La semana siguiente la pasó refugiada en sus estudios. Sabía que Liam ya se había examinado para poder colegiarse definitivamente, pero no hubo manera de localizarlo. Tampoco quería preguntar demasiado por él después de lo ocurrido el fin de semana anterior. Llegó el día de su cumpleaños sin que hubiera tenido noticias suyas y sintió una tremenda tristeza porque deseaba entregarle el regalo que le había comprado en Glasgow. De repente tuvo una idea. Dejó todo lo que estaba haciendo y consultó la hora. Las cuatro de la tarde. Se puso ropa de abrigo y bajó a la calle con su bolsa de Cooper Hay. Hacía mucho frío, así que tomó el primer autobús que la dejara cerca del Traverse. Era día de ensayo y quizás había una posibilidad de que aún se encontrara allí. Cuando llegó a su destino se identificó ante uno de los conserjes diciendo que venía en busca de Liam Wallace.
—Acaba de salir hace diez minutos, señorita. ¿Puedo hacer algo por usted?
Amy no dijo nada. En ese momento oyó algunas risas que venían de uno de los pasillos que daban al lateral del teatro. Vio aparecer por la esquina a Michael, un compañero de reparto de Liam.
—¡Hola, Amy! —Se dirigió hasta ella con una agradable sonrisa—. Después os veo, chicos. ¿Qué tal? Te hemos echado de menos. ¿Cómo es que no has venido con Liam? Acaba de marcharse hace un rato, ¿no te has cruzado con él?
—No. Acabo de llegar. Es sólo que bueno… no he sabido nada de él en toda la semana. Sé que habrá estado ocupado.
—Se examinó el martes —aclaró Michael.
—Lo sé y por eso quería saber cómo le había ido.
—Salió bastante contento, así que no creo que vaya a tener problemas para aprobar.
—¿Te importaría darle esto cuando lo veas? —dijo mostrándole la bolsa de Cooper—. Hoy es su cumpleaños y…
—¿Por qué no se lo entregas personalmente? —preguntó Michael algo confundido. Cuando percibió la inquietud de Amy no pudo evitarlo y quiso ir más allá—. ¿Ha ocurrido algo? Quiero decir… bueno… nos ha resultado raro que no hayas venido a los ensayos de esta semana… y Liam… a decir verdad estaba un poco raro e incluso enojado. Suponíamos que era por los exámenes, pero me da la impresión de que hay algo más.
—No ha ocurrido nada que yo sepa —mintió Amy.
Michael guardó silencio.
—¿Me harás el favor? —le suplicó—. Seguro que lo verás esta noche. Prométeme que se lo entregarás.
—De acuerdo, parece que no tengo elección. Pensaba que tú también estarías en esa celebración.
—Me voy a Glencoe a esquiar y mañana tengo que levantarme muy temprano.
—Entiendo. Bueno, haré lo que me has pedido.
—Gracias, Michael. Te lo agradezco.
—¿Puedo acercarte a algún sitio?
—No, gracias. Necesito pasear un rato. Me vendrá bien despejar la mente.
Amy se encaminó hacia la salida.
—Esperamos verte pronto por aquí —le dijo Michael convencido de que algo no iba bien.
—Yo también lo espero —contestó Amy con una sonrisa en los labios pero con tristeza en los ojos.
Michael sabía que no se equivocaba al pensar que Amy y Liam estaban hechos el uno para el otro. El problema radicaba en que ninguno de los dos se había dado cuenta y, en caso de que fueran conscientes de ello, no parecía que estuvieran dispuestos a reconocerlo.
Su estancia en Glencoe le hizo olvidar los nostálgicos momentos del día 23 de noviembre. Habría deseado ver su rostro cuando abría el libro y leía su dedicatoria. ¿Qué estaría haciendo en aquellos instantes? Lo echaba terriblemente de menos. Daniel se percataba de los momentos en los que parecía no estar con él. La observaba y se daba cuenta de ello, pero fue lo suficientemente inteligente como para no hacer preguntas de las que probablemente no quería escuchar la respuesta. El colmo del fin de semana llegó el día de partida hacia Edimburgo. Amy sufrió una absurda caída al bajar del telesilla que le hizo retorcerse de dolor en su pie derecho. Cuando entraban en la ciudad, el aspecto del tobillo empezó a empeorar y Daniel tuvo que llevarla a urgencias. Tenía un esguince de grado tres. A pesar de que Amy se negó en rotundo, terminó dejándose escayolar el pie después de las advertencias del médico y del propio Daniel.
—Deberías quedarte aquí mientras lleves la escayola —dijo Daniel sentándose a su lado en el sofá y entregándole una taza de sopa caliente.
—Sabes que no puedo —dijo mientras bebía de la taza—. Te lo agradezco, pero mi apartamento está más cerca de la facultad y me las podré apañar mejor. Además, tengo buenos vecinos y Jill está cerca para echarme una mano.
—Estaría más tranquilo si estuvieras aquí —le dijo acurrucándose a su lado.
—Te vendrá mejor que esté lejos. En mi estado no estoy para hacer movimientos muy bruscos —dijo esbozando una leve sonrisa y soltando la taza en la mesita que tenía al lado.
—Eh… no estoy contigo sólo por el sexo… —Acercó su boca al lóbulo de su oreja y se la besó—. Me encargaré de que no tengas que moverte mucho. —Su voz estaba cargada de sensualidad. Después se inclinó hacia su rostro y Amy se dejó llevar por sus besos. Notó cómo sus hábiles manos se deslizaban bajo el tejido de su camiseta hasta la cinturilla de su pijama. Daniel percibió los débiles gemidos que escapaban de sus labios cuando localizó el centro de sus sensaciones. Amy, con los párpados medio entornados, pudo ver la insólita expresión de triunfo que se dibujaba en el rostro de Daniel.
Liam preparaba el desayuno a su padre cuando apareció en la cocina.
—Te he oído levantarte esta madrugada —le dijo mientras tomaba asiento.
Liam le llenó una taza de café recién hecho y se la puso sobre la mesa.
—Tuve una pesadilla y no hubo forma de volver a cerrar los ojos —dijo.
—Vaya…
—Ha sido espantoso, no logro recordar de qué se trataba, pero me he despertado con una sensación aterradora.
—Quizás deberías ir pensando en marcharte. No es que no quiera que permanezcas aquí, al contrario. Sabes que no hay nada en este mundo que me pueda hacer más feliz. Pero la realidad es distinta y quieras o no tienes que volver a ella. He visto las noticias, Liam. A pesar del comunicado que hizo Clyde en tu nombre hace una semana, la prensa está ansiosa. No has dado señales de vida y están empezando a especular con tu asistencia a la ceremonia de los Oscar. Faltan sólo diez días.
—Deja que sigan especulando. Con algo tienen que rellenar los espacios televisivos.
—No te veas obligado a permanecer aquí por mí. Voy a estar bien, así que deja de preocuparte.
—La prensa sabe perfectamente que voy a acudir a los Oscar. En muchas ocasiones dependemos de ellos. Un día te levantan y al siguiente te aplastan. Soy lo que soy y me han tenido que aceptar así; para bien o para mal.
—Te has ganado ese cariño incondicional tú solo. No he conocido a ningún actor que llegue a un estreno y haga esperar en el interior a toda la comitiva que le acompaña mientras él se dedica a firmar autógrafos y a escuchar a todos y cada uno de los que están allí esperando para verlo desde hace horas. O cuando te persiguen cuando sales a correr cerca de tu casa o a pasear al perro. ¿Y qué me dices de los que te acompañan a la salida y a la entrada de cada restaurante que frecuentas? No sé cómo has podido aguantarlo.
—Es el precio que hay que pagar. Estoy donde estoy por la gente. Sin público no sería nada. Si me respetan será porque yo también los he respetado a ellos.
—Aunque no lo creas estoy muy orgulloso de ti.
—Lo sé.
—Si no te dan ese Oscar es que son todos unos ineptos.
—Tomen la decisión que tomen tendré que aceptarlo como todo en esta vida.
Retiró el pan caliente del tostador y lo puso sobre una bandeja que dejó al lado de James. Se sentó junto a él y comenzó a untar las tostadas con mermelada.
—No te preocupes porque ya lo tenía decidido y me marcho pasado mañana. Llamé a Clyde ayer por la noche para darle instrucciones —dijo sin levantar la vista del plato.
—Volverás pronto, ¿verdad?
—Lo haré. En cuanto encuentre a Amy.
Aquel miércoles de principios de diciembre sonó el timbre del portero electrónico. Amy se había echado un rato sobre el sofá. A pesar de que el médico le había dicho que podría deshacerse de la escayola dentro de varios días, todavía sentía ciertas punzadas de dolor cuando hacía movimientos imprevistos con el tobillo. Sujetó la muleta que tenía al lado para dirigirse al interfono.
—¿Quién es?
—¿Amy? —Parecía la voz de Liam.
—¿Sí? —dijo aclarándose la garganta.
—Soy Liam. ¿Puedo subir?
Amy se quedó paralizada durante breves segundos. No se esperaba aquella visita.
—Si es mal momento puedo volver en…
—No… sube por favor —dijo a medida que pulsaba el botón de apertura.
Tardó menos de un minuto en llamar a la puerta. Cuando la abrió no supo cómo reaccionar. Allí estaba frente a ella con el rostro congestionado por el frío, aquel bonito abrigo azul marino, bufanda roja, aquel precioso cabello, alto y con aquellos ojazos.
—¿Estabas descansando? Podrías haberlo dicho y habría vuelto en otro momento.
—No. Estaba harta de tanto estudiar y se me han cerrado los ojos. —Se hizo a un lado para dejarlo entrar.
Le entregó una caja.
—Es para ti.
—Bombones… gracias —dijo cerrando la puerta y quedándose detrás de él.
Liam tomó nota rápidamente de todos los detalles del estudio de Amy a juzgar por los movimientos de su cabeza.
—Está muy bien. Muy acogedor —dijo volviéndose hacia ella.
—Me alegro de que te guste.
—Bueno… no estés de pie mucho rato —dijo acercándose a ella sujetándole la muleta—. Deja que te ayude. —La tomó por la cintura y la condujo hasta el sofá.
—No es para tanto —dijo Amy con media sonrisa—. Me las apaño bien sola.
—Ya veo que no necesitas a nadie.
—¿Quieres tomar algo? Ahí tienes mi mini cocina. Está casi todo a la vista así que puedes hacerte lo que quieras.
—¿Te preparo un té? —preguntó Liam levantándose.
—Preferiría café.
—Marchando dos cafés.
Se deshizo de sus prendas de abrigo colocándolas sobre el respaldo de una silla. Mientras echaba la mezcla en el filtro de la cafetera levantó la vista hacia ella y Amy aprovechó ese instante para romper aquel embarazoso silencio.
—Enhorabuena. He oído que ya estás oficialmente colegiado.
—Así es. Fue una semana bastante atípica. —Le volvió a dar la espalda mientras llenaba de agua el depósito—. De hecho, estas dos semanas se me han hecho eternas. —Colocó la cafetera al fuego y se quedó apoyado sobre la barra americana mirándola—. Gracias por tu regalo, aunque hubiera preferido que me lo entregaras personalmente. No imaginas lo que ha significado para mí.
—Me alegro de haber acertado.
—Aquella tarde vine a buscarte cuando salí del Traverse. Tendría que haberte dejado una nota o haber llamado al piso de Peter para decirle que había estado aquí, pero no lo hice. No estaba dispuesto a celebrar mi cumpleaños si tú no estabas conmigo. Michael me había dejado un mensaje en casa de mis padres diciéndome que había hablado contigo.
—Así fue —asintió Amy.
—También me dijo que te marchabas a Glencoe con Daniel ese fin de semana.
—Ya ves el resultado —dijo mirándose el pie—. Si lo llego a saber habría celebrado contigo tu cumpleaños.
—Te eché mucho de menos —le dijo.
Amy lo había echado de menos cada minuto, pero no se lo dijo.
—Todo volverá a la normalidad cuando me quiten esta pesadez de escayola.
Liam alzó su brazo para coger dos tazas de la estantería y buscó con la mirada el azucarero hasta que lo encontró. El olor a café recién hecho comenzó a inundar la pequeña estancia. Retiró la cafetera del fuego y llenó las tazas.
—Sólo un terrón, ¿no? —le preguntó.
—Sí, por favor —respondió Amy agradecida de que se acordara de esos pequeños detalles.
Se sentó a su lado al tiempo que le daba su taza.
—Mmm… la medida perfecta. Muy bueno —le dijo después de saborear el primer sorbo—. Estás muy guapo. Ese color te sienta muy bien.
—Gracias —dijo desviando la mirada hacia su taza. Ambos no pronunciaron palabra durante unos segundos—. ¿Qué es lo que ha cambiado, Amy? —preguntó de repente mirándola directamente a los ojos.
—¿A qué te refieres? —El nudo formado en la garganta de Amy fue demasiado evidente y Liam fue consciente de ello.
—Sabes muy bien a qué me refiero. Nos hemos contado nuestras vidas, nos hemos reído del mundo, hemos soñado despiertos. He llegado aquí y nos estamos tratando como auténticos extraños. ¿Qué te ha ocurrido?
—Creo que debería ser yo quien te planteara esa cuestión. ¿Acaso has olvidado tu comportamiento de hace varias semanas cuando Daniel volvía de Holanda?
—¿Qué pasa ahora con Daniel?
—No. La pregunta es ¿qué pasa contigo? «He hecho planes». «Contaba con que tenías ganas de ver a Daniel». «Gracias por haber estado fuera y dejar que me ocupe de ella». Por Dios, me sentí como una pieza de ganado. Y para ponerle la guinda a la noche, te encuentro en Finnegan’s besuqueándote con esa pelirroja y me tratas como a una desconocida.
—Vaya, ahora resulta que tengo que pedirte permiso para enrollarme con una tía.
—Eres idiota —le dijo sacudiendo la cabeza en un gesto desesperado.
—¡Con que es eso! ¡Estás celosa! —exclamó Liam poniendo los brazos en alto y echándose atrás sobre el respaldo del sofá.
—¿Celosa yo? Somos amigos, Liam. ¿Cómo voy a estar celosa de que beses a otra?
—Habría jurado que lo estabas.
—Y yo habría jurado que estabas disfrutando haciéndome creer que lo estaba.
—Después de todo me lo tienes que agradecer. Seguro que aquella noche te fuiste calentita a la cama con Daniel.
—Eso ha sido un golpe bajo y lo sabes. En el fondo no soportas que esté con Daniel.
—Tienes razón. No lo soporto. Estás perdiendo un tiempo precioso con él y no me gusta oír las cosas que estoy oyendo.
—No te andes con rodeos, Wallace. Estoy empezando a mosquearme.
Liam se levantó soltando de un ligero golpe su taza de café sobre la mesa. Se acercó hacia la ventana que daba a la misma calle Drummond dándole la espalda. Era la primera vez que Amy lo veía realmente enfadado.
—Maldita sea —le dijo sin mirarla—. Va diciendo por ahí que estás colada por otro al que no puedes conseguir. El muy chiflado dice que ahora los polvos contigo son espectaculares porque sabe a ciencia cierta que piensas en ese otro cuando te está follando y que eso lo pone a cien.
—Dios mío… —murmuró Amy— eso es una barbaridad.
—No sé a qué demonios esperas para plantarlo —dijo volviéndose hacia ella con evidente resentimiento en su rostro.
—Son rumores sin fundamento —replicó Amy.
—No son rumores. Lo que te acabo de decir me lo confesó él mismo.
De nuevo se produjo un desagradable silencio.
—¿Y por qué a ti? —preguntó mostrando una expresión preocupada y aturdida.
Liam volvió a sentarse a su lado tratando de tranquilizar su estado de ánimo.
—Prefiero no saber la respuesta a esa pregunta. Si saberla implica que voy a perderte, no quiero saberla.
—Dios… si tengo que pasar el resto del año como estas últimas semanas, te juro que me vuelvo a San Francisco.
Liam pasó un brazo alrededor de su hombro para acercarla a él. Amy se recostó sobre su pecho mientras sentía como deslizaba su mano por sus cabellos. Era la primera vez que su contacto físico era tan próximo.
—Siento haberme pasado de la raya. Te apoyaré tomes la decisión que tomes —le dijo con voz suave.
—No vuelvas a ponerme a prueba, Liam. Aquel día me dijiste que pronto me pondrías a prueba y lo has hecho; vaya si lo has hecho.
Liam la sujetó por el mentón, obligándola así a levantar su rostro hacia él.
—No he pretendido ponerte a prueba, pero si te sirve de algo he de decirte que la has superado con creces.
Amy volvió a huir de su mirada recostándose de nuevo sobre el suave tejido de su jersey.
—No vuelvas a hacerlo porque no estoy segura de poder superar la próxima. Si eso implica una mínima posibilidad de perder tu amistad, prefiero no correr el riesgo.
Liam no tuvo fuerza moral para replicarle. Sabía que no había mucho más que añadir.
—¿Qué haría yo sin ti? —preguntó aferrándose aún más contra él en un débil susurro.
Liam la abrazó aún con más vigor haciéndose en silencio la misma pregunta que acababa de hacerle Amy.