Capítulo veintiséis

Jorge sorprendió a Amy limpiándose lo que parecía ser a simple vista el resto de una lágrima cuando entró en su despacho sin llamar. Amy dobló el periódico en un súbito e instintivo gesto ante la mirada atenta de Jorge.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó observándola primero a ella y después mirando por el rabillo del ojo el New York Times que cubría con sus manos—. ¿Una esquela inesperada?

—No es nada —mintió con voz ronca después de tragarse un leve suspiro—. Un momento bajo de lunes. —Su sonrisa fue leve y comedida.

—¿Estás segura? —preguntó de nuevo con rostro serio pero con ojos sonrientes.

—Sí… —suspiró Amy— no te preocupes.

—Aquí tienes el expediente que me solicitaste.

—¿El de Magnum Enterprises? —Lo tomó en sus manos y lo colocó encima del New York Times.

—En la primera página tienes una actualización de todos los datos de los que hablamos.

Amy echó un vistazo y levantó la mirada hacia él.

—Buen trabajo. No sabes cómo te lo agradezco.

Jorge le sonrió.

—Formamos un buen equipo.

—Lo sé, ¿qué haría yo sin ti?

Jorge se inclinó hacia ella y la besó en los labios.

—Siento no poder almorzar hoy contigo. La cita con Lecrerc me llevará todo el día. Además, luego tendré que llevarlos al aeropuerto ¿Quieres que reserve para esta noche?

—Mejor en casa… últimamente no se puede decir que la disfrutemos mucho.

—Me parece una idea genial. No llegaré tarde y no te preocupes por la cena. Yo me encargo.

—Así da gusto —respondió levantándose de su asiento.

Esta vez la sonrisa de Amy fue mucho más abierta.

—Me quedo más tranquilo cuando te veo sonreír así —le dijo envolviéndola en sus brazos mientras volvía a darle un fugaz beso.

Su breve momento de intimidad fue interrumpido por Terry Levin.

—Siento interrumpir a la pareja del año pero Kramer te espera en la sala de juntas. —Su tono fue bromista.

Ambos rieron y Amy se deshizo de su abrazo para dirigirse hasta la puerta y seguir a Terry. Jorge pensó en dar media vuelta y averiguar la razón de su mirada desolada y nostálgica de aquella mañana. Sabía que fuera lo que fuese, lo había leído en el New York Times. Se dirigió hacia su mesa, pero se detuvo. Consideró mezquino el mero hecho de pensarlo, así que después de deliberarlo durante varios segundos, recapacitó y se marchó de allí. Ya tendría la posibilidad de analizar la situación.

El simple hecho de haber estado bajo el chorro de agua caliente durante varios minutos le devolvió a la vida. Con el albornoz aún puesto y la toalla enrollada a la cabeza, fue hacia el vestíbulo para ir en busca de su maletín. Consultó la hora y todavía faltaban varios minutos para las siete así que Jorge no tardaría en llegar. Se apresuró a sacar una pequeña funda de plástico con varios recortes de periódico. Los mismos que habían sido objeto de una clara alteración de su estado de ánimo aquella misma mañana. Se encaminó hacia su dormitorio y se arrodilló al lado de su cama para arrastrar hacia ella la pequeña escalera auxiliar plegable. La colocó delante del armario y subió varios peldaños para abrir las puertas del altillo. Retiró una caja de cartón rojo y con ella se sentó sobre la cama. Abrió la caja para sacar de ella otra de madera de menor tamaño. Dejó escapar un suspiro y cerró los ojos mientras introducía la diminuta llave dentro de su cerradura. Aquélla era una forma de concentrar todos sus sentidos en aquel particular rito que venía practicando desde hacía tiempo. Una vez más, volvió a enfrentarse a los recuerdos. La sonrisa, el cansancio o la sorpresa en el rostro de Liam, postales de paisajes escoceses de ensueño, entradas para las dos obras de Liam estrenadas durante su estancia en Edimburgo, planos, entradas de museos, fotografías en compañía de todos los buenos amigos que ambos habían compartido en aquella feliz etapa de sus vidas. En definitiva, todo un cúmulo de nostalgias atesoradas en un mínimo espacio. Sabía que debía poner punto y final a aquél sin sentido. Pero una parte de ella se negaba a hacerlo. ¿Acaso no tenía derecho a plantearse las consecuencias de una decisión que incluso después del tiempo transcurrido, todavía infundían en ella cierta inseguridad con respecto a qué habría pasado si…? De nuevo la misma pregunta sin respuesta.

Volvió a cerrar la caja y repitió el mismo proceso a la inversa. Respiró aliviada cuando salió de su dormitorio y oyó el cierre de la puerta. Jorge acababa de llegar con una bolsa del restaurante japonés Masako.

—Sushi ¡qué buena idea! —Amy le quitó la bolsa de las manos mientras él la cogía por la cintura con la mano que le quedaba libre y la acercaba hasta él para besarla.

—Mmmm —murmuró—. ¡Qué bien hueles! Podías haberme esperado.

Amy le sonrió dulcemente apartándose de él con la bolsa en la mano y se encaminó hacia la cocina.

—Ponte cómodo mientras voy descorchando una botella de vino.

Jorge observó sus ágiles pasos mientras desaparecía de la estancia y sonrió para sí recordándose a sí mismo una vez más lo afortunado que era al haberse cruzado con una mujer como Amy en su vida.

Era bonita sin llegar a ser espectacular, además de haber mostrado con creces ser inteligente y una triunfadora nata. Había tenido la sangre fría necesaria para meterse en el mundo de Murray & MacBride. Si bien a otros hombres de su entorno les molestaba el rápido ascenso de una mujer en un terreno prácticamente liderado por el sexo masculino, a él sencillamente le encantaba. No había nada que se le pudiera resistir. Si tenía algún objetivo en mente iba a por ello venciendo elegantemente todos los obstáculos que se le pusieran por delante. A la semana de conocerlo había empezado a tomar clases de español, detalle que no dejó indiferente a Jorge. Amy era justamente lo contrario de todo lo que se esperaba de una mujer y precisamente ahí radicaba su encanto. Llevaban poco tiempo viviendo juntos pero era el suficiente para saber que era el tipo de compañera que cuajaba a la perfección con sus intereses. Jamás habían hablado de matrimonio, ni de hijos, ni de futuro, cosa que había sido primordial desde su punto de vista para que aquella relación y cualquier otra siguieran su curso. Su lema era vivir el aquí y el ahora sin importarle lo más mínimo lo que pudiera ocurrir mañana. De igual manera, no hacía mención alguna a su pasado. Estaba seguro de que Amy había tenido otras relaciones, pero por razones que ignoraba, nunca había forma de hacerle hablar de ello. En las oficinas de San Francisco se murmuraba que su urgente petición de traslado a Chicago se debió a un desengaño amoroso. Todo el personal se preguntaba qué demonios le había ocurrido para abandonar de aquella manera tan brusca una relación que a ojos de todos parecía perfecta. A pesar de que ella no quiso que aquello trascendiera, los rumores no dejaron de correr durante varias semanas. Tampoco es que Jorge quisiera profundizar mucho en ese asunto pero también era cierto que la curiosidad a veces lo inquietaba.

Por eso aquella mañana se había sorprendido cuando la había visto llorando en su despacho. De pronto, aquel ideal de mujer fría e imbatible se había hecho pedazos. Puede que hubiera recordado a su padre pero, si hubiera sido así, se lo habría confesado, ¿no? Contrariamente a lo que había pensado antes de regresar a casa, advirtió que durante toda la cena había estado radiante, asequible y comunicativa. ¿Estaba fingiendo o sencillamente había sido un momento bajo de lunes después del intenso fin de semana?

Se levantó del sofá, pero Jorge tiró suavemente de su mano para obligarla a recostarse de nuevo junto a él.

—Yo lo retiraré todo después.

—Iba a traerte el postre, tonto. —Lo besó rápidamente y se volvió a levantar muy a pesar de Jorge.

Él se levantó para seguirla hasta la cocina con el resto de las sobras de varios platos.

—Deja las copas de vino para el postre.

—¿Con qué me vas a sorprender? —le preguntó mientras se agachaba para arrojar algunos restos a la basura.

Crêpes con dulce de leche. —Amy sacó del frigorífico un pequeño recipiente de cristal en donde se encontraban cuidadosamente apilados. Los mostró a Jorge con una orgullosa sonrisa.

—Eres increíble. A veces me pregunto si eres de este planeta. De verdad…

—Es sólo un postre, Jorge.

—Lo sé, pero es un postre típico argentino y no tenías porqué saberlo.

—Estamos juntos y tengo que saberlo todo de ti. —Puso una crêpe en cada plato y abrió un cajón para coger varios cubiertos.

Jorge supo que aquél era el momento adecuado para plantearle el hecho evidente de que él no lo sabía todo de ella pero prefirió no hacerlo. Quizás la opción más idónea era dejar pasar la ocasión para no crear problemas.

—Tiene un aspecto fantástico. —Fue lo único que se le ocurrió decir.

—Gracias por la velada de ayer. —La sorprendió por detrás mientras dosificaba la cantidad de café de la cafetera. Amy se dejó llevar por sus manos y por aquel fresco olor a loción para después del afeitado. Se giró para encontrarse con sus labios.

—Eres insaciable, ¿no tuviste bastante anoche?

—Hay que hacer esto más a menudo.

—¿Te refieres al dulce de leche? —preguntó con voz sensual mientras le retocaba el nudo de la corbata.

—Sí… —Volvió a buscar su boca—. ¿A qué creías que me refería?

Amy se separó de sus brazos para echar agua en el depósito de la cafetera.

—¿No me acompañas con el primer café de la mañana?

—Lo tomaré en el despacho, hoy voy mal de tiempo.

—Como quieras. —Observó cómo Jorge salía de la estancia y aprovechó ese instante para decírselo—. A propósito y antes de que se me olvide; este fin de semana me marcho a Nueva York.

Jorge se detuvo en seco dándole la espalda. Amy no le dio lugar a réplica y continuó exponiendo su plan mientras él se giraba y permanecía apoyado en el marco de la puerta.

—Denise Gallagher, una vieja amiga de la universidad, acaba de divorciarse. Está pasando por un mal momento y me ha pedido que pase el fin de semana con ella.

Amy aprovechó un giro de cabeza para coger una taza de un armario y así ocultar el nudo de su garganta. Era cierto que su amiga Denise se había divorciado y tenía intención de pasar con ella el fin de semana pero el verdadero objetivo de su visita a Nueva York era bien distinto.

—Vaya… —El rostro de Jorge mostró cierta decepción—. Pensé que íbamos a aprovechar este fin de semana para descansar.

—Lo sé… —Se dirigió hacia él—. No me hagas sentir culpable. Yo también necesitaba pasar este fin de semana tranquila en casa, pero debo hacerlo. También fue compañera mía en el instituto y no puedo dejarla de lado en este momento. Espero que lo comprendas.

—Podría ir contigo…

—Me encantaría, pero no te podría dedicar tiempo y lo sabes.

Jorge la observó pensativo en silencio.

—¿Ésa era la razón por la que estabas ayer tan triste? —preguntó.

Amy se sintió culpable por lo que estaba a punto de hacer, pero sin quererlo, él se lo había puesto en bandeja.

—Sí… ya sabes… nos pusimos a recordar viejos tiempos… y bueno, es algo duro.

Jorge se preguntó si habían recordado los tiempos felices de los que todo el mundo hablaba en el bufete.

—Entiendo… es un bonito gesto que vayas a apoyarla en un momento así incluso aunque eso implique que me abandones, pero me resignaré. —Dio un paso hacía ella con rostro algo melancólico.

—Sabía que lo comprenderías. —Amy le dedicó una tierna mirada de agradecimiento que Jorge no pudo dejar pasar. La sujetó suavemente de la mandíbula.

—Pero no te impliques demasiado porque no quiero verte abatida cuando vuelvas. Aprovecha también para salir y divertirte un poco. Ésa es la mejor receta para empezar a superar una cruda realidad.

—Seguiré tu consejo —dijo Amy entrelazando su mano entre la suya.

—Suerte con la reunión de hoy. Te veré a la hora de la cena. —Volvió a besarla y tras separar sus labios de los de ella, permaneció mirándola a los ojos durante unos breves segundos—. No sé si te lo he dicho alguna vez pero sabes que te quiero, ¿verdad?

Amy sintió una mezcla de sorpresa y frustración al escuchar aquellas palabras.

—Lo sé —fue lo único que dijo.

Quizás Jorge esperó a que ella añadiera algo más, pero como no lo hizo, se limitó a esbozar una leve sonrisa antes de darse la vuelta y desaparecer.