Capítulo seis

Cerró los ojos para concentrarse y visualizar aquel momento. A pesar del tiempo transcurrido, casi trece años, aquella imagen aún se conservaba nítida e inamovible en sus retinas. Supuso que había pasado inadvertido ante sus ojos, pero parecía ser que la impresión que ella se había llevado al verlo por primera vez fue la que él pretendía. No pasar desapercibido. Lo había conseguido, pero se había enterado demasiado tarde de que había cumplido su objetivo.

Tardaron poco menos de una hora en sacar la ropa de la maleta, guardar lo estrictamente necesario y hacer las pertinentes comprobaciones del estado de la vivienda. El pequeño estudio resultó no ser tan pequeño porque estaba aprovechado al milímetro. Su habitación se separaba del resto de la estancia por medio de una alta estantería de madera que estaba segura estaría llena de objetos en las próximas semanas. La cocina americana era minúscula pero con todo lo necesario, incluso horno microondas y una pequeña nevera. La única parte independiente era el baño con ducha y una pequeña claraboya que daba a una bocacalle. Los dos ventanales del resto del apartamento daban a la misma calle Drummond. No era Holyroodhouse, pero atendía a sus expectativas.

Era casi la una de la tarde cuando salieron de Drummond Street y, para regocijo de Amy, las nubes abrieron paso a un cálido sol. Giraron a la derecha hasta South Bridge y de nuevo hacia la izquierda hasta Chamber Street.

—Debes de estar agotada con el cambio de horario y yo en vez de obligarte a descansar, voy y te obligo a salir —le dijo Jill aferrándose con cariño al brazo de su prima.

—Estoy en Edimburgo en pleno apogeo del Fringe Festival y me vas a dejar encerrada, ¿por quién me tomas?

Las dos rieron.

—He quedado con Mel para tomar algo en Hebrides de Market Street. Es de lo pocos sitios en los que con suerte puedes encontrar mesa a pesar de estar en las fechas del festival. Después daremos una vuelta por Princes Street y alrededores de todo lo que es la Royal Mile. Sobre las seis he quedado con unos antiguos compañeros de la facultad en el Traverse Theatre. Hay una obra de teatro independiente y totalmente amateur que se llama El vecino de al lado. Tanto los escritores como los actores, productores o encargados de vestuario, tienen sus respectivas ocupaciones durante el día pero se dedican a esto como una forma de llenar su tiempo con algo que quizás es a lo que realmente querrían dedicarse. ¿Te parece buena idea?

—Has dado en el clavo para ser el primer día.

—Esto no ha hecho más que empezar.

Devoraron con extraordinaria rapidez la primera cerveza acompañada de unos bocadillos de salmón y arenques y unos nachos con queso. Jill trabajaba en la sede principal del Royal Bank of Scotland en Edimburgo desde hacía casi tres años. Se había graduado en Economía por la Universidad de Edimburgo. Llevaba algo más de un año saliendo con Mel, que era profesor de Estadística de la universidad, pero aún no habían decidido irse a vivir juntos. Aunque Jill estaba muy enamorada, prefería seguir disfrutando aún de una parcela de libertad más amplia.

Amy se levantó para pedir otro par de cervezas cuando un joven de cabello rubio y de aire despreocupado entraba en el local buscando con la mirada a alguien. Ese alguien era Jill, que le hizo una señal y Amy supuso que debía tratarse de Mel. Se acercó a la mesa y, después de besar a Jill, ésta se levantó para hacer las respectivas presentaciones.

—¡La famosa Amy! He oído hablar tanto de ti que creo que es como si te conociera de toda la vida. —Mel le dio un cariñoso abrazo—. ¡Qué alegría verte por fin!

—Muchas gracias, me siento halagada. Por Dios, Jill, no me digas que todos en esta ciudad son así de simpáticos y de guapos. Si lo llego a saber habría venido mucho antes.

—Estás teniendo la suerte de la principiante, chica —le respondió Jill con una sonrisa burlona—. Te queda un año por delante para descubrir la cruda realidad.

—Gracias por no incluirme en el cupo de la cruda realidad —añadió Mel con un ocurrente gesto—. Bien, necesito una cerveza.

Las dos horas que estuvieron en Hebrides se le pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Mel también se encargaba de organizar los seminarios en el AHRC Research Centre for Studies in Intellectual Property and Technology Law de la Facultad de Derecho. Como conocía su faceta de escritora aficionada tal y como le había contado Jill, era él quien le había comentado la posibilidad de acudir a un curso precisamente sobre Propiedad Intelectual.

Mel le dio el nombre de un amigo suyo llamado Daniel Harris que trabajaba en el Scottish Centre for International Law y que la ayudaría en todo lo necesario para que emprendiera con éxito su posgrado. Adoraba ese acento tan peculiar de los escoceses. Al principio resultaba un poco chocante esa forma de hablar tan recia, pero pasados unos minutos llegaba a ser enérgica, vivaz e incluso seductora. Mel pagó la cuenta y salieron de allí para dirigirse a la Royal Mile.

Mel le explicó encantado que la milla real comprendía las cuatro antiguas calles de Castle Hill a Canongate, las cuales formaban la arteria principal del antiguo Edimburgo y que unían el castillo con el palacio de Holyroodhouse. Aún se percibía el pasado medieval en las innumerables callejuelas que partían de la calle principal. La Royal Mile era un hervidero de gente. El festival alternativo conocido como «fringe» («al margen») era sin lugar a dudas una de las concentraciones de teatro, danza y música más importantes de Europa. Comenzó siendo una costumbre arraigada entre estudiantes de arte dramático y actores aficionados. Con el paso del tiempo esta informalidad desapareció para dar paso a un festival bien organizado por las entidades competentes de la ciudad. A pesar de ello, el dinamismo original del Fringe seguía vivo de tal forma que cualquier lugar era idóneo para representar el fragmento de una obra, bailar o recitar poesía.

Amy ya había gastado un carrete de veinticuatro fotos y estaba en proceso de colocar uno nuevo. Continuaron su camino por Lawnmarket en dirección a Castle Terrace para acudir a la cita en el Traverse Theatre de Cambrigde Street. Tenían media hora escasa para tomar un tentempié en el Traverse Café antes de que empezara la representación. En pocos minutos estuvo rodeada de una marea de gente que conocía a Mel y Jill. Fue presentada formalmente a la mayoría de los que se acercaron a saludar, aunque cuando entraron en el auditorio, se separaron del resto y sólo se quedaron con Tom, Valerie y Eddie.

Tomaron asiento en la cuarta fila. Amy fue consciente en ese momento del cansancio acumulado que sufría la totalidad de su cuerpo. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.

—Demasiado para el primer día, ¿no? —preguntó Jill con una simpática sonrisa.

—Pienso aguantar como una campeona. No hay mal que por bien no venga porque así esta noche no extrañaré nada mi nueva cama y no sufriré los estragos del jetlag.

Tom, que acababa de sentarse a su lado, le entregó el programa de actuaciones para que le echara un vistazo.

—Tu primer recuerdo del Fringe —le dijo con un expresivo gesto.

—Muchas gracias —le respondió mientras desdoblaba el folleto para interesarse por los actores que iban a intervenir en la función.

Amy leyó a grosso modo el nombre del guionista, productores, actores principales y secundarios. Se preguntó si algún día vería reflejado en un papel su nombre como guionista. Dejó de soñar para fijar su mirada en los decorados del escenario. El mobiliario de un apartamento algo desordenado.

—Vaya, hoy actúa Wallace —comentó Eddie.

—¿Quién es Wallace? —preguntó Jill.

—¿No te acuerdas? Creo que estaba en clase de mi hermano Mark, aquel que se disfrazó en el segundo año y se hizo pasar por el nuevo decano. Faltó poco para que lo expulsaran.

—Sí, ahora que lo dices, recuerdo algo —añadió Jill pensativa— pero si te digo la verdad creo que no lo he visto nunca.

—Estaba claro que lo de actuar lo llevaba en la sangre, ¿verdad? —Amy tuvo curiosidad por ver a ese tal Wallace.

—Eso parece —dijo Jill echando un vistazo al folleto.

En ese instante algunas luces empezaron a apagarse y el silencio reinó en el teatro mientras bajaban el telón. No pasaron más de cinco minutos hasta que volvió a alzarse y entonces, para sorpresa de Jill y Amy, la puerta del apartamento del decorado se abrió y apareció tras ella el chico con el que ambas se habían cruzado esa misma mañana en la puerta azul de Drummond Street.

Lloró desconsoladamente al final de la obra y no sólo porque el desenlace hubiera sido triste, sino por las increíbles sensaciones que aquel actor le había transmitido con su admirable interpretación. Su habilidad para captar el corazón del espectador era sencillamente prodigiosa. Contagiaba de igual manera una sonrisa, un llanto, el dolor, la euforia, la frialdad o la desesperanza.

Hacía mucho tiempo que sus sentidos no saboreaban los efectos de una sacudida tan fuerte de sus emociones. Deseó de corazón haberse acercado a él con la sola intención de alabar su magnífica demostración de talento, pero supuso que aquella noche estaría desbordado de felicitaciones. El auditorio parecía venirse abajo por los incesantes aplausos del público aclamando sobre todo a Liam, el cual tuvo que salir cuatro veces al escenario para agradecer las muestras de gratitud.

Sin duda, su primer día en Edimburgo había dado para mucho. Después del teatro habían vuelto a salir para tomarse una copa. Era casi medianoche cuando se metió en la cama. No tuvo tiempo de hacer balance de todos los recuerdos de la intensa jornada porque el sueño la venció rápidamente.

Siguió haciendo turismo en pequeñas dosis por su cuenta durante los días previos al comienzo del curso. Royal Museum of Scotland, la casa de John Knox, la catedral de Saint Giles o el monumento a Sir Walter Scott entre otros. Aprovechó para ir a la tienda que tenía cerca de casa para proveerse de todo tipo de refrigerios. No le habría desagradado encontrarse nuevamente con Liam Wallace para que le ayudara a subir la compra. Se preguntó a quien conocía en aquel edificio, pero de pronto se enfadó consigo misma por hacerse esas preguntas. Sus proyectos en Escocia estaban muy lejos de dejarse cautivar por cualquier especie de highlander que paseara por la calle. Tenía asuntos mucho más importantes que atender.

El curso comenzaba el día siete de septiembre, así que en cuanto hubo firmado todo lo concerniente a su contrato de alquiler, se dedicó a preparar el dossier con toda la documentación que la facultad le exigía para la formalización definitiva de la matrícula. Una vez estuviera en su poder, tendría que finalizar la tramitación definitiva de su visado de estudiante.

Se encaminó hacia el Scottish Centre for International Law que estaba ubicado en el conocido Old College, el bello edificio diseñado por Robert Adam que era la sede de la Facultad de Derecho de Edimburgo fundada en el año 1707 y considerada como un renombrado centro de enseñanza e investigación. Era la sexta universidad fundada en las Islas Británicas y una de las más antiguas de Escocia estando, por supuesto, entre las más importantes del Reino Unido.

Permaneció largos minutos embelesada frente a la impresionante fachada antes de entrar en busca de Daniel Harris, el amigo de Mel. El ambiente de los pasillos era bastante ajetreado. La euforia del Fringe ahora daba paso a la ineludible responsabilidad del nuevo curso. Había un despacho habilitado para recepción de documentación de estudiantes extranjeros y allí fue donde se dirigió. Esperó su turno ya que dos chicas japonesas estaban delante de la puerta. Afortunadamente, no tardaron más de diez minutos. Golpeó suavemente antes de entrar y una señora de mediana edad le indicó que se acercara. La placa que había en su mesa mostraba su nombre: LAURA MACCORMICK.

—Buenos días —le dijo en un tono extremadamente profesional.

—Buenos días, venía a completar el trámite definitivo de mi matrícula para el posgrado de Derecho Internacional. Me han dicho que pregunte por Daniel Harris.

La señora la observó con cara de pocos amigos. «Una recomendada», debió pensar.

—¿Su nombre? —le preguntó.

—Amy MacLeod.

—Un momento, por favor. —Se levantó de su asiento y se encaminó hacia la puerta del despacho que tenía detrás. Se ausentó breves segundos para salir de nuevo.

—Puede pasar, el señor Harris la recibirá.

—Gracias, muy amable —se dirigió hacia la puerta del despacho rogando que ese tal Harris no fuera tan agrio como su secretaria. En el momento en que se cerraba la puerta tras ella, un Daniel Harris que Amy no se esperaba se levantaba sonriente de su asiento rodeando la inmensa mesa que tenía delante.

—Así que tú eres la amiga de Mel —dijo dándole la mano y mostrándole una atractiva sonrisa. No supo la razón, pero esperaba alguien más mayor, pelirrojo y con barba. Pero lo que se encontró la sorprendió gratamente. Era de cabello moreno y lacio, piel tostada, unos sugestivos ojos color miel y no era mucho mayor que ella.

—Sí. Bueno, en realidad soy prima de Jill —dijo tratando de recobrar la compostura.

—También conozco a Jill. Edimburgo no es una ciudad excesivamente grande, así que al final me temo que todos tenemos relación con todos.

—Ya veo —fue lo único que se le ocurrió decir.

—Siéntate, por favor.

Amy obedeció y de nuevo se volvió a encontrar con aquella enigmática sonrisa. Él fijó la vista en el pequeño dossier que ella llevaba aún en la mano.

—Supongo que ya traes toda la documentación preparada —le dijo.

—Sí, creo que he aportado todo lo que se solicitaba. Espero que no falte ningún papel —añadió Amy mientras depositaba en sus manos la pequeña carpeta.

—Vamos a echarle un vistazo. —Empezó a pasar hojas—. San Francisco, bonita ciudad. Nada que ver con esto, supongo.

—La verdad, no. ¿Has estado allí alguna vez? —le preguntó Amy ya en un tono de mayor confianza.

—Sólo he estado en Nueva York y parte de la Costa Éste.

—No tiene tampoco mucho que ver con la Oeste. Te lo aseguro.

—Un viaje muy largo. Pero seguro que merecerá la pena. Espero comprobarlo algún día. —Nuevamente levantó los ojos del dossier mientras en su boca se dibujaba un divertido gesto.

Amy, una vez más, se quedó sin palabras. Daniel continuó con su tarea.

—Stanford… magnífico. Tienes un currículo envidiable.

—Gracias —respondió halagada.

—¿Por qué elegiste Escocia?

—Mi padre… era escocés.

—Claro, tu apellido MacLeod. Oh, vaya… lo siento no pretendía entrar en temas personales.

—No tiene importancia. Hace casi un año.

—Lo lamento. No debería…

—He crecido con Escocia —lo interrumpió Amy— y creo que éste era el momento más apropiado de mi vida para venir aquí y ver con mis propios ojos aquello de lo que tantas veces oí hablar durante mi niñez y mi adolescencia.

—¿Te ha decepcionado lo que has visto hasta ahora? —le preguntó Daniel.

—A decir verdad, todo lo que he vivido hasta este momento ha superado con creces mis expectativas.

—Me alegro de que así sea. —Terminó de revisar el resto de los documentos presentados—. Bueno, todo está perfecto. Ahora necesito tu pasaporte original.

Amy se lo entregó y contempló como él mismo se encargaba de introducir una serie de datos relativos a su persona en el ordenador. Se giró hacia el otro lado de la mesa para retirar de la impresora unas cuantas hojas. Las colocó delante de ella y le señaló dónde tenía que firmar.

—Dado que vienes con una beca completa, nosotros nos encargamos de liquidar con Stanford el primer plazo. Para el siguiente tendrías que estar pendiente de que ellos te hagan los ingresos correspondientes en tu cuenta. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió Amy.

—Este ejemplar es para ti y este otro es el que tienes que acompañar junto con este impreso y una foto tipo carnet para el consulado.

En un par de minutos estaba matriculada en la Facultad de Derecho de Edimburgo para especializarse en Derecho Internacional.

—Estupendo, ha sido mucho más fácil de lo que esperaba.

—Aquí las cosas también funcionan —añadió Harris con un simpático gesto.

Amy se levantó.

—Bueno, te agradezco mucho que me hayas atendido personalmente —le dijo.

—Ha sido un verdadero placer. —Le tendió la mano y ella la acogió en la suya sujetándola suavemente.

—Supongo que nos veremos por aquí.

—Así lo espero.

Amy se dio media vuelta para dirigirse a la puerta y, en ese instante, Daniel decidió correr el riesgo.

—Son casi las doce y media… iba a salir a almorzar… ¿Tienes algún plan? Quiero decir, ¿has quedado con alguien? —Daniel pensó que debía de estar haciendo un ridículo espantoso.

Amy se volvió hacia él con rostro estupefacto.

—Perdona —le dijo Daniel arrepentido—. No quiero que te veas obligada.

—Bueno, la verdad… —murmuró Amy algo abrumada.

—He debido parecer descarado —la interrumpió—. Era solo que… bueno… es mejor comer acompañado.

—No sería una obligación. Me encantaría —respondió Amy con una tímida sonrisa.

—Dame cinco minutos, hago un par de llamadas y estoy contigo. —Daniel le correspondió con una apacible expresión en su rostro que le agradó.

—Te espero fuera —le dijo Amy mientras salía del despacho.

—De acuerdo —susurró Daniel mientras tomaba el auricular en sus manos y le dirigía una cautivadora mirada.

Mientras Amy esperaba a que saliera en su busca se preguntaba una y otra vez si estaba haciendo lo correcto. Desgraciadamente tardaría poco tiempo en darse cuenta de que no había tomado la decisión más acertada y lo peor de todo es que el pobre Harris no tendría la culpa de ello.