III

Fui a El Bajo a ver a Toby. Él me hizo pasar a su oficina privada y cerró la puerta.

—Jane —dijo antes de que yo pudiera hablar —me he sentido muy inquieto por usted.

—Y yo también me he sentido muy inquieta —repliqué—. He estado examinando libros sobre drogas chinas y medicamentos, y he encontrado algo que quiero mostrarle.

—Hágalo, por favor.

El libro está en casa. Tiene que venir a verlo. Pero brevemente le diré que existe en él una antigua receta. Contiene opio y el jugo de algunas raras plantas venenosas. Fue usada hace siglos por algunos de los más eficientes envenenadores. Produce ciertos síntomas.

—¿Por ejemplo? —dije débilmente.

La víctima sufre primero cansancio, está aletargada. Se siente turbada por sueños y alucinaciones. Las sombras se convierten en formas amenazadoras. Cuando está bajo la influencia de la droga, camina en sueños. Gradualmente se va minando su salud, y cae en lo que llamamos una declinación, hasta que eventualmente muere.

—Sylvester… —murmuré.

—Y… usted.

—Es como si alguien quisiera destruirme.

—Tengo miedo por usted, Jane.

—Yo no he sufrido alucinaciones. Vi la figura en la escalera. Encontré la túnica que alguien había usado… —y le expliqué lo que había pasado.

—Pero usted estaba en tal estado que llegó a creer que eso era una alucinación.

—Al principio sí. Después caminé en sueños. Si Joliffe no hubiese estado allí…

Hice una pausa. ¿Por qué había estado allí Joliffe? ¿Por qué me había dicho que Loti ya estaba allí cuando él llegó y ella decía que, al llegar, lo había visto a él junto a mí? ¿Qué significaba esta discrepancia? Estaba luchando contra la sospecha de que él me había administrado aquel veneno chino, me había hecho subir la escalera estando drogada y pensaba empujarme por la ventana cuando se había presentado Loti. Era absurdo. ¡No podía querer que sus dos mujeres se suicidaran arrojándose por la ventana! Pero la gente sabía que yo estaba enferma. Tal vez pudieran pensar que el hecho de que su primera mujer hubiera muerto de esa manera me había alterado la mente.

No podía aceptar aquellos razonamientos locos. No podía mencionarlos ni siquiera a Toby.

Él dijo:

—Escuche, Jane: creo que esto es muy serio.

—¿Quién iba a hacer una cosa así?

—Pensemos. Sylvester murió dejándole a usted un gran negocio.

—Eso indicaría que…

—Fue para todos una sorpresa que se lo dejara a usted. Se pensaba más bien que usted podía recibir una renta para toda la vida, y que el negocio pasaría a manos de la familia.

—Adam y Joliffe… —dije.

Joliffe no estaba en buenas relaciones con Sylvester. Toby me miró intensamente.

—Alguien quiere sacarla del camino, Jane. Sé que los negocios de Adam no andan bien. Y si usted muere él recibirá todo, como tutor de Jason. Jason es aún un niño… faltan muchos años para que pueda hacerse cargo…

—Adam no recibirá nada —estallé—. He hecho cambiar el testamento. Joliffe, mi marido, quedará a cargo de todo si yo muero. Le será confiado todo como tutor de nuestro hijo.

Vi asomar el horror en los ojos de Toby, y no lo pude soportar.

—¿Está enterado Joliffe? —preguntó.

—Claro que sí —exclamé—, discutimos juntos la cosa. Me pareció justo que, siendo Joliffe el padre de Jason, sea su tutor.

—Jane, usted está en peligro. Tenemos que considerar todas las posibilidades… por incómodas, por remotas que parezcan…

—Sylvester murió, pero Joliffe no estaba allí cuando eso sucedió —dije, triunfante.

Después atroces pensamientos como genios malignos bailotearon en mi mente. Recordé que Joliffe había sobornado a uno de los empleados de Sylvester para saber cuándo yo iba a ir a la oficina de Cheapside. Oí la voz de la señora Couch que llegaba hasta mí a través de los años: «Los criados… sabe conquistarlos. Son capaces de tirarse al lago si les pide que lo hagan».

Toby no habló.

Me encontré defendiendo a Joliffe como ante un abogado acusador. Proseguí:

—Sylvester murió, tras padecer los síntomas que usted menciona. Yo también he sufrido esos síntomas. Y he descubierto que la cosa estaba en el té. Es alguien de la casa. Alguien que estaba en casa cuando vivía Sylvester.

Como él no hablaba me enfurecí. Comprendí el sentido de su silencio: sospechaba de Joliffe.

La reputación de Joliffe lo hacía sospechoso. La esposa que había muerto… misteriosamente. La censura del juez. Las visitas a Chan Cho Lan.

Imaginé a Elspeth Grantham discutiendo el escándalo con Toby de manera triunfal, implicando que yo sufría el castigo de mi locura. Dije:

—Joliffe ha visitado últimamente con frecuencia a Chan Cho Lan, porque están arreglando el casamiento de Loti. Me ha contado la verdad acerca de Loti. Es su media hermana. Por eso se interesa en ella y quiere verla felizmente establecida.

Toby siguió mirándome con tristeza.

—¿Qué pasa? —exclamé—. ¿Por qué me mira así?

—Porque no es verdad, Jane. Loti es hija de Redmond. Él siempre estuvo secretamente orgulloso del hecho. Chan Cho Lan era su querida y esto se sabía en algunos círculos. Salvó a Loti y fue su tutor hasta su muerte. Después Adam se ocupó de cuidarla. Su padre se lo había pedido. Es Adam quien se ha estado ocupando del casamiento de Loti.

Sentí como si el mundo temblara bajo mis pies. Quedé muda. No podía creer lo que tenía ante los ojos.

Con suavidad Toby me puso la mano en el hombro.

—No debe usted volver, Jane.

—¡Que no debo volver! ¡Dejar la «Casa de las Mil Lámparas»! ¡Dejar a mi hijo!

—Usted y Jason pueden ir a casa de Elspeth.

—Toby, usted se ha vuelto loco.

—Simplemente veo los hechos.

—No es verdad —exclamé.

—Piense la cosa con calma, Jane.

Pero ¿cómo considerarla con calma? Joliffe… ¡tratando de matarme! No lo podía creer.

—Elspeth la cuidará. Vaya a casa de Elspeth. Recoja a Jason y vaya.

—Vuelvo a casa —dije—. Tengo que hablar con Joliffe.

Él meneó la cabeza.

—No servirá de nada. Le dará excusas. Cuando usted me dijo que había hecho cambiar lo arreglado por Sylvester, todo se aclaró. ¿Se da usted cuenta, Jane? El motivo…

Pero yo amaba a Joliffe. No quería ver la lógica del argumento de Toby. Sólo veía al hombre a quien amaba y seguiría amando hasta morir.

—Volveré —repetí con firmeza—. Mi hijo está en la casa. Tengo que volver a causa de Jason.

—La acompañaré.

—No. Voy sola. Recogeré a Jason y quizás vuelva aquí. Podré hablar mejor… pensar más claramente si Jason está conmigo.

Toby vio que yo estaba decidida. Me dirigí a mi carrito.

*****

Volví a la casa. Atravesé el patio oyendo vagamente el tintineo de los cascabeles. ¡Qué silenciosa estaba la casa! Permanecí de pie en el salón y por un instante pensé en la figura con la máscara, que había corrido por la escalera hasta meterse en el cuarto de paneles. Alguien que conocía la existencia de aquel armario secreto… alguien que conocía la casa desde la infancia. Alguien había representado mis alucinaciones. Oí la voz de Joliffe en la Fiesta del Dragón: «Ésa es la Máscara de la Muerte».

Una muerte lenta, demorada. El tipo de muerte más seguro. Uno entraba en una lenta declinación de modo que, cuando llegaba la última hora, nadie preguntaba nada.

Nunca debía haber venido a esta casa. Había una premonición, un aviso en el silencio, la cualidad ajena, los cascabeles y las enigmáticas lámparas. Seiscientas una… ¿dónde estaban las que faltaban para llegar a mil?

Quizás lo mejor era irse, llevar conmigo a Jason e ir a casa de Elspeth. Eso era huir de Joliffe. Ya lo había hecho antes. Era como una fea trama. Quizás así era como debía ser.

Sentí una necesidad urgente de ver a mi hijo. Porque, si yo estaba en peligro, ¿qué sería de él?

No estaba allí. Miré por la ventana. No había señal del barrilete en el cielo. A esta hora solía estar en el cuarto de estudios que yo le había hecho arreglar. Loti lo acompañaba generalmente. Fui al cuarto de estudios y lo encontré vacío. ¿Y dónde estaba Loti?

Había entrado en el cuarto de estudios y estaba de pie detrás de mí. Su expresión era impasible.

—¿Dónde está Jason? —pregunté—. Esperaba encontrarlos aquí a los dos.

—Jason no estar en casa.

—¿Dónde está?

Ella bajó la cabeza y guardó silencio.

—Vamos —dije con impaciencia— quiero saber dónde está.

—En casa de Chan Cho Lan.

—¡En casa de Chan Cho Lan! ¿Qué hace allí? ¿Quién lo llevó?

—Yo llevé.

—¿Sin mi permiso?

—Chan Cho Lan dijo llevar.

—No es motivo para que lo hayas llevado sin pedirme antes permiso.

—Usted no estar aquí.

—¿Qué pasó? Dime.

—Chan Cho Lan mandar criado. Chin-ky desear jugar con Jason. Mandar Jason.

—Loti —dije— vamos enseguida a casa de Chan Cho Lan. Traeremos a Jason a casa. Y no vuelvas a llevarlo allí a menos que yo lo autorice.

Loti asintió.

Atravesamos los patios y el césped para llegar a casa de Chan Cho Lan.

El corazón me latía enfurecido. Odiaba a aquella mujer. ¿Cómo se atrevía a mandar buscar a mi hijo de aquella manera insolente? La detestaba porque era hermosa de una manera extraña y ajena, porque creía que era la amante de Joliffe y que Chin-ky era hijo de ambos. Por eso Joliffe la veía con tanta frecuencia. Horribles sospechas seguían invadiendo mi mente. ¿Acaso él quería que yo muriera para poder casarse con Chan Cho Lan? No podía ser. Y sin embargo…

Los celos y la rabia vencieron todo el temor.

Los criados con trencitas se precipitaron a abrir el portal y, seguida de cerca por Loti, entré en la casa.

Me llevaron enseguida ante Chan Cho Lan. Me esperaba… Estaba exquisita, vestida de seda malva, las joyas brillaban en su pelo negro, la piel estaba deliciosamente pintada y perfumada.

—Tú traer —dijo a Loti— eso bueno.

—He venido en busca de mi hijo —dije—. No le di permiso para salir, y me sorprende que lo hayan traído aquí.

—Su hijo —dijo ella, sonriendo y asintiendo con la cabeza.

Loti nos miraba, conteniendo el aliento.

—Venga —dijo Chan Cho Lan— yo llevarla donde su hijo.

—Sé que le gusta jugar con el hijito suyo. Pero tiene que entender que no debe salir de casa sin mi permiso.

—Es bueno de gran señora honrar mi miserable casa —dijo Chan Cho Lan—. Bueno de niño inteligente remontar barrilete con mi indigno hijo.

Era difícil responder a aquella charla. Sabía que lo que decía era sólo una costumbre, que adoraba a su hijo y lo encontraba perfecto. Pero yo no habría podido fingir pese a todas las costumbres del mundo que Jason era miserable y estúpido.

Me limité a asentir.

La seguí hasta un cuartito con paneles, como los cuartos bajos de la «Casa de las Mil Lámparas». Ella se volvió para sonreír por encima del hombro, y se dirigió hacia un panel. No quedé demasiado sorprendida cuando tocó un resorte y el panel se corrió.

—¿Usted mirar? —dijo.

Era un armario no muy distinto a aquél en que yo había encontrado la túnica. Pero en éste había unos escalones. Ella se adelantó graciosamente y empezó a bajar los peldaños. Loti y yo la seguimos.

Entramos en un cuarto donde colgaban lámparas encendidas. Debía haber unas quince. Lanzaban sombras contra las paredes y mostraban una estrecha abertura por la que salía el resplandor de más lámparas.

Chan Cho Lan hizo una seña con la cabeza a Loti, que se acercó a la abertura.

—Chan Cho Lan quiere llevarla donde Jason —dijo Loti.

—¿Entonces conocías este lugar, Loti? —pregunté.

Ella asintió.

—Chan Cho Lan mostrarme.

La seguí y marchamos cierta distancia.

—¿Qué está haciendo allí Jason? —pregunté.

—Ha venido a jugar con Chin-ky.

Miré alrededor. No vi señales de Chan Cho Lan. Estábamos en un corredor con paredes a ambos lados. Era frío y la luz de las linternas difusa.

—¿Dónde vamos? —dije—. Jason no puede estar allí…

—Chan Cho Lan dice estar.

—¿Dónde estamos?

—Estamos casi bajo la «Casa de las Mil Lámparas».

—Las lámparas están aquí, Loti. Aquí es donde están las que faltan para completar las mil.

Ella asintió.

—Venga —dijo. Habíamos llegado ante una puerta. Había en ella una reja. Loti la abrió y entramos. Numerosas lámparas estaban encendidas. Era como un templo. Y entonces vi la estatua y adiviné de inmediato que era la gran Kuan Yin. Sus ojos bondadosos me estudiaban: era de jade, oro y cuarzo rosado. Una reluciente y hermosa figura.

—Es la Kuan Yin —dije. Y delante de la diosa había una tumba, de mármol y oro, con una figura inclinada de mármol.

Pensé: éste es el secreto de la «Casa de las Mil Lámparas». Miré el decorado techo, donde estaban pintadas las delicias del Paraíso de Eô. Había siete árboles de los cuales pendían joyas, siete puentes de perlas y figuras con ropajes blancos.

Después pregunté.

—¿Pero dónde está Jason?

—Allí —dijo Loti. Sólo pude ver un largo cajón sobre un caballete.

—Loti —dije con voz penetrante dime qué significa esto.

—Allí —dijo ella. Fui hacia la dirección que indicaba. No había señales de Jason. Me volví hacia Loti. Ella ya no estaba allí. La puerta se había cerrado y yo estaba sola.

—¿Dónde estás, Loti? —dije. Mi voz resonó hueca.

El pánico se apoderó de mí. La bondadosa diosa parecía mirarme compadecida, y supe que éste era el peligro contra el que la casa me había estado previniendo. Me acerqué a la puerta por la que habíamos llegado. No tenía picaporte. La empujé con toda mi fuerza. No respondió. Estaba encerrada en este lugar extraño.

Supe entonces que me habían engañado para traerme aquí. Que Loti me había engañado. ¿Por qué?, me pregunté.

—¡Déjenme salir! —grité—. Loti, ¿dónde estás?

No Hubo respuesta.

Me volví y miré alrededor, llena de pánico. Un templo en verdad: percibí el hermoso piso de mosaicos; las paredes con azulejos; era un lugar digno de la tumba de un ser amado y, presidiendo, estaba la diosa de la ternura, la diosa que nunca hacía oídos sordos a un grito de desesperación.

¿Con qué propósito me habían engañado para traerme aquí?

Me acerqué a la tumba. Había caracteres chinos en oro. No pude descifrarlos todos, pero reconocí la palabra «amor».

Y de pronto supe que me observaban. Me volví. Había una sombra del otro lado de la reja.

Clan Cho Lan estaba allí; su cara parecía infinitamente maligna.

—¿No haber encontrado hijo? —dijo.

—No está aquí —mis propios miedos fueron olvidados ante los que sentía por Jason.

—Usted no buscar —dijo—. Estar aquí.

—¡Oh, Dios —exclamé— dígame dónde!

Buscar y encontrar.

—¡Jason! —grité agudamente—. ¡Jason! —Mi voz resonó con eco en esta cámara de la muerte, pero no hubo respuesta.

Un tremendo temor se apoderó de mí. Había visto el cajón sobre el caballete y había pensado que era un ataúd. No podía soportar el pensamiento: era imposible.

Me acerqué al cajón. Creo haber conocido en ese momento el máximo de la desdicha, porque, tendido en el cajón forrado, la cara blanca como la seda que lo bordeaba, muy distinto a lo que era en vida, estaba mi hijo, Jason.

No sé si grité. Fue como si el mundo se desmoronara a mí alrededor. No podía imaginar una calamidad mayor. Quedé balanceándome, mirando aquel rostro adorado.

Jason, mi niño… mi hijo… muerto.

Pero ¿por qué esta tortura sin sentido, esta miseria? ¿Qué significaba?

—Jason —sollocé— Jason, háblame…

Después acerqué mis labios a los suyos y, ¡oh, dicha entre las dichas!, vi que su sien palpitaba. No estaba muerto por lo tanto.

Una voz dijo:

—Él no muerto. Yo no matar. Mi religión no permitirlo.

Corrí a la reja.

—Chan Cho Lan —dije— dígame qué significa esto. ¿Qué le ha hecho usted a mi hijo?

—Despertará. En una hora despertar.

—¿Usted lo ha puesto en este estado…?

—Tener que ser. Él muy travieso. Tener que traerlo aquí para cuando usted viniera.

—¿Qué quiere usted de mí?

—Quiero que muera… y su hijo morir, para hacer lo justo.

—Escuche, Chan Cho Lan: yo quiero salir de aquí. Le daré cualquier cosa que me pida si me deja salir de aquí, con mi hijo.

—No puede… demasiado tarde.

—¿Qué quiere usted decir? Explíquese. Se lo ruego, Chan Cho Lan: dígame lo que quiere.

—Usted ver altar detrás estatua de diosa. En él dos frascos. Usted beber contenido de uno, su hijo del otro. Ustedes morir.

—¿Entonces usted quiere que me mate y que mate a mi hijo?

—Ser mejor. Ustedes deber morir.

—¿Y qué ganará usted con eso?

—Restaurará el prestigio de mis antepasados. Mi abuelo gran mandarín. Doctor salvarle la vida y él regalarle casa, pero primero construir debajo de ella tumba para esposa adorada y darla a la gran diosa para que la vigile. El vivir en mi casa y yo visitar con frecuencia tumba de esposa adorada. Pero usted querer descubrir secreto, como todos los diablos extranjeros. Algún día pueden descubrir. Casa deber pertenecer a su justo dueño.

—Entonces usted quiere la casa. ¿Por qué no me lo explicó antes, Chan Cho Lan? ¿Por qué?

Chin-ky tendrá casa. Cuando usted muerta y niño muerto, la casa será de Adam. Chin-ky hijo de Adam, y será justo que la tenga. Chin-ky casarse con mujer china y vivir con ella en «Casa de las Mil Lámparas» y antepasados descansar en paz.

—¡Adam! ¡No lo creo!

—No; usted creer mi hijo ser de Joliffe. Adam ser muy hábil. Esconder mucho.

—La casa no será de Adam —dije— si yo muero será de Joliffe.

—No ser verdad. Sylvester hacer testamento. Adam saber.

—El testamento fue alterado. Yo lo hice cambiar. Adam no heredará nada.

—¿No? —dijo ella, desconcertada un momento.

—Mi marido heredará lo que es mío —dije con rapidez. Ella levantó las cejas.

—Si hay algo más que hacer, se hará —dijo.

¡De manera que también iba a asesinar a Joliffe!

—Y Loti —dije— ¿qué papel ha desempeñado en esto?

—Loti mi hija. Padre de Adam ser su padre.

—Usted engañó a mi marido. Le dijo que Loti era hija del padre de él.

—Para traerlo aquí. Sí, quería que usted supiera que él venía aquí. Ser mejor pensé. Para el futuro.

—Y usted ordenó a Loti que matara a mi primer marido.

—No hablo con usted más que para decirle que debe matarse y matar a su hijo.

—¿Cree usted que nadie se ocupará de nosotros?

—Descubrirán. En el mar. Los llevarán allí y, a su tiempo, los encontrarán…

—Es usted diabólica.

—No entender. Tomar droga. No dolor. Es rápido.

Se fue y quedé allí, en la cámara. Me acerqué al ataúd y levanté a Jason. Lo llevé en brazos y me senté en los peldaños de mármol de la tumba.

Silencio, y Jason y yo ante la luz de las lámparas… cuatrocientas en esta capilla y el laberinto que conducía hasta ella… esperando el milagro que nos salvara.

Cierto alivio me invadía al saber que Joliffe no tenía nada que ver en todo aquello. Y pensé. ¿Qué iba a hacer él cuando notara mi desaparición?

Miré hacia lo alto. Sobre mi cabeza estaba la «Casa de las Mil Lámparas». Yo estaba inmediatamente debajo. Joliffe debía estar en alguna parte, por encima de mí. Debía estar preguntando: ¿Dónde está la señora? ¿Dónde está Jason?

¡Oh, Joliffe, pensé, perdóname mis dudas, oh, Dios, sácame de aquí! Dejé con suavidad a Jason en el suelo. Estaba muy drogado y, en cierto modo, me alegré que no supiera lo que estaba pasando.

Me acerqué al altar; allí estaban los dos frasquitos mortales. Chan Cho Lan había ordenado a Loti que asesinara a Sylvester para no manchar sus propias manos; y yo tenía que matarme y matar a mi hijo para que sus manos no fueran culpables de asesinato. Cuando se había enterado que el testamento había sido cambiado y que era Joliffe quien iba a heredar, había visto esto como otro obstáculo que el destino ponía en su camino para probarla, un obstáculo que ella se proponía eliminar.

Los ojos de la diosa me miraban directamente. Kuan Yin oía las plegarias de ayuda. Nunca debía haber escuchado una más urgente que la mía.

Yo no iba a morir. Iba a encontrar alguna manera de escapar. ¿Cómo? Tenía que salvarme, no sólo yo, y salvar a Jason, sino también a Joliffe. Me acerqué a la puerta y la empujé con toda mi fuerza. Era una tontería. Nada iba a conseguir de este modo.

Oh, Loti, pensé desesperada, ¿cómo has podido ser tan traidora? Era ella quien había querido asustarme con la Máscara de la Muerte. Loti, la hija de Redmond… no de Magnus, como creía Joliffe. Loti era medio hermana de Adam, y había sido salvada por su padre de los terrores de la calle. Comprendí ahora que Loti había esperado que yo me casara con Adam y creo que entonces Chan Cho Lan hubiera supuesto que Adam iba a tener el control de la «Casa de las Mil Lámparas». Era raro que Adam estuviera tan complicado en la cosa… que Adam, aquel hombre taciturno fuera el padre de Chin-ky. Y, ¿hasta qué punto estaba complicado?

La pobre Loti debía creer que tenía una deuda eterna hacia sus antepasados. ¿Era posible que, dentro de veinte años, el pequeño Chin-ky y su mujer estuvieran instalados en la «Casa de las Mil Lámparas», como Loti y Chan Cho Lan creían que era el deseo de los dioses?

Entregaré la casa, prometí a la diosa. No pido ni pediré nunca más que mi vida, la de mi marido y la de mi hijo… si es que logro salir de aquí.

Rogué:

—Dios mío, ayúdame. Y tú, Kuan Yin, que se dice escuchas los pedidos de los desamparados, escúchame ahora…

Jason se Movió. Estaba pasando el efecto de la droga. Me sentí a la vez aliviada y alarmada. No quería que despertara en este lugar. Grité:

—¡Joliffe! —El eco de mi voz resonó en la tumba. Nunca podrían oírme allá arriba.

Pensé en las ceremonias que se habían realizado exactamente debajo de nosotros. La ceremonia de los muertos. Pensé en el mandarín que había amado a su mujer y la había enterrado aquí, para poder visitar su tumba y llorarla en secreto.

No puedo morir aquí, pensé. ¡Hay tantas cosas por las que debo vivir! Tengo que volver a ver a Joliffe. Tengo que hablarle de mis inmundas sospechas y pedirle que me perdone. Le diré que lo amo…, tal como es. Haya hecho lo que haya hecho en el pasado, haga lo que haga en el futuro, nada cambiará eso. Lo amaré siempre.

¿Y qué estoy haciendo aquí, hablando de amar para siempre, cuando tengo la muerte ante mí?

*****

Era difícil calcular el paso del tiempo. Jason se agitó y murmuró algo.

Me incliné sobre él.

—No es nada, Jason. Aquí estoy. Pronto vendrá tu padre.

Procuré calmarme, prepararme para el momento en que despertara del sueño de la droga. No había que asustarlo.

—Joliffe —rogué— ven a mí. Quiero tener la ocasión de decirte lo que he estado pensando. Quiero decirte cuanto te amo, y que siempre te he amado, incluso cuando creía que querías librarte de mí. ¿Puede haber una prueba de amor más grande que ésa?

¡Qué silencio había en la tumba! ¡Y cuánto debía haber amado el mandarín a su mujer! Lo imaginé viviendo aquí, para llorarla.

Y en este lugar; consagrado al amor, yo iba a morir.

Oh, Joliffe, estás allí, encima de mí. Échame de menos. Tal vez alguien me haya visto venir aquí. ¿Es acaso verdad que, cuando alguien que amamos está en peligro hay ciertas premoniciones? Están aquí los seres que amas, Joliffe: tu hijo y tu mujer…

Algo, alguien, debe guiarte hasta nosotros. ¿Quién? ¿Cómo?

Jason volvió a agitarse. Le tomé la mano y sus dedos se curvaron en mi palma.

¿Y qué pasaría si bebíamos el contenido de los frascos? Un sueño indoloro. Y, por la noche, los criados de Clan Cho Lan retirarían nuestros cuerpos. Los meterían en bolsas y los arrojarían al mar. Nunca volvería a oírse hablar de nosotros. Sería uno de los misterios de esta tierra misteriosa. Imaginaba a Lilian Lang hablando del asunto en las reuniones, y todos los ojos se volverían hacia Joliffe. Su primera mujer había muerto violentamente; la segunda había desaparecido.

Oh, Joliffe, pensé, ¡también tú estás en peligro!

Los pensamientos se expulsaban los unos a los otros, giraban en mi mente y pasaban los minutos. ¿Cuánto tiempo me quedaba aún?

En cualquier momento una cara podía aparecer en la reja.

*****

¡Pasos! Me acerqué a la reja.

No podía creerlo; estaba soñando. No podía ser.

¿Cómo podía venir Joliffe a buscarme aquí?

Pero no era un sueño. Era su cara —tensa y ansiosa, y luego, súbitamente, tan dichosa que el corazón se me inundó de felicidad.

—¡Jane! —exclamó.

—¡Joliffe! —contesté.

La puerta se abrió de golpe y él me recibió entre sus brazos.