Capítulo diez

Trató de aguzar el oído, pero aquellos gritos parecían perderse en la lejanía. No lograba averiguar de dónde procedían. Sintió que le faltaba la respiración. Quería pedir ayuda pero no podía articular palabra. Aquel sonido… ¿Era lluvia?… ¿Tormenta? Sentía cómo el agua la estaba empapando. ¿Por qué nadie podía escucharla? ¿Dónde estaba? Volvió a abrir la boca para decir algo y trató de moverse, pero un dolor atroz le atravesó la espina dorsal.

—… no pude evitarlo, se metió en mi carril y debió de perder el control del vehículo al entrar en la curva con esta maldita lluvia ¡Oh Dios mío! —decía una voz masculina desesperada en la distancia.

—… aquellas luces… la ambulancia… y los bomberos… ya llegan. —Era la voz angustiada de una mujer.

Amy trató de gritar, pero de nuevo se vio incapaz de hacerlo. La vista se le volvió a nublar mientras inconscientemente se llevaba la mano a su costado. El simple roce le provocó una terrible tortura. Notó cómo una sustancia viscosa se deslizaba por su frente. Trató de respirar, pero no lo conseguía por más que lo intentaba. Iba a perder el conocimiento.

—Leah… —fue lo único que dijo en un hilo de voz.

De nuevo la oscuridad total. Después, la nada.

Liam se despertó con el corazón acelerado. Le faltaba el aire y por un brevísimo instante creyó que se ahogaba. Se pasó la mano por la frente y se dio cuenta de que estaba empapado. Trató de alcanzar el interruptor de la lámpara de su mesilla de noche, pero sintió que sus manos no le respondían. Estaba temblando. Con lentitud trató de incorporarse en la oscuridad. Había sido una pesadilla. Aunque le hubiera parecido de lo más real, había sido sólo una pesadilla. Con torpeza, logró finalmente encender la luz. Faltaban pocos minutos para las cuatro y media de la madrugada.

Sobre el edredón se encontraba el manuscrito entreabierto de Amy. Había cerrado los ojos plácidamente pensando en su agradable imagen durmiendo en el asiento de su viejo Golf. Esa apacible sensación se había convertido en un aterrador estremecimiento que no sabía cómo explicar.

Fue a darse una ducha para tratar de ahuyentar los fantasmas que parecían perseguirle. Después bajó silenciosamente a la cocina para prepararse un té. Volvió a tomar asiento en el sofá del salón dispuesto a continuar recordando a Amy.

Aquel viernes por la noche, Liam la dejó sana y salva en la puerta de Drummond Street. La citó a la mañana siguiente para invitarla a desayunar e ir a los ensayos del Traverse. Amy cayó rendida bajo las mantas, feliz ante la perspectiva de que pasaría un día más junto a Liam. Liam, sin embargo, se pasó la noche en vela leyendo el manuscrito que había descubierto en la biblioteca. Desayunaron en una cafetería cercana a su apartamento. A pesar del aspecto cansado de Liam, estaba muy guapo.

—La culpa de este aspecto la tienes tú —le dijo en tono bromista—. Me pasé la noche leyendo El momento perfecto.

—¿Hablas en serio? ¿Te has pasado la noche en vela por culpa de…?

—Por culpa de algo que me impedía quedarme dormido porque me tenía enganchado —interrumpió.

—¿Estás siendo sincero conmigo? No quiero que me halagues si no me lo merezco.

—Mereces algo más que halagos. Eres buena, pero que muy buena.

—Liam, no juegues conmigo. Esto es más importante de lo que crees.

Liam acercó su silla hacia el borde de la mesa para estar más cerca de ella. Tomó el rostro de Amy con ambas manos y lo acercó aún más hacía él. Amy pudo sentir sobre ella el aliento a café. Tuvo que cerrar los ojos un instante para no ahogarse en aquellas dos piscinas de agua cristalina.

—Mírame —le ordenó con voz socarrona.

Amy volvió a encontrarse con la realidad.

—Escúchame bien. Es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Tienes talento y sería egoísta de tu parte esconder semejante aptitud. No te estoy diciendo que lo abandones todo para dedicarte a esto. Hay que ser consciente de la realidad, pero no pierdes nada con intentarlo.

Amy sujetó las manos de Liam y las volvió a deslizar hacia la superficie de la mesa.

—Tienes que creer más en tus posibilidades —le animó apretando suavemente las manos de Amy entre las suyas.

—¿Por qué demonios me haces sentir tan bien?

—Vaya —le soltó las manos—. Creía que eso de hacer sentir bien a alguien era una virtud y a juzgar por la cara que estás poniendo en este momento parece ser un inconveniente —protestó a regañadientes con media sonrisa en los labios.

—Tienes una percepción de las cosas. No sé si es intuición, agudeza… Dios… eres excepcional. Es difícil encontrar a alguien como tú.

—Hay mucha gente como yo, te lo aseguro.

—Pues dime dónde, muchacho, que me los llevo a todos a San Francisco.

—De eso nada, conmigo debería bastarte. No seas avariciosa.

—Qué fácil es quererte, Liam Wallace —le dijo Amy.

Hubo un repentino y breve silencio. Aquel comentario le había pillado totalmente fuera de juego.

—Pues si quieres que yo también te quiera, a partir de ahora tendrás que seguir mis consejos —añadió Liam rompiendo el hielo.

—Prometo escucharte.

—¿En todo?

—En todo.

—Bien… tomaré nota de lo que has dicho y muy pronto te pondré a prueba.

Esta vez la picaresca de su sonrisa no dejó indiferente a Amy.

La mañana de ensayos fue un conglomerado continuo de emociones. Liam, como era de esperar, estuvo magnífico. Pese a que Amy le increpaba en los descansos con referencia a algunos puntos del guion que podrían ser retocados, Liam terminó cediendo junto con el productor y guionista para darle la razón. Incluso ensayó algunas escenas con él y tuvo que reconocer que era como trasladarse a una dimensión desconocida.

Pasaron juntos el resto del día y hacia las nueve de la noche cada uno se retiró a su respectivo apartamento.

Amy aprovechó la ausencia de Daniel para poder disfrutar durante más tiempo de la compañía de Liam. Quedaron para estudiar algunas tardes en la biblioteca. Los exámenes estaban cerca. Había comenzado a asistir a algunas clases del posgrado y a Amy se le iluminaba el rostro cada vez que lo veía aparecer por clase.

Daniel regresó de Holanda el viernes por la tarde y fue a buscarla a la biblioteca. La encontró, como ya le habían comentado, acompañada de su inseparable Wallace. Amy salió fuera, dejando a Liam dentro para no hacer mucho ruido en el recinto.

—¿No me vas a dar un beso? —le preguntó Daniel.

Amy lo agarró por el cuello y lo besó con una extraña efusividad que ni ella misma esperaba. No supo si era porque realmente quería besarlo o porque después de una semana llena de ambigüedades por parte de Liam, su mente le estaba jugando malas pasadas.

—Vaya, parece que me has echado de menos.

—Mucho —le dijo deseando estar convencida de sus palabras—. Podría haber ido a buscarte al aeropuerto, pero se me he echado el tiempo encima.

Daniel volvió a buscar sus labios en el instante en que Liam salía de una de las puertas de la biblioteca con sus pertenencias y las de ella.

Amy se separó de Daniel para ir en su busca. Daniel la siguió.

—Gracias. No tenías que haberte molestado —dijo Amy mientras Liam le entregaba sus carpetas, su abrigo, bufanda y bolso.

—¿Vienes a tomarte algo con nosotros? Te invito; es lo menos que puedo hacer para agradecer el haberte ocupado de mi chica durante esta semana —intervino Daniel.

Liam supo que Amy detestó aquel comentario.

—Ha sido un auténtico placer conocer a Amy más a fondo. Sería yo quien tendría que agradecerte el que hayas estado fuera durante una semana para poder ocuparme de ella.

La tensión era claramente indiscutible. ¿De qué iba Liam con esa conducta de idiota adolescente?

—En ese caso, estamos en paz —respondió Daniel.

—¿De veras que no te apetece venir con nosotros? —A Amy, de repente, dejó de apetecerle la presencia de Daniel.

—He hecho planes.

—No me habías dicho nada.

—Contaba con que hoy tendrías muchas ganas de ver a Daniel así que me he organizado por mi cuenta. De todas formas seguro que coincidimos en algún bar.

Si las miradas mataran, Liam sabía que Amy lo habría fulminado allí mismo.

—Bien, en ese caso, nos veremos por ahí —añadió Daniel tendiéndole la mano a Liam. Liam la chocó con la suya y se despidió de ellos dejando a Amy sin posibilidad de réplica alguna.

La cena junto a Daniel pasó sin pena ni gloria. Trató de escuchar atentamente sus aventuras y desventuras en el Congreso de La Haya pero evidentemente su mente estaba en otra parte. Daniel pagó la cuenta y se dirigieron a Finnegan’s a tomar una copa antes de regresar a casa. Con la gran cantidad de pubs que existían en la ciudad de Edimburgo, Liam había tenido que elegir precisamente aquel lugar.

Charlaba animadamente junto a la barra con la misma chica con la que estuvo aquel primer día de la biblioteca. Cuando él la descubrió entre la afluencia de gente, se limitó a levantar la cabeza en señal de saludo. Obviamente, Amy hizo lo mismo. A partir de ese momento comenzó la guerra en silencio entre ambos. Se ignoraban mutuamente, pero al mismo tiempo se vigilaban. Perdió el contacto visual debido a un grupo de cuatro personas que se habían colocado justo delante de ellos. Trató de disimular sus estiramientos de cuello delante de Daniel. En aquel instante lo vio besando a la chica y una oleada de malestar la inundó. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? Liam era su amigo, su amigo del alma. Ella estaba con Daniel, por Dios. ¿Cómo podía estar ocurriéndole aquello? Por supuesto que Liam era libre de besar a quien le viniera en gana. Pero su forma de actuar la estaba dejando perpleja. ¿Qué demonios pretendía?

—¿Por qué no me llevas a casa? —le rogó a Daniel—. Aquí hay demasiada gente y tengo ganas de estar a solas contigo.

—Estaba esperando a que lo dijeras —dijo plantándole un beso en los labios.

Daniel la tomó de la mano para sacarla del local. Aquella noche prefirió no quedarse en Drummond Street. Una confusa sensación de deseo la ahogó cuando Daniel se metió con ella bajo las mantas y empezó a acariciarla. La arrastró con él en un desbordante ir y venir de sobresaltos. Cuando parecía que los movimientos se suavizaban, Amy lo atraía de nuevo con el hechizo de sus manos y Daniel se sintió plácidamente sometido. Jamás pensó que la dulce Amy se pudiera comportar así. Agradeció a Liam en silencio lo que acababa de provocar en ella.