Me sentía más fuerte que nunca. Mi energía, tanto física como mental, había vuelto. Ahora enfrentaba directamente mis sospechas. Estaba sucediendo algo misterioso. Alguien había intentado, si no matarme, por lo menos dañarme, y cuando recordaba lo que había pasado con Sylvester, creía que se había usado conmigo el mismo método.
Sylvester había muerto; no podía estar segura si como resultado de dichos métodos o no, pero, si lo habían envenenado, aunque fuera en menor grado, aquello no podía haberle hecho bien. Había tenido pesadillas violentas. Había visto La Máscara de la Muerte.
Y yo también… Me había despertado y la había visto. Ahora creía haber estado despierta al verla y, si tal era el caso, debía haber visto a alguien. Iba a descubrirlo.
Al día siguiente fingí desgano y me fui a acostar. Permanecí allí dos horas, vigilando, pronta para saltar del lecho en el momento que apareciera el fantasma. No sucedió nada. Al día siguiente probé de nuevo.
Cuando empezaba a descorazonarme me pareció oír un leve movimiento. Estaba tensa, vigilante, los ojos fijos en la puerta. Después vi que la cosa se movía… lenta, silenciosamente. La cara estaba en la puerta, mirándome desde la tiniebla.
Salté de la cama. La puerta estaba cerrada, pero llegué en segundos.
Abrí la puerta. No había nada en el corredor. Corrí hacia la escalera. Tuve tiempo de ver un resplandor rojo en la curva de la escalera.
Empecé a bajar… pero, al llegar a la curva de la escalera: ¡nadie!
Seguí bajando. Llegué al vestíbulo y no vi señal alguna de la aparición. De todos modos, había probado algo. No se había desvanecido como se espera de tales apariciones. Había tenido que huir.
En alguna parte, alguien que se había disfrazado con la máscara debía estar oculto. Iba a buscar hasta encontrarlo.
Había cuatro puertas por las que podía haber pasado. Vacilé. Después abrí una puerta y avancé. La habitación parecía vacía. Miré en la alcoba, detrás de las cortinas: nada. Rápidamente pasé de un cuarto a otro. Todos estaban vacíos y silenciosos.
Me quedé en el salón y una vez más me envolvió el silencio de la casa. El miedo se apoderó de mí.
Sabía que ahora era doblemente vulnerable. Alguien me amenazaba, quizás amenazaba mi vida. Esta persona era un asesino. Había procurado matarme lentamente, para evitar sospechas. Pero ahora yo había demostrado que sospechaba. Había esperado y no había sido lo bastante rápida como para apoderarme del dragón, quitarle la máscara y descubrirlo.
Había demostrado que estaba alerta, esperando.
*****
Las lámparas estaban encendidas en varios cuartos. Ya era oscuro. La casa adquiría otro carácter con la luz que se iba. En estos momentos parecía tranquila en verdad, y cualquier sonido distante sobresaltaba.
Me había prometido examinar durante el día las cuatro habitaciones que daban sobre el vestíbulo. Debía ser en una de ellas donde había entrado alguien disfrazado de dragón.
Las lámparas estaban encendidas como siempre en los cuartos de abajo, pero, de todos modos, la luz era escasa. Miré alrededor de la habitación. ¿Dónde podía haberse ocultado la persona disfrazada? ¿Era posible que se hubiera metido en un cuarto cuando yo buscaba en otro? ¿Cómo podía haber desaparecido? Tenía que quitarse el disfraz.
Estaban los cuartos con las paredes de paneles. Las lámparas lanzaban una luz difusa en los paneles, que no eran lo que se puede esperar en una casa china.
Examiné los paneles. Había unos semejantes de Roland’s Croft. Y de pronto, mientras estaba allí, mi corazón dio un salto, porque, emergiendo del panel había un trocito de tela roja.
Me detuve y la examiné. Procuré tironear y sacarla, pero no pude. Después vi que estaba como incrustada en la pared. El corazón me latía deprisa. Corrí a la puerta y la cerré. Volví junto al trozo de tela. Tenía que llamar a alguien y decide lo que había encontrado.
¿A quién? A Joliffe. Pero decirle a Joliffe… estaba horrorizada, porque sentía que estaba acusando a Joliffe. Tenía que enfrentar todos los hechos si quería descubrir qué estaba pasando, y dejar de lado mi amor por él. Debía ser razonable. Debía escuchar a la lógica.
Volví a la pared. Tomé la tela en la mano. Era muy poco y procuré arrancar el trozo.
Y, al hacerlo, se abrió el panel. Había bastante espacio como para meter los dedos y tironear. Lentamente el panel retrocedió y miré directamente el rostro maligno. Retrocedí conteniendo el aliento. La cosa pareció bambolearse hacia mí.
Después vi que era una túnica con una caperuza y que en la caperuza estaba pintada la cara que me aterraba. La Máscara de la Muerte: una pintura luminosa que brillaba en lo oscuro. Una expresión maligna que por mucho tiempo había seguido en mi mente.
—¡Idiota! —dije en voz alta—. ¡Es una túnica como la que usan en las procesiones! Alguien que conoce este lugar secreto la ha estado usando.
Hice un esfuerzo y penetré en la abierta cavidad para mirar a la cara a la Máscara de la Muerte. Toqué la tela roja. Eso era todo. Colgaba de un clavo con la cara de frente, de modo que una mirada rápida podía hacerla pasar por un ser vivo.
La cavidad olía a humedad. Dentro de lo que podía ver era como un armario. Podía haberme metido dentro, pero no pensaba hacerlo.
Nada, pensé, puede inducirme a hacerlo… Tuve la horrible sensación de que, si lo hacía, las puertas iban a cerrarse para siempre.
Salí corriendo del cuarto gritando:
—¡Joliffe!
No hubo respuesta. Era la hora en que la casa estaba tranquila.
Volví al cuarto de paneles y esperé. No iba a cejar hasta que alguien hubiera visto aquella cavidad abierta. Tenía la sensación que, de no hacerlo, la cerrarían y no quedarían señales. Volverían a creer que otra vez había sufrido alucinaciones.
Sentí alegría al oír la voz de Adam. Lo llevé directamente al cuarto. Él miró atónito la cavidad.
—¿Cómo la descubrió? ¡Pensar que ha estado ahí todo este tiempo!
Se metió en el hueco y lo seguí.
El lugar podía tener unos dos metros cuadrados.
—Una especie de armario —dijo Adam, desilusionado.
—Mire la lámpara que tiene —dije—, es bastante linda.
—Una más —dijo.
—Con ella tenemos seiscientas una —contesté.
—Ah, sí, nunca contamos más. Es todo un descubrimiento, Jane.
—¿No tenía usted idea de que esto existiera aquí?
—De saberlo lo habría explorado.
—Creo que alguien en la casa debe saberlo.
—¿Por qué?
—Porque vi asomar un trazo de tela. No estaba ahí hace unos días. Así descubrí el escondrijo. Alguien debe haber entrado y partido rápidamente, dejando un pedazo de ropa que traicionó el secreto.
—¿Quién? —preguntó Adam muy sorprendido.
Lo miré fijamente: su rostro parecía sin expresión a la difusa luz de la lámpara.
—Es interesante —dijo— debe haber otros cubículos en la casa. Estos cuartos con paneles son ideales para escondrijos. Me pregunto si habrá otros.
Su cara era impasible. Uno nunca podía saber qué pensaba Adam. Observándolo, me pregunté: ¿está enterado? ¿Es él quien se puso la túnica para asustarme? La figura que yo había visto huir al salir de mi cuarto: ¿era la de Adam?
—Bueno, tendré que hacer examinar atentamente estos cuartos bajos —dijo.
—Pero creo que ahí llega Joliffe.
Así era, y lo llamé.
—¡Mira lo que he descubierto! —exclamé.
—¡Dios mío! —Exclamó Joliffe—. Un panel secreto. ¿Qué hay ahí?
—¡Nada!
Lo observé atentamente cuando entró en el cubículo. ¡Qué desconfiada era! ¿Cuáles eran los sentimientos de él? ¿Hasta qué punto estaba fingiendo sorpresa?
—Uno más —dijo con una mueca—. ¡Y tú lo has descubierto! Eres muy hábil, Jane.
Miré a uno y a otro y pensé: uno de los dos está quizás fingiendo. Uno ha conocido la existencia de este lugar. Uno se puso la túnica y fue a mi cuarto porque quería engañarme haciéndome creer que era verdad lo que veía. Alucinaciones… el tipo de visión que tiene la gente cuando está muy enferma o a punto de volverse loca.
Tengo miedo, pensé. Estoy amenazada. Pero soy más fuerte de lo que era, porque ahora sé que estoy en peligro.
Sé que debo vigilar, porque alguien que quiere librarse de mí está bajo este techo.
*****
El amor es traicionero y yo amaba a Joliffe. Quizás él estaba procurando matarme. Yo no estaba segura. Quizás quería compartir mi fortuna con otra mujer. Estos miedos me asediaban y, sin embargo, lo amaba.
Me decía: tengo que vigilarlo. Tengo que saber por qué visita con tanta frecuencia a Chan Cho Lan. Debo entender si es que quiere envenenarme.
Pero, cuando estaba cerca de él, olvidaba todo fuera de la dicha intensa de ser amada por Joliffe. Mi amor y mi miedo eran dos sentimientos separados. No, me entendía a mí misma, pero, cuando estábamos solos, confiaba en él completamente.
Estábamos acostados, era muy temprano por la mañana, aún no había amanecido del todo. Me había despertado bruscamente, creo que porque Joliffe también se había despertado.
—Jane —dijo él con voz tranquila— ¿qué te pasa?
—Joliffe —repliqué y las palabras parecieron precipitarse involuntariamente— tengo mucho miedo… a veces el miedo se apodera de mí…
—Deberías decírmelo. Siempre deberías decirme esas cosas.
—Sylvester… ¿cómo murió?
—Ya sabes que hacía tiempo que estaba enfermo. Aquel accidente fue el principio del fin para él.
—Estaba bastante bien en Inglaterra. Tenía una lesión, pero no del tipo que mata. Vino aquí… y de pronto empezó a decaer.
—A veces sucede.
—Estaba desganado; tenía alucinaciones; caminaba en sueños. Lo mismo que me ha pasado a mí.
—La gente se vuelve sonámbula cuando está agotada.
—También pueden enfermarse porque se les ha dado algo para ello.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que a veces creo que alguien en esta casa está tratando de matarme.
—¡Jane, estás soñando!
—Es un largo sueño, hace semanas que dura. En cuanto vi ese trozo de tela roja en el panel lo supe. Era obvio. Alguien estaba procurando asustarme, minar mi salud… como minaron la de Sylvester… para que, a su debido tiempo, muriera sin llamar la atención y que todo pareciera inevitable.
Él me apretó contra sí. Oí que su corazón latía con fuerza.
—No has estado bien. Has llegado a un estado de ansiedad por algo que no existe. Viste la máscara en la procesión. Atrapó tu imaginación. Y has soñado con ella.
—Soñé con ella antes de verla en la procesión.
—Querida Jane, esa máscara está en todas las procesiones. La has visto desde el principio.
—Pero alguien se la había puesto. Estaba en el armario secreto. Descubrí el armario por la tela que sobresalía.
—Oh, Jane, ¿quién iba a hacer una cosa semejante?
—Me parece muy importante descubrirlo. Sé que no tengo mucho en qué basarme.
—Debes entender una cosa, Jane. Yo estoy aquí. Nadie te hará daño mientras yo esté aquí. Estos temores no parecen tuyos. Siempre has sido tan audaz, tan valiente. Y me tienes a tu lado.
Era extraño que allí, en la intimidad de nuestro lecho, yo creyera en él, confiara en él completamente.
—Ahora estás cerca —dije— a veces pareces estar muy lejos.
—Desconfías de algunas cosas, ¿verdad? Todo empezó con Bella. No te dije toda la verdad, y no has confiado en mí desde entonces. No quise decirte que se había matado. Sabía que iba a afectarte. Eres muy sensible, Jane. Cavilas; piensas; recuerdas.
—¿Y tú no recuerdas, Joliffe?
—Recuerdo lo que es bueno recordar y procuro olvidar lo desagradable.
—Eso es verdad.
—Es débil, egoísta probablemente. Pero la vida es para disfrutarla, no para cavilar. Ya hemos tenido nuestra tragedia. Todos esos años que estuvimos separados. Os perdí a ambos, a ti y a mi hijo, y ahora os he recobrado. Comprendí lo que ibas a sentir acerca de Bella si sabías la desagradable verdad. Ibas a tener una sensación de culpa e imaginar toda clase de cosas que no son exactas. Por eso no te conté todo lo que había pasado.
—Dijiste que había muerto a causa de su enfermedad.
—Y así fue. Fue porque sabía que su fin era doloroso e inminente por lo que se mató. Eso es morir a causa de su enfermedad. Fue ella quien decidió, Jane, y sólo ella tenía derecho a hacerlo. Sé que se te ha ocurrido que yo podía haberla empujado por la ventana. Tuviste una pesadilla. Se me afloja el cuerpo de terror cada vez que lo recuerdo. ¿Qué hubiera pasado esa noche si no te encuentro a tiempo?
—¿Cómo llegaste, Joliffe?
Oí ruido de pasos, como te dije. Subí al cuarto. Te vi allí y también había llegado Loti, porque te había oído…
—De manera que, en caso de no venir tú, Loti habría estado allí para salvarme.
¡Es tan frágil, y tú parecías tan decidida! Dudo que hubiera podido sujetarte. Nunca he dejado de dar gracias por haberte oído, Jane.
—Muchas veces lo he pensado… ¿subiste y me encontraste allí, con Loti?
Él me besó.
—No hables más, Jane. Incluso ahora me aterra.
Le creí: tal era la magia de nuestra intimidad.
—Háblame de Chan Cho Lan —dije.
—¡Chan Cho Lan! —vaciló un momento.
Proseguí:
—La visitas… con frecuencia. Te he visto entrar y salir de su casa. Te he vigilado.
—¡Jane!
—Hice mal, ¿verdad? Te he espiado, como quien dice. Es una fea manera de decirlo, pero era necesario, Joliffe. Tenía que averiguar lo que pasaba.
—Yo te lo habría dicho. Soy yo quien ha estado equivocado. Sí; visito su casa. He ido con frecuencia. A causa de Loti.
—¿Estás planeando con ella el futuro de Loti?
—Hay un motivo. Te lo debí haber dicho antes. Es una antigua historia y concierne a otros. Pero debí decírtelo. Chan Cho Lan, como sabes, era una de las concubinas de la corte.
—Ya lo sé —dije.
—Mi padre estaba fascinado con ella. La hizo su querida, tuvieron una hija. Esa hija es Loti.
—¡Entonces, Loti es tu media hermana!
—Sí. Por eso quiero que haga un buen casamiento. Cuando Chan Cho Lan quiso dejar a la criatura en la calle para que compartiera el destino de tantas otras, mi padre decidió salvarla. Como temía que su mujer sospechara si se metía directamente en el asunto, convenció a Redmond para que rescatara a la chica y la pusiera al cuidado de Chan Cho Lan, para que le hiciese de tutora. Chan Cho Lan hubiera perdido prestigio en caso de tener una hija a medias china, pero si la niña era recogida en la calle, y se le suplicaba y quizás se le pagaba para que la criara, la cosa era aceptable. Redmond siguió ocupándose de Loti cuando murió mi padre. Él no permitió que le vendaran los pies. Ahora ya conoces la historia. Nuestra familia siempre ha sido amiga de Chan Cho Lan. Te hubiera podido decir todo esto antes, naturalmente, pero es un secreto de hace tiempo, y no quería que pensaras demasiado mal de la familia. Creí que era mejor olvidarlo. Adam lo sabe, naturalmente. Por eso te trajo a Loti.
—Pobrecita, me he sentido atraída por ella desde el principio.
—Ella no es culpable de lo sucedido. Deseo que haga el mejor matrimonio posible. Le daremos una dote y eso le asegurará un buen casamiento.
—Desearía que me lo hubieras dicho —dije— tenía visiones de que ibas a ver a una hermosa querida china, que te apartaba de mí.
Él rió y dijo:
—Nadie tendría poder para eso, Jane. Te quiero y conozco el valor de ese amor. Nunca pienses otra cosa.
¡Qué feliz me sentí! ¡Qué fácil era caer en una grata euforia!
¡Cómo me reí de mí misma en la aterciopelada oscuridad, con Joliffe a mi lado! Pero las dudas volvieron con el amanecer.
Loti estaba poniendo mi ropa interior en los cajones.
—Con frecuencia pienso en la noche en que caminé sonámbula —le dije.
Ella permaneció muy quieta; parecía una estatuilla.
—Sí —proseguí— pienso que fui a aquel cuarto, a aquella ventana.
—Usted enferma —dijo Loti— mejor ahora.
—Tienes el sueño ligero, Loti.
Me miró sin expresión, como si no entendiera.
—Quiero decir —proseguí— que me oíste.
—Oí —contestó.
—¿Me viste salir de mi cuarto?
Sacudió la cabeza.
—De manera que sólo oíste…
—Solo oí —contestó como un eco.
—¿Y cuando llegaste al cuarto yo estaba junto a la ventana?
—Y el señor Joliffe sujetarla.
—¿De manera que él… llegó antes que tú?
Ella asintió, con una risita.
—Siempre he querido saber —dije débilmente— pero no quería pensar en ello cuando estaba enferma. Ahora que me siento mejor tengo curiosidad. ¿De modo que él llegó antes que tú?
—El antes —confirmó ella. No era lo que Joliffe me había dicho. Oh, Dios, pensé, ¿qué significa esto?