Capítulo quince

Conforme se iban aproximando a Callander, Amy se fijó en el termómetro del coche. Estaban a una temperatura exterior de dos grados bajo cero.

—Dios, no sabes cómo echo de menos el sol de California.

Liam la miró sonriendo.

—Te entiendo… —le dijo cuando en ese instante la estación de radio que tenían sintonizada empezaba a emitir las notas de Surfing USA de los Beach Boys. Ninguno de los dos pudo evitar soltar una carcajada. Cantaron al unísono la canción entera y Lisa entró en calor de inmediato.

—Oye… tienes una voz muy bonita. También sabes cantar. ¿Hay algo que no sepas hacer?

—Mmmm… espera, déjame pensar… la verdad es que no se me ocurre nada.

Amy le pegó un tirón de la oreja en respuesta a su ocurrente frase. Cantaron un par de canciones más a medida que se adentraban en el condado.

Liam quería que contemplara la vista de su casa desde el puente antes de entrar en ella. Detuvo el vehículo y ambos salieron al exterior tiritando de frío. Sus verdosos ojos parecieron brillar durante una milésima de segundo cuando fue consciente del colosal paisaje que se extendía ante ella. Liam contemplaba ensimismado cómo se aclaraba la garganta antes de hablar y mirarle.

—Es… es como una postal —logró decir con clara emoción en la voz.

—Bonito, ¿verdad?

—Bonito es poco. Esto es… Es… no… no puedo creer que vaya a pasar aquí dos semanas. No sé si voy a estar fuera de lugar. Me siento como una intrusa.

De pronto pareció nerviosa y Liam le sujetó la mano para tranquilizarla.

—Perteneces a este lugar y lo sabes —le dijo.

Amy asintió tragándose un inevitable y desagradable nudo en su garganta. Liam sabía que estaba a punto de llorar porque en aquel preciso instante estaba recordando a su padre.

—Anda, ven aquí. Necesitas un abrazo escocés ya —dijo extendiendo los brazos hacia ella.

Amy se refugió en ellos aguantando las lágrimas como pudo. No supo cuanto tiempo estuvieron en esa posición; abrazados bajo aquel frío infernal contemplando aquel hermoso rincón de Escocia.

—Quisiera tener el poder de detener este instante —murmuró Amy.

—Podemos estar aquí todo el rato que quieras, pero te advierto que corremos el riesgo de morir congelados.

Amy levantó la cabeza hacía él para descubrir aquella deliciosa mueca que se dibujaba en sus labios. No sabía cómo lo hacía, pero tenía una prodigiosa habilidad para hacer que alguien pasara en pocos segundos de la tristeza más absoluta al más espontáneo de los optimismos. Tuvo que devolverle el gesto sonriéndole y apoyándose de nuevo sobre la fría solapa de su abrigo mientras percibía cómo se aferraba más a ella.

Liam recordaría aquel momento durante el resto de su vida.

Katherine Wallace, como era costumbre en aquellas fechas, estaba metida en la cocina en compañía de Mary, que se encargaba del mantenimiento de la residencia durante los períodos de ausencia de la familia. Era como una segunda madre para todos. Siendo viuda y con dos hijos menores que Liam había terminado por convertirse en una parte indispensable de sus vidas.

El olor a guiso llegó hasta Liam nada más bajar del coche. Ayudó a Amy con su equipaje y ambos corrieron a refugiarse en el calor del vestíbulo aprovechando que la puerta estaba entornada. La temperatura de la casa respecto al exterior parecía haber subido de repente más de quince grados.

Katherine salió al encuentro de los primeros en llegar. Era alta y esbelta para la edad que calculó que tendría. El cabello lo tenía prácticamente blanco pero con un corte muy juvenil. Amy supo de quien había heredado Liam sus ojos y su sonrisa.

—No os he oído llegar.

—Tenías la puerta abierta, mamá. ¿Cuántas veces te he dicho que la tengas cerrada?

—No pasa nada, Liam. Esto es Callander, por el amor de Dios.

—Siempre la misma frase. Algún día te pegarán un buen susto.

—Ni que estuviéramos en Nueva York —dijo poniendo los ojos en blanco mientras se dirigía hacia la nueva invitada—. Tú debes de ser Amy. Más bonita aún de lo que imaginaba. —La abrazó con cariño mientras le susurraba al oído—: No sé cómo lo aguantas.

—Te he oído… —dijo Liam mientras se iba hacia ella para darle un beso y un abrazo—. Hace mucho frío fuera. Es por eso que te pido que mantengas la puerta cerrada.

—De acuerdo, lo tendré en cuenta para la próxima.

—Seguro… —murmuró Liam por lo bajo.

—Es un placer estar aquí… esto es realmente bonito —dijo Amy.

—El placer es nuestro. Aquí serás una más de la familia, no quiero que te sientas como una invitada. Esta casa está siempre llena de gente que va y viene. Podrás comprobarlo en los próximos días así que puedes hacer y deshacer a tu antojo. Haremos todo lo posible para que pases unas Navidades inolvidables y no eches demasiado en falta tu querida California.

—Muchas gracias —respondió Amy sonriendo agradecida y sabiendo que Liam le había puesto al corriente de muchas cosas—. El solo hecho de estar aquí para mí es como un cuento de Navidad.

Katherine le sonrió tiernamente y le pellizcó dulcemente la mejilla. Después se percató de cómo la miraba su hijo.

—Liam, ¿qué tal si comienzas enseñándole su habitación? Os ponéis cómodos y bajáis a la cocina a echarnos una mano. Mary y yo tenemos mucho trabajo. Ya tendrás tiempo de enseñarle la casa.

—No tardaremos, lo prometo —le dijo Liam mientras cogía el equipaje de Amy.

—Deja, yo puedo —le quitó la maleta de las manos.

—No, tú llevas la mía que pesa menos —ordenó Liam.

—De acuerdo, cabezota —accedió Amy siguiéndolo hacia la escalera.

—Y mucho cuidado al bajar corriendo estas escaleras —dijo volviéndose hacia ella—. No estoy dispuesto a cargar contigo con otro esguince —le dijo con media sonrisa en los labios.

Amy le sacudió en la cabeza con su bufanda alborotándole el cabello, mientras Liam aceleraba el paso riendo por lo bajo para evitar un nuevo zarpazo.

—Eres un pelmazo, ¿te lo había dicho? —le dijo una vez llegaron al rellano entre risas.

Katherine había contemplado toda la escena desde el vestíbulo con rostro complaciente.

Subieron un nuevo tramo de escaleras que parecía llevar hasta la buhardilla.

—¿Pretendes aislarme del resto del mundo?

—Hay tres habitaciones aquí arriba. Yo dormiré en la que hay al lado de la tuya.

Entraron en la que sería su refugio durante su estancia en Callander. Una habitación realmente encantadora, totalmente forrada de madera, amplias alfombras de colores, un precioso armario antiguo, una cama con una alegre colcha floreada estilo inglés que hacía juego con las cortinas, un par de sillones y una mesa escritorio con ordenador.

—Me encanta, ¡qué acogedora! —exclamó emocionada.

Liam la observaba de brazos cruzados apoyado en el marco de la puerta.

—De las que hay aquí arriba ésta es la única que tiene ordenador. Por eso te la he dejado a ti. Por si te apetece escribir y, conociéndote como te conozco, sé que lo harás porque te aseguro que los paisajes que te voy a enseñar durante estos días son inagotables fuentes de inspiración.

Liam se encontró de nuevo con aquellos ojos que lo miraban llenos de agradecimiento.

—¿Cómo voy a hacer para devolverte todo lo que estás haciendo por mí?

—Me basta con que estés aquí. No estoy haciendo nada. Cualquiera en mi lugar lo haría. Si yo hubiera sido el que te hubiera conocido en Stanford tú habrías hecho lo mismo, ¿no?

—Sin lugar a dudas —le contestó.

—Entonces estamos en paz. En cuanto ponga los pies en el estado de California ya sabes lo que tienes que hacer. Me tendrás que tratar como a un rey.

—No pienso esperar a que vayas a California.

—Ah, ¿no? ¿Y eso? —preguntó arqueando una ceja en un gesto inconscientemente seductor.

—Te pienso tratar como a un rey aquí mismo y voy a empezar en cuanto bajemos a la cocina.

—¿Con qué me vas a sorprender?

—Ya lo verás…

—Miedo me das… anda. Saca lo imprescindible de la maleta y en cinco minutos te quiero ahí abajo —le dijo con una traviesa expresión mientras salía de su habitación.

La cocina de aquella casa resultó ser el lugar de encuentro de todos los que llegaban. Nadie utilizaba la entrada principal. Todo el mundo lo hacía por la puerta de atrás que daba precisamente a la cocina. Mary resultó ser una delicia de mujer. Trataba a Liam como si fuera su hijo y Liam discutía con ella como si fuera su madre cuando se trataba de hacer algo útil en la cocina. A veces más que ayudar resultaba un estorbo así que Katherine lo envió a por leña para que estuviera ocupado durante un buen rato.

Aparecieron varios vecinos de los alrededores para hacer la visita de cortesía tras enterarse de que los Wallace ya estaban de nuevo en la casa. La gente del lugar era adorable. Las palabras y gestos de cariño hacia «la californiana escocesa», como habían empezado a llamarla, eran continuos y se sintió realmente bien en aquel enclave.

Amy se dedicaba a preparar masa de galletas para un regimiento al tiempo que vigilaba su receta secreta de tarta de manzana en el horno. Ayudó a Mary a preparar el marinado de varios kilos de arenques y de un par de salmones. Katherine se afanaba en vigilar el hervido de los exquisitos caldos que estaba preparando a la vez que preparaba los rellenos del pavo.

—La mermelada de arándanos ya está lista para ir envasándola —anunció Katherine.

—¿Puedo hacerlo yo? —preguntó Amy.

—Cariño, creo que estamos abusando de tu buena fe, ¿no te parece, Mary? —Katherine le dedicó una sonrisa maternal.

—Primero tendrá que darle el visto bueno —respondió Mary.

—Eso está hecho. —Amy empezó a relamerse.

—Acércate —le dijo Katherine con una cuchara en la mano.

Amy se acercó para probar aquella delicia casera.

—Mmmm… Dios mío, no he probado nada mejor en años.

—Prometo envasarte al vacío unos cuantos para que te los lleves a Edimburgo.

—¿De veras? Me encantaría.

—Lo haré si no quieres que mi hijo te mate de hambre —le dijo en tono bromista.

—No tiene mala mano en la cocina. Hace poquitos platos, pero los hace bastante bien.

—¿Le has visto hacerlo? ¿Estás segura de que no era precocinado? —Soltó una alegre carcajada.

—La verdad, ahora que lo dices…

Katherine le indicó el armario en el que se guardaban los botes de cristal para que fuera llenándolos con la mermelada. Acto seguido se acercó a ella por atrás y le apretó cariñosamente el hombro.

—Estás siendo de gran ayuda, Amy —le dijo—. Sé que estas fechas deben de ser duras para ti estando tan lejos de casa. Sobre todo para tu madre. Liam me puso al día de todo.

Amy le acarició la mano posada sobre su hombro y se giró hacia ella.

—Lo es, pero todo es mucho más llevadero gracias a Liam. Cuando estoy a punto de derrumbarme él se las apaña siempre para arrancarme una sonrisa. Tiene una capacidad innata para hacer que todo el que esté a su alrededor se sienta cómodo, tranquilo, feliz… no sé; la verdad es que me he alegrado mucho de haberlo conocido.

—No es mal chico, bueno, ¿qué voy a decir yo que soy su madre?

—Llevo toda mi vida viviendo en San Francisco salvo los años que he pasado en Stanford. Mantengo amistad con varios compañeros y compañeras desde mi más tierna infancia pero, después de conocer a Liam, me he dado cuenta de que mi concepto de la amistad estaba muy deteriorado. Él me ha mostrado con creces el verdadero significado de esa palabra. No se trata sólo de afecto y de aprecio. Se trata también de estima, de adoración, de ternura, de armonía, de conexión y sobre todo de respeto.

—Vaya… tenía razón Liam… —dijo Katherine algo emocionada por las palabras cargadas de devoción hacia su hijo pronunciadas por aquella joven que venía del otro lado del Atlántico.

—¿En qué? —le preguntó Amy con curiosidad.

—Si escribes igual que hablas te auguro un gran futuro como escritora.

Amy sonrió agradecida. Sabía que con Katherine iba a tener largas conversaciones con relación a Liam y eso le gustó más de lo que hubiera imaginado.