La emisión de la serie La decisión en octubre de 1999 supuso la escalada definitiva de Liam Wallace al estrellato. El último capítulo consiguió mantener pegados al televisor a más de treinta millones de norteamericanos. Comenzaron a lloverle ofertas de las más prestigiosas cadenas de televisión, pero Liam tenía claro que su meta era la gran pantalla y que la televisión sólo había sido un medio para alcanzarla.
Aquella serie hizo que su rostro diera la vuelta al mundo. Fue galardonada con varios premios Emmy, entre ellos al mejor actor revelación.
El 18 de marzo del año 2000 nacía su sobrino Matt. Para entonces ya tenía en mente un par de interesantes guiones. No sabía que uno de ellos había sido escrito por Clint Eastwood: Río de sueños. Le faltó poco para ponerse a llorar de alegría cuando Clyde le dijo que Clint dirigiría y produciría aquel proyecto. Comenzó a rodar a sus órdenes a la entrada del nuevo milenio. La película obtuvo numerosos premios en varios festivales como el de Cannes, la Mostra de Cine de Venecia o el de Sundance aunque el resultado en taquilla no fuera el esperado. Pero a Liam no le importó. Con Eastwood había aprendido lo que jamás creía que podría aprender. Adoraba su profesión más que nunca y no le importaba considerarse un adicto al trabajo. Era invitado a todo tipo de eventos y, aunque en la mayoría de los casos no se sentía con muchos ánimos de acudir, terminaba cediendo a los consejos de Clyde. También necesitaba divertirse.
Y siguió su consejo a rajatabla. Comenzó a ser asiduo en los bares de moda de Los Ángeles y Nueva York. Era el rey de cualquier pequeña reunión o fiesta. Contaba cualquier anécdota o historia con tal entusiasmo y simpatía que todos terminaban embelesados o retorciéndose de la risa sólo de escucharlo.
Después de los atentados del 11 de septiembre comenzaba su ascenso hacia la cima. En el año 2002 cambió de registro para dedicarse a la comedia romántica Dame una señal. Tuvo un resultado de taquilla excepcional. Era una historia sencilla con alguna que otra peripecia emocional y con un final feliz. Al fin y al cabo eso era lo que quería el público. La realidad de por sí ya era lo suficientemente dura como para sentarse frente a la pantalla de un cine y continuar viendo más de lo mismo. Su papel en aquella pintoresca comedia lo convirtió en objetivo de la prensa del corazón. Atractivo, terriblemente seductor, buen tipo, mejor actor, colaborador entregado a causas humanitarias, encantador, inteligente, con un gran sentido del humor y sobre todo soltero. Sin quererlo, su vida personal era el tema preferido de cualquier publicación sensacionalista. Pese a que en muchas ocasiones le era fácil pasar desapercibido, no siempre lo lograba. Y podía considerarse afortunado porque le trataban con el máximo respeto.
En el año 2003 fue el aclamado protagonista de El regreso de Hugh y Delito de omisión en la que por primera vez se metía en la piel de lo que había sido antes de convertir su sueño en realidad. Daba vida a un atípico abogado. Su interpretación fue solemne y grandiosa. Y la forma que tuvo Hollywood de reconocerle tal maestría fue galardonándolo con un Globo de Oro en la categoría de mejor actor principal en la edición del año 2004. Tuvo la fortuna de estar acompañado por sus padres en aquel inolvidable momento. Saboreaba las mieles del éxito cuando todavía no había cumplido los treinta y cinco años. La conquista no había hecho más que empezar.
Cuando Clyde le ofreció la posibilidad de participar con él en su propia productora, Liam no vaciló a la hora de darle una respuesta. En marzo de 2004 se creó Arbroath Film Entertainment y la primera propuesta que vería la luz bajo aquel nuevo paso en su fulminante carrera sería el presentado por el guionista y director Scott Fairfield: El juicio final. A finales de ese mismo mes se convertía en propietario de una fabulosa residencia de estilo mediterráneo a la que bautizó como Scottish Green en Los Ángeles.
En abril de aquel mismo año, con motivo de la promoción de Delito de omisión en América Latina donde, por problemas con la distribuidora, la cinta se estrenaría meses más tarde que en otros países, Liam viajó a la ciudad de Buenos Aires. La escalada de su vida personal a partir de aquel viaje sería inversamente proporcional a la de su prestigiosa carrera profesional.
Las temperaturas eran aún totalmente veraniegas a pesar de estar prácticamente en el ecuador otoñal de la ciudad de Buenos Aires. Aunque Liam habría preferido un hotel más convencional, terminó cediendo a los deseos de Clyde y finalmente se alojaron en el hotel Alvear Palace del barrio de la Recoleta. Según Clyde, era el lugar adecuado para recibir a la prensa y para esconderse de ella, aunque ello supusiera para Liam menos libertad para poder escabullirse y disfrutar de la ciudad por su cuenta y riesgo. Si bien Clyde no lo dejaba un minuto a solas desde que aterrizaron en el aeropuerto internacional de Ezeiza, cosa que Liam no alcanzaba a comprender, utilizó la astucia que lo caracterizaba para darle esquinazo.
Tenían razón aquéllos que decían que en la grandiosa ciudad de Buenos Aires uno podía encontrar su propia ciudad. Cuando paseaba por sus animadas calles como Rivadavia o Florida, avenidas interminables como la de Mayo o Corrientes, bosques como el de Palermo y su Jardín Japonés y barrios como la Recoleta o Puerto Madero se sentía como en Oxford Street de Londres, Campos Eliseos de París, Gran Vía de Madrid, Central Park o East Village en Nueva York. Era evidente que la mezcla de estilos que caracterizaba a aquella enorme urbe era sin duda producto de su afán por parecerse a las grandes capitales del resto del mundo.
Después de haber disfrutado en la terraza del Café La Biela del placer de una cerveza bien fría acompañada de algunas «picadas» bajo el simple disfraz de unas gafas de sol y una gorra, retomó su paseo hacia la zona norte del barrio de la Recoleta con su guía en la mano como un turista más haciendo caso omiso de las continuas llamadas de Clyde a su móvil.
Aprovechó su relativa cercanía a Callao para visitar la Gran Librería El Ateneo en Avenida Santa Fe, la más grande de América Latina y visita obligada para los amantes de la lectura. Se quedó boquiabierto cuando traspasó las puertas de aquel antiguo teatro inaugurado en 1912 y reconvertido en la librería más espectacular que jamás había visto. Los bellos frescos de su grandiosa cúpula junto a aquellos millares de libros, invitaban a la calma después del bullicio típico de todas las tiendas de los alrededores. Cuando pasaba por las interminables hileras de estanterías recordó a Amy. Sabía que si hubiera estado en Buenos Aires aquél habría sido uno de sus lugares favoritos. Se detuvo frente a dos pilas de libros que captaron su atención. Curiosamente estaban unos al lado de los otros. El de la derecha se titulaba Paisajes de Escocia con una bonita foto en la portada de una carretera comarcal arbolada que llevaba a Callander. El de la izquierda se titulaba Paisajes de California con una fotografía del bello atardecer de la bahía con el Golden Gate al fondo. Curiosamente los dos montones apilados estaban descompensados. Alguien debió de haberse llevado uno de los ejemplares de Escocia. No pudo evitar esbozar una breve y melancólica sonrisa al tiempo que se dejaba llevar por los recuerdos.
De repente, un leve estremecimiento le recorrió la espina dorsal. Giró la cabeza y sus ojos, por simple instinto, se fijaron en una de las cajas en las que la gente hacía cola para abonar sus compras. Distinguió el ejemplar de Escocia que faltaba en el estante en manos de una mujer que con la mano que le quedaba libre sujetaba el carrito de un bebé. No podía ver el rostro de la madre, pero sí el de la criatura de no más de dos años que jugueteaba con la figura de un muñeco de goma. El rostro de aquella preciosa niña le era terriblemente familiar. Cuando trató de enfocar su mirada hacia la supuesta madre, otra mujer que debía de acompañarla le tapó por completo la visión. Sintió una ligera palpitación y dirigió sus pasos hacia la zona de caja cuando fue interceptado por varios fans que lo habían reconocido. Maldijo su mala suerte y mientras miraba de un lado a otro se percató de que no tenía escapatoria.
—¡Una foto, Liam, por favor!
—¿Puedes firmarme un autógrafo?
Liam sonrió y echó solo un par de garabatos sobre dos CDs de la banda sonora de alguna de sus películas. Mientras sonreía tratando de no perder la calma para que le hicieran un par de fotos, alzó el cuello para observar cómo aquella mujer se dirigía hacia la salida del establecimiento empujando el carrito de su retoño mientras su amiga le sostenía la bolsa con la compra que acababa de realizar.
—Lo siento de veras. Pero tengo que marcharme —suplicó con su natural sonrisa mientras se escabullía del pequeño tumulto que se había empezado a congregar a su alrededor. Firmó tres o cuatro autógrafos más antes de alcanzar la salida, pero ya era demasiado tarde. Miró hacia todos los lados de la Avenida Santa Fe. Pero por más que la buscó con la mirada no la encontró. Probablemente había entrado en alguna de las innumerables tiendas que había por la zona. De repente no le pareció nada razonable buscar a una simple desconocida que por un momento pensó que pudiera ser…
No. No podía ser. Estaba en Buenos Aires. ¿Qué iba a hacer ella en Buenos Aires?
Si se hubiera detenido cinco minutos antes frente a aquel expositor en concreto de la Librería Ateneo, habría sabido descifrar ese extraño presentimiento que le había invadido porque se habría dado cuenta de que la joven que se acababa de llevar ese ejemplar de Paisajes de Escocia era, precisamente, Amy MacLeod.
—Te espero abajo, no tardes demasiado —le dijo Clyde golpeando la puerta del baño—. Tenemos el tiempo justo para esta última entrevista y salir pitando hacia el aeropuerto. Tendríamos que habernos ido ayer y ya llevamos un día de retraso por tu aventura turística.
Liam no contestó. Contemplaba su rostro cansado en el espejo. No había logrado cerrar los ojos después del inexplicable sobresalto que habían sufrido sus emociones la tarde anterior. Eso, sumado a la copiosa cena y el abundante vino que había bebido en aquel restaurante de Puerto Madero habían contribuido a aquel malestar con el que se había levantado esa mañana.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar.
Liam suspiró.
—Sí. Estaré listo en cinco minutos.
—No te olvides de beber ese zumo que tienes encima de la mesa. Te quedarás como nuevo.
—Lo haré.
Tal y como le había aconsejado Clyde, bebió aquel extraño brebaje. Volvió a mirarse en el espejo. Pantalón y americana azul oscura con camisa blanca sin corbata y unos zapatos comprados en La Martina, una exclusiva tienda situada a pocos metros del hotel. Con el cabello con dispersas canas a pesar de no haber cumplido aún los treinta y cinco iba a terminar quitándole el puesto a George Clooney. Tomó aire antes de abrir la puerta de la habitación y salió al pasillo dispuesto de nuevo a enfrentarse a su realidad.
Liam miró disimuladamente su reloj antes de responder a la siguiente pregunta.
—¿Es cierto que para el rodaje de El juicio final tiene previsto rodar en Argentina?
—Hemos considerado la posibilidad y quizás haya que hacerlo. A mí particularmente se me ha hecho muy corta esta estancia, pero parece ser que sólo será para rodar exteriores. Sería una excusa perfecta para volver a tener la oportunidad de disfrutar de esta sensacional ciudad, pero ya estarán informados de que voy a participar en la producción de este proyecto y esto es como una especie de empresa. —Comenzó a reír—. Hay que sopesar todos los gastos antes de pensar en los beneficios.
—Con pocas películas a sus espaldas tiene la fortuna de estar ahora mismo entre los grandes. ¿Cree que ha sido sólo un golpe de buena suerte o quizás considera que ha sido lo suficientemente inteligente como para elegir el guión correcto?
—Esa misma pregunta me la he hecho yo mismo cientos de veces. —De nuevo su mágica sonrisa—. La verdad es que ni yo mismo lo sé. Salí de Escocia en el año 1994 para probar suerte y tuvieron que pasar casi cinco años para poder tener la oportunidad de demostrar lo que sabía hacer. Yo he nacido del teatro y, de hecho, fue en Broadway donde recibí el espaldarazo definitivo. Creo que he sido una persona paciente. Cuando un guión llega a mis manos me pierdo entre sus líneas y si por un instante logro olvidarme del mundo y siento cierto cosquilleo en el estómago… ya sabes… esas mariposas de las que todo el mundo habla cuando se está enamorado. —Nuevamente una carcajada—. Pues bien, cuando siento eso sé que tengo que interpretar ese papel. Y me da igual el tipo de historia o de registro, no tiene que ser algo rocambolesco. Las historias más sencillas son aquéllas que salen directamente del corazón de quien las escribe y eso lo percibe quien lo lee. Si yo percibo ese sentimiento lucho para llevarlo a la pantalla.
Dado que le entrevistadora se había quedado callada ante sus palabras Liam hizo un simpático gesto.
—Espero haber contestado a tu pregunta. He contestado, ¿verdad? Si no es así, ¿me la podrías repetir?
La periodista Gabriela Marni estalló en una carcajada y Liam aprovechó para beber del vaso de agua que había al lado de su mesa. Con aquel movimiento de cabeza distinguió a lo lejos la figura de una atractiva mujer que salía del pasillo alfombrado que llevaba a la cafetería del hotel. Iba acompañada de otros dos hombres.
—Ha contestado a mi pregunta, señor Wallace. No tendremos que vernos obligados a repetir nada.
—Me alegro —respondió Liam con una graciosa mueca mientras observaba cómo aquella joven acercaba sus pasos hacia el lugar en el que se encontraban.
—¿Cómo se ha sentido al tenerse que meter en la piel de un abogado? ¿Le ha resultado fácil o se ha convertido en un reto más después de reconocer públicamente que en realidad el derecho no era su vocación?
Todo sucedió en cuestión de secuencias de segundos que a Liam le parecieron una eternidad. Detuvo sus pasos a tan sólo un par de metros de él. Lo que venía sospechando desde que la había visto caminar hacia allí se acababa de confirmar. Se trataba de Amy. Se le quedó la boca seca y su rostro cambió radicalmente de expresión. Los tres miembros del equipo de grabación lo advirtieron al igual que Gabriela Marni, personal del hotel e incluso el propio Clyde. Volvió a beber agua para tratar de disimular el ataque de pánico que estaba a punto de entrarle.
—Bueno —carraspeó antes de contestar mientras fijaba su mirada en una preciosa y desenvuelta Amy hablando en perfecto español con un caballero que sería de la edad de su padre— no me ha resultado difícil, era un papel interesante y lo de menos, obviamente, es el detalle de la profesión del protagonista.
El otro caballero que la acompañaba dio un paso hacia delante mientras pasaba la mano por la cintura de Amy. Fijó la vista en la mano de él. Llevaba una alianza. Después desvió los ojos hacia la de Amy que se deslizaba hacia su oreja para retirar parte de aquel mechón rebelde hacía atrás. También la llevaba. Cuando le vio el rostro a aquel individuo, inmediatamente recordó a aquél que la había besado apasionadamente en O’Hare hacía ya más de cinco años. Cerró los ojos en un intento de borrar esa imagen.
—¿Se encuentra bien, señor Wallace? —Gabriela miró en todas direcciones en busca de ayuda. Clyde dedicó una interrogante mirada a Liam.
—Perfectamente, como es costumbre… a veces estoy en el limbo pero ya he vuelto. —Esta vez su sonrisa no fue la misma—. El hecho de que abandonara mi carrera de abogado para dedicarme al cine no significa que odiara lo que hacía. Estudié derecho porque era una opción más segura y práctica que convertirme en actor. Mis padres sólo deseaban que hubiera algo que me respaldara y a día de hoy tengo que estar muy agradecido.
—¿Habría vuelto a ejercer si no hubiera llegado a dónde está en este momento?
Amy se despidió del caballero sesentón y al tiempo que su supuesto marido le decía algo, ambos se apartaban de ella para dirigirse al mostrador de recepción. Amy se disponía a seguirlos cuando le llamó la atención la cámara y las luces de grabación. La curiosidad pudo con ella y se acercó un poco más para ver a quién entrevistaban.
—No lo sé —respondía Liam encontrándose con la sorpresa y la alarma en aquellos verdosos ojos que ya no irradiaban el idealismo y la espontaneidad que siempre los habían caracterizado—. Si volviera al momento en el que decidí marcharme a California, no me lo pensaría. Lo haría de nuevo, sin lugar a dudas.
Liam se olvidó de donde estaba. Se olvidó de Gabriela Marni, se olvidó de la cámara, se olvidó de Clyde, se olvidó del personal del hotel y se centró en ella. Se levantó lentamente con los ojos fijos en los suyos. No fue consciente de que Gabriela le estaba diciendo que sólo le quedaban un par de preguntas más como tampoco fue consciente de cómo Clyde lo seguía con los ojos preguntándose qué demonios le estaba ocurriendo. Liam permaneció clavado en el suelo observándola mientras notaba cómo la angustia se apoderaba de él. No advirtió que Clyde había descubierto a Amy y ésta sintió la aprensiva sombra de pavor de sus ojos sobre su nuca mientras daba órdenes al equipo de grabación de que la entrevista había finalizado.
En ese instante en el que Liam decidía avanzar hacia ella, aquel tipo que guardaba cierto parecido a Ralph Fiennes, el del aeropuerto, apareció detrás de Amy. Una vez más tuvo que detener sus pasos.
—Nos están esperando fuera, cariño. Vaya, pero si es el actor escocés ése que te gusta tanto. ¿No vas a pedirle un autógrafo?
Amy desvió sus ojos hacia Clyde. Liam los desvió en su misma dirección para volver a ponerlos en ella y descubrir cómo su expresión había cambiado drásticamente mientras ambos se miraban. Jamás había visto en Amy semejante expresión de odio. En aquel triángulo el doble de Fiennes parecía estar fuera de onda.
—¿Ocurre algo? —preguntó Jorge.
Amy volvió a contemplar la fascinante y al mismo tiempo desoladora imagen de Liam Wallace dirigiéndole una mirada que ni siquiera ella misma habría podido interpretar. Pero algo le decía que él había llegado a comprenderla.
—No pasa nada. Vámonos si no queremos llegar tarde a esa reunión —dijo dándose la vuelta sin mirar a Jorge. Dedicó otra gélida mirada a Clyde que Liam no pudo ver. Liam sólo observó cómo aquel tipo le pasaba el brazo por la espalda mientras ella caminaba a su lado tratando de mantener el tipo.
—¿Se encuentra bien, señor Wallace? —le preguntó el director que se acercaba a él en ese instante—. ¿Algún problema?
—Todo está bien. No se preocupe —respondió amablemente sin desviar sus ojos de la figura de Amy.
—Todo ha salido perfecto —intervino Clyde tratando de disimular el repentino e inexplicable estado de tensión en el que se encontraba—. Puede que Liam haya sufrido algo de bajada de tensión. Han sido tres días demasiado intensos.
Liam contemplaba impotente cómo Amy desaparecía de su vista.
—De veras que todo está bien. No hay de qué preocuparse. Hemos estado encantados de estar aquí. Y ahora, si me disculpa, tengo que hacer un recado antes de partir —dijo Liam mientras Clyde le hacía señas con los ojos rogándole que no lo hiciera—. Ha sido un placer. —Le dio la mano sacudiéndola amigablemente y emprendió el camino hacia la salida del hotel.
—Para este hotel ha sido un auténtico honor haber tenido al señor Wallace entre sus huéspedes. Es muy admirado y querido en Argentina.
Liam dejó de escuchar la conversación que Clyde mantenía con el director del hotel Alvear Palace. Aceleró el paso a través de aquel esplendoroso y enorme vestíbulo hasta llegar a la salida. Una vez hubo traspasado la puerta, echó a correr mirando a sendos lados de la calle. Observó cómo el doble de Fiennes cerraba la puerta de un taxi que acababa de ponerse en marcha. Veía la silueta de la cabeza de Amy.
—Sabes que estoy aquí. Mírame, vamos. Mírame —musitó Liam notando cómo algo en su interior se rompía—. Por favor, hazlo, por lo que más quieras.
Amy giró la cabeza antes de que el taxi desapareciera calle abajo y clavó sus ojos en él como nunca antes había hecho.
Liam contuvo el aliento. Después dejó escapar un doloroso suspiro como para tratar de encajar el golpe que acababa de recibir. Trató de recomponerse antes de regresar a la entrada del hotel para ver cómo Clyde traspasaba la puerta giratoria y se detenía frente a él con semblante irritado. Liam pasó por su lado cabizbajo y en silencio.
—¿Se puede saber qué diablos te pasa? —Estaba realmente cabreado—. Has estado a punto de…
—Basta —interrumpió Liam girándose hacia él con el rostro desencajado y una mirada glacial que le intimidó hasta lo más profundo.
—Liam, escúchame. No…
—He dicho basta —repitió en tono áspero e hiriente mientras cruzaba de nuevo el umbral del vestíbulo del hotel procurando mantener la calma, aunque sabía con certeza que el minúsculo resquicio de esperanza que aún lo mantenía a flote acababa de extinguirse en aquel mismo instante.