El doctor Smith no obtuvo esa respuesta el primer día que intentó un primer acercamiento —le explicaba la doctora Haines mientras se paseaba de un lado a otro de su despacho— y he de reconocer que con usted, por lo menos, ha establecido ese pequeño contacto que todos estábamos esperando.
—No quiero menospreciar la labor profesional del doctor Smith, pero tampoco podemos ignorar el hecho de que Liam conoce a mi hija de una forma que probablemente nos pueda ayudar si complementamos su terapia con sus visitas —intervino Emily.
—Eso no lo pongo en duda, pero el señor Wallace carecería de objetividad. Su intuición puede ser buena para este caso pero, al mismo tiempo, podría llevarlo a precipitarse en determinadas actuaciones que llevarían a Amy a un posible desequilibrio en sus emociones —subrayó de nuevo la doctora.
—¿No existe la posibilidad de que ese efímero contacto que parece haber establecido conmigo se deba a que ha podido recordar algo? —preguntó Liam confundido y esperanzado.
—Es posible, pero ella no sabe que está recordando. Puede ocurrir en cualquier momento, señor Wallace. Sólo hay que ser paciente y esperar.
—Ya le dije que tenía todo el tiempo del mundo —respondió plenamente convencido de sus palabras.
—Aunque se le haya autorizado como visitante, eso no implica que pueda estar yendo y viniendo a su antojo. Tarde o temprano la prensa estará asentada a las puertas de este lugar y eso es algo que no podemos permitir.
—Nadie sabe que estoy aquí, se lo aseguro. He hecho cinco horas de trayecto por carretera precisamente por esa razón.
—Pero terminarán sabiéndolo y usted lo sabe mejor que nadie.
—Mi exmánager y socio pasará un comunicado de prensa mañana a lo más tardar.
Emily lo miró aturdida.
—¿Comunicado de prensa?
—Me retiro temporalmente. Ahora Amy es prioridad absoluta.
Tanto Haines como Emily guardaron silencio.
—Podría permanecer aquí y nadie tendría por qué saberlo —continuó Liam.
—¿Permanecer aquí? —La doctora no daba crédito a la proposición que estaba escuchando.
—Sí. Me instalaría aquí ya sea como paciente o haciéndome pasar por el doctor Wallace. Lo que usted decida. Es la única opción posible si queremos que Amy salga de ésta y si no queremos tener a la prensa postrada a las puertas de Oak Creek.
—Es una locura.
—No tenemos elección, doctora Haines. Es la única opción posible.
—Has dicho tu exmánager, ¿he oído bien? —preguntó Emily aturdida.
—Has oído bien. Antes de que lo despidiera, él mismo presentó su dimisión.
—Un momento. ¿Ha despedido a su mánager, el que va a informar a la prensa de su retirada temporal y piensa usted que aquí va a estar a salvo de los paparazzis? —La doctora estaba cada vez más confundida.
—Lo voy a estar por una razón muy sencilla. Ese hombre tiene una deuda moral conmigo desde hace años y ésta va a ser la única forma que va a tener de salvar su alma —explicó mirando a Emily y comprobando que entendía su postura. Por la expresión de sus ojos supo que le había comprendido.
—Esto va en contra de la política de este lugar. Pero si algo nos caracteriza es que somos pioneros en este tipo de programas, así que comentaré este asunto con el director y mañana podré darle una respuesta.
—Mañana podría ser demasiado tarde —aclaró Liam—. Si salgo de aquí hoy puedo ser un claro objetivo mañana.
—¿Quiere decir que quiere quedarse aquí esta noche?
Liam asintió.
—Necesitarás tu ropa y tus cosas —añadió Emily.
—He traído equipaje suficiente.
Los tres permanecieron callados durante varios segundos.
—Sabe que aquí dentro no ha pasado desapercibido, ¿verdad? —aclaró la doctora antes de darle una respuesta.
—Suponía que se cumplían a rajatabla las reglas de la intimidad.
—Trataremos de que así sea, pero nunca se sabe.
—En ese caso tendremos que hacer que mis paseos con Amy por los frondosos jardines de Oak Creek cambien de horario.
—Veré lo que puedo hacer.
—Sabía que lo entendería.
—Si no hubiera llegado a convertirse en actor estoy convencida de que habría sido un excelente abogado. Lo acaba de demostrar.
—Lo sé. No me lo recuerde.
Día 1
Liam la sorprendió mientras paseaba por los soleados corredores cubiertos de cristaleras.
—¿Puedo acompañarte a dar un paseo?
Amy se volvió hacia la voz que le hablaba y Liam se sintió de nuevo envuelto en sus ojos. Por un instante pareció que iba a rechazarlo.
—No soy buena compañía —murmuró bajando la cabeza.
—Podemos pasear en silencio. No hay necesidad de hablar si no quieres.
Así lo hicieron. Ambos salieron del edificio por la parte trasera tal y como le había indicado Haines. Dado que no era horario de visitas sólo corría el riesgo de cruzarse con otro tipo de pacientes acompañados de sus monitores o médicos. Caminaron en silencio durante más de diez minutos hasta que Amy tomó asiento en una de las cuatro mesas que había alineadas bajo unos bonitos castaños. Liam se sentó frente a ella para no incomodarla.
—¿Por qué no llevas bata blanca e identificación como el resto?
—Es parte de la terapia.
—¿Qué clase de terapia?
—Quiero hacer que recuperes la confianza en ti misma. Vestido de paisano se supone que debe de ser más fácil.
—¿Y qué pasos tienes que seguir en esa terapia?
—Tengo que ayudarte a recordar hechos de tu vida que tu mente cree olvidados. Hechos que quizá son felices y pueden ayudarte a hacer frente a lo que te ha ocurrido de una manera menos dolorosa.
—El dolor no se irá nunca —dijo fijando la vista en la superficie de la mesa.
—Lo sé, pero puedo ayudarte a sobrellevarlo de la mejor manera posible.
—¿Y cómo vas a hacerlo?
—Si te soy sincero, ni yo mismo lo sé. Tú me tendrás que dar pistas.
—Se supone que tú eres el psicólogo y yo tu paciente.
—Tú lo has dicho. Soy tu psicólogo, pero no tu adivino.
Levantó la mirada hacia él por primera vez desde que habían tomado asiento en aquel lugar. Una leve brisa alborotó su cabello y Liam reprimió el impulso de retirar aquellos mechones que se habían arremolinado y que le impedían ver con claridad su rostro. Amy se los retiró en un rápido gesto sujetándoselos detrás de su oreja.
—¿Quieres hablar de Leah?
Cerró los ojos y negó con la cabeza rehuyendo su mirada.
—Está bien.
Se produjo un silencio demasiado largo.
—¿Tienes hijos? —le preguntó Amy.
—No.
—¿Estás casado?
—No.
—¿Divorciado?
Liam negó con la cabeza con una leve sonrisa en sus labios para tratar de darle una pequeña nota de humor a la triste escena.
—¿Eres gay?
—Heterosexual, soltero y sin compromiso —respondió mostrándole su franca sonrisa.
—Lo siento… no quería ser…
—No tiene importancia. Pregunta lo que quieras.
Amy lo observó detenidamente con curiosidad. Incluso sentado seguía resultando muy alto y de agradables proporciones. Tenía un timbre de voz que llegaba a sonar intenso y un acento que conocía, pero que no lograba descifrar. Parte de sus sienes dejaban ver algunos trazos grisáceos y tenía un bonito color de piel que acompañaba con justicia a unos preciosos ojos azules. El sol reflejaba algunos tonos cobrizos de su incipiente barba. En ese mismo instante una fugaz imagen cruzó su mente. Se vio a sí misma en un teatro, rodeada del público asistente a alguna función, aplaudiendo mientras de sus ojos se derramaban desconsoladas lágrimas. Ese pensamiento la llevó a agarrarse con fuerza al filo de la mesa al tiempo que cerraba los ojos.
—¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? —preguntó Liam de repente asustado.
—No… no es nada. Es sólo que…
—¿Has recordado algo?
—No lo sé. No sé si quiero recordar.
—Tienes que hacerlo, Amy.
—No puedo…
—¿No puedes o simplemente no quieres?
—Mi mente está llena de amargos recuerdos, ¿qué sentido tiene llenarla con aquéllos que a lo mejor es mejor que estén relegados al olvido?
En esta ocasión fijó los ojos en los suyos sin apartarlos. Liam posó una mano sobre su muñeca con cautela. Sorprendentemente ella no rechazó su contacto.
—¿No te has parado a pensar que quizás esos recuerdos pueden ser los mejores de tu vida?
—Hablas igual que mi madre.
—No me extraña; a los dos nos une un mismo deseo.
—¿Para qué recordar aquello que no podré volver a vivir?
—Aferrarse a los momentos felices es lo único que nos mantiene vivos. Te lo digo por propia experiencia.
Amy advirtió que por primera vez era él quien apartaba la mirada. Suavemente también retiró la mano de su muñeca. Fue en ese fugaz instante cuando una nueva imagen cruzó sus retinas. La palma de una desconocida mano se acoplaba a la suya. A continuación, la puerta azul de un edificio de piedra gris en la que ella misma introducía la llave.
—¿Por qué quieres ayudarme? —le preguntó tratando de dejar a un lado la extraña sensación que la invadía.
—Es mi trabajo.
—Es algo más que trabajo.
—En cierto modo ayudarte a ti es una forma de ayudarme a mí mismo.
Volvió a pensar en la puerta de aquel edificio de arquitectura totalmente diferente a la de Buenos Aires, Chicago o San Francisco. Tenía ciertos recuerdos de su curso de posgrado en Escocia. Pero todo se reducía a imágenes efímeras. Los recuerdos parecían querer abrirse camino en su mente desde que aquel desconocido había entrado en su vida. ¿Era él también parte de sus recuerdos?
—Estoy cansada. Quisiera echarme un rato antes de ir a comer.
—De acuerdo —accedió Liam a medida que se levantaba—. Te acompañaré a tu habitación. Esta tarde te llevaré un par de libros que te pueden interesar.
—No me concentro mucho en la lectura. Los libros son sólo una excusa.
—Te equivocas. Cuando sujetas un libro entre tus manos te estás aferrando a un recuerdo. Aunque no lo creas, es así.
—¿Y cómo lo sabes?
—Soy tu psicólogo.
Día 2
—Gracias por los libros de paisajes de Escocia. Debes de estar orgulloso de tu tierra —le decía mientras paseaban por los alrededores del pequeño lago.
Liam se detuvo.
—En ningún momento te he mencionado que sea escocés —le dijo.
—Debes de llevar aquí mucho tiempo, pero tus raíces te delatan mucho más de lo que piensas. El día que te conocí, en el que a punto estuviste de recitarme la «Oda al Haggis», lo dejaste muy claro. Además, tu nombre y tu apellido no dejan lugar a dudas.
—Me siento halagado. De un tiempo a esta parte he andado un poco perdido y a veces me he preguntado adónde pertenezco realmente —le decía con una sonrisa mientras reanudaban su paseo matinal.
—Yo también me he sentido así durante algunos años.
—¿Qué tal en Buenos Aires? —le preguntó manteniendo un tono totalmente neutro e informal.
—Es una ciudad bonita, demasiado grande para mi gusto, pero igualmente espectacular. A veces tenía la sensación de que estaba en la vieja Europa más que en una ciudad de América Latina.
—¿Fuiste feliz?
Tardó en contestar. Temió que volviera a desviar el tema, pero esta vez continuó.
—A mi manera lo fui.
—¿Y cuál es tu manera de ser feliz?
—Me casé con una persona que me quería o al menos eso pensaba.
—¿Por qué decidiste marcharte tan lejos? Uno no toma una decisión así a la ligera. Si lo hiciste debía de haber una razón de peso.
—Habíamos vivido juntos unos años. Nos queríamos, pero no lo suficiente y me di cuenta de ello demasiado tarde.
—Esas cosas pasan con bastante frecuencia. No te debes martirizar por ello.
—He de confesar que tengo ciertas lagunas de aquella época. Supongo que se debe a esta maldita amnesia. Fui una tonta al pensar que quería dar ese paso porque quería que formáramos una familia.
—¿No fue así?
—No… cuando nació Leah todo cambió.
Liam no la interrumpió. Dejó que se produjera aquel largo silencio entre ambos para que se tomara su tiempo.
—Ella se convirtió en el centro de mi vida —prosiguió para sorpresa de Liam— y Jorge pasó a ocupar un segundo plano. Traté de ser la perfecta esposa, madre y abogada. Supongo que era imposible acapararlo todo y terminé pagando las consecuencias. Si me hubiera marchado de allí en el momento en el que comenzaron los problemas nada de esto habría ocurrido. Mi hija estaría viva.
Liam percibió de lleno su implacable dolor. Se detuvo para tomarla por los hombros obligándola de esa forma a mirarlo a la cara.
—Jamás vuelvas a decir que la pérdida de Leah ha sido consecuencia de las decisiones que has tomado. Olvídate de esa absurda teoría porque tú no tienes la culpa de nada. Quiero que se te meta eso en la cabeza, ¿me oyes?
—Yo conducía el vehículo.
—¿Y si quién hubiera conducido hubiera sido tu madre o tu marido? ¿Los habrías culpado a ellos de su muerte? ¿Acaso te habrías sentido más aliviada? No lo creo.
—Fui una egoísta. No pensé en que Leah tenía solo cuatro años de edad y que cuando creciera tendría la oportunidad de ver por sí misma si su padre lo había hecho o no correctamente. Ella pagó por nuestras inseguridades, nuestros dilemas y nuestras faltas de entendimiento. No me comporté como una persona adulta —comenzaron a aparecer lágrimas en sus ojos— y tendría que haber pensado en Leah, pero no lo hice… no lo hice y ahora está muerta… está muerta por mi culpa. —Sus llantos eran ahora puro desconsuelo.
Liam no se lo pensó dos veces y la acogió entre sus brazos. La dejó llorar hasta que ya no le quedaron lágrimas.
—Tengo que vivir con ello y no seré capaz. Sé que no seré capaz. Nadie es capaz de superar la muerte de un hijo —le decía aún con lágrimas en los ojos recostada sobre la solapa de su chaqueta.
—Aprenderás a vivir con ello. El ser humano tiene una capacidad de recuperación asombrosa. Lo hiciste lo mejor que pudiste y Leah lo sabe. Se fue sabiendo que tenía una madre maravillosa y un padre que a su manera también la quería aunque tú no lo creas. Tienes que quedarte con esos bellos pensamientos. Tienes que quedarte con las imágenes de su nacimiento, de su primera sonrisa, de sus primeros pasos, de sus primeras palabras, sus besos y sus abrazos. Eso es lo que te dará la fuerza para continuar y Leah estará orgullosa de ti porque su madre habrá sido valiente y no habrá tirado la toalla. Además, eres joven y podrás tener más hijos. Estás en la mitad de tu vida y tienes aún mucho por hacer.
Liam notó que volvía a temblar entre sus brazos.
—Ya no puedo tener hijos. Como consecuencia de una hemorragia interna me extirparon… —No pudo continuar porque las lágrimas la ahogaron de nuevo.
Liam la apretó aún más contra él destrozado por lo que acababa de oír.
—Lo siento. ¡Oh Amy! Lo siento, no lo sabía… de veras que no lo sabía.
—No merezco estar aquí… —Su voz era el vivo reflejo del tormento.
—No digas eso, por Dios, ni se te ocurra pensar algo así. —Liam se sintió incapaz de decirle las palabras adecuadas para aquel momento. Deseaba gritarle a los cuatro vientos que cuidaría de ella para siempre, que recuperarían todo el tiempo perdido, que trataría de hacerla feliz para que sus heridas se fueran cerrando poco a poco aunque supiera que siempre estarían ahí. Siempre había estado dispuesto a hacerlo y necesitaba decírselo. Tenía que saber que esta vez sería diferente. No podía seguir guardando aquel sentimiento por más tiempo, pero la doctora Haines había depositado su confianza en él para hacer que Amy comenzara a recordar y no podía precipitarse. No podía hacerlo aunque aquella frustración de seguir amándola en silencio lo estuviera despedazando por dentro—. Ahora más que nunca mereces vivir porque vas a ser feliz, muy feliz.
—¿Cómo puedes decir algo así? —le preguntó sorprendida mientras se limpiaba las lágrimas con un kleenex.
—Lo sé, Amy. Simplemente lo sé.