Capítulo ocho

Es muy tarde y me tenías preocupado —le dijo James mientras lo veía entrar por la puerta trasera de la cocina.

—Necesitaba tomar el aire —añadió Liam en voz baja mientras se deshacía de todas las capas de ropa que llevaba encima.

—Has debido de tomar el de toda Escocia. Empezaba a pensar que te había sucedido algo.

Liam guardó silencio. Sabía lo que en realidad le preocupaba a su padre. Se fue hacia el fregadero para lavarse las manos.

—No he estado de copas por ahí ni nada por el estilo. Fui al cementerio y después he estado conduciendo sin rumbo fijo. Finalmente me detuve en Paisley y allí he permanecido hasta que me he dado cuenta de que efectivamente era bastante tarde.

—Queda algo de guiso, caliéntate un poco. No se puede decir que estés comiendo mucho durante estos días. Debes cuidarte para la vuelta al trabajo.

—No tengo mucho apetito, pero comeré un poco si eso te hace feliz.

Se acercó al horno y se sirvió un plato. Tomó asiento frente a él y comenzó a comer.

—Mmmm… vaya, he de reconocer que está buenísimo. Había olvidado que tú también eras experto en las artes culinarias, aunque… bueno, los dos sabemos que tuviste una excelente maestra.

James levantó la vista de su plato y Liam advirtió la nostalgia que reflejaba su rostro. Soltó su cubierto para alargar el brazo hasta la mano de su padre para finalmente apretarla suavemente entre la suya.

—¿Por qué no vienes a pasar una temporada a Los Ángeles conmigo o a Nueva York? Te vendrá bien un cambio.

—¿Y quién te ha dicho que yo quiera cambiar?

—¡Oh, vamos papá! —Liam le soltó la mano, pero su padre le sujetó el brazo con ternura.

—Lo siento, lo siento. Sé que lo haces con la mejor de las intenciones pero mi sitio está aquí. Lo sabes de sobra. Además, tienes los Oscar a la vuelta de la esquina.

—Los Oscar me importan un bledo.

—No digas eso, no voy a permitir que digas eso después de todo lo que has luchado. Sabes que estaría feliz y orgulloso de estar a tu lado en ese momento tan importante de tu vida, pero traicionaría a tu madre porque ella habría querido más que nadie en este mundo estar presente para compartir contigo ese momento de gloria.

Liam comprendió su postura.

—De todas formas sabes que, a su manera, ella va a estar ahí siempre —continuó James.

—Siento que está conmigo todo el tiempo, pero me da miedo perder esa sensación.

—Si algún día la pierdes eso no va significar que hayas dejado de recordarla. Simplemente verás que el tiempo lo va curando todo y finalmente te acostumbrarás a su ausencia.

—¿De veras crees que soy capaz de acostumbrarme a la ausencia de alguien a quien quiero?

—Lo demostraste con Amy.

Liam no dijo nada y continuó comiendo.

—Necesitaría las llaves de casa. Mañana quiero ir a Edimburgo —dijo de repente.

—Ya sabes dónde están. Te vendrá bien el contacto con la gran ciudad, aunque te recuerdo que Edimburgo no es Callander. No podrás pasear con la misma tranquilidad. Llevas demasiados días encerrado aquí.

—Aquí me siento más libre que en cualquier otro lugar. Por extraño que te pueda parecer es así.

—Pues no sabes cómo me alegra oírte decir eso. —Esta vez James le ofreció una sonrisa sincera.

—¿Qué habría sido de mi vida si…? —No pudo continuar.

—¿Si qué?

—Si hubiera seguido ejerciendo la abogacía. Si no hubiera hecho caso a los instintos de Amy.

—Probablemente el mundo se habría perdido algo muy grande.

—No me refiero a…

—Sé perfectamente a lo que te refieres. Probablemente serías un picapleitos al que todo el mundo temería y estoy seguro de que Edimburgo se te habría quedado pequeño. Habrías terminado marchándote donde tú y yo sabemos.

—¿San Francisco?

James asintió y se levantó de su asiento para meter sus cubiertos en el lavaplatos.

—Ahora que estás leyendo la historia de Amy, la añoranza y la impotencia de no saber te está mortificando, ¿me equivoco? —le preguntó volviéndose y apoyándose en la encimera.

—Estoy descubriendo detalles que hace años creía que formaban parte de mi imaginación, pero ahora me doy cuenta de que todo era cierto.

—A juzgar por lo que llevas leído, tengo la impresión de que vas a descubrir mucho más.

—Estoy seguro de que ya nada va a ser igual a partir de ahora —murmuró Liam.

—Me complace que empieces a darte cuenta de ello.

—¿Qué voy a hacer cuando termine? —le preguntó con recelo.

—Creo que Amy lo deja bastante claro. Escribir el final. Tú eres el único que puede hacerlo —respondió James.

Amy cumplió sólo en parte su propósito de pasar la tarde en la biblioteca en busca de la documentación pertinente para sus prácticas. Perseveró en su intento de concentrarse en el cumplimiento de su objetivo, aunque no lo llegó a lograr. Su mente esquivaba con insistencia sus meditaciones sobre el derecho penal para trasladarse a los sucesos del mediodía. Levantaba la mirada de los textos de los tratados que tenía sobre la mesa esperando que alguien conocido entrara por la puerta. Sólo tenía ganas de volver a su apartamento para darse una ducha caliente y meterse en la cama.

Finalmente, la persona conocida que entró en la biblioteca fue Daniel. Sin saber la razón, se sintió aliviada. Su subconsciente estaba empezando a jugarle malas pasadas y necesitaba tenerle al lado para aplacar la incertidumbre que estaba empezando a invadirla.

Aquella noche, si Daniel intuyó su ansiedad no lo manifestó. Se mostró tierno cuando se acurrucó bajo las mantas con ella.

—Gracias por quedarte —le dijo al oído mientras la atraía hacia él posando la mano sobre su vientre.

Amy apretó la mano con la suya, pero guardó silencio. Pasados unos minutos se quedó dormida en sus brazos.

Aquel viernes volvió a la biblioteca después de tomar un sándwich y una Coca-Cola en la cafetería de la facultad. Buscó el sitio donde se solía sentar y agradeció en silencio que estuviera libre. Colgó su abrigo y bufanda sobre la silla. Luego dejó sobre la mesa la carpeta y sacó los cuadernos y demás utensilios de su cartera. Se dirigió hacia la hilera de estanterías que tenía a un par de metros para localizar sus manuales y compendios.

Comenzó a retirar los textos que necesitaba y fue a dejarlos de nuevo sobre la mesa. Iba a comenzar con la recogida de datos cuando su mirada se desvió hacia la hilera de mesas que había al otro lado de la zona de ordenadores. Allí estaba Liam, rodeado de libros abiertos, mordiendo el capuchón de su bolígrafo que sujetaba con una mano mientras que la otra se la pasaba por el cabello para retirar algunos desordenados mechones. Parecía que necesitaba ayuda y Amy no tenía ningún inconveniente en ofrecérsela.

Suspiró dispuesta a levantarse, pero parecía que alguien ya se le había adelantado. Una chica se acercó a hablar con él. Parecía que se conocían bastante a juzgar por sus gestos. Habría dado lo que fuera por saber de qué estaban hablando. De repente, ambos miraron en su dirección y Amy fue pillada in fraganti. Liam pareció sorprendido de haberla visto y levantó la mano en señal de saludo. Amy le respondió de la misma forma y volvió a colocarse en posición de estudio. Quería volver a mirar hacia atrás, pero el agobio se lo impidió. Trató de olvidar que estaba allí y volvió a concentrarse en su tarea. Consultó el reloj varias veces. Sólo habían pasado diez minutos. ¿Seguiría hablando con la chica? ¿Se habría marchado y no se había dado cuenta? Cerró uno de los tomos que tenía delante y abrió otro.

—¿Sigue en pie la ayuda que estabas dispuesta a ofrecerme? —Allí estaba de repente, sentado a su lado con aquel aspecto encantador y desenfadado.

—Vaya… uff… no te esperaba…

—Siento haberte desconcentrado.

Amy le sonrió.

—Por supuesto que mi ofrecimiento sigue en pie. Pero te advierto que soy muy exigente.

—Eso me gusta.

—No cantes victoria tan pronto —le dijo con un simpático gesto.

—Voy a por mis cosas… no desaparezcas.

Cuando fue hacia su mesa en busca de su material se volvió para mirarla esbozando una traviesa sonrisa.

Estuvieron trabajando sobre todas las anotaciones que ya tenía hechas Liam, que curiosamente complementaban perfectamente todas las que había hecho Amy. Habían adelantado muchísimo trabajo entre los dos y Amy tuvo que reconocer que sin habérselo propuesto habían formado un equipo perfecto. Pasaron más de cuatro horas en aquel lugar y para su sorpresa en ningún momento habían hecho referencia a circunstancias personales de sus vidas. Tuvo una agradable sensación de armonía y despreocupación estando a su lado. Si hubiera creído en la reencarnación, habría jurado que en otra vida Liam había sido su compañero de aventuras y desventuras desde su más tierna infancia. Amy miró distraídamente su reloj.

—Vaya, es muy tarde —dijo Liam mirando también el suyo—. Son casi las siete. Seguiremos otro día.

—Oh… no, podemos continuar si quieres.

—Es viernes… supongo que habrás quedado para salir, ¿no? —le preguntó sin levantar la mirada de los libros que iba cerrando y amontonando en una pila.

—Había quedado en llamar a mi prima Jill pero ya ves, se nos ha pasado la tarde en un abrir y cerrar de ojos y al final no lo he hecho.

Los labios de Liam trazaron una leve sonrisa. Estaba claro que le había agradado el hecho de que a Amy las horas se le pasaran volando en su compañía.

—¿Y qué pasa con Daniel?

—Daniel… pensaba que te lo había dicho. Está de congreso en Holanda. Se marchó ayer y no vuelve hasta dentro de una semana.

—Es cierto, me comentó algo al respecto. Ya se me había olvidado.

Mientras ambos se afanaban en recoger todas sus pertenencias se produjo en breve silencio.

—Me gustaría invitarte a cenar, pero no quiero que te sientas obligada —dijo de pronto mirándola y pillándola por sorpresa—. Es lo menos que puedo hacer después de haberme aguantado durante casi cuatro horas.

Amy miró de nuevo su reloj.

—Bueno… —murmuró mostrando una agradable sonrisa— si sólo te tengo que aguantar como mínimo otras… veamos… tres horas más, en fin… creo que podré soportarlo.

Liam se mordió los labios para no estallar de alegría.

—Bien. Lo tomaré como un sí. Pero nada de pasar por casa. Nos vamos desde aquí directamente y dejaremos todas las cosas en mi coche. No vaya a ser que te arrepientas.

—Pero ¿me has mirado? Si estoy hecha un desastre. No tardaré más de…

—Estás preciosa —le interrumpió.

—Creo que necesitas comer algo cuanto antes. La mirada se te está empezando a nublar —dijo Amy con media sonrisa en los labios.

—En marcha entonces.

Los dos se encaminaron hacia la puerta de salida, sin dudas y sin vacilaciones, pero con la aparente certeza de que algo iba a cambiar en sus vidas a partir de aquella tarde.

Liam la sorprendió llevándola a un encantador bistró de Commercial Street. Comenzaron bebiendo agua para saciar la sed de aquella larga tarde de encierro en la biblioteca. Luego insistió en pedir una botella de vino con el simple objetivo, aclaró, de celebrar que se habían conocido. Le prometió que era buen chico y que no tenía intención de emborracharla ni nada parecido.

El vino, el calor del lugar, el suave murmullo de los comensales y la música eran el enclave perfecto para una primera cita. Amy se recordó a sí misma que Liam no era una cita.

—Vaya… —suspiró Amy— creo que el vino me está haciendo efecto.

—Entonces no sigas bebiendo. No quiero ser responsable de que termines en mal estado y tener que llevarte a casa a rastras —le dijo en el mismo tono en que le hablaría a un hermano mayor si lo tuviera.

—Háblame de ti —le rogó con una graciosa sonrisa.

—¿Qué quieres saber? —le preguntó mientras untaba una tostada con queso y se la llevaba a la boca.

—¿Por qué te dedicas a la abogacía?

Liam esperó unos segundos y bebió un sorbo de su copa de vino para dejar pasar el resto de la comida.

—Supongo que por la misma razón que tú —le respondió.

—No te entiendo —añadió Amy confundida.

—Sí. Sí que lo entiendes. Lo que querías preguntar es: ¿por qué demonios has estudiado Derecho si lo que realmente te gusta es la interpretación? Y yo te he contestado que lo hago por la misma razón que tú.

—¿Y cuál crees tú que es mi razón?

—Ahora yo debería preguntarte: ¿por qué demonios has estudiado Derecho si lo que realmente te gusta es escribir?

Amy estuvo a punto de derramar el vino de su copa.

—¿Cómo sabes…?

—Una de las veces que te has levantado para consultar legislación en el ordenador. Fui a coger uno de los libros que tenías debajo de tu cartera y sin querer ese cuaderno se salió de donde estaba.

—Vaya —murmuró Amy.

—Sólo me ha dado tiempo a leer la primera página, pero ha sido suficiente para saber que eres francamente buena. Tienes derecho a llamarme capullo y fisgón. Si ahora te levantas y me dejas aquí tirado, lo entenderé porque me lo tengo merecido. No está nada bien lo que he hecho, pero no he podido evitarlo. Espero que me perdones.

Amy no podía dar crédito a lo que le estaba sucediendo. Liam le sostuvo la mirada durante unos instantes. Después la desvió hacia su plato.

—Por favor, di algo. Este silencio me está matando —susurró sin atreverse a mirarla.

Amy tardó en pronunciarse y cuando lo hizo Liam se quedó perplejo y emocionado al mismo tiempo.

—Es algo que llevo haciendo casi desde que tengo uso de razón. Escribo para mí. A pesar de que alguna vez me he planteado la posibilidad de mostrar a alguien aquello que plasmo sobre el papel, jamás me he atrevido a hacerlo. Liam, tú eres la primera persona que lo ha hecho.

—Y encima lo he hecho sin tu consentimiento. Dios, soy un perfecto imbécil.

—Eh, vamos —dijo Amy mientras alargaba su mano y le apretaba suavemente el antebrazo—. Deja de torturarte. Lo has hecho y ya está. No voy a dejar de hablarte ni nada parecido, ¿de acuerdo?

—¿Estás segura? —preguntó Liam con rostro taciturno—. ¿Hay algo que pueda hacer para reparar mi error?

—No ha sido ningún error. Quizás estabas predestinado a leer las bobadas que escribe Amy MacLeod.

—No voy a tolerar que digas eso. Es más, quiero que me lo dejes para seguir leyendo.

—Oh vamos, Liam.

—Por favor —le rogó con semblante serio pero con sonrientes ojos.

—Te propongo un trato —le dijo Amy con un gracioso gesto.

—Cuando me miras así, me das miedo —dijo Liam arrellanándose en la silla.

—Me he enterado de que estás preparando otro nuevo papel para una obra en el Traverse. ¿Me equivoco?

Liam ya la estaba viendo venir.

—Estás muy bien informada por lo que veo.

—Yo te dejo mis manuscritos y tú me invitas a los ensayos.

—Eso es chantaje barato —dijo sacudiendo la cabeza entre risas mientras cogía su copa de vino.

—Lo toma o lo deja, señor Wallace. —Amy sostuvo su copa en la mano con firmeza.

Liam elevó la suya al mismo tiempo y la chocó suavemente contra la de su compañera de mesa.

Por los buenos comienzos.

—Por Liam Wallace, el actor —dijo Amy.

—Por Amy MacLeod, la escritora —añadió Liam.