1866-1877

21 de septiembre de 1866
La historia de mi vida

  1. Mi historia: mi nombre es ROBBIE (Rupert) DAVID ANGIER y hoy cumplo nueve años. Escribiré en este libro todos los días hasta que sea viejo.

  2. Mis antepasados: tengo muchos pero papá y mamá son los primeros. Tengo un hermano: HENRY RICHARD ANGUS ST JOHN ANGIER, y tiene 15 años va a la escuela y es un pelmazo.

  3. Vivo en la Casa Caldlow, Derbyshire. He tenido problemas con mi garganta esta semana.

  4. El personal, tengo una niñera, Nan, y está Grierson y una criada que se cambia con la otra criada por las tardes, pero no sé su nombre.

  5. Tengo que mostrarle esto a papá cuando haya terminado de escribirlo. Fin.

Firmado: Rupert David Angier.

22 de septiembre de 1866

  1. Hoy vino una vez más a verme el doctor y estoy bien. Recibí hoy una carta de mi hermano Henry que dice que debo llamarlo señor de ahora en adelante porque ahora es prefecto.

  2. Papá se ha ido a Londres a trabajar en el Congreso. Dijo que yo soy el cabeza de familia hasta que él vuelva. Esto significa que Henry me llamaría señor a mí pero no está aquí.

  3. Le dije esto a Henry cuando le escribí.

  4. Salí a caminar, hablé con Nan, Grierson me leyó y se quedó dormido como siempre.

No tengo que mostrarle más esto a papá, siempre y cuando siga escribiéndolo.

23 de septiembre de 1866

La garganta mucho mejor. Hoy salí a dar una vuelta en coche con Grierson, que no dijo mucha cosa pero me dijo que Henry dice que cuando tome control de la casa se irá. Grierson se irá cuando Henry tome control de la casa, quiero decir. Grierson dijo que pensaba que todo había sido decidido pero no pasará hasta dentro de muchos años si Dios quiere.

Estoy esperando que mamá llegue y venga a verme, se le hizo tarde esta noche.

22 de diciembre de 1867

Ayer por la noche hubo una fiesta para mí y varios niños y niñas del pueblo; en Navidad se les permite venir aquí. Henry también estaba aquí pero no quiso venir a la fiesta por los demás. ¡Se perdió una gran sorpresa porque hubo un hechicero en la fiesta!

Este hombre, que se llamaba señor A. Presto, realizó los trucos más maravillosos que jamás haya visto. Comenzó haciendo aparecer de la nada todo tipo de estandartes y banderas y paraguas, con muchos globos y cintas. Después hizo algunos trucos con cartas, haciéndonos elegir cartas que él era capaz de adivinar. Era muy listo. Hizo salir bolas de billar de la nariz de uno de los niños, y un montón de monedas cayeron de la oreja de una niña cuando se la agitó. Había un trozo de cordel que cortó por la mitad y luego volvió a unirlo, y al final hizo aparecer un pájaro blanco dentro de una pequeña caja de cristal ¡que habíamos podido ver que estaba vacía antes de empezar!

Rogué y rogué que se me dijera cómo se realizaban estos trucos, pero el señor Presto no quiso decírmelo. Incluso después, cuando los otros se habían ido, pero nada de lo que pudiera decir le haría cambiar de opinión.

Esta mañana tuve una idea, e hice que Grierson condujera hasta Sheffeld para mí y comprara todos los trucos de magia que pudiera encontrar, y que buscara algunos libros que explicaran cómo hacerlo. Grierson estuvo fuera prácticamente durante todo el día, pero al final regresó con casi todo lo que yo quería. Entre ello, una caja de cristal especial que esconde un pájaro dentro para que yo pueda hacerlo aparecer como por arte de magia. (Suelo especial de la caja, algo que no había pensado). Los otros trucos son un poco más difíciles, porque tengo que practicar. Pero ya aprendí un truco en el que puedo adivinar qué carta ha elegido otra persona y lo he probado varias veces con Grierson.

17 de febrero de 1871

Me las arreglé para ver a papá a solas esta tarde por primera vez en muchos meses, y descubrí que la situación era muy parecida a como ya la había descrito Henry. Por lo visto no puede hacerse nada al respecto, excepto seguir adelante y buscar un mal trabajo, y seguir de la mejor manera posible. Podría matar a Henry con mucho gusto.

31 de marzo de 1873

Hoy arranqué y destruí todas las anotaciones de los últimos dos años. Fue lo primero que hice al volver de la escuela.

1 de abril de 1873

A casa desde la escuela. Ahora tengo intimidad suficiente como para escribir en este libro.

Mi padre, el 12.° conde de Colderdale, murió hace tres días, 29 de marzo de 1873.

Mi hermano Henry hereda su título, tierras y propiedades. Mi propio futuro, el de mi madre y el de todos los demás miembros de la finca, no importa si fueran poderosos o humildes, es ahora incierto. Ni siquiera se sabe cuál será el futuro de la propia casa, ya que Henry solía hablar de realizar cambios drásticos. Solamente nos queda esperar, pero por ahora la casa está ocupada con los preparativos del funeral.

Papá será enterrado mañana en la cripta.

Esta mañana me siento más resignado con respecto a mi porvenir. Esta mañana la he pasado en mi habitación, practicando mi magia. Mi progreso en este campo ha sido una de las víctimas de la reciente supresión de páginas de este diario, porque desde el principio he llevado un registro detallado de lo que me costó alcanzar una cierta habilidad en los juegos de manos… Pero todo esto desapareció cuando decidí arrancar el resto. Es suficiente decir que creo que he alcanzado un nivel estándar, y a pesar de que todavía no lo he puesto a prueba completamente, he practicado nuevos trucos para los compañeros de la escuela. Ellos fingen falta de interés por la magia, y de hecho algunos sostienen que conocen mis secretos; sin embargo, yo he logrado uno o dos momentos en que, para mi satisfacción, he visto el desconcierto en sus expresiones.

No hay necesidad de apresurarse. Todos los libros de magia aconsejan a los novatos que no se apresuren, sino que se preparen concienzudamente, y que la actuación sea sorprendente y hábil. Si no saben quién eres, intensifica el misterio de qué eres, y de lo que estás a punto de hacer.

Eso es lo que se suele decir.

Deseo, y es mi único deseo en estas semanas más tristes, utilizar mi magia para traer a papá de regreso. Un deseo egoísta, porque indudablemente ayudaría a restablecer mi propia vida al punto de hace tres días, pero también es un deseo de amor ferviente, porque yo amaba a mi papá y ya lo echo de menos, y lamento su muerte. Tenía cuarenta y nueve años, y creo que es una edad demasiado temprana para ser víctima de un ataque al corazón.

2 de abril de 1873

Se ha realizado el funeral, y mi padre ha sido enterrado. Después de la ceremonia en la capilla, su cuerpo fue llevado al panteón familiar, situado debajo de la colina del Este. Todos los que acompañaban el féretro caminaron en hilera hasta la entrada del panteón, y luego Henry y yo, junto con el director de pompas fúnebres y su plantilla, colocamos el ataúd bajo tierra.

Nada me había preparado para lo que sucedió después. La cripta tiene la apariencia de una inmensa caverna natural que se extiende en el interior de la colina, y ha sido ampliada y alargada para utilizarse como tumba de la familia. Está completamente oscuro, el suelo es desigual y rocoso, el aire es fétido, había varias ratas, y los numerosos anaqueles empotrados y camas de roca salientes dentro del pasadizo eran causa de dolorosas colisiones en la oscuridad. Cada uno de nosotros llevaba una linterna, pero una vez que llegamos al final de las escaleras y nos alejamos de la luz del día no nos sirvieron de mucho. La funeraria fue muy profesional, a pesar de que cargar el ataúd debió de ser extremadamente difícil en esas circunstancias, pero para mi hermano y para mí fue un calvario corto aunque muy significativo. Una vez hallamos una cama de roca adecuada y depositamos el ataúd, el miembro de la funeraria de más alto rango salmodió unas breves palabras bíblicas y regresamos sin demora a la superficie. Emergimos en la clara mañana de primavera que habíamos abandonado hacía unos pocos minutos, donde la pradera del Este estaba engalanada con narcisos y los brotes de los árboles a nuestro alrededor estaban a punto de florecer. Sin embargo, para mí nuestro viaje al fondo de aquel túnel oscuro proyectó una sombra sobre el resto del día. Me estremecí mientras se cerraba la gran puerta maciza de madera, y no pude deshacerme del recuerdo de aquellos antiguos ataúdes rotos, del polvo, del olor y de la desesperación sin vida del lugar.

Noche.

Hace una hora se llevó a cabo la ceremonia, y utilizo precisamente esa palabra con toda la intención, la ceremonia alrededor de la cual ha pivotado el día, la lectura del testamento de mi padre, para la cual el entierro fue un simple preámbulo.

Todos estábamos allí, reunidos en el vestíbulo bajo la escalera principal. Sir Geoffrey Fusel-Hunt, el abogado de mi padre, nos hizo permanecer en silencio, y con manos lentas y pausadas abrió el abultado sobre marrón que contenía el temido documento y sacó las hojas de vitela dobladas. Miré a las otras personas que estaban a mi alrededor. Los hermanos y hermanas de mi padre estaban allí, acompañados de sus cónyuges y, en algunos casos, con sus hijos. Los hombres que administraban la finca y vigilaban los negocios, patrullaban el brezal, protegían las granjas y el caladero, estaban de pie en grupo, a un lado. A continuación, también agrupados, los arrendatarios de las granjas, con los ojos llenos de esperanza. En el centro del grupo semicircular, enfrentados directamente a Sir Geoffrey con su escritorio de por medio, yo y mamá, con los sirvientes detrás de nosotros. Frente a todos nosotros, de pie, con los brazos cruzados, protagonista del momento, Henry dominaba el acontecimiento.

No hubo sorpresas. La herencia principal de Henry, por supuesto, no dependía del testamento de mi padre, ni tampoco los derechos hereditarios de propiedad. Pero aún quedaban bienes raíces de los cuales disponer, portafolios de acciones, cantidades de dinero y de objetos de valor y, lo más importante, derechos de posesión, de ocupación.

A mamá se le ofreció entre ocupar el ala más importante de la casa principal por el resto de su vida, o bien ocupar toda la casa entera. A mí se me permitía permanecer en mis habitaciones actuales hasta que terminara mi educación o alcanzara la mayoría de edad, después de lo cual mi destino sería decidido por Henry. El destino de nuestros sirvientes personales está sujeto al nuestro; el resto del personal del hogar se quedará o será despedido, según Henry lo considere necesario.

Nuestras vidas van a quedar destrozadas.

Unos pocos legados de dinero han ido a parar a algunos criados privilegiados, pero la mayor parte de la fortuna es ahora de Henry. No hizo movimiento alguno, ni mostró indicio de sentir nada, cuando se anunciaron estas disposiciones. Besé a mamá, luego me di la mano con varios de los administradores de la herencia y varios de los granjeros.

Mañana intentaré decidir cómo voy a vivir mi vida, y trataré de tomar esta decisión antes de que Henry la tome por mí.

3 de abril de 1873

¿Qué es lo que debo hacer? Queda más de una semana antes de que regrese a la escuela, para mi último curso.

3 de abril de 1874

Parece apropiado regresar a este diario después de la pausa de un año. Todavía sigo en la Casa Caldlow, en parte porque hasta que tenga veintiún años estoy a cargo de Henry, mi tutor legal, pero principalmente porque mamá así lo desea.

Grierson se ocupa de mí. Henry ha tomado una residencia en Londres, desde donde se dice que recibe informes de la casa diariamente. Mamá goza de buena salud, y yo camino todas las mañanas hasta la casa que le ha sido asignada, para pasar juntos lo que son los mejores momentos del día, y especulamos inútilmente acerca de lo que podré hacer una vez tenga la mayoría de edad.

Tras la muerte de papá desatendí hasta cierto punto mis prácticas de magia, pero hace aproximadamente nueve meses las reemprendí. Desde entonces he estado practicando intensamente, y aprovechando cada oportunidad a mi alcance de observar una actuación de magia escénica. Con este propósito viajo a los teatros de variedades y otros teatros de Sheffeld o Manchester, donde, a pesar de la diversidad de niveles, veo una variedad suficiente de números como para estimular mi interés.

Ya conozco muchos de los trucos, pero al menos una vez en cada actuación veo algo que me emociona o me desconcierta. Después, comienza la caza del secreto. Ahora Grierson y yo sabemos cuáles son los numerosos comerciantes y proveedores de magia, donde, con insistencia, finalmente tenemos acceso a lo que yo necesito.

Grierson es el único de nuestro menguado hogar que sabe acerca de mi interés y mi ambición por la magia. Cuando mamá habla con tono pesimista de mi futuro, no me atrevo a hablarle de mis planes, pero muy en el fondo siento rebosar en mí la confianza, y sé que cuando finalmente se me arroje a la deriva, lejos de esta media-vida en Derbyshire, tendré una carrera. Las revistas de magia a las cuales estoy suscrito escriben acerca de los inmensos honorarios que un ilusionista importante puede llegar a cobrar hoy en día por una única actuación, por no mencionar el prestigio social que conlleva una brillante carrera en el escenario.

Ya estoy interpretando un papel. Soy el desheredado joven hermano de un par, con poca suerte, sometido a las exigencias de un tutor, y voy caminando con dificultad a través de mi deprimente vida en estas lluviosas colinas de Derbyshire.

Sin embargo, estoy esperando entre bastidores, ¡porque una vez que tenga edad suficiente mi vida real comenzará!

31 de diciembre de 1876
Idmiston Villas, N. de Londres.

Finalmente he podido conseguir sacar mis cajas y estuches de donde estaban guardados. Y pasé una Navidad deprimente registrando mis antiguas pertenencias, clasificando las que ya no quiero, y las que me alegra volver a encontrar. Este diario es una de las últimas, y lo he estado leyendo durante algunos minutos.

Recuerdo que una vez decidí dejar registrados los detalles de mi carrera de mago, y a medida que escribo ahora tengo la misma intención. Sin embargo, ya existen demasiados espacios en blanco. Arranqué todas las páginas en las que describía mis peleas con Henry, y con ellas se fueron los registros que llevaba de mi progreso. No tengo ganas de recordar ni de resumir todos aquellos trucos, fuerzas y movimientos que aprendía y practicaba en aquella época.

También veo en mi última anotación, hace más de dos años y medio, que estaba esperando, sumido en un aletargamiento abatido, alcanzar la edad de veintiún años para que Henry pudiera echarme de la casa. De hecho, no esperé tanto tiempo, y yo mismo tomé la decisión.

Así que aquí estoy, a los diecinueve años, viviendo en una habitación alquilada en una respetable calle de un barrio residencial de Londres, un hombre libre de su pasado y, al menos durante los próximos dos años (porque independientemente de dónde esté viviendo, Henry continúa pasándome dinero), libre de preocupaciones financieras. Ya he actuado en público una vez, pero no cobré nada por ello. (Cuanto menos se diga acerca de aquel humillante acontecimiento, mejor). Me he convertido, y seguiré siendo, simplemente, el señor Rupert Angier. Le he dado la espalda a mi pasado. Nadie en esta nueva vida mía sabrá nunca la verdad acerca de mi cuna.

Mañana, el primer día del nuevo año, resumiré mis aspiraciones como mago y tal vez deje constancia de mis propósitos.

1 de enero de 1877

El correo de la mañana ha traído consigo un pequeño paquete de libros procedentes de Nueva York, los cuales he estado esperando durante varias semanas, y he estado ojeándolos para encontrar ideas.

Me encanta actuar. Estudio el arte de utilizar un escenario, de presentar un espectáculo, de entretener a un público con una serie de ocurrentes y graciosos comentarios… y sueño con risas, momentos de sorpresa y oleadas de aplauso. Sé que puedo alcanzar la cúspide de mi profesión simplemente con una excelente presentación.

Mi debilidad es que nunca entiendo el mecanismo de un truco hasta que me lo explican. Cuando veo un truco por primera vez, me quedo tan desconcertado frente a él como cualquier otro miembro del público. Tengo una imaginación mágica muy pobre, y me resulta difícil aplicar los principios generales conocidos con el fin de producir un efecto determinado. Cuando veo una magnífica actuación, me desconcierta el número y me confunde lo que no se ve.

Una vez, durante una actuación escénica en el Hipódromo de Manchester, un mago presentó una garrafa de cristal para que todos la vieran. La sostuvo delante de su rostro, de manera que pudiéramos entrever sus facciones a través de ella; la golpeó suavemente con una barra de metal, de manera que, por su sutil sonido, pudiéramos darnos cuenta de que estaba simétrica y perfectamente fabricada; finalmente, la puso boca abajo un momento para que pudiéramos ver por nosotros mismos que estaba vacía. Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia su mesa de accesorios, donde había un jarrón de metal. Vertió casi doscientos centilitros de agua clara del jarrón a la garrafa. Luego, sin más preámbulos, fue hasta una bandeja de copas de vino que estaba colocada a un lado del escenario y vertió dentro de cada una de ellas ¡una determinada cantidad de vino tinto!

La cuestión es que yo ya tenía en mi posesión el dispositivo necesario para fingir verter agua dentro de un periódico doblado, y luego volver a verterla en un vaso de leche (la hoja de papel permanece inexplicablemente seca).

El principio era más o menos el mismo, el número era diferente, y al admirar el último perdí de vista al primero.

He gastado una gran cantidad de mi asignación mensual en tiendas de magia, en las cuales he adquirido un secreto o un dispositivo que me permite agregar un truco u otro a mi repertorio, en constante expansión. ¡Es endemoniadamente difícil descubrir secretos cuando no pueden ser adquiridos con dinero! Y aun cuando puedo, no siempre es la respuesta, porque a medida que aumenta la competencia, los ilusionistas se ven obligados a inventar sus propios trucos. Ver cómo se realizan tales trucos es para mí simultáneamente un tormento y un desafío.

Aquí, la profesión de mago cierra filas contra el recién llegado. Un día, me atrevo a decir, yo me uniré a esas filas y trataré de excluir a los recién llegados, pero de momento me parece irritante que los magos más viejos protejan sus secretos tan celosamente. Esta tarde escribí una carta al Prestidigitators’ Panel, una revista mensual vendida únicamente por suscripción, dejando constancia de mis pensamientos acerca de la generalizada y absurda obsesión con los secretos.

3 de febrero de 1877

Cada día de la semana por la mañana, desde las nueve hasta el mediodía, patrullo lo que se ha convertido en un muy transitado camino, el que recorre las oficinas de las cuatro agencias teatrales más importantes especializadas en magia o en espectáculos novedosos. Desde el otro lado de la puerta de cada una de ellas, me preparo para la inevitable negativa, luego entro con mi rostro más valiente, comunico mi presencia al encargado del área de recepción y pregunto amablemente si podría haber algún encargo disponible para mí.

Invariablemente, hasta ahora, la respuesta ha sido negativa. El humor de estos encargados parece variar, pero la mayoría de las veces son amables conmigo mientras me dicen bruscamente que no.

Sé que son molestados incansablemente por gente como yo, porque una verdadera procesión de magos desempleados recorre diariamente con dificultades el mismo camino que yo. Naturalmente, veo a los otros cuando me ocupo de mis asuntos, y naturalmente, he entablado amistad con algunos. A diferencia de muchos de ellos, no me faltan uno o dos chelines (o al menos no me faltarán mientras continúe recibiendo mi entrada mensual), y así, cuando hacemos pausas a la hora de almorzar en alguna taberna en Holborn o Soho, estoy en condiciones de invitarlos a algunos tragos. Soy popular por esto, por supuesto, pero no me engaño; sé que no es por ninguna otra razón. Me alegra la compañía, y también la sutil esperanza de que a través de cualquiera de estos joviales compañeros algún día podré contactar con alguien que podría ofrecerme algún trabajo.

Es una vida bastante amena, y por las tardes y las noches tengo abundante tiempo libre para mí, durante el cual puedo continuar con mis prácticas.

Y tengo tiempo suficiente para escribir cartas. Me he convertido en un persistente y, me temo, polémico escritor de cartas al director acerca del tema de la magia. Me empeño en mandar mis cartas a cada revista de magia que encuentro, y siempre trato de ser perspicaz, provocativo y discutidor. En parte, me motiva la sincera creencia de que hay muchas cosas en el mundo de oropel de la magia que deberían ser más justas, pero también la sensación de que mi nombre no será conocido a menos que lo difunda de una manera digna de ser recordada.

Algunas cartas las firmo con mi propio nombre; otras con el nombre que elegí para mi carrera profesional: Danton. La utilización de los dos nombres me otorga un poco de flexibilidad con respecto a lo que digo.

Estos días son tan sólo el principio, y pocas de mis cartas han sido publicadas hasta ahora. Imagino que a medida que vayan apareciendo, mi nombre estará pronto en boca de mucha gente.

16 de abril de 1877

Mi sentencia de muerte financiera ha sido pronunciada, ¡oficialmente! Henry me ha informado, a través de sus abogados, de que mi asignación mensual se acabará, de acuerdo con lo esperado, el día de mi vigésimo primer cumpleaños. Todavía tengo derecho a residir en la Mansión Caldlow, pero únicamente en mis habitaciones habituales.

Por un lado me alegro de que al fin haya pronunciado tales palabras. La incertidumbre ya no me persigue. Tengo tiempo hasta septiembre del año que viene.

Diecisiete meses para romper este círculo vicioso de fracasos; conseguir trabajo, de ahí al fracaso en darme a conocer; de nuevo el fracaso de no tener público y crear otro para mis habilidades, finalmente el fracaso de no encontrar trabajo.

He seguido buscando pelea por todas las agencias teatrales, y ahora, a partir de mañana, debo hacerlo con renovada resolución.

13 de junio de 1877

El clima veraniego ya está aquí, ¡pero la primavera ha llegado tardíamente para mí! ¡Al fin me han ofrecido algo de trabajo!

No es mucho, debo realizar algunos trucos de cartas en una conferencia de hombres de negocios de Brummagem en un hotel de Londres, y los honorarios son solamente media guinea, ¡pero éste es un día muy especial!

¡Diez chelines y seis peniques! ¡Más de una semana del alquiler de esta habitación! ¡Ciertamente riquezas!

19 de junio 1877

Uno de los libros que he estudiado fue escrito por un mago hindú llamado Gupta Hilel. En el mismo da consejos al ilusionista al que le fallan los trucos. Hilel ofrece varios recursos, y la mayoría de ellos trata los métodos disponibles para distraer al público. También ofrece el consejo del fatalismo. La carrera de un mago está llena de desilusión y fracaso, los cuales deben ser esperados y enfrentados estoicamente.

Tanto es así que con estoicismo dejo constancia del lanzamiento de la carrera profesional de mago de Danton. Informo simplemente de que el primer truco que intenté realizar (un simple cambio de cartas) salió mal, paralizándome de puro terror y arruinando el resto de mi actuación.

Me abonaron la mitad de los honorarios, cinco chelines y tres peniques, y el organizador me aconsejó practicar más antes de intentarlo nuevamente. El señor Hilel también aconseja esto.

20 de junio de 1877

Desesperado, he decidido abandonar mi carrera de mago.

14 de julio de 1877

He estado nuevamente en Derbyshire para ver a mamá, y ahora he regresado en un estado de melancolía aun más profundo que el que anunciaba antes de irme.

También hay noticias con respecto a mi alquiler: aumentará a diez chelines por semana a partir del mes que viene.

Todavía me queda poco más de un año antes de verme obligado a mantenerme a mí mismo.

10 de octubre de 1877

¡Estoy enamorado! Su nombre es Drusilla MacAvoy.

15 de octubre de 1877

¡Demasiado precipitado! La MacAvoy no era para mí. Estoy planeando suicidarme, y si el resto de estas páginas están en blanco, cualquiera que encuentre este diario sabrá que lo he conseguido.

22 de diciembre de 1877

¡Ahora, por fin, he encontrado a la verdadera mujer de mi vida! Nunca he sido tan feliz. Su nombre es Julia Fensell, es tan sólo dos meses más joven que yo, sus cabellos son de un brillante marrón rojizo y descienden como una cascada alrededor de su rostro. Tiene ojos azules, una nariz larga y recta, una barbilla con un pequeño hoyuelo, una boca que siempre parece estar a punto de sonreír, ¡y unos tobillos cuya esbelta forma me vuelve loco de amor y de pasión! Es sin lugar a dudas la mujer más hermosa que jamás haya visto, y dice que me ama tanto como yo la amo a ella.

Es imposible de creer, no consigo dar crédito a mi buena suerte. Aparta de mi cabeza todas las preocupaciones, todos los miedos, toda la furia y la desesperación y las ambiciones. Llena completamente mi vida. Casi no puedo soportar escribir sobre ella, ¡para evitar maldecirme nuevamente a mí mismo con la mala suerte!

31 de diciembre de 1877

Todavía no puedo escribir sobre Julia, o sobre mi vida en general, sin temblar. El año está terminando, y esta noche, a las once, voy a encontrarme con Julia para que podamos estar juntos cuando comience el nuevo año.

Total de ingresos en 1877: 5 chelines, 3 peniques.