Escribo, sin desearlo realmente, en el año 1903. Había planeado dejar mi cuaderno cerrado para siempre, pero los acontecimientos han conspirado en mi contra.
Rupert Angier ha muerto súbitamente. Tenía cuarenta y seis años, sólo un año menos que yo. Su muerte, de acuerdo con una noticia en el Times, fue producto de las complicaciones de unas heridas sufridas durante la ejecución de un número de magia en el escenario de un teatro en Suffolk.
Separé esta noticia y una más breve que apareció en el Morning Post, por si había alguna otra información que pudiera al fin descubrir sobre él, pero pocas cosas eran nuevas para mí.
Yo sospechaba que estaba enfermo. La última vez que lo vi tenía un aspecto frágil, e imaginé que era víctima de una enfermedad crónica que le debilitaba.
Mientras escribo resumiré las notas necrológicas publicadas que tengo frente a mí.
Nació en Derbyshire en 1857, pero a una edad temprana se mudó a Londres, donde trabajó posteriormente durante muchos años como ilusionista y prestidigitador, alcanzando un considerable éxito. Presentó su espectáculo a lo largo y a lo ancho de todas las Islas Británicas y por Europa, y realizó giras por el Nuevo Mundo tres veces, siendo la última de estas ocasiones a principios de este año. Se le adjudicaba la invención de varios notables trucos escénicos, en particular uno llamado «Clara mañana» (que consistía en liberar a una asistente de lo que parecía ser un frasco sellado colocado frente al público), el cual había sido repetidamente imitado. Más recientemente, había desarrollado con mucho éxito un truco llamado «En un abrir y cerrar de ojos», el cual estaba realizando en el momento del accidente mortal.
Experto prestidigitador, Angier fue un popular mago de reuniones pequeñas o privadas. Estaba casado, tenía un hijo varón y dos hijas, y hasta el final vivió con su familia en Highgate, en Londres. Realizaba actuaciones con regularidad, hasta que ocurrió el accidente que lo llevó a la muerte.