Sintió un leve zarandeo seguido de un suave cosquilleo en su nariz. Después, unas sofocadas risas; las risas de unos niños. Dio un manotazo a aquello que parecía provocarle el cosquilleo y las risas se hicieron más audibles. Despertó al tiempo que escuchaba la voz de su hermana Jane.
—Sshhhhhhh, ¿pero se puede saber qué…? Fuera de aquí los dos, ahora. Dejad descansar al tío Liam.
Liam abrió los ojos y recobró el sentido. No se acordaba de que se había quedado dormido en el sofá. Alguien le había puesto una manta encima y se percató de que aún llevaba puesto el albornoz.
—Ya se ha despertado, mamá —dijo Matt.
—Sí, tía Jane, ya está despierto, ya está despierto —anunció Sarah.
Liam se reincorporó apartando la manta. Se frotó los ojos para volver a abrirlos y ver a sus sobrinos expectantes delante de él. Jane estaba a sólo unos pasos de ambos contemplando la escena. Parecía una especie de dios griego allí sentado con el cabello alborotado. Aquella figura soberbia y aquellos rasgos hacían de él el hombre más tierno y al mismo tiempo el más hercúleo de la tierra.
—¿Y bien? Creo que el campeonato de cosquillas está a punto de empezar.
Matt y Sarah intercambiaron miradas y con una pícara sonrisa los dos se lanzaron a los brazos de su tío. Era una costumbre que parecían no haber olvidado o quizás era Jane quien se lo había recordado. Lo que Liam no había olvidado es que después de aquella batalla acabaría con el cuerpo molido y con ciertos músculos de su rostro doloridos de tanto reír. Jane tuvo que intervenir como de costumbre para separarlos antes de que acabaran con él.
—Me rindo, me rindo —decía Liam—. Habéis ganado. Os declaro campeones.
Matt y Sarah se levantaron sonriendo.
—Vamos, os quiero a los dos en la cocina ahora mismo.
—Pero ¿no vamos a ir a Arbroath? ¿No vas a venir con nosotros, tío Liam? —preguntó Matt con sus expresivos ojos, los mismos de Jane.
—El tío Liam ha hecho un viaje muy largo —los interrumpió Jane— y necesita descansar. A propósito, y antes de que se me olvide, acaba de llegar tu maleta. La hemos dejado en tu habitación. —Volvió a dirigirse a los niños—. Iremos a Arbroath otro día. Venga, los dos a la cocina, que el abuelo os está preparando un chocolate. No le dejéis solo.
Los niños obedecieron cabizbajos y desaparecieron de la estancia cuando Liam los detuvo.
—En cuanto os toméis ese chocolate, me doy una ducha y nos vamos de excursión ¿Trato hecho?
Unas amplias sonrisas se volvieron a dibujar en sus preciosos rostros.
—No estás obligado, Liam —le dijo Jane sin mirar a los niños.
—Quiero hacerlo, ¿de acuerdo? Siempre que tú me des tu consentimiento, claro.
—Sabes de sobra que no lo necesitas.
—Entonces… —Liam miró por el rabillo del ojo a sus dos sobrinos que esperaban una respuesta.
—Id con el abuelo —ordenó Jane—. El tío Liam os avisará cuando esté listo.
Matt y Sarah salieron disparados del salón.
Liam se volvió a encontrar con la mirada de su hermana que se acercó, apartó la manta y se sentó a su lado.
—Siento la forma de… —dijo Jane.
—Hacía tiempo que no tenía un despertar tan auténtico.
Jane sonrió.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Liam frunciendo el ceño.
—Apuesto a que te han despertado de mejores formas. Más de una estaría dispuesta a hacer cola para despertarte todas las mañanas.
Liam se vio obligado a devolverle la sonrisa pero no le hizo ningún comentario.
—¿Cómo has pasado la noche?
—Ha sido un poco atípica. Lo siento sobre todo por papá porque prácticamente ha sido él quien me ha consolado a mí en vez de a la inversa. Me siento tan… —Se quedó sin palabras.
Jane desvió su mirada hacía el manuscrito de Amy que se hallaba encima del reposabrazos del sofá. Liam la siguió con la mirada.
—¿Lo has leído? —le preguntó.
Jane asintió. Liam esperó a que se pronunciara al respecto.
—No es una historia de ficción. Es espléndida por la sencilla razón de que es real. No lo leas a la ligera, hazlo cuando estés preparado.
—Me pregunto si alguna vez lo estaré.
—Lo estarás, pero todo a su debido tiempo.
Jane se compadeció de él. Allí estaba con los ojos aún enrojecidos y algo hinchados, pero igual de cautivadores. A su vida personal, medianamente encauzada después de un cúmulo de contrariedades, se había sumado ahora el fallecimiento de su madre y el encuentro con ese pedazo de su pasado que tanto le había marcado. Jane podría haber aprovechado aquel momento para aclararle aquellas dudas y dejar abierto un pequeño camino hacia la esperanza, pero sabía que no podía hacerlo. Amy confiaba en que el tiempo era un arma de doble filo. Podía separar y unir, podía hacer que se amara y que se odiara, podía abrir heridas pero también podía curarlas.
—Ha pasado demasiado tiempo.
—Recuerda que aquí las cosas van más despacio.
Jane sabía que de un momento a otro se iba a desmoronar. Hubo un corto silencio roto por la voz destrozada de Liam.
—Necesito que me abraces —le dijo.
Jane así lo hizo. Su hermano se acurrucó hecho un ovillo encima de su regazo y comenzó a llorar como nunca antes lo había hecho. Jane calmó sus temblores acariciando su hombro y su cabello. Era la primera vez en su vida que lo veía llorar.
—La echo tanto de menos, Jane —le decía una y otra vez entre sollozos.
Jane conocía la pasión de su madre por Liam al igual que la de Liam por su madre. Pero en aquel momento sabía que no lloraba solo por Katherine Wallace. También lo hacía por Amy MacLeod.
Era casi mediodía cuando Liam llegó a Arbroath acompañado de sus sobrinos. Finalmente, Jane y Keith se habían atrevido a dejarlos en sus manos aunque este último no estaba muy convencido. No veía a Liam muy capacitado para llevarse a dos chiquillos de siete y ocho años a casi dos horas de camino por una carretera comarcal después de todas las emociones que llevaba sufridas. Jane trató de interceder poniendo como excusa que a Liam le haría mucho bien pasar aquel día con los niños y se puso fin a la discusión.
Ver las caras de emoción de ambos durante todo el trayecto a través del espejo retrovisor haciéndole partícipe de todo tipo de anécdotas de sus aún cortas vidas le llenó de felicidad. Era cierto que la risa de un niño le hacía olvidar todo lo malo. No paró de reír durante todo el camino y agradeció en silencio a su hermana Jane el regalo inesperado que le había brindado durante aquella jornada.
Tuvo la suerte de poder dejar el coche aparcado cerca de la zona portuaria. El histórico puerto de Arbroath estaba situado al sudeste del centro de la ciudad. La industria pesquera había sido el principal sustento de la población durante generaciones. Arbroath era especialmente popular por sus ahumados especiales realizados sobre astillas de madera al fuego.
El frío cortaba la respiración, pero agradeció ese aire puro que le llenaba los pulmones. Cuando pusieron pies en tierra, se ocupó de abotonar bien los abrigos de Matt y Sarah, aunque ambos se negaron a ponerse sus gorros y bufandas. Liam los amenazó con darse media vuelta y regresar a Callander y los dos terminaron obedeciendo sin rechistar. Les propuso alquilar unas bicicletas para hacer un pequeño circuito de no más de cinco o seis kilómetros por los alrededores de Forfar Loch para entrar en calor y ambos aceptaron emocionados la propuesta. Pararon para hacer algunas compras en Angus Farmer Market aprovechando que era el primer sábado del mes. Una vez devueltas las bicicletas, saciaron su voraz apetito en The Pageant, en Kirk Square, donde se vio obligado a firmar algunos autógrafos ante la mirada orgullosa de sus sobrinos. Dieron un último paseo por el puerto antes de volver a Callander. No eran aún las cuatro de la tarde y prácticamente ya estaba empezando a oscurecer. Los tres contemplaban exhaustos el paisaje apoyados en una barandilla.
—¿Cuándo vas a volver? —le preguntó Sarah con mirada avispada.
—Todavía no me he marchado —le contestó Liam con una amplia sonrisa—. ¿Ya os habéis cansado de mí?
Tanto Matt como Sarah sacudieron la cabeza con tímidas sonrisas. Liam los atrajo cariñosamente hacia él.
—¿Te vas a quedar más tiempo? —Fue Matt quien preguntó esta vez.
—Quizá, no estoy seguro.
—Papá dice que ya no te gusta venir aquí —añadió Sarah— aunque la abuela siempre le regañaba cuando lo decía.
Liam sintió un pequeño pellizco en el estómago.
—¿De veras crees que no quiero venir? —Acarició cariñosamente su cabeza a través del suave tejido de lana de su gorro.
—Yo creo que no puedes venir porque tienes demasiado trabajo. Eso decía siempre la abuela ¿Es por eso que tampoco tienes hijos? —preguntó con los ojos muy abiertos.
Liam no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—Para tener hijos hace falta una mujer que quiera tenerlos.
—Una novia, ¿verdad? —intervino Matt—. Pero mamá dice que tienes novia.
Liam se acordó de Lisa. No había vuelto a conectar el móvil desde su llegada a Escocia. Supuso que tendría que tener cientos de llamadas perdidas.
—El que tenga novia no quiere decir que vaya a tener hijos con ella —contestó sonriendo.
—Claro, tonto —explicó Sarah a su primo—. Tendrá hijos cuando encuentre a la novia adecuada.
—Exacto, eso es —añadió Liam.
—¿Y si encuentras a una novia guapa la traerás aquí? —preguntaron los dos al unísono.
—Por supuesto —respondió Liam riendo—. Me tendréis que dar el visto bueno.
Los tres rieron de lo lindo. Cuando las risas se acallaron Sarah dirigió una mirada de admiración a su tío.
—Promete que vas a venir a vernos pronto otra vez —le suplicó—. Ahora todo estará muy triste sin ti y sin la abuela.
Liam se agachó para ponerse en cuclillas a la altura de ambos.
—Escuchadme con atención los dos —les dijo—. Sé que últimamente os he tenido un poco abandonados, pero eso no significa que no me haya acordado de vosotros. El trabajo me ha robado mucho tiempo de mi vida, más de lo que hubiera deseado, pero ahora pienso hacer un pequeño descanso para dedicarme más a aquellos a los que quiero. Prometo que me veréis más a menudo en carne y hueso y no a través de una webcam. Es más, hablaré con papá y mamá para llevaros a California de vacaciones el próximo verano. Ahora que sois más mayores y responsables no creo que me vayan a poner ninguna pega.
—Tío Liam ¡Qué bien! Tienes que convencerlos, ¿eh? Por favor, convéncelos —gritaba emocionado Matt.
—Empezaremos a hacer méritos los tres para conseguirlo, ¿vale?
Ambos asintieron y de inmediato echaron los brazos al cuello de Liam para darle un beso. Liam los mantuvo abrazados durante un rato y se separó de ellos antes de que vieran como se le atravesaba un nudo en la garganta.
—Volvamos ya a casa si no queremos tener problemas con la Sargento Jane.
Volvieron a reír con energía y se dirigieron hacia el lugar donde estaba aparcado el vehículo para regresar a Callander.
Jane cerraba con sigilo la puerta de la habitación de los niños al tiempo que Liam salía del baño envuelto en una toalla a la cintura.
—¿Ya se han dormido? —le preguntó en voz baja.
—Sí, estaban realmente agotados. Si vas a darles un beso de buenas noches seguro que no se enteran.
—Lo haré de todos modos —le contestó con aquella cándida mirada tan propia de él.
—No tardes —le dijo Jane con una leve pero calurosa sonrisa—. La cena ya está lista.
Liam asintió. Jane se dirigía hacia la escalera cuando Liam la detuvo.
—Jane.
—¿Sí? —Su hermana se volvió hacia él. A pesar de que era su hermano menor, de nuevo se volvía a sentir empequeñecida por aquella portentosa fisonomía.
—No tengo palabras para agradecerte lo que has hecho por mí. Me refiero entre otras cosas al hecho de que hayas mediado a mi favor con Keith con el tema de los niños.
Jane se encontró de nuevo con aquellos ojos azules, tomó su muñeca entre sus manos y la apretó con una infinita ternura.
—Lo he hecho por ellos. Cuando llegaron del colegio y les dije que estabas de camino, apareció un brillo en los ojos de ambos que es difícil de describir. Para un niño, ser el centro exclusivo de atención aunque sea por unas horas por parte de alguien que el resto del mundo idolatra es todo un privilegio. No estaba dispuesta a privarlos de ese pequeño momento de gloria en sus vidas. Y aunque no lo creas, Keith también te agradece lo que has hecho hoy por ellos. Los dos te lo agradecemos.
Liam no supo qué decir. Se deshizo de las manos de su hermana y la envolvió en un emotivo abrazo. Jane se sintió conmovida y al mismo tiempo abatida porque había soñado tantas veces con volver a percibir aquellas oleadas de sentimientos por parte de su hermano, que por un momento no creyó que aquello pudiera estar sucediendo. Se separó de él y le acarició suavemente el antebrazo.
—Ponte algo encima rápido o pillarás un resfriado. La cena nos espera —añadió con una simpática mueca.
—Bajo enseguida.
La cena transcurrió de forma apacible. Todos se mostraron cordiales y amables con el solo objetivo de hacer olvidar a James por unas horas la desdicha que le acompañaría eternamente.
Anabelle, la esposa de Keith, había cocinado una deliciosa sopa típica escocesa, Cullen skink, elaborada a base de abadejo ahumado, leche y puré de patatas. Jane había cocido el salmón fresco que Liam había traído de Arbroath. Lo había cocido entero en un caldo de agua, vino y verduras hasta que su piel rojiza se volvió de un delicado color rosa. Estaba realmente exquisito. Douglas, el esposo de su hermana Jane, había colaborado comprando en una pastelería de Main Street de Callander un pastel Dundee, cubierto de almendras, con frutos secos y especias. Había sido sin duda todo un banquete, y como era costumbre en las reuniones familiares, los caballeros que había en la mesa se levantaron de sus asientos para retirarlo todo y llevarlo a la cocina. Keith insistió en que Liam le ayudaría, librando así a Douglas y a su padre de la tarea. Liam sabía que quería quedarse a solas con él y parecía ser que el resto de los presentes habían comprendido perfectamente sus intenciones.
Keith iba metiendo los platos en el lavavajillas mientras Liam se dedicaba a ir fregando a mano algunas cacerolas. Hablaban de temas intrascendentes como la política, asuntos concernientes al despacho de Keith y la cercanía de la ansiada primavera. Una vez Keith hubo terminado su labor se dirigió hacia la despensa. Ninguno de ellos quiso pronunciarse sobre la triste pérdida de su madre. Cada uno guardaba su pena en silencio.
—No sé si sería apropiado ofrecerte un whisky —le dijo saliendo de la despensa y colocando la botella en la mesa de la cocina.
—Si tu objetivo es ponerme a prueba, la respuesta es no —dijo Liam con la vista fija en el fregadero.
—No ¿qué?
—No es apropiado que me ofrezcas un whisky. —Esta vez sí que alzó una mirada en cierto modo desafiante. Al ver que su hermano no pronunciaba palabra, Liam volvió a sus quehaceres domésticos.
—Entonces beberé por los dos —añadió Keith.
Abrió un armario para coger un vaso. Lo llenó y lo dejó sobre la mesa. Después abrió un cajón cercano al horno y extrajo un paño limpio para secar lo que Liam iba soltando en el escurridor.
—No hace falta, yo puedo hacerlo —le dijo sin mirarlo.
—Así acabaremos antes —contestó Keith.
Terminaron aquella tarea en pocos minutos sin que mediara palabra alguna entre ellos. La tensión era palpable. Keith se acercó hasta la mesa para beber de su vaso mientras Liam lo hacía hasta el frigorífico para coger una pequeña botella de agua.
—Gracias por llevarte a los niños hoy a Arbroath. Les has hecho pasar un día inolvidable. Necesitaban saber que aún estabas ahí.
Liam bebió un trago largo de la botella.
—Siempre he estado ahí —le dijo con semblante serio.
—No siempre, Liam. Al menos no de la manera que nosotros hubiéramos querido.
—Lo he hecho lo mejor que he podido. Me gustaría saber cómo lo habrías hecho tú si hubieras estado en mi lugar —decía mientras cerraba la puerta de la cocina.
—No quisiera estar en tu lugar.
—¿De veras? Pues yo diría que sí que te habría gustado.
—Siempre envidié tu talento si es eso a lo que te refieres, pero en ningún momento he envidiado al hombre que estaba empezando a hundirse en el fango y que no ha tenido la valentía suficiente para pedir ayuda.
—Sí que la pedí.
—¿Dónde? ¿En una exclusiva clínica de rehabilitación para millonarios? No es ésa la ayuda de la que yo estoy hablando. ¿Qué hay de tu familia? Esa familia de la que tanto te enorgulleces cuando hablas con tus queridos amigos de la prensa.
Liam guardó silencio. Sabía que su hermano tenía aún mucho más que decir.
—Han sido casi dos años, Liam. Dos años. ¿Sabes lo que es ver la frustración en los ojos de tu hermana y de tus padres e incluso en los de tus sobrinos cuando sus compañeros de clase les repetían hasta la saciedad que su tío Liam, el actor, era un borracho? Maldita sea, teníamos que cerciorarnos a través de Clyde de que estabas sobrio para que pudieras aparecer en la webcam y hablar con ellos. ¿Cómo crees que nos hemos sentido todos sabiendo que te dejabas ir y que estabas cometiendo el error de apartarte cada vez más cuando lo que tenías que haber hecho era precisamente todo lo contrario?
—Tú no lo entiendes.
—Entonces explícamelo de una maldita vez.
—Me sentía avergonzado, humillado —respondió Liam cabizbajo—. No podía acudir a vosotros en ese estado. Para mí era una deshonra. Si crees que no me importaba el hecho de no estar a vuestro lado en aquellos momentos, te equivocas. Lo único en lo que pensaba era en si todo aquello por lo que había luchado merecía realmente la pena. Había momentos en los que deseaba dormirme y despertarme de nuevo en mi apartamento de Edimburgo, listo para ir al despacho para ver qué problemas podía resolverle al mundo en vez de causarlos yo. Si me metí en aquel problema yo solo, tenía que salir de él de la misma manera. No estaba dispuesto a que os ensuciarais las manos por mi culpa.
—Sabes que en el momento en que nos hubieras tendido la mano habríamos acudido todos, sin excepción.
—Ahora lo sé, pero en aquel momento estaba perdido. La decepción se había apoderado de mi persona. Estaba en medio de ninguna parte y no sabía qué rumbo tomar. Me había transformado de tal manera que ni yo mismo me reconocía. He reaccionado tarde, Keith, pero lo he hecho. —Tomó aire en un intento de calmarse antes de proseguir—. He vuelto a recuperar el control de mi vida, algo que creía que nunca volvería a conseguir.
—Para volver a recuperar el control has dejado demasiadas cosas en el camino.
—Nunca me perdonaré el no haber estado al lado de mamá en sus últimos momentos y eso será un peso con el que tendré que cargar el resto de mi vida. No hace falta que me lo recuerdes.
—Había momentos en los que ni Jane ni yo parecía que existiéramos. Siempre la misma cantinela. El pobre Liam, la tensión emocional que arrastraba Liam, la soledad de Liam, Liam necesita esto, Liam necesita lo otro. Una y otra vez… y nosotros esperando en silencio a que Liam se dignara a aparecer para enfrentarse de una vez por todas a la realidad. ¿Sabes lo que es verlos a los dos hundidos en la más absoluta de las miserias por tu culpa? ¿Sabes lo que es ser un cero a la izquierda?
—¿Estoy oyendo hablar al mejor abogado de toda Escocia, padre de familia entregado, fabulosa esposa, encantadora hija, al que siempre me ponía de ejemplo mi padre desde que me levantaba hasta que me acostaba? —La indignación de Liam empezaba a ser más que evidente.
—Sabes que eso no es cierto —dijo Keith a sabiendas de que sí lo era.
—Siempre estuve a tu sombra. Tú eras el hijo perfecto e impecable. Lograbas triunfar en todo aquello que te proponías. Carrera, mujeres, trabajo. Yo, sin embargo, fui el mediocre, el inseguro pero encantador Liam que se quedaba siempre atrás esperando alcanzarte algún día, pero cuando parecía que por fin iba a estar a tu altura, tú entonces inventabas alguna argucia para conseguir mejorar tu marca mientras que yo, como era habitual, me volvía a quedar en el camino.
—Si crees que lo que acabas de decir te disculpa de todo lo que has hecho te estás engañando a ti mismo.
—No estoy buscando culpables donde no los hay, Keith. El único responsable de mis actos soy yo y nadie más. Pero no me vengas con monsergas con respecto a quién ha sido o dejado de ser el hijo predilecto porque por ahí sí que no voy a pasar.
—Tengo que reconocer que tu capacidad de oratoria no la has perdido. Si estuviéramos ante un jurado estaría claro a favor de quién se habría pronunciado un veredicto.
—A tu favor supongo —contestó Liam después de beber de un trago lo que quedaba de agua en su botella.
Keith sacudió la cabeza.
—Lo que te diferencia de mí es que tú eres el mejor en cualquier cosa que te propongas hacer. Yo sólo soy el mejor en lo que sé hacer.
Keith bebió un trago de su whisky. Contempló el vaso casi vacío. Levantó la mirada de nuevo hacia su hermano.
—No podía volver aquí y ver la decepción en vuestros ojos. Sabía que me estaba equivocando, Keith. Lo sabía, pero aún así estaba convencido de que la única forma de empezar de nuevo era apartándome de todos los que deseaban tenerme a su lado. No supe encajar con valentía el cáncer de mamá porque no podía creer que en el momento más crítico de mi vida también tuviera que enfrentarme a una enfermedad que probablemente terminaría con su vida.
—En ese momento deberías haber vuelto y lo sabes.
—Lo hice.
—No estuviste ni treinta minutos en el hospital. Maldita sea, mamá no tuvo tiempo de reaccionar a tu visita. Te volviste al aeropuerto como alma que lleva el diablo sin siquiera pasar por casa para ver a tu familia.
—No, Keith. No estaba en condiciones de tomar esa decisión y eso tú también lo sabes. Otras personas como Izzie y Clyde tuvieron que tomarlas por mí. Si no hubiera sido por Izzie no habría salido de ese agujero. Jamás me podré olvidar de las consecuencias de mis actos. Sé que con mi actitud mamá se puso mucho peor, pero te repito que puedes estar tranquilo porque estoy pagando con creces la condena y la estaré pagando de por vida.
Keith mantuvo la vista fija en su hermano.
—Siempre decía que si tu ausencia servía para que volvieras a ser el Liam de siempre, entonces todo valdría la pena.
—No sé hasta qué punto. A veces me pregunto si… —No pudo continuar.
—Fue el cáncer lo que acabó con nuestra madre, no tú. Quiero que eso te quede claro. Tampoco me parecería justo que te culparas por algo que ni tú ni nadie podíamos controlar.
De nuevo el silencio.
—No he vuelto a tomar una copa desde el mismo día en que Izzie y Miles entraron en casa. Querías preguntarlo, pero no te atrevías. Te he ahorrado el mal trago —dijo haciendo hincapié en las últimas palabras.
—Nunca he dudado de tu capacidad para salir de grandes aprietos. Si algo he admirado en ti, es eso precisamente.
—¿El qué? —preguntó Liam sin saber a ciencia cierta a lo que se refería.
—Por muchas veces que caigas siempre te levantas y continúas sin ayuda.
—Yo no lo veo como una virtud; más bien un defecto que ha hecho que esté a punto de perder lo que más quiero.
Keith se levantó y se dirigió hacia él.
—Mamá siempre nos decía que, a pesar de las apariencias, eras el más vulnerable de todos nosotros. Incluso en sus últimos días nos lo recordaba. «Liam no es tan fuerte como todos pensáis, os necesita. No le guardéis rencor porque sé que está sufriendo tanto o más que nosotros». Yo estaba tan indignado y cegado que no veía en ti tal vulnerabilidad. Lo único que veía era simple cobardía.
—No te equivocaste.
—Sí, en cierto modo, sí que lo hice. No supe entender por lo que estabas pasando y por una vez en la vida traté de ponerme en tu lugar. A pesar de todo, tengo que darte las gracias —le dijo.
—¿Por qué? —le preguntó Liam con expresión confusa.
—Por haber vuelto.
Esta vez Liam recibió el abrazo que su hermano le había negado dos días atrás.