Capítulo veintiuno

Katherine los contemplaba desde la ventana de la cocina mientras ambos se acercaban paseando cogidos de la mano por el camino trasero de la casa. Conversaban animadamente y Amy no paraba de reír con alguna de las mil historias que Liam tenía siempre para contar. Le sorprendió la calma con la que su hijo se lo estaba tomando todo. Sabía que estaba enamorado de Amy como nunca lo había estado de ninguna otra chica. Algo así no era necesario confesarlo porque si algo caracterizaba a Liam era precisamente su llaneza y su transparencia. Era prácticamente imposible hacerle disimular un sentimiento. Se mostraba tal como era sin importarle que tanta sinceridad a veces le hubiera acarreado más de un problema.

Volvió a levantar la mirada hacia ellos. Fuera lo que fuese lo que le estaba diciendo Amy, su hijo le respondió con un suave beso seguido de un tierno abrazo. En ese momento supo la razón de su aparente serenidad. Le había repetido hasta la saciedad que Amy era la mujer de su vida y Katherine en cierto modo sintió cierto recelo al pensar que con sólo veinticuatro años pudiera tener algo así tan claro. No había sido muy enamoradizo. Y más bien huía del compromiso.

Por esa razón su especial historia con Amy le hacía plantearse si terminaría quedando reducido a una pasión pasajera. No quería que Amy hiciera sufrir a Liam, pero tenía que ser justa y tampoco quería que Liam hiciera sufrir a Amy. Desde el primer instante en que la había visto entrar en aquella casa supo que estaba perdidamente enamorada de su hijo. ¿Por qué había esperado tanto tiempo para reconocerlo? Justo dos meses antes de su regreso a Estados Unidos. Estaba claro que Liam estaba tramando algo y Katherine estaba segura de que la trama tenía que ver con un posible traslado a San Francisco. Amy se marchaba dentro de tres días. En circunstancias así, Kathy sabía que Liam habría estado afligido, melancólico e incluso enfadado. Sin embargo, rebosaba una felicidad asombrosa.

El ruido de la puerta exterior la despertó de sus pensamientos. De nuevo escuchó sus risas mientras dirigían sus pasos hacia la cocina.

—Mamá, es un crimen que estés metida en la cocina. Hace un día de escándalo. —Se acercó por detrás para darle un cariñoso beso.

—Alguien tendrá que preparar la comida para esta legión de glotones.

—¿Keith y Jane vienen?

—Sí. Saben que no podrán despedirse de Amy y quieren aprovechar para verla antes de que se marche. —Dejó a un lado sus quehaceres culinarios para acercarse a Amy—. No logro hacerme a la idea de no tenerte aquí. No sabes cómo vamos a echarte de menos.

Amy y Liam intercambiaron miradas. Sabía que Liam no quería hacerlo todavía pero no podría demorarlo más.

—¿Me he perdido algo? —preguntó Katherine mirándolos a ambos con ojos desconfiados.

—Pensaba comunicároslo cuando Amy se marchara, pero me temo que cuanto antes lo sepáis mejor será para todos.

Liam se deshizo de la mano de Amy para tomar las de su madre.

—Llevo mucho tiempo meditando esto, mamá. Te aseguro que no he tomado la decisión a la ligera.

—No hace falta que digas más —le interrumpió Katherine con el rostro algo decepcionado—. Quieres marcharte a San Francisco, ¿verdad?

Liam asintió aclarándose la garganta antes de volver a hablar.

—Sé que me vais a tachar de loco, pero tengo que hacerlo.

—Nunca tacharía de loco a un hijo mío que lo deja todo por una chica como Amy, pero eso no significa que tenga mis reservas respecto a lo que podría implicar una decisión tan precipitada.

—Comprendo tu inquietud, mamá, pero ahora se trata de mí. Creo que hasta ahora he cumplido con todas vuestras expectativas.

—¿Qué pasa con tus planes en el despacho? ¿Y tus compromisos en el Traverse? Tantos años de esfuerzo para nada.

—No digas eso. Siempre me dijiste que tenía que lograr alcanzar todo aquello que me propusiera. Sabes que la interpretación fue lo único que quise hacer en la vida, pero me exigisteis una carrera que me respaldara antes de dar rienda suelta a ese sueño imposible. Y lo hice; me he convertido en abogado con una especialización en Derecho Internacional y tengo la fortuna de prestar mis servicios en uno de los mejores bufetes de Edimburgo del que mi hermano es socio fundador. Ahora es el momento de intentarlo. Tengo un doble motivo para marcharme a California.

—¿No te has planteado quedarte en Edimburgo, Amy? —le preguntó Katherine con ojos aún esperanzados ante un posible cambio de actitud.

—También hemos considerado esa opción. Yo tengo posibilidad de firmar un nuevo contrato con un importante bufete de San Francisco en el que he estado prestando mis servicios durante dos años antes de graduarme. Liam no tendrá problema para encontrar trabajo. Incluso no pudiendo ejercer como abogado, tiene un fantástico currículo que le puede abrir muchas puertas. En el caso de que las cosas no salieran como esperamos, profesionalmente hablando, no tendría inconveniente en venirme a Edimburgo.

Liam desvió los ojos hacia ella gratamente sorprendido por su afirmación. Le pasó el brazo por los hombros y la apretó suavemente contra él.

—Sólo queremos estar juntos, Katherine. El lugar es lo de menos.

—¿No recuerdas cuando me decías que nunca debía arrepentirme de lo que había hecho si no de lo que no había hecho? —intervino Liam.

—Lo recuerdo… —murmuró Katherine—… por supuesto que lo recuerdo.

—Pues bien, pienso seguir tu consejo. No quiero lamentar el no haber intentado comenzar una nueva etapa de mi vida con esta preciosidad con la que tuve la suerte de cruzarme hace casi diez meses en la calle Drummond. —Se inclinó para darle un fugaz beso ante la mirada aturdida y a la vez admirada de su madre.

A pesar de que trató de evitarlo, las lágrimas acudieron a los ojos de Katherine. En ese instante Amy y Liam se fundieron en un abrazo con ella.

—¡Vamos, mamá! No me voy a marchar hasta que deje cumplidos mis compromisos pendientes. Todavía estaré aquí un par de meses más —le dijo Liam tratando de consolar sus llantos.

—Vendremos a menudo y prometo que voy a cuidar de él —añadió Amy con ojos también húmedos de la emoción— así que no queremos verte triste.

Katherine se limpió las lágrimas en un rápido gesto con la esquina de su delantal al tiempo que esbozaba una leve sonrisa.

—Lloro de alegría. Aunque lo sospechaba nunca imaginé que terminaríais dando este paso la primera vez que os vi cruzar juntos el umbral de esta casa. Ahora os veo tan decididos y tan felices que me siento un poco culpable por el hecho de no desear que ninguno de los dos se aleje de nosotros. Pero es ley de vida y tenemos que aceptarlo.

—Mediarás si hace falta por nosotros con el resto de la familia ¿verdad? —le preguntó Liam con una pícara sonrisa.

—Yo abandoné Irlanda cuando sólo tenía veinte años para estar junto a tu padre. Y tu padre —dijo dirigiéndose a Amy— hizo lo mismo por tu madre. Está claro que en ambas familias esto es tradición y contra eso no se puede hacer nada.

Los tres rieron al unísono. Liam envolvió entre sus brazos a las dos mujeres más importantes de su vida, sin olvidar a Jane.

—Volveré con un Globo de Oro y con un par de Oscar bajo el brazo y con Amy convertida en la señora Wallace.

Los tres volvieron a reír. Ninguno de ellos sabía aún que sólo uno de aquellos deseos se cumpliría y no sería precisamente el del santo sacramento.

Durante el trayecto hacia el Aeropuerto Internacional de Edimburgo apenas pronunciaron palabra. A cada instante ambos se miraban a los ojos sabiendo cada uno lo que estaba pasando por la mente del otro. Liam retiraba la mano del volante con frecuencia para acariciarle cariñosamente la mano o la mejilla. El momento de la verdad llegó cuando Amy terminó de facturar su equipaje y se tomó el último café en compañía de Liam antes de pasar el control para dirigirse a la puerta de embarque.

—Estos dos meses se me van a hacer eternos —murmuró con semblante alicaído.

Liam la sujetó por la barbilla para inclinar su rostro hacia él.

—Se pasarán más rápido de lo que creemos. Tenemos que hacer tantas cosas que no nos va a dar tiempo a pensar —le dijo tranquilizándola como siempre una vez más con su bonita sonrisa.

—Va a ser duro no levantarme a tu lado por las mañanas.

—Pronto me tendrás todas las mañanas del resto de nuestras vidas y terminarás aburriéndote de ver esta cara de bobalicón que se me pone cuando estás cerca de mí.

Amy no pudo evitar reírse.

—Nunca me cansaré de mirar esos ojazos. —Acarició el contorno de los mismos para después entrelazar sus dedos en su cabello ondulado que había empezado a dejar más largo. Eso unido a la ausencia de afeitado de un par de semanas le daba ese toque seductor y atractivo que le hacía perder la cabeza.

—Todo va a salir bien, ya lo verás —le dijo en tono suave.

—Y si no sale bien siempre podemos volver aquí. Quiero que tengas eso presente, ¿de acuerdo?

—Lo tengo muy presente, te lo aseguro.

Amy miró su reloj nuevamente desalentada.

—Me temo que ya no puedo demorarme más. Ya deben de estar embarcando.

Liam la rodeó de nuevo con sus brazos y sus besos.

—Gracias por haberme hecho pasar el año más feliz de mi vida —le dijo Amy aún recostada sobre su pecho.

Liam la apretó contra él aún con más fuerza.

—Esto es sólo el comienzo —murmuró con voz ronca por la emoción.

Amy se separó de su abrazo para tomar la bolsa de equipaje de mano que llevaría dentro del avión. Con la mano que le quedaba libre acarició una vez más la mejilla a su escocés del alma. Se dieron un último beso.

—Te llamaré cuando llegue.

—Te esperaré despierto.

Amy emprendió su camino hacia la zona de control antes de buscar su puerta de embarque sin echar la vista atrás. No quería que Liam la viera llorar. Sin embargo, tuvo que girarse cuando de nuevo oyó su voz.

—No olvides lo mucho que te quiero —le dijo.

Amy se giró y Liam pudo ver cómo le sonreía con un leve indicio de lágrimas en sus ojos. Aquella imagen valía más que mil palabras.