Entonces uno de los grandes problemas que deberemos enfrentar en el futuro es el de la relación entre el hombre y la máquina, de las funciones que deben ser propiamente asignadas a esos dos agentes. En apariencia la máquina tiene ciertas ventajas evidentes. Es más rápida en su acción y más uniforme, o al menos puede ser hecha con esas propiedades si está bien diseñada. Una computadora digital puede efectuar en un día un volumen de trabajo que podría absorber la totalidad de los esfuerzos de un equipo de calculistas durante un año, y podría efectuarlo con un mínimo de imperfecciones y metidas de pata.
Por otro lado, el ser humano tiene ciertas ventajas nada despreciables. Aparte del hecho que cualquier hombre sensible puede considerar los propósitos del hombre como primordiales en las relaciones entre el hombre y la máquina, la máquina es mucho menos compleja que el hombre y tiene un alcance mucho menor en la variedad de sus acciones. Si consideramos la neurona de la materia gris del cerebro como del orden 1/1 000 000 de milímetro cúbico, y al más pequeño transistor obtenible actualmente del orden del milímetro cúbico[23], no habríamos juzgado la situación como demasiado desfavorable desde el punto de vista de la ventaja de la neurona en términos de menor masa. Si se considera a la materia blanca del cerebro como equivalente al alambrado de un circuito de computadora, y si tomamos cada neurona como el equivalente funcional de un transistor, la computadora equivalente a un cerebro ocuparía una esfera del orden de 9 metros de diámetro. Realmente, sería imposible construir una computadora que en algo se pareciera a la relativamente compacta textura del cerebro, y cualquier computadora con poderes comparables a los del cerebro podría ocupar un edificio de oficinas de apreciable tamaño, si no es que un rascacielos. Es difícil creer que, en comparación con las computadoras existentes, el cerebro no tenga ciertas ventajas concomitantes a su enorme dimensión operativa, que es incomparablemente más grande de lo que podríamos esperar dada su dimensión física.
La principal entre esas ventajas parecería ser la habilidad del cerebro para manejar ideas vagas, todavía imperfectamente definidas. Al manejarlas, las computadoras mecánicas, o al menos las que existen en la actualidad, son virtualmente incapaces de programarse a sí mismas. Pero en poemas, en novelas y pinturas, el cerebro parece encontrarse a sí mismo capaz de trabajar muy bien con elementos que cualquier computadora rechazaría por indefinidos.
Dejemos al hombre las cosas que son del hombre y a las computadoras las cosas que son de ellas. Ésta podría parecer la política inteligente a adoptar cuando empleamos juntos hombres y computadoras en empresas comunes. Es una política tan apartada de la del adorador de artefactos como de la del hombre que ve solamente blasfemia y degradación del hombre en el uso de cualesquiera ayudantes mecánicos para pensar. Lo que ahora necesitamos es un estudio independiente de sistemas que comprendan elementos humanos y mecánicos. Dicho sistema no debería ser afectado por prejuicios promecánicos ni antimecánicos. Pienso que tal estudio ya se está desarrollando y que prometerá una mejor comprensión de la automatización.
Un campo en el que podemos usar, y usamos, tales sistemas mixtos es el del diseño de prótesis, de dispositivos que reemplazan miembros u órganos sensibles dañados. Una pierna de madera es un sustituto mecánico de una pierna de carne y hueso perdida, y un hombre con una pierna de madera representa un sistema compuesto tanto por partes mecánicas como humanas.
Quizá la clásica pata de palo simple no sea interesante, ya que sustituye al miembro perdido sólo en la forma más elemental, y una de madera con forma de pierna, tampoco es muy interesante. Sin embargo, hay un cierto trabajo con miembros artificiales que está haciendo en Rusia, en los Estados Unidos y en otras partes un grupo al que yo pertenezco. Este trabajo es mucho más interesante en principio y en él realmente se hace uso de ideas cibernéticas.
Supongamos que un hombre ha perdido una mano hasta la muñeca. Ha perdido unos pocos músculos que sirven principalmente para desplegar los dedos y retraerlos juntos nuevamente, pero la mayor parte de los músculos que normalmente mueven la mano y los dedos están todavía intactos en el muñón del antebrazo. Cuando esos músculos están contraídos, no mueven la mano y los dedos pero sí producen ciertos efectos eléctricos conocidos como potenciales de acción. Éstos, pueden ser captados mediante electrodos apropiados, y pueden ser amplificados y combinados mediante circuitos transistorizados. Pueden adaptarse para que controlen los movimientos de una mano artificial mediante motores eléctricos, los que derivan su fuerza de baterías o acumuladores eléctricos apropiados, pero las señales que los controlan son enviadas a través de circuitos transistorizados. La parte nerviosa central del aparato de control está por lo general casi intacta y debe ser usada.
Tales manos artificiales han sido hechas ya en Rusia, e incluso han permitido a algunos amputados de mano regresar al trabajo efectivo. Este resultado se facilita por la circunstancia de que la misma señal nerviosa que era efectiva en producir una contracción muscular antes de la amputación puede continuar siendo efectiva en el control del motor que mueve la mano artificial. Por consiguiente, el aprendizaje del uso de esas manos se ha hecho mucho más fácil y más natural.
Sin embargo, como tal, una mano artificial no puede sentir, y la mano es tanto un órgano de tacto como de movimiento. Pero veamos ¿por qué una mano artificial no puede sentir? Es fácil poner manómetros dentro de los dedos artificiales que pueden comunicar impulsos eléctricos a un circuito apropiado. En esos términos, esto puede, en su punto terminal, activar dispositivos que actúen sobre la piel viva, o sea, la piel del muñón. Por ejemplo, esos dispositivos pueden ser vibradores. Con ello podemos producir una sensación sustitutiva de tacto, y podemos aprender a usarla para remplazar la sensación natural del tacto perdida. Ademas, hay aún elementos kinestésico-sensorios en los músculos mutilados, de los que puede sacarse buen provecho.
En consecuencia, hay una nueva ingeniería de prótesis posible, y ella conlleva el diseño de sistemas de naturaleza mixta, que comprendan tanto partes humanas como mecánicas. Sin embargo, esta clase de ingeniería no necesita limitarse al reemplazo de partes que hayamos perdido. Hay una prótesis de partes que no tenemos y nunca hemos tenido. El delfín se propulsa a sí mismo en el agua mediante sus aletas, y esquiva obstáculos escuchando los reflejos de los sonidos que el mismo emite. ¿Qué es el propulsor de un barco si no un par de aletas artificiales, o que es el aparato del sonar si no un aparato detector y emisor de sonido sustituto de aquel del delfín? Las alas y los motores de jet de un aeroplano remplazan las alas de un águila y el radar sus ojos, al tiempo que el sistema nervioso que los combina es remedado por un piloto automático y otros dispositivos de navegación similares.
Entonces, los sistemas humano-mecánicos tienen un gran campo práctico en el que pueden ser útiles, pero en ciertas situaciones son indispensables. Ya hemos visto que las máquinas discentes deben operar de acuerdo con ciertas normas de buen funcionamiento. En el caso de las máquinas jugadoras de juegos, en el que los movimientos permisibles son establecidos arbitrariamente de antemano, y el objetivo del juego es ganar con base en un conjunto de reglas permisibles de acuerdo con una convención estricta que determina el triunfo o la derrota, esta norma no crea problemas. Sin embargo, hay muchas actividades que desearíamos perfeccionar mediante procesos de aprendizaje en los cuales el éxito de la actividad debe ser juzgado por un criterio que incluye a los seres humanos, y en las cuales el problema de la reducción de dicho criterio a unas reglas formales está lejos de ser simple.
Un campo en el que hay una gran demanda por la automatización, y una gran demanda potencial por la automatización del aprendizaje, es el de la traducción automática. Ante el presente estado metaestable de tensión internacional, los Estados Unidos y Rusia están, cada uno por su parte, igual y opuestamente urgidos de descubrir lo que el otro está pensando y diciendo. Puesto que en ambos lados hay un número limitado de traductores humanos competentes, cada uno está explorando las posibilidades de la traducción mecánica. Esto se ha logrado hasta cierto punto, pero ni las cualidades literarias ni la inteligibilidad de los resultados de esas traducciones han sido suficientes para provocar un gran entusiasmo en ambas partes. Ninguno de los dispositivos mecánicos de traducción ha probado ser digno de confianza cuando decisiones trascendentales depende de la precisión de la traducción.
Quizá la ruta más prometedora de la mecanización de la traducción sea mediante una máquina que aprenda. Para que una máquina de esa especie opere necesitamos tener un criterio firme de buena traducción. Esto supone una de dos cosas: ya sea un conjunto completo de reglas objetivamente aplicables que determinen cuando una traducción es buena, o alguna entidad capaz de aplicar un criterio de buen funcionamiento, independientemente de tales reglas.
El criterio normal de buena traducción es la inteligibilidad. Las personas que leen el idioma al que la traducción se hace deben recibir del texto la misma impresión obtenida del original por personas que entiendan el idioma del original. Si este criterio fuera difícil de aplicar, podríamos dar uno que es necesario si no suficiente. Supongamos que tenemos dos máquinas traductoras independientes, sean, una del inglés al danés y la otra del danés al inglés. Cuando un texto en inglés haya sido traducido al danés por la primera máquina, dejemos a la segunda traducirlo de nuevo al inglés. En tal caso la traducción final debe resultar reconociblemente equivalente al original para una persona familiarizada con el inglés.
Es concebible que un conjunto de reglas dadas para una traducción de esa especie deba ser tan definido que pueda confiarse a una máquina, y tan perfecto que sea suficiente para que una traducción realizada de acuerdo con esas reglas sea satisfactoria en términos del criterio que hemos dado. Yo no creo que la ciencia lingüística esté tan avanzada como para que sea viable un conjunto de reglas de esta especie ni que haya alguna esperanza de que vaya a ser tan avanzada en el futuro previsible. Limitada por este estado de cosas, una máquina traductora tendrá un riesgo de error. Si alguna consideración importante de acción o estrategia va a ser determinada mediante el uso de una máquina traductora, un pequeño error o incluso una pequeña posibilidad de error pueden tener consecuencias desproporcionadamente grandes y serias.
Me parece que la mejor esperanza respecto a una traducción mecánica razonablemente satisfactoria está en remplazar un mecanismo puro, al menos al principio, por un sistema mecánico humano, incluyendo como crítico a un traductor humano experto, que enseñe a la máquina mediante ejercicios, a la manera que un maestro de escuela instruye a sus alumnos. Quizá en una etapa posterior la memoria de la máquina haya absorbido suficiente instrucción humana como para prescindir de posterior participación humana, con excepción quizá de un curso de actualización ocasional. Por este camino la máquina podría desarrollar una madurez lingüística.
Tal esquema no le eliminaría a una oficina de traducción la necesidad de contar con un lingüista experto en cuya habilidad y juicio pudiera confiarse. Ello lo habilitaría, o al menos podría habilitarlo, para manejar un volumen considerablemente mayor de traducción de lo que podría lograr sin asistencia mecánica. Esto, en mi opinión, es lo mejor que podemos esperar de la traducción mecánica.
Hasta aquí hemos discutido la necesidad de un crítico sensible a los valores humanos, tal como, por ejemplo, en un sistema de traducción en el que todo, excepto el crítico, fuese mecánico. Sin embargo, si el elemento humano interviene como crítico, es muy razonable introducido también en otras etapas. En una máquina traductora no es en modo alguno esencial que el elemento mecánico de la máquina nos de una traducción completa única. Puede damos un amplio número de traducciones alternativas de frases individuales que se ubiquen dentro de las reglas gramaticales y lexicográficas y dejen al crítico la alta responsabilidad de censurar y seleccionar de entre las traducciones mecánicas la que mejor se ajuste al sentido. No hay necesidad alguna de que el uso de la máquina en la traducción deje a ésta la formación de una traducción completamente acabada, incluso en el sentido de que la traducción se perfeccione después mediante la crítica a la totalidad. La crítica podría empezar desde una etapa más temprana.
Lo que he dicho acerca de las máquinas traductoras puede aplicarse con igual o mayor vigor a las máquinas que están diseñadas para realizar diagnósticos médicos. Tales máquinas están mucho más en boga en los planes para la medicina del futuro. Podrían ayudar a seleccionar los elementos que el médico usaría en el diagnóstico, pero no hay necesidad alguna de que completasen el diagnóstico sin el médico. Tal política acabada y permanente, en una máquina médica, probablemente producirá tarde o temprano mucha mala salud y muertes.
Un problema relacionado que requiere la consideración conjunta de elementos mecánicos y humanos es el problema operativo de la invención, que ha sido discutido conmigo por el Dr. Gordon Raisbeck, de la Arthur D. Little, Inc. Operativamente, debemos considerar una invención no sólo en relación con lo que podamos inventar sino también con la manera como la invención puede ser usada y cómo será usada en un contexto humano. La segunda parte del problema es con frecuencia más difícil que la primera y tiene una metodología menos rigurosa. Nos enfrentamos entonces a un problema de desarrollo que es esencialmente un problema de aprendizaje, no sólo en el sistema mecánico, sino en el sistema mecánico conectado con la sociedad. Éste es un caso que definitivamente requiere una consideración del problema del mejor uso conjunto de la máquina y el hombre.
Un problema similar y muy apremiante es el del uso y desarrollo de dispositivos militares en asocio con la evolución de la táctica y la estrategia.
Aquí también, el problema operativo no puede ser separado del problema de automatización.
El problema de adaptar la máquina a las condiciones actuales mediante el uso apropiado de la inteligencia del traductor, del médico o del inventor, no es un problema que solamente deba enfrentarse ahora, sino que debe enfrentarse continuamente. El progreso de las artes y las ciencias significa que no podemos contentarnos con la sabiduría total de cualquier época concreta. Esto es quizá más claramente cierto en cuanto a los controles sociales y la organización de sistemas de aprendizaje en la política. En un periodo de relativa estabilidad, si no en la filosofía de la vida, entonces en las circunstancias reales que hemos producido a nuestro alrededor en el mundo, podemos ignorar con seguridad nuevos peligros, tales como los que han surgido en la presente generación en relación con la explosión demográfica, la bomba atómica, la presencia de una medicina ampliamente extendida y otros similares. No obstante, con el transcurso del tiempo deberemos reconsiderar nuestra vieja optimización, y se necesitará una nueva y revisada para tomar en consideración esos fenómenos. La homeostasis, ya sea para el individuo o para la especie, es algo cuyas bases deberán reconsiderarse tarde o temprano. Esto significa, por ejemplo, como dije en un artículo para el Voprosy Filosofia de Moscú[24], que aunque la ciencia es una importante contribución a la homeostasis de la comunidad, es una contribución cuyas bases deben ser revaluadas nuevamente más o menos cada generación. Permítaseme aquí destacar que las actuales homeostasis tanto oriental como occidental están realizándose con la intención de fijar de manera permanente los conceptos de un periodo que pasó hace mucho. Marx vivió en medio de la primera revolución industrial y estamos ahora muy dentro de la segunda. Adam Smith pertenece a una fase aún más temprana y obsoleta de la primera revolución industrial. La homeostasis permanente de la sociedad no puede hacerse bajo el supuesto rígido de una completa permanencia del marxismo ni puede hacerse bajo el supuesto similar concerniente a un concepto estandarizado de libre empresa o de afán de lucro. No es tanto la forma de la rigidez la que es particularmente fatal sino la rigidez en sí misma, cualquiera que sea su forma.
Me pareció importante decir algo en ese artículo que enfatizara la función homeostática de la ciencia y al mismo tiempo protestara contra la rigidez de las aplicaciones sociales de la ciencia, tanto en Rusia como en cualquier otra parte. Cuando mandé ese artículo a Voprosy Filosofii, preví que podía haber una fuerte reacción por mi actitud contra la rigidez; de hecho, mi artículo fue acompañado por otro considerablemente más largo que señalaba las deficiencias de mi posición desde un punto de vista estrictamente marxista. No dudo de que si mi documento original hubiese sido publicado primero por acá, hubiese recibido una similar y casi igual reacción desde el punto de vista de nuestros propios prejuicios, los que —si bien no tan rígida y formalmente expresados— son también muy fuertes. La tesis que deseo mantener no es pro ni anticomunista sino antirigidez. Por consiguiente, expreso aquí mis ideas en una forma que no está muy estrechamente conectada con una evaluación de la diferencia entre los peligros subyacentes en esas rigideces paralelas pero opuestas. La moraleja que deseo recalcar es que las dificultades para establecer una regulación realmente homeostática de la sociedad no van a ser superadas mediante el reemplazo de un patrón establecido, no sujeto a una contínua reconsideración, por otro patrón establecido, opuesto, pero de la misma especie.
Sin embargo, hay otras máquinas que aprenden aparte de la máquina traductora y de la jugadora de damas. Algunas de ellas pueden ser programadas en forma completamente mecánica y otras, como la máquina traductora, precisan la intervención de expertos humanos en calidad de críticos. Me parece que los usos de las de la última clase exceden con mucho a los de la primera. Lo que es más, recuérdese que en el juego de la guerra atómica no hay expertos.