Murray & MacBride estrenaban nueva filial en la capital británica. Amy fue la elegida para impartir unos intensos cursos de formación sobre la política del bufete durante la segunda semana de diciembre. Aunque se le había planteado a Jorge la posibilidad de viajar con ella no fue posible debido a la afluencia de trabajo existente.
No había vuelto a cruzar el Atlántico desde junio de 1994. Cuando subió al taxi que la llevaría hasta el Four Seasons, múltiples recuerdos se adueñaron de sus pensamientos. Si bien Londres era una ciudad mucho menos serena que Edimburgo, no pudo evitar rememorar aquel feliz año a medida que aquellas calles y sus gentes penetraban en sus retinas.
Fue una semana intensa en trabajo, emociones y nuevos compañeros que sin duda iba a echar en falta. A pesar de que tenía contratado el vuelo de regreso a Chicago aquel mismo viernes al mediodía, telefoneó desde el despacho de Old Burlington Street para comunicar a Jorge su deseo de hacer una escapada a Escocia con el propósito de visitar a su prima Jill y los viejos amigos que dejó allí durante su año de posgrado. Pagó el correspondiente recargo por el cambio del billete de regreso y, aunque a Jorge no pareció agradarle mucho la idea de no verla hasta el lunes, aceptó resignado su deseo de volver a visitar la tierra de la que procedía poniendo como condición en tono bromista que la próxima vez que viajara a Escocia lo haría acompañada por él.
Ese mismo viernes, 11 de diciembre, aterrizaba en el Aeropuerto Internacional de Edimburgo hacia las seis de la tarde. Jill, Mel y la pequeña Phoebe de apenas dos años la esperaban a la salida. Derramó lágrimas de emoción al estrechar en sus brazos a aquella preciosa pelirroja a la que no había dejado de ver en fotos desde su mismo nacimiento. Si Londres había despertado en ella cierta alteración en su estado anímico, le habría sido muy difícil describir con palabras el sentimiento que la invadió cuando se adentraron en la ciudad atravesando aquellas idílicas calles que tan sólo unos años antes habían sido testigos de una de las etapas más dichosas de su vida.
Después de una copiosa cena y de haber tenido el placer de vigilar a la preciosa Phoebe hasta que se quedó dormida, volvió al salón para disfrutar de la sobremesa. Mel dejaba en ese instante las tres copas servidas sobre la mesa.
—No sabía que tuvieras tan buena mano con los niños —comentó Mel mientras se sentaba frente a ella y Jill.
—Si te soy sincera yo tampoco —añadió con una amplia sonrisa.
—Supongo que a ti también te llegará tu momento.
Si alguna vez se planteó la remota posibilidad de tener hijos con alguien, probablemente habría sido con Liam, pero salvo aquella triste pérdida que sufrieron cuando aún vivían juntos, jamás se había vuelto a plantear el tema y menos aún con Jorge.
—Por el momento prefiero dejar pasar algo más de tiempo. Jorge y yo tenemos una vida demasiado ajetreada —añadió.
—Eso es una vieja excusa —dijo Jill mientras bebía un trago de su copa sonriendo—. De todas maneras en este momento estás en una fase personal y profesional muy tentadora así que disfruta mientras puedas. —Miró de reojo a su marido con ojos pícaros.
—Eh, cualquiera diría que tú estás aquí encerrada todo el día. —Mel la zarandeó mientras se acomodaba riendo a su lado en la esquina del sofá.
—Es un placer veros a los dos así de felices con Phoebe. Cuando conocí a Mel no tuve ninguna duda de que terminaríais tal y como estáis ahora. Me alegro tanto por vosotros.
Jill juraría haber visto un fugaz destello en sus ojos. Estuvo a punto de confesarle que había tenido la misma impresión con respecto a ella y Liam desde aquel día en que ambos se conocieron. Sin embargo no lo hizo.
—Aún no puedo creer que estés aquí. De veras que ha sido toda una sorpresa.
—Fue un impulso. De pronto necesité volver y, a decir verdad, no sabría decirte las razones.
—No hace falta que digas nada porque sé perfectamente a lo que te refieres. Es como si hubiera pasado toda una vida y, sin embargo, dentro de poco habrán pasado tan sólo cinco años desde que te divisé con tus dos maletas en la esquina de la calle Drummond.
—Han sido demasiadas cosas en muy poco tiempo.
—Estás fantástica y hecha toda una ejecutiva. Sabía que llegarías muy lejos.
—No me puedo quejar.
—A juzgar por tu expresión juraría que sí que te quejas —añadió Mel.
Ambos guardaron silencio esperando una respuesta que tardaba en llegar. Mel se encargó de tomar la palabra de nuevo. Sabía muy bien lo que estaba pasando por la cabeza de Amy en aquel preciso instante.
—Lo leímos en el Sunday Mail. Por fin le ha llegado el gran momento. Parece ser que ha firmado con la Fox.
—Estuvo soberbio en Broadway. —Amy sabía que había llegado el momento de hablar—. Volé a Nueva York el último fin de semana de septiembre, sin Jorge —aclaró.
—Todos los periódicos del país se han hecho eco del éxito que ha cosechado —añadió Jill.
—Es el mejor. Haber tenido la oportunidad de ver que finalmente lo ha logrado me llena de orgullo.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Mel observándola atentamente.
—Mañana me marcho a Callander.
—¿Callander? —Jill no salía de su asombro.
—Le debo una explicación a la familia de Liam.
—¿Ha sucedido algo? —El rostro de Mel se mostraba serio mientras miraba a Jill.
—Tengo que poner fin a ese capítulo de mi vida y la única forma de hacerlo era volver aquí y cerrar las heridas de una vez por todas.
—Volver aquí puede provocarte el efecto contrario y lo sabes. Las heridas se pueden reabrir. —Su prima le sujetaba tiernamente el brazo mientras le hablaba.
—Lo tengo decidido y ya no hay marcha atrás. Si el destino nos ha hecho esta jugada debe de haber alguna razón de peso. Hemos seguido caminos totalmente opuestos y así debe seguir por mi bien y por el suyo propio. Ya es demasiado tarde.
Mel y Jill intercambiaron miradas. Acto seguido Jill se aproximó a ella para abrazarla.
—Nunca es demasiado tarde —le dijo acogiéndola en sus brazos— y espero que no llegues a lamentarlo.
El sábado por la mañana tomó prestado el vehículo de Jill para viajar hasta Callander. En el caso probable de que no hubiera habido cambios en las fieles tradiciones de la familia Wallace, sabía que por aquellas fechas no estarían en la ciudad. Prefirió no anunciar su llegada y arriesgarse al encuentro inesperado. Tal y como Liam hacía, se detuvo a la entrada del puente sobre el río Teith para contemplar aquella bella estampa y recordar de nuevo aquel otro frío día de diciembre en el que sentía que el rumbo de los acontecimientos de su vida comenzaba a transformarse de forma vertiginosa.
Cuando las ruedas chirriaron sobre la gravilla casi congelada del estrecho sendero de entrada sintió cierto recelo. De repente le intimidó el hecho de haberse aventurado a volver a aquel lugar. Después de todo, ¿qué derecho tenía a presentarse allí sin previo aviso después de casi cinco años? Ella había sido la causante de que Liam lo hubiera abandonado todo. Su país, su familia, su carrera y su futuro ¿Cómo se habría sentido su familia al ver que su hijo, en el que tenían puestas todas sus esperanzas, se alejaba de ellos con la aparente excusa de cumplir un viejo sueño cuando en realidad quizás todo era un simple espejismo?
Al bajarse del coche y respirar el aroma que desprendía el césped recién cortado, Amy sintió que el corazón le latía cada vez con más fuerza. El hecho de estar allí después de todo lo acontecido la invadía con la nostalgia y la incertidumbre de lo que pudo haber sido y no fue. ¿Cómo enfrentarse a los padres del hombre que más había amado, amaba y probablemente amaría el resto de su vida?
Armándose de valor pulsó el timbre de la puerta. Absoluto silencio. ¿Y si aquello era una señal de que debía salir huyendo de aquel lugar y dejar las cosas tal y como estaban? Volvió sobre sus pasos hacia las escaleras del porche decidida a marcharse de allí cuanto antes y no volver a mirar atrás.
No sabía que Katherine Wallace la había oído llegar y aguardaba en silencio tras la ventana que daba justo al lado de la puerta de entrada luchando al igual que ella contra aquellos demonios internos que le impedían dar la cara ante la persona que más había odiado estos últimos años.
Retrocedió sobre sus pasos cuando escuchó el leve ruido del giro de un picaporte y luego el seco crujido de una puerta al abrirse. Entonces se giró para encontrarse frente a frente con un rostro apagado de sentimientos. No supo cómo reaccionar ni qué decir. Aquel silencio pareció durar una eternidad. Katherine fue la primera en tomar la palabra y le hizo un gesto para dejarla cruzar el umbral de la puerta que había franqueado varios años antes en unas circunstancias completamente diferentes.
—Entra si no quieres quedarte ahí congelada —le dijo en un tono indiferente e impasible.
Amy entró y siguió a Katherine hasta el salón mientras se deshacía de sus capas de abrigo. El calor de la chimenea la inundó de innumerables recuerdos. Se sorprendió al ver nuevas imágenes de Liam desconocidas para ella esparcidas por la acogedora estancia.
—Me estaba preparando un té —dijo Katherine mientras servía dos tazas y entregaba una de ellas a Amy. Acto seguido tomó asiento en el sofá esperando a que Amy hiciera lo mismo—. Has tardado demasiado en hacer esta visita —le dijo fijando la mirada en ella—. ¿Por qué, Amy? ¿Por qué lo hiciste?
Amy permaneció callada. La miró con ojos centelleantes a medida que abría su bolso con manos temblorosas y extraía de él aquel antiguo sobre cuyo contenido había terminado con sus ilusiones un imborrable 23 de noviembre de 1995. Lo colocó sobre la mesa ante la mirada interrogante de Katherine.
—Desgraciadamente una imagen vale más que mil palabras.
Katherine abrió el sobre. Cerró los ojos en el mismo instante en el que la cruda realidad atrapó sus retinas. Entonces Amy se lo confesó todo.
James Wallace hacía su entrada en el salón justo en el momento en el que Amy se hundía desconsolada en los brazos de Katherine. No pudo dar crédito a lo que vieron sus ojos, al igual que no pudo dar crédito al resumen de los hechos que acababa de hacerle su esposa.
—Comprendo tu buena intención de no interferir en su vida, pero creo que debería saberlo. Amy, esto no es justo para ninguno de los dos.
—Lo sé, James, pero me he preguntado miles de veces si Clyde tenía que aparecer en nuestras vidas para que Liam siguiera el camino que tenía trazado. Sin él jamás habría llegado a donde está en estos momentos. A pesar de que yo le profeso un odio indescriptible, estoy convencida de que está cuidando de él a su manera. Y no sólo en lo que respecta a su profesión. Sé que se siente tan culpable de lo que hizo que la única forma de conciliarse consigo mismo es haciendo todo lo que está en su mano para que Liam tenga lo mejor a su alcance. No lo estoy justificando y sé que, de alguna forma, la vida se encargará de hacerle pagar lo que nos hizo a los dos.
—No voy a poder mantener la boca cerrada sabiendo lo que ese malnacido de Clyde os ha hecho. —James estaba enfurecido con razón. Sabía que si hubiera tenido la oportunidad de tener a Clyde frente a él no sabía de lo que habría sido capaz.
—Tienes que hacerlo por Liam. Si él sabe que Clyde estuvo detrás de esto, ¿cómo crees que se va a sentir? En este momento de su vida está empezando a ver la luz, está haciendo lo que más le gusta, está siendo reconocido y está ganando dinero con ello. Si ahora empezamos a sacar a la luz todo esto, ¿cómo crees que va a reaccionar? Yo me marché sin darle lugar a explicar lo de las fotos. Estaba cegada por el dolor y la traición y no supe ver más allá. Si le hubiera dado una mínima oportunidad… me pregunto si… —No pudo acabar la frase.
—No tienes por qué lamentar tu decisión porque cualquier mujer habría reaccionado probablemente tal y como tú reaccionaste —le recordó Katherine—. No vamos a mentirte diciéndote que Liam se recuperó pronto de este golpe. A decir verdad, desde el mismo día en que nos confesó que lo habías dejado nos prohibió terminantemente volver a hacer mención a tu persona o a cualquier hecho relacionado contigo.
—Pero sabemos que no te ha olvidado. Para bien o para mal, cambiaste su vida y eso es algo que tienes que aceptar —interrumpió James.
—Para bien o para mal Liam también cambió la mía y lo acepto como también acepto que ambos hemos empezado a tomar caminos diferentes que no debemos abandonar. Mi trabajo está en Chicago y tengo una nueva relación desde hace casi un año. Me siento querida y en cierto modo he terminado encontrando la estabilidad que necesitaba. Me estaría engañando a mí misma si no reconociera que aunque pasaran mil años y viviera varias vidas, jamás sentiré por nadie lo que he sentido por vuestro hijo. Pero eso es algo con lo que tanto él como yo tenemos que aprender a vivir. Sé que él tiene también a alguien a su lado y quiero pensar que a su manera ha terminado encontrando esa imperfecta felicidad que yo he logrado alcanzar. Aprendí algo muy importante de mi padre. Siempre dijo que los seres humanos éramos como pequeños puzles. Los había de mayor o menor dificultad como había vidas felices e infelices. Los afortunados eran aquellos a los que la vida les brindaba la posibilidad de que todas las piezas encajaran a la perfección desde el principio y con un solo movimiento. Los desafortunados tropezaban una y otra vez hasta encontrar el hueco perfecto para encajar la pieza. Otros sencillamente, jamás logran terminar el puzle.
Tanto James como Katherine atendían conmovidos a cada una de las palabras pronunciadas por aquella joven que a pesar de sus veintiocho años recién cumplidos parecía tener la sabiduría y la prudencia propias de un anciano. A pesar del evidente dolor que todavía sentía, había tenido el coraje suficiente para viajar hasta allí y mostrarles la cruda realidad de la verdad. Habrían dado la vida por tener la mínima posibilidad de que Liam pudiera haber tenido acceso a aquella conversación pero si Amy les había pedido que se mantuvieran al margen de todo aquello, entonces así lo harían, incluso sabiendo que quizá se estaban equivocando.
—Sólo espero que las piezas de vuestro puzle logren encajar antes de que sea demasiado tarde —dijo Katherine tendiéndole la mano. Amy la tomó entre las suyas en señal de agradecimiento.
Después James se acercó hasta ella sujetándola con la misma ternura que lo haría un padre.
—Sé que van encajar, lo sé —dijo James— y será más pronto de lo que imaginas. Lo único que pido a Dios es que para entonces no os hayáis dejado a nadie en el camino.