Jane apareció hacia las seis de la tarde y pasada otra media hora lo hizo Keith junto con James. Amy se encontraba en el salón principal ayudando a Liam a poner la mesa para la cena. El encuentro con el resto de la familia Wallace fue tan natural y espontáneo que tuvo la impresión de encontrarse en el lugar idóneo a pesar de los inconvenientes que suponía para una invitada extranjera entrar de sopetón en casa ajena en fechas tan íntimas y señaladas como aquéllas. Sospechó que Liam había tenido mucho que ver con aquel recibimiento.
Jane tenía el cabello castaño como Liam aunque sus ojos eran de color miel y no azules como sus hermanos y progenitores. Desprendía carácter por los cuatro costados. En eso era evidente que era hija de Katherine. James resultó ser aún más alto que sus hijos, de escaso cabello canoso y con barba. Guardaba cierto parecido con Sean Connery.
Liam desapareció del salón mientras dejaba a Amy enfrascada en una interesante conversación sobre pintura de la Scottish National Gallery con su padre.
A los pocos minutos reapareció en el umbral de la puerta con el teléfono inalámbrico en la mano. Le hizo una seña con la que le quedaba libre.
—Tienes una llamada —le dijo.
—Disculpa —le dijo a James.
—Tranquila, hija. Yo termino con esto.
—¿Quién es? —le preguntó.
—Tu madre —le dijo soltando el teléfono en su mano.
—No he escuchado el teléfono. —De pronto comprendió—. ¿Has sido tú quién ha llamado? Te dije que llamaría a cobro revertido —le dijo por lo bajo.
—No seas ridícula —le respondió Liam empleando el mismo tono—. Vete a la biblioteca si quieres más intimidad.
—¡Hola mamá! ¿Cómo estás? —le dijo al tiempo que daba las gracias a Liam en silencio. Él la dejó a solas.
—¡Hola, cariño! Bien y supongo que pasando menos frío que tú. Tu amigo Liam me acaba de decir que los termómetros marcan ahora mismo un grado.
—Así es, pero aquí dentro no nos enteramos del frío. Este lugar está perfectamente acondicionado. La casa es preciosa, mamá. Está a orillas de un río. Desde mi habitación disfruto de unas vistas maravillosas y todo el mundo me está tratando como si fuera de la familia. No sabes cómo te echo de menos. Daría lo que fuera por tenerte aquí ahora mismo.
—Lo sé, mi vida. Liam me ha dicho que tienes bajones de vez en cuando pero que hará todo lo que esté en su mano para que lo pases lo mejor posible. Acaba de llamarme tu prima Jill y dice que irá a haceros una visita antes de fin de año. Me ha dicho que te llevas fenomenal con él y que sois inseparables. Hemos hablado tan sólo unos minutos, pero parece muy agradable.
—Lo es mamá, es la mejor persona que he conocido jamás.
—Eso me tranquiliza porque pocas veces te he oído decir de alguien algo así. Estás en buenas manos por lo que veo.
—¿Vas a cenar finalmente con la tía Marnie?
—Sí y también vienen todos tus primos. Marnie ha estado haciendo cuentas y ya somos doce personas.
—Me alegro mucho. Me sentiría muy culpable de estar rodeada en estas fechas de gente maravillosa si tú no lo estás.
—No estoy sola y sabiendo que tú estás contenta, lo demás no me importa. Esta tarde tenemos la fiesta de Navidad en la oficina. No me apetecía mucho ir, pero ya conoces a Alice y prácticamente me ha amenazado con no volver a dirigirme la palabra si no me quedo.
—Ha hecho bien en amenazarte. Te hará bien echar unas risas con tus compañeros.
—Papá estaría orgulloso de ver dónde estás en estos momentos.
—Estoy empezando a sentirme parte de Escocia.
—Siempre has sido parte de ella. Por tus venas corre la sangre de los highlands. No lo olvides.
—Deberíamos haber venido antes. Me habría gustado tanto que papá me hubiera mostrado todo lo que me está mostrando Liam. —Empezaron a aflorar lágrimas en sus ojos.
—Cariño, ¿no te has parado a pensar que quizás todo lo que estás viviendo, incluyendo a Liam, es como un regalo de tu padre?
—A veces lo he pensado, ¿sabes? —dijo limpiándose las lágrimas y conteniendo la respiración.
—Disfruta de cada momento como si fuera el último. Sé que Escocia cambiará tu vida al igual que cambió la mía. Cada vez que hablo contigo por teléfono noto el mismo impulso y bravura de papá. Incluso empiezas a tener algo de acento.
Amy tuvo que reír.
—No quiero abusar de la buena voluntad de tu familia escocesa. Ya llevamos mucho rato hablando. Te llamaré en Nochebuena.
—No sé si podré soportar cuarenta y ocho horas sin escuchar tu voz.
—Podrás soportarlo.
—Te quiero mucho, mamá.
—Yo también te quiero, mi vida. Abrígate bien cuando salgas.
—Vaaale, pero deja de tratarme como a una cría.
—Lo siento. No puedo evitarlo —le dijo riendo—. Dales un beso a todos los Wallace de mi parte. Hasta pronto.
—Así lo haré. Adiós, mamá.
La cena de aquella noche transcurrió llena de historias y anécdotas de las fechorías de los tres hermanos Wallace durante su infancia en aquel lugar. Debieron de ser todos unos personajes. Amy lo pudo descubrir por algunas de las fotos que descansaban en lo alto de la chimenea. Bebieron más vino de la cuenta con la comida y cuando llegaron los postres y Liam pegó el primer bocado a la tarta de manzana de Amy, se levantó para rodearle los hombros desde atrás con sus brazos y darle un cariñoso beso en la mejilla en agradecimiento a la maravilla que había logrado crear con sus manos.
Todos rieron, Amy incluida, si bien pudo apreciar que se ruborizaba por aquel gesto. Keith, Liam y James fueron los encargados de retirarlo todo mientras las mujeres de la casa se ponían cómodas en el sofá para reposar la comida. Después de contar sus mil y una aventuras de Stanford y San Francisco se dieron las buenas noches y cada uno se retiró a sus habitaciones. Liam tardó en subir y cuando lo hizo se asomó por detrás de la puerta para ver cómo Amy ya estaba metida en la cama con un libro entre sus manos.
—¿Qué tal el primer día? —le preguntó permaneciendo en el umbral.
—Ha superado mis expectativas. Tienes una familia adorable.
—Bueno… a veces son un fastidio —dijo en tono burlón.
—No digas eso. Estáis todos juntos. No sabes lo importante que es eso.
—Tienes razón. Tengo mucha suerte. —Estuvo callado unos segundos—. Oye, perdona por mi efusividad por lo de la tarta, pero es que no he podido evitarlo. Estaba de muerte. Sin duda la mejor tarta de manzana que he probado en mi vida.
—No tienes que disculparte. Ha sido un bonito gesto.
Liam respiró tranquilo.
—Mañana, Jane y yo te llevaremos a visitar el castillo de Stirling y después iremos a Saint Andrews a visitar a unos amigos.
—Me parece un plan estupendo.
—Así que descansa a fondo.
—Descansa tú también. Buenas noches, Liam.
—Hasta mañana.
Volvió a reaparecer.
—Ah, se me olvidaba. Si se te aparece el monstruo del lago Ness sólo tienes que tocar en la pared. Ya sabes que estoy aquí…
Liam no pudo terminar la frase porque Amy le arrojó un cojín que tenía a los pies de la cama que le dio de lleno en el rostro. Se fue riéndose hacia su habitación mientras Amy apagaba la luz aún sonriendo por aquella pequeña nota de humor.
Callander era el punto de partida perfecto para recorrer las montañas. Liam decidió dejar para otro día el recorrido por Loch Lomond y Trossachs. Situado entre Ochil Hills y Campsie Fells, el condado de Stirling creció alrededor de su castillo. Encaramado en un risco, esta imponente construcción fue testigo de la historia escocesa durante siglos. Liam le explicó el papel crucial que desempeñó aquel lugar en las luchas independentistas del país.
Desde el castillo se divisaban siete campos de batalla. El Wallace Monument, en Abbey Craig, recordaba la derrota de los ingleses a manos de William Wallace en 1297 en Stirling Bridge, anticipo de la victoria de Bruce en 1314. Una estatua ecuestre de bronce recordaba al hombre que se erigió en símbolo de la independencia escocesa. A tres kilómetros al sur de Stirling visitaron el Bannockburn Heritage Center, situado junto al lugar en el que Robert the Bruce venció a los ingleses.
—Supongo que como escocés te sentirás orgulloso de tu apellido —le decía mientras contemplaba extasiada las impresionantes vistas que se extendían a sus pies desde el castillo. Soplaba un viento fuerte y helado allá arriba.
—Sólo faltaba que a mis padres se les hubiera ocurrido llamarme William —le dijo Liam riéndose.
—Casi lo hicieron, sólo quitaron tres letras.
—Tienes razón.
—¿No te has parado a pensar en la posibilidad de que por tus venas podría correr la sangre de William Wallace?
—Ufff… prefiero no pensarlo. Para un escocés eso sería una carga emocional tremenda.
Jane les anunció que era hora de continuar el camino hacia Saint Andrews. Eran más de las doce y media. Tenían poco tiempo para llegar a su cita.
Saint Andrews, la primera ciudad universitaria de Escocia y antigua capital eclesiástica, era actualmente una especie de santuario para los golfistas de todo el mundo. Sus numerosas callejuelas empedradas de fachadas curvadas así como los edificios universitarios y las ruinas de las iglesias medievales hacían de aquel lugar un destino con un encanto especial.
Jane había quedado con varios amigos con los que se reunía en aquella hermosa localidad con bastante frecuencia durante el año. Disfrutaron de un fantástico almuerzo en el restaurante The Vine Leaf de South Street. Su novio Douglas acudió al encuentro y para sorpresa de Amy resultó ser justamente el polo opuesto de Jane. Después de tomar café Liam se disculpó diciendo que tenía una turista a la que enseñar aún parte de la ciudad antes de que anocheciera y Amy agradeció en silencio la gran idea que tuvo. Hacia las seis de la tarde se marcharon de regreso a Callander. Aquella noche tenían como invitados a Steve y Nicole MacGuire, unos vecinos de la zona. Douglas también se quedó a cenar. Después de la copiosa comida Amy cayó rendida en el sofá y fue Jane quien cariñosamente le dio una palmadita sobre el hombro para decirle que era hora de subir a dormir.
—Si seguimos con este ritmo creo que no vas a llegar a fin de año —le dijo riendo.
Amy abrió los ojos.
—¿De veras que no os importa que me vaya a dormir?
—Pero bueno… ¿a estas alturas nos vas a pedir permiso para semejante tontería? —Jane tiró del brazo de ella para que se levantara.
—Buenas noches a todos —les dijo desde la puerta del salón—. Gracias por este fabuloso día.
—Descansa, cariño —le dijo Katherine.
—Buenas noches —le dijeron al unísono los invitados—. Ha sido un placer conocerte —añadió Nicole.
—Igualmente.
En ese momento entró en el salón James seguido de Liam y Douglas que también se marchaba en ese instante. Aprovechó para despedirse de él y dar las buenas noches a Liam y a su padre. A Liam no pareció hacerle mucha gracia que se fuera a dormir tan pronto, pero la entendió porque debía de estar agotada.
Cuando subió una hora más tarde distinguió luz en su habitación. Se acercó para echarle una ojeada y cuando entró la vio totalmente dormida con el libro entreabierto sobre su regazo. Se agachó para quitárselo de las manos con cuidado de no despertarla. Amy percibió aquel simple movimiento y se movió, pero no llegó a abrir los ojos. Liam recogió parte del edredón que se le había resbalado para volver a arroparla y permaneció varios segundos observándola. Luego salió de allí apagando la luz y cerrando la puerta.
Se quedó varios minutos en el rellano con una incongruente sensación de inquietud. No sabía que al otro lado, Amy se había despertado con esa misma sensación.