Mi madre murió cuando yo tenía dieciocho años. Rosalie y yo esperábamos en parte la noticia para obligar a nuestro padre a que regresara al fin de su exilio, pero no lo hizo. Continuamos viviendo en la casa, y poco a poco fuimos cayendo en la cuenta de que el lugar era nuestro. Reaccionamos de maneras distintas. Rosalie se libró gradualmente del lugar, y al final se mudó. Yo comencé a sentirme atrapada por él, y todavía estoy aquí. Gran parte de lo que me retenía era un sentimiento de culpa del que no pude deshacerme, por lo que había ocurrido allí abajo en el sótano. Todo giraba alrededor de aquellos acontecimientos, y al final me di cuenta de que tendría que hacer algo para superar lo que había sucedido.
Finalmente me armé de valor y bajé al sótano para descubrir si todavía había algo allí de lo que yo había visto.
Me decidí a hacerlo un día de verano, cuando habían venido de visita desde Sheffeld algunos amigos y la casa estaba llena de los sonidos de la música rock, de las voces y las risas de gente joven. No le dije a nadie lo que estaba planeando, y simplemente me escapé de una conversación en el jardín y entré en la casa. Me había tomado tres copas de vino, para darme cierta seguridad.
La cerradura de la puerta había sido cambiada poco después de la visita de los Borden, y cuando mi madre murió la hice cambiar nuevamente, aunque en realidad nunca me había atrevido a entrar. El señor Stimpson y su esposa se habían ido hacía tiempo, pero ellos y los que vinieron después utilizaban el sótano para guardar cosas.
El mero hecho de llegar al primer escalón de las escaleras siempre me había dado mucho miedo.
Ese día, sin embargo, no iba a dejar que nada me detuviera. Me había estado preparando mentalmente hacía tiempo. Una vez atravesada la puerta, la cerré desde dentro (uno de los cambios que había realizado), encendí las luces eléctricas y bajé al sótano.
Inmediatamente, busqué el artefacto que había matado a Nicky Borden, pero ya no estaba allí, lo cual no me resultó sorprendente. Sin embargo, el hoyo circular todavía estaba en el centro del suelo del sótano; fui hasta allí y lo inspeccioné. Parecía haber sido construido más recientemente que el resto de la capa de cemento del suelo; había sido excavado claramente con un plan en mente, porque había varios cabos de acero incrustados en los bordes del hormigón a intervalos regulares, seguramente para actuar como soportes de los barrotes de madera del artefacto. Arriba, en el techo, directamente sobre el centro del hoyo, había una gran caja de empalmes eléctricos. Un grueso cable iba hasta un convertidor de voltaje que estaba en un lado del sótano, pero la caja estaba sucia y oxidada.
Noté que había varias marcas de quemaduras superficiales en el techo que irradiaban desde la caja, y a pesar de que alguien había puesto una capa de pintura mate blanca sobre ellas, todavía podían verse claramente.
Aparte de esto, no había indicio alguno de que el artefacto hubiera estado alguna vez allí.
Lo encontré unos segundos más tarde, cuando fui a investigar la colección de cajas de embalaje, maletas y los grandes y misteriosos objetos acomodados ordenadamente a lo largo de casi toda la extensión de una de las paredes. Enseguida me di cuenta de que era allí donde se había guardado la parafernalia mágica de mi bisabuelo, seguramente después de su muerte. Cerca del frente, pero apiladas de manera que no obstruían el paso, había dos cajas de madera fuertemente construidas, cada una de ellas tan pesada que no fui capaz de moverlas, mucho menos sacarlas del sótano yo sola. Escritos en negro sobre una de ellas, pero considerablemente descoloridos por el tiempo, había nombres de rutas: «Denver, Chicago, Boston, Liverpool (Inglaterra)».
Todavía había pegado en un costado un manifesto de Aduana, pero estaba tan envejecido que se quedó en mi mano apenas lo toqué. Colocándolo bajo la luz más cercana, vi que alguien había escrito a mano: «Contenido: Instrumentos científicos».
Aros de metal habían sido colocados en los cuatro lados de ambas cajas, para facilitar su cargamento, y había claramente varios sitios desde donde asir las cajas.
Intentaba abrir la que estaba más cerca de las dos, buscando con las manos a lo largo de todo el borde una forma de forzarla y abrirla, cuando, para mi sorpresa, la tapa se abrió suavemente hacia arriba, sosteniéndose en equilibrio. Inmediatamente supe que había encontrado el mecanismo del artefacto eléctrico que había visto aquella noche, pero que había sido desmontado, y ya no había ningún peligro.
Pegadas en el lado interior de la tapa, había varias hojas de papel de recambio grandes, que todavía no se habían curvado ni tornado amarillas, a pesar de ser tan antiguas, y había instrucciones escritas en una letra clara pero muy pequeña y maniática. Les eché un vistazo a las primeras:
Localizar, verificar y probar la conexión a tierra local. Si es insuficiente, no proceder. Véase (27) más abajo para los detalles de cómo instalar, verificar y probar una conexión a tierra. Verificar siempre los colores de los cables; ver cuadro adjunto.
[Si no se utiliza en Estados Unidos o Gran Bretaña]. Localizar, verificar y probar el suministro de electricidad local. Utilizar el instrumento ubicado en Maleta 4.5.1 para determinar la naturaleza, el voltaje y el ciclo de la corriente.
Consultar (15) más abajo para la colocación de la unidad de transformación principal.
Probar la fiabilidad del suministro de electricidad local al montar el artefacto. Si hay divergencia de + o - de 25V, no intentar hacer funcionar el artefacto.
Al trabajar con los componentes, utilizar siempre los guantes protectores ubicados en Maleta 3.19.1 (recambios en 3.19.2).
Y así sucesivamente, una exhaustiva lista de instrucciones de montaje, muchas de ellas utilizando palabras y frases técnicas o científicas. (No hace mucho que dispuse lo necesario para que se realizara una copia, la cual guardo en la casa). Toda la lista estaba firmada con las iniciales «F.K.A.».
En el lado interior de la tapa de la segunda caja había una lista de instrucciones similar, que versaban sobre cómo desconectar el artefacto sin peligro, desmontándolo y guardando los componentes dentro de las cajas en sus sitios correctos.
Fue en aquel momento cuando caí en la cuenta de quién había sido en realidad mi bisabuelo. Lo que quiero decir con esto es el sentido de lo que había hecho, de lo que había sido capaz, lo que había conseguido en su vida. Hasta ese momento era tan sólo un ancestro, el abuelo que tenía sus cosas por toda la casa. Aquélla fue mi primera visión de la persona que debió haber sido. Esas cajas, con sus meticulosas instrucciones, habían sido suyas, y las instrucciones habían sido escritas por o más bien para él. Estuve allí de pie un largo rato, imaginándomelo desempaquetando el artefacto con sus asistentes, corriendo contrarreloj para instalarlo a tiempo para la primera función. Aún no sabía casi nada sobre él, pero por fin tenía una idea de lo que hacía, y de cómo lo hacía.
(Más tarde, aquel mismo año revisé el resto de sus cosas y esto también me ayudó a darme cuenta de cómo era. La habitación que había sido su estudio estaba llena de papeles archivados ordenadamente: correspondencia, facturas, revistas, solicitudes de presentaciones, documentos para viajar, carteles, programas teatrales. Una gran parte de su vida estaba allí archivada, y había más en el sótano, trajes y parafernalia de sus espectáculos. Muchos de los trajes se habían hecho trizas con el tiempo, y los tiré, pero los trucos con cajas estaban en condiciones de ser reparados, y puesto que necesitaba el dinero vendí los mejores ejemplares a coleccionistas de magia. También me deshice de la colección de libros de magia de Rupert Angier. Por la gente que venía a comprar, me enteré de que gran parte de su material era valioso, pero únicamente en términos de dinero. Pocas cosas tenían más que un valor de curiosidad para los magos modernos. Muchos de los trucos que realizaba El gran Danton eran comunes y corrientes, y para el experto o el coleccionista no contenían ninguna sorpresa. No vendí el artefacto eléctrico, y todavía está abajo en el sótano dentro de sus cajas).
De alguna manera que no había planeado, bajar al sótano me ayudó a dejar atrás los miedos infantiles que ese lugar me provocaba. Tal vez era tan simple como el hecho de que en los años transcurridos había crecido hasta convertirme en una adulta, o de que en la ausencia del resto de la familia, me había convertido en la verdadera cabeza del hogar. Fuera cual fuera la razón, cuando emergí de la vieja puerta marrón, cerrándola tras de mí, creí que me había librado de algo que me había perseguido durante toda mi vida hasta ese momento.
Sin embargo, no fue suficiente. Nada podía excusar el hecho de haber visto a un pequeño niño cruelmente asesinado aquella noche, y por mi propio padre.
Este secreto ha entrado profundamente en mi vida, influenciando indirectamente todo lo que hago, inhibiéndome emocionalmente e inmovilizándome socialmente.
Estoy aquí aislada. Raras veces hago amigos, no quiero tener amantes, no me interesa tener una carrera. Desde que Rosalie se mudó para casarse, he vivido aquí sola, tan víctima como lo eran mis padres.
Quiero distanciarme de la locura que la disputa ha traído a mi familia en el pasado, pero a medida que voy haciéndome mayor creo más fervientemente que la única salida es enfrentarla. No puedo seguir con mi vida hasta entender cómo y por qué murió Nicky Borden.
Su muerte me consume. La obsesión se terminaría si supiera más acerca del niño, y lo que realmente le sucedió aquella noche. Así como me enteré de cosas del pasado de mi familia, me enteré inevitablemente de cosas del pasado de los Borden. Te rastreé, Andrew, porque creo que tú y yo somos la clave de todo el asunto; tú eres el único superviviente de los Borden, mientras yo soy el último Angier con vida.
En contraste con toda lógica, sé que Nicky Borden eras tú, Andrew, y que de alguna manera sobreviviste a aquella terrible experiencia.