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Había una parte de la casa a la que a los niños nunca se nos permitía ir. El acceso a la misma era a través de una puerta poco atractiva pintada de marrón, colocada en la zona triangular de pared debajo de la escalera del fondo. Esta puerta estaba invariablemente cerrada, y hasta el día de la visita de Clive Borden nunca vi a nadie de la casa, familia o sirvientes, pasar por ella.

Rosalie me había dicho que había un lugar embrujado ahí detrás. Inventaba imágenes horripilantes, algunas que me describía, y otras que insinuaba vagamente para que yo misma las visualizara. Me habló de víctimas mutiladas que se encontraban prisioneras allí abajo, de trágicas almas perdidas en busca de paz, de manos y garras expectantes que yacían en la oscuridad a unos pocos centímetros detrás de la puerta, en espera de nuestros brazos y tobillos, de cambiantes y estruendosos y forzados intentos de escapar de planes ideados con vistas a una venganza horrorosa contra aquellos de nosotros que vivíamos arriba a la luz del día.

Rosalie me llevaba tres años de ventaja, y sabía lo que me asustaría.

De niña, estaba constantemente asustada. Nuestra casa no es un buen lugar para la gente nerviosa. En invierno, en las noches tranquilas, su aislamiento establece un silencio alrededor de las paredes. Se oyen pequeños e inexplicables sonidos; animales, pájaros congelados en sus sitios ocultos, moviéndose de repente en busca de calor; árboles y arbustos sin hojas rozando unos contra otros en el viento; ruidos procedentes de la parte lejana del valle se amplifican y se distorsionan por la forma de embudo del fondo del valle; gente del pueblo que camina a lo largo de la carretera y que pasa por el borde de nuestros jardines. En otras ocasiones, el viento viene bajando por el valle desde el norte, rugiendo después de atravesar las llanuras, bramando a causa de las rocas y los irregulares prados que cubren el fondo del valle, silbando a través de la carpintería ornamentada, alrededor del alero y las tejas de la casa. Y todo el lugar es viejo, lleno de recuerdos de las vidas de otras personas, marcado por los restos de sus muertes. No es un buen lugar para un niño con imaginación.

Dentro de la casa, los lúgubres pasillos y huecos de escaleras, los nichos y otros lugares ocultos, los tapices oscuros y los retratos sombríos y antiguos, todo provocaba una sensación de amenaza agobiante. Las habitaciones en las que vivíamos estaban bien iluminadas y llenas de muebles modernos, pero gran parte de nuestro interior doméstico inmediato era un amenazante recordatorio de antepasados muertos, antiguas tragedias, noches silenciosas. Aprendí a darme prisa cuando pasaba por ciertas partes de la casa, con la mirada totalmente fija hacia delante para no distraerme con nada que perteneciera a aquel macabro pasado que podía hacerme daño. El pasillo de abajo junto a las escaleras del fondo, en donde se encontraba la puerta pintada de marrón, era una de estas partes de la casa. A veces, accidentalmente, veía la puerta moverse de un lado a otro de su marco, como si se estuviese ejerciendo presión desde atrás. Sin duda la causa eran corrientes de aire, pero si alguna vez veía esa puerta en movimiento, imaginaba invariablemente a un ser enorme y silencioso, de pie detrás de ella, intentando ver silenciosamente si al fin podía abrirla.

A lo largo de toda mi niñez, tanto antes como después del día en que Clive Borden viniera a visitarnos, pasé por delante de la puerta andando por el otro extremo del pasillo, y nunca la miré a menos que lo hiciera por equivocación. Nunca me detuve para escuchar si había movimiento detrás de ella. Siempre pasé apresuradamente, tratando de ignorarla para mantenerla fuera de mi vida.

A nosotros tres —a Rosalie, al niño Borden, Nicky, y a mí— se nos había hecho esperar en la sala de estar, que estaba junto al comedor donde los adultos dirimían su incomprensible conflicto. Ambos salones daban al pasillo donde estaba situada la puerta marrón.

Levantaron las voces una vez más. Alguien pasó por la puerta que conectaba los dos salones. Escuché la voz de mi madre y parecía estar perturbada.

Luego Stimpson cruzó enérgicamente la sala de estar y atravesó rápidamente la puerta que conectaba los dos salones hacia el comedor. La abrió y la cerró con destreza, pero pudimos ver brevemente por detrás a los tres adultos; aún se encontraban en sus respectivos puestos en la mesa, pero estaban de pie. Alcancé a ver el rostro de mi madre, y parecía estar deformado por el dolor y la furia. La puerta se cerró de inmediato antes de que pudiéramos seguir a Stimpson dentro del salón, y él debió colocarse del otro lado, para evitar que pudiéramos entrar empujando.

Oímos que mi padre hablaba, lanzando una orden. Aquel tono de voz siempre significaba que habría problemas. Clive Borden dijo algo, y mi padre le contestó furioso, con un tono de voz tan alto que pudimos escuchar cada palabra.

—¡Lo hará, señor Borden! —dijo, y en su nerviosismo su voz se quebró momentáneamente en un falsete—. ¡Lo hará ahora! ¡Maldita sea, claro que lo hará!

Escuchamos que se abría la puerta que daba del comedor al pasillo. Otra vez, Borden dijo algo, nuevamente ininteligible.

Entonces Rosalie me susurró al oído:

—¡Creo que papá va a abrir la puerta marrón!

Las dos contuvimos la respiración, y yo me pegué a Rosalie presa del pánico.

Nicky, contagiado de nuestro miedo, lanzó un gemido. Yo también comencé a hacer un ruido de aullido para no escuchar lo que estaban haciendo los adultos.

Rosalie me susurró:

—¡Silencio!

—¡No quiero que abran la puerta! —grité.

Luego Clive Borden irrumpió en la sala de estar desde el pasillo y nos encontró a los tres allí encogidos. Lo que le habría parecido nuestra pequeña escena, no puedo imaginármelo, pero en cierto modo él también había sentido el terror que simbolizaba la puerta. Dio un paso hacia delante y se agachó, apoyándose en una rodilla flexionada, y cogió a Nicky entre sus brazos.

Escuché que le decía algo al niño, pero no era un sonido tranquilizador. Estaba demasiado concentrada en mis propios miedos como para prestar atención. Pudo haber sido cualquier cosa. Detrás de él, al otro lado del pasillo, debajo de las escaleras, vi el rectángulo abierto donde había estado la puerta marrón. Había una luz encendida en la parte de atrás y pude ver dos escalones que conducían hacia abajo, y luego una media vuelta con más escalones que bajaban.

Miré a Nicky mientras lo sacaban fuera del salón. Su padre lo tenía alzado, así que podía rodear con los brazos el cuello de su padre, mirando hacia atrás. Su padre estiró y colocó una mano protectora sobre la cabeza del niño mientras se agachaba para atravesar la puerta y bajaba las escaleras.

Rosalie y yo nos habíamos quedado solas y enfrentadas a una elección de terrores.

Uno era quedarnos solas en las familiares inmediaciones de nuestra sala de estar, el otro era seguir a los adultos bajando las escaleras. Yo estaba agarrada a mi hermana mayor, mis dos brazos rodeando una de sus piernas. No veíamos por ninguna parte a la señora Stimpson.

—¿Vas a ir con ellos? —dijo Rosalie.

—¡No! ¡Ve tú! ¡Mira y dime lo que están haciendo!

—Yo me voy al cuarto de los niños —dijo.

—¡No me dejes! —grité—. No quiero estar aquí sola. ¡No te vayas!

—Puedes venir conmigo.

—No. ¿Qué van a hacer con Nicky?

Pero Rosalie quería librarse de mí, golpeando su mano brutalmente contra mi hombro y empujándome para alejarme de ella. Su rostro estaba pálido, y sus ojos a medio cerrar. Estaba temblando.

—¡Puedes hacer lo que quieras! —dijo, y a pesar de que intenté agarrarla una vez más, me eludió y salió corriendo del salón. Atravesó el pasillo, pasó junto a la puerta abierta, luego giró sobre las lozas que estaban al comienzo de la escalera y corrió hacia arriba. En ese momento pensé que estaba desdeñando mi miedo, pero desde la perspectiva de un adulto sospecho que se había asustado más que yo.

Fuera cual fuera la razón, me encontré verdaderamente sola, pero puesto que Rosalie me había obligado a que así fuera, la siguiente decisión era más fácil. Me invadió una sensación de calma, paralizando mi imaginación. Era solamente otra forma de miedo, pero me permitía moverme. Sabía que no podía quedarme sola donde estaba, y sabía que no tenía las fuerzas para seguir a Rosalie y subir aquellas lejanas escaleras. Únicamente quedaba un lugar hacia donde ir. Crucé la corta distancia que había hasta llegar a la puerta abierta de color marrón y miré hacia abajo.

Había dos bombillas en el techo que iluminaban el tramo descendiente de la escalera, pero abajo de todo, donde había otra puerta que daba a un lado, los escalones estaban iluminados por una luz mucho más brillante. El hueco de la escalera parecía estar vacío y su aspecto era normal, sorprendentemente limpio, con ningún indicio de peligro, sobrenatural o no. Pude escuchar voces que provenían de abajo.

Bajé las escaleras en silencio, deseando no ser descubierta, pero cuando llegué hasta el fondo y miré en el sótano principal, me di cuenta de que no había necesidad de esconderme. Los adultos estaban preocupados por lo que estaban haciendo.

Era suficientemente mayor como para entender lo que estaba sucediendo, pero no como para poder recordar en este instante lo que estaban diciendo los adultos.

Apenas llegué al final de las escaleras, mi padre y Clive Borden estaban discutiendo otra vez, aunque esta vez casi únicamente hablaba Borden. Mi madre aún estaba de pie a un lado, al igual que el sirviente, Stimpson. Nicky todavía estaba abrazado al pecho de su padre.

Fue una gran sorpresa para mí comprobar el tamaño y la extensión del sótano, y lo limpio que estaba. No tenía idea de que esa parte de la casa tuviera tanto espacio por debajo. Desde mi perspectiva infantil, el sótano parecía tener un techo alto, extendiéndose hacia los lados hasta las paredes pintadas de blanco, y estas paredes eran el límite de mi campo visual. (A pesar de que la mayoría de los adultos puede moverse por el sótano sin agachar la cabeza, el techo no es ni mucho menos tan alto como los de las habitaciones principales de arriba, y por supuesto la extensión del sótano no es más grande que la superficie de la propia casa). Gran parte del sótano estaba llena de cosas bajadas de la casa principal para ser guardadas allí: muchos de los muebles retirados durante la guerra aún estaban allí, cubiertos con sábanas blancas. A lo largo de una de las paredes había un montón de pinturas enmarcadas, con los lados pintados mirando hacia adentro para que no pudieran verse. Un área cerca de los escalones, dividida por una pared de ladrillos, había sido habilitada para ser utilizada como bodega. En la parte más alejada del sótano principal, difícil de ver desde donde yo estaba, había otro montón de cajas de embalaje, colocadas ordenadamente.

La impresión general del sótano era un lugar espacioso, fresco, limpio. Era un lugar que estaba en uso pero también se mantenía ordenado. Sin embargo, nada de esto me causó ninguna impresión en aquel momento. Todo lo que he descrito hasta ahora son recuerdos modificados, basados en lo que sé.

Aquel día, lo que me llamó la atención desde el momento en que llegué al final de las escaleras fue el artefacto construido en el centro del sótano.

Mi primera idea fue que era alguna clase de jaula poco profunda, porque era un círculo de ocho firmes listones de madera. Enseguida me di cuenta de que había sido construida en un hoyo que había en el suelo. Para entrar en ella, uno tenía que bajar un peldaño, por lo tanto, era en realidad más grande de lo que parecía a primera vista. A mi padre, que estaba de pie en el centro del círculo, sólo podía vérsele aproximadamente de la cintura para arriba. También había una disposición de cables por encima y algo, cuya forma no pude deducir claramente, que giraba sobre un vértice central, brillando y destellando en las luces del sótano. Mi padre estaba trabajando arduamente, evidentemente había algún tipo de panel de control por debajo de mi campo visual, y él estaba inclinado, bombeando algo con el brazo.

Mi madre estaba de pie alejada, mirando atentamente con Stimpson a su lado. Estos dos estaban en silencio.

Clive Borden estaba de pie junto a uno de los barrotes de madera, observando a mi padre mientras trabajaba. Su hijo Nicky estaba erguido en sus brazos, y se había dado la vuelta para mirar también hacia abajo. Borden estaba diciendo algo, y mi padre, mientras continuaba bombeando, le contestó en voz muy alta y gesticulando con un brazo. Sé que mi padre estaba de un humor peligroso, la clase de humor que Rosalie y yo sufríamos cuando lo habíamos hecho enfurecer hasta tal punto que sentía que tenía que demostrarnos algo, sin importar lo ridículo que fuera.

Me di cuenta de que era Borden el que le estaba provocando este tipo de ira, tal vez deliberadamente. Di un paso hacia adelante, no hacia ninguno de los adultos, sino hacia Nicky. Aquel niño pequeño estaba atrapado en algo que de ninguna manera podría entender, y mi instinto era correr hacia él, tomar su mano y tal vez alejarlo del peligroso juego de los adultos.

Ya había caminado la mitad de la distancia que me separaba del grupo, sin que ninguno se percatara en lo más mínimo de mi presencia, cuando mi padre gritó:

—¡Retrocedan, todos!

Mi madre y Stimpson, que evidentemente sabían lo que iba a suceder, inmediatamente dieron unos pasos hacia atrás. Mi madre dijo algo en lo que para ella era una voz alta, pero sus palabras fueron ahogadas por un creciente estrépito que provenía del dispositivo. Zumbaba y chispeaba, incansablemente, peligrosamente.

Clive Borden no se había movido, y estaba a tan sólo cuarenta o cincuenta centímetros de distancia del borde del hoyo. Todavía nadie me miraba.

Una serie de fuertes estruendos estallaron de repente desde la cima del aparato, y con cada uno de ellos apareció un largo y serpenteante zarcillo de descarga eléctrica blanca. A medida que cada uno salía disparado, merodeaba como el tentáculo extendido de alguna terrible criatura del fondo del océano en busca de su presa. El ruido era tremendo; cada destello, cada ondulante tentáculo de energía pura, estaba acompañado de un silbido chirriante, lo suficientemente fuerte como para lastimar mis oídos. Mi padre levantó la vista para mirar a Borden, y pude ver una familiar expresión de triunfo en su rostro.

—¡Ahora lo sabes! —le gritó.

—¡Apágalo, Víctor! —gritó mi madre.

—¡Pero si el señor Borden insistió! ¡Bien, aquí está, señor Borden! ¿Satisface esto su insistencia?

Borden seguía de pie como si estuviera petrificado, a apenas una corta distancia de la serpenteante descarga eléctrica. Tenía al pequeño niño entre sus brazos. Pude ver la expresión del rostro de Nicky, y supe que estaba tan asustado como yo.

—¡Esto no prueba nada! —gritó Borden.

La respuesta de mi padre fue cerrar una gran palanca de metal pegada a uno de los pilares que estaban dentro del artilugio. Los zigzagueantes rayos de energía inmediatamente se doblaron en tamaño, y serpenteaban con más agilidad que nunca alrededor de los barrotes de madera de la jaula. El ruido era ensordecedor.

—¡Entra, Borden! —gritó mi padre—. ¡Entra y míralo tú mismo!

Para mi sorpresa, mi padre salió entonces del hoyo, pisando el suelo del sótano principal entre dos de los barrotes de madera. Instantáneamente, algunos de los rayos eléctricos se dirigieron hacia él, silbando horriblemente alrededor de su cuerpo.

Por un instante estuvo rodeado por ellos, consumido por el fuego. Parecía fundirse con la electricidad, iluminado desde su interior, una figura espantosamente amenazadora. Luego dio otro paso hacia adelante y se libró de todo.

—¿No estarás asustado, verdad, Borden? —gritó violentamente.

Estaba lo suficientemente cerca como para ver que el cabello de mi padre estaba erizado desde la raíz, y los vellos que asomaban de sus mangas estaban de punta. La ropa pendía extrañamente de su cuerpo, como si se estuviera inflando, separándose de él, y su piel parecía, ante mis mortificados ojos, estar brillando permanentemente de un color azul como resultado de los escasos segundos en que estuvo bañado por la electricidad.

—¡Maldito seas, maldito seas! —gritó Borden.

Se dirigió hacia donde estaba mi padre, y le arrojó bruscamente al horrorizado niño. Nicky trató de mantenerse pegado a su padre, pero Borden lo empujó para alejarlo de él. Mi padre aceptó al niño con desgana, agarrándolo torpemente. Nicky gritaba aterrorizado y luchaba para ser liberado.

—¡Salta ahora! —le gritó mi padre a Borden—. ¡Se irá en los próximos segundos!

Borden dio un paso hacia adelante hasta quedar en el borde de la zona de electricidad. Mi padre estaba junto a él, mientras Nicky intentaba alcanzarlo con sus brazos, gritando una y otra vez que quería a su papá. Azules víboras serpenteantes de descarga se movían disparatadamente a unos pocos milímetros de distancia de Borden. Sus cabellos se erizaron, y pude verlo apretando y soltando los puños. Su cabeza se inclinó brevemente hacia adelante, y al hacer esto uno de los zarcillos lo encontró instantáneamente, serpenteando por debajo de su cuello, alrededor de sus hombros y de su espalda, y estallando ruidosamente contra el suelo entre sus zapatos.

Saltó hacia atrás aterrorizado, y sentí pena por él.

—¡No puedo hacerlo! —dijo jadeando—. ¡Apaga la maldita cosa!

—Esto es lo que querías, ¿no es así?

Mi padre estaba lleno de locura. Dio un paso hacia delante, alejándose de Clive Borden, y metiéndose en medio del mortal bombardeo de electricidad. Media docena de tentáculos les rodearon instantáneamente a él y al niño, empapándolos a ambos con el letal brillo azul verdoso. Todos los pelos de su cabeza estaban de punta, parecía más terrible que nunca.

Arrojó a Nicky dentro del hoyo.

Mi padre dio un paso hacia atrás, alejándose del bombardeo mortal.

Cuando Nicky cayó, sus brazos y piernas moviéndose frenéticamente en el aire, gritó de nuevo, un alarido desesperado. Fue una única y sostenida explosión de puro terror, soledad y miedo a ser abandonado.

Antes de chocar contra el suelo, el aparato explotó en cientos de luces. Las llamas se disparaban desde los cables aéreos, y un estruendo sonó violentamente. Los puntales de madera parecían hincharse hacia afuera por la presión que venía desde adentro, y mientras los tentáculos de luz se retiraban sobre ellos mismos, lo hacían con un chirrido como el de un afilador deslizándose contra el acero.

Todo había terminado. En el aire quedaba un denso humo azul, que se esparcía hacia afuera a través del techo del sótano. El aparato por fin estaba en silencio, quieto; Nicky yacía inmóvil sobre el duro suelo debajo de la estructura.

En algún lugar a lo lejos, parecía, todavía podía escucharse el eco de su terrible grito resonando en nuestros oídos.