Capítulo tres

Ambos sostenían con ambas manos la humeante taza mirando al vacío. Aún no habían pronunciado palabra. El libro de Irving Wallace junto con la foto reposaba sobre la gruesa mesa de madera de la cocina. Fue James quien rompió el tedioso silencio.

—¿No hay nada que quieras decirme, Liam?

Liam levantó la vista de su taza y lo miró atentamente.

—No sé por dónde empezar —respondió de nuevo absorto en sus pensamientos.

—¿Cómo te sientes?

—Se supone que soy yo quien debería hacerte esa pregunta. Acabas de perder a la mujer con la que has compartido más de cuarenta años de tu vida. Y no sólo eso; el hijo en el que tenías puestas todas tus ilusiones no ha estado a la altura de las circunstancias en los momentos en que más lo necesitabas.

—Esa respuesta no me convence —le dijo James mientras bebía lentamente de la taza.

—Me he convertido en un desconocido —continuó Liam—. Estoy exiliado de mí mismo. He logrado el respeto y la admiración de gente que no sabe nada de mí y, sin embargo, no he sido capaz de provocar esos mismos sentimientos en aquéllos que me han visto crecer y madurar. —Se detuvo un instante antes de continuar—. He vuelto al que fue mi hogar después de haber tocado fondo para ver en los ojos de Jane el conflicto interior que la está envenenando y para ver a Keith sacrificar una muestra de ternura a favor de una simple muestra de afecto. He cometido errores garrafales, pero los he reparado, papá. No llevo aquí ni veinticuatro horas y me he topado con demasiados recuerdos, recuerdos que he querido arrinconar una y otra vez, pero parece que mi corazón se resigna a doblegarse ante el olvido. Y ¿quieres saber cómo me siento? Te lo diré. Me siento un ser despreciable y ruin. Me siento mezquino, ingrato. Es más, creo que hace tiempo que dejé de sentir.

De nuevo el silencio. James bebió un sorbo del líquido caliente y sin decir nada se levantó de su asiento.

—¿Adónde vas? —preguntó Liam con inquietud en la voz.

Su padre le puso la mano sobre el hombro cuando pasó por su lado y se lo apretó afectuosamente.

—Vuelvo enseguida. Tengo algo para ti.

No tardó más de cinco minutos en volver a la cocina. Traía consigo una vieja caja de madera que colocó frente a él.

—¿Qué es esto? —preguntó aturdido.

—Mamá lo tenía guardado para ti. Lo recibimos la víspera de Navidad. Descúbrelo tú mismo. Te espero en el salón.

—Pero…

—Es mejor que estés solo. —Se volvió a levantar—. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Liam asintió confundido y dejó marchar a su padre. Miró de nuevo la foto que había encontrado dentro del libro que Amy le había regalado. Allí estaban los dos, abrazados y sonrientes en el centro de la imagen con dos jarras de cerveza, rodeados de George, Valerie, Jill, Tommy y Mel, en un pub de Shandwick Place.

Le temblaba el pulso cuando se disponía a abrir la caja. Había algunas fotos de su último año en la Facultad de Derecho de Edimburgo, amuletos o fetiches de recuerdos de actividades relacionadas con la universidad, entradas de museos o del Traverse, portadas y recortes de artículos y críticas que se hacían eco del estreno de sus películas así como de fiestas y otros eventos en los que siempre era noticia. También se encontró con varios recortes de periódico que no hablaban precisamente de lo buen actor que era, sino más bien de su falta de prudencia por conducir bajo los efectos del alcohol. Parecía como si aquella caja quisiera recordarle de un golpe lo que había sido de su vida durante los últimos diez años.

Pero lo que llamó su atención de inmediato fue un sobre de tamaño folio desgastado y atado con una cinta. Alguien lo había abierto para ver lo que había en su interior pero lo había vuelto a guardar utilizando el mismo método. En el sobre no había ninguna dirección, ni remitente, ni destinatario. Deshizo el nudo de la cinta y lo puso boca abajo para deslizar el contenido. Se trataba de un manuscrito cuidadosamente encuadernado. Encima de la solapa del mismo había un sobre adherido que estaba destinado a él. Antes de abrir el cuaderno, rasgó el sobre que contenía su nombre y extrajo una carta escrita a mano. Aquella letra la reconoció inmediatamente. Suspiró intranquilo mientras desdoblaba el papel y comenzó a leer.

22 de diciembre de 2005,

Aquí estoy de nuevo, Liam. He regresado a Escocia después de varios años. Esta vez el motivo de mi visita ha sido diferente. Sencillamente en este momento de mi vida necesitaba volver aquí, aún sabiendo que no te encontraría, pero una vez me hiciste prometer que el día que decidiéramos poner una fecha al cumplimiento de un sueño encontraríamos la manera de hacérselo saber al otro y el tuyo se ha cumplido.

Sé que merecías una explicación después de todo lo que ocurrió, pero tuve razones más que justificadas para hacer lo que hice. Bien sabe Dios que fue la decisión más dura que he tenido que tomar en toda mi vida. Supongo que cuando quise darme cuenta del error que había cometido ya era demasiado tarde. Pasados los años he visto que, a pesar de todo, ha merecido la pena. Has llegado a la cima y eso es lo único que me importa.

No te escribo estas letras para hacerte reproches. A pesar de que nos unían los mismos deseos e inquietudes, la vida nos ha llevado por caminos totalmente opuestos. Finalmente, cada uno ha encontrado lo que realmente quería o, al menos, espero que así sea. Parte de mi sueño era que se cumpliera el tuyo. A pesar de tu aparente vulnerabilidad, siempre me ha faltado el arrojo y la rapidez de toma de decisiones que tú tuviste y de sobra sabes que te admiro por ello. Aunque no lo creas, me has demostrado ser el más valiente de los dos. Sabías lo que querías y has luchado hasta conseguirlo.

He seguido tus pasos a través de tus padres. He visitado Escocia en varias ocasiones y siempre que he podido he venido a visitarlos. Tú sabes mejor que nadie lo que supuso para mí el cariño mostrado por toda tu familia después de la pérdida de mi padre. Espero de corazón que tu madre se recupere. Es tan injusto todo lo que le está sucediendo. Te estaré eternamente agradecida por haberme hecho pasar en esta bendita tierra el año más feliz de mi vida como tampoco me olvido del tiempo que tuve la suerte de tenerte a mi lado en San Francisco.

Fui a verte en tu primera obra de Broadway y no sabes lo orgullosa que me hiciste sentir. Todavía tiemblo de la emoción sólo de pensarlo. He visto tus películas cientos de veces, aunque he de confesarte que habría hecho muchos retoques en alguno de los guiones que interpretabas. ¿Recuerdas? Yo escribo, tú interpretas. Nuestro lema. Espero de corazón que seas feliz de verdad.

Sé que has creado tu propia productora, Arbroath Film Entertainment. Adjunto a esta carta te mando una preciosa historia. Una historia con la que te identificarás plenamente porque tú formas parte de ella. Pero tiene una particularidad. No está terminada, Liam. Volviste a aparecer en mi vida en un momento crucial y no he dejado de pensar en ello desde entonces. Tengo la vaga sensación de que desde aquel mismo instante en que volví a sentirme inundada por la inmensidad de tus ojos en el hotel Alvear Palace, el barco de mi vida comenzó a hundirse de nuevo, si bien sospecho que a pesar de mis intentos, nunca llegó a estar a flote. Sé que esto llegará a tus manos en el momento apropiado. Ahora es tu decisión. Esta vez, tú escribes el final.

Te quiere siempre, Amy

Volvió a leerla un par de veces más porque aún no daba crédito a toda la información que acababa de recibir en tan sólo unos minutos. Sintió que las lágrimas de impotencia afloraban en sus ojos pero apretó los labios en un gesto inconsciente para tratar de apartarlas de sus pupilas. Dobló el papel de nuevo y lo metió en su sobre. A continuación, abrió el manuscrito. En la primera página decía: «Dedicado a Liam Wallace».

La segunda página comenzaba con la siguiente frase:

AEROPUERTO INTERNACIONAL DE EDIMBURGO,

26 DE AGOSTO DE 1993

De nuevo cerró el cuaderno. No pudo continuar. Se levantó y se dirigió al salón donde su padre le esperaba.

Estaban sentados de nuevo frente a frente en el salón.

—¿Por qué has elegido precisamente este día para mostrarme todo esto? —Los ojos de Liam mostraban un dolor demasiado intenso.

—Porque tu madre me hizo prometer que no lo haría hasta que…

—¿Hasta que muriera? —le interrumpió él con cierto tono de impotencia en la voz.

James sacudió la cabeza.

—Hasta que volvieras.

—No he vuelto para quedarme, papá. Es cierto que quiero pasar algún tiempo aquí pero eso no significa que me vaya a olvidar de mis otras obligaciones.

—No me refería a volver en el sentido estricto de la palabra sino al figurado. Hoy lo he visto en tus ojos, Liam. Has estado aquí muchas veces, pero no eras tú el que nos visitaba. Estabas aquí físicamente, pero tu alma vagaba sin rumbo y lo sabes. Hacía años que no veía en ti esa mirada sincera que siempre te caracterizó. Esa transparencia fue sustituida hace demasiado tiempo por una oscuridad infinita en la que, sin saberlo, estabas empezando a ahogarte.

—Prefiero no hablar de ese tema —susurró terriblemente angustiado.

—No tengo intención de hacerlo porque el milagro ha ocurrido y aunque tu madre no haya vivido para verlo con sus propios ojos, sé que donde quiera que se encuentre ha sido partícipe de ese momento al igual que lo he sido yo.

Liam agachó la cabeza y escondió el rostro entre sus manos.

—¿Es cierto que siempre que ha regresado a Escocia ha venido a visitaros? —Volvió a levantar su rostro lentamente a la espera de la respuesta.

Su padre asintió.

—¿Cuándo fue la primera vez? —Le volvió a temblar la voz.

—En diciembre del 98. Dos semanas antes de Navidad.

Liam rememoró inmediatamente el día en el que tan sólo meses antes de aquellas fechas, había visto con sus propios ojos cómo Amy ya estaba fuera de su alcance.

—No puedo creerlo —dijo a media voz a medida que se levantaba del sofá y comenzaba a pasear de un lado a otro sin atreverse a pronunciar palabra.

De repente se detuvo.

—Estuvo aquí y no me dijisteis nada ¿cómo pudisteis hacer algo semejante?

—Ella nos lo pidió así. No teníamos elección.

Liam se dio cuenta de que comenzaba a acelerarse, pero apretó los puños en un vano intento de calmarse y tomó aire antes de volver a hablar.

—¿Y después de aquella primera vez?

—Todos los veranos hasta el año 2001. Sólo felicitaciones de Navidad durante los dos primeros años. Después se esfumó. Hasta que recibimos esta caja hace unos meses.

—¿Por qué dejó de visitaros de repente? ¿Qué ocurrió?

—La última vez que estuvo aquí vino expresamente para darnos la feliz noticia.

—¿Qué noticia?

—Se iba a casar.

Liam permaneció largos segundos en silencio mirando a su padre. Volvió a tomar asiento.

—¿Llegó a darte algún dato del afortunado? —Esta vez la agonía de su voz fue demasiado evidente.

—Creo recordar que su nombre era Jorge Stich.

—¿Jorge Stich?

—Era argentino de ascendencia alemana, economista y trabajaba con ella en Murray & MacBride en San Francisco. Antes de incorporarse allí, había estado trabajando en Chicago durante cuatro años. La firma se había asociado con alguien más según nos explicó, y le habían ofrecido la posibilidad de dirigir las oficinas que tenían previsto abrir en América Latina. Una vez que contrajera matrimonio, se marchaba a vivir a Buenos Aires.

—Buenos Aires… —repitió para sí Liam en un débil murmullo. Recordó con una dolorosa claridad su viaje a Buenos Aires para promocionar Delito de omisión y localizar posibles exteriores para el rodaje del próximo proyecto que protagonizaría y produciría con Clyde como socio de Arbroath Film Entertainment. Era curioso que el personaje al que él iba a dar vida fuera precisamente un alemán huido a Argentina. Aquel suceso de tres escasos minutos en la ciudad de Buenos Aires supuso el comienzo de su declive personal, lo cual resultaba paradójico. Precisamente, aquel oscuro período en el que a punto estuvo de descender al mismo infierno fue el que le llevó a interpretar el mejor papel de su carrera.

—Estaba en todo su derecho, Liam.

Se volvió a levantar para dirigirse hasta la ventana que daba al porche. Ahora lo comprendía todo. Aquello fue un duro golpe que no supo encajar. La indignación estaba a punto de hacerlo estallar.

—¿Derecho a qué? —preguntó enervado y resentido girándose hacia su padre—. ¿Derecho a dejarme plantado como lo hizo? ¿Derecho a romper el pacto que habíamos establecido? ¿Derecho a visitar a escondidas a mi familia e implicarlos en el grave error de guardar el secreto durante años? ¿Derecho a meter en una vieja caja de madera los escombros de mi vida para después invitarme a que escriba el final de una historia que podíamos haber escrito los dos juntos? ¿Derecho a qué, papá?

—A ser feliz.

—¿Y qué hay de mí?

—Tú tuviste otra forma de buscar tu felicidad, hijo, y no puedes negar que la conseguiste. Has alcanzado tu sueño más preciado.

—No puedo creer que estés diciendo algo semejante —le dijo con mirada entristecida.

—Si ella se hubiera unido a ti en el intento sabía que no lo conseguirías. Te dejó volar. Es tan simple como eso.

De repente Liam empezó a sonreír con sarcasmo.

—¿Me estás diciendo que ella hizo el sacrificio de apartarse para que consiguiera mi anhelada fantasía de convertirme en actor? Dios… ése es el acto más vil y cobarde que alguien se ha atrevido a hacer por mí.

—Por duro que te parezca es así. No seas insensato, Liam. Tú estabas viviendo a unos niveles que estaban a años luz de Amy. Hace once años que decidiste aventurarte a cruzar el Atlántico para probar suerte y la suerte te acompañó. Eres rico, guapo y poderoso, y estás rodeado de mujeres por las que muchos mortales darían la vida. Tú elegiste un camino y Amy eligió otro. No tenéis derecho a reprocharos nada el uno al otro. Vuestra relación no llegó a cuajar. Siempre fuisteis más amigos que pareja.

—¿Amigos? —Volvió a mostrar una sonrisa melancólica—. Eso es lo que os dijo… «amigos». Su mejor amigo resultó ser la persona que lo abandonó todo para seguirla. No me marché a California para ser actor, papá. Me marché para iniciar una vida junto a ella.

—Pero no salió bien. Nunca me he inmiscuido en vuestras decisiones. Además, desde que perdisteis el contacto nunca volviste a mencionarla.

—¿Cómo pretendías que la mencionara después de lo que había hecho? Me abandonó. Desapareció sin darme una explicación coherente. ¿Cómo… cómo podíais mirarme a la cara sabiendo que ella había estado aquí? —Sus ojos eran la viva expresión de la rabia contenida.

—Tenerla a ella aquí aunque fuera sólo durante unas horas era como tenerte a ti, Liam. Siento si no lo hicimos correctamente pero así lo pidió Amy. Ella juró que tenía sus razones para hacer lo que hizo. Lo hecho, hecho está. Ya no hay marcha atrás.

—Si sabes que ya no hay marcha atrás, ¿por qué me has enseñado la caja? ¿Por qué precisamente ahora?

—Por una razón muy sencilla, hijo. Te he visto coger el libro que te regaló, he visto esa mirada cuando has leído sus letras dedicadas y cuando has sujetado la foto entre tus temblorosas manos.

—¿Y qué mirada es ésa si se puede saber?

—La misma mirada que se reflejaba en mis ojos cada vez que tu madre estaba cerca.