La sonriente azafata se detuvo una vez más al lado de su asiento y le entregó un pequeño papel doblado.
—Un mensaje del comandante —le dijo con un intencionado tono bajo de voz.
Liam le daba las gracias al tiempo que desdoblaba la nota entregada que decía:
Un coche te espera a tu llegada al aeropuerto. A la salida encontrarás a un joven de cabello largo y pelirrojo recogido en una coleta con un cartel con el nombre de Thomas MacDonalds. Dirígete a él y te guiará hasta un Lexus azul oscuro. Te entregará las llaves y a partir de ese instante me olvidaré de que existes, pero por favor no te olvides de que yo continúo aquí esperando noticias. Mantente en contacto, te lo ruego.
Buena suerte, Clyde
De nuevo sintió una punzada de retorno a la realidad cuando se encaminó por error a la puerta del copiloto pensando que era la del conductor. Sonrió para sí mismo y se dirigió a la puerta correcta para abrirla.
Tomó aire antes de poner en marcha el vehículo en dirección al nordeste por Jubilee Road. Le quedaba aproximadamente una hora de camino hacia su destino. En Graigforth tomó la segunda salida para incorporarse a la A84 que le llevaría hasta Callander, condado de Stirling. Mantuvo la vista en un punto fijo durante todo el trayecto. Aquella carretera se la conocía como la palma de su mano. La había recorrido millares de veces desde su más tierna infancia para pasar las vacaciones estivales y otras fechas entrañables en compañía de su familia. Esos paisajes sólo le evocaban imágenes memorables, pero a partir de ahora las cosas iban a ser muy distintas. El funeral de Katherine Eileen Wallace sería la causa.
Giró a la derecha en Cross Street y continuó hasta Main Street, observando el deambular tranquilo y pausado de los habitantes del lugar. Redujo la velocidad durante unos segundos para mirar el Rob Roy Visitor Center y prosiguió su camino hasta la esquina de Screw It. Sabía que tendría que volver por donde había venido para llegar al cementerio, pero antes quiso cruzar el puente sobre el río Theith para admirar su casa. Allí se alzaba orgullosa, de un blanco inmaculado que contrastaba con el tejado grisáceo de pizarra, salpicada de ventanales rodeados de coloridas flores que hasta en los días más tristes y lluviosos desprendían una luz indescriptible.
La nostalgia lo embargó de nuevo frente a aquellas serenas aguas en las que tantas veces se había bañado haciendo locuras de todo tipo sin importar que hiciera calor o frío e incluso en unos estados de embriaguez memorables. Se dedicó a sí mismo una mueca melancólica reconstruyendo algunas escenas que su mente había querido desterrar hacía mucho tiempo y reanudó su marcha hasta Brigde Street para asistir a la iglesia.
Dejó el coche aparcado a unos cien metros del templo. En el mismo instante en que puso los pies sobre el suelo adoquinado y levantó la cabeza, se cruzó con la mirada de su hermano Keith que lo observaba con una extraña expresión a poca distancia. Lo había visto llegar desde la entrada en la que empezaban a aglomerarse todos los asistentes. Escapó de la multitud mientras se veía obligado a detenerse una y otra vez para recibir las muestras de condolencia. Liam se acercó con paso firme hasta él.
—Menudo cambio —le dijo Keith refiriéndose a su afeitado y a su atuendo informal.
Liam asintió con la mirada, todavía incapaz de pronunciar palabra.
—Tienes aspecto cansado, pero sin duda estás mucho mejor que la última vez. Por un momento he creído estar en otra época y otro lugar. Parece como si no hubiera pasado el tiempo.
—Pero sí que ha pasado —dijo Liam.
—Creí que vendrías acompañado de tu manada.
—Hice un trato con Clyde. Lo dejé plantado en Londres —le contestó, con las manos metidas en los bolsillos y clavando la vista en el suelo.
—¿Quieres decir que has venido solo? —preguntó Keith incrédulo.
Liam asintió y esta vez sí que lo miró directamente a los ojos del mismo intenso color azul que los suyos y Keith supo que estaba a punto de derrumbarse. Sabía lo que en ese instante necesitaba su hermano. Necesitaba un abrazo pero no pudo hacerlo, todavía no. Le apretó el hombro cordialmente. Liam sabía que era una forma de decirle que todo se haría a su debido tiempo y lo entendió.
—Entremos —le dijo Keith—. Todo el mundo te está esperando.
Se sintió rodeado de rostros afligidos, la mayoría de ellos conocidos. Los abrazos y los mensajes llenos de afecto y adoración por Katherine Wallace lo llevaron a desear evaporarse de aquel lugar por el intenso sufrimiento que le invadía en aquel momento. Al tiempo que supervisaba a la multitud, concentró su búsqueda en la primera fila de asistentes para encontrarse con el desconsolado rostro de James Wallace, su padre. Sentada a su lado se encontraba su hermana Jane, que alzó despacio la cabeza para mirarlo con una expresión de desazón. Dijo algo al oído de su padre y ambos respondieron a la silenciosa mirada de Liam, presa del mismo desconsuelo.
Jane contuvo el aliento cuando su hermano se detuvo ante ella. Repentinamente el corazón comenzó a martillearle en el pecho. El aspecto de Liam era de total agotamiento. Sin embargo, estaba espléndido.
—Jane —susurró Liam al tiempo que se le humedecían los ojos y acogía en sus brazos a su hermana mayor. Jane se sintió súbitamente derrotada por un oscuro conflicto interior. Estaba tan feliz de tenerlo tan cerca. Se aferró a él sollozando en silencio. Se separó de ella inmediatamente para encontrarse con la imponente figura de su padre, que de la noche a la mañana parecía haber envejecido diez años.
—He vuelto a casa —murmuró Liam.
James no necesitó escuchar nada más. Lo estrechó con firmeza entre sus brazos impregnándose de la angustia contenida por su hijo.
Ambos temblaban, confinados cada uno en su propio dolor.
—¿Por qué, Liam? Dime, ¿por qué? —Aquella suplicante cuestión hacía referencia a tantas cosas. A la muerte injusta de su esposa y a sus propias vidas, sobre todo a la de Liam.
—Nadie tiene la respuesta, papá.
Se le humedecieron de nuevo los ojos al tiempo que expulsaba el aire para volver a mirar a su hijo.
—Mamá está tan feliz de que hayas vuelto…
Liam supo en ese preciso instante que aquel regreso a Callander marcaría un antes y un después en su caótica existencia. Lo que todavía ignoraba era el hecho de que, en breve, tendría que hacer frente al papel más complicado de su carrera y esta vez no lo interpretaría frente a una cámara.
El ruido de la enérgica lluvia que golpeaba la ventana de su antigua habitación lo despertó después de haber logrado cerrar los ojos durante lo que calculó no debía de ser mucho tiempo. Trató de abrirlos completamente para consultar la hora en el reloj de su mesilla de noche. Faltaban diez minutos para las tres de la madrugada y no hacía ni dos horas que se había ido a dormir después de una jornada de sentimientos que dejarían huella en su alma hasta el fin de sus días.
Se incorporó y permaneció un rato sentado en su cama mirando al vacío y oyendo el dinámico sonido de la embravecida lluvia escocesa contra los cristales. Se levantó y salió al pasillo, pero volvió a entrar porque hacía un frío de mil demonios. Abrió su armario para buscar algo de abrigo y lo primero con lo que tropezó fue con un grueso albornoz de color azul. Eso fue lo que se puso encima y se aventuró a salir de nuevo hacia las escaleras. La madera crujía bajo sus lentos pasos. Trató de no hacer ruido para no despertar a nadie. Entró en el salón y encendió sólo una de las lámparas de mesa que se hallaba junto al sofá que había frente a la chimenea. Aprovechó para echar algo de leña y avivar el fuego para compensar la falta de calor en la estancia.
Cuando se levantó, después de dejar sobre la cubeta un pequeño tronco que finalmente no utilizó, se encontró con varios marcos de fotos con imágenes de sí mismo, solo o acompañado de sus hermanos o sus padres. Una de ellas lo mostraba en brazos de su madre con la nariz llena de merengue el día de su quinto cumpleaños. A ambos lados había una de los tres Wallace en los desfiles de los Festivales de Verano de Edimburgo donde habitaban durante el resto del año. Siguió con la mirada la hilera de retratos de su vida. Graduación en Derecho, compañeros de clase suyos y de Keith del Saint Mary R. C. Primary School de Edimburgo, su primera aparición con once años en una obra en Saint Augustine School, su primer papel protagonista en una adaptación de David Copperfield de Charles Dickens en el King’s Theatre y una excursión familiar al Parque Nacional Trossachs, entre otros. Por último, se fijó en una foto mucho más reciente que se apoyaba sobre un libro ya que la sujeción del marco estaba doblada.
En aquella imagen rodeaba con sus brazos a sus padres en la fiesta ofrecida a los nominados y galardonados de la entrega de los Globos de Oro del año 2004. Sostuvo el marco de fotos en sus manos y con el pulgar acarició aquella parte del cristal donde se hallaba el sonriente rostro de su madre. Se disponía a colocarla en su lugar cuando su campo visual se centró en aquel libro sobre el que había estado reclinada la fotografía.
Se trataba del libro The Writing of One Novel del escritor estadounidense Irving Wallace. Lo cogió y abrió la contraportada con manos temblorosas. Todavía conservaba el sello de Cooper Hay Books de Glasgow. Notó cómo se agitaba su respiración al ver las palabras escritas en la primera página.
«NO SUEÑES TU VIDA, VIVE TUS SUEÑOS»
FELIZ CUMPLEAÑOS
AMY, 23 DE NOVIEMBRE DE 1993
—Vaya, creí que era el único que no podía dormir. —Su padre estaba apoyado en la puerta, de brazos cruzados.
Liam se asustó y, sin querer, dejó caer al suelo el libro que sostenía en sus manos.
—No te había oído entrar. Perdona si he hecho ruido y te he despertado.
—No he logrado cerrar los ojos. Te escuché levantarte y yo hice lo mismo.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó Liam confuso mientras se agachaba para recuperar el libro. Una foto salió disparada de entre sus hojas.
—El suficiente.
James esperó a que recogiera la foto para ver la contrariada expresión que se dibujaba en el rostro de su hijo mientras la contemplaba.
Liam miró la foto y a continuación a su padre que lo observaba con semblante reflexivo.
—Voy a preparar un café bien cargado —dijo James.
—Que sean dos —añadió Liam.