Capítulo cuarenta

Nueva York, diciembre de 2006

Sarah entró corriendo en el salón acompañada de Phoebe y Matt. Traían las narices completamente coloradas a consecuencia de las bajas temperaturas que se estaban alcanzando en la ciudad por aquellas fechas.

—¡Tía Amy, mira lo que papá ha comprado en una librería del Village! —exclamó emocionada.

Amy revisaba en su portátil el último correo electrónico de su tramitador en el proceso de adopción que Liam y ella habían comenzado hacia tres meses en la India. Parecía ser que todas las documentaciones y acreditaciones solicitadas habían sido recibidas sin demora. Respiró tranquila una vez más aunque siempre con la incertidumbre de la larga espera a la que ambos iban a estar sometidos.

Apagó el ordenador y se levantó de la mesa para sentarse junto a sus sobrinos en el sofá. Era la primera vez que el principal núcleo de la familia Wallace y MacLeod pasaban juntos la Navidad, a excepción de aquéllos que tristemente ya no estaban entre ellos.

—¡Dios… tienes las manos heladas! —exclamó Amy arrastrando a Phoebe hasta sus brazos—. Estela aún está en la cocina, ¿por qué no le decís que os prepare un chocolate caliente?

Jane y Douglas entraron en la estancia reconfortados por el agradable calor de la calefacción central y la chimenea.

—No molestes a Estela —intervino Douglas— porque bastante tiene la pobre con preparar comida para tanta gente.

—Menos mal que habéis encargado todo a un servicio de catering y vendrá todo preparado para Nochebuena —dijo Jane.

—La tía Amy ha cocinado un montón de cosas ricas —añadió Phoebe.

—Eh, yo también he hecho algunas cosas ricas… —Jane comenzó a reír mientras tomaba asiento junto a Douglas en otro sofá.

—Nos estamos apañando muy bien. Somos un gran equipo —dijo Amy mientras acariciaba los cabellos pelirrojos de Phoebe—. ¿Y bien, qué era eso que me querías enseñar que ha comprado papá? ¿A propósito, dónde están tus padres?

—Están negociando una reserva de última hora para cenar en el salón privado de Eleven Madison Park —respondió Jane—. Quiere invitarnos a todos.

—En estas fechas es imposible encontrar ahí una reserva y menos en el privado. No había necesidad y además es muy caro.

—¿Estoy oyendo hablar a la esposa de Liam Wallace que en breve comenzará a producir una película basada en su propio guión? —El tono de Jane era socarrón.

Amy tuvo que reír. Volvió a oír pasos en el vestíbulo. Eran Keith, su esposa Annabelle, Mel y Jill. Los padres de Jill se habían quedado de compras en Saks con James y Emily.

—¿Lo habéis logrado? —preguntó Amy.

—He tenido que sacar mi cartera en la que tengo unas fotos junto a Liam. Al principio no creyeron que se trataba de su hermano.

Todos rieron ante la ocurrencia de Keith.

—Tenemos la reserva para las siete y media. Espero que Liam llegue a tiempo.

Liam se encontraba supervisando localizaciones de exteriores en Vermont para la próxima película que iba a producir con Izzie O’Balle cuyo rodaje comenzaba a principios del nuevo año. El objetivo que se habían marcado de pasar un año sabático no había sido posible. A finales de primavera viajarían a España, concretamente a Andalucía, con la finalidad de iniciar todas las actuaciones pertinentes para el rodaje del primer proyecto concebido por Amy y que sería producido e interpretado por Liam. Tenían la intención de permanecer allí durante todo el tiempo que hiciera falta, de modo que Amy ya estaba buscando casa en la costa del Sol y estaba entusiasmada con la idea de vivir en España durante varios meses. Así pues, se les presentaba un año 2007 lleno de interesantes propuestas, y en el fondo, así lo deseaba Liam. Era una noble manera de que Amy mantuviera la mente ocupada con algo que le apasionaba y aunque sabía que su dolor jamás podría ser mitigado estaba convencido de que el trabajo la ayudaba a sobrellevar su pena de una forma menos traumática. El simple hecho de haber comenzado los trámites de adopción junto con los dos rodajes que tenían previstos había sido sin duda causa suficiente para ver una renovada luz en su rostro y eso a Liam le hacía más feliz que cualquier otra cosa.

El sonido del móvil de Amy interrumpió la concurrida reunión. Era Liam.

—Hola, cariño —le dijo.

—Hola, cielo, ¿cómo va todo por ahí?

—Pues tu padre y mi madre junto con mis tíos están saqueando sus respectivas tarjetas de crédito en Saks y el resto acaba de llegar. Tu hermano ha hecho una reserva para Eleven Madison Park para las 19.30.

—¿Cómo lo ha conseguido siendo víspera de Nochebuena?

—Ser tu hermano debe servir para algo.

Liam comenzó a reír al otro lado de la línea.

—¿Te dará tiempo a llegar?

—Siento decirte que el vuelo saldrá con retraso. Hay que esperar a que amaine el temporal. Ha dejado de nevar pero el viento sigue estando presente. Lo más probable es que no llegue hasta medianoche así que no podré asistir a la cena.

—Vaya… —suspiró Amy decepcionada.

—Cariño, lo siento de veras. Te aseguro que no me apetece estar esperando en un triste aeropuerto sabiendo que todos lo estáis pasando en grande en mi ausencia.

A Amy se le escapó una breve sonrisa.

—Lo sé y te entiendo. Llevas dos días fuera y todos te echan de menos. Eso es todo.

—Te echo terriblemente de menos. Guardad algo de energía para cuando yo llegue, sobre todo tú —dijo en tono burlón.

—Lo haremos. Llámame cuando vayas a embarcar. Yo también te echo de menos. —Su última frase era una forma de contestar a su comentario.

—Lo haré.

—Te esperaré despierta.

—Conociéndote lo dudo —dijo Liam riéndose.

Amy lo imitó.

—Lo intentaré —respondió.

—Pasadlo bien, te quiero.

—Yo también. Adiós.

Amy presionó el botón de apagado del móvil. Todos la miraban expectantes.

—No llegará hasta medianoche, chicos. Así que mejor anulamos la reserva y cenamos aquí todos juntos. No estoy para muchas celebraciones —dijo cabizbaja—. Detesto estas fechas; si no fuera porque estáis aquí… —comenzó a decir.

—Vamos —dijo Keith dirigiéndose hacia ella— no queremos verte así. Estas fechas son tristes para todos y para ti más que para nadie, pero estoy seguro de que a las personas que faltan no les haría ninguna gracia vernos melancólicos y alicaídos. Estamos todos juntos y tenemos que aprovechar este momento. Disfrutar cada minuto de estos días es la mejor forma de rendirles homenaje.

Amy esbozó una sonrisa de agradecimiento por sus amables palabras y Keith le dio un cariñoso abrazo.

—Liam no querría verte así. Hazlo por él, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Habéis ganado la batalla, como siempre —añadió tratando de trazar una sonrisa en sus labios.

Sus dos sobrinas fueron hasta ella para abrazarla.

—No estés triste, tía Amy. Ya verás lo bien que lo pasamos. Va a merecer la pena.

Liam llegó finalmente a casa bien pasada la medianoche. Todos estaban completamente dormidos en el piso de arriba después de una jornada agotadora. Amy se había trasladado junto con su marido a una de las habitaciones de invitados de abajo durante la visita familiar. Las tenues luces de las lámparas de las mesillas de noche aún permanecían encendidas en un intento por permanecer despierta esperándolo. Liam no pudo evitar sonreír para sí mismo cuando advirtió una vez más que dormía profundamente. No quería despertarla, pero se acercó a ella y la besó dulcemente en la mejilla. El roce de su fría piel le hizo abrir los ojos.

—¿Qué hora es? —preguntó volviendo a entornar los párpados.

—Duérmete. Es tarde. Voy a darme una ducha caliente.

—¿Has cenado? —Se incorporó, pero él volvió a tumbarla y se sentó al borde la cama a su lado.

—Sí, he cenado. No te levantes. —Volvió a buscar sus labios y Amy lo agarró con suavidad por el cuello.

—Estás helado —le dijo—. Olvídate de esa ducha. Yo te haré entrar en calor. —Amy desabrochó un par de botones de su camisa y acarició el suave vello de su torso. Liam se dejó llevar por el roce de sus expertas manos obsequiándola con un largo beso. Cuando se separó de ella la miró con una expresión que Amy no supo descifrar.

—¿Va todo bien? —preguntó confundida.

Liam acarició el contorno de sus labios con el pulgar. Amy se sintió arropada y al mismo tiempo desnudada ante aquellos cansados ojos azules.

—Tengo algo que contarte —le dijo cambiando de posición y sentándose al borde de la cama. Se quedó pensativo.

—¿Qué ocurre? —Amy se incorporó apoyando su espalda sobre el cabecero.

—He recibido una llamada de Londres.

—¿Y?

—Clyde ha fallecido de un ataque al corazón.

Amy se quedó muda. En momentos semejantes habría dicho lo que dice todo el mundo. Habría dicho que lo sentía, pero en ese preciso instante, sencillamente no pudo hacerlo. Permaneció callada varios segundos hasta que se vio forzada a romper el incómodo silencio.

—¿Cuándo?

—Hoy era el funeral.

—Vaya… esto es un poco… la verdad… no sé qué decir. ¿Cómo ocurrió? Quiero decir, ¿tenía problemas de corazón?

—Tenía cierta tendencia a tener la tensión alta. Supongo que la vida estresante que llevaba contribuyó mucho a ello. Pero siempre creí que se cuidaba. La verdad, no me lo esperaba.

—¿Dónde estaba cuando sucedió?

—Solo. Su exmujer se lo encontró. Tenía cita con su abogado para no sé qué asunto legal. Al ver que no aparecía ni contestaba a las llamadas fueron a buscarlo a casa.

—Vaya…

—También mis sentimientos están confusos. No eres la única. Yo tampoco he sabido reaccionar ante la noticia.

Amy lo tomó de la mano y habría jurado notar cierto temblor.

—Ese hombre ha pasado a mi lado más de una década de mi vida y la noticia de su repentina muerte no ha causado en mí ningún tipo de aflicción. Ahora mismo no siento emoción alguna.

—Todo está aún muy reciente, cariño. Es comprensible que el rencor permanezca.

—Entonces, ¿por qué me siento tan culpable?

—Porque tú tienes corazón y eso es algo de lo que él ha carecido siempre. Jugó con nuestras vidas y no necesito recordarte las consecuencias que su maldito juego ha tenido en ellas.

Liam se deshizo de su mano y se levantó. Caminó de un lado para otro de la estancia mientras Amy lo contemplaba en silencio esperando a que su mente dejara de deliberar si debía decir en voz alta aquello que estaba pensando.

—Muchas veces me he preguntado si nosotros no hemos sido también responsables de esas consecuencias —le dijo.

Se detuvo y la miró directamente a los ojos.

—No sé adónde quieres ir a parar.

—Si tú me hubieras dado la oportunidad de darte una explicación; si yo no me hubiera dado por vencido y hubiera movido cielo y tierra para buscarte, ¿no te has parado a pensar que quizás todo habría sido diferente?

—Liam, no creo que merezca la pena volver a hablar de esto.

—Sé sincera conmigo. ¿De veras que no lo has pensado nunca?

Amy agachó la cabeza cerrando los ojos en un gesto angustiado. Liam supo que ella también se había planteado esa misma cuestión cientos de veces por una razón muy sencilla. Había descubierto la jugada de Clyde mucho antes que él. Salió de la cama y se acercó a él.

—El único error que cometí fue creer que habías dejado de quererme. Cuando descubrí que no había sido así y tuve que verte salir del Majestic, triunfador, sonriente y acompañado de esa mujer, mis esquemas volvieron a derrumbarse. Consideré que lo mejor para los dos era que cada uno continuara su camino.

—Pero viniste a verme. Viste que llevaba puesto el anillo. ¿Es que eso no fue prueba suficiente de que no me había olvidado de ti? Descubriste la verdad y sin embargo volviste a Chicago y… —Liam no quería continuar porque sabía que si alguien había salido perdiendo con todo aquello había sido ella y no quería hacerla sufrir más de lo necesario.

—¿Y qué? —Le dirigió una mirada, mezcla de desafío y congoja.

—Olvídalo, no debí haber sacado ese tema a colación. —Tomó su rostro entre las manos con ternura—. Ni siquiera debería haberte mencionado lo de la muerte de Clyde. Lo siento, cariño. No pretendía hacerte recordar…

—¿Recordar? —le interrumpió apartándole las manos, indignada—. ¿Recordar la errónea y fatal decisión de no haber ido en tu busca para darnos una nueva oportunidad a pesar de saber que no me habías sido infiel? ¿Recordar la dura decisión de haber vuelto a Callander para confesárselo todo a tu familia y rogarles que te dejaran seguir con tu sueño? ¿Recordar mi desafortunada decisión de haber vuelto a Chicago a los brazos del hombre que creía lograría arrancarte de mi corazón? ¿Recordar cómo veía en Leah a la hija que me habría gustado tener contigo y ver cómo otro error mío le arrebataba la vida? Dime, ¿es eso lo que no pretendías hacerme recordar?

Liam trató de atraerla de nuevo a sus brazos antes de verla estallar en llantos.

—Mi vida… escúchame. Por favor, no pienses que…

—No, escúchame tú. He lamentado cada minuto de cada día de estos largos años el no haber ido en tu busca aquel día en que supe la verdad.

—Basta, Amy. Deja de martirizarte —le dijo sujetándola con firmeza por los hombros—. Mírame, por favor.

Amy obedeció con lágrimas en los ojos.

—Fui yo quien debí salir en tu busca en el instante en que te descubrí en el aeropuerto, pero tal y como te sucedió a ti, yo también creí erróneamente que ya estaba fuera de tu vida.

—No tiene sentido seguir torturándonos con lo que pudo haber sido porque ya no hay marcha atrás. ¿Por qué hablar de esto ahora?

—Porque quizás éste era el momento de hacerlo. Es algo que nos ha estado consumiendo durante mucho tiempo y teníamos que sincerarnos al respecto.

—Son partes de mi vida que desearía olvidar.

—Pero no puedes hacerlo y con esto no pretendo menospreciar tu buena intención de no querer hurgar en el pasado para no hacerme daño pero tenemos que sacar todo esto, Amy. Sé que estas fechas son duras para todos y no quiero que de repente te vengas abajo. Mi único deseo es que ambos aprendamos a vivir con lo que nos ha ocurrido sin hacernos reproches como los que hemos estado a punto de hacernos hace unos minutos. Nunca me perdonaré a mí mismo lo que sucedió en Buenos Aires. Fui yo quien debería haber interrumpido aquella entrevista en el Hotel Alvear.

—Lo hiciste, Liam. La interrumpiste, pero una vez más fui yo quien volvió a salir huyendo cuando tus ojos me revelaron que jamás habías dejado de amarme. Me sentí tan fracasada cuando fui consciente de los años que habíamos perdido que no pude hacer frente al dolor que te había causado.

Liam tragó saliva porque él había experimentado ese mismo sentimiento cuando ambos estuvieron frente a frente.

—Salí en tu busca y debí haber detenido aquel taxi.

—Yo no debería haber subido a ese taxi.

—Pero lo hiciste y mi deber era haberlo impedido. Supe que algo no iba bien y no me equivocaba. Si lo hubiera impedido te habría llevado conmigo de vuelta a Estados Unidos y tu hija estaría viva.

—No es justo que digas eso. No después de todo lo que tuviste que pasar con posterioridad. ¿Lo ves? ¿Te das cuenta de que a pesar de que ya ha fallecido sigue interponiéndose en nuestras vidas? Fue Clyde quien provocó toda esta cadena de acontecimientos. Nosotros no elegimos; él se encargó de hacerlo por nosotros.

—Ha muerto sin que hubiera nadie a su lado, Amy. Tampoco lo veo justo.

—Se lo tenía merecido. Hizo que te odiara cuando tú no habías hecho absolutamente nada para merecerlo. Te abandoné por su culpa y he tenido que vivir con ello.

—Lo sé, amor mío, lo sé —le dijo acogiéndola de nuevo en sus brazos. Esta vez Amy se rindió entre ellos—. Sólo te digo que a su manera él también se llegó a preocupar por mí. Lo que nos hizo no tiene perdón, pero si aquella fatal noche no hubiera telefoneado a Izzie y Miles, sólo Dios sabe lo que habría podido suceder.

—Toda su excesiva protección hacia ti se debía a su sentimiento de culpa por haber hecho de tu vida personal un caos —le dijo reclinando la cabeza sobre su pecho.

—Todo lo que dices es cierto, pero a pesar de todo no puedo culparle de mi cobardía para hacer frente a determinadas circunstancias de mi vida de las que yo soy el único responsable. Nadie me ha obligado a tomar determinadas decisiones.

Amy levantó su rostro hacia él sin deshacerse de sus protectores brazos.

—Lo único que tengo que agradecerle a Clyde Fraser es el hecho de que te haya obligado a dedicarte a lo que mejor sabes hacer, pero incluso eso fue también mérito tuyo o incluso de Izzie O’Balle más que de él. Lo hiciste rico, Liam. Si alguien tiene que agradecerte algo, ése era Clyde.

Liam fijó su vista en un punto perdido.

—Lo ha hecho. Ha tenido una peculiar forma de devolverme el favor.

—¿Qué quieres decir?

Liam volvió a centrar la vista en ella.

—Otro de los motivos de la llamada de su abogado ha sido la invitación a la lectura de su testamento el próximo 4 de enero.

—Pero ¿por qué nosotros?

De repente Amy comprendió.

—Hace cinco meses que ordenó a Steven Rosenberg un cambio en su testamento a favor de Liam Wallace y su esposa Amy MacLeod. Tú y yo somos los únicos herederos legales de su fortuna.