Liam, Nueva York – Los Ángeles 1998 – 2004
Liam apenas pronunció palabra durante aquel vuelo de regreso a Los Ángeles. A pesar de la evidente preocupación de Hillary por su actitud, no le importunó con ningún tipo de interrogatorio. Se limitó a aceptar el hecho de que probablemente estaba estresado ante la perspectiva de todo el cúmulo de trabajo y ofertas a las que tendría que hacer frente en los próximos meses. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. En aquel preciso instante su éxito en Broadway y los múltiples ofrecimientos que Clyde le había puesto sobre la mesa eran la menor causa de sus desvelos.
A pesar de aquel revés con el que se había tropezado aquella mañana de principios de otoño en el aeropuerto O’Hare de Chicago, se había esforzado por combatir con cierto escepticismo la inseguridad en la que estaba comenzando a sumergirse desde que había podido ver con sus propios ojos cómo Amy había encauzado totalmente su nueva vida. Habían transcurrido ya dos meses desde entonces y fue consciente de que Hillary sabía que estaba alejándose de ella. Por su trabajo tenía libertad absoluta para viajar con él a Nueva York para seguir con su compromiso en el Majestic con el El novelista, pero Liam no le insistía en que le acompañara. A principios de enero tendría que pasar en Nueva York una larga temporada debido al comienzo del rodaje de la serie La decisión. Se sentía culpable por sentirse aliviado ante la posibilidad de estar lejos de Los Ángeles durante aquel período de tiempo.
Notó la calidez del cuerpo desnudo de Hillary contra su espalda. Sus manos lo apresaron desde atrás y terminó girándose hacía ella a pesar de su intención de abandonar el lecho e irse al salón. Hillary lo besó dulcemente y él respondió al beso con otro mucho más intenso, pero de repente se detuvo y se apartó. Se incorporó y permaneció sentado sobre el borde de la cama de espaldas a ella.
—Lo siento —le dijo mientras se levantaba y abandonaba la habitación.
Entró en el salón, pero cambió de opinión y dirigió sus pasos hasta la cocina. Sacó del armario una botella de whisky de Glendronach y se sirvió una copa. Lo bebió de un trago y lo dejó sobre la mesa. Después retiró la silla para sentarse y una vez acomodado, pasó varios minutos mirando al vacío sosteniendo entre sus manos el vaso mientras lo hacía girar entre sus dedos una y otra vez. Su mente comenzó a navegar nuevamente por las imágenes que había tenido que contemplar en O’Hare. Volvió a llenar el vaso y vació de un golpe su contenido sobre su estómago. No debía pensar en aquello. Trató de centrarse en Hillary y en el absurdo momento por el que pasaba su corta relación.
La había conocido cuando Clyde ya estaba negociando en su nombre con la cadena Fox para una serie de televisión de sólo ocho capítulos en la que él sería el protagonista. Cuando aquella genial propuesta llegó a sus manos sabía que no podría dejar escapar la oportunidad. Era la primera vez que estaba de acuerdo al cien por cien con Clyde. Habían transcurrido ya cinco meses desde entonces y debido a que su cuenta bancaria iba a aumentar considerablemente, decidió trasladar su domicilio a un lugar más acorde con su nueva posición. Había contactado con una agencia inmobiliaria de la que Hillary resultó ser la gerente. Fue ella quien le encontró aquel magnífico apartamento de Orange Street en Wilshire Boulevard.
La crítica especializada por fin había conseguido hacerle justicia. Se estaba dedicando finalmente a aquello en lo que siempre había creído y estaba siendo públicamente reconocido por ello. Se había entregado en cuerpo y alma durante los últimos tres años de su vida a cumplir su propósito. El trabajo y la disciplina eran lo único que le daba fuerza para afrontar el día a día. Deseaba mantener su mente ocupada hasta el punto de agotarla para no tener que enfrentarse a los atormentados recuerdos que continuaban persiguiéndolo. Hillary era la primera relación medianamente seria que había logrado mantener después de su estrepitoso y aún incomprensible fracaso con Amy. Y la podía considerar medianamente seria sólo por el simple hecho de que había vencido a las dos primeras citas. Todavía se preguntaba a sí mismo cómo había logrado alcanzar el récord de casi cinco meses junto a la misma mujer. No es que hubiera sido promiscuo hasta ese momento. Sencillamente no estaba preparado y dudaba de que aún lo estuviera.
—¿Por qué no me cuentas qué te preocupa?
Hillary lo despertó de su estado de semiinconsciencia. Liam levantó la vista hacia ella que se hallaba apoyada sobre el marco de la puerta observándolo con una mirada que denotaba un claro desconcierto. Volvió a bajarla para centrarla en el vaso que estaba considerando llenar por tercera vez.
—Será mejor que vuelvas a la cama. En este instante no soy buena compañía —le respondió sin desviar los ojos del vaso.
—Dentro de una semana te marchas a Escocia para pasar las Navidades con tu familia y a primeros de año te vas a Nueva York. No te va a quedar mucho tiempo para ti mismo y menos aún para mí. Así que creo que deberíamos hablar de ello.
—¿Hablar de ello? —Liam le dirigió una mirada recelosa mientras ella se acercaba para sentarse frente a él.
—Sobra decir que en estas últimas semanas has estado más distante que nunca. Sé que tu vida está cambiando a una velocidad fuera de lo común. Sólo quiero saber si estás bien, eso es todo.
—Estoy bien. No me ocurre nada.
—Liam. —Su sonrisa fue algo irónica—. A pesar de lo buen actor que eres, en tu vida personal ya me has demostrado que no eres capaz de fingir, así que búscate otra excusa.
Liam guardó silencio.
—¿Hay otra persona?
—No quiero hacerte daño, Hillary.
—Lo sabía —le dijo levantándose—. Sabía que te estabas viendo con otra. Maldito hijo de…
Liam se levantó y la sujetó por la muñeca para detenerla, obligándola a mirarlo a la cara.
—No me estoy viendo con nadie —le interrumpió—. No soy de esa clase, te lo aseguro.
—Entonces… ¿a qué se debe tu actitud?
—Ya te dije cuando te conocí que no creía estar preparado para comenzar una nueva relación.
—Aun así la comenzamos —le recordó con voz firme.
—Y, por supuesto, no me arrepiento de haberlo hecho. Has llegado a llenar un vacío en un momento muy complicado de mi vida, pero no puedo seguir engañándome a mí mismo porque de esa manera te estoy engañando a ti y no te mereces algo así.
—Creía que eras diferente, pero me he vuelto a equivocar. ¿Por qué no has tenido las agallas suficientes para dejarme? ¿Por qué has tenido que esperar a que sea yo quien te lo plantee?
—Tú no tienes la culpa. Yo sigo enamorado de otra persona y no puedo hacer nada para luchar contra eso. Quise darme una oportunidad cuando te conocí, pero no puedo continuar con esta farsa. No te mereces a alguien como yo a tu lado. No, si no puedo estar contigo al cien por cien.
—Si crees que vas a hacer que me sienta mejor con lo que acabas de decir, estás muy equivocado.
—No era ése mi propósito y, aunque no lo creas, no quería que esto terminara de esta forma.
—¿Y cómo pretendías que terminara?
—Lo siento, Hillary. No sabes cómo lo siento —le dijo posando suavemente las manos sobre sus hombros.
—Fue ella a quien viste aquel día en el aeropuerto, ¿verdad?
A Liam le pilló fuera de combate aquella pregunta. Seguía subestimando aquel sexto sentido de las mujeres. Asintió esquivando su mirada mientras Hillary se deshacía de sus manos y le daba la espalda para salir de allí. Se detuvo una vez más manteniendo la vista fija en él con toda la dureza de la que fue capaz.
—Ve en su busca, Liam. Y si no lo haces, intenta olvidarte de ella. Lo quieras o no tu vida tiene que continuar.
Liam no tenía nada más que añadir. Se sintió cobarde y despreciable pero, aún así, sabía que no podía hacer nada.
—Me marcho —dijo dándole la espalda—. Ya no hay nada que me retenga aquí. Y no te molestes en acompañarme, por favor. Prefiero acabar con esto cuanto antes.
—Lo siento, Hillary.
Hillary desapareció de su vista y sólo cinco minutos después, cerraba la puerta tras de sí desapareciendo de su vida.
Liam permaneció sentado en la cocina decidido a ahogar sus penas en el resto de aquella botella de whisky. Brindó en silencio por el maldito destino que le había puesto en su camino a la mujer más excepcional que jamás pudo haber imaginado para después arrebatársela de un plumazo.
El día 21 de diciembre voló hasta Escocia para pasar unos días de vacaciones. No había vuelto desde el bautizo de su sobrina Sarah y habían transcurrido ya seis meses desde entonces. No podía tomarse más días de descanso porque tendría que seguir sus dos funciones semanales de El novelista mientras la afluencia de público continuara siendo igual de arrolladora. Necesitaba contagiarse del auténtico espíritu de aquellas fechas paseando por los lugares que lo habían visto crecer. Iba a necesitar aquella recarga de emociones para atreverse con todos los desafíos que le esperaban el próximo año. Clyde le había entregado un par de guiones en los que estaba profundamente interesado. Le había animado a que les echara un vistazo durante aquellos días de descanso en los que probablemente su mente estaría más despejada para tomar decisiones. Liam había tenido oportunidad de leerlos durante el vuelo y ambos le parecieron magníficas tramas. Aunque tuvo que reconocer que se decantó por uno que bien podría haber estado escrito por Amy aunque sabía a ciencia cierta que, por desgracia, no era así.
Jane aprovechó para dar la noticia de su compromiso con Douglas a todos los que habían acudido a Callander para cenar en Nochebuena. Contraerían matrimonio en el mes de marzo y los dos estaban más encantados que nunca.
La mañana de Navidad se levantó temprano cuando aún todo el mundo dormía para salir a correr a pesar de las bajas temperaturas. Cuando regresó, su familia ya estaba bajo el árbol esperando a que llegara para abrir los regalos.
—No vuelvas a hacer eso, ¿me oyes? —le dijo su madre con el rostro fruncido una hora después mientras seguía a Liam hasta la cocina.
—¿Hacer qué?
—Marcharte a correr el día de Navidad. ¿A quién se le ocurriría algo así? ¿Estás loco? Me he llevado un susto de muerte cuando he visto que no estabas en tu habitación.
—¿Se puede saber qué mosca os ha picado a todos? —Liam no sabía si enfadarse por aquel absurdo comentario o simplemente reírse—. Desde que he llegado me da la sensación de que me queréis proteger de algún mal.
—En Los Ángeles estás acostumbrado a vivir a unas temperaturas más templadas y me preocupa que enfermes haciendo idioteces como las de esta mañana —le dijo mientras abría el frigorífico para sacar varias lechugas.
—¿Bromeas? ¿Ahora te preocupa que coja un simple resfriado? —La siguió hasta la mesa sacudiendo la cabeza en señal de descrédito.
—Vale, Liam —dijo Katherine suspirando a la vez que ponía los brazos en alto—. Vamos a dejarlo. Eres mi hijo y me preocupo por ti.
—Vamos, mamá, dilo.
—¿Qué quieres que diga?
—Di lo que piensas.
—¿Lo que pienso de qué?
—Has visto que no estaba en mi habitación y has pensado: «Lo ha vuelto a hacer, por tercer año consecutivo ha desaparecido la mañana del día de Navidad».
Katherine dejó de deshojar la lechuga para encontrarse con aquella inescrutable expresión en el rostro de su hijo. No pudo decir nada, pero su silencio valía más que mil palabras y ella sabía que Liam era consciente de ello.
—Estoy bien, mamá. Sé que todos os empeñáis en borrar los recuerdos de este lugar que precisamente en estas fechas se hacen más intensos que nunca y que lo hacéis con la mejor de vuestras intenciones. Yo fui el primero que os obligué a olvidar pero ni yo mismo he logrado hacerlo del todo. Pero estoy bien y no quiero que os preocupéis por mí.
Katherine se tragó un desagradable nudo en la garganta antes de hablar. Tenía mucho que decir, sobre todo después de la visita de Amy hacía tan sólo un par de semanas, pero no podía hacerlo. Habría sido infiel a su palabra y después de todo Amy había tenido razón. Sus vidas tenían que continuar y si las aguas tenían que volver a su cauce sabía que el destino, la providencia divina o quienquiera que hubiese ahí arriba, se encargaría de volver a recomponer el puzle.
—¿Lo dices en serio? —Katherine quería oírselo decir. Quería tener la certeza de que sus heridas se estaban curando. Quería tener la certeza de que no se había arrepentido de las decisiones tomadas.
—Lo digo muy en serio. Todos buscamos la felicidad, pero cada uno la encuentra en cosas diferentes. Yo la he encontrado en actuar, mamá. Nací para esto y tú lo sabes mejor que nadie. Jamás pensé que terminaría ganando dinero haciendo lo que realmente me gusta y ya ves. ¿Quién me lo iba a decir? —le dijo mientras se acercaba hasta ella y cogía una zanahoria de un recipiente que había sobre la mesa.
—A veces tengo la sensación de que te sientes solo. Será porque estás lejos de nosotros.
—La soledad impuesta es la más triste. Yo he elegido mi estado actual y creo que para lo que me espera en esta nueva etapa profesional es mejor que permanezca así. —Le dio un mordisco a la zanahoria.
—No me gusta oírte decir eso.
—Escúchame. Te mentiría si te dijera que tengo totalmente superado lo de Amy, pero también es cierto que ya he empezado a ver las cosas desde otro punto de vista. Quizás ella tenía que cruzarse en mi vida para que yo diera este paso. Ella me abrió los ojos y me hizo creer en mis posibilidades. Después de todo, le tengo que estar agradecido por lo que ha hecho.
Katherine mantuvo la vista fija en las hojas de lechuga. Liam se acercó a ella y la sujetó de la barbilla obligándola así a mirarlo.
—No estoy solo. Tengo buenos amigos y Clyde se comporta como un hermano conmigo.
Katherine echó la cabeza a un lado, pero volvió a su posición original. Escuchar el nombre de Clyde era sinónimo de traición tanto para ella como para James.
—Clyde no es el ogro que parece.
—Hazme caso. Ándate con ojo con él —le dijo con semblante serio.
—Ya sé que no es santo de vuestra devoción, pero tengo suerte de que se hubiera fijado en mí. No sabes la cola de actores desesperados dispuestos a lo que sea para que Clyde les dedique unos minutos. Está empezando a hacerse un nombre.
—Gracias a ti. Que no se te olvide.
—Lo sé. No se me olvida. Pero también te digo que las cosas se ven desde otro prisma cuando se está fuera de este mundo.
—Sólo quiero que sigas manteniendo los pies en la tierra. Detestaría que el éxito y la fama terminaran destruyéndote.
—Para eso os tengo a vosotros. No me olvido de que soy un chico de Edimburgo.
—Y quiero que lo sigas siendo. —Katherine posó las palmas de las manos sobre sus mejillas. Liam las apretó tiernamente con las suyas. Después acogió a su madre en un cálido abrazo.
—Soy feliz, mamá. No te preocupes porque, a pesar de todo, soy muy feliz.
Recibió al nuevo año 1999 en Edimburgo en casa de Tom y en compañía de todos aquellos viejos amigos que aún permanecían en Escocia o habían vuelto a sus hogares familiares con motivo de las fechas navideñas. Él era quien se había marchado más lejos. La mayor parte de sus compañeros de promoción estaban esparcidos entre Glasgow, Edimburgo o Londres. El resto, los menos, habían obtenido becas al finalizar la carrera para completar su formación en otros países extranjeros y habían optado por quedarse un par de años más en lugares como Roma, Milán, París o Madrid. Sólo Liam se había aventurado a cruzar el Atlántico. Resultó ser el más admirado y solicitado en todas las reuniones durante aquellos días de estancia en su país natal. Y, en cierto modo, era comprensible. Todos envidiaban su coraje para hacer lo que había hecho y no es que Liam no se sintiera orgulloso de sus logros. Lo estaba porque dedicarse a algo con lo que uno ha soñado desde su más tierna infancia no es algo que llegue a conseguir la mayoría de la gente. En aquellos instantes sólo veía cómo las personas con las que había crecido hablaban de la monotonía de sus vidas, trabajo y pareja como si todo ello fuera algo tedioso e incluso imperfecto. No entendían lo importante que podía llegar a ser un simple detalle como el de dormir durante un mes seguido en el mismo lugar, no tener un horario fijo, no tener unos ingresos fijos, ni amigos fijos y por supuesto lo de una pareja fija era algo impensable después de todo lo que le había sucedido.
No pudo volver al Traverse. Lo había intentado en anteriores ocasiones, pero no podía hacer frente a lo que representaba aquel lugar. Si Amy no hubiera aparecido en aquel teatro aquel 26 de agosto, ¿qué habría sido de su vida? Lo que estaba claro era que si ella no se hubiera cruzado en su camino jamás habría tenido la valentía suficiente para dar el paso.
Sus padres, por primera vez desde que Amy le había dejado, se atrevieron a preguntar por ella. Le sorprendió que lo hicieran dado que hacía ya demasiado tiempo que el pacto de silencio estaba sellado. Supuso que el objetivo sería normalizar la situación debido al tiempo transcurrido. Había tenido tiempo para aclarar su mente y en aquellos momentos estaba más decidido que nunca a trabajar duro para convertirse en el indiscutible número uno. Ya había sacrificado su vida personal y no estaba dispuesto a volver a hacerlo. Su objetivo primordial era hacer lo imposible para que el nombre de Liam Wallace tuviera un lugar en la historia del cine.