Una inesperada lluvia de media tarde había descongestionado por momentos el opaco cielo de la gran manzana para dar paso a una agradable brisa otoñal. Después de haber pasado la noche del viernes cenando con Denise en un restaurante del Village, dedicó la mañana del sábado a varias compras por el Soho, Madison y Quinta Avenida. Denise insistió en que Amy anulara su habitación de hotel para quedarse con ella en su apartamento.
Amy se lo agradeció enormemente, pero necesitaba estar sola y se encaminó hacia su hotel. En recepción retiró la entrada para el Majestic Theatre. Subió a su habitación, tomó un relajante baño y después de telefonear a Jorge se tumbó en la cama para dormir durante un par de horas antes de enfrentarse a la excepcional circunstancia de volver a ver el rostro de Liam después de casi tres años.
Los alrededores de la calle 53 con Broadway estaban atestados de paseantes y turistas. El público que estaría presente en la representación de aquella tarde accedía de forma ordenada al interior del teatro. Amy resistió el impulso de salir huyendo de aquel lugar cuando su campo visual se encontró con el extenso cartel que ocupaba la totalidad de la fachada del edificio y que mostraba a un Liam abstraído y meditabundo. Cerró los ojos y tomó aire antes de continuar su camino hacia el interior con piernas temblorosas. Sintió un tremendo orgullo cuando fue consciente de que el teatro estaba completamente lleno. Cuando se apagaron las luces, se subió el telón y Liam apareció en la penumbra del lujoso decorado de un loft, Amy entró en un estado de desconcierto y añoranza. Su distinguido y más maduro aspecto sumado a aquel timbre de voz de acento aún escocés y a aquella expresión, hacían de él algo sencillamente inigualable.
Su posición en la esquina de la cuarta fila del patio de butacas le daba un punto de vista lo suficientemente cercano como para advertir una vez más detalles como el de su anillo. A veces le daba la sensación de que dirigía sus gestos y miradas hacia ella y que de un momento a otro iba a ser descubierta. Pero sabía que eso era imposible. Era una sensación que siempre solía tener el espectador si bien el actor que estaba sobre el escenario disfrutaba de una emoción completamente distinta. Era consciente de la esencia del público más que de su presencia.
El crítico del New York Times se había quedado corto en elogios a medida que la actuación de Liam avanzaba. Cuando todo terminó y Liam, junto con el resto de actores de reparto, salió repetidas veces al escenario para corresponder a los gratificantes aplausos del público, Amy sintió que se desmoronaba al tiempo que las lágrimas se agolpaban en sus pupilas. En su camino precipitado hacia la salida no fue consciente de que una mujer que la había estado observando desde el palco había salido corriendo tras ella.
Amy permaneció unos minutos en la puerta del teatro tratando de capturar algo del aire fresco de la noche, si bien sabía que en aquel punto de la ciudad era algo prácticamente imposible. Aún era temprano, así que consideró la posibilidad de caminar hasta el hotel para despejarse después de las emociones sufridas. Se disponía a comenzar su paseo cuando escuchó una voz femenina a sus espaldas.
—¿Amy MacLeod?
Amy se giró para encontrarse frente a frente con una atractiva mujer de ojos, cabello y piel morena a la que jamás había visto o al menos eso creía.
—¿La conozco? —preguntó Amy confundida.
—Mi nombre es Samantha Parker —le respondió tendiéndole la mano.
Amy la aceptó.
—Perdone, pero debo tener mala memoria porque no recuerdo conocer a ninguna Samantha Parker.
—¿Tiene cinco minutos para tomar un café? Necesito hablar con usted.
—¿De qué si se puede saber?
—De Liam Wallace.
Amy abrió la boca para decir algo, pero finalmente cambió de opinión. Miró de un lado para otro y después fijó la mirada en aquella desconocida.
—¿Cómo sabe…?
—Prometo no robarle mucho tiempo.
—¿La envía él? —fue lo único que preguntó antes de acceder a escucharla.
Samantha Parker negó con la cabeza.
Se acomodaron en una cafetería situada a tan sólo unos metros del Majestic. A pesar de la hora Amy no tenía ningún apetito. Ambas pidieron un café y un trozo de pastel de manzana.
—Esto es muy violento para mí —confesó Samantha al tiempo que removía el azúcar de su taza.
—Entonces terminemos cuanto antes —suspiró Amy algo nerviosa.
—Es un actor fantástico. Sabíamos que llegaría muy lejos.
—¿Sabíamos?
—Cielo santo… no sé por dónde empezar. Debería pedir un whisky para poder hacer frente a esto.
—¿De qué conoce a Liam?
—Tutéame, por favor.
Amy asintió.
—Lo conocí en el Beverly Wilshire de Los Ángeles el 21 de noviembre de 1995. —Guardó silencio durante unos segundos. Los suficientes para que Amy atara cabos y comprendiera la razón de su presencia allí aquella noche.
De repente su benévola mirada se convirtió en hostil. Reconoció aquella caída de cabello en cuanto confesó dónde había conocido a Liam. Era la espectacular morena de aquellas fotos que habían puesto punto y final a su relación. Arrastró su silla violentamente para levantarse, agarrando con desdén su gabardina y su bolso.
—Por favor. —Samantha la sujetó con fuerza del brazo—. Necesito confesarte la verdad sobre todo aquello.
—Una imagen vale más que mil palabras, ¿no crees? No creo que haya quedado nada por aclarar.
—No fue lo que piensas.
Amy soltó una irónica risa.
—Es patético que a estas alturas la gente siga utilizando esa frase. —Amy se deshizo de su mano para darse media vuelta y marcharse de allí.
—Alguien me pagó para que lo hiciera. —Aquello fue lo único que podía retenerla y Samantha supo que había causado el efecto que buscaba.
Amy se giró de nuevo hacia ella con rostro interrogante aunque aún rencoroso.
—Liam jamás te fue infiel —continuó—. Estaba tan enamorado de ti que la persona que estaba detrás de esto me pagó para que lo drogara porque sabía que jamás cedería a los encantos de una profesional. Él estaba totalmente inconsciente cuando lo desnudé e hice las fotos. Si te fijas, en todas tiene una posición totalmente pasiva y con los ojos cerrados. Era un peso muerto. No hicimos nada y él no recuerda absolutamente nada. Se levantó aquella mañana creyendo que tenía resaca. Nunca supo de aquella emboscada.
Amy colgó nuevamente el bolso y la gabardina sobre el respaldo de su silla y volvió a tomar asiento.
—¿Quién estuvo detrás de todo esto? —Hizo la pregunta con un miedo atroz a conocer la respuesta que alguna vez había llegado a imaginar.
—Clyde Fraser —respondió dándole tiempo para digerirlo.
Amy mantuvo la vista fija en su taza de café durante breves instantes y Samantha esperó a que rompiera aquel doloroso silencio.
—¿Por qué? —preguntó sin levantar la vista.
—Estaba dejando pasar una fantástica oportunidad. Anteponía su relación de pareja a un futuro prometedor en la industria del cine. Clyde nunca se equivoca y sabía que Liam terminaría siendo su particular mina de oro.
—Yo era el impedimento… una preocupación más de la que había que deshacerse —murmuró esta vez mirándola fijamente.
—Desde el punto de vista de Clyde, sí. Lamento decirte que lo eras. No creo que tuviera nada personal contra ti. Sencillamente eras un bache en su camino hacia el éxito y buscó el único medio que conocía para quitarlo de en medio.
—¿Por qué te prestaste a hacer algo semejante?
—Aquel año estaba aún trabajando como pasante en un despacho pero quería llevar un nivel de vida que estaba desgraciadamente muy por encima de mis posibilidades. Tenía que devolver parte del préstamo que tuve que pedir para estudiar en UCLA. En Hollywood no es oro todo lo que reluce así que dedicaba algún tiempo a hacer este tipo de trabajos. Era dinero fácil; nada más.
«Una forma muy delicada de decir que se prostituía en su tiempo libre», pensó Amy.
—¿Sabías que con aquello que tú llamas «trabajo» ibas a terminar con el sueño de pasar el resto de mi vida al lado de un hombre al que amaba?
—No supe de qué se trataba realmente hasta que le pregunté a Clyde la razón de que hubiera puesto en su copa de aquella noche una dosis tan elevada de valium.
—¿Y?
—Sabía que si estaba consciente jamás me habría puesto una mano encima.
—¿Por qué me has contado todo esto?
—Me pareció un buen tipo. Aunque te parezca imposible me he preguntado muchas veces durante estos años qué habría sido de ti y de él. Desde aquel día no volví a hacerlo. No volví a ejercer…
—Entiendo —le interrumpió Amy sabiendo que no quería pronunciar aquella palabra que le recordaba a una época de su vida que probablemente no quería perpetuar en su memoria—. Como ves hemos seguido caminos separados.
—A él parece que las cosas le van muy bien. He oído que la cadena Fox tiene en mente un proyecto muy interesante.
—Me alegro de que así sea y espero que Clyde no vuelva a hacerle daño. Si lo hiciera no sé de qué sería capaz.
—Cuida de él a su manera. Estoy segura de que no parará hasta hacer de él un número uno.
Amy terminó lo que quedaba de su café.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó en un débil murmullo.
—No he vuelto a tener contacto con él, si es eso lo que quieres saber, pero Clyde era un buen tipo antes de meterse en este mundo. Él quiere lo mejor para Liam profesionalmente hablando aunque eso implique lo peor en su vida personal o en la de otros. Hay que vivir todo esto desde dentro para poder comprender ciertas cosas. A veces no se utilizan los mejores medios para alcanzar un fin, por muy loable que ese fin pueda llegar a ser.
—Yo sólo quiero que sea feliz. Si el haberme apartado de él ha servido para que vea realizados sus sueños, entonces este esfuerzo no habrá sido en vano.
—Espero que el destino sea justo con vosotros dos. Desde mi humilde punto de vista deberíais intentar aclarar esto antes de que sea demasiado tarde.
—Seguiré la carrera de Liam donde quiera que esté, pero lo queramos o no, hemos tomado direcciones opuestas. Mi vida y mi trabajo están en Chicago. Estoy convencida de que él encontrará a alguien que le hará feliz porque merece serlo.
Samantha guardó silencio antes de volver a encontrarse con la mirada vacía de Amy MacLeod.
—Espero que, a la larga, haberme encontrado contigo precisamente en este lugar sea una señal. Aunque siempre me arrepentiré de la insensatez que cometí, espero que ambos, a vuestra manera, podáis perdonarme algún día.
—No tengo nada que perdonar. Al fin y al cabo yo no tuve la valentía suficiente para decirle a la cara las razones de mi marcha. Me sentía demasiado traicionada como para tener que enfrentarme a algo así. No sería justo ir en su busca ahora para confesarle una verdad que él mismo me podría haber mostrado. Es mejor dejar las cosas tal y como están.
—Espero que no te arrepientas de esa decisión. Yo creo que he hecho todo lo que podía hacer —dijo poniendo un billete de diez dólares sobre la mesa. Se levantó y dejó sobre ella una tarjeta de visita—. Gracias por haberme escuchado. Ha significado mucho para mí. Espero que puedas perdonarme algún día.
Amy no fue capaz de expresar nada más. La desesperanza marcada en su rostro era más que suficiente. Después de que Samantha Parker se hubiera marchado permaneció varios minutos perdida en sus pensamientos sin asentar la mirada en ningún punto fijo. Se quedó contemplando el ir y venir de los transeúntes a través de las grandes cristaleras de la cafetería. Cuando menos lo esperaba captó un extraño movimiento de gente al otro lado de la calle. Advirtió que era la misma que daba a la parte trasera del edificio del Majestic Theatre. Una limusina Lincoln se detuvo en la esquina. Todo ocurrió en poco menos de dos minutos. El tiempo necesario para ver cómo un experimentado, atractivo y sonriente Liam Wallace firmaba algunos autógrafos a sus primeros admiradores hasta llegar al vehículo. Una joven rubia apareció detrás de él. Liam la besó y la abrazó con fuerza mientras a ellos se unían otras personas que debían tener relación con la obra El novelista. Aquella mujer se apoyaba contra su pecho mientras él pasaba su protector brazo alrededor de los hombros. Después de saludar a lo lejos a algunos de sus ya fervientes seguidores ambos montaron en la limusina y desaparecieron de su vista.
—¿Se encuentra bien, señorita?
El camarero la despertó de la frustrante realidad. Amy no se había percatado de que estaba llorando.
—Sí… sí estoy bien. No se preocupe.
Se levantó de su asiento y salió fuera. Sintió que le faltaba el aliento. Tomó un taxi cuando comprendió que no sería capaz de llegar caminando al hotel. De repente notó un cansancio desproporcionado mezclado con una terrible angustia y la mayor de las desdichas. Cuando se metió en la cama lloró desconsoladamente como nunca antes lo había hecho. Deseaba hacerlo pero sólo por una vez porque, si no lo hacía aquella noche, sabía que estaría derramando lágrimas durante el resto de su vida.
Eran las once y media de la mañana del domingo cuando sorteaba la salida de la terminal del Aeropuerto O’Hare. Finalmente había logrado cambiar el billete por un vuelo que salía más temprano. Quería abandonar Nueva York cuanto antes y así lo hizo.
Liam Wallace acababa de aterrizar de otro avión procedente de Nueva York. Se encaminó hacia la terminal correspondiente de llegadas en compañía de Hillary para hacer el cambio de los billetes con el objetivo de salir en el próximo vuelo a Los Ángeles sin necesidad de esperar otras dos horas. Hillary se excusó unos instantes para ir a los aseos. Liam se apartó de los mostradores de American Airlines para separar las tarjetas de embarque y meterlas en el bolsillo de su camisa cuando creyó haber visto entre la afluencia de viajeros la inconfundible figura de Amy. Era ella, exquisitamente vestida a pesar de llevar puestos unos simples tejanos y con aquel porte distinguido y al mismo tiempo desenvuelto que siempre la había caracterizado. Por un momento creyó que su corazón saldría disparado de su pecho. Trató de recuperar el aliento. Cuando decidió gritar su nombre e ir en su busca algo se lo impidió. Las palabras quedaron ahogadas en su garganta. Observó cómo se detenía para buscar a alguien con la mirada y Liam siguió la dirección que tomaban los ojos de ella.
Cuando Jorge la distinguió entre la multitud le hizo una seña levantando la mano. Amy levantó la suya en señal de respuesta y se detuvo unos segundos entre la afluencia de gente contemplando la refinada silueta del prometedor e implacable Jorge Stich. Era tan distinto a Liam, tan racional, tan incuestionable y, sin embargo, había llenado su vida en un momento en que creía que nadie sería capaz de hacerlo. Allí estaba esperándola con un ramo de flores en la mano, detalle poco usual en él, con el rostro relajado y satisfecho, como si nada de lo que sucediera a su alrededor pudiera afectarle lo más mínimo. Continuó su camino hasta él y se lanzó a sus brazos de una forma que sorprendió al mismo Jorge.
—¿Va todo bien? —le preguntó mientras contemplaba algo en sus ojos que jamás había visto con anterioridad.
Amy asintió con un gesto.
—Te he echado de menos —musitó mientras sostenía en sus manos el ramo de flores.
—Seguro que no más que yo. Me alegro de que hayas vuelto antes. —La besó de nuevo sujetándole el rostro con ambas manos.
—Yo también te quiero —confesó Amy.
Jorge supo que algo le había sucedido en Nueva York, pero fuera lo que fuese no quería saberlo. Aquel día era la primera vez que le había dicho que le quería y eso era razón más que suficiente para no hacer preguntas. La rodeó de nuevo con sus brazos y después de besarla con una ternura que pilló fuera de juego a Amy ambos se encaminaron hacia la puerta de salida.
—¿… te he preguntado qué te pasa? —insistió Hillary.
—¿Eh? —Liam despertó de aquel mal sueño—. Nada, no me pasa nada.
—Parece que has visto un fantasma —comentó Hillary.
—No… —dijo tratando de lograr que acudiera saliva a su garganta. Tenía la boca seca—. Me había parecido ver a alguien conocido, pero he debido confundirme.
Hillary lo examinó a sabiendas de que probablemente no se había confundido. Miró a su alrededor en busca de alguna pista, pero no descubrió nada.
—Tenemos tiempo para tomar un café —añadió.
—Buena idea —contestó Liam mientras volvía la cabeza hacia atrás para ver cómo Amy se escabullía nuevamente de su vida, acompañada de aquel individuo que le pasaba el brazo alrededor de los hombros y la conducía hasta la salida.