La vuelta a la realidad fue tan vertiginosa y precipitada que apenas fue consciente del paso de los días. Prefería estar agotado física y mentalmente para que sus sentidos no abarcaran en exclusiva la frivolidad propia de los días previos a la ceremonia de los Oscar. A pesar del respeto de la prensa por el delicado momento personal que estaba atravesando, no pudo esquivar a algún que otro cargante fotógrafo que lo importunaba a la entrada o salida de alguno de los restaurantes que había frecuentado durante su estancia en la ciudad de Nueva York. Lo único que verdaderamente le llenó durante aquellas cansinas jornadas fue el concierto benéfico al que acudió en el Madison Square Garden en nombre de la organización Save the Children de la que hacía un año había sido nombrado miembro honorífico en agradecimiento a todo el desembolso tanto económico como personal que había realizado a favor de la organización.
Deslizó la puerta corredera de su ducha hidromasaje porque imaginó que había oído el timbre de la puerta. Cerró el chorro de agua a presión para asegurarse de que, efectivamente, alguien estaba llamando.
Debía de ser un habitual porque de no ser así Carlos, el conserje, lo habría telefoneado para anunciarle la visita. Se dirigió hasta el otro lado del cuarto de baño de más de treinta metros cuadrados para hacer rodar de nuevo otra puerta corredera. Se puso un albornoz, se calzó unas zapatillas de andar por casa y se precipitó por el pasillo escaleras abajo.
—¡Un momento! —gritó mientras prácticamente patinaba hasta el vestíbulo. Pulsó el botón de la cámara exterior para encontrarse con una visita que no esperaba. Deslizó los cerrojos y abrió la puerta—. Lisa… —murmuró con mirada atónita.
—No he sabido nada de ti durante varios días y a decir verdad, me tenías algo preocupada. No sé si habrá sido apropiado que me presente aquí sin previo aviso, pero prefería darte una sorpresa.
Lo que Lisa hubiera preferido realmente habría sido darse la vuelta y huir de allí tan rápido como se lo permitieran sus piernas, pero sintió que no le respondían. Allí estaba frente a ella con aquella expresión de asombro y con aquellos ojos que no podían esconder ni una sola emoción por mucho que lo intentara. Era la encarnación misma de la magnificencia incluso con aquel simple albornoz y con el cabello mojado. Cualquier persona que tuviera en frente a un hombre como aquel se sentiría inmovilizada y hasta intimidada, pero lo que diferenciaba a Liam del resto era precisamente el hecho de que causaba en la gente el efecto contrario.
—Pues me la has dado, te lo aseguro —le contestó con una sonrisa comedida—. Creía que tenías trabajo en Los Ángeles. No sabía que estabas en Nueva York.
—He terminado antes de lo previsto.
De repente Liam se dio cuenta de que ambos estaban aún en el umbral de la puerta.
—Pasa por favor —le hizo un gesto cortés con la mano.
Lisa dio un paso adelante y se quedó en el vestíbulo mientras esperaba a que Liam cerrara la puerta.
—Voy a ponerme algo más decente. Ya sabes dónde está todo. No puedo ofrecerte una copa pero refrescos, todos los que desees. —Esta vez su sonrisa fue cordial.
—¿Quieres algo? —le preguntó mientras iba a la cocina.
—Una cerveza «sin» me irá bien —gritó mientras subía las escaleras.
—De acuerdo.
No tardó más de tres minutos en aparecer en el salón con unos tejanos oscuros y una camiseta azul. Lisa entraba también en este instante con una botella de cerveza en cada mano.
—Gracias. ¿Has cenado? —le preguntó Liam mientras cogía la cerveza.
—Sí, vengo de Palio. No quiero ver la comida en varios días —respondió sonriendo.
Ambos tomaron asiento en uno de los sofás de la estancia.
—Siento no haberte llamado —le dijo Liam.
—No tenías que hacerlo. Han sido demasiadas cosas en muy poco tiempo. —Hubo un breve silencio—. Tienes buen aspecto a pesar de todo.
—Quiero que todo esto acabe de una vez para tomarme un descanso. Estoy realmente agotado —dijo mientras bebía un sorbo de la botella.
—¿Cuándo vuelves a Los Ángeles?
—Mañana me marcho. Quedan menos de cuarenta y ocho horas para la ceremonia. Todo está siendo tan precipitado.
—Este regreso a Escocia ha debido de suponer un cambio demasiado brusco. ¿Me equivoco?
Liam asintió.
—Lo noté en tu voz el día que me llamaste.
—Elegí el peor momento para telefonearte. No debí haberlo hecho. De veras que lo siento.
—No tienes que disculparte. Si yo hubiera estado en tu lugar, probablemente habría reaccionado de igual forma. Pero no debes preocuparte, soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta, y supe en ese momento que esto se había acabado.
Liam levantó la mirada sorprendido. Dejó la cerveza sobre la mesa y se acercó a ella.
—No, Lisa, no pienses que…
—Deja de fingir, Liam —le interrumpió posando una mano sobre su brazo.
—Si me conocieras sabrías que para mí es imposible fingir —le respondió seriamente.
—Lo haces, Liam, siento decirte que lo haces. Y lo peor de todo es que finges para no hacer daño a los demás.
—No me parece justo cómo lo estás planteando.
—Sé perfectamente que no soy la mujer de tu vida. Si algo me gustó de ti cuando te conocí fue tu total sinceridad al decirme que sólo podrías ofrecerme un tiempo limitado.
Liam se levantó y fue a apoyarse en el marco de uno de los ventanales que daban a la Avenida Madison.
—Ahora resulta que ser un capullo es una virtud.
Lisa se levantó para seguirlo.
—No es eso lo que intento decirte.
—¿Qué es lo que intentas decirme, entonces? Sí, de acuerdo. Está claro que tarde o temprano esto se iba a acabar. Si tan segura estabas de que así sería, ¿qué demonios haces aquí? Podías haberme dejado un mensaje diciendo que esto ha terminado y te habrías ahorrado la visita —le respondió con expresión seria girándose hacia ella.
—Sólo quería saber cómo estabas.
—Pues ya ves cómo estoy. Como viene siendo habitual en mi vida, no se puede decir que esté pasando por uno de mis mejores momentos.
—Quería verte. Eso es todo.
—Verme, ¿para qué? ¿Para que te eche el polvo de despedida? ¿No negarás que has venido para eso?
Lisa apretó los labios. No quería arrepentirse de lo que pudiera decirle en aquellos difíciles momentos. Supo que su glacial mirada valía más que cualquier palabra. Se giró en redondo para coger su abrigo y salió a paso rápido del salón.
Liam reaccionó y fue tras ella. La agarró del brazo para volverla hacia él.
—Lo siento. Lamento de veras lo que te he dicho. Perdóname, por favor.
—Liam, sabes que esto no tiene sentido.
—Lo sé. Sé que soy un perfecto desgraciado.
—Hay una parte de ti que debió quedar en algún lugar hace mucho tiempo. Si no la recuperas estarás perdido de por vida. Enfréntate a tus fantasmas de una maldita vez.
—Tú no lo entiendes. Hay cosas que sencillamente no puedo ni quiero explicar.
—Deja a un lado tus recelos. Cuando te conocí pensé que todo lo que se decía sobre ti era puro marketing, pero resultó ser cierto.
—Lisa, escucha… yo…
—Eres un actor con talento —le interrumpió— y, además, un buen tipo. Aunque no lo creas eres el hombre más íntegro que he conocido en mi vida.
—Pues te equivocas.
—No. No me equivoco. Haz todo lo posible para que eso no se pierda.
Liam se acercó aún más y puso sus manos en la cintura de Lisa.
—Quédate esta noche, por favor —le dijo.
—Liam… no…
—Por favor —insistió.
Lisa supo que estaba perdida en el momento en que sintió el roce de sus dedos sobre sus caderas. Después él llevó su mano hacia su mejilla y la levantó hacia él. Lisa cerró los ojos y no se movió, esperando el siguiente paso. Sus suaves labios fueron en busca de los suyos. Primero un leve roce para después desviarse hacia la curva de su cuello. Cuando la envolvió una vez más en sus brazos mientras buscaba su boca, Lisa ya había perdido la batalla.
Después se separó de ella tratando de controlar la respiración. Le ofreció una mano y ella la tomó entre la suya. Ambos se dirigieron al dormitorio para desnudarse con impaciencia y terminar lo que habían comenzado. Cuando Liam se abrió paso en su interior con dulces movimientos Lisa cerró los ojos, dejándose llevar, como si de aquella forma su ansiedad ante el inevitable y próximo final fuera a desaparecer. Se arqueó contra él retorciéndose hasta encontrar el ritmo adecuado. Liam se apretó aún más contra ella mientras sus suaves ondulaciones se convertían en enérgicos embates. Lisa trazaba dibujos invisibles sobre su atlética espalda a la vez que él enterraba sus labios sobre sus pechos. De repente Liam se irguió para tomar entre sus manos las muñecas de Lisa en un rápido movimiento. Las sujetó mientras se hundía aún más en ella provocándola con una velada sonrisa. Lisa empezó a sentir que su orgasmo se acercaba. Fue entonces cuando Liam liberó sus manos para envolverla en sus brazos durante un breve instante. Acto seguido mientras la sujetaba con firmeza por las caderas, con una profunda y última embestida, se deshizo de todo el deseo que llevaba acumulado en su interior.
Cuando todo terminó la sujetó contra su pecho y le dio un beso fugaz. Lisa rodó entre las sábanas dándole la espalda y a los pocos minutos notó la variación del tono de respiración de Liam. Entonces cambió de posición para contemplarlo mientras dormía. Quería comprobar una vez más que aquello había sido real. Aquella noche fue más consciente que nunca de que Liam sólo había estado allí con ella con su cuerpo pero no con su mente. El gran Wallace no había logrado amar a nadie porque ya lo hizo una vez y le rompieron el corazón. Estaba segura de que ésa era la razón de ser del muro que había levantado frente a sus sentimientos. No quería verse arrastrado de nuevo por la misma sensación de pérdida y frustración. Lisa lo comprendió y sabía que no podía hacer nada para remediarlo. Supo que efectivamente, aquél había sido su polvo de despedida.
Cuando Liam se despertó, Lisa ya se había marchado. Había una nota sobre su almohada.
La puerta de tu corazón sólo puede ser abierta desde dentro.
Si tú no lo haces, nadie logrará entrar en él.
Por favor, sé feliz.
Lisa