—¿Tendría la bondad de acompañarme, señora Wallace?
Una mujer de no más de cuarenta años y de agradables facciones hispanas se le acercó mientras esperaba inquieta en aquella pequeña sala adyacente a la habitación en la que Liam se encontraba a solas con Lisa Wilson.
—Disculpe pero… —Amy se levantó de su asiento algo confundida.
—Discúlpeme usted a mí. Soy la doctora Montes. Eva Montes.
—Encantada de conocerla, doctora Montes —le dijo extendiéndole la mano.
—Soy psicóloga y formo parte del Departamento de Asuntos Sociales de este hospital. Estamos inmersos en un programa de apoyo a las mujeres en la situación de Lisa.
Amy se preguntó a qué clase de situación se refería expresamente la doctora Montes.
—Pacientes terminales en situaciones familiares especiales o irregulares —le explicó como si le hubiera leído el pensamiento.
—Comprendo… y ¿qué puedo hacer por usted? —Amy aún se encontraba algo perdida.
—Su esposo se dirigirá en breves minutos a Hematología. Se someterá a los análisis pertinentes y con posterioridad se reunirá con nosotros en otro lugar en un ala del hospital en la que afortunadamente se respira un ambiente mucho más alegre y distendido que en esta planta.
—Pero creía que…
—Todo marcha correctamente, no tiene de qué preocuparse. —Le ofreció una sonrisa tranquilizadora.
Después de cruzar diversos pasillos y subir y bajar varias veces en el ascensor, Amy se encontró en un pequeño pabellón completamente diferente. Estaba en el área de Oncología infantil y aquello parecía más una escuela primaria que un hospital. Era una bonita manera de hacer que aquellos pequeños seres lograran olvidarse por momentos de dónde se encontraban. Recordó la injusta forma en que su hija Leah le había sido arrebatada, pero se puso en la piel de aquellas madres y padres que tenían que pasar por el calvario de ver enfermar a sus hijos a tan temprana edad. La doctora se detenía cada dos por tres para saludar a familiares, pequeños sonrientes pacientes y otro personal del hospital. Amy se sintió observada por rostros interrogantes y se limitó a sonreír desde el corazón tal y como siempre hacía Liam. La doctora Montes le hizo pasar a un pequeño cuarto donde le entregó una bata y calzado especial.
—Puede dejar aquí el resto de sus pertenencias —le dijo.
Amy obedeció sin hacer preguntas y dejó a un lado su bolso y su abrigo. Luego reanudaron su paso para abrir una puerta que conducía a un aula infantil llena de pequeñas mesas redondas con sus respectivas sillas, pizarras, murales de colores, zonas de juegos y lectura.
—En ocasiones los hijos de pacientes terminales como Lisa suelen compartir este espacio con otros pacientes de corta edad que están en las últimas fases del proceso de recuperación previos al alta —le explicó Montes—. De ahí el atuendo que los visitantes deben llevar. Están completamente curados, pero sus defensas aún están bajas y preferimos no arriesgar.
—Entiendo. Es tan injusto que tengan que pasar por todo esto —murmuró con tristeza en sus ojos.
Eva la contempló sabiendo de antemano el padecimiento por el que aquella mujer había debido pasar y la cruz que tendría que llevar de por vida.
—Afortunadamente en ocasiones no llegan a asimilar totalmente el significado del lugar en el que se encuentran. Hacemos todo lo posible para que lo afronten con la mayor normalidad y, por supuesto, que salgan de aquí con la sensación de que no ha sido en absoluto una experiencia traumática.
—Encomiable labor, sin duda —añadió profundamente conmovida.
—Henry está allí sentado jugando con la niña pelirroja —dijo de repente cogiéndola totalmente fuera de guardia.
Estaba de espaldas a ella colocando las piezas en los agujeros que correspondían según sus diversas formas en aquel puzle de tres dimensiones. Una preciosa niña de rasgos asiáticos se levantó dirigiendo sus pequeños pasos hasta un cubo de plástico rojo para volcarlo y sacar otros juguetes. Henry se mantenía perfectamente erguido para su corta edad. Observó cómo imitaba a su compañera abandonando lo que estaba haciendo y fue entonces cuando Amy pudo ver aquel precioso rostro réplica de Liam a su misma edad. Sólo el cabello lo diferenciaba de aquellas fotos que había visto por primera vez en Callander hacía ya quince años. Lo tenía completamente lacio con un gracioso flequillo que caía sobre su frente y que le daba un toque tierno y travieso al mismo tiempo.
Notó por un instante que le faltaba el aire. Tragó saliva y trató de aclararse la garganta. No supo qué decir ni qué hacer. Permaneció breves segundos contemplando cada uno de sus movimientos y gestos. Hubo un momento en el que inconscientemente dirigió su mirada hacia ella, mientras reía ante la caída del cubo de plástico rojo sobre el suelo por culpa de su compañera de juegos. Una risa contagiosa y sincera como la de su padre. Se sintió atrapada en un cúmulo de emociones de diversa índole con los pies clavados en el suelo. Deseaba salir huyendo de allí, pero sencillamente no fue capaz de hacerlo. La magia de la mirada y la sonrisa de aquel niño la habían enganchado tal y como le había ocurrido con su padre muchos años atrás.
—¿Por qué he conocido a Henry antes que su… antes que mi marido?
—Lisa Wilson así lo ha querido —le respondió la psicóloga mientras ambas depositaban de nuevo sus ojos en él.
La niña asiática trató de poner en pie el cilindro con la ayuda de Henry, quien rió aún más cuando parte de las fichas del contenedor quedó esparcida por el suelo.
Amy dirigió una mirada suplicante a la doctora Montes y ésta asintió. Fue hacia los dos pequeños y se sentó con ellos sobre el enmoquetado y coloreado suelo para ayudarlos a recolocar todas las fichas sobre el mismo, haciendo la figura de un sol. Henry la observaba en silencio mientras formaba aquel dibujo sobre la alfombra. Cuando vio el resultado conseguido por aquella desconocida esbozó de nuevo esa preciosa sonrisa. Entonces Amy supo que Henry sería parte de sus vidas a partir de aquel mismo instante.
La conexión con el pequeño Henry fue inmediata. Era un niño plenamente acostumbrado a pasar la mayor parte del día entre extraños. Supuso que ella era una más de todos aquellos que se esforzaban por hacer que su tierna infancia no fuera diferente a la de cualquier otro niño. No fue consciente del tiempo que había permanecido allí rodeada de aquellos adorables compañeros de juego. Bailó, dibujó, se disfrazó, cantó e hizo todo lo posible para arrancarles a todas aquellas benditas criaturas unas hermosas risas que le llenaron el corazón.
No había transcurrido más de una hora en aquel lugar cuando levantó su mirada hacia la puerta de entrada. Liam se encontraba allí, con el mismo atuendo que ella llevaba, contemplándola con una expresión difícil de interpretar. Sus ojos se desviaron hacia Henry, que en aquel momento descansaba en su regazo. Volvió a dirigir la mirada hacia aquella mujer que había sido su razón de ser en la vida y que volvía a mostrarse tal y como la había conocido en aquel bar de Grassmarket. La luz que desprendía su rostro en aquel preciso instante era la misma de aquel día en Edimburgo; aquel día en el que ambos supieron que algo acababa de cambiar en sus respectivas vidas. Esa luz se trasladó a sus labios que se torcieron en una bella sonrisa que le llenó el alma. Después observó cómo tomaba la manita de Henry entre las suyas y alargaba su brazo para señalarlo. Liam pudo leer los labios de Amy.
—Es papá —le dijo al pequeño dándole un beso en la mejilla.
Henry siguió con la mirada hacia donde Amy señalaba con su dedo y Liam se encontró por primera vez frente a frente con el hijo que le habría gustado tener con Amy. El pequeño buscó con la mirada a Amy para volver a depositarla en él.
—Papá —repitió Henry inclinando el rostro hacia Amy como si buscara su aprobación.
Amy sujetó su manita con fuerza y se la llevó a sus labios para darle un sonoro beso. Luego se levantó y tomó a Henry en sus brazos para dirigir sus pasos hacia Liam, que continuaba en el mismo lugar con los pies clavados en el suelo. Amy notó cómo se tragaba un desagradable nudo en la garganta. Con la mano que le quedaba libre le sujetó la mano y él la envolvió en la suya con ternura pese a que estaba aguantando como mejor podía la extrema emoción del momento.
—No te había visto llegar, ¿cuánto tiempo llevas aquí?
—El suficiente —le respondió apretando inconscientemente su mano para así evitar la clara evidencia de su repentino estremecimiento y posando de nuevo sus ojos sobre Henry.
—Papá —pronunció de nuevo el pequeño mientras alargaba su brazo hacia su mejilla y dejaba escapar una traviesa sonrisa persiguiendo la mirada de Amy.
Liam sujetó la mano a su hijo.
—Parece que Lisa le ha enseñado bien —logró decir con voz ronca por la emoción.
—Eso… o es tan despierto como tú, aunque me temo que en este caso serán ambas cosas. —Un breve silencio—. ¿Cómo ha ido todo?
—Ha sido duro, le queda poco tiempo.
Henry se removió incómodo en los brazos de Amy y trató de deshacerse de ellos. Pensó en dejarlo de pie en el suelo, pero cambió de parecer.
—¿Ya te has cansado de mí? ¿Prefieres ir con papá?
—Papá —repitió Henry volviendo a levantar su brazo en dirección a Liam.
—¿Quieres ir con papá? —le preguntó Amy mirando de soslayo a su marido que seguía contemplando aquella escena atónito.
De repente, Liam se vio con Henry en sus brazos. Aquella preciosa criatura, que era el vivo reflejo de su infancia, alargó sus suaves manos hacía su rala barba. El contacto pareció sorprenderle, pero después le sonrió volviéndolas a posar en el mismo lugar. Liam acarició su lacio cabello y lo estrujó con cariño entre sus brazos mientras se lo comía a besos. Acto seguido rodeó a Amy con el brazo que le quedaba libre y la atrajo hacia él.
Amy inclinó su rostro para contemplar sus expresivos ojos azules, reflejo al mismo tiempo de la más absoluta dicha y de la más amarga aflicción. No era necesario hacer preguntas porque aquella imagen valía más que mil palabras. Ambos parecían haber alcanzado la felicidad completa, pero sin embargo, fueron plenamente conscientes de que Lisa Wilson había terminado dando su vida para que ellos estuvieran viviendo aquel momento.
—Sabrás hacerlo. Si Lisa ha dado este paso es porque sabe que serás el mejor padre para Henry y, a pesar de las tristes circunstancias que están detrás de esta decisión, hoy más que nunca estoy orgullosa de ver al magnífico hombre en el que te has convertido. Eres mucho más fuerte de lo que piensas, Liam y no sabes lo orgullosa que estoy de ti.
Liam le sonrió con los ojos agradecidos y la besó tiernamente ante la mirada exploradora de Henry que seguía descubriendo la suavidad de su escasa barba.
—Soy lo que soy gracias a ti. No lo olvides nunca —le dijo mostrándole esa sonrisa que ella adoraba.
Ambos rodearon con sus cuerpos al pequeño Henry mientras lo mecían con sus brazos. Las cámaras del aula eran testigos de ese otro instante que sin duda también cambiaría sus vidas.
Lisa estrujó el pañuelo de papel entre sus manos antes de volver a limpiarse las lágrimas después de haber tenido ocasión de contemplar esas mismas imágenes en diferido desde el ordenador portátil que amablemente le había traído la doctora Montes.
Peter, su pareja desde el nacimiento de Henry, la acomodó de nuevo entre las almohadas.
—Has tomado la decisión correcta, Lisa —le dijo con cierta agonía en su voz porque hasta él mismo se había emocionado viendo las muestras de cariño de aquella célebre pareja hacia el pequeño Henry.
—Ella parece muy buena chica —logró decir Lisa con la voz contenida por la emoción y el perpetuo cansancio—. Liam debe de quererla mucho, ¿te has dado cuenta de cómo la miraba? Como si ella fuese lo único que existía en esa habitación.
Peter asintió sujetándole aquella temblorosa mano. Se preguntaba cómo Lisa estaba logrando encajar todo aquello de una forma tan valiente. Sentía que se estaba yendo de una forma estrepitosamente desgarradora.
—Ha mirado a Henry de la misma manera. Ahora sé que todo ha merecido la pena.
—No, Lisa. No digas que ha merecido la pena —le dijo Peter con dolor en los ojos—. Tú te vas y dejas a un hijo que debería crecer a tu lado. Así que no me digas que ha merecido la pena.
—Tú no lo entiendes.
—Sí que lo entiendo y te respeto. A ellos les has abierto las puertas de la esperanza de poder ser padres antes de lo previsto, pero en cambio tú… nunca sabrás lo que podría haber ocurrido si Liam Wallace no se hubiera cruzado en tu vida.
—Liam me ha dado la posibilidad de ser madre y con eso me basta y si ahora Henry le devuelve el favor dándole la posibilidad de convertirlo en padre, entonces todo esto habrá tenido un sentido.
Peter se incorporó y la tomó en sus brazos.
—Mi querida Lisa, si el cielo existe tú acabas de entregar parte de él al mismísimo Liam Wallace.
Lisa falleció cuatro días después como consecuencia de una parada cardiorrespiratoria. Un mes antes había solicitado que no se le mantuviera en vida artificialmente, por lo que los médicos, no intentaron alargar más su agonía. Su último atisbo de vida se esfumó teniendo conocimiento de que Liam Wallace y Amy MacLeod eran legalmente los padres de Henry. Descansó en paz.