Capítulo cuarenta y dos

Trataron de conservar la tranquilidad hasta el 30 de octubre. Jack Medlay los había citado a las once de la mañana de aquel lluvioso martes en su despacho del número 360 de Lexington Avenue. La subida hasta la planta catorce acompañada de las miradas indiscretas del resto de trabajadores o visitantes del edificio de oficinas fue algo estresante para Amy. A pesar del tiempo transcurrido no lograba acostumbrarse a que la gente la tuviera en el punto de mira. Acudía sólo y exclusivamente a los eventos que consideraba realmente importantes para Liam. Tenía un espantoso sentido del ridículo cuando tenía que estar frente a las cámaras y admiraba a su marido por tener ese don de gentes del que ella carecía. Liam siempre le decía que era precisamente por aquella razón por la que era tan buena escritora. Amy era quien lo ataba a la realidad y al hecho de que de puertas para adentro seguía siendo aquel recién licenciado en derecho de Edimburgo con quien se cruzó en la calle Drummond. Se sentía muy celosa de su intimidad y deseaba que así fuera siempre. Sin embargo, Amy pudo observar nuevamente aquella mañana que para Liam no había supuesto esfuerzo alguno dado que no había escatimado en repartir sonrisas y saludos desde su entrada en el lugar.

La secretaria de Medlay los acomodó en una amplia sala de decoración minimalista mientras se deshacía en desmesuradas sonrisas hacia Liam. Amy fue consciente una vez más de los estragadores efectos que su marido provocaba en la gente, sobre todo en las mujeres.

El abogado de Lisa era un hombre de estatura media y escaso cabello pulcramente engominado, de no más de cincuenta años, de mirada astuta y sonrisa sorprendentemente apacible.

—Señor Wallace. —Y apretó calurosamente su mano—. Es un verdadero placer tenerle aquí. Cuando Jack extendió su mano hacia Amy, de repente no supo cómo dirigirse a ella.

—Llámeme Amy, será menos complicado —le respondió con una franca sonrisa.

—¿Les apetece algo de beber?

—No gracias —respondió Liam apresurado.

—Entiendo, estamos ante una situación algo incómoda y quieren acabar con esto cuanto antes.

—No he querido causar esa impresión, señor Medlay, disculpe si…

—Llámeme Jack y, por favor, no hay necesidad de disculparse. Se ha comportado usted con toda la caballerosidad que se esperaba. Ha acudido a nuestra llamada con una sorprendente premura y eso agrada tanto al abogado como al cliente.

—¿Dónde está? —preguntó Liam.

—No se encuentra aquí.

—Dijo que quería que viniera con mi esposa. Esto no es fácil para ninguno de los dos. Debería estar presente tal y como acordamos.

—Le aseguro que la decisión de Lisa tampoco ha sido fácil. Su ausencia en esta reunión está más que justificada.

—¿Qué quiere decir?

—Ha sufrido una recaída.

—¿Recaída? —preguntó desconcertado al tiempo que miraba a Amy.

—Tiene cáncer. Se lo diagnosticaron cuando estaba embarazaba de siete semanas.

—Dios santo… —murmuró Amy cuando contempló el rostro desencajado de Liam.

—Henry nació el 30 de septiembre de 2006, con casi ocho semanas de antelación. Hubo que provocarle el parto para poder comenzar la quimioterapia cuanto antes.

Así que aquél era su nombre. Henry. Amy buscó alguna respuesta en sus ojos, alguna pista que le dijera que, efectivamente, ese hijo podría ser suyo. Pero no lo necesitó porque él mismo se encargó de hacer la desagradable pregunta.

—Sé que teniendo en cuenta la delicada situación no debería cuestionarlo, pero creo que me veo obligado a hacerlo. —La voz de Liam sonó hueca—. ¿Cómo está tan segura de que es mío?

—Haga usted mismo las cuentas y seguro que le saldrán —respondió Jack.

Hubo un molesto silencio que Amy rompió.

—¿Ha dicho que tuvieron que provocarle el parto para poder comenzar con la quimioterapia?

—Así es. Cuando le descubrieron la enfermedad, los médicos le plantearon la posibilidad de interrumpir el embarazo. Había que ganar tiempo. Cuanto antes comenzara su tratamiento, mayores podían ser las posibilidades de recuperación porque incluso estando en una fase avanzada había un mínimo de esperanza. —Desvió la mirada hacia Liam—. Pero no hubo manera de hacerle cambiar de opinión. Quiso seguir adelante con el embarazo porque por nada del mundo quería perder a aquel niño.

—¿Por qué no se puso en contacto conmigo? —preguntó Liam aún sobrecogido.

—Se filtró la noticia de que iba a contraer matrimonio por aquellas fechas. Supongo que consideró que no era el momento más adecuado.

—¿Y por qué lo ha hecho ahora?

—Porque se está muriendo, señor Wallace.

Liam enterró el rostro entre sus manos.

—Dios mío… —suspiró con voz ahogada—. ¿Cómo pudo tomar esa decisión? Si aquella noche no hubiera…

Amy le sujetó la muñeca con ternura y entrelazó su mano entre las suyas. Estaba temblando.

—No se martirice con eso. Ella sabía lo que ocurría mucho antes de quedarse embarazada. Estuvo sometiéndose a pruebas. Pruebas que desafortunadamente daban mucho que pensar. Lisa sabía perfectamente lo que hacía y le puedo garantizar que a pesar de su enfermedad y de las duras circunstancias del nacimiento y posparto de Henry, jamás he visto a una mujer más viva y feliz que a ella.

—¿Me está diciendo que sabía todo esto antes de… y aún así…? No puedo creerlo.

—No se culpe por ello. Usted no tiene nada que ver con su decisión.

—¿No rehízo su vida?

—En este momento tiene pareja —interrumpió Jack— y se puede decir que se ha mantenido a la altura de las circunstancias, pero obviamente no se va a hacer cargo del niño.

—¿No tiene familia? —preguntó Amy sin soltar la mano de Liam.

—Su padre falleció siendo ella muy pequeña. Su madre va por su tercer matrimonio así que Lisa no está a favor de que Henry se críe en un ambiente de escasez total de estabilidad emocional. Sus abuelos son demasiado mayores y tiene un hermano médico que trabaja en Centroamérica para una ONG. Sería injusto pedirle que se hiciera cargo de su sobrino cuando allí está haciendo una buena obra por cientos de niños.

—¿Por qué me envió entonces aquella citación?

—Quería agilizar los trámites para que no quedara duda de que usted es el padre biológico de Henry y que por tanto, legalmente, usted es quien tiene prioridad absoluta para solicitar la custodia.

De nuevo aquel incómodo silencio.

—Cuando se enteró por la prensa de que tenían intención de adoptar un niño supo que Henry no podría estar en mejores manos. Un padre que resultaba ser el hombre más honesto que jamás había conocido, con una esposa que había sido desde siempre la razón de su vida y que desgraciadamente había perdido a una hija como consecuencia de un accidente. Cuando supo que usted —miró a Amy— no podría darle hijos biológicos a Liam sabía que su decisión ya estaba tomada.

Liam se quedó pensativo contemplando el desolado rostro de su esposa.

—¿Cómo está Henry? —preguntó Liam.

—Hoy ha cumplido trece meses. Está muy espabilado para su edad. Ya ha empezado a dar sus primeros pasos. A pesar de haber venido al mundo en unas circunstancias bastante caóticas se ha desarrollado a una velocidad admirable. Es un niño sano, fuerte y tremendamente inteligente y por supuesto, sobra decir que la criatura es su vivo retrato.

—¿Cuándo podremos verlos a ambos?

—Eso lo dejo a su elección, pero de antemano les recuerdo que desgraciadamente el tiempo no corre precisamente a nuestro favor. Ahora mismo Lisa está estable dentro de su gravedad, así que no pondrá traba alguna para recibirles hoy mismo.

Liam lanzó una mirada a Amy.

—No tienes que pasar por esto si no quieres —le dijo.

—Quiero hacerlo —añadió mientras Liam tomaba su mano y la llevaba hasta sus labios para besarla sin importarle la presencia de Medlay, que agradeció el gesto mientras se dirigía hasta su mesa para abrir un cajón y sacar una carpeta.

—Pongámonos en marcha entonces. De camino al hospital podrán echarle un vistazo a la cesión de la custodia. Allí mismo aprovecharemos para hacerle unos análisis. Le garantizo privacidad absoluta sobre la prueba. Obviamente cuando esto acabe la prensa no se quedará de brazos cruzados pero, usted sabrá mejor que yo cómo controlar la situación. Como ya le he dicho es requisito indispensable para que este proceso siga su curso.

—No tendré inconveniente en hacerlo —respondió Liam levantándose de su asiento. Sintió que sus piernas no le respondían y por un momento creyó que iba a perder el equilibrio. El contacto de la mano de Amy le hizo recuperar la serenidad.

Ambos salieron del despacho acompañados de Jack Medlay. En esta ocasión Liam fue completamente ajeno a los saludos y sonrisas de aquellos que se cruzaban en su camino hacia la salida.

A pesar de que el trayecto era corto entre Madison y la Quinta Avenida, el colosal tráfico de Manhattan les hizo demorarse más de lo que pensaban. Accedieron al Mount Sinai Medical Center por la entrada de emergencia de la Avenida Madison, que conducía directamente al Guggenheim Pavillion. Desde allí reanudaron el paso hasta la zona del Cancer Treatment Center, donde el doctor John Levy les esperaba para ponerles al día de los tristes acontecimientos. El cáncer de Lisa se había extendido y tenía metástasis en el cerebro. El tumor era inoperable y aunque hubiera sido susceptible de operación sólo habría servido para alargar su vida varios meses y en unas condiciones no muy deseables. Acababa de firmar su negativa a continuar con una quimioterapia que lo único que estaba haciendo era alargar su agonía. Le quedaba muy poco tiempo y estaba empezando a apagarse.

Amy se detuvo delante de la puerta junto a Liam.

—Deberías tener este primer contacto a solas con ella —le dijo—. Te esperaré aquí. Si desea hablar conmigo sólo tendrás que avisarme, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —le respondió admirando la entereza que mostraba a pesar de las circunstancias—. No sabes lo que significa el tenerte a mi lado en un momento como éste.

—Tú habrías hecho lo mismo. —Le plantó un beso en los labios y le pasó la mano por el cabello acariciándoselo—. Te quiero, no lo olvides.

Liam volvió a abrazarla antes de entrar en la habitación de Lisa. Eran casi las dos de la tarde y las persianas estaban medio cerradas dejando entrar una agradable luz que contrastaba plácidamente con los colores pastel de las paredes del lugar.

Lisa estaba despierta y esbozó una afable sonrisa cuando advirtió su presencia. Liam se fijó en su aspecto. Tenía la cabeza cubierta por un colorido pañuelo y a pesar de la pálida delgadez de su rostro parecía estar mejor de lo que esperaba.

—Nunca pensé que cuando volviera a verte sería en estas circunstancias —le dijo Lisa con voz sosegada—. Siento que tengas que verme así.

Liam se acercó hasta la cama y se sentó en el sillón que había a su lado. Se inclinó para acercarse a ella y le cogió cariñosamente la mano.

—No sabes cómo lo siento —le dijo mirándola a aquellos ojos que se estaban apagando poco a poco—. La vida no ha sido justa contigo.

—La vida nunca es lo suficientemente justa para nadie. Tarde o temprano hemos de pasar por algún momento crucial. Tú también has pasado por tu momento, ¿o es que ya te has olvidado?

—No. No me he olvidado.

Se quedó mirándolo durante unos instantes.

—Estás fantástico y tan guapo como siempre. El tiempo ha sido justo contigo. Me alegra saber que por fin has encontrado el camino hacia aquella felicidad que ya creías perdida.

—Amy tiene mucho que ver en esto. Sin ella jamás lo habría logrado.

—Lo sé. Siempre estuvo ahí. —Agachó la cabeza para mirar la alianza de la mano de Liam que aún sujetaba ligeramente la suya—. Cuando estabas conmigo o con cualquier otra me preguntaba qué era lo que te habían hecho para negarte a ti mismo la posibilidad de amar o de ser amado.

—El destino nos hizo una mala jugada a los dos, pero hemos sabido aprovechar la segunda oportunidad que la vida nos ha brindado.

Se produjo un corto silencio cuando Liam desvió sus ojos hacia un mueble que se apoyaba sobre la pared opuesta a la cama. Varias hojas con trazos de vivos colores de lo que parecía ser la figura de un maltrecho árbol o un enorme sol estaban allí pegadas con cinta adhesiva.

Después sus ojos se posaron en tres fotos de un sonriente niño vestido con una camiseta roja y un veraniego pantalón blanco. Las otras dos lo mostraban junto a su madre, ambos sonrientes y con ojos llenos de vida. Inconscientemente apretó la mano de Lisa cuando descubrió el reflejo de sí mismo en aquellas imágenes.

—¿Es… —Liam tragó saliva— Henry?

Lisa asintió.

—El parecido contigo es innegable. A pesar de lo pequeño que es aún, te aseguro que tiene tu mismo carácter. Igual de tozudo, pero con un corazón del tamaño de Kansas.

Liam sonrió.

—¿Por qué no te sometiste al tratamiento? Habrías tenido un mínima posibilidad de…

Lisa apartó su mano.

—Posibilidad, ¿de qué? ¿De prolongar mi vida uno o dos años?

—Eso no lo sabes.

—Claro que lo sé y los médicos también lo sabían.

—Deberías haber contactado conmigo. Habríamos buscado otras opiniones.

—He estado en manos de los mejores y te aseguro que no hay nada más que se pueda hacer. Si volviera atrás volvería a hacerlo. No me arrepiento de la decisión que tomé.

—No sé qué decir. Todo esto me está superando —agachó la cabeza.

—Tú no tienes la culpa de nada. Eh vamos, mírame.

Liam obedeció.

—Antes de conocerte a ti tuve una pareja durante más de cuatro años. Fuimos compañeros de instituto. Nos volvimos a encontrar tras haber terminado la universidad y surgió la chispa. Él era el mayor de siete hermanos y a pesar de ello adoraba a los niños. Al poco tiempo de estar saliendo decidimos irnos a vivir juntos y después de un año nos planteamos el tema de los hijos —tomó aire antes de continuar— pero pasaban los meses y no lograba quedarme embarazada. Nos sometimos a algunas pruebas y sorprendentemente ninguno de los dos teníamos ningún problema. Lo seguimos intentando hasta que opté por comenzar un tratamiento de fertilidad. Tampoco obtuvimos resultados así que terminamos por aceptar que el propósito de ser padres tendría que olvidarse por algún tiempo. Fue duro de aceptar porque deseaba fervientemente convertirme en madre. Nuestra relación por entonces ya se estaba debilitando y no creo que el hecho de no poder formar una familia hubiera sido la causa de que cada uno decidiera seguir su camino. Simplemente dejamos de estar enamorados. La magia se esfumó. En aquella época me salió el trabajo en la Fox y te cruzaste en mi vida.

—Es evidente que te cruzaste con la persona más inadecuada.

—Te equivocas. En aquel momento, al igual que tú, yo tampoco podía ofrecerte nada.

—Dos vidas imperfectas se cruzaron.

—Nunca te negaré que había sido tremendamente fácil enamorarse de ti.

Liam sonrió sinceramente agradecido.

—La última noche que pasamos juntos fue la primera vez que desnudaste tu alma. Supe que cuando me estabas haciendo el amor no era en mí en quien pensabas. Estuviste más cerca de mí que nunca y, sin embargo, jamás habías estado más lejos. Pronunciaste su nombre en varias ocasiones.

Liam alcanzó de nuevo su mano apesadumbrado por aquella incómoda revelación.

—Yo… lo siento… no recordaba…

—No voy a andarme ahora con reproches. —Le interrumpió mostrándole un tono tranquilizador—. Esa noche me obsequiaste con lo mejor que he tenido en mi vida y aunque no lo creas estoy feliz de ver que Amy está junto a ti porque en cierto modo Henry también forma parte de ella. Deseo cederte la custodia pero para eso tendrás que someterte a las pruebas de paternidad. Lo harás, ¿verdad? —le suplicó con cierta humedad en sus ojos—. ¿Dejarás que Henry se quede con vosotros?

Liam apretó los labios en un esfuerzo por no dejar que su pena también aflorara.

—Lo haré, Lisa. Por supuesto que lo haré.