—Tienes total confianza para hablar de ello si quieres hacerlo, claro —le dijo Jane mientras paseaban por Main Street—. No soy nadie para meterme en los asuntos de mi hermano y mucho menos en los tuyos pero en sólo unos días te he cogido un cariño inmenso. Te puede parecer una locura, pero te siento como la hermana que nunca he tenido.
Amy se enganchó a su brazo con tremendo afecto.
—Pues imagínate cómo me he sentido yo siendo hija única y encontrándome de sopetón con una familia como la vuestra.
—¿Pasó algo ayer entre tú y Liam?
Amy siguió caminando sin mirar a un punto fijo.
—No sé por dónde empezar… me siento un poco violenta con esto, Jane. Estoy alojada en vuestra casa y no quisiera que os llevarais una opinión equivocada de mí. Esta mañana hemos discutido. Ayer Liam me besó y yo… bueno. No es que me desagradara que lo hiciera; es sólo que…
—Lo imaginaba, pero no debes darle importancia. Está claro que a Liam le gustas. Jamás ha traído a ninguna chica a Callander. Este lugar es sagrado para él. Le precede una fama injusta. Ha tenido muchas historias, pero si te soy sincera, lo que le ha pasado contigo creo que jamás le había pasado con nadie.
Jane se detuvo.
—Mírame, Amy.
Amy obedeció.
—Lo que está claro es que mi hermano está perdidamente enamorado de ti y tú eres consciente de ello.
Amy asintió.
—¿Qué es Liam para ti? En el momento en que tengas la respuesta a esa pregunta desaparecerán todas tus dudas.
—Ni yo misma lo sé. ¿Sabes lo que es estar pensando algo y que de repente él transforme en palabras esos pensamientos? ¿Y cuando yo termino las frases que él empieza o al revés? Me hace reír como nadie, enfadarme como nadie, llorar como nadie. Saca lo mejor de mí y al mismo tiempo, lo peor. No tengo la respuesta, Jane. Me pregunto si alguna vez la tendré. Lo conocí cuando estaba saliendo con otro chico y eso hizo que quizá yo empezara a verlo de forma distinta.
—Sois los amigos inseparables que un día cruzan la línea y todo se va a hacer puñetas. ¿Es eso a lo que tienes miedo?
—Sí —reconoció Amy con ojos tristes—. Tengo un miedo atroz a que nuestra relación se estropee por un simple paso en falso. Si pierdo esa conexión que he logrado establecer con él no podría soportarlo.
—Me halaga saber que lo quieres —le dijo Jane agarrándole de nuevo por el codo y continuando su paseo.
—No te imaginas cuánto.
—Entonces no veo cuál es el problema.
—Me marcho de aquí en el mes de junio, Jane. ¿Y si no funciona? No quiero romperle el corazón a tu hermano, pero tampoco quiero que él me lo rompa a mí.
—Entiendo cómo te sientes, pero ¿no os parece que en este momento de vuestras vidas sois demasiado jóvenes para madurar tanto vuestras decisiones? Simplemente tendríais que dejaros llevar por las circunstancias.
—Quizá tengas razón.
—La única ventaja que tenéis es que os conocéis demasiado bien y eso es muy importante. Habéis fraguado una amistad sincera y sin tapujos. No conozco a mucha gente que tenga la suerte de comenzar una relación así.
—Me ha hecho bien hablar contigo de esto. Esta mañana creía que iba a explotar.
—Estoy segura de que en cuanto regrese de Perth irá en tu busca para pedirte perdón.
—No tiene que hacerlo. No ha hecho nada malo.
—Te ha hecho sentir mal y eso es razón más que suficiente para que se disculpe. Habla con él, discute, grítale si hace falta por su estúpida actitud. Ya sea para dar el paso o para seguir manteniendo esa envidiable amistad, debéis hablar y aclarar vuestros sentimientos antes de que os hagáis más daño.
—¿Qué voy a hacer sin ti cuando vuelva a San Francisco?
—Eso tiene fácil solución. Quédate en Escocia y estaré encantada de ser tu cuñada.
Amy quiso aprovechar ese momento de la conversación para hacerle una pregunta.
—¿No os habéis planteado la posibilidad de que Liam quisiera probar suerte en Estados Unidos?
—¿Qué quieres decir? ¿Te ha dicho él eso?
—No exactamente pero… ya sabes… a veces hemos hablado de nuestros respectivos sueños…
—Es más fácil que tú te conviertas en escritora de éxito. El sueño de Liam es más duro de alcanzar.
—Debería intentarlo. Por el amor de Dios, Jane, tu hermano tiene un talento descomunal. El mundo debería tener la oportunidad de conocer su potencial. Me parece tan triste que se esté limitando al teatro.
—Él es feliz con el teatro. No deberías meterle esas ideas en la cabeza. Será un fantástico abogado.
—Eso no lo pongo en duda, pero también podría ser un fantástico actor. No pierde nada con intentarlo. Su profesión estará siempre ahí. Nadie le va a robar eso.
—Ahora comprendo por qué habéis conectado de la manera que habéis conectado. —Jane comenzó a esbozar una astuta sonrisa—. Sois los dos iguales de cabezotas.
El Golf de Liam estaba aparcado fuera cuando Amy y Jane volvieron de su paseo matinal. Parecía ser que había regresado mucho antes de lo previsto. Justo en el momento en el que entraban buscando el calor del hogar, comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia. Amy disfrutó enseguida del olor a chimenea que impregnaba el vestíbulo. Se deshizo de todas sus capas de ropa y se dirigió a la cocina a lavarse las manos por si había que echar una mano, pero todos debían de estar en el salón.
Permaneció breves instantes frente a la ventana que había encima del fregadero contemplando el movimiento de las hojas de los árboles. El viento estaba comenzando a soplar fuertemente. Le gustó el sonido y cerró los ojos durante unos segundos. No estaba preparada para ir al salón y ver a Liam. Quizás estaba encerrado en su habitación y rezó para que así fuese. Su momento de paz se acabó cuando escuchó el cierre de una puerta. Se giró y vio cómo Liam se dirigía hasta ella a paso lento.
—Creía que ibas a pasar el día en Perth —fue lo único que se le ocurrió decir.
—Te pido disculpas por mi estúpido comportamiento y lamento todo lo que te he dicho. No te merecías esas palabras tan duras. Me he dejado llevar por la rabia y no he sabido razonar con coherencia. Me pasé de la raya y reconozco que he debido parecer un auténtico imbécil. —Su rostro mostraba un arrepentimiento total.
—Lo has parecido, pero no lo eres ni mucho menos. Todos cometemos estupideces de vez en cuando. Yo soy una especialista en la materia y tú mismo lo has podido comprobar en más de una ocasión desde que me conoces.
—¿Consideras una estupidez lo de ayer?
—Yo no he dicho eso.
—No debí hacerlo.
—Eso no es algo que debamos discutir ahora.
—Entonces, ¿no estás molesta?
Amy apartó la vista de él para fijarla en el suelo mientras sacudía la cabeza. No pudo ver el alivio que se dibujó en los ojos de Liam.
—Mírame, por favor —le rogó Liam dando un paso hacia ella—. Necesito abrazarte, pero no lo haré si te vas a sentir incómoda.
—Acabas de cometer tu segunda estupidez del día —añadió Amy tomando indecisa sus manos entre las suyas.
Liam se sintió sorprendido y conmovido al mismo tiempo por aquel tierno gesto. Aprovechó para entrelazarlas entre las suyas y llevarlas hasta sus labios. Besó los nudillos de ambas y a continuación las liberó para abrir sus brazos y fundir el cuerpo de Amy en ellos.
—Sólo dime una cosa… ¿Por qué fue tan fácil con Daniel?
Amy levantó la cabeza hacia él sin desligarse de sus brazos para mirarle aquellos ojos que la estaban aniquilando por dentro. Tenía todo el derecho a hacerle aquella pregunta y sabía que tarde o temprano tendría que hacer frente a la respuesta.
—Lo de Daniel fue una simple aventura; con él no tenía nada que perder —le respondió con voz ahogada apoyando de nuevo la cabeza contra su pecho—. No rompamos esta magia. No soportaría perderte.
—Parte de la magia que supone enamorarse de alguien es el riesgo de que el otro no lo haga —le dijo con voz serena pero firme mientras percibía como Amy se afianzaba con más determinación entre sus brazos. Liam esperaba que se hubiera pronunciado al respecto pero su silencio le dio la respuesta que esperaba de mil maneras posibles—. Yo tampoco soportaría perderte —dijo finalmente.
El resto de las vacaciones de Navidad transcurrieron sin ningún otro tipo de incidente digno de mención. Liam estaba suave como la seda, encantador y atento como siempre había sido pero manteniendo las distancias. No volvió a entrar en su habitación desde aquella noche. Si le daba las buenas noches lo hacía desde el umbral de la puerta.
La vuelta a la rutina de Edimburgo los envolvió a ambos en una nueva fase de su paradójica relación de amistad. Los tres primeros meses del año se le habían pasado a toda velocidad y, como siempre, Liam tenía mucha culpa de ello. No paraba de inventar planes para los fines de semana, siempre acompañados por el grupo de amigos en cualquier punto del sur y del centro de Escocia. El viaje para mostrarle las Highlands lo harían a mediados de Abril aprovechando que las temperaturas ya serían algo más templadas. Amy continuaba asistiendo a los ensayos de su nueva obra que se estrenaría en el mes de mayo en el Traverse.
Afortunadamente, lo que más les estaba uniendo en aquellos momentos fue la historia que Amy había comenzado a escribir desde su llegada hacía ya siete meses. Incluso había interpretado para ella algunas de las escenas escritas y cuando aquello ocurría daba la sensación de que Liam se olvidaba por unos instantes de sus propósitos con respecto a mantenerse alejado de ella. La abrazaba y la animaba a que siguiera adelante con aquella labor. Ambos soñaban despiertos y hacían planes sobre un futuro prometedor en la industria del cine como dueños de su propia productora.
—Sería algo excepcional, ¿te lo imaginas? —le preguntaba entusiasmado mientras paseaban por un típico mercadillo ambulante cercano a High Street.
—Deberíamos intentarlo y dejar de imaginarlo —le dijo muy seria mientras se detenía en un puesto que vendía antiguos y curiosos objetos de plata.
—Seamos realistas —le dijo Liam palmeándole cariñosamente la espalda.
—Si todos hubieran pensado como tú, Hollywood no existiría.
—Bueno… en eso tengo que darte la razón. Sé que confías mucho en mis posibilidades y te lo agradezco, pero no me puedo permitir soñar en este momento de mi vida.
—Es precisamente ahora cuando puedes hacerlo. Aún no tienes responsabilidades y al mismo tiempo tienes una carrera que te respalda en el caso de que no funcione. Tendríamos que hacer un pacto —dijo deteniendo su mirada en un anillo que le llamó la atención.
—¿Un pacto?
—¿Puedo probármelo? —le preguntó Amy al caballero que atendía el puesto.
—Por supuesto, señorita. Tiene usted un buen ojo. Fue encontrado en unas excavaciones cercanas a Glamis Castle.
—En ese caso debería estar en un museo y no aquí, ¿no cree? —preguntó Amy con una sonrisa irónica haciéndole saber al vendedor que no se pensaba dejar engatusar por viejas historias—. Es una pena, me está demasiado grande.
—Es bonito —dijo Liam tomándolo en sus manos y probándoselo—. Espera… parece que tiene alguna inicial inscrita.
—En efecto, pero no se sabe a quién pudo pertenecer —intervino el vendedor.
—Una L y una A —murmuró Liam después de aclararse la garganta.
—¿De veras? —preguntó Amy emocionada—. Déjame verlo.
Liam la observó expectante mientras la descubría mirando la inscripción y pensaba lo mismo que él había pensado. Levantó los ojos hacia él en señal de respuesta.
—Me lo llevo —decidió Amy.
—Pero si te está grande. No te sirve.
—A ti sí te servirá.
—Yo no acostumbro a llevar nada en las manos.
—Son seis libras.
—Eso es un disparate, demasiado caro. Sólo tengo tres. Soy una pobre estudiante y lo que me queda es para cenar.
—Es plata auténtica. —El vendedor comenzó a reír al ver su franca forma de negociar.
—Lo sé y usted recordará este día como aquel en que vendió a Liam Wallace el anillo de la suerte que le llevaría al estrellato de la meca del cine.
Liam la miró pasmado.
—¿Pero se puede saber qué…?
El vendedor no pudo evitar seguir riendo.
—¿Qué demonios? Me ha caído usted muy simpática. Cuatro libras es mi última oferta.
Esta vez sí que Amy comenzó a reír mientras sacaba su monedero del bolso para pagar las tres libras que estaba dispuesta a pagar. Ni una más. Liam la miraba asombrado mientras tiraba de él para apartarle de la multitud que había empezado a aglomerarse en aquel puesto.
—Es una señal, ¿no lo ves? —le dijo emocionada mientras cogía su mano derecha para ponerle el curioso anillo.
—Las iniciales de nuestros nombres… —murmuró Liam mirándola.
—Sí. Liam y Amy. También L. A., Los Ángeles. Esto tiene que significar algo. Tienes que venir conmigo a California.
—Sabes que ése es uno de mis mayores deseos —dijo mirando el anillo en su dedo y luego mirándola a ella.
—Hagamos un pacto, aquí y ahora. —Sus ojos brillaban de la emoción y Liam tuvo que agarrarle la cabeza con dulzura.
—¿Qué estás tramando, pequeña bruja?
—Prométeme que trataremos de cumplir nuestros sueños.
—No puedo prometerte algo que no sé a ciencia cierta si voy a cumplirlo.
—Dime que al menos lo intentarás. Promételo —repitió Amy.
—De acuerdo, lo prometo. —Liam levantó la palma de la mano en señal de juramento. Amy la unió a la suya.
—En el momento en que consigas el papel de tu vida…
—… y en el momento en que tú publiques tu primer best seller —continuó Liam.
—… estemos donde estemos y pase lo que pase, nos lo haremos saber el uno al otro.
—Pase lo que pase y estemos donde estemos —repitió Liam.
—No importa el tiempo que tardes en conseguirlo. Sé que vas a lograrlo y tu forma de hacerme saber que no te has olvidado de mí cuando empieces tu carrera hacia el Olimpo será este anillo. —Le cogió la mano entre la suya—. Y si lo llevas puesto en tus películas sabré que has pensado en mí.
—No me gusta lo que estás diciendo, Amy. Hablas como si… como si fueras a desaparecer de mi vida —le confesó Liam con expresión seria.
—No es esa mi intención, te lo aseguro. Pero estamos en un momento decisivo de nuestras vidas. Yo me marcho a San Francisco en algo más de dos meses para comenzar a asentar mi carrera profesional y tú terminarás creando tu propio despacho en Edimburgo, Glasgow o en cualquier otro lugar. Tengo miedo de dejarlo todo en manos del destino o el puro azar.
—Y yo no quiero que lo que me separe de ti sea precisamente el destino o el azar.
—En ese caso habrá que ponerse a trabajar.
—Este pacto no será válido hasta que no esté sellado. —Liam le ofreció una sonrisa misteriosa.
Amy le correspondió como él esperaba aunque supo que lo pilló fuera de juego. Se acercó a él y se inclinó para darle un beso justo al lado de la comisura de sus labios. Amy supo que se había detenido más tiempo del necesario, pero no lo lamentó. Después se separó de él para mirarlo directamente a los ojos.
—Ahora sí que es válido —logró decir Liam.