Londres – Nueva York, 2004 – 2006
De regreso a Estados Unidos, Liam firmó ante notario la compra del apartamento de sus sueños en la Avenida Madison de la ciudad de Nueva York. Era una ocasión que no podía dejar escapar y Clyde fue el primero en inyectar en su cuenta bancaria una sustanciosa cantidad como ayuda que sabía le sería devuelta triplicada en cuanto su próxima película viera la luz.
El rodaje de El juicio final comenzó en la ciudad de Londres a finales del mes de mayo del año 2004. Liam no volvió a hacer mención a lo sucedido en Buenos Aires y Clyde tampoco lo hizo ya que sabía que eso habría sido un tremendo error por su parte. Clyde había accedido a asistir a aquella promoción temiendo que se produjera alguna escena como la que desafortunadamente finalmente tuvo lugar. Jamás imaginó que terminaría cruzándose con ella en una ciudad del tamaño de Buenos Aires. Todavía se le helaba la sangre con el solo hecho de recordar la dureza de la mirada de Liam aquel día. Pero lo que aterrorizó a Clyde fue el odio visceral que emanaba de los ojos de Amy. ¿Acaso sabía lo que había hecho años atrás? Pero si hubiera sido así habría buscado a Liam para revelarle la verdad, ¿no? Clyde sintió cierto alivio cuando supo que ella había rehecho por fin su vida, si bien sabía con certeza que jamás lograría alcanzar la felicidad que habría tenido al lado de Liam. Eso lo había mantenido despierto muchas noches durante los últimos años, pero tenía que pensar que había merecido la pena. Lo había convertido en lo que siempre debió ser y el hecho de que Amy se hubiera marchado tan lejos era la prueba que demostraba que el mensaje había sido captado. Sin embargo, seguía sintiéndose despreciable. Su conciencia no le dejaría descansar en paz hasta que viera con sus propios ojos cómo Liam vencía de una vez por todas el recuerdo imborrable de Amy para lograr alcanzar la felicidad frente a otra mujer.
Con motivo del comienzo del rodaje en Londres, Liam alquiló un pequeño apartamento en el barrio de Kensington con opción a compra. Necesitaba un lugar intermedio entre su Escocia natal y Estados Unidos para asentar un poco sus raíces aunque no tuviera muy claro el lugar al que pertenecía realmente desde hacía mucho tiempo. Fue allí donde comenzó a despuntar en sus juergas nocturnas. Las cosas se pusieron muy negras para Clyde cuando trataba de cubrirle las espaldas. Sabía que llegaría el momento en que ya no podría hacerlo y rezaba para que ese momento tardara en llegar.
Lo que Clyde desconocía era el triste hecho de que Liam ya llevaba muchos meses bebiendo a escondidas, incluso mucho antes de que tuviera lugar el desagradable encuentro en Buenos Aires. Lo llegó a sospechar cuando llegaba tarde al set de rodaje con ojos algo enrojecidos y sombrías ojeras. En principio lo achacó al cansancio y la presión a la que estaba siendo sometido pero, por contradictorio que pudiera parecer, era precisamente en aquellos días en los que tanto Scott como el resto del equipo creían quedarse sin aliento al contemplar su impactante interpretación. Todos comenzaron a pensar que Liam estaba aún más atormentado que el personaje al que daba vida ante las cámaras. En otras ocasiones gritaba sin razón aparente a algún asistente o al mismo director o a cualquier otro que se le pusiera por delante para luego arrepentirse de inmediato de su desacertada reacción, mostrando un sentimiento de culpa en sus ojos que no dejaban lugar a duda de que estaba pasando por una de las peores etapas de su vida.
El regreso a Nueva York tuvo lugar a comienzos de verano para continuar el rodaje que finalizaría a mediados de septiembre si las previsiones seguían su curso. Fue en la ciudad que nunca duerme donde Liam encontró el anonimato que necesitaba para seguir ahogando su paradójica vida de éxitos y fracasos en el alcohol.
Con motivo de la celebración de su trigésimo quinto cumpleaños en uno de los bares de moda de Nueva York, Clyde recibió una llamada de la comisaría de Policía. Liam había sido detenido por conducción imprudente con un elevado índice de alcohol en la sangre.
Pese a las influencias que Clyde ejercía sobre determinado sector de la prensa sensacionalista, no pudo evitar que la noticia terminara filtrándose en algún diario incontrolado. Estaba fuera de sí cuando conducía a Liam hasta la Avenida Madison a las cinco de la madrugada después de haberlo sacado del calabozo y de haber pagado la fianza. Sabía que después de haber permanecido allí varias horas se le había bajado un poco la borrachera. Liam no pronunció palabra hasta que cruzó el umbral de la puerta de su apartamento.
—Puedes volver a casa si quieres —le dijo sin mirarlo a la cara conforme entraba en el vestíbulo—. Ya has hecho todo lo que tenías que hacer.
Clyde cerró la puerta de un golpe obligando así a Liam a girarse hacia él y mirarle a la cara.
—Estás jugando con fuego, Liam.
—Chorradas —le dijo mientras volvía a darle la espalda y se encaminaba hacia el salón.
—Esto es más serio de lo que piensas.
—Oh, vamos. No seas tremendista, no soy ni el primero ni el último al que han pillado con unas copas de más. Eso no me convierte en un delincuente.
—Es una mancha en tu impecable trayectoria y lo sabes.
—Nadie es perfecto. —Se dirigió hasta el mueble bar ante la mirada incrédula de Clyde. Observó atónito cómo abría una botella de vodka.
—Pero ¿te has vuelto loco? —le gritó Clyde reaccionando con rapidez y arrebatándole de las manos la botella—. ¿Se puede saber qué mierda te pasa? Estoy empezando a perder la paciencia contigo. Llevo demasiado tiempo cubriendo tus fechorías y tus desenfrenos. Estoy empezando a hartarme.
—Pues ya sabes dónde está la puerta —le dijo mientras cogía un vaso y lo llenaba de whisky.
—Eres un maldito desagradecido.
—¿Desagradecido? —Esbozó un sardónico gesto—. ¿Podrías aclararme por qué debo darte las gracias? —preguntó con sonrisa mordaz.
—Necesitas ayuda.
—Oh sí, claro. La vieja frase de siempre —dijo bebiendo un trago.
—¿No te das cuenta de lo que estás haciendo con tu vida? Esto va a terminar destruyéndote. Si no eres coherente con tu vida personal, ¿cómo esperas serlo en tu profesión?
—¿Desde cuándo te ha importado a ti mi vida personal? Sólo te ha importado mi maldita carrera porque sabías que un solo triunfo mío te bastaba para llegar donde siempre has querido llegar. No lo niegues.
—Eres un egoísta.
—Tú me has enseñado a serlo.
—No voy a tenerte en cuenta lo que estás diciendo porque no estás en tus cabales.
—Maldita sea, estoy perfectamente. Deja de tratarme como si fuera tu hermano pequeño al que tratas de proteger porque sabes muy bien que no es a mí a quien tratas de proteger. Solo te proteges a ti mismo.
La imagen de Liam en aquellos instantes era un espejismo. Clyde no podía creer que hubiera llegado a aquellos límites.
—Si tanto te disgusta lo que haces, ¿a qué esperas para abandonar? Sé lo suficiente hombre para reconocer que no eres capaz de seguir adelante y olvidar el pasado.
—¿De qué demonios hablas? —preguntó enfadado.
—Sabes perfectamente de lo que estoy hablando. Afronta de una vez por todas que Amy ya está fuera de tu vida. No puedes seguir arrastrándola contigo. Lo quieras o no ella ya no forma parte de esto. ¿No te quedó suficientemente claro en Buenos Aires?
Observó cómo Liam apretaba los labios para no dejar escapar la ira que llevaba dentro. Clyde sabía que le había dado donde más le dolía, pero se había visto obligado a hacerlo si quería que reaccionara.
Clyde se dio la vuelta para dirigir sus pasos hacia la salida pero se giró una vez más.
—Y deja de culpar a los demás de tus inseguridades. Adelante, púdrete en el infierno si es eso lo que quieres.
Cuando Clyde se marchó pudo escuchar el estruendoso ruido del cristal al otro lado de la puerta.
Poniendo como excusa la fase de posproducción de El juicio final, Liam rompió por primera vez con la tradición de pasar las fiestas navideñas en Escocia en compañía de toda su familia. No estaba en condiciones de enfrentarse a la normalidad de las vidas de sus seres queridos cuando la realidad de la suya parecía empeorar con cada minuto que pasaba. A pesar de las insistencias de Clyde de que lo mejor que podría hacer en ese momento era precisamente marcharse a Escocia, Liam se negó en rotundo a seguir su consejo.
La noticia de que no regresaba a Callander fue recibida por su familia como un jarro de agua fría. Sabían que algo no iba bien por mucho empeño que Liam pusiera en ocultarlo. Una simple gripe no era pretexto creíble para abandonar esa costumbre. Lo que jamás imaginarían era el hecho de que no sólo los había abandonado a todos aquellas Navidades. Liam no pondría los pies en Escocia durante un doloroso y extenso período de tiempo.
No aceptó las múltiples invitaciones que tenía tanto en Los Ángeles como en Nueva York. Izzie O’Balle creyó que lo había convencido para que cenara en Long Island con toda su familia, pero en el último momento le telefoneó diciéndole que no se encontraba bien. Nadie habría imaginado que uno de los hombres más admirados y envidiados del mundo del celuloide pasaría aquellas fechas solo y encerrado con sus recuerdos en un lujoso ático de Manhattan.
Había un dicho o refrán que decía que si las cosas iban mal podrían ponerse mucho peor. Los contactos con su familia que habían venido siendo asiduos hasta hacía casi un año, se fueron haciendo cada vez más esporádicos hasta llegar a la total fragmentación de las relaciones. Por supuesto, todo a causa de la negativa de Liam a salir de aquel pozo en el que estaba empezando a hundirse sin permitir que nadie hiciera algo para evitarlo.
Un martes por la noche de finales de febrero del año 2005 Liam recibió una llamada de Edimburgo. Era su hermana Jane. A su madre le habían diagnosticado un cáncer que estaba en una fase algo avanzada, pero los médicos no querían abandonar la posibilidad de una mejora a través de la quimioterapia, si bien Liam sabía de sobra que no se trataba de mejora. En todo caso no era más que una posible prolongación de su vida a muy corto plazo.
Esperó hasta la mañana siguiente para telefonear a su madre. No pudo hacerlo en el momento en que Jane le reveló la triste noticia. Había tomado unas copas de más y no se sentía con las fuerzas suficientes para afrontarlo. Pero sobre todo no quería que su madre notara nada fuera de lo normal.
Se levantó varias veces durante aquella noche hasta que finalmente decidió bajar a la cocina para tomar algo que le hiciera conciliar el sueño. Después tomó el teléfono entre sus convulsas manos y marcó el número de casa. Después de haber escuchado la animada voz de su madre tratando de enmascarar su desoladora realidad hablando de temas que nada tenían que ver con lo que le sucedía, sintió que se partía en dos. No le insistió en ningún momento en la necesidad de que volviera inmediatamente a casa. Su madre lo conocía demasiado bien como para saber que Liam no estaba preparado para algo semejante.
Trató de recomponerse cuando colgó el teléfono. Arrastró los pies por las escaleras que conducían hasta su dormitorio. Entró en el cuarto de baño y se encerró en él. Fue hacia el lavabo y abrió el grifo dejando correr el agua fría durante unos segundos. Después ensambló sus dos manos para llenarlas de agua y arrojarla sobre el rostro. Con los ojos cerrados tanteó el lado derecho del mueble para coger una toalla. Cuando se hubo secado hizo un ovillo con ella y la lanzó al contenedor de ropa sucia. Se apoyó sobre el lavabo con las dos manos mientras se inclinaba hacia delante y levantaba la vista para contemplar su imagen en el espejo. Suspiró profundamente cuando empezó a tomar conciencia de su estado. Estaba al borde del precipicio. Sintió un leve temblor en los labios, seguido de un escalofrío que lo sumergió en una indescriptible tristeza. Entonces, aparecieron las lágrimas.
Tres días después, Izzie O’Balle paseaba inquieta de una lado a otro de su vestidor en busca de unos malditos zapatos que casaran con aquel traje de color imposible pero adorable de Prada.
—Llegamos tarde —oyó gritar a su marido desde el pasillo—. Ya son las siete menos cuarto.
—Sólo dos minutos, por favor.
Sonó el teléfono.
—¡Ni se te ocurra contestar! —volvió a gritar Miles mientras entraba en la habitación y veía cómo Izzie salía despavorida del vestidor con un par de zapatos Chanel de interminable tacón en tonos grisáceos.
Izzie se calzó los zapatos mientras se acercaba al teléfono a mirar la pantalla.
—Número privado —dijo abriendo un cajón y sacando unos pendientes de perlas.
—Razón de más para no contestar.
Dos o tres timbrazos más hasta que dejó de sonar.
—Lista —dijo mientras cogía su abrigo.
Miles se acercó a ella para besarla.
—Estás preciosa —le dijo.
—Vaya… gracias. —Izzie se inclinó esbozando una sonrisa para coger el bolso que se hallaba encima de la cama cuando su móvil comenzó a sonar. Lo abrió para contestar.
—Otro número privado.
—Vale, es tu móvil personal, poca gente tiene este número. Puede ser importante así que contesta si quieres, pero vamos a ir bajando, ¿de acuerdo?
—No pienso contestar. Si es importante volverán a insistir.
Una limusina los esperaba a la salida de su domicilio en Central Park West. Una vez dentro, el número privado volvió a insistir.
Ambos se miraron.
—Será mejor que contestes —dijo Miles.
Izzie pulsó la tecla de descolgar.
—¿Dígame?
—¿Izzie?
—Sí, ¿con quién hablo? —preguntó aún sabiendo que la voz le era tremendamente familiar.
—Soy Clyde, Clyde Fraser.
—Hola Clyde. —Miles la miró extrañado cuando la escuchó.
—¿Estás en casa?
—No. Miles y yo vamos camino del Moma a la cena anual del Colegio de Arquitectos.
—Siento molestarte un sábado por la noche, Izzie.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—¿Sabes algo de Liam?
—¿Liam? —Miles le dirigió otra mirada interrogante.
—Verás, no pretendo ser alarmista pero no hablo con él desde el lunes pasado. No contesta al teléfono de casa ni a ninguno de los móviles. Sé que no está en Los Ángeles, ni en Londres y menos aún en Escocia.
—Ni siquiera ha pasado una semana. Quizás se ha marchado a algún lugar recóndito a pasar unos días de descanso. Sabes que no es la primera vez que desaparece sin dar explicaciones. Es más, creo que no tiene obligación de darlas.
—Lo sé, Izzie. No se trata de eso; me preocupa porque está pasando por una mala racha.
—Eso es evidente, los rumores corren como la pólvora. Ya me he enterado de lo que ocurrió. Yo también traté de contactar con él después de aquello y no me ha devuelto ni una sola de mis llamadas.
—Está muy mal, pero se niega a recibir ayuda.
—Vaya… lo siento. No sabía que estaba llegando a esos límites.
—Sé que vosotros tenéis una relación estrecha con él y por eso pensé que podrías saber algo.
—Siento no poder ayudarte, Clyde.
Se produjo un silencio preocupante.
—Hay tres turnos de conserje en su edificio y los tres me juran que no lo han visto salir de allí desde el martes. No he querido hacer más preguntas para no levantar sospechas y no dar que hablar, pero algo me dice que no ha salido de su apartamento.
De repente se dibujó el terror en el rostro de Izzie porque había comprendido el alcance de aquel comentario por parte de Clyde.
—Dios mío… ¿no pensarás que…? —No pudo terminar la frase.
—¿Sigues teniendo en tu poder las llaves?
—Sí… había quedado en devolvérselas ahora que iba a pasar más temporadas en la ciudad, pero insistió en que me las quedara por si había alguna urgencia.
—Yo diría que esto merece el calificativo de urgencia.
—Tendría que volver a casa a buscarlas.
—Izzie, siento aguarte la fiesta pero…
—No te preocupes, iré personalmente a comprobar cómo está. Liam es más importante que la cena de esta noche.
Miles le miró con cara de pocos amigos.
—No sabes cómo te lo agradezco. Por favor, te ruego que me mantengas informado desde el mismo momento en que entres allí.
—Lo haré y… Clyde…
—¿Sí?
—No te preocupes. Seguro que Liam está bien. Sea lo que sea lo que le sucede, le ayudaremos a salir de ésta.
—Eso espero. Gracias Izzie.
—Adiós Clyde.
Cerró el móvil y permaneció varios segundos mirando al vacío.
—¿Qué le ocurre a Liam?
—Cariño, lo siento, pero tendrás que asistir a esa cena tú solo. Tengo que volver a casa para buscar las llaves del apartamento de Liam.
—No pienso ir a ninguna parte hasta que no me cuentes qué sucede.
—Liam está pasando por una mala racha.
—Eso ya lo sabemos todos.
—Es peor de lo que imaginamos. Ya lleva arrastrándolo mucho tiempo. Necesita ayuda.
—¿Dónde está?
—No tengo ni la menor idea. No contesta a los fijos ni a los móviles desde hace varios días. Ninguno de los conserjes de su edificio lo ha visto salir desde el martes. Tiene que estar allí y nosotros somos los únicos que podemos entrar para comprobarlo sin levantar ningún tipo de sospecha.
—Dios, pobrecillo, con lo buen tipo que es.
Miles pulsó el botón para deslizar la mampara que los separaba del chófer.
—Tenemos que volver a casa. No iremos al Moma. Sus servicios han terminado por esta noche, pero le pagaremos la tarifa completa.
—Como desee, señor.
—Podríamos aprovechar la limusina para… —comenzó a decir Izzie.
—Nos tendremos que cambiar —interrumpió Miles— no podemos presentarnos allí vestidos de cocktail y menos aún en limusina. Tendrá que ser una visita como las que estamos acostumbrados a hacer siempre que vamos a verle. Si lo hacemos de esta manera daremos que hablar y eso es lo único que nos faltaba.
—Tienes razón. Lo siento, es que ahora mismo no puedo pensar con claridad.
—Tranquila —dijo cogiéndole cariñosamente la mano—. Va a estar bien. Ya lo verás.
Izzie asintió tratando de convencerse a sí misma de que así sería, pero tenía el horrible presentimiento de que Liam no iba a estar nada bien.
El apartamento de Liam ocupaba casi la mitad de la extensa planta del edificio, concretamente novecientos metros cuadrados de superficie repartidos entre vivienda de dos niveles, terraza, solarium y una minimalista piscina rectangular semicubierta. Había una entrada directa hasta la vivienda desde un ascensor privado aunque la mayoría de sus visitas subían en el que utilizaban el resto de los vecinos.
Pasaban tres minutos de las ocho de la tarde cuando Izzie y Miles traspasaban el umbral de las pulcras y macizas puertas de la residencia neoyorquina de Liam Wallace. Era Carlos quien estaba de turno. Les dirigió una amable sonrisa cuando los vio entrar. Sabía que no hacía falta anunciar aquella visita al señor Wallace. Ambos trataron de aparentar la máxima tranquilidad mientras se encaminaban hacia el ascensor privado. No era la primera vez que Carlos los veía subir en él, así que aquel simple acto no podía considerarse como algo inusitado.
Cuando introdujeron la llave en la ranura y oyeron el clic que les indicaba que debían pulsar el botón con las letras PH, ambos se miraron sobrecogidos ante la posibilidad de encontrarse con alguna de las aterradoras imágenes que habían pasado por su mente. La subida se les hizo interminable. Cuando el ascensor se detuvo y las puertas plateadas se deslizaron ante ellos, Miles cogió de la mano con fuerza a Izzie al notar el leve temblor que la invadía.
El silencio era sepulcral. Las lámparas de las mesas del vestíbulo estaban encendidas, pero aquello no era indicador de que Liam se encontrara allí. Siempre solía dejarlas así.
—Hay luz en el salón —dijo Miles soltándola de la mano y encaminándose hacia allí.
Izzie lo siguió hasta que los dos se detuvieron aturdidos ante el descomunal desorden de la estancia. Si algo definía a Liam, además de otras muchas cosas, era su carácter organizado y meticuloso. Pero por allí parecía que hubiera pasado un huracán. Cojines esparcidos por el suelo, latas de cerveza vacías, platos con restos de comida, vasos y botellas, la mayoría de ellas también vacías así como ceniceros llenos de colillas y montones de libros apilados en el suelo junto a algunas cintas de vídeo.
—Dios mío —murmuró Miles.
Izzie se quedó muda cuando se retiró hacia un lado y advirtió una imagen congelada en el televisor. Se acercó hasta la pantalla para poder verla mejor. Miles la persiguió con los ojos y fue hasta donde ella estaba.
Una chica de cabello castaño, piel tostada y preciosos ojos verdes, sonreía a la cámara. Liam, más joven y con un aspecto más bohemio y juvenil pero igual de guapo, la rodeaba con sus brazos desde atrás mostrando una felicidad en su rostro que ni Izzie ni Miles habían visto jamás.
—¿Sabes quién es? —preguntó Miles.
Izzie sacudió la cabeza mientras fijaba su vista de nuevo en las cintas de vídeo apiladas junto al reproductor de DVD y otro de VHS. Se agachó para leer los títulos de cada una de ellas: Bodas de plata de papá y mamá, Sesenta cumpleaños de mamá, Navidad 93-94, Fiesta despedida Amy, Las Highlands con Amy. Abril 94, Amy y Liam en San Francisco. Año 94/95.
Ambos intercambiaron miradas interrogantes, pero no se pronunciaron al respecto.
—Yo iré arriba —dijo Izzie—. Tú echa un vistazo por aquí y por la terraza. No te olvides de la piscina. —Estaba aterrorizada.
—De acuerdo —respondió Miles tratando de disimular el nudo que tenía en su estómago.
A medida que Izzie subía las escaleras comenzó a percibir un tenue ruido que no logró identificar. Cuando llegó arriba se detuvo para concentrar todos sus sentidos en aquel sonido. Se hizo más audible, aunque seguía sin saber de qué se trataba. Conforme se aproximaba al dormitorio de Liam notaba que el ritmo de su corazón comenzaba a acelerarse. Avivó el paso para entrar en la estancia rezando a Dios para que no hubiera ocurrido nada de lo que estaba imaginando en ese preciso instante.
No tuvo tiempo de ver el desorden del lugar porque solo supo que sus pies la llevaron corriendo hacia el cuarto de baño, cuando por fin descubrió que el sonido que venía escuchando desde la escalera era el agua de un grifo. La alarma se disparó en su mente y gritó despavorida el nombre de Miles cuando se encontró a Liam medio desnudo en el suelo de la ducha y con la cabeza sobre el cristal. Un fino reguero de sangre se deslizaba hasta el sumidero.