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Mi actuación siempre se abre con «Los eslabones chinos». Es un truco rutinario que me gusta realizar, y al público le encanta verlo, sin importar si ya lo conocen. Los aros brillan bajo la luz de los focos, suenan metálicamente unos contra otros, los movimientos rítmicos de las manos y los brazos del prestidigitador, y el suave enlazar y desenlazar de los aros, parecen fascinar al público. Es un truco imposible de descifrar, a menos que se esté de pie a unos pocos centímetros de distancia del mago, y que se le puedan arrebatar los aros. Siempre encanta, siempre crea esa electrizante sensación de misterio y milagro.

Después, traigo empujando la «Caja moderna», que ha estado todo el tiempo sobre el escenario. A casi un metro de los focos, giro la caja para mostrar sus dos lados y la parte de atrás. Me aseguro de que se me vea pasar por detrás de ella, para que el público pueda ver mis pies por el hueco que queda entre el escenario y el fondo de la caja, y queden convencidos de que nadie puede estar oculto debajo. Cuando abro la puerta de golpe para mostrar el interior, y luego me introduzco dentro para soltar el pestillo que sostiene el panel de atrás, el público puede ver claramente a través de la caja. Ven cómo la atravieso de nuevo, de adelante hacia atrás, y cierro la pared del fondo. La puerta permanece abierta, y mientras estoy supuestamente ocupado detrás de la caja, aprovechan la oportunidad para mirar una vez más en su interior. Sin embargo, no hay nada que ver: la caja está, debe estar, completamente vacía.

Entonces, rápidamente, cierro la puerta de delante de un portazo, giro la caja sobre sus ruedas y abro de golpe la puerta. Dentro, alta, hermosa, vestida con un lujoso traje, sonriendo y agitando suavemente los brazos, llenando completamente el estrecho interior de la caja, hay una mujer. Sale, hace una reverencia para agradecer los ensordecedores aplausos y abandona el escenario.

Empujo la caja hasta el borde del escenario, donde Thomas Elbourne la retira silenciosamente.

El próximo número. Este es menos espectacular, y en él participan dos o tres miembros del público. Toda actuación de magia incluye algún momento con un mazo de cartas. El mago debe demostrar su habilidad con juegos de manos, de lo contrario, corre el riesgo de ser calificado por sus colegas profesionales como el simple operador de una maquinaria que funciona por sí sola. Camino hacia los focos, y detrás de mí, se cierra el telón. Esto es en parte con el fin de crear una atmósfera cerrada e íntima para los trucos de cartas, pero sobre todo para que detrás Thomas pueda preparar los artefactos de «El nuevo hombre transportado».

Al terminar con las cartas, es necesario romper con la sensación de concentración silenciosa, por lo que paso rápidamente a realizar una serie de coloridos interludios.

Banderas, serpentinas, ventiladores, pelotas y guantes de seda brotan sin parar de mis manos, mangas y bolsillos, creando un llamativo y caótico despliegue de objetos a mi alrededor. Mi asistente femenina camina detrás de mí por el escenario, aparentemente para quitar algunas de las serpentinas, pero en realidad para pasarme disimuladamente más material comprimido para mi número. Al finalizar, los papeles de colores brillantes cubren mis pies. Me detengo a recibir el aplauso del público.

Mientras éste todavía está aplaudiendo, se alza el telón detrás de mí, y en una semioscuridad puede verse el artefacto para «El nuevo hombre transportado». Mis asistentes suben rápidamente al escenario y despejan con destreza las serpentinas de colores.

Vuelvo a situarme bajo la luz de los focos, miro al público y me dirijo a él directamente, en mi inglés entrecortado con acento francés. Explico que lo que estoy a punto de hacer únicamente ha podido hacerse a partir del descubrimiento de la electricidad. La actuación extrae energía desde las entrañas de la Tierra. Fuerzas inimaginables entran en juego, unas que ni siquiera yo termino de entender. Les explico que están a punto de ser testigos de un verdadero milagro, uno en el cual se arriesgan la vida y la muerte, como en el juego de dados que jugaban mis ancestros para evitar la carreta.

Mientras hablo, las luces del escenario brillan y reflejan los lustrados soportes metálicos, los dorados rollos de cables, los relucientes globos de cristal. El artefacto es algo hermoso, pero es una belleza amenazadora, porque para aquel entonces ya todos han oído hablar acerca de los poderes mortales de la corriente eléctrica. Los periódicos han proporcionado noticias sobre horribles muertes y quemaduras causadas por la nueva fuerza que ya se encuentra disponible en muchas ciudades.

El artefacto de «El nuevo hombre transportado» está diseñado para que el público recuerde estos horrorosos informes. Lleva numerosas bombillas eléctricas incandescentes, algunas de las cuales se encienden mientras yo hablo. A un lado, hay un gran globo de cristal, dentro del cual un brillante arco de electricidad chispea y chasquea dramáticamente. La parte principal del artefacto aparece frente al público como un largo banco de madera, a casi un metro de altura sobre el suelo del escenario. Pueden ver a través de él, a su alrededor, por debajo de él. En una punta, al lado de la cámara de cristal con el arco iluminado, una pequeña plataforma elevada se sostiene mediante cables colgantes, sus puntas desnudas expuestas peligrosamente. Sobre la plataforma descansa un dosel donde se encuentran muchas bombillas incandescentes. Al final hay un cono metálico, decorado con un espiral de luces brillantes más pequeñas, montado encima de un mecanismo sobre ruedas que le permite girar en varias direcciones. Alrededor de la parte principal, hay pequeñas concavidades y estantes, donde esperan terminales abiertas. Todo el aparato emite un estridente zumbido, como si existiesen allí grandiosas energías ocultas.

Le explico al público que gustosamente invitaría a alguien al escenario para que examinara el aparato, si no fuera por el inmenso peligro que ello entraña. Hablo distraídamente de algunos accidentes anteriores. En lugar de eso, prosigo, he diseñado algunas simples demostraciones del poder inherente a esta máquina. Dejo caer un poco de polvo de magnesio en dos contactos desnudos, ¡y un destello de luz blanca y brillante deja momentáneamente ciegos a los miembros del público que se encuentran más cerca del escenario! Mientras la bola de humo que se desprende va hacia arriba y desaparece, tomo una hoja de papel y la dejo caer en otra parte semioculta del artefacto; inmediatamente estalla en llamas, y el humo que surge también se eleva con un gran efecto dramático hacia el entretecho de cordaje.

Aumenta el volumen del zumbido. El artefacto parece cobrar vida, apenas conteniendo las terribles energías que hay en él.

Por el lado izquierdo del escenario aparece mi asistente femenina con una caja con ruedas. Está sólidamente construida de madera, pero debido a que va sobre ruedas, es posible girarla para que puedan verse todos sus lados. Luego deja caer el frente y los lados para mostrar que está vacía.

Hago una mueca de tristeza en dirección al público, luego señalo a la chica, que me trae dos inmensos guantes de color marrón oscuro, hechos para que parezcan de cuero. Cuando me los pongo, ella me lleva hasta el artefacto y me detengo detrás de él. El público todavía puede ver gran parte de mi cuerpo, y se queda convencido de que no hay espejos o protecciones ocultas. Bajo mis manos enguantadas hasta la superficie de la plataforma, así aumenta el sonido de tensión eléctrica, y hay otra brillante descarga de corriente eléctrica. Me tambaleo hacia atrás, como si se hubiera producido una descarga.

La chica se aleja del artefacto, encogiéndose un poco. Interrumpo bruscamente mi introducción para implorarle que deje el escenario por el bien de su propia seguridad. Primero se resiste y luego con gusto se desliza rápidamente entre bastidores.

Me dirijo hasta el cono direccional, lo tomo con mucho tiento con mis manos bien enguantadas y lo muevo con mucho cuidado hasta que su vértice apunta directamente hacia la caja.

El truco está llegando a su clímax. Desde el foso de la orquesta se oye un redoble de batería. Coloco ambas manos sobre la plataforma una vez más, y mágicamente todas las bombillas que quedaban brillan de forma resplandeciente. El siniestro zumbido aumenta. Primero, me siento sobre la plataforma y giro sobre mí mismo para poder estirar las piernas; a continuación voy bajando hasta quedar completamente acostado, rodeado por la evidencia de las terribles fuerzas eléctricas.

Levanto los brazos y me quito primero uno, y luego el otro guante. Mientras bajo los brazos, dejo que mis manos caigan por debajo del nivel de la plataforma. Una de ellas, la que puede ver el público, cae casualmente en el interior del receptáculo donde, unos segundos antes, un pedazo de papel se había prendido fuego.

Se produce un brillante y deslumbrante destello de luz, y todas las luces del artefacto se funden hasta dejarlo todo sumido en la oscuridad.

En el mismo instante… desaparezco de la plataforma.

La caja se abre de golpe, y aparezco encorvado en su interior.

Lentamente me estiro para salir de la caja, y me desplomo sobre el suelo. Me bañan las luces del escenario. Poco a poco recobro el conocimiento. Me pongo de pie, parpadeo ante la brillantez de las luces y me enfrento al público. Me doy vuelta y voy hacia la plataforma, indico dónde me encontraba, vuelvo a girarme hacia la caja que se encuentra justo detrás de mí y señalo el punto al que he llegado.

Hago mi reverencia.

El público ha asistido a mi metamorfosis. Ante sus ojos, he sido catapultado por el poder de la electricidad de una parte a otra del escenario. Tres metros de espacio vacío. Seis metros, nueve metros, dependiendo del tamaño del escenario.

Un cuerpo humano transmitido en un instante. Un milagro, una imposibilidad, una ilusión.

Mi asistente regresa al escenario. Cogiendo su mano, sonrío y me inclino ante el público mientras suenan los aplausos y el telón baja ante mí.

Si no añado nada más acerca de esto, todo estará bien. No debo intervenir otra vez, pero puedo continuar hasta el final.