Capítulo veinte

Abrió los ojos, pero la cegadora luz de aquella mañana soleada la obligó a volver a cerrarlos. Se movió bajo las sábanas buscando a tientas el calor del cuerpo de Liam, pero no lo encontró. Cambió de postura para mirar el despertador. Faltaban diez minutos para las diez. Perezosamente se estiró ocupando la zona de la cama que mantenía el aroma de aquel perfecto cuerpo escocés. ¿Por qué se había marchado? Puso fin a sus divagaciones cuando oyó pasos al otro lado de la puerta seguidos del sonido de unas llaves. Apareció en el umbral con el periódico y con una bolsa de croissants. Más guapo que nunca y fresco como una rosa. Parecía que le había dado tiempo a volver a su apartamento para ducharse y cambiarse. Mientras tanto Amy salía de la cama buscando lo primero que encontró para cubrir su desnudez.

—Buenos días —fue lo único que se le ocurrió decir mientras contemplaba cómo Liam dejaba sobre la barra de la cocina lo que llevaba en las manos. Después se volvió hacia ella envolviéndola con aquellos ojos.

—Buenos días. —Se acercó vacilante y cohibido por lo que pudiera suceder a partir de aquel instante.

¿Y si ahora todo se iba al traste? ¿Y si, como decía ella, la magia desaparecía? No. Algo así no podría sucederles a ellos. No cuando acababa de ver aquel repentino nudo formado en su garganta y aquel delicioso temblor en sus labios.

—No se puede decir que tenga muy buen aspecto. —Se miró a sí misma, allí frente a él, descalza con aquella enorme camiseta y el pelo enmarañado.

Liam se acercó a ella. Tomó su rostro entre sus manos y la besó. Un beso dulce, lento, pausado.

—Estás preciosa —le dijo.

—Pensé que te habías marchado.

—¿Por quién me tomas? —Le dedicó una bonita sonrisa. De ésas que de pronto le hacían olvidarlo todo. Amy le respondió de la misma forma y eso hizo que Liam también comenzara a relajarse—. Anda, ve a darte una ducha mientras yo te preparo el desayuno. Desearía pasar en la cama todo el fin de semana contigo, pero me temo que tendremos que aprovechar este magnífico día para llevarte a algún bonito rincón que seguramente aún no conoces.

—Me parece una idea excelente.

Liam observó cautivado el elegante movimiento de sus esbeltas y largas piernas mientras se dirigía al cuarto de baño. No tardó más de diez minutos en salir con una bonita camisa blanca. Se acercó al otro lado de la barra americana para sentarse en un taburete al tiempo que Liam le servía una taza de café y un plato con dos croissants cortados con mermelada de mora.

—Gracias. —Amy bebió un sorbo del café y pegó un mordisco al croissant ante la mirada atenta de Liam desde el otro lado de la barra—. Mmm… está buenísimo. —De pronto se sintió acariciada por aquellos ojos azules que desprendían una adoración sin límites—. Deja de mirarme así —le dijo con una juguetona sonrisa.

—¿Cómo te estoy mirando? —le preguntó con mirada socarrona.

—Como si… —Bebió otro trago de su taza de café—. Como si estuvieras esperando algo de mí. —Fijó su mirada en el contenido de su taza—. No sé si me explico.

Liam no dijo nada y continuó observándola expectante.

—¿Te he dicho alguna vez que ni siquiera con mi mejor amiga del instituto he tenido la conexión que he tenido contigo?

—No recuerdo habértelo oído decir.

—Pues es cierto. Hemos discutido, nos hemos peleado, nos hemos reconciliado y ahora estamos aquí frente a frente después de haber pasado nuestra primera noche juntos —levantó la vista hacia él— y me pregunto si voy a estar a la altura de las circunstancias.

Liam rodeó el espacio que la separaba de ella y se pasó al lado en el que estaba sentada. Le quitó la taza de la mano y deslizó a un lado el plato de los croissants. Seguidamente la tomó en sus brazos y en un impulso la sentó sobre la superficie libre de la barra. Permaneció de pie frente a ella con las manos sobre sus muslos aún desnudos.

—Contéstame a una pregunta. ¿Lamentas que hayamos cruzado la línea?

—En absoluto —respondió convencida—. ¿Y tú?

—He aprendido a estar a tu lado estando enamorado de ti y sabiendo que no te podía tener, pero imaginando que algún día te tendría. No quiero hacerme ilusiones pensando que ese día ha llegado. Yo, al contrario que tú, no me pregunto si voy a estar a la altura de las circunstancias. Lo que ves es lo que hay y no sé lo que va a pasar a partir de ahora. Lo que sí puedo decirte es que no sé qué demonios has hecho conmigo, pero jamás pensé poder querer a alguien como te quiero a ti.

Amy llevó la mano hacia su mejilla y Liam la atrapó con la suya para después llevarla hasta sus labios. Luego la soltó y ella estiró los brazos hacia él. Liam entendió su gesto dejándose envolver en ellos.

—Yo tampoco sé qué demonios has hecho conmigo, Wallace. Lo que sí sé es que ya no volveré a ser la misma. Lo quieras o no has pasado a ser parte de mí.

Liam se separó de su abrazo para dedicarle una vez más aquella franca mirada colmada de felicidad después de haber escuchado aquellas palabras.

La besó de nuevo, primero en la frente, después en la nariz, en los labios y en su cuello. Cuando Amy lo atrapó con sus piernas, Liam pasó las manos por sus nalgas para encajarla entre su cuerpo que volvía a despertar de nuevo.

—Creo que nuestra visita a la Abadía de Melrose tendrá que esperar un poco más —le dijo Liam con una sugestiva sonrisa mientras se deshacía de su camisa.

La noticia de que Liam y Amy estaban por fin juntos se extendió como la pólvora. Si bien para la mayor parte de aquéllos que ya les conocían no fue ninguna sorpresa, les agradó el hecho de que finalmente destaparan aquellos sentimientos que habían tratado de negar una y otra vez a pesar de las innegables evidencias.

El mes de mayo se les pasó en un abrir y cerrar de ojos. Ambos estaban en la fase final del curso. Pero en el caso de Liam había que sumar las tardes en el despacho de su hermano, algunas mañanas en los juzgados y dos funciones semanales de La verdad sobre Peter. Amy sabía que estaba realmente agotado, pero aun así pasaba junto a ella el poco tiempo que le quedaba libre.

Después de la entrega de diplomas se fueron a celebrarlo a un nuevo pub que habían abierto en Shandwick Place. Fue una jornada sin duda memorable. Rieron y bailaron hasta caer desfallecidos de cansancio.

A la mañana siguiente, a pesar de que ambos estaban extenuados, pusieron rumbo a Callander. Liam deseaba pasar allí con ella aquel último fin de semana antes de su regreso a San Francisco. Esa misma mañana, mientras salía de darse un baño a orillas del río Theith y Liam iba en su busca para cubrirla con una toalla, fue consciente por primera vez de la realidad de su marcha en tan sólo tres días. Él sabía lo que estaba pensando, pero en vez de aplacar sus dudas con palabras se limitaba a abrazarla. Era la mejor forma que tenía de hacerle olvidar sus miedos y Amy tuvo que reconocer que en cierto modo lo conseguía.

Disfrutaron de un suculento almuerzo en compañía de toda la familia Wallace que había terminado convirtiéndose en la suya propia. Se sintió observada por ellos en todo momento, pero no de forma crítica. Amy sabía que todos estaban preguntándose con razón hasta cuándo duraría aquella eterna luz en los ojos de Liam.

Agotados aún por la fiesta de la noche anterior, Liam la acompañó al que había sido su dormitorio durante sus visitas a Callander para descansar. Pero esta vez compartió aquella cama con ella. Amy se quedó dormida en sus brazos durante más de una hora. Fueron los besos y las caricias de Liam los que la despertaron de nuevo. Sus ojos se clavaron en ella mientras sus manos se abrían paso por debajo de las sábanas hasta llegar a su camiseta. Los suaves jadeos de Amy comenzaron a mezclarse con el repentino sonido de una inesperada lluvia de verano.

—Mmm… toda tu familia está abajo.

—Sshhh… no haremos ruido. —La volvió a besar—. No te preocupes porque nadie va a entrar sin llamar. —Le dedicó una sugestiva sonrisa.

Cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás cuando Liam se hundió por completo en ella ralentizando sus movimientos, relajado y desaparecido ese tenso estado de los últimos días.

—Amy… —pronunció jadeante abriendo los ojos para mirarla y después envolverla de nuevo en sus brazos.

—Te quiero —susurró.

—Dilo otra vez.

—Te quiero, te quiero, te quiero.

Y entonces lo dijo.

—Me marcho contigo a California.

Amy había soñado cientos de veces con oír aquellas palabras, pero en aquel instante tuvo que reconocer que no se esperaba que Liam las pronunciara tan pronto.

—¿No crees que te estás precipitando? —preguntó Amy incorporándose y tapando su desnudez con la sábana.

Liam se apoyó sobre un codo mirándola fijamente.

—Juraría haber escuchado hace tres segundos las palabras «te quiero».

—Y lo sigo manteniendo, pero…

—¿Pero qué?

—No quiero que tomes esta decisión a la ligera. Prefiero que la medites antes de…

—No hay nada más que meditar. —Le interrumpió llevando la mano que le quedaba libre hacia la curva de su cintura—. Yo te quiero y tú me quieres. No pienso quedarme aquí viendo cómo te marchas y desapareces de mi vida.

—No voy a desaparecer de tu vida. —Entrelazó su mano entre la suya—. Sencillamente regreso a mi ciudad. Después buscaré trabajo y un nuevo apartamento. En ese momento será cuando nos tengamos que plantear en serio lo de un posible traslado por parte de alguno de los dos.

—No pienso esperar hasta entonces para plantearme algo que ya tengo decidido.

—Pero ¿qué pasa entonces con el despacho? Aquí tienes un futuro asentado.

—He estudiado Derecho, tengo un máster en Derecho Internacional, estoy colegiado y trabajando en Edimburgo. De acuerdo, pero no es eso lo que quiero y tú lo sabes mejor que nadie.

—¿Qué va a decir tu familia?

—Tendrán que apoyarme en esta decisión. Sé que al principio les costará aceptarlo, pero terminarán considerando que ha sido la opción más acertada porque después de todo lo único que desean es mi felicidad y saben que esa felicidad sólo es posible estando a tu lado.

—¿Y si sale mal?

—Eso es un riesgo que vamos a correr los dos.

Amy lo miró con tal ternura que Liam tuvo la sensación de que se iba a echar a llorar, pero no lo hizo. No podía creer que le estuviera sucediendo aquello. Allí estaba bajo la mirada azul de aquel guapo actor escocés de gran corazón convertido en abogado que había derrumbado todos sus esquemas y que estaba dispuesto a dejarlo todo por ella sin pedir nada a cambio.

—Habrá que intentarlo —le dijo finalmente.

Liam la atrajo hasta él y la besó dulcemente.

—Dios… hoy puedo decir que soy el tipo más afortunado de Escocia.