Capítulo Epílogo

Escocia, Edimburgo. 26 de agosto de 2008

El público asistente al Traverse Theater de Edimburgo se puso en pie para aplaudir al escocés más universal del siglo XXI.

Liam Wallace fue recibido con un emotivo abrazo por el alcalde de la ciudad antes de cederle la palabra ante la multitud de conciudadanos, familia, productores y directores, políticos, amigos de su infancia y adolescencia, así como compañeros de trabajo y promoción, que fueron al mismo tiempo cómplices de sus sueños en aquel teatro a principios de los años noventa.

Tomó aire antes de comenzar el pequeño discurso que había ensayado cientos de veces en su cabeza desde que había recibido la invitación a aquel generoso homenaje hacía ya más de dos meses. Reparó inmediatamente con cierto pavor en que ese manifiesto que había dibujado en su mente acababa de desaparecer.

—Vaya. Creo que me he vuelto a quedar en blanco una vez más.

El auditorio dejó escapar unas ahogadas risas.

—Pero he salido de situaciones peores, así que este pequeño incidente quedará entre nosotros.

Se escucharon algunos aplausos dispersos.

—Mentiría si no reconociera que ahora mismo estoy terriblemente emocionado y casi al borde del desmayo. Pensaba que estos homenajes me los harían cuando tuviera que ayudarme de un bastón para poder cruzar el escenario, y ahora resulta que tengo la inmensa fortuna de ver que no sólo me lo han hecho estando en pleno apogeo de mis facultades físicas y mentales, sino que además eligen un lugar que para mí lo ha sido todo en mi vida. Y cuando digo que este teatro lo ha sido todo en mi vida, me refiero no sólo a mi vida profesional sino también a la personal.

Se detuvo para desviar la mirada hacia su pequeña familia. Primero hacia Amy, que lo miraba con los mismos radiantes y sonrientes ojos que hicieron que se enamorara de ella nada más verla. Después a sus hijos: William, de segundo nombre Ranjiv, que significaba «victorioso», de preciosa tez canela, ojos color miel y risa contagiosa. Cumpliría cuatro años el 13 de diciembre y, a pesar de que llevaba con ellos menos de un año, a Liam le parecía que había tenido en sus brazos a aquella criatura desde el mismo día de su nacimiento. Y el pequeño y travieso Henry, que había llegado a ellos en el momento más inesperado de sus vidas y al que su hermano mayor adoraba. Ambos eran responsables de que tanto él como Amy estuvieran disfrutando de una de las mejores etapas de su nueva y recuperada existencia. Amy estaba sentada en la primera fila entre su madre y James y otros dos asientos que eran ocupados por los niños, aunque en ese instante Henry estaba medio recostado en su regazo con su asombrada mirada fija en el escenario. Otra parte de la familia directa y parientes cercanos se hallaban esparcidos en el resto de butacas de la primera y segunda fila. Amy susurró algo al oído de William acariciándole el cabello, quien sonrió tímidamente ante sus palabras a medida que enfocaba sus ojos hacia la figura de su padre.

—Tal día como hoy, un 26 de agosto de 1993, tuve el placer de estrenar El vecino de al lado sobre estas tablas. Si aquel verano una preciosa californiana con sangre escocesa en sus venas no hubiera decidido cruzar el Atlántico para cumplir el sueño de vivir durante un año en la tierra de su familia paterna; y si Jill —la buscó entre el público de la segunda fila— no hubiera tenido la genial idea de traerla al Traverse ese mismo día, les aseguro que yo no estaría aquí tratando de recordar el discurso de agradecimiento que tenía preparado.

Se escucharon las complacientes risas de los espectadores.

—Así que me temo que la culpable de todo esto debería dar la cara igual que la estoy dando yo. —Se detuvo para mirar a su esposa que lo miraba con media sonrisa en los labios aunque sabía que con esa mirada si hubiera podido lo habría fusilado—. Vamos, cariño. Sólo será esta vez. Te lo prometo. William, dile a mamá que no debe dejarme solo aquí arriba.

De nuevo las carcajadas del público y la mirada cómplice de William a su madre que optó por levantarse antes de que su marido comenzara a hacer chistes sobre su pánico escénico. A Henry no pareció gustarle la idea de que su madre lo pusiera sobre las rodillas de su abuelo, pero en el mismo instante en que Emily sacaba de su bolso un par de atrayentes barras de caramelo, el pequeño se olvidó de todo. Y William, lógicamente, imitó a su hermano menor yendo en busca de los brazos de su abuela. Amy guió sus pasos hacia la escalera que llevaba hasta el escenario mientras escuchaba los ensordecedores aplausos del incondicional público. Trató de recomponerse cuando subió el último de los seis peldaños. Le temblaban las piernas y Liam lo supo, así que abandonó el atril para ir en su busca. La tomó de la mano con firmeza y le dio un fugaz beso en los labios. Fue entonces cuando el auditorio pareció venirse abajo.

Una vez situados de nuevo en su lugar, los ánimos comenzaron a calmarse. Liam carraspeó antes de hablar.

—No sé la penitencia que me esperará después de esto. Prefiero no pensarlo.

En ese instante no sólo estalló en carcajadas el teatro en pleno. También Amy tuvo que reír ante el comentario.

—Bueno, empecemos a tomarnos esto un poco más en serio —dijo a medida que pasaba su firme brazo alrededor de la cintura de su esposa. Se detuvo para mirarla unos instantes—. He debido de ser muy buen chaval en otra vida cuando en ésta he tenido la suerte de cruzarme con alguien como tú.

Amy tragó saliva y dibujó en sus labios la palabra gracias mientras se escuchaba una profunda ovación del público.

—Todo, absolutamente todo te lo debo a ti. Cuando me viste actuar aquí por primera vez me abriste los ojos y me diste la confianza y la esperanza que necesitaba. Sólo por esa razón mereces este homenaje tanto o más que yo.

Amy agarró con fuerza la mano que se posaba sobre su cintura antes de hablar.

—Has luchado con creces para llegar a dónde estás en este momento —logró decir Amy fijando la vista en él y no en el público—. Pero si hay algo que debo elogiar de ti es que tu lucha ha sido aún más intensa cuando se ha tratado de alcanzar tus objetivos personales. Para mí no sólo eres el mejor actor que he conocido. Eres, has sido y serás el mejor amigo, el mejor marido y el mejor padre. Así que disfruta de todo esto porque te lo has ganado.

Esta vez fue Liam quien se quedó sin palabras. La atrajo cariñosamente hacia él y le dio un tierno beso en la nariz. Amy dejó caer tímidamente su cabeza sobre su pecho mientras él ponía en posición el micrófono para decir algo más.

—La tengo en el bote. Creo que esta noche no me tendrá en cuenta la jugada que le he hecho.

Amy se separó de él golpeándolo con suavidad en el hombro y haciendo una mueca de disimulado enfado mientras las risas volvían a hacer acto de presencia.

—Gracias a todos por este momento que recordaré durante el resto de mi vida. Muchas gracias de todo corazón —dijo profundamente emocionado al despedirse.

El teatro se puso en pie para volver a ovacionarlo.

Miró a Amy que no pudo evitar estallar en otra carcajada. Ambos se fundieron en un cariñoso abrazo, conscientes de que ese fugaz momento era para el que se habían estado preparando desde que cruzaron sus miradas aquella mañana en Drummond Street.

—¿Mañana hay tortitas? —le preguntó William a su madre mientras lo arropaba.

—Por supuesto. Un trato es un trato. —Le apartó con suavidad el flequillo de la frente y le dio un beso—. Prometo levantarme temprano para que tú seas el primero en disfrutarlas. ¿Te parece buena idea?

William asintió con la cabeza, sonriente.

—Descansa porque mañana necesitarás todas tus energías para ir de pesca con papá. Aunque viendo la noche que hace, es probable que siga lloviendo y no podáis ir.

—Pero papá lo pometió. —Se quejó frunciendo el ceño.

—Todo depende del tiempo, cariño. Si no puede ser buscaremos un plan alternativo; ya encontraremos alguna forma de divertiros a ti y a Henry.

—Vale —respondió no muy convencido del todo.

Amy volvió a besarlo en la frente. Después se dirigió a aquella enorme cama-cuna en la que habían dormido todos los Wallace hasta casi los dos años. James se había ocupado de volver a montarla, a pesar de que Liam le había dicho una y mil veces que Henry ya dormía en su propia cama en Nueva York. El pequeño de la familia dormía plácidamente después de un día ajetreado de emociones. Se agachó para volver a arroparlo. Acarició su mejilla y permaneció varios minutos vigilando su apacible sueño. Advirtió la presencia de Liam en el umbral de la habitación. Entró y se acercó hacia donde estaba Henry mientras Amy se llevaba un dedo a los labios para que guardara silencio. Después se aproximó a William para comprobar que había caído rendido en cuestión de segundos. Lo besó en la sien con cuidado de no despertarlo. William sólo se removió entre las sábanas para cambiar de posición.

Se reincorporó para ver a Amy apoyada sobre el marco de la puerta de brazos cruzados. El ruido de la lluvia comenzó a hacerse más fuerte. Sin duda la tormenta estaría de camino y no vendría mal una descarga de agua para refrescar el ambiente. Cerraron la puerta y ambos se metieron en la habitación contigua.

—Menudo día —bufó Amy mientras se sentaba al borde de la cama—. Estoy agotada.

—Ven aquí —le dijo Liam arrodillándose sobre el colchón y sorprendiéndola por detrás masajeándole la espalda—. Yo me encargo.

—Mmmm… no te detengas.

Notó una breve risa ahogada proveniente de Liam.

—Es lo menos que puedo hacer después de todo lo de hoy.

—No ha sido para tanto… mmm… además me olvidé de confesarle a todos que también tienes unas manos mágicas.

Liam le retiró el cabello del cuello y se lo besó antes de continuar con su sedante tarea en aquella zona.

Amy comenzó a relajarse pero un ensordecedor trueno la obligó a abrir los ojos y cuando lo hizo reparó en la presencia de un objeto colocado sobre una mesa de la esquina y que le era muy familiar. Se trataba de la caja en la que había le legado a Liam todos sus pensamientos y reflexiones de la historia que ambos habían compartido.

—Creía que la caja estaba en Nueva York —le dijo.

—La he vuelto a traer al sitio al que pertenece. De vez en cuando me gusta echarle un vistazo para rememorar los buenos momentos que hemos escrito juntos. Lo creas o no, ese manuscrito de alguna manera nos ha vuelto a reunir a los dos.

Un nuevo rayo inundó la habitación de una terrorífica luz. Por un momento la bombilla de la lámpara de mesa centelleó, pero volvió a recuperarse en un segundo.

—Me has devuelto a la vida durante estos dos últimos años. Han sido tan intensos que por un momento casi he llegado a creer que el tiempo que estuve separada de ti no llegó a existir.

Liam se detuvo para rodearla con sus brazos porque sabía que estaba recordando a Leah.

—No podíamos haber protagonizado un mejor desenlace —le dijo.

Amy acarició sus vigorosos brazos al tiempo que Liam la apretaba aún más contra él. Posó sus labios sobre el lóbulo de su oreja y después sobre su mejilla a medida que la obligaba a tenderse sobre su abdomen.

—Ni en la mejor de las películas. —Se recostó sobre su pecho mientras Liam apoyaba su espalda sobre el cabecero.

—Deberías continuarlo. Sería el mejor regalo para los niños.

—Yo estaría encantada de escribir el final pero si mal no recuerdo te encomendé a ti esa labor, ¿o es que ya lo habías olvidado? —preguntó inclinando su rostro hacia él.

Liam agachó la cabeza para darle otro beso.

—¿Y qué voy a recibir a cambio?

Su momento de intimidad fue interrumpido por el crujido de la puerta de la habitación que se abría lentamente. Por un momento ambos pensaron que se debía a alguna corriente de aire procedente del pasillo, pero cuál no fue su sorpresa cuando quienes asomaron por el estrecho hueco fueron William y Henry.

—Pero bueno, ¿qué hacéis los dos levantados?

Amy escapó de los brazos de Liam y salió de la cama.

—¿Podemos quedarnos aquí un ratito? —La desolación en la carita de William era más que evidente—. Es que… tengo miedo y Henry también.

—¡Oh! Ven aquí mi vida. Es sólo una tormenta. No pasa nada. —Amy lo cogió en sus brazos al tiempo que Liam hacía lo mismo con Henry, quien corrió a sus brazos despavorido en cuanto un nuevo relámpago anegó la estancia.

—Vamos todos a la cama —anunció Liam apiñándolos a los dos en el centro— pero sólo por esta vez, ¿de acuerdo?

—Vale —accedió William aliviado acurrucándose al lado de su hermano menor que los miraba a todos con una satisfactoria sonrisa.

Quero ir con abuelo —dijo Henry aprovechando la ocasión de que parecía haber conseguido su propósito.

—De eso nada, granuja. El abuelo está durmiendo. Vamos, cierra los ojos y duérmete. —Amy lo zarandeó afectuosamente mientras se lo comía a besos—. Si no eres buen chico, mañana no iremos a ver los peces. A ver, cierra los ojos.

Henry obedeció mostrando una traviesa sonrisa.

—Venga, a dormir todo el mundo —dijo Liam acomodándose bajo las sábanas y apagando la luz.

El deseado silencio no duró más de dos minutos.

—Papi —murmuró William— quiero ir al baño.

—Mami, agua —balbuceó Henry.

Liam encendió la luz de la mesilla de noche intercambiando una mirada con Amy.

—¿Eras tú quién hace un segundo hablabas de escribir el final? —preguntó Liam arqueando una ceja.

Amy tuvo que sonreírle aunque se aguantó las ganas de soltar una carcajada.

—Final, ¿qué final? —continuó Liam—. Cariño, mucho me temo que esto no es más que el principio.