Roland’s Croft

I

Loti me había salvado. Se había arrepentido y había confesado todo a Joliffe. Había obedecido instrucciones y provocado la muerte de Sylvester. Chan Cho Lan había creído que la «Casa de las Mil Lámparas» iba a pertenecer a Adam cuando Sylvester muriera y que, a su debido tiempo, Adam iba a dejar la casa a Chin-ky. Loti había obedecido las instrucciones, no porque fuera a ganar nada al hacerlo, sino porque creía que era la voluntad de sus antepasados que Sylvester muriera.

Cuando se supone que la casa era mía, Chan Cho Lan pensó que yo iba a casarme con Adam, que no iba a oponerse a devolver la casa a su propietario por derecho, que era, después de todo, Chin-ky, su propio hijo. Cuando yo me casé con Joliffe quedé condenada, y se ordenó a Loti que me sacara del camino de la misma manera que había sacado a Sylvester. Después le hubiera tocado el turno a Jason. Pero Loti se había metido en una encrucijada. Nos había tomado cariño a mí y a Jason, pero Adam era su medio hermano, al igual que Chin-ky, y, como hija de Chan Cho Lan, tenía deberes hacia la familia. Chan Cho Lan se había quejado de que demoraba en llevar a cabo su cometido, y que yo seguía viviendo. Tal vez yo fuera más fuerte y joven que Sylvester, y, por lo tanto, más capaz de resistir el lento veneno. Chan Cho Lan le había ordenado que me hiciera creer en una alucinación, como lo había hecho con Sylvester. Chan Cho Lan conocía la existencia del armario secreto detrás del panel y había escondido allí la túnica, a resguardo de ojos curiosos.

Y Loti había obedecido. ¡Pobre Loti, desgarrada por sus emociones, había puesto la espada de monedas en mi cuarto, para prevenirme que debía estar lista para la muerte!

Mitad inglesa, mitad china, educada para pensar como china y trasladada a un medio inglés, estaba trastornada. Quería a la vez matarme y salvarme. Confundida, había tenido miedo de cumplir con las instrucciones de Chan Cho Lan, y también había temido desobedecerla. Como yo no había caído tan rápidamente como Sylvester por efectos del lento veneno, había pensado apresurar las cosas. Por eso se le había ocurrido tirarme por la ventana. Había oído hablar de la muerte de Bella y había supuesto que Chan Cho Lan iba a quedar contenta si yo moría de la misma manera. Desesperada me había drogado y me había conducido hasta el cuarto de arriba. Tal vez ese habría sido el fin, si Joliffe no hubiese llegado a tiempo. Me gustaba pensar que su amor hacia mí lo había despertado en el momento preciso. Y creo que así era.

En cuanto a Loti, no sentía rencor hacia ella. Entendía cómo funcionaba su mente, porque había aprendido algo de las costumbres, y la lógica chinas.

Me sentí muy aliviada de que Jason no volviera en sí de su drogado sueño hasta que estuvimos a salvo en la «Casa de las Mil Lámparas». Quedó atónito al despertar y verse tendido en su cama.

—¿Dónde está Chin-ky? —dijo—. Loti me llevó a jugar con él. Primero me dio té… y después me quedé dormido.

Dije:

—No ha pasado nada. Ahora estás aquí de vuelta, yo fui a buscarte y, como te encontré dormido, te traje.

Aceptó esto y preguntó cuándo volvería a jugar con Chin-ky.

Joliffe y yo discutimos exhaustivamente los extraños acontecimientos que habían ocurrido a nuestro alrededor, y todos mis temores y sospechas fueron revelados. A él le costó creer que yo hubiera podido imaginar esas cosas de él.

También me costaba trabajo a mí creerlo, ahora que conocía la verdad.

—Soy loco —dijo— soy inquieto, no siempre te he dicho todo lo que debía decirte. No pude contarte que Bella se había suicidado… pero créeme, Jane, fue porque ella sabía que estaba condenada. Y me di cuenta que la cosa, te iba a inquietar. Comprendí que ibas a creer que yo la había impulsado al suicidio por ser el camino más fácil. Te dije que había muerto a causa de su enfermedad, convencido de que, en cierta manera retorcida, así era. También creí a Chan Cho Lan cuando me dijo que Loti era hija de mi padre. Oye, Jane; no debes buscar perfecciones en mí. No las encontrarás. Soy tortuoso. Detesto molestarme y puedo ir muy lejos para evitarme molestias. Soy loco si quieres. Lo acepto. Nunca estarás segura de lo que puedo hacer. Pero hay una cosa de la que puedes estar segura. ¡Te amo!

—Con eso es suficiente —dije —mientras esté segura de eso, estaré pronta a enfrentar lo que venga.

Chan Cho Lan se quitó la vida bebiendo el veneno que me estaba destinado. Lo hizo por pérdida de prestigio, haber perdido la cara. No había logrado eliminarnos y devolver la «Casa de las Mil Lámparas» a sus legítimos propietarios. Tenía una hija que era extranjera a medias —era diferente haber tenido un hijo— y esto, en sí, era suficiente para provocar la ira de los dioses. Su hija la había traicionado con los demonios extranjeros, en el momento en que ella iba a expiar el pecado de haber amado a un extranjero. Había fracasado de una manera que significaba que nunca podría llevar a cabo el resultado tan deseado. En la mente de Chan Cho Lan sólo quedaba una cosa por hacer. Era la solución clásica cuando se había perdido un prestigio que no podía ser recobrado. Podía santificarse uniéndose a sus antepasados.

Adam decidió dejar Hong Kong por cierto tiempo. Siempre había ocultado sus sentimientos y continuó haciéndolo ahora. Me resulta difícil adaptarme a mi nueva visión de él, hasta tal punto había estado engañada. Y lo mismo, me dije, le habría pasado a Sylvester. ¿Quién hubiera creído que este hombre solemne, de una moral tan severa, era el amante de una mujer que lo había sido antes de su padre y que también le había dado a él un hijo?

Nos convenció que no había participado para nada en los planes de asesinato de Chan Cho Lan. Al principio había creído poder casarse conmigo y controlar el negocio, y había sido para él un rudo golpe cuando me casé con Joliffe. Chan Cho Lan había guardado el secreto incluso con él, porque aunque fuera su amante, él era «un diablo extranjero» y comprendía que nunca iba a aceptar la manera de razonar de ella.

No cabía duda que estaba muy trastornado con lo que había pasado, y toda su preocupación era atender a Chin-ky, ahora que la madre del niño había muerto. Antes de partir lo dejó al cuidado de un tío, un respetado mandarín de Canton. Sabía que lo dejaba en muy buenas manos.

Quedaba Loti. ¡Cuánta piedad me inspiraba! Lloraba con frecuencia en silencio y la manera que tenía de permanecer sentada e inmóvil, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, era más de lo que yo podía soportar.

Procuré hacerle comprender que no la consideraba culpable de la muerte de Sylvester y de sus tentativas de matarme. Otros lo habían planeado y la habían engañado haciéndole creer que ése era su deber. Ella afirmaba que era una criatura miserable, que no había sabido cumplir su deber con sus antepasados. Había traicionado a su madre porque no había podido soportar que yo y su querido Jason muriéramos.

Joliffe y yo hicimos todo lo posible por convencerla. Reiteramos que ella no era culpable. Si Sylvester había muerto como consecuencia del veneno que ella le había administrado. Jason estaba ahora vivo a causa de ella. ¿No veía acaso que al salvar dos vidas había expiado el pecado de haber tomado una? Fue un razonamiento retorcido, pero dio resultado. Ella quedó pensativa. Confesó que había planeado tirarse por la ventana por la que antes iba a arrojarme a mí y, por cierto tiempo, temimos que llevara a cabo esa intención.

Adam, antes de partir, unió sus súplicas a las nuestras, y creo que las de él fueron más efectivas. Ella era su media hermana, y ella se veía forzada a prestar atención a lo que él dijera. Tan fuerte era el vínculo con la familia que lo escuchaba más a él qué a mí a quien amaba.

Finalmente se convenció y fue a prepararse para su matrimonio, que de hecho había sido arreglado por Adam. Chan Cho Lan había fingido consultar a Joliffe acerca del matrimonio, y le había hecho creer que era hermano de Loti, porque deseaba que él fuera con frecuencia a visitarla para inquietarme. Aparentemente le parecía una buena idea crear dificultades entre Joliffe y yo, para el caso de que mi muerte pudiera parecer un suicidio. Era por este motivo que me había invitado y me había mostrado a su hijo, Chin-ky. Pensó que convenía que yo hubiera tenido un motivo para suicidarme en caso de que hubiera investigación después de mi muerte y, como la primera mujer de Joliffe se había suicidado, no era mala idea que también pareciera hacerlo la segunda.

El marido de Loti era mitad inglés y mitad chino, y se había educado en Inglaterra. Era un joven bueno e inteligente y supuse que iba a hacerla feliz.

Quedaba la «Casa de las Mil Lámparas». En los sótanos debajo de ella, el mandarín había erigido un hermoso templo para su mujer. No se podía llegara este templo desde la «Casa de las Mil Lámparas»: el único camino era pasando por la casa de Chan Cho Lan, donde había vivido el mandarín tras regalar la «Casa de las Mil Lámparas» al bisabuelo de Joliffe.

Su mayor tesoro era la tumba de su mujer, y a ella le había dado la estatua más preciada de Kuan Yin.

Las palabras escritas en la tumba, al ser traducidas, decían:

A través de los cambios te he amado.

En vida fuimos uno y no nos separará la muerte porque eterno es nuestro amor.

Bajamos a mirarla. Había, bajo aquellas bóvedas, una sensación como de silencio. Parecía un lugar muy distinto a aquél en el que yo había estado prisionera.

La benevolencia de la diosa parecía fija en mí, y dije de pronto, como si algo me forzara a ello:

—Esto debe seguir siempre así. Es lo que él deseaba. La Kuan Yin debe seguir donde la colocó el mandarín. Adam dijo:

—Esa estatua vale una fortuna.

Contesté con rapidez:

—No nos pertenece. Somos aquí extranjeros. No debemos interferir.

Hablé con autoridad. «La Casa de las Mil Lámparas» me pertenecía y aquélla era parte de la casa.

Y allí, en aquella cripta subterránea, supe exactamente lo que iba a hacer.

Iba a entregar la «Casa de las Mil Lámparas». En verdad nunca podría ser mía. Es lo que me había dicho desde el momento en que entré en ella.

Había que restituirla a quienes hubieran vivido allí, de no ser por el quijotesco gesto del mandarín.

Adam cuidaría de su hijo y, cuando Chin-ky fuera mayor, viviría con su mujer y sus hijos en la «Casa de las Mil Lámparas».

Parecía haberse producido cierta ligereza en el aire. La Casa había cambiado.