíamos dicho, y me vi obligado a quedarme de pie con todos nuestros aparatos de magia en la calle, fuera de la casa de la que habíamos salido, mientras Julia iba a buscar otro vehículo.

Y nunca más deberemos depender del mobiliario de la casa para hallar los muebles necesarios para algunos de nuestros efectos. Hoy tuvimos suerte; había una mesa que pudimos utilizar, ¡pero no podemos arriesgarnos así otra vez!

Muchas de estas mejoras ya han sido realizadas. ¡Hoy he comprado un caballo y un transporte! (El caballo tendrá que permanecer temporalmente en el pequeño patio que está detrás de mi taller hasta que pueda alquilar un establo de verdad). Y he contratado a un hombre para que conduzca y para que nos ayude a transportar todas nuestras cosas. El señor Appleby puede resultar, a la larga, no ser el indicado (esperaba encontrar a un hombre de aproximadamente mi misma edad, que fuera físicamente fuerte), pero por ahora es una gran mejora comparado con aquel pálido y maleducado chófer que nos falló ayer.

Nuestros gastos están aumentando. Para un número mentalista únicamente nos necesitábamos a nosotros mismos, dos buenas memorias y una venda; convertirnos en espiritistas nos obliga a realizar desembolsos que amenazan con superar nuestros ingresos potenciales. Anoche estuve acostado despierto durante largo rato, pensando en esto, y preguntándome cuántos más gastos quedan por venir.

¡Ahora debemos viajar hasta Deptford para nuestra próxima sesión! Deptford es una de las partes más inaccesibles de Londres desde aquí, ya que se encuentra no solamente más allá de la zona Este de Londres, sino en el lado más alejado del río.

Para llegar a una buena hora debemos partir al amanecer. Julia y yo hemos acordado que en el futuro únicamente aceptaremos presentaciones de gente que viva a una distancia razonable de donde vivimos nosotros, de lo contrario, el trabajo es, considerándolo todo, demasiado arduo, el día demasiado largo y las recompensas financieras demasiado pequeñas para lo que tenemos que hacer.

2 de noviembre de 1878

¡Julia está embarazada! Se espera la llegada del bebé para el próximo junio. Con toda la excitación que esto ha causado hemos cancelado algunas de nuestras citas, y mañana partimos hacia Southampton, para llevarle la noticia a la madre de Julia.

15 de noviembre de 1878

Ayer y anteayer nos dedicamos a sesiones de espiritismo; no hubo problema alguno, y los clientes quedaron satisfechos. Sin embargo, cada vez estoy más preocupado por las posibles consecuencias de los esfuerzos que Julia tiene que hacer, y estoy pensando en encontrar y contratar urgentemente a una asistente femenina para que trabaje conmigo.

El señor Appleby, tal como sospechaba, entregó su dimisión después de unos días.

Lo he reemplazado por un tal Ernest Nugent, un hombre de una fuerte constitución física de más de veinticinco años que hasta el año pasado era cabo voluntario en el Ejército de Su Majestad. Creo que es algo parecido a un diamante en bruto, pero no es estúpido; trabaja todo el día sin quejarse, y ya ha demostrado ser una persona leal.

En la sesión de hace dos días (la primera desde que regresamos de Southampton), descubrí demasiado tarde que una de las personas que yo pensaba era familiar del difunto, era de hecho el reportero de un periódico. Este hombre tenía el propósito de denunciarme como a un charlatán, pero una vez que nos dimos cuenta de cuál era su propósito, Nugent y yo lo sacamos rápidamente (pero con gentileza) de la casa.

Por lo tanto, debe añadirse otra precaución a este trabajo: debo estar en guardia contra los escépticos activos.

Porque de hecho soy el tipo de charlatán que buscan desprestigiar. No soy lo que digo ser, pero mis engaños son inofensivos y, sinceramente creo, útiles en un momento de pérdida personal. En lo que respecta al dinero que cambia de manos, las cantidades son modestas, y hasta ahora ni un solo cliente se ha quejado de nada.

El resto de este mes está lleno de citas, pero hay un período tranquilo antes de la Navidad. Ya sabemos que estos acontecimientos son generalmente el resultado de una tormentosa decisión repentina, no de un prolongado cálculo, por lo que tendremos que seguir anunciándonos en los diarios.

20 de noviembre de 1878

Hoy Julia y yo hemos entrevistado a cinco jóvenes muchachas, todas deseosas de reemplazar a Julia como mi asistente. Ninguna servía.

Julia se ha sentido continuamente mal durante dos semanas, pero ahora dice que está empezando a mejorar. La idea de la llegada de un bebé, niño o niña, a nuestras vidas, ilumina nuestros días.

23 de noviembre de 1878

Ha ocurrido un incidente particularmente desagradable, y estoy tan lleno de furia que he tenido que esperar hasta ahora (once y veinticinco de la noche, cuando Julia está por fin dormida) antes de poder confiar en mí mismo para dejarlo escrito con algo de ecuanimidad.

Hemos ido a un domicilio cerca del Ángel, en Islington. El cliente era un hombre bastante joven, recientemente desconsolado por la muerte de su esposa, y a cargo de una familia de tres niños pequeños, uno de ellos casi un bebé. Este caballero, cuyo nombre cambiaré por el de señor L, fue el primero de nuestros clientes espiritistas que se dirigió hacia nosotros recomendado por otro. Por esta razón, habíamos planeado la cita con particular cuidado y tacto, porque a estas alturas ya nos damos cuenta de que si queremos prosperar como espiritistas, entonces tendrá que ser mediante una espiral de honorarios gradualmente en aumento, garantizados por la agradecida recomendación de clientes satisfechos.

Estábamos justo a punto de comenzar cuando alguien llegó con retraso. Inmediatamente sospeché de él, y lo digo sin tener en cuenta lo que sucedió después.

Nadie de la familia parecía conocerlo, y su llegada provocó una sensación de nerviosismo en la habitación. Ya me he vuelto susceptible a tales impresiones al comienzo de una de estas presentaciones.

Le indiqué a Julia, en nuestro código privado no verbal, que sospechaba que estaba presente el reportero de un periódico, y vi por su expresión que había llegado a una conclusión similar. Nugent estaba de pie junto a una de las ventanas cubiertas, no ajeno al lenguaje silencioso que Julia y yo utilizamos entre nosotros. Tuve que tomar rápidamente una decisión sobre qué hacer. Si yo insistía en que el hombre se retirara antes de que comenzara la sesión de espiritismo, seguramente se armaría un desagradable jaleo, con los cuales ya tengo algo de experiencia; por otro lado, si hacía algo sin duda quedaría expuesto como un charlatán al final de la presentación, y por consiguiente probablemente no cobraría honorarios y mi cliente no conseguiría el anhelado consuelo.

Todavía estaba intentando decidir qué hacer cuando me di cuenta de que había visto antes a aquel hombre. Había estado presente en una sesión anterior, y me acordé de él porque en aquel momento me había desconcertado mucho el hecho de que me mirara fijamente durante todo mi trabajo. ¿Era su presencia otra vez una coincidencia? Si así era, ¿cuáles eran las probabilidades de que perdiera a dos seres queridos en un corto período de tiempo, y cuáles eran las probabilidades adicionales de que yo hubiera sido llamado para realizar dos sesiones con su presencia? Si no era una coincidencia, tal como yo sospechaba, ¿cuál era su juego?

Evidentemente estaba allí para perjudicarme, pero ya había tenido su oportunidad antes y no la había aprovechado. ¿Por qué?

Éstos eran mis pensamientos en la desesperación del momento. Apenas si podía concentrarme, tal era la necesidad de mantener la apariencia de tranquila preparación para la comunión con el fallecido. Pero mi conclusión apresurada fue que, considerando las probabilidades, debía empezar la sesión, y así lo hice. Al escribir esto ahora me doy cuenta de que tomé la decisión equivocada.

En primer lugar, sin siquiera levantar una mano contra mí, estuvo a punto de arruinar mi presentación. Yo estaba tan nervioso que casi no podía concentrarme en lo que estaba haciendo, hasta tal punto que cuando Julia y uno de los hombres que estaban allí me ataron con «La cuerda Jacoby», permití que una de mis manos quedara sujetada más fuertemente de lo deseable. Dentro de la caja, afortunadamente apartado de la siniestra mirada fija y silenciosa de mi adversario, tuve que forcejear largamente antes de poder liberarme las manos.

Una vez terminado el truco de la caja, mi enemigo soltó su trampa. Se alejó de la mesa, empujó hacia un costado con un hombro al pobre Nugent, y arrancó una de las persianas que tapaban las ventanas. Sobrevinieron muchos gritos, causando intenso e incontrolable dolor en mi cliente y sus hijos. Nugent estaba luchando con el hombre, y Julia estaba intentando consolar a los niños del señor L, cuando sobrevino el desastre.

El hombre, preso de su locura, ¡cogió a Julia por los hombros, la tiró hacia atrás, le dio la vuelta y la empujó al suelo! Cayó pesadamente sobre los desnudos tablones del suelo, mientras yo, inmerso en la más profunda de las angustias, me levanté de la mesa sobre la cual había estado actuando e intenté alcanzarla. El atacante estaba entre nosotros.

Nugent lo cogió nuevamente, esta vez inmovilizándolo desde atrás, cruzándole los brazos en la espalda.

—¿Qué hago con él, señor? —gritó Nugent con valor.

—¡Arrójalo a la calle! —grité—. ¡No, espera!

La luz que entraba por la ventana caía directamente sobre su rostro. Detrás de él vi la imagen que más deseaba ver en aquel momento; mi querida Julia se estaba poniendo de pie una vez más. Enseguida me indicó que no estaba lastimada, por lo tanto desvié mi atención hacia el hombre.

—¿Quién es usted, señor? —le pregunté—. ¿Qué interés tiene por mis asuntos?

—¡Dile a tu rufián que me suelte! —masculló, respirando estentóreamente—. Luego me iré.

—¡Te irás cuando yo lo decida! —le dije. Di un paso para acercarme hacia él, y entonces lo reconocí—. Eres Borden, ¿no es cierto? ¡Borden!

—¡Eso no es cierto!

—¡Alfred Borden, el mismo! ¡He visto tu trabajo! ¿Qué haces aquí?

—¡Déjame ir!

—¿Qué problema tienes conmigo, Borden?

No me contestó, pero en cambio luchó violentamente contra Nugent, que lo tenía inmovilizado.

—¡Deshazte de él! —le ordené—. ¡Arrójalo a donde pertenece, a la cuneta!

Así fue hecho, y admirablemente, Nugent sacó arrastrando al infeliz de la habitación, y regresó solo unos minutos más tarde.

Para aquel entonces había cogido a Julia entre mis brazos y la tenía cerca de mí, tratando de asegurarme de que realmente no estaba lastimada, incluso después de haber sido arrojada al suelo tan brutalmente.

—Si te ha lastimado a ti o al bebé… —le susurré.

—No estoy herida —me contestó Julia—. ¿Quién era?

—Más tarde, mi querida —dije suavemente, porque tenía muy presente que todavía estábamos en medio de la arruinada sesión de espiritismo, con un cliente furioso o humillado, sus pobres niños, sus cuatro familiares y amigos adultos ahora visiblemente conmocionados.

Me dirigí a todos y les dije con la mayor dignidad y gravedad que pude reunir:

—Entienden que no puedo continuar, ¿verdad?

Mostraron su consentimiento.

Los niños fueron conducidos a otro sitio, y el señor L y yo nos reunimos en privado. Era realmente un hombre comprensivo e inteligente, y nos propuso inmediatamente que dejáramos todo tal como estaba en aquel momento, y que nos encontráramos nuevamente dentro de uno o dos días para decidir lo que haríamos.

Asentí agradecido, y después de que Nugent y yo hubiéramos transportado nuestros artefactos de regreso hasta el carro, nos pusimos en camino hacia nuestro hogar.

Mientras Nugent conducía, Julia y yo nos acurrucábamos juntos detrás de él en un estado de angustia e introspección.

Expresé mis sospechas mientras avanzábamos lentamente bajo la luz del creciente crepúsculo.

—Ése era Alfred Borden —expliqué—. Sé poco acerca de él, únicamente que es un mago, apenas distinguido en el negocio. Desde su interrupción he estado intentando acordarme de cómo lo conozco. Creo que debo haberlo visto actuar sobre algún escenario. No es una figura muy importante en nuestro campo. Tal vez estaba actuando en representación de otro.

Estaba hablando tanto para mí mismo como para Julia, intentando comprender al agresor, de manera que pudiera reconocerlo. Únicamente podía explicar su ataque contra mí en términos de celos profesionales. ¿Qué otro motivo podía existir? Éramos prácticamente extraños el uno para el otro, y a menos que hubiera un considerable agujero en mi memoria, nuestros caminos no se habían cruzado. Sin embargo, su comportamiento era el de un hombre embarcado en una misión de venganza.

Julia estaba encorvada a mi lado en el aire brumoso del atardecer. La interrogué muchas veces acerca de su salud, tratando de asegurarme de que no había sido lastimada a causa de la caída, pero ella simplemente dijo que estaba ansiosa por regresar a casa.

Al poco tiempo estábamos en Idmiston Villas, y la hice ir directamente a la cama.

Se la veía exhausta y preocupada, pero continuaba afirmando que todo lo que necesitaba era descansar. Me senté con ella hasta que se quedó dormida, y después de beberme un tazón de sopa preparado apresuradamente, y dar un ligero y energético paseo por las calles laterales locales para tratar de aclarar mi mente, regresé para escribir este informe del día.

Me he interrumpido dos veces para ver a Julia, y está durmiendo tranquilamente.

24 de noviembre de 1878

El peor día de mi vida.

27 de noviembre de 1878

Julia ha regresado ya del hospital y está en nuestro hogar, una vez más ella está durmiendo, y una vez más yo recurro a este diario, que es una fuente de distracción y consuelo temporal pobre e inadecuada.

En pocas palabras, Julia se despertó en las primeras horas del día 24. Estaba sangrando mucho y transida de dolor. Esto le provocaba una serie de punzadas, que la hacían gritar y retorcerse en agonía antes de darle un descanso temporal, y luego comenzaban nuevamente.

Me vestí de inmediato, desperté a mis vecinos, y le rogué a la señora Janson que abandonara su propia cama y se sentara con Julia mientras yo iba en busca de ayuda.

Accedió sin quejarse, y salí corriendo en medio de la noche. La suerte, si es que ésa es la palabra, estuvo brevemente conmigo. Me encontré con un taxista en su coche, aparentemente de regreso a su casa al final de una noche de trabajo, y le supliqué que me ayudara. Así lo hizo. En una hora Julia estaba en el Hospital St. Mary en Paddington, y los cirujanos realizaron el trabajo necesario.

Nuestro bebé se perdió; y yo casi pierdo a Julia también. Permaneció en la sala pública del hospital durante el resto del día, y los dos días siguientes hasta esta mañana, cuando por fin se me permitió recogerla.

Hay un único nombre que ha entrado ahora inesperadamente en mi vida, y es uno que nunca olvidaré. Es el de Alfred Borden.

3 de diciembre de 1878

Julia todavía está débil, pero dice que espera poder ayudarme con mis sesiones de espiritismo a partir de la semana que viene. Todavía no se lo he dicho, pero ya he decidido que nunca más correrá ningún riesgo. He puesto un anuncio una vez más para conseguir una asistente femenina. Mientras tanto, esta noche tengo una actuación escénica que llevar a cabo, y he tenido que revisar mi repertorio para organizar una presentación que no requiera de ninguna clase de asistencia.

11 de diciembre de 1878

Hoy me crucé con el nombre de Borden. Se anuncia como mago invitado en un espectáculo de variedades en Brentford. He comprobado eso con Hesketh Unwin, el hombre a quien he nombrado recientemente como mi agente, y me enteré, para mi satisfacción, de que Borden era el reemplazo de otro ilusionista que había caído enfermo de repente, y lo que motivó que la actuación de magia fuera desplazada desde el segundo lugar del programa hasta la tumba de todos los magos: ¡la primera presentación después del intervalo! Se lo enseñé a Julia.

31 de diciembre de 1878

Total de ingresos con la magia en 1878: 326 libras, 19 chelines y 3 peniques. De esto deben deducirse los gastos, incluyendo la contratación de Appleby y la de Nugent, la compra y el mantenimiento del caballo, la adquisición de trajes y de muchos de los artefactos.