Transcurridas casi tres semanas de la incesante y desenfrenada actividad que perseguía a todos los galardonados en los Oscar, Liam decidió aparcar a un lado todo asunto relacionado con su trabajo para dedicarse de lleno al motivo de su perpetua ansiedad: Amy.
Después de haber leído aquel manuscrito incompleto la impotencia de la ignorancia lo estaba destrozando. Se pasaba las noches en vela haciéndose las mismas preguntas una y otra vez. ¿Qué ocurrió realmente para que se marchara de aquella forma? ¿Cuál había sido aquel perverso presentimiento revelador que le había llevado a tomar la drástica decisión de apartarse de él de la noche a la mañana? ¿Qué razones le habían llevado a volver a Escocia para tener el valor de enfrentarse al odio visceral que su familia sentía hacia ella después de todo lo sucedido? ¿Qué les había contado para que de repente todos estuvieran de su parte? ¿Por qué le había dejado aquel manuscrito inacabado trasladándole a él la responsabilidad de recomponer dos vidas extraviadas y dos corazones hechos añicos? Y la pregunta que lo seguía martirizando: ¿Había habido un solo día durante estos once años en el que no hubiera dejado de pensar en él como él había pensado en ella?
Sin poder evitarlo sus pensamientos se trasladaron de nuevo a aquel fatídico día que su mente había tratado de arrinconar una y otra vez sin haberlo logrado. Había telefoneado varias veces aquella mañana a su despacho, pero no obtuvo respuesta alguna. Sólo continúas evasivas por parte de Marta. Después del mediodía aprovechó su hora para almorzar y se dirigió a las oficinas de Murray & MacBride.
Según palabras de Marta, Amy había salido hacía cinco minutos a atender un caso de última hora. Liam sabía que estaba mintiendo así que, sin permiso previo, se encaminó hacia la puerta de su despacho a pesar de las advertencias de Marta. Efectivamente, Amy no se encontraba allí. Ofuscado, salió corriendo del edificio para reanudar su jornada laboral. Eran casi las seis de la tarde y Amy no le había devuelto ni una sola de sus llamadas. Aquello no era normal en ella. Se resignó y dejó de darle vueltas al tema mientras finalizaba varios informes antes de marcharse a casa. Era el día de su cumpleaños y quizás le estaba preparando una sorpresa. Sí, seguro que se trataba de eso. Menudo imbécil, ¿cómo no se le había ocurrido antes?
Sin embargo, lo que se encontró cuando llegó a casa, desde luego, fue toda una sorpresa. Una sorpresa que lo dejaría marcado de por vida. Lo primero que hizo fue abrir el armario del vestíbulo donde ambos colgaban siempre sus ropas de abrigo al llegar. Había dos perchas vacías en las que faltaban dos prendas de Amy. Al momento echó en falta más cosas que solían estar guardadas en ese armario. En efecto, faltaban dos maletas. Un pequeño temblor lo invadió, pero volvió a calmarse. Conociéndola, seguramente habría planificado algún viaje y no le había dicho nada. Sin pasar por la cocina ni por el salón, se encaminó con paso más tranquilo por el pasillo hasta el dormitorio que ambos compartían.
Abrió su armario. No faltaba nada. Después el de Amy. No podía creerlo. Estaba prácticamente vacío. Se sentó al borde de la cama y miró a su alrededor. Entró en el cuarto de baño. Si se trataba de una broma, no tenía ninguna gracia. Los objetos de aseo de Amy que se hallaban apilados en el lado derecho de la encimera de mármol del lavabo también habían desaparecido. Asustado y con una sensación de inaudita aprensión fue hasta la cocina. Aparentemente todo estaba en el mismo estado en el que la habían dejado aquella mañana antes de salir. Sus ojos se desviaron hasta el frigorífico. Un imán del monumento a Walter Scott sujetaba una hoja tamaño cuartilla escrita a mano por Amy.
Retiró el imán para leer la nota.
No sé por dónde empezar, Liam. Sólo sé que hoy se han derrumbado todos los castillos que estaba empezando a construir. Quizá porque eran castillos en el aire. He deliberado durante horas esta decisión y si te soy sincera, jamás pensé que tendría la osadía ni la determinación suficiente para llevarla a término.
Aunque creamos estar mirando en la misma dirección no es así. Hemos querido hacer compatibles nuestras aspiraciones con la mejor de nuestras intenciones, pero sin darnos cuenta hemos tomado atajos desacertados para llegar antes a la meta señalada. Yo abandoné hace tiempo la meta por voluntad propia, pero en ningún momento quise que tú lo hicieras. La diferencia estriba en que creo más en ti que en mí misma y eso es como caminar sobre una cuerda. Cuanto mayor es la confianza plena más posibilidad hay de que se tense la cuerda. Y ahí está el error. Una vez quebrada la confianza, la cuerda se deshace. Hoy mi confianza ha quedado completamente despedazada.
Necesito apartarme de ti, Liam, al igual que tú necesitas apartarte de mí. Necesito saber si soy capaz de respirar sin ti incluso sabiendo de antemano el dolor que me produce el solo pensamiento de perderte. Puedo cerrar los ojos a la realidad, pero no puedo cegar mi alma. Me marcho de San Francisco. El apartamento está pagado hasta final de año. Puedes quedarte en él si lo deseas. No trates de contactar con mi madre, nuestros amigos o mi círculo de trabajo para encontrarme. Nadie sabe las razones de mi marcha. Si todos han respetado mi decisión, espero que tú también lo hagas. De hecho, puede que en el futuro me lo agradezcas.
Me marcho de esta forma porque a pesar de todo, no tengo el coraje suficiente para decirte adiós.
Amy
Una parte de Liam Wallace se apagó aquel 23 de noviembre de 1995. Para Emily MacLeod, la madre de Amy, supuso un auténtico suplicio el verse obligada a silenciar la verdad. Dos días después presentó su dimisión en el U. S. Bank y, transcurridas dos semanas en las que había puesto patas arriba la ciudad de San Francisco para encontrarla, se trasladó a la ciudad de Los Ángeles para comenzar, sin aún saberlo, una vertiginosa carrera como actor a la vez que una desastrosa vida personal.
La puerta de la todavía escueta biblioteca de Scottish Green se abrió de repente, haciéndolo volver a la realidad. Clyde permaneció en el umbral de la puerta con una pequeña carpeta de plástico en sus manos. No tenía muy buen aspecto y su cara estaba tan pálida como la pared.
—Creí que volverías a darme largas con mi petición. Llegas tarde —le dijo Liam levantándose de su asiento y rodeando la mesa. Se apoyó en el extremo con semblante serio mientras esperaba a que Clyde se acercara a entregarle el esperado informe al que parecía estar dándole tantas vueltas.
Clyde sintió que su frente comenzaba a transpirar. Él mismo había cavado el agujero de su tumba hacía casi once años y ahora estaba a punto de caer en él. Había tratado de posponer aquel asunto demasiadas veces durante las últimas semanas y Liam había terminado encolerizado jurándole que si le estaba escondiendo alguna verdad por dura que fuera tenía que saberla o tendría que atenerse a las consecuencias.
Curiosamente, el «día del juicio final» había llegado para Clyde de una forma completamente distinta a la de Liam. Allí estaba imponente y respetuoso como el caballero escocés que siempre sería, observándolo con rostro temeroso a la vez que desafiante.
Clyde se acercó hasta la mesa y dejó sobre ella aquella trágica sinopsis de la vida de la mujer a la que no había logrado olvidar.
—Antes de todo quiero dejarte claro algo —le dijo con voz queda.
—Adelante —respondió Liam impaciente.
—He cometido algunos errores cuestionables y quizás imperdonables desde el punto de vista ético a lo largo de todos estos años. Pero para que unos ganen otros tienen que perder, Liam. Así es la vida. Te has convertido en el mejor actor que se recuerda desde hace mucho tiempo. Los mejores directores, guionistas y productores besan el suelo que pisas. Eres el número uno. Eso es lo que quise hacer de ti aquel día cuando te vi actuar en el Traverse y lo he conseguido. No voy a pedir tu perdón porque sé que jamás podrás perdonarme por lo que os hice.
—¿De qué estás…? —Se levantó de inmediato interrumpiéndolo.
—Déjame acabar por favor. En esa carpeta te presento mi dimisión.
—¿Dimisión? ¿Te has vuelto loco?
—Dentro de un rato compartirás esa decisión. Es más, habrás deseado no haber tenido el infortunio de haberte cruzado conmigo en tu vida.
Liam estaba empezando a perder la serenidad.
—¿Por qué no vas al grano y me dices de una maldita vez eso que no te atreves a decir?
—Estaré arriba para contestar a todas tus preguntas —dijo dándose la vuelta y encaminándose hacia la puerta.
—No irás a ninguna parte. —El tono helado de la voz de Liam lo dejó totalmente paralizado—. Quiero saberlo todo y quiero saberlo ahora.
Clyde permaneció breves segundos dándole la espalda, segundos que a Liam se le hicieron eternos. Cuando se volvió de nuevo hacia él, Liam advirtió la mirada atormentada de Clyde.
—Haz las preguntas que desees —le dijo después de haberse aclarado la garganta.
—¿Sabes la razón por la que Amy me dejó?
Clyde suspiró y dirigió su mirada hacia la mesa.
—Mira el sobre amarillo que hay dentro de la carpeta y obtendrás tu respuesta.
Liam no se movió durante unos segundos. Luego se dio la vuelta para tomar la carpeta en sus manos e hizo lo que Clyde le pidió. Cuando deslizó el contenido sobre el cristal de la mesa sintió un inexplicable mareo seguido de una espeluznante sensación de náusea. Tuvo que buscar apoyo para no perder el equilibrio.
—Dios santo… —consiguió decir—. ¿Qué significa…? ¿Esto… esto es algún tipo de montaje? ¿Qué demonios…?
—No es un montaje. Las fotos son reales. Lo único que no se descubre en la imagen es que tú estabas completamente drogado.
—Jamás he tomado drogas. Durante un tiempo me pasé con el alcohol pero de ahí a meterme otro tipo de cosas, jamás, te lo juro.
—Lo sé, Liam. Fue la chica de la foto la que lo hizo, previo pago por mi parte.
Liam volvió a mirar detenidamente la imagen. Aquello era una habitación de hotel. Jamás había mantenido relaciones sexuales fuera de sus lugares de residencia, ya fuera Londres, Nueva York o Los Ángeles. Había sido lo suficientemente prudente como para no caer en redes de ningún tipo de chantaje. Fijó su mirada en el decorado de la habitación. Había estado en ese hotel en varias ocasiones para almuerzos o cenas de trabajo. Pero sólo una vez durmió en una de sus habitaciones y de eso hacía mucho tiempo. A juzgar por su aspecto, aquella foto era bastante antigua. De pronto recordó con nitidez aquella noche en el bar del Beverly Wilshire, su discusión con Clyde horas antes por su negativa a la firma del contrato para un rodaje en China porque no quería estar lejos de Amy durante tanto tiempo, aquella joven que apareció de repente para compartir varias copas con ellos. Recordó que empezó a sentirse mareado y que ambos insistieron en llevarlo a su habitación. A la mañana siguiente se había levantado con un terrible dolor de cabeza que había creído era fruto de una resaca. No recordaba absolutamente nada. De repente comprendió y acto seguido dirigió una sombría mirada a Clyde.
—¿A quién enviaste estas fotos? —preguntó sabiendo de antemano la respuesta.
—Amy las recibió en su despacho el 23 de noviembre de 1995.
Liam cerró los ojos apretando los labios en un intento de controlar su ira. Un terrorífico escalofrío le recorrió la espina dorsal. Estrujó una de las fotos con una de sus manos mientras que con la otra comprimía su deseo de linchar a aquel desgraciado que había destrozado su vida.
—¡Maldito cabrón de mierda! —Se fue directo hasta él agarrándolo con violencia por la solapa de su americana de ochocientos dólares hasta que lo inmovilizó estrellándolo contra la pared—. ¿Cómo has podido hacerme algo así? Eres un desgraciado egoísta sin escrúpulos. —Los ojos de Liam centelleaban de rabia a medida que levantaba su puño dispuesto a machacar a Clyde allí mismo.
—Si no te hubiera apartado de ella no habrías llegado nunca adónde estás ahora.
Liam detuvo su mano en el aire para volver a sujetarlo y zarandearlo, golpeándolo nuevamente contra la pared.
—Nadie te pidió que me convirtieras en lo que soy. Apartaste de mi vida a lo que más quería. —La rabia que desprendían sus ojos terminaron convirtiéndose en una terrible expresión de abatimiento y desesperación—. Le hiciste creer que no me importaba. ¿De qué me ha servido ser el número uno? ¿De qué me sirve todo lo que tengo si no he podido tenerla a ella?
—Podías haber tenido a cualquier mujer. Llegué a pensar que te olvidarías de ella en cuanto empezaras tu camino hacia el Olimpo.
Liam lo soltó bruscamente y le dio la espalda. Estaba a punto de explotar.
—Pero no fue así. Sabías que no era así y sin embargo no te molestaste en decirme la verdad.
—Cuando pensaba confesártelo, Amy ya había empezado a encauzar un poco su vida. No tenía derecho a inmiscuirme.
—Tampoco tuviste derecho a inmiscuirte en nuestras vidas en aquel momento y, sin embargo, lo hiciste —le dijo con una gélida mirada volviendo a encararse con él.
—Lo que he hecho es imperdonable, Liam. Me siento un ser despreciable y el tiempo que me quede, sea mucho o poco, tendré que aprender a vivir con el castigo de no haber sabido ser lo suficientemente humano como para ver lo que en su momento no vieron mis ojos. Dos excelentes personas que sólo querían estar juntas. Quizá yo tendría que amar o haber sido amado para comprenderlo.
Liam se encaminó hasta la ventana tratando de mantener la compostura. Guardó silencio durante unos segundos antes de hacer la pregunta clave.
—¿Ha sido feliz? —Su voz sonó hueca.
—Después de haber vivido durante más de tres años en Chicago con Jorge Stich, ambos contrajeron matrimonio civil en San Francisco en el año 2001 antes de partir hacia un nuevo futuro en la ciudad de Buenos Aires.
—No has respondido a mi pregunta —añadió sin volver el rostro hacia él.
—En el año 2002 fueron padres de una niña y ahí comenzaron los problemas.
Esta vez Liam se enfrentó a la desterrada mirada de Clyde.
—¿Problemas?
—Parece que fue un desliz. Él no quería tener hijos, pero Amy siguió adelante con el embarazo. Tuvo una preciosa niña llamada Leah. —Clyde se detuvo unos segundos para que Liam asimilara lo del nombre de aquella niña, muy parecido al suyo—. Amy terminó refugiándose en el cuidado de su retoño y empezó a dejar de lado su profesión y su matrimonio. Tengo entendido que su marido ni siquiera estuvo con ella el día del nacimiento de Leah. Estaba de viaje de negocios.
—Dios mío… —murmuró Liam dolido por las penalidades por las que se había visto obligada a pasar.
—Ella regresó a San Francisco para trabajar a finales del año 2004. Solicitó el divorcio y su marido, herido en su ego masculino por haber sido abandonado por una mujer como Amy, comenzó la batalla legal por la custodia de Leah.
—Pero si se supone que no la quería… —añadió Liam horrorizado.
—A principios de febrero de este año el juez dictaminó la custodia a favor de Amy, pero estableció un período de visitas de dos meses durante el verano para que Leah estuviera con su padre en Buenos Aires. Amy se derrumbó por completo y aquel mismo día visitó a Jorge en la casa que habitaba durante sus visitas a San Francisco para rogarle una vez más que desistiera de aquella locura por el bien de la niña. Discutieron y Amy se llevó a su hija con ella bajo amenazas de denuncia por parte de Stich. Esa noche hubo una terrible tormenta y el vehículo de Amy se salió de la carretera.
Liam estaba aturdido. No daba crédito o lo que acababa de escuchar. Estaba aterrado por el silencio repentino de Clyde. Su cólera volvió a invadirlo. Clyde, viendo que Liam pensaba lo peor, continuó.
—Amy se salvó, pero su hija falleció de camino al hospital. Cuando recibió la noticia entró en estado de conmoción. Aunque se ha recuperado milagrosamente de todos los daños físicos sufridos, no logra levantar cabeza por la pérdida de su hija. Se siente culpable y está en un estado de abstracción permanente. Apenas habla y nadie ha logrado hacerle recordar lo ocurrido. Dicen que es posible que haya sufrido algún tipo de amnesia temporal, algo muy corriente en estos casos. Ahora está ingresada en Oak Creek.
—¿Oak Creek? —Liam tenía la boca seca y no podía pronunciar palabra.
—Tienen un programa especial para gente que ha sufrido alguna pérdida traumática. Están muy avanzados en ese tema. Tienen a los mejores psicólogos del país.
—Dios mío, Clyde, ¿qué es lo que has hecho? —le preguntó mientras sacudía la cabeza como signo de desesperación e incredulidad.
—No pensé en las consecuencias de mis actos. Jamás habría imaginado que iba a suceder algo semejante.
—No sólo has destrozado mi vida. Has estado a punto de acabar con la suya, si es que no lo has hecho ya. —Si las miradas mataran Liam lo habría liquidado en aquel mismo instante. Se apoyó sobre la esquina de la mesa destrozado por lo que acababa de escuchar—. Haz un comunicado de prensa diciendo que temporalmente me retiro del mundo de la interpretación para atender un asunto familiar de suma importancia. Cuando lo hayas hecho quiero que desaparezcas. —Su voz sonaba fría como un témpano de hielo—. Mis abogados se pondrán en contacto contigo para zanjar tu participación en la productora.
Clyde permaneció de pie en silencio esperando a que Liam se dignara a mirarlo por última vez a la cara.
Y lo hizo. Una mirada que jamás podría olvidar.
—Márchate, por favor.