Capítulo veintitrés

Durante la semana siguiente, Liam se ocupó de abrir una cuenta en el US Bank donde ingresar el cheque por las casi doce mil libras que había traído ahorradas de Escocia y que afortunadamente serían suficientes para cubrir sus gastos durante un período de tiempo sin tener necesidad de abusar de la buena voluntad de Amy. Aprovechó la ocasión para dejar allí su currículo. En los ratos que tenía libres preparó un listado de bufetes y empresas del sector de la ciudad donde enviar su historial para la búsqueda de empleo.

Justo a las dos semanas de su llegada llamó a Clyde Fraser para concertar una cita y así lo hicieron. Tanto él como Amy fueron invitados a cenar a un elegante restaurante de California Street. La velada transcurrió tranquila y Amy pudo descubrir que Clyde estaba más interesado en Liam de lo que pensaba. Le propuso la posibilidad de viajar a Los Ángeles a principios de noviembre para que pudiera tener una primera toma de contacto con la tierra de los sueños. Liam aceptó su propuesta y permaneció allí durante una semana. Aunque Amy no pudo acompañarlo por temas de trabajo, advirtió cambios de ánimo muy bruscos cuando hablaba con él por teléfono cada noche. Sin lugar a dudas era un mundo realmente crudo a la vez que excitante. La competencia era feroz y Liam se sentía apocado al haberse enfrentado a soñadores mucho mayores que él que venían sobradamente preparados del Actor’s Studio y que se movían como peces en el agua en aquella jungla.

Liam apenas había tomado lecciones de interpretación y eso le causó cierto complejo. Tanto Amy como el propio Fraser le hacían saber que muchos de aquellos «veteranos» que aún no habían perdido la esperanza no habían logrado llenar un teatro ni habían sido alabados por la crítica especializada de un diario de ámbito nacional.

Debido a que se negaba a permanecer a la espera de una llamada para alguna audición, Amy también trató de buscarle algunos contactos que finalmente dieron su fruto. A mediados del mes de diciembre firmó un contrato con un bufete de Montgomery Street que ya tenía oficinas abiertas en Hong Kong y Nueva York entre otras muchas ciudades del mundo. Sus conocimientos en Propiedad Intelectual y Derecho Medioambiental fueron claves. Con aquel contrato podría prorrogar su visado y así lo hizo. Llevaban la vida típica de cualquier pareja que iniciaba una convivencia al tiempo que un desarrollo profesional. El trabajo de Amy en Murray & MacBride iba viento en popa. Algunas tardes llegaba derrotada y caía exhausta en la cama, pero estaba feliz por todo lo que estaba avanzando en su práctica profesional. Liam por su parte, estaba satisfecho de poder estar haciendo algo útil gracias a su preparación universitaria y ganar dinero con ello. De esa forma, sus ahorros se mantendrían a más largo plazo.

Las llamadas de Clyde se producían con moderada frecuencia. Sus proposiciones para algunas posibles audiciones no solían superar las expectativas de Liam y en la mayor parte de las ocasiones terminaba rechazando la posibilidad de ser elegido para un ridículo papel de cinco líneas en una serie de máxima audiencia. Prefería seguir esperando o dedicarse al teatro antes que hacer ese tipo de apariciones.

Debido a que Liam había comenzado a prestar sus servicios en Broghlin & Watkings aquel mismo mes de diciembre no tuvo la posibilidad de tomarse unos días libres para poder pasar la Navidad en Callander junto a los suyos, Amy y su madre. Pasaron una agradable Nochebuena en el Valle de Napa en compañía de su nueva familia y, pese a la evidente añoranza, Liam hizo reír una vez más a todos los comensales con sus chistes e historias.

Fue en el mes de marzo cuando Liam dispuso de quince días de vacaciones. Amy solicitó el mismo período para hacer una escapada de varios días a Nueva York. Desde allí tomaron un vuelo hasta Edimburgo con escala en Londres. Después de casi siete meses en Estados Unidos, el regreso a su tierra natal les sirvió para recargar energías. Los seis días que permanecieron en Callander, previas visitas a Perth y Edimburgo para ver al resto de parientes y amigos, pasaron con una rapidez asombrosa.

Curiosamente el día que regresaban a San Francisco, Liam le confesó que estaba deseando volver a ver el sol durante semanas seguidas. Los días de vacaciones habían sido aprovechados al máximo y la vuelta a la realidad, como era de esperar, fue dura para ambos. Amy tuvo que quedarse en casa durante un par de días por un absurdo resfriado. Sus ganas de vomitar eran continuas y aunque había tratado de disimular su preocupación, terminaron confirmándose sus sospechas. Liam entraba por la puerta aquella tarde de miércoles en el instante mismo en que acababa de ver los resultados de su test de embarazo.

—¿Se puede saber qué haces levantada? —le reprendió nada más verla en la cocina al entrar en el salón.

—Tenía sed y se me había acabado el agua. Estoy resfriada, no minusválida.

—Ven aquí, anda. —Le dio un beso sin importarle el posible contagio y luego la tomó del brazo para acompañarla al sofá. La obligó a tumbarse, pero ella se levantó y permaneció sentada. Le echó por encima una pequeña manta.

—No tengo frío.

—Deja de comportarte como una cría. —Le llevó una mano a la frente—. No tienes fiebre pero estás demasiado pálida.

—Tomé un vaso de leche con galletas y lo acabo de vomitar entero. Ésa es la razón de mi mal aspecto. Siento que tengas que verme de esta manera.

—Si esto sigue así vamos al médico ahora mismo.

Amy sintió una pena infinita cuando advirtió la preocupación en sus ojos.

—Liam, no me pasa nada, no te preocupes. Son los síntomas normales dadas las circunstancias.

—Pues habrá que poner remedio para que esos síntomas desaparezcan.

—No me has entendido.

—¿Qué es lo que tengo que entender? ¿Las circunstancias? ¿Qué circuns…? —De repente comprendió. Guardó silencio unos instantes antes de volver a tomar la palabra mirándola con expresión de sorpresa. Sus ojos no expresaron en ningún momento indicios de pánico, turbación o ansiedad. Simple y llanamente, sorpresa—. ¿Estás… estás…? —No logró terminar la frase y Amy se encargó de hacerlo.

—Estoy embarazada. Acababa de hacerme el test. —Sus labios temblaron y de repente un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Yo… no… sé si estoy… —No logró terminar la frase.

—Eh vamos… pero ¿a qué vienen esas lágrimas? —Se sentó a su lado y la rodeó con un tierno abrazo—. Sshhhh, vamos, cálmate.

—He hecho que dejes a un lado tu tierra, tus amigos de toda la vida, tu prometedora carrera —tomó aire antes de continuar— y no quiero que permanezcas atado a mí o a este lugar por un hijo.

Liam la separó de su abrazo, deslizó los pulgares por sus mejillas para limpiar sus lágrimas y la besó para tranquilizarla.

—Estaré atado a ti toda la vida aunque no haya hijos de por medio. ¿Acaso no te lo he dejado ya lo suficientemente claro?

—Entonces… —susurró Amy asustada.

—Entonces ¿qué?

—¿No estás… enfadado?

—Santo cielo, Amy. ¿Cómo puedes decir algo así? Me vas a hacer padre. Yo te quiero y tú me quieres. Y ahora vamos a tener un hijo. ¿Qué problema hay? No estoy enfadado. Estoy feliz, muy feliz.

—Pues yo estoy asustada, muy asustada. No hay nada que me pudiera hacer más feliz que tener un hijo contigo; pero en este momento…

Liam la recostó sobre su pecho para apaciguarla.

—De todas formas esas pruebas no son fiables al cien por cien.

—Te aseguro que todos los casos que conozco eran totalmente fiables.

—Mañana te acompañaré al médico y sea cual sea el resultado definitivo lo aceptaremos encantados, ¿de acuerdo?

—¿Crees que lo haremos bien?

—Lo haremos fenomenal. Ya lo verás.

—Te quiero, sabes que te quiero, ¿verdad?

—Nunca lo he dudado. Todo irá bien, mi vida. Confía en mí.

No había sido una falsa alarma. A la mañana siguiente quedó totalmente confirmado. Estaba embarazada de cuatro semanas. Iban a ser padres. Ese mismo día Patrick Murray ofreció a Amy un interesante ascenso que ella rechazó confesándole que iba a tener un hijo. Para su sorpresa, Patrick la tachó de insensata si no aceptaba el reto amparándose en esa excusa. Así que aceptó ilusionada la nueva meta impuesta. Le dio un paternal abrazo deseándole todo lo mejor en esa difícil pero gratificante tarea.

En esa misma semana Liam recibió una llamada del U. S. Bank, de la misma sucursal donde había ingresado el cheque de sus ahorros de su aún corta vida laboral. Le ofrecieron un puesto en el Departamento de Transacciones Extranjeras redoblándole lo que ganaba en ese momento en Broghlin & Watkings. Aceptó con los ojos cerrados. Con un hijo en camino toda mejora económica que se le presentara era bienvenida. Parece que el pequeño o pequeña Wallace vendrían con un pan debajo del brazo.

La noticia fue acogida con ciertas reservas por parte de ambas familias porque aún los consideraban demasiado jóvenes para hacer frente a semejante responsabilidad. Pero a pesar de todo no pudieron evitar el evidente orgullo que sentían ante la posibilidad de convertirse en abuelos.

Liam, más feliz que nunca ante la dulce espera, buscó un nuevo apartamento de dos dormitorios aprovechando el aumento de los ingresos por parte de los dos. Se trasladaron a Nob Hill a principios del mes de mayo cuando Amy comenzaba la semana decimosexta de su embarazo. Dos días después Liam recibió una llamada del hospital. Amy había perdido el bebé.

—Me había hecho a la idea… quería este bebé —decía con voz ahogada y mirada desolada mientras Liam la consolaba en sus brazos sobre la cama del dormitorio de su nuevo apartamento—. Lo quería… una parte de ti estaba dentro de mí y ahora ya no está.

—Yo también estaba emocionado con la idea, pero desgraciadamente estas cosas pasan, cariño.

—Me siento tan vacía… —murmuró aferrándose aún más a él.

—Tendremos otras oportunidades.

—¿Quieres decir que quieres volver a intentarlo? —le preguntó contrariada inclinando su rostro hacia él.

—¿Por qué no? Que yo sepa no hay nada que nos lo impida. De todas formas no es una decisión que tengamos que tomar ahora. Acabas de pasar por un mal trago y tienes que recuperarte. Lo más importante en este momento de mi vida eres tú, no lo olvides. —La volvió a besar dulcemente.

—No lo olvido… —suspiró entornando los párpados. Estaba agotada—. Te quiero mucho… —murmuró ya con los ojos cerrados.

—Sshh… yo también te quiero, mi vida. Descansa.

Liam, al igual que ella, terminó siendo vencido por el sueño.

Aquel inesperado suceso en sus vidas les había hecho madurar antes de lo previsto. Eran conscientes de la delgada línea existente entre la felicidad y la desdicha. Fue esto lo que hizo que estuvieran más unidos que nunca y puede que esa fusión total existente entre ambos hubiera sido la causante de las primeras desavenencias entre Liam y Clyde.

Dejó de interesarle la interpretación o al menos eso le parecía. Con frecuencia Amy lo notaba pensativo e incluso ausente. Tenía la ligera sensación de que se estaba dejando llevar por las circunstancias y que ya había abandonado todas sus esperanzas y aspiraciones. Amy empezó a sentirse culpable por ello.

A mediados del mes de noviembre de 1995 Liam había viajado a Los Ángeles después de haber pasado un duro casting para firmar el contrato de lo que podría llegar a ser su primer papel secundario en una película.

Terminó rechazándolo porque suponía estar fuera del país durante más de dos meses y no estaba dispuesto a estar separado de ella tanto tiempo.

Eran casi las siete de la tarde cuando entró en el apartamento de Nob Hill que ambos compartían desde hacía más de siete meses. Un relajante olor a tomate y especias inundó sus fosas nasales.

El olfato lo guió hasta la cocina donde Amy dejaba escurrir una cazuela de pasta en ese mismo instante.

—Me parece que he llegado justo a tiempo. —Liam la atrajo hacia su cuerpo desde atrás y Amy se giró para darle un beso.

—Te he echado de menos —le dijo con una mirada soñolienta.

—Día duro en los juzgados, ¿eh?

—Más o menos. —Se giró para continuar con sus quehaceres culinarios—. Pero no hablemos de mí. Ayer te noté un poco raro por teléfono —le dijo mientras abría un armario para sacar el escurridor para la pasta.

—Fue un día bastante anormal. Pero yo tampoco quiero hablar de trabajo. —Liam se dedicaba a sacar platos, cubiertos y servilletas para dos sin decir nada más.

Amy lo miró a los ojos. Lo conocía demasiado y sabía que algo no iba bien. Permaneció callada mientras él se dirigía al salón para poner la mesa.

Tardaron poco menos de media hora en terminar la ceremonia de aquella cena más llena de silencios de lo que ambos hubieran deseado. Fue Liam quien se encargó de retirarlo todo mientras Amy permanecía recostada en el sofá a la espera de que hiciera algún comentario concluyente con respecto a su viaje a Los Ángeles.

Amy se levantó para recostarse sobre los cojines del hueco de una de las ventanas desde las que se contemplaban las impresionantes vistas de la bahía. La noche era clara y estrellada. Pasados unos minutos sintió la presencia de Liam a su lado. Le hizo un sitio sobre su asiento y se recostó sobre él.

—Echas de menos Escocia, ¿verdad? —le preguntó rompiendo aquella ilógica quietud.

—Algunas veces sí pero, por increíble que te parezca, aquí también empiezo a sentirme como en casa.

—Lo dices sólo para hacerme sentir bien.

—Te equivocas. Nadie me obligó a venir aquí. Lo hice voluntariamente y no me arrepiento de la decisión que tomé.

—No has firmado, ¿verdad?

—No, no lo he hecho. Ya está decidido. No pienso estar a miles de kilómetros de ti durante tanto tiempo.

—No era esto lo que yo quería para ti.

—¿Qué es lo que no quieres para mí?

—No me parece justo que decidas tu futuro basándote en mí. Me siento culpable —dijo incorporándose cambiando de posición y colocándose frente a él.

—¿Me estás diciendo que tendría que haber firmado?

—¿Habrías firmado si yo no hubiera formado parte de tu vida?

—Eso es una pregunta trampa. No me obligues a responder algo que no siento.

—Era una buena oportunidad, Liam. Sé que no es el tipo de papel que te atrae y sé perfectamente que vales mucho más que todo lo que te está ofreciendo Clyde. Pero nadie ha empezado por la puerta grande.

—Te he dicho cientos de veces que prefiero seguir en el teatro antes que hacer ese tipo de papeles.

—Y mientras te dedicas a trabajar en algo que no es lo tuyo. Ni siquiera puedes ejercer la abogacía. ¿Qué pasa con todos tus años de esfuerzo? No quiero que pase el tiempo y lamentes la decisión que tomaste. Tengo miedo a despertarme un día a tu lado y ver que ya no me miras como si fuera la única mujer sobre la faz de la tierra. Miedo a ver la decepción en tu mirada. Miedo a que un día digas «no lo conseguí, pero todo lo hice por ti, no olvides que lo hice por ti».

Liam alargó sus manos hacia el rostro de Amy y lo sujetó inclinándolo hacia él.

—No vine aquí para perseguir mi sueño de ser actor. Eso es secundario. La única razón que me trajo hasta California eres tú. Acepté este trabajo porque además de que me pagan muy bien, nos hemos mudado a una zona mucho más cara y no me parecía justo que tú corrieras con la mayor parte de los gastos.

—Eso es una chorrada. Cogiste ese trabajo porque esperábamos un hijo que finalmente perdí.

—No, Amy, para mí no es ninguna chorrada y sí, acepté este trabajo porque quería darle lo mejor al hijo de la mujer a la que amo y lo volvería a hacer de nuevo. Soy feliz estando aquí contigo. Y sería igualmente feliz estando en Edimburgo, en Sydney o en Madrid siempre que tú estuvieras conmigo.

—Si quisieras volver a Escocia, ¿me lo dirías?

—Siempre querré volver a Escocia por la sencilla razón de que es una tierra que me lo ha dado todo en la vida incluyéndote a ti.

—Estaría dispuesta a dejarlo todo y marcharme contigo si es eso lo que quieres. No me importaría envejecer a tu lado en una casita junto a Loch Lomond.

—Por el momento no tendrás que hacerlo. Permaneceremos aquí esperando el gran papel. Sé que llegará, confía en mí. —La besó en los labios y seguidamente se levantó tomándola de la mano para conducirla al dormitorio.

Aquélla fue la última noche que pasaron juntos.

Después de la conversación que mantuvieron la noche anterior, víspera de su vigésimo sexto cumpleaños, Amy tuvo un extraño presentimiento.

La mañana del 23 de noviembre de 1995 ese mal presagio se convirtió en una desgarradora revelación. Decidió entonces con todo el dolor de su corazón que aquello tenía que acabar.

Después de los años transcurridos y antes de contraer matrimonio con Jorge Stich, el hombre que había intentado cubrir el inmenso vacío dejado por Liam, Amy supo que jamás dejaría de amar a Liam Wallace. Su marcha a Buenos Aires tuvo como único objetivo romper de una vez por todas con su pasado pero, incluso habiendo huido al lugar más recóndito de la tierra, sabía que jamás habría podido deshacerse de los recuerdos.

Su última visita a Callander así se lo demostró. Haber dejado en aquel lugar aquella vieja caja llena de nostalgias había sido un paso importante. Liam y ella habían escrito las páginas de sus vidas con un feliz comienzo y con un triste final, pero a pesar de todo Amy quiso creer que el final todavía no se había escrito. Decidió dejar el desenlace en manos del destino y del propio Liam.