Miles MacNeal se interpuso entre Liam y Amy durante aquel baile.
—¿Por qué no dejas de acaparar a tu esposa un ratito y dejas que baile con el resto de invitados? Podrás bailar con ella durante el resto de tu vida, pero nosotros sólo tenemos el día de hoy para aprovecharnos. —La voz de Miles sonó burlona.
Liam hizo una mueca de disgusto.
—Te la cambio por Izzie —propuso riendo.
Liam tiró de la mano de Izzie y Miles hizo lo mismo con Amy.
Los cuatro comenzaron a reír.
—Estás guapísima, no sé si te lo he dicho.
—Sí, varias veces, pero no me importa que lo repitas —dijo Izzie haciendo un simpático gesto con los ojos— porque me encanta oírtelo decir.
—Me alegro mucho de que hayáis podido venir. Significa mucho para mí.
—Es un encanto —le dijo refiriéndose a Amy—. Te quedabas corto cuando me la describías. Es una persona con la que se conecta enseguida.
—No tienes que jurarlo. Acabáis de conoceros hoy mismo y parecíais auténticas cotorras.
Izzie sonrió zurrándole en el hombro por su comentario y volvió la cabeza hacia atrás al escuchar una carcajada de Amy. Supuso que su marido estaría soltándole alguna payasada de las suyas.
—Me encanta verla reír. Lo ha hecho en tan pocas ocasiones últimamente. Me da la sensación de que se siente culpable de ser feliz porque cree que con eso está traicionando la memoria de su hija. No quería celebrar la boda, ¿sabes?
—En cierto modo la entiendo. De todas formas ha sido una ceremonia muy sencilla y una recepción muy natural y espontánea. Supongo que no quería mostrar sus emociones con demasiada gente observándola. Has hecho bien en convertir este día tan especial para ambos en algo tan simple a la vez que bonito.
—No me canso de admirarla por todo lo que ha soportado en su vida.
—Tú también has llevado un gran peso. Pero ahora debéis centraros en vuestra felicidad. Tenéis un largo año por delante para hacer muchos planes y espero que los llevéis todos a buen término.
—¿Crees que querrá terminar viviendo en Nueva York?
—Estoy convencida. Si te vas a dedicar a producir conmigo es el lugar adecuado. Sencillamente irás menos a Los Ángeles, eso es todo.
—Pero su familia está en California.
—Y la tuya aquí en Escocia.
—Nueva York puede ser un punto intermedio pero no sé si será buena idea criar allí a los niños que adoptemos.
—No es por nada, pero es un ático de seiscientos metros cuadrados con una terraza de casi doscientos en plena Avenida Madison. Muchas familias matarían por poder criar a sus hijos en un hogar semejante.
—Tienes razón, sólo digo estupideces.
—No te preocupes, yo sigo aquí para corregírtelas —añadió riendo.
—Le va a venir muy bien tenerte allí cuando volvamos. Va a aprender mucho contigo.
—Y yo de ella, sin duda. Hay que sacar a la luz todo lo que ha escrito cuanto antes. Tesoros así no pueden estar metidos en un cajón.
El baile concluyó y ambos aplaudieron a la pequeña orquesta.
La mayor parte de los invitados no fueron conscientes de que la noche se les había echado prácticamente encima. La temperatura había sido excelente durante toda la jornada y el radiante sol no les había abandonado en ningún momento. Parte de los asistentes dormían en hoteles de algún pueblo del condado. Aunque Liam insistió en que Miles e Izzie se quedaran, se negaron en rotundo. Querían pasar la noche en un encantador y romántico B&B que habían buscado por Internet cerca de Saint Andrews.
Tanto Jane como Keith regresaron a Edimburgo con sus respectivas familias. James también se marchó con ellos acompañado por Emily. Jane tenía sitio de sobra para ambos en casa. Todos deseaban dejarlos solos durante aquella noche para que disfrutaran de su intimidad a pesar de las negativas de Amy y Liam.
Finalmente se salieron con la suya prometiendo volver al día siguiente para supervisar al servicio de limpieza mientras ellos se dedicaban a preparar el equipaje para marcharse a España y desconectar unos días aprovechando que Liam tenía que conceder algunas entrevistas a las televisiones de aquel bello país que hacía tanto tiempo soñaba con volver a visitar.
Eran casi las dos de la madrugada cuando Amy salía del baño de la última planta después de darse una ducha. Liam había elegido el dormitorio que ambos habían compartido hacía doce años y su hermana Jane se había encargado de encender docenas de velas para endulzar el ambiente. Matt y Sarah habían hecho algunos recortes y collages con fotos de ellos y Amy sonrió para sí misma ante tan hermoso detalle. La estancia no podría haber estado en mejores condiciones.
Retiró las finas sábanas de la cama y se acurrucó sobre los almohadones. La preciosa sonrisa de Leah se volvía a dibujar en sus retinas y cerró los ojos. Oyó correr el agua de la ducha que acompañaba el tarareo de Liam de alguna melodía del grupo sueco Abba. Sonrió para sí y se dejó llevar por los sonidos de la casa.
Cuando Liam entró en la habitación se la encontró profundamente dormida con una renovada expresión de cierta paz en su rostro. En aquella posición respirando suavemente a la simple luz de las velas, estaba preciosa. Rodeó la cama para meterse por el otro lado. Su peso sobre el colchón la hizo cambiar de postura y entreabrió los ojos.
—Sshh duerme —le dijo Liam echando una colcha sobre los dos.
—Es nuestra noche de bodas… —musitó recostándose sobre él. No logró abrir los ojos.
Liam la besó en la frente acariciándole el cabello y la apoyó sobre su torso. Deslizó las manos con suavidad a largo de su espalda y a los pocos minutos él también se perdió en un profundo sueño.
Liam la sintió removerse entre sus brazos y pasados unos minutos separó los párpados con dificultad. La tenía frente a él contemplándole sin perder detalle. Estaba a punto de amanecer y la tenue luz de las velas que aún estaban encendidas, reflejaban preciosos trazos de color ámbar en aquellos ojos verdes. Había restos de lágrimas en sus ojos.
—¿Qué ocurre, cariño? —deslizó la mano hacia su brazo.
—Tenía miedo a despertarme y ver que no había sido más que un sueño.
—¿De qué tienes miedo?
—De volver a perderte.
Liam borró el rastro de sus lágrimas con el pulgar.
—Estoy aquí y no pienso irme a ninguna parte. —La acercó a él con ternura mientras deslizaba la mano por la curvatura de su cintura y por detrás de sus caderas. Depositó un suave beso sobre sus labios—. ¿Recuerdas el día en que fuiste a verme actuar en Broadway? —preguntó mientras dibujaba figuras invisibles sobre su espalda.
Amy asintió.
—Al día siguiente tú tomaste un vuelo de regreso a Chicago y yo estaba allí para hacer un cambio de mi billete a Los Ángeles cuando él vino a buscarte a la terminal.
Liam percibió el sobresalto del cuerpo de Amy entre sus brazos, pero no dijo nada. Esperó a que él continuara.
—Pude observar toda la escena. Aquella noche, sin yo aún saberlo, comenzaron mis problemas con el alcohol.
—Oh Liam… lo siento… yo…
Liam llevó un dedo a sus labios para interrumpirla.
—Tú no tienes nada que ver con eso. Cuando observé cómo te echabas en sus brazos sólo pensaba en una cosa. Aunque no creas lo que te estoy diciendo, en aquel instante no sentí celos. Lo que sentí fue un dolor y un vacío inmensos, pero a pesar de todo deseé de todo corazón que hubieras encontrado al fin a alguien que pudiera llegar a quererte tanto como yo te había querido.
—Tu deseo no se hizo realidad —le dijo Amy llevando una mano acariciadora hasta el contorno de sus azules ojos.
—Sabía que así sería.
—¿Y por qué?
—La respuesta es bien sencilla. Porque no ha habido ni habrá nadie que pueda quererte más de lo que yo te quiero.
Amy le rodeó el cuello con los brazos.
—Yo tuve exactamente esos mismos pensamientos la noche en que te vi salir del Majestic acompañado de aquella mujer. Aquella noche lloré como nunca lo había hecho, pero terminé llegando a la misma conclusión que tú.
—Dilo, quiero oírtelo decir.
Liam rodeó el cuerpo de Amy con sus brazos y la apretó contra el suyo.
—No ha habido ni habrá nadie que pueda quererte más de lo yo te quiero.
Liam buscó su boca para besarla y Amy se perdió en sus devastadoras caricias.
—Y ahora hazme el amor si no quieres que cambie de opinión. —Su voz fue pura sensualidad y Liam se apoyó sobre su codo para dedicarle una provocadora sonrisa. Tiró de las sábanas y agachó la cabeza.
—Creo que el Gran Wallace está preparado para el ataque.
—Pues dile que vaya preparándose para la ofensiva —le decía Amy con una provocadora sonrisa mientras separaba sus piernas y él se colocaba entre sus muslos.
—¿Estás preparada? —le preguntó Liam apoyado sobre el marco de la puerta de la habitación dos semanas después de su regreso de España.
Amy permanecía aún sentada en el borde de la cama, pensativa e incluso ausente, sujetando en su regazo aquella ánfora que contenía las cenizas de Leah. Con todo el devastador sufrimiento que implicó la pérdida de su hija, la noche en que los médicos y psicólogos tuvieron que darle la noticia de su muerte, también se vieron obligados a hablarle de la donación de órganos.
Al principio se mostró algo recelosa pero en aquel mismo instante se puso en el lugar de las familias que podrían estar esperando un corazón, un riñón o un hígado para alguno de sus seres queridos. ¿Y si Leah hubiera estado en aquella situación? ¿Y si se hubiera dado la penosa circunstancia de que la vida de su hija hubiera dependido de la muerte de otro ser humano? ¿Acaso no habría estado agradecida a ese donante anónimo lleno de amor desinteresado al prójimo? ¿No era ésa una forma de hacer que Leah viviera a través de todos ellos? Sería su último gesto de amor hacia ella. Sabía que así lo habría querido si hubiera tenido edad suficiente para comprenderlo.
Amy levantó la mirada hacia él asintiendo.
—Todos están abajo esperándote.
Amy se levantó a duras penas por la emoción contenida y Liam se acercó a ella.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—Sí… lo estoy… ¿en qué otro lugar iba a estar mejor que aquí? No estará sola. Mi padre y tu madre estarán con ella. Éste es el punto de partida de nuestras familias y aquí es donde debe estar.
—Siento que tengas que pasar por esto de nuevo, amor mío.
—Tenía que hacerlo, Liam. Si quiero seguir adelante tengo que reservarle un trozo de mi corazón. Y mi corazón se quedó en Escocia hace mucho tiempo.
Liam le sonrió complacido por lo que simbolizaban aquellas palabras y la besó con ternura. Acto seguido, le pasó el brazo alrededor de los hombros acercándola así hacia él y los dos bajaron para poner rumbo a las aguas de Loch Lomond donde la pequeña Leah descansaría definitivamente en paz.