Se hallaba sentado en el porche contemplando ensimismado aquel armonioso paisaje que se extendía ante él en una soleada pero glacial mañana mientras disfrutaba del simple placer de una taza de café. Pasaban diez minutos de las ocho y la casa estaba en completo silencio. Los demás aún dormían, pero él, como marcaba la tradición, no lograba encontrar un sueño placentero.
Miró de nuevo el móvil que descansaba a su lado sobre el banco de madera en el que se hallaba sentado. Calculó la hora exacta del Estado de California. Sería medianoche, pero estaba seguro de que tanto Clyde como Lisa estarían disponibles.
Indeciso lo tomó en sus manos. Poner en marcha aquel diminuto chisme supondría reanudar el contacto con la realidad y no estaba seguro de querer hacerlo. Terminó el café y se puso en pie con el móvil en la mano. Se encaminó hacia la verja enredada en flores y la abrió para salir al caminito de adoquines que llevaba a la carretera comarcal. Lo encendió con manos temblorosas y tecleó su código. En pocos segundos la BT le daba la bienvenida a Escocia. Esperó a que la pantalla empezara a emitir avisos y no tardó mucho en hacerlo. Entre mensajes y llamadas debía de haber más de cincuenta avisos. Comenzó por Lisa. Tardó pocos segundos en contestar.
—Vaya… pensé que te habías olvidado de que la vida al otro lado del Atlántico seguía su curso —le dijo con voz suave pero firme.
—Es la primera vez que conecto el móvil desde mi llegada. Supongo que Clyde te habrá puesto al corriente.
—Me he enterado por un comunicado de prensa. —Hubo un largo silencio al otro lado de la línea y Liam pensó que la comunicación se había cortado, pero no fue así—. ¿Cómo estás? Ha debido de ser duro.
—Lo ha sido. Demasiados recuerdos —fue lo único que pudo decir. Por un momento se sintió como un extraño frente a la voz de Lisa.
—¿Cuándo vuelves? Te echo mucho de menos.
—Aún no lo sé. —Liam se dio cuenta de que él no le había dicho que también la echaba de menos, pero no podía decir algo que no le salía del corazón. Llevaba saliendo con Lisa casi siete meses. Trabajaba para la Fox, guapa, interesante, inteligente y buena en la cama. No se podía pedir más, pero para él no era suficiente y ella lo sabía. Siempre era lo bastante prudente en sus relaciones como para dejar claro desde un principio cuáles eran sus intenciones, pero todas cometían el mismo error creyendo que lo cambiarían y evidentemente nadie lo había conseguido. La persona que podría haberlo logrado ya estaba fuera de su alcance desde hacía demasiado tiempo.
—Entiendo —le dijo.
—Quiero tomarme un descanso. Necesito estar aquí más tiempo.
Lisa leyó entre líneas y tuvo la ligera sensación de que aquel descanso abarcaba más de lo que ella hubiera deseado.
—No te noto con muchas ganas de hablar —añadió con voz queda.
—Lo siento. Quizás no debería haber llamado, pero no quería que te preocuparas —le dijo de repente sintiéndose culpable por el tono que estaba tomando la conversación—. Allí es tarde y supongo que estarás cansada, así que ya hablaremos en otro momento.
—Como quieras. Llama al menos para decir cuándo vuelves.
—Así lo haré. —Lisa descubrió una vez más que era una simple llamada de cortesía—. Cuídate, ¿vale? Nos vemos pronto. Un beso.
—Hasta pronto —le dijo Lisa. La comunicación se cortó.
Lisa permaneció largos minutos tumbada en su cama mirando al techo. El Liam Wallace con quien acababa de hablar no era el Liam Wallace que ella conocía. Sabía que había sufrido una pérdida enorme pero algo le decía que con su regreso a Callander algo mucho más profundo lo había transformado. Por mucho que le costara aceptarlo, Lisa sabía que su pequeño romance con el gran Wallace había terminado.
Pasaron el resto de la jornada paseando por Trossachs National Park con toda la familia. Volvieron después de almorzar para que Matt y Sarah descansaran antes de volver a Edimburgo. Liam llamó a Clyde para hacerle saber que se quedaba una semana más y sorprendentemente no le puso ninguna objeción. Se limitó a decirle que tendría un avión preparado para recogerlo en el aeropuerto.
El lunes por la mañana se marchó con su padre a pescar en Loch Lomond y, una vez que habían regresado a casa, Liam lo decidió. Fue a su dormitorio para sacar de su armario la caja de la discordia que su padre le había entregado aquella noche en que sus esquemas se habían vuelto a derrumbar. Sacó el manuscrito de Amy y cogió su paquete de tabaco. Se puso algo de abrigo para salir al porche y una vez sentado, tomó aire, abrió el cuaderno y su mente se trasladó a la ciudad de Edimburgo, concretamente al mes de agosto de 1993.
AEROPUERTO INTERNACIONAL DE EDIMBURGO,
26 DE AGOSTO DE 1993
A pesar del mes en el que se encontraba, no esperaba menos de Escocia cuando su avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Edimburgo procedente de San Francisco y con escala en la ciudad de Londres. Como era de esperar, el día era triste y lluvioso pero a Amy MacLeod no le importó en absoluto. Si algo diferenciaba a las ciudades de la vieja Europa del resto del mundo es que irradiaban la misma belleza y encanto independientemente de lo que marcaran sus termómetros o del color del cielo que las cubría.
No tardó mucho en retirar su enorme maleta de la cinta transportadora. Afortunadamente, la fila para pasar aduanas era larga pero fluida. Si bien iba a pasar allí un año completo, no había traído consigo demasiado equipaje. Su madre se había empeñado en que llevara lo estrictamente necesario porque estaba segura de que a su regreso traería el triple de lo que llevaba a la ida.
Antes de salir de la terminal buscó con la mirada la primera oficina de cambio más cercana para cambiar algunas libras. Luego se encaminó hacia un puesto de prensa donde poder adquirir una tarjeta telefónica. Una vez hubo comprado la tarjeta, buscó la cabina más próxima para avisar a su madre de su llegada. Después marcó el número de Jill para anunciarle que en pocos minutos tomaría el autobús que la llevaría a Edimburgo. La parada estaba justo en frente de la salida. Jill, la única prima por parte de su padre que aún permanecía en Escocia y a la que no veía desde hacía casi nueve años, insistió en que se quedara en su apartamento durante la primera semana mientras tomaba el primer contacto con la ciudad. Más adelante la ayudaría a trasladarse a su alojamiento cercano a la facultad. Ésa era la idea inicial pero el casero había tenido la amabilidad de no cobrarle los cuatro últimos días de agosto. Su contrato entraba en vigor el uno de septiembre, así que convenció a su prima de que lo más práctico era instalarse a su llegada.
Abrigaba el deseo de conectar pronto con Edimburgo. Una vez colocado su equipaje en los huecos destinados a tal fin, se acomodó en un asiento de la parte de arriba del autobús y respiró hondo cuando contempló las imágenes que se desplegaban ante sus ojos. Sintió un leve cosquilleo en el estómago ante la perspectiva del año que le esperaba en la tierra que había visto nacer a su padre. Eran tantas las historias de Escocia que habían inundado su infancia que cuando alcanzó el uso de razón se juró a sí misma y a su padre que algún día volverían para quedarse una larga temporada. Era lo que quería Angus MacLeod una vez se hubiera retirado, pero un cáncer se adelantó a sus propósitos hacía menos de un año y se lo llevó antes de tener la oportunidad de cumplir aquel sueño. Fue entonces cuando decidió marcharse ella misma a Escocia con el incondicional apoyo de su madre y con la ayuda de una beca de la Universidad de Stanford donde se había licenciado en Derecho hacía dos meses. Estaba ansiosa por comenzar el curso de posgrado en Derecho Internacional. Se había informado igualmente de la posibilidad de realizar también otro curso algo más corto relacionado con la Propiedad Intelectual.
El trayecto duró media hora aproximadamente y, como era de esperar, el autobús no la dejó exactamente cerca de su alojamiento. El ambiente en la ciudad era realmente mágico como consecuencia del Edinburgh Fringe Festival. No podía haber elegido mejor fecha para su llegada. Estaba deseando instalarse y disfrutar de un primer paseo por la Royal Mile. Cuando bajó tirando con toda la fuerza que pudo de su impresionante maleta, metió las manos en el bolsillo de sus tejanos y sacó el mapa de la ciudad para calcular exactamente dónde se encontraba. Concretamente entre High Street y South Bridge. Comenzó a caminar hasta Drummond Street, pero se detuvo para contemplar la inmensa fachada de piedra ennegrecida de la Facultad de Derecho de Edimburgo. Reconoció la cúpula que la coronaba y que tantas veces había visto en fotos. Nada que ver con las extensiones de césped y palmeras que rodeaban Stanford. Sintió una mezcla de inquietud y excitación. Miró a ambos lados de la calle admirando todos los edificios que la rodeaban y, sin querer, se le escapó una sonrisa de satisfacción.
Continuó calle abajo hasta encontrase con un edificio de tres plantas con una puerta de entrada de un vivo color azul que contrastaba una vez más con el grisáceo color de la piedra característico de las construcciones escocesas. Su prima salía en ese instante de una pequeña tienda de ultramarinos que estaba justo al lado.
—¡Amy! —Se fue directamente hacia ella en cuanto la descubrió sacudiendo los brazos en señal de saludo.
Soltó en el suelo la bolsa con algunas compras que llevaba en la mano y acogió a su prima en un caluroso abrazo.
—¡Oh Amy, qué alegría tenerte aquí por fin!
—Aún no me lo puedo creer. Creo que estoy todavía en una nube —le dijo Amy abrazándola con fuerza.
Jill se separó de ella unos instantes para contemplarla.
—¿Qué tal el viaje? Veo que no has tenido ningún problema para llegar. ¡Estás magnífica! ¿Qué es lo que ha quedado de la joven Amy? Menudo bronceado californiano y tu pelo… está más claro. Ufff… no sabes cómo te envidio. Te los vas a llevar a todos de calle. Ya lo verás.
—Esto va a desaparecer en pocos días. Pronto estaré de tu mismo color —añadió Amy riéndose.
—Ya tengo las llaves de tu estudio en mi poder. Treinta metros cuadrados muy bien aprovechados. El señor MacGregor estará aquí el día uno de septiembre a las nueve en punto de la mañana para el pago de la fianza y la firma definitiva de entrega.
—¡Fantástico! No sé qué habría hecho sin ti. Ha sido todo mucho más fácil teniéndote aquí.
—Te he comprado algunas cosas para el desayuno porque hoy vamos a pasar todo el día fuera.
—No tenías que haberte molestado, podría haberlo hecho yo. Estás siendo demasiado buena conmigo; no sé cómo voy a agradecértelo.
—Me lo agradecerás en cuanto coloquemos todo lo que llevas en esa maleta en el armario y nos vayamos a comer algo acompañado de una buena cerveza. Ya has visto el ambiente que hay con lo del Festival.
Amy se frotó las manos como clara muestra de deseo de irse de fiesta a la mayor brevedad posible y las dos rieron con ganas mientras se disponían a entrar en la puerta azul del número 5 de Drummond Street. Conforme se disponían a entrar, un joven alto de cabello oscuro algo ondulado y de ojos impresionantemente azules salía en ese mismo instante del edificio. Las saludó a ambas con una amplia sonrisa, aunque Amy notó la cara de tonta que se le quedaba cuando por unos microsegundos aquella sonrisa se detuvo más de la cuenta sobre su persona. El joven desapareció calle abajo.
—¿Son todos así? —preguntó Amy riendo.
—La verdad es que no. Has comenzado bien, amiga. Como sea tu vecino esto promete.
—Prefiero no hacerme ilusiones. —Las dos estallaron en una alegre carcajada—. ¡Qué tiemble Edimburgo porque Amy MacLeod ya está aquí!