La verdad llegó a mí de una manera horriblemente perturbadora.
Al día siguiente, por la tarde, cuando estaba bebiendo té en la sala, Jason entró. Pareció contento al verme, vino y se sentó a mi lado. Sentía que me protegía. Estaba muy excitado porque se acercaba la Fiesta del Dragón y Joliffe pensaba llevarnos al puerto para que viéramos el desfile. Charlaba excitado y me pidió una taza de té. Se la serví y la tomó de golpe. Me dijo que había comido pescado muy salado. Bebió dos tazas de té. Aquella noche mi hijo estuvo descompuesto.
Loti vino y se plantó ante mi cama. Parecía frágil y preciosa, con el pelo cayéndole sobre los hombros, los ojos grandes y asustados.
—Jason… está diciendo cosas raras…
Corrí lo más rápidamente posible a su cuarto y encontré a mi hijo muy pálido, el pelo húmedo y los ojos enloquecidos.
—Tener pesadilla —dijo Loti.
Cogí la mano calenturienta de Jason y dije:
—No es nada, Jason. Aquí estoy.
Eso lo tranquilizó. Asintió y se quedó quieto. Poco después llegó Joliffe.
—Mandaré llamar al médico —dijo.
Nos sentamos junto a la cama de Jason: Joliffe de un lado, yo del otro. Teníamos un miedo atroz de que Jason fuera a morir. Sentí la angustia de Joliffe, como la mía. Era nuestro hijo adorado y temíamos por él.
Jason parecía darse cuenta que ambos estábamos allí.
Cuando Joliffe se levantó para saludar al médico, se agitó, inquieto.
—No es nada, querido —dijo Joliffe, y Jason se apaciguó.
El doctor Phillips nos tranquilizó.
No es nada grave —dijo—. Probablemente algo que ha comido.
—¿Podría producir este efecto? —pregunté.
—Puede producir cualquier efecto. Le daré un emético y si eso es todo mañana estará bien… aunque tal vez un poco débil.
Pasé a su lado toda la noche… y Joliffe también. Jason parecía reconfortado con nuestra presencia y, unas horas después, cayó en un profundo sueño.
Curiosamente por la mañana apenas quedaban rastros de la indisposición. Estaba cansado, como había pronosticado el médico, e hizo que se quedara todo el día en cama, Joliffe y él jugaron juntos al mah jong.
Al ver las cabezas de ambos inclinadas sobre el tablero sentí un gran alivio de que Jason estuviera bien y de que los tres estuviéramos juntos.
Pero después empecé a pensar sola.
¿Qué le había pasado a Jason? Algo que había comido. Las palabras del médico volvían a mi mente. Y bruscamente recordé. Había venido a la sala; había bebido mi té.
¿Era posible que Jason hubiera bebido un veneno que me estaba destinado? Mi hijo había estado en peligro y yo miraba ahora aquel terror directamente. Hacía tiempo que había estado golpeando en mi mente, y yo me había negado a reconocerlo. Ahora no podía rechazarlo.
Yo había estado enferma… yo, que nunca lo había estado en mi vida. Me había sentido desganada, cuando era notable por mi vitalidad; había tenido sueños malos, sueños dañinos, yo, que antes ponía la cabeza en la almohada y caía en un sueño profundo y pacífico.
Y el motivo: alguien estaba atentando contra mi vida.
Cuando Jason había bebido inesperadamente un té que me estaba destinado, se había enfermado.
Sentí como si de pronto brillará una luz en un lugar maligno. Pero al menos ahora podía ver el mal, ya no tanteaba en la oscuridad.
Alguien estaba tratando de envenenarme. ¿Quién? No. No podía ser. ¿Por qué iban a hacerlo? Porque, si yo moría, él tendría el control de lo que era mío y que yo guardaba para Jason. Jason era muy chico, pasarían muchos años antes de que pudiera controlar uno de los negocios más grandes de Hong Kong. Pero Joliffe podía aconsejarme ahora. ¡Aconsejarme! ¿De qué servía esto a un hombre tan decidido y fuerte como él? Yo contaba con la última palabra, y Toby Grantham me apoyaba. Si yo moría y Joliffe era el único tutor de Jason, le correspondería a él la palabra final. De acuerdo a todo lo planeado y previsto sería dueño de la fortuna de Sylvester. No podía creerlo. Pero era inútil decirlo una vez que la idea se había presentado ante mi mente.
*****
Se acercaba la Fiesta del Dragón. Había muchas «fiesta del dragón». Parecía que la gente constantemente quería aplacar a la bestia, u honrarla. Aquella fiesta era en su honor.
Jason, totalmente curado, hablaba muy animado:
—Mi padre nos llevará en un carrito. Veremos todo Hay dragones que respiran fuego.
Loti quedó muy contenta de que fuéramos a ver el desfile. Cuando me ayudaba a vestirme, dijo:
—Cuando usted irse yo volver con Chan Cho Lan.
—¿Cuando me vaya? ¿Qué quieres decir, Loti?
Ella inclinó la cabeza y me miró con su expresión humilde.
—Creo que usted irse… alguna vez.
—¿De dónde te viene esa idea?
—Usted quizás ir a Inglaterra.
—Supongo que se lo habrás oído decir al médico.
—Todos lo dicen —contestó.
—Espero que no te vayas mientras yo esté aquí, Loti. Ella sacudió la cabeza con vigor.
—No irme —dijo.
—Bueno, me alegro —contesté.
—Chan Cho Lan dice ella encontrar unión para mí.
—¿Te refieres al casamiento?
Ella bajó la cabeza y tuvo una risita.
—Bueno, Loti — dije —me parece una buena idea. ¿Te gusta?
—Si tengo buen «joss» gustar. No fácil encontrar hombre rico para mí —miró tristemente sus pies.
—No debes preocuparte por tus pies, Loti. Tus pies son mucho más bonitos que si estuvieran deformados y mutilados.
—Ella meneó la cabeza.
—No alta dama china tener pies de aldeana.
Sabía que era inútil querer convencerla en este asunto.
Me dijo que había sido criada y educada con las damas de alta cuna. Había ayudado a vendarles los pies con tiras mojadas y a mantenerlos vendados hasta que los dedos se retraían y caían. Me contó como las niñitas de seis años gritaban de dolor cuando las vendas se secaban y se apretaban. Pero, con el tiempo, caminaban balanceándose como sauces y hacían buenos casamientos.
—Yo pensaba, Loti —le comenté— que ibas a quedarte para siempre conmigo. He sido egoísta. Naturalmente quieres tener tu propia vida.
Ella me miró con ojos tristes.
—La vida muy triste a veces —dijo.
—Bueno, siempre seremos amigas, ¿verdad? Iré a visitarte cuando te cases. Llevaré regalos a tus hijos.
Rió, pero me di cuenta de que estaba apenada.
—Difícil encontrar marido —dijo—. Sólo a medias china y con pies grandes.
La atraje contra mí y la besé.
—Eres como de la familia, Loti querida —dije—. Te considero como si fueras mi hija.
—Pero no hija —dijo ella, siempre triste.
Pero se alegró cuando tomamos el carrito para ir a ver la procesión. Jason estaba conmigo y con Joliffe, y era maravilloso verlo saltar de entusiasmo. La noche en que había temido que muriera parecía muy lejana.
Estaba oscuro… el único momento para tales procesiones, porque mucho dependía de las luces. El resonar de los gongs se unía al redoble de los tambores. Resonaban como previniendo de algo, y siempre me parecían ominosos. Había lámparas, como siempre en tales ocasiones, y eran de todos los colores, algunas con figuras que se movían dentro. En lo alto había estandartes, con dragones pintados que echaban fuego por la boca. Pero la procesión la hacían los dragones. Los había pequeños y grandes, algunos eran llevados en alto, como insignias, otros se arrastraban. Éstos eran movidos por hombres vestidos como dragones, y muchos hombres y mujeres representaban otras bestias algunos rodeaban un dragón que parecía respirar fuego y lanzaba premoniciones a medida que avanzaba.
El espectáculo más atractivo lo constituían dos literas levantadas por encima de los dragones y ocupadas cada una por una muchacha: dos criaturas tan preciosas que hubiera sido difícil igualar su belleza. Llevaban flores de loto en la larga cabellera negra y una estaba vestida con una túnica de seda de delicado color lila, la otra vestía de rosado.
Loti me llamó desde el carrito vecino:
—Vea, vea… —exclamó.
Yo la miré.
—Las chicas —dijo— son de la casa de Chan Cho Lan.
—Pobrecitas, ¿qué les deparará la vida? —dije a Joliffe.
—Algo muy grato, imagino.
—Creo que las van a vender.
—A un hombre capaz de mantenerlas y que les proporcionará la vida regalada que ellas esperan encontrar.
—¿Y cuando se canse de ellas?
—Seguirá manteniéndolas. No pasarán necesidades. Eso lo haría a él perder la cara, lo desprestigiaría.
—Lo siento por ellas.
—Cuando se está en un país extranjero tenemos que adaptar nuestras ideas a las del país —dijo Joliffe.
—Sigo pensando que son unas pobres criaturas.
Me interrumpí sobresaltada. Uno de los participantes en la procesión se había acercado mucho. Era un hombre con una túnica roja y tenía la cara cubierta por una máscara.
Sentí que el corazón me latía de manera incómoda. Yo había visto antes aquel atuendo… o algo tan similar que podía ser una réplica. Mientras él me miraba me hundí en el asiento.
Joliffe dijo:
—No es nada, forma parte de la representación.
—¡Qué máscara atroz! —dije.
—Ah —dijo Joliffe— a ésa la llaman la Máscara de la Muerte.
Durante varios días me había sentido bien. Había dejado de beber té desde la enfermedad de Jason. Estaba segura que lo que me había hecho daño era algo en el té.
Comprenderlo había sido atroz. ¿Qué debía hacer?, me preguntaba. Si alguien procuraba envenenarme por medio del té, y se daba cuenta de que yo lo había descubierto, era probable qué empleara otro medio. ¿Acaso no podían intentar otra cosa?
Estaba en peligro. Tenía que pedir ayuda a alguien. ¿A quién? ¿A mi marido?
Me estremecí. A veces reía burlonamente de mis sospechas. Esto sucedía cuando estaba con él. Era sólo cuando él no estaba presente y yo miraba los hechos cara a cara cuando me decía: él tiene un motivo para hacerlo.
¿Cómo es posible amar a alguien y tenerle miedo al mismo tiempo? ¿Cómo es posible tener relaciones tan íntimas y no conocer los pensamientos más profundos del otro? Éramos amantes, nuestra pasión no había disminuido; nuestra relación física era intensa. Pero, en el fondo de mi corazón, seguía atormentándome la duda. Alguien quería hacerme daño, matarme quizás, volverme antes inútil, incapaz, minar mi salud; De manera que, si muero, nadie se sorprenda. Y si era realmente Joliffe quien hacía esto: ¿cómo era posible que representara tan bien el papel del enamorado, que lo hiciera tan sincera y devotamente?
Quizás el deseo que sentíamos el uno por el otro fuera algo aparte, que se bastaba a sí mismo. Quizás nuestra unión corporal estaba muy separada de nuestras mentes. Nuestra atracción había sido física en primer lugar, al menos por mi parte, porque se trataba de lo que llaman amor a primera vista y esto sucede antes de conocer al otro como individuo. ¿Había continuado nuestro amor todo el tiempo así? ¿Era un hecho que yo conocía tan poco Joliffe como él me conocía a mí? Así debía ser, puesto que sospechaba en él un horror inimaginable. Y él… ¿realmente sería capaz de hacerlo?
A veces estas teorías parecían absurdas. En otras muy racionales.
Y ahora que me sentía mejor no me abandonaban, se intensificaban en verdad. Tenía que decirme que se debía a que mi cuerpo estaba enfermo, y eso enfermaba también mis pensamientos. Mi imaginación febril había construido una situación que no podía existir en verdad.
Pero estaba mejor y, cuanto más fuerte me sentía, mayor era la sensación de que me amenazaba un agudo peligro.
La antigua Jane volvía a ser dueña de la situación. Jane, con los dos pies en la tierra la lógica Jane, a quien le gustaba mirar de frente a la vida.
Y lo que veía era esto: alguien está tratando de dañarte. Tal vez quiere matarte. Y el motivo únicamente puede ser que tu muerte proporcionará a esa persona lo que está buscando.
Con tu muerte Joliffe se convertirá en árbitro de una gran fortuna. Pero Joliffe te ama, al menos lo dice. Pero no ha sido demasiado escrupuloso cuando se ha tratado de descubrir secretos dentro del negocio. ¿Recuerdas que sacó una figura del Cuarto de los Tesoros de Sylvester? Estaba casado con Bella y no te dijo nada. Bella regresó, tú te fuiste y después Bella murió. Te mintió también acerca de la forma de su muerte. Tú te casaste con él y cambiaste las instrucciones de Sylvester, de que Adam quedara como tutor de Jason y encargado de la fortuna en caso de tu muerte, después empezaste a sentirte mal.
El caso se presenta negro para él, con un atenuante; es tu marido y te quiere. Lo dice cien veces por semana; actúa como si así fuera: a veces existe un acuerdo perfecto entre vosotros y, cuando él no está presente, la vida pierde sabor.
No es Joliffe. No creo que sea Joliffe. No es posible.
Es otra persona.
Ahí está Adam. Adam, el de la firme integridad. ¿Y que tiene él que ganar? Ignora que el testamento ha sido revocado y que ahora es Joliffe quien se hará cargo de todo. No habría motivo… si Adam lo supiera. Pero Adam no lo sabe.
¿Qué sentiste hacia Adam la primera vez que lo viste? Había en él algo repelente. Te desagradó. Es un hombre frío, pensaste; pero eso ha cambiado. Quería casarse contigo. No llegó a decirlo, pero lo sentiste. Y, en caso de no amar a Joliffe: ¿no habrías pensado en casarte con Adam?
Y ahora estás analizando a Adam. Estaba en la casa cuando murió Sylvester. Joliffe no estaba. Pero Adam no vive ahora en la casa. No, pero nos visita con frecuencia. ¿Y cómo murió Sylvester? Todo pareció natural entonces… un hombre ya viejo que había sufrido un accidente y que gradualmente se iba apagando, declinando hasta morir. Y Adam había estado en la casa. Pero no podía creer que Adam fuera un asesino.
Seguramente Adam debía haber adivinado que yo no iba a tolerar que Jason tuviera otro tutor fuera de su padre. Sí, seguramente debía haberlo pensado; pero también debía creer que los deseos de Sylvester de que él controlara todo en caso de mi muerte hasta la mayoría de edad de Jason, iban a ser respetados.
¿Y Joliffe? Yo había hecho mi testamento. Si yo moría todo pasaba a manos de Joliffe. Mirara hacia donde mirara, la cosa volvía a recaer sobre Joliffe.
*****
Día a día me levantaba con la sensación de un peligro próximo. Hubiera deseado poder confiar en alguien, pero: ¿en quién?
Loti no podía ayudarme. Yo amaba a la chica, pero era difícil el entendimiento con ella. Hubiera deseado tener alguna amiga. Allí estaba Elspeth Grantham, pero no podía considerarla amiga, y sabía que desaprobaba a Joliffe por el simple hecho de que yo me había casado con él y no con Toby.
Fue muy representativo de mi amistad con Toby el hecho de que fue con él con quien estuve a punto de confiarme.
Un día cuando habíamos terminado el quehacer diario, él me dijo:
—¿Está usted mejor desde la visita del médico?
—Sí —respondí, vacilando.
Él me miró con gravedad y sentí una oleada de afecto hacia aquel hombre tranquilo y borroso, que se preocupaba por mí.
—A veces —dijo— es difícil adaptarse a un nuevo medio.
—Ya llevo aquí cierto tiempo, Toby —dije—. Creo que me he adaptado.
—Entonces…
Mis defensas se debilitaron. Tenía que hablar con alguien y con pocas personas tenía tanta confianza como con Toby.
Él esperaba y sentí que las palabras se precipitaban.
—Creo que a veces he tomado algo que me ha hecho sentir mal.
—¡Que ha tomado usted algo! —repitió las palabras y había incredulidad en su voz.
—Jason estuvo enfermo después de beber mi té —dije—. Es raro que se haya descompuesto después de eso. Tuvo pesadillas…, y estoy segura que los síntomas fueron los mismos que me han afectado a mí.
—¿Sugiere usted que había algo en el té?
—Sí… yo…
—Es increíble… —dijo —a menos que…
No necesitó decir más.
—Siempre he sentido que en la «Casa de las Mil Lámparas» pueden pasar cosas raras —proseguí—. La casa me afecta de un modo extraño. ¡Hay tantos criados, y aún no los distingo bien entre sí! A veces me siento como rechazada, Toby. Quizás Sylvester también fue rechazado.
—¿Quién podía rechazarlo?
Me encogí de hombros.
—Le pareceré fantasiosa si le digo que la Casa, ¿verdad?
—Sí —contestó. Sus ojos eran serios—. Si había algo en el té, usted está en peligro. Porque, si ya no bebe té, es probable que usen otro medio…
—En verdad no lo puedo creer, Toby. Creo que estoy deprimida y que imagino cosas.
—¿Y Jason?
—Los niños se descomponen con facilidad.
—¿Ha hablado usted de esto con Joliffe?
Sacudí la cabeza. Me di cuenta que él estaba intrigado.
—Se trata de pura imaginación —dije con rapidez—. Tengo vergüenza de mis pensamientos. No se los he confiado a nadie.
Comprendí que acababa de hacer una especie de confesión. Mi relación con Joliffe no era la que debía haber entre marido y mujer. Si una mujer se siente amenazada, ¿acaso no es hacia su marido hacia quien debe volverse?
—No trate esto con ligereza, Jane —dijo Toby.
—No, tendré cuidado. Pero estoy segura que hay una explicación lógica. He estado muy aplastada, como dicen. He tenido malos sueños y hasta he caminado sonámbula. Le sucede a mucha gente. ¡Sólo hace falta un tónico y se vuelve a la normalidad!
—Si le han puesto algo en el té —dijo Toby— ¿quién podría haberlo hecho? ¿No podría ser alguno de los criados a quien se le hubiera ocurrido que, por ser mujer, no tiene usted derecho a ser propietaria de la casa? Es posible que a alguno se le haya ocurrido esa idea. Sé cómo trabajan las mentes de estos hombres. ¿A quién puede beneficiar su muerte, Jane? A alguien, sin duda. Parece una locura. No se lo podría decir a nadie más que a usted. Pero debe usted estar muy atenta y vigilante. Tiene que protegerse. Si usted muere Adam se hará cargo del negocio como tutor de Jason. Adam podría querer esto. Los negocios no le andan bien. Lo sé. Sé que sería para él muy ventajoso poder echar manos a los asuntos de usted, cosa que naturalmente haría en caso de… El corazón me latía rápidamente. Dije:
—No lo creo. No lo puedo creer ni un instante.
—Claro que no. Lamento haberlo mencionado. Simplemente buscaba un motivo…
Dejó arrastrar miserablemente las palabras. Estaba preocupado por mí. Lo habría estado más en caso de saber que yo había cambiado la voluntad de Sylvester y que ahora era Joliffe quien quedaría en control de todo: Joliffe habría tenido entonces un motivo.
Dijo que Elspeth había mencionado el hecho de que hacía tiempo que no me veía. ¿No quería yo ir a visitarla?
Le dije que iría de inmediato. Elspeth era una mujer seria y práctica: era imposible entregarse a vuelos de fantasía en su presencia. Sentí que iba a tener sobre mí un efecto tranquilizador.
—¡Eh! —Dijo cuando llegamos— viene usted a tiempo para una taza de té.
Dije que la tomaría encantada y ella se puso a prepararlo en un calentador.
Había preparado también bollos y buñuelos escoceses. Hizo el té en la mesa y lo bebí con deleite.
—No dejo que ninguno de los criados lo prepare —dijo Elspeth—. Sólo hay una manera de preparar una buena taza de té. Y parece que nadie supiera hacerlo aquí.
—Jane estaba diciendo lo mismo —comentó Toby. A ella le gusta prepararse el té. ¿Tienes aún ese calentador a keroseno que trajiste de Edimburgo? Se lo podríamos dar para que preparara el té a su gusto.
—Con mucho gusto —dijo Elspeth— ya no lo uso. Aquí nunca le dan tiempo para que se haga. Sólo los escoceses, y tal vez los ingleses… —añadió de mala gana— parecen ser capaces de preparar una buena taza de té.
Dijo que había oído que yo no estaba bien. Frunció los labios a la manera acostumbrada. Naturalmente sugería que debía esperar sufrir males ya que no había sido capaz de cuidarme.
Mientras tomábamos el té llegó una visita. Ante mi desagrado y el enojo apenas oculto de Elspeth, se presentó Lilian Lang.
—Sabía que era la hora del té —exclamó Lilian— y, para ser sincera, no pude resistir a la tentación de venir. ¡Estos bollos celestiales! ¡Y los panecillos! ¡Qué gran cocinera es usted, señorita Grantham, y Toby es el hombre de más suerte del mundo por estar tan bien atendido!
Ella meneó la cabeza, a medias satisfecha a medias resentida contra las visitas; conmigo, por haber rechazado a su hermano; con Lilian por haber ido a visitarla.
Sirvió el té y Toby ofreció una taza a Lilian.
—Delicioso —dijo Lilian— ¡como en Inglaterra! Todas las ceremonias de aquí me hacen reír. Jumbo siempre me dice que no debo reír. Aquí no les agrada. Pero la ceremonia del té es graciosa de verdad. ¡Cuando lo único que hay que hacer es calentar la tetera y volcar agua hirviendo sobre las hojas! ¡Pero a estos chinos les gustan las ceremonias! Aunque las mujeres son más bien bonitas, ¿no les parece? Vamos, señor Grantham, ¡no negará usted eso!
—Tienen cierto encanto —concedió Toby.
—Usted conoce el secreto de ese encanto, ¿verdad? —Se volvió hacia mí, sonriendo con picardía—. Es la completa sumisión ante el varón. Viven para servir al hombre. Las educan con este fin bien metido en la cabeza. ¡No hay más que verles los pobres pies! Debo reconocer que caminan con cierta gracia. ¡Pero eso de mutilarse deliberadamente para agradar a un hombre!
—Supongo que debemos aceptar el hecho de que es una antigua costumbre —dije—. Indica la posición social.
—Naturalmente. Las cosas son aquí distintas. ¡Y ahí está esa misteriosa Chan Cho Lan!
Elspeth torció los labios: no le gustaba el giro que estaba tomando la conversación.
—Le daré la receta de mis panecillos, si gusta —dijo a Lilian.
—¡Es usted un ángel! ¡Jumbo los adora! Pero no sé si le hacen bien. Está engordando de manera alarmante.
—El buen pan escocés nunca daña a nadie —dijo Elspeth tajante.
—Ni el viejo Haggis, ¿eh? Tiene que darme también la receta de eso. ¿Qué decíamos antes de discutir el fascinante tema de la comida? Ah, ¡Chan Cho Lan! ¿La conoce usted, señora Milner?
Dije que así era. Y que se trataba en verdad de una mujer notable.
—Hermosa en cierto modo… para quien le guste ese tipo —dijo Lilian. Adoptó un tono misterioso—. Y les gusta a muchos hombres… europeos, tanto como chinos. Tan femenina, tan graciosa… y profundamente imbuida de esas nociones sobre la superioridad del sexo masculino.
—Cuando la conocí me dio la sensación de tener una idea muy elevada de sí misma —dije.
—De ella misma no cabe duda —replicó Lilian—. Se considera un vínculo de unión entre el hombre y la mujer.
—Le daré la receta del haggis, si lo desea —dijo Elspeth.
—Se lo agradezco mucho, querida señorita Grantham. Pobre Jumbo. Lo va a pasar bien. Me pregunto qué hará con la receta mi cocinero chino. En Inglaterra diríamos que es una especie de «celestina».
Elspeth dijo:
—Nunca he oído una expresión semejante.
—Es como llamar espada a una espada —prosiguió la Imperturbable Lilian—. Usted sabe que tiene una escuela para muchachas. Las recibe cuando aún son niñas. Los padres de niñas no deseadas se las envían… cuando son pequeñas, claro está, ¡y Dios sabe lo que puede suceder en este lugar a una criatura mujer no deseada!
—Las he vito recorriendo peligrosamente los sampans —dije.
—Puede usted estar segura que si cae una criatura al agua y se ahoga, esa criatura es una mujer —dijo Lilian.
Bueno, Chan Cho Lan las recibe, les enseña a cantar y bordar, y a alguna las hace bailarinas para entretener a sus invitados, a sus clientes, como quien dice. Es un negocio muy lucrativo, supongo.
—Imagino que se ocupa de las niñas desde la más tierna infancia.
—Lo hace. Y no por muchos años. Las niñas, al cumplir los doce, ya están listas para servir, como quien dice. Esa profesión es aquí muy honorable y se la considera, una casamentera. Naturalmente muchos de nuestros caballeros visitan el establecimiento —se inclinó hacia mí y bajó la voz confidencialmente—. Tenemos que permitirles ciertas licencias, ¿verdad?
—¡Licencias! —Exclamó Elspeth—. ¿Quién habla de eso?
—Querida señorita Grantham, su corazón está en las Tierras Altas de Escocia, pero aquí no estamos en la buena Escocia.
—Soy de las comarcas bajas —respondió Elspeth tajante— y sé muy bien dónde estamos.
—Las costumbres son diferentes. Esos mandarines con los que nuestros maridos hacen negocios, por ejemplo, viven con sus esposas y las concubinas en una misma casa… y todos muy amigos. La esposa se siente contenta de ser la Dama Suprema, y las concubinas se sienten felices si son visitadas de vez en cuando por el amo…
Elspeth se ponía más y más roja a cada momento. No le gustaba en modo alguno aquella conversación. Tampoco me gustaba a mí, porque sentía que estaba llena de alusiones y que Lilian procuraba decirme algo. Y yo sabía qué.
Joliffe había visitado el establecimiento de Chan Cho Lan. Pensé: ¿Acaso la gente está criticando a Joliffe? Esta mujer se encargará, si hay algo malo que sugerir acerca de alguien, de estar a mano para dar el pinchazo.
—Nuestros maridos ven la forma en que viven esos mandarines —prosiguió Lilian— es natural que quieran imitar ese tipo de vida. Al estilo europeo, claro está. No concibo a Jumbo trayendo concubinas a casa. ¿Supone usted que Joliffe podría hacerlo?
—No —dije— no se lo permitiría.
Ella pareció sacudida por una risa secreta.
—Pero no podemos reprocharles las visitas, ¿verdad?
—No sé —dije tranquilamente, porque ella me estaba mirando fijo— creo que dependería del motivo.
—Los hombres —dijo Lilian, agitando una mano como incluyendo a todo el sexo— siempre encontrarán una excusa plausible para cualquier cosa, ¿no le parece?
—Creo que es hora de regresar a casa —exclamé.
—¿Quiere usted que la lleve en mi carrito? —dijo Lilian.
—Gracias, tengo el mío.
—Yo la acompañaré —dijo Toby—. Tiene usted que llevar el calentador de Elspeth.
Cuando estuvimos instalados en el carrito, él dijo:
—Es una mujer perniciosa.
—Siempre está insinuando algo. Vuelve todo muy incómodo.
—Creo —dijo Toby brevemente— que eso es lo que busca. Elspeth la pondrá en su sitio.
Yo estaba convencida de esto.
No hablamos mucho después, pero, al llegar a la casa y despedirnos, él me apretó la mano con firmeza y dijo:
—Si alguna vez necesita usted algo, mande a llamarme… estaré esperando.
Pensé al entrar en la casa, que era una frase muy consoladora y reconfortante: «Estaré esperando».
Me sentía mejor. Fingía tomar té y, cuando estaba sola, nunca lo probaba. Si había visitas lo tomaba, porque sabía que en este caso el té no estaría contaminado. Me encerraba en mi cuarto y me preparaba té en el calentador de Elspeth. Después de usarlo lo guardaba bajo llave en uno de los armarios. Este pequeño subterfugio me estimulaba en cierto modo. O tal vez mi natural vitalidad volvía a mí. Había procurado hacer un vacío en mi mente. No quería sospechar de nadie, pero tenía que hacer todos los esfuerzos para averiguar qué estaba pasando y si de verdad alguien estaba amenazando mi vida.
Lo más raro era el método elegido. No querían matarme enseguida. Querían debilitarme y hacer que todos creyeran que padecía alucinaciones. Había método en esto, porque, cuando yo estuviera muy débil y hubiera pasado cierto tiempo, mi muerte no podría sorprender a nadie.
Era esto lo que había ocurrido con Sylvester. Ahora estaba segura. Él no lo había sospechado. Había aceptado el debilitamiento de su cuerpo como una consecuencia natural de la vida sedentaria que estaba obligado a llevar.
—Sylvester —murmuré— ¿qué ha sucedido? ¡Quisiera que volvieras para decírmelo!
Cuando podía daba órdenes al hombre del carrito, de manera que pasábamos ante la casa de Chan Cho Lan. A veces decía:
—Más despacio. Casi hemos llegado —y ellos no sospechaban, porque, durante el viaje, varias veces les decía que se detuvieran o disminuyeran la marcha. ¡Sentía tanta piedad por ellos al verlos correr llevando sus fardos! A veces miraba sus caras apergaminadas y me parecía ver cierta desesperanza en ellas. Era como si aceptaran el hecho de que aquél era su destino en la vida. Eran suaves y no se quejaban, aunque a veces parecían cansados; y yo había oído decir que la vida de los hombres de los carritos no era larga.
Débilmente se sentían divertidos ante mi preocupación, creo. Pero ignoro si estaban o no agradecidos. Me consideraban una persona rara. Creo que perdí prestigio con varios criados al ocuparme de sus menudencias. No me importaba. Me sentía feliz de perder todo el prestigio que se les diera la gana defendiendo esa causa.
Fue en una de estas ocasiones cuando nuevamente vi a Joliffe yendo a casa de Chan Cho Lan. Al llegar a la «Casa de las Mil Lámparas», subí a mi cuarto y me pregunté por qué Joliffe iba allí.
Chan Cho Lan y Joliffe. ¿Desde hacía cuánto tiempo?, me pregunté. Lilian Lang lo sabía. Era eso lo que me estaba sugiriendo. Me había dicho con toda la claridad a la que se atrevía, que Joliffe tenía una querida china, y que esa querida podía muy bien ser la inescrutable y fascinante Chan Cho Lan.
¡Había tantas cosas que no sabía! Era como si los extraños supieran más acerca de mis asuntos de lo que sabía yo misma. La vida secreta de un hombre solo es secreta para su mujer. Los otros se enteran, murmuran enseguida, y, si son buenos, ocultan el asunto a quien más le importa, y la sugieren si son malignos.
Se estaba formando el cuadro. ¿Era posible que Joliffe deseara casarse con Chan Cho Lan? Esto no era posible. No podía casarse con nadie, porque estaba casado conmigo.
Pero si yo no existiera… Procuré rechazar tales pensamientos.
Entró Joliffe.
—Jane, querida, no sabía si hablas vuelto.
Me sentí atrapada en un abrazo. Él olía vagamente a una mezcla de jazmín y rosa. Y no tuve que preguntarme dónde había olido antes ese aroma.
*****
—¿Vas a visitar a Chan Cho Lan con frecuencia, Joliffe? —pregunté.
—Sí, he estado a verla.
—¿Recientemente?
—Sí, recientemente.
—¿Tienes algún negocio con ella? ¿Está interesada en alguna pieza de colección?
—Siempre está interesada en piezas de colección.
—¿Entonces es por eso que has ido a verla… recientemente?
—Hay otro asunto, Jane.
El corazón empezó a latirme con rapidez. ¿Que iría a decirme ahora?, ¿iba a explicármelo todo, a confesarme que tenía una querida, a decirme que yo tenía que aprender muchas cosas acerca de la vida aquí y adaptar sus puntos de vista?
Eso no lo aceptaré nunca, pensé orgullosamente.
—Se trata de Loti —dijo él.
—Loti. ¿Qué tiene que ver en esto?
—Todo —contestó—. Chan Cho Lan va a encontrarle un marido.
Loti me ha hablado algo de eso.
—Debe casarse. Ya está en edad.
—¿Es un matrimonio… o una liaison?
—Matrimonio.
—Loti cree que, como su pies no han sido deformados, eso no es posible.
—Probablemente así sería para alguien que fuera enteramente china. El marido que Chan Cho Lan tiene pensado es mitad inglés, como la misma Loti.
—¿Y ése es el motivo por el cual has visitado a Chan Cho Lan?
—Sí.
—Huelo en tus ropas el perfume de su casa.
—¡Qué buen olfato tienes, querida!
—Me haces parecer como el lobo de Caperucita Roja. Tanto mejor, te contestaría, para oler tus secretos. Él me dio un leve beso en la nariz.
—Suerte que no tengo ninguno —dijo.
—Hubiera supuesto que los asuntos matrimoniales de Latí debían discutirse conmigo y no contigo —dije.
Era plausible. Cuando estaba cerca de él creía lo que me decía. ¿Cómo podía ocurrírseme que iba a engañarme?
Siempre estaba atrapada por mi amor a él, por mi necesidad de él. Por aquel tremendo vínculo físico que nos mantenía ligados.
Estando juntos creía en él. Más tarde, por la noche, cuando despertara bruscamente y mirara hacia la puerta con miedo de ver la Máscara de la Muerte las dudas volverían. Alguien en esta casa me amenazaba. Tenía que descubrir quién era y, para esto, no debía permitir que me engañaran.
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Yo siempre había sabido que Joliffe sentía simpatía por Loti y ella por él, aunque tenía la impresión que ella se había desilusionado un poco cuando me casé. No era exactamente desilusión, sino temor. Ella sabía, naturalmente, que Jason era hijo de Joliffe, y que algo había andado mal entre los dos. Sin duda atribuía todo a las costumbres inescrutables de los diablos extranjeros.
Ahora empecé a percibir ciertas miradas entre ellos. Una expresión cariñosa en Joliffe cuando hablaba con ella o de ella; de Loti yo no estaba segura. Aquellas risitas que podían indicar diversión o tragedia siempre me desorientaban.
Sabía que con frecuencia Loti visitaba a Chan Cho Lan. Ésta había sido una costumbre regular desde su llegada a casa, y no había en ello nada desusado. Le pregunté cuáles eran sus sentimientos acerca de la unión que se planeaba para ella.
—Me siento muy feliz —dijo con tono doloroso.
—No parece, Loti.
—Esperar y ver —dijo ella.
—Deberías estar bailando de alegría —dije.
—No —meneó la cabeza—. Nada de eso.
—¿Has visto a ese hombre?
—Sí, haber visto.
—¿Es joven… guapo?
Asintió. La rodee con mis brazos.
—¿Es acaso que te apena dejarnos?
Apoyó la frente contra mí, en un gesto de abandono que me resultó muy atractivo.
—Nos veremos con frecuencia, Loti —dije—. Tú y tu marido nos visitarán. Ven a tomar el té.
Ella se volvió, con una risita.