III

Loti y yo habíamos ido al mercado y volvíamos en un carrito cuando, al pasar junto a la casa de Chan Cho Lan vi a Joliffe. Era evidente que salía de allí. Lo contemplé andar la corta distancia que lo separaba de la «Casa de las Mil Lámparas».

Me hundí en el asiento. Me pregunté por qué aquello me perturbaba tanto. Naturalmente sabía por qué. Recordaba trozos de conversaciones oídas en casa de Elspeth Grantham y podía ver la sonrisa sutil de Lilian Lang. «¿Cómo llamarían en nuestro país a ese tipo de actividad?».

¿Por qué visitaba Joliffe la casa de Chan Cho Lan? Me pregunté. Y fue como si Lilian Lang contestara: «Realiza tratos… no sólo con los chinos, sino con los europeos…». Y Elspeth Grantham decía después: «Muchos hombres tienen queridas chinas en secreto».

Reí ante la idea. ¿Cómo podía ser eso posible? Pensé en la intensidad de nuestra mutua pasión. Nada faltaba en este sentido en nuestro matrimonio. Joliffe no podía fingir hasta ese extremo.

Pero: ¿para qué había ido a casa de Chan Cho Lan?

Él ya estaba en casa cuando llegamos Loti y yo. Subí a nuestro cuarto. Supe que él ya estaba allí porque lo oí silbar la famosa aria La donna è mobile de Rigoletto.

Fui directamente hacia él.

—Hola, querida —dijo— ¿vienes de hacer compras?

—Sí.

Lo miré. Una de las cualidades de Joliffe era que cuando uno estaba a su lado, creía cualquier cosa a su favor, por increíble que pareciera de inmediato me pareció imposible que hubiera ido a visitar a Chan Cho Lan por otra cosa que por negocios.

—¿Dónde has estado hoy? —pregunté.

—Oh, fui a El Bajo y después visité a un inglés que está interesado en una figura de cuarzo rosa. Ya sabes a cual me refiero.

Pero yo acababa de verlo salir de casa de Chan Cho Lan.

Mi temor fue leve, porque allí estaba él, otra vez con su franca sonrisa. Pero supe que mis miedos iban a aumentar cuando estuviera sola, y tuve que decir algo.

—Has estado en casa de Chan Cho Lan —dije. Por un momento pareció sorprendido y yo proseguí—. Te vi salir hace un rato.

—Ah… sí.

—Creí que habías ido a ver la figura de cuarzo rosa…

—Fui a verla. Después visité a Chan Cho Lan… cuando volvía a casa.

—¿Sueles visitarla con frecuencia?

—De vez en cuando.

Lo miré desafiante.

—¿Por qué?

Él se acercó y me puso las manos sobre los hombros.

—La tal dama es una potencia en Hong Kong. Conoce a mucha gente.

—¿Ricos mandarines que están ansiosos por… hacer alianzas?

—Exactamente. Ricos mandarines que también buscan piezas valiosas, o que desean venderlas de colecciones que han pertenecido desde hace siglos a sus familias. Así es como se encuentran piezas muy interesantes.

—¿Así que vas allí para reunirte con esa gente?

—Aprovecho todas las oportunidades. Y lo mismo hace Adam.

—¿Toby suele ir también?

Joliffe rió.

—¡Pobre Toby! Elspeth no le permitiría poner el pie en un lugar semejante. Se aterraría de miedo a que lo seduzcan.

—¿Y debo yo sentirme aterrada por tu causa?

Él me estrechó contra su pecho.

—En lo más mínimo —dijo—. Sabes que soy totalmente tuyo.

Naturalmente le creí.

Los celos son insidiosos. Uno ríe ante la idea de que el amado pueda ser infiel; uno se dice que, el imaginarlo, se debe a un exceso de amor. Pero las dudas se apoderaban de mí bruscamente, y me preguntaba hasta qué punto confiaba en Joliffe. Una cosa sabía: era extremadamente atractivo… no sólo para mí, sino para otras. Lilian Lang hacía mañosos comentarios sobre esto donde quiera que la encontraba; y en la remilgada sonrisa de Elspeth había un toque de justificado placer; porque aquéllos que se preparan una cama, tienen que acostarse en ella.

Hacían comentarios de la primera mujer de Joliffe. Y yo sabía que aquellas mujeres sólo creían a medias que era la enfermedad lo que la había llevado a quitarse la vida y no alguna falta de Joliffe.

Elspeth creía que, una vez pronunciados los votos matrimoniales, había que defenderlos, sucediera lo que sucediera. Ante sus ojos Joliffe no era una persona en la que se pudiera confiar, y el hecho de que lo hubiera preferido a su hermano demostraba que yo era una tonta.

Tenía tanta paciencia con los tontos como con los canallas, y, por lo tanto, sugería que yo merecía todo lo que podía ocurrirme.

Cuando Loti se presentó con una invitación de Chan Cho Lan, la acepté ávidamente.

Aquella extraña mujer me interesaba más que nunca. Quería verla de cerca, incluso hablar con ella.

—Ella desear que lleve usted a Jason —dijo Loti. Jason quedó encantado con la idea, y partimos los dos, junto con Loti. El criado con la coleta nos abrió el portal y allí estaba la casa en medio de su patio, encantadora a la luz del sol, con sus tres pisos, cada uno sobresaliente del otro y su adornado techo.

Era una ocasión distinta a la última, porque éramos las únicas visitas. Me pregunté para qué quería verme Chan Cho Lan, y se me ocurrió que tal vez Joliffe le había dicho que yo estaba ansiosa por saber el motivo por el cual él la había visitado.

Esperamos en el vestíbulo. Oímos a la distancia el vago tintinear de la música china, y después vino un criado para llevarnos ante Chan Cho Lan.

Estaba sentada en un cojín, se puso de pie, y balanceándose graciosamente se acercó a nosotros.

Juntó las manos y las levantó tres veces sobre su cabeza.

¿Hau? Tsing, tsing —dijo con su dulce voz musical. Miró a Jason y lo saludó del mismo modo. Él entendía ahora que debía replicar de la misma manera.

Chan Cho Lan dijo algo a Loti, que tradujo:

—Chan Cho Lan decir que usted tiene hijo muy lindo.

Nos sentamos. Ella dio una palmada y las largas vainas de las uñas chocaron entre sí.

Entró un criado y ella le habló tan rápidamente que no pude entender nada. Adiviné que pedía que trajeran el té para los invitados.

Pero no fue el té lo que trajeron. Entró otro criado que traía de la mano a un niño.

Aquel niño era exquisito; su pelo negro estaba peinado chato sobre la cabeza; los ojos eran brillantes y, al igual que los de Loti, eran más redondos que almendrados; el cutis era del mismo tono de pétalo de magnolia. Llevaba una casaca y unos pantalones de seda azul.

Chan Cho Lan lo miró, impasible.

Después hizo una seña y el niño se adelantó, y se inclinó, ante nosotros.

Jason y él se miraron curiosamente. Había un profundo silencio en la habitación. Chan Cho Lan observaba atentamente a los niños, como comparándolos.

Jason dijo al muchacho:

—¿Qué edad tienes?

El chico rió. No había entendido.

—Es Chin-ky —dijo Chan Cho Lan.

Dije que había oído antes el nombre.

—Nombre de gran guerrero —explicó Loti—. Él ser gran guerrero un día.

Chan Cho Lan habló rápidamente al niño, que miraba con cierta timidez a Jason.

—Chan Cho Lan dice Chin-ky mostrar su barrilete a Jason.

Al oír hablar del barrilete Jason se interesó enseguida.

—¿Qué clase de barrilete tienes, Chin-ky? ¿Uno con un dragón? Yo tengo uno con un dragón. Mi padre y yo podemos remontarlos más alto que nadie.

Chin-ky rió. Era evidente que estaba fascinado con Jason, que parecía tanto más grande que él.

Chan Cho Lan dijo algo a Loti, quien se levantó.

—Chan Cho Lan dice que los lleve a jugar al patio —agitó la mano y vi el patio más allá de la ventana.

Asentí y Loti partió con los niños.

Cuando ellos salían trajeron el té.

Chan Cho Lan y yo permanecimos sentadas junto a la ventana. Aparecieron los niños. Llevaban un barrilete que era casi tan grande como Chin-ky. Loti se sentó y se puso a observarlos.

El criado de Chan Cho Lan me entregó la taza de té. Sorbí el brebaje. Era caliente y refrescante.

Ella dijo:

—Su hijo… mi hijo.

—Su Chin-ky es un niño hermoso —contesté.

—Dos niños hermosos. Juegan felices.

Me ofrecieron frutas secas. Me serví una con un tenedorcito de dos puntas.

—Jugar barrilete —dijo ella— oriente y occidente. Sin embargo…

Parecía no poder continuar. Pero tuve la sensación de que quería decirme algo.

Jason y Chin-ky parecían comunicarse mejor que nosotras. Sus cabezas estaban unidas cuando soltaron el barrilete. Se plantaron con las piernas abiertas para verlo subir y, mientras los miraba, se me ocurrió que eran muy parecidos.

Chan Cho Lan pareció leer mis pensamientos. Dijo:

—¿Parecerse… el uno al otro?

—Sí —dije— es lo que estaba pensando.

—Su hijo… mi hijo… —me señaló, después se señaló a sí misma. Sonrió asintiendo con la cabeza.

—Dos niños… niños mejor que niña. Usted contenta.

—Adoro a mi hijo —dije.

Ella entendió y asintió.

En algún punto de la casa resonó el gong. Fue como un repique, porque las próximas palabras fueron:

—Mi hijo… su hijo… ambos tener padre inglés. —Sonreía, pero había un brillo malévolo en sus ojos.

Oh, Dios, pensé, ¿qué es lo que quiere decirme? Y entonces, lejos en la casa, volvió a resonar el gong. No sé cuánto tiempo permanecimos allí, contemplando a los niños en el patio. Jason lanzaba gritos salvajes mientras remontaba el barrilete, y Chin-ky saltaba en un éxtasis de placer. De vez en cuando se interrumpía para mirar a Jason, y ambos reían luego como ante un secreto compartido.

Yo sentía la presencia de ella; su delicado perfume, el grácil balanceo de su cuerpo, los diminutos piececitos en zapatillas negras, las manos hermosamente expresivas. Me sentía torpe y grosera a su lado. Ella había sido educada para seducir a los hombres. Todo en ella me era ajeno. Pensé en mi madre que había deseado que yo fuera grande y fuerte, y que me había comprado zapatos nuevos en una época en la que apenas podía pagarlos, para que mis pies tuvieran bastante espacio para crecer. Era un pensamiento extraño en aquella ocasión, pero yo estaba procurando rechazar la sospecha que se había apoderado de mí.

Ella procuraba decirme algo y yo no me atrevía a preguntarme con insistencia qué podía ser. Yo sabía que Joliffe la visitaba. Lo había visto salir de esta casa. Sólo me lo había confesado cuando yo lo presioné. ¿Con cuánta frecuencia venía él aquí? ¿Cuál era su relación con esta extraña aunque hermosa y fascinante mujer? Había venido con intervalos a Hong Kong desde que era niño. Sabía muchas cosas de la ciudad que yo ignoraba. Visitaba a esta mujer.

¿Por qué? ¿Me había dicho la verdad? ¿Cómo podía yo saberlo?

Y cuando él no estaba a mi lado y yo recordaba lo que había pasado antes, atroces sospechas insistían en fijarse en mi mente.

Y aquella rara y enigmática mujer: ¿para qué me había invitado? ¿Por qué había decidido que su hijo jugara con el mío mientras los mirábamos? ¿Por qué había querido que yo los viera juntos? ¿Era para mostrarme el parecido —sí, había un parecido indudable— entre su hijo y el mío?

Ambos tenían padre inglés. ¿Quería sugerir que compartían el mismo padre?

Finalmente terminó la visita. Chan Cho Lan envió un criado a buscar a Jason, que continuaba en el patio. El vino, de mala gana. Graciosamente Chan Cho Lan indicaba que esperaba que partiéramos.

Cuando volvíamos, Jason habló de Chin-ky. Era simpático pero raro, comentó. Su barrilete no era tan bueno como el de Jason, aunque casi lo era.

—No puede remontarlo tanto como mi padre —dijo complacido.

Loti me observaba a hurtadillas.

—¿Gustar visita? —preguntó.

Dije que había sido muy interesante.

—¿Por qué me invitó? —pregunté.

—Quería mostrar su hijo… ver suyo.

Loti tuvo una risita y me pregunté: ¿Qué es lo que sabe Loti? ¿O simplemente sospecha algo?

*****

Quedé pensativa después de la visita a Chan Cho Lan. Dije a Joliffe:

—Chan Cho Lan me invitó a su casa.

—¡Ah! Le gusta estar en buenas relaciones con la familia.

—Tiene un hijo… un poco menor que Jason. Parecía ansiosa porque yo lo viera.

—Los chinos tienen mucho orgullo de los hijos varones. Sería diferente en caso de tratarse de una niña.

—En ese caso supongo que la educaría para… que hiciera alguna alianza.

—Indudablemente.

Dijo que el padre del niño era un inglés.

—Ella debe saberlo —comentó Joliffe.

Parecía imperturbable y me avergonzaba de mis sospechas cuando estaba en su presencia. Era cuando quedaba sola que volvían las dudas.

Poco después de esta visita mi salud empezó a deteriorarse. Los mareos eran más frecuentes, la desgana más persistente. «¿Qué me pasaba?» me pregunté. Toda clase de temores me obsesionaban. Las sospechas se apoderaban de mi mente. Chan Cho Lan… y su hijo; Bella y su final inesperado. ¿Qué significaba todo esto? No creía en aquellas sospechas y, sin embargo, no podía librarme de ellas.

Alguna vez intenté hablar del asunto con Joliffe, pero, cuando estaba junto a él, me parecían ridículos. Cómo decirle: «¿Eres acaso el padre del hijo de Chan Cho Lan?». Ésta era la sospecha que me abrasaba. Pero ¿cómo decirle esto? Cuando se presentaba ante mí bromeando, lleno de ternura, los ojos llenos de amor, ¿cómo hacerle en serio esta pregunta?

Y además estaba Bella. Yo quería saber algo más acerca de Bella. ¿Cuál había sido la verdadera relación entre ellos cuando ella se había arrojado por la ventana?

Joliffe me esquivaba siempre que yo quería tratar el asunto. Yo entendía ahora algo acerca de su carácter. Quería vivir siempre al sol. Vivía el momento. Alguna gente afirmaba que así era como debía vivirse la vida. Él creía que todo iba a arreglarse finalmente; hacía a un lado las dificultades; cualquier cosa que le pareciera desagradable.

Yo era distinta. Me gustaba mirar de frente las cosas desagradables y decidir qué hacer con ellas. Yo era el tipo de persona que mira hacia adelante. Lo había hecho al casarme con Sylvester. Había pensado entonces en el futuro de Jason. Tal vez la base de la mutua atracción que sentíamos era la diferencia de nuestras naturalezas. Si yo regañaba a Joliffe por sus puntos de vista impulsivos e inquietos, él se burlaba de mis cuidados.

No le hablé de mis problemas de salud. Yo misma procuraba ignorarlos; a veces, cuando aquel atroz desgano se apoderaba de mí, subía a nuestro dormitorio y me recostaba. Con frecuencia todo lo que necesitaba era dormir un rato. Pero era una sensación extraña y seguía pensando en Sylvester y en lo fatigado que parecía haberse sentido algunos días.

Loti estaba enterada. Entraba sigilosamente y cerraba las persianas; a veces veía arrugas de ansiedad en su carita. Se encogía de hombros, sus cejas arqueadas se levantaban y lanzaba su risita nerviosa.

—Dormir —decía —y sentirse mejor.

Una tarde dormí más que de costumbre y me desperté sobresaltada. Algo me había despertado. Quizás fuera un mal sueño. Después comprendí que no estaba sola. Alguien… algo estaba en el cuarto. Me incorporé sobre el codo. Un movimiento me llamó la atención. Después vi que la puerta estaba entreabierta y que algo malo había allí.

Contuve el aliento. Estaba soñando. Tenía que ser así. La cosa estaba allí… en la puerta… y unos ojos luminosos me miraban desde un rostro cruel. No era humano.

Lancé un leve grito, porque creí que la cosa iba a precipitarse sobre mí. El tiempo parecía marchar lentamente y no podía moverme; se había apoderado de mí un terror tan grande que estaba indefensa.

Pero, por suerte, en lugar de acercarse a mí la cosa desapareció. Percibí un relámpago rojo cuando se movió.

Me senté y miré alrededor. El corazón me latía tanto que era como un tambor en mis oídos. Sólo podía tratarse de una pesadilla. Pero muy viva. Hubiera jurado que me había despertado y había visto algo. Pero ahora estaba despierta. No podía haber soñado.

Mi mente estaba tan confundida que ya no sabía si estaba dormida o despierta. Salí de la cama. Me temblaban las piernas. Noté que la puerta estaba abierta. Seguramente yo la había cerrado…

Me acerqué y miré hacia el corredor. En el extremo estaba la figura de la diosa. Casi esperé que se moviera.

Me forcé en caminar hacia ella.

Tendí la mano para tocarla.

—Es sólo una imagen —murmuré.

Era un sueño… un sueño en el que había estado a medias despierta. ¿Qué otra cosa podía ser? Yo no sufría de alucinaciones. Era un sueño, pero me había sacudido profundamente. Me puse un vestido y me peiné. Mientras lo estaba haciendo entró Loti.

—Usted dormir mucho —dijo.

—Sí, demasiado —contesté.

Ella me miró de una manera rara.

—¿Sentirse bien?

—Sí.

—Usted parecer asustada.

—Tuve un mal sueño, eso es todo. Ya es hora de encender las lámparas.

*****

Joliffe partió por unos días. Iba a Cantón a comprar jade.

—Estoy preocupado por ti —dijo—. Cuando vuelva partiremos por un tiempo… tú, yo y Jason —tomó mi cara entre sus manos—. No prestes atención a los viejos profetas del mal. Van a decirte que la diosa está descontenta porque perdió parte de la cara[2]. Esa estatua ha estado ahí desde hace años, y dentro de lo que recuerdo siempre ha perdido pedazos. Pero, si pueden, harán alguna historia con esto.

—No te demores demasiado —supliqué.

—Puedes estar segura que volveré lo antes posible.

Cuando él partió fui a El Bajo. Toby ya se había curado y estaba muy ocupado, me dijo, poniéndose al día con el trabajo que se había amontonado durante su ausencia. Yo procuré mostrarme animada ante unos vasos de bronce que habíamos adquirido, pero evidentemente no lo logré, porque Toby me miró ansiosamente y dijo:

Usted no está bien, Jane —su voz era tierna—. ¿Le pasa algo?

Eludí sus preguntas.

—No es nada, creo. Simplemente estoy cansada, desganada a veces, un poco mareada por las mañanas.

—Debería usted ver al médico.

—No creo que sea para tanto.

—Debe verlo. Es necesario.

—Quizás lo haga.

—¿Hay algo más, Jane?

Vacilé; después le hablé de la figura que creía haber visto.

—Debe usted haber soñado.

—Naturalmente, pero parecía tan real que de verdad creí estar despierta.

—Hay algunos sueños así. Debe haber sido un sueño. ¿Qué otra cosa podría ser?

—No lo sé… fuera del hecho de que Loti siempre está hablando de dragones, y yo creí ver uno.

Él sonrió amablemente y yo pensé que sus ojos eran bondadosos, gentiles y que podía decirle cosas que no le podía decir a Joliffe.

Con Joliffe yo quería presentarme como él deseaba que fuera. Joliffe detestaba la enfermedad.

—Fue un sueño, Toby —dije—. Debe ser así, porque, si no lo es, fue una alucinación. Creí estar despierta. Eso me preocupa.

Toby me sonrió con cariño.

—Tal vez tuviera usted fiebre —dijo— y esa imagen se presentó en su semiinconsciencia. No es nada, pero de todos modos insisto en que vea a un médico.

—Quizás lo haga —dije.

*****

Pero no lo hice. No podía decidirme. Parecía una tontería. ¡Sentirse trastornada por un mal sueño! Cuanto más me alejaba del hecho más me parecía haber soñado despierta. De eso se trata, sin duda.

No necesitaba ver un médico; podía curarme sola. Cesaría de tener miedo. Miedo. Me había dejado preocupar demasiado por las leyendas que abundaban aquí. Aquellas charlas sobre el mal «joss», sobre diosas avergonzadas que se volvían contra quienes ignoraban sus códigos, habían tenido efecto sobre mí, y todo porque no podía evitar que ciertos interrogantes se presentaran en mi mente. Sylvester… ¿qué era lo que había tenido en verdad? ¿Qué era lo que había sentido Bella plantada ante la ventana antes de tirarse? ¿Por qué la vida se le había hecho insoportable?

Y ahora Bella estaba muerta, Joliffe se había casado conmigo y yo era una mujer rica. Controlaba muchos intereses; y cuando muriera esos intereses pasarían a manos de Joliffe, que los custodiaría para Jason. ¡Después de haber hecho secretamente el arreglo había empezado a sentirme enferma!

Los pensamientos se cruzaban y entrecruzaban en mi mente; por eso estaba en ese estado de nervios y me preguntaba si era verdad que estaba amenazada en cierto modo.

¿Realmente, me decía, es mi ridícula imaginación que estaba actuando de nuevo? Y en caso de amenaza, ¿quién me amenazaba?

—Vaya a ver un médico —me decía Toby, sus ojos buenos llenos de preocupación por mí.

Pensé que sería muy fácil hablarle de mis temores. Él escucharía gravemente. ¡Era curioso que me pareciera más fácil hablar con él que con Joliffe! Con él lejos, era más fácil pensar. Procuré analizar fríamente mi situación.

Unas palabras dichas una vez por Adam volvieron a mí: «¿Se da usted cuenta de la extensión de sus negocios? ¿Entiende usted todo lo que le ha dejado Sylvester?».

Yo sabía que era mucho. Sabía que debía conservarlo para Jason, porque esto era lo que Sylvester había deseado. Adam había sido nombrado su tutor, y yo lo había cambiado para que fuera Joliffe.

Y desde que había hecho el cambio…

«¿Qué me está pasando?» me preguntaba. «¿Por qué me siento enferma? Es como si una maldición hubiera caído sobre mí. ¿Qué he hecho para merecer la ira de los dioses de Loti? ¿O era acaso la avidez de los hombres lo que yo temía y no la ira de los dioses?».

¡Qué largos parecían los días sin Joliffe! Él era tan vital que, cuando estaba a mi lado, mis miedos se apaciguaban. Me sentía viva como nunca podía sentirme en su ausencia.

Incluso cuando se había apoderado de mí aquella terrible desgana, y sentí que me invadía el sueño, lo eché de menos terriblemente. ¡Qué aburrida podía ser la vida sin él! Jason estaba también inquieto.

—¿Cuánto tiempo estará ausente mi padre?

—Sólo uno o dos días —le dije.

—Me hubiera gustado que me llevara. Lo hará algún día. Me lo ha dicho.

—Sí —dije— va a enseñarte arte chino para que puedas hacer su trabajo cuando seas grande.

—Se tarda mucho en crecer —se quejó.

Fue a acostarse y yo me retiré temprano. Estaba muy cansada y tomé una taza de té antes de meterme en la cama.

Me la hice servir en mi cuarto, como hacía con frecuencia los días en los que no me sentía bien. Creo que algunos criados pensaban que yo estaba al comienzo de un embarazo. Yo misma había pensado que las extrañas sensaciones que experimentaba podían ser debidas a esto, pero no era así.

Era otra cosa.

Una rara enfermedad. Toby me había dicho que, con frecuencia, los europeos padecían males desconocidos, si vivían mucho tiempo en Oriente. Nuestros cuerpos no siempre se adecuaban al cambio. ¡Era tan simple como eso!

¡Tan simple como eso! Sencillamente yo padecía algún malestar oriental y estaba creando una atmósfera de tensión y sospechas a causa de ello.

Pero, hiciera lo que hiciera, no podía sacarme de la mente a Bella. Si alguien ha sido alguna vez perseguido por la imagen de alguien, yo lo era por Bella. Estaba constantemente en mis pensamientos. ¡Cuán grande debe ser la agonía mental para llegar al suicidio! El fin de la vida. Detrás del suicidio está la convicción que lo que nos espera más allá de la tumba es más tolerable que lo que nos ha dado la vida. Un ser debía estar muy desesperado para llegar a esa conclusión.

Bebí mi té y pronto caí en un sueño en el que esperaba no tener pesadillas. Pero soñé mucho. Cuando estaba apenas adormilada me pareció que me sumergía en un mundo fantástico.

Bella estaba allí. Decía: «Es fácil. Basta con dejarse caer… caer…». «¿Qué pasó. Bella?» preguntaba yo. «¿Estabas sola cuando te pusiste ante la ventana?». «Ven a ver, ve a ver».

Soñé que me levantaba de la cama. Ella se volvía, me miraba y su cara era horrible… como la cara que había visto en el otro sueño. Supe entonces qué era eso que me miraba. Era la Muerte. Bella iba hacia su muerte. La cara cambió y pareció Bella como era cuando la vi en el parque. Dijo: «Tengo que decirte algo. No te gustará, pero tienes que saberlo». «Ya voy, ya voy» exclamaba yo.

Me tendía la mano y yo se la agarraba. Me guiaba por el corredor hacia la escalera. Su voz resonaba en mis oídos. «No te gustará, pero tienes que saberlo. Ven… —murmuraba— es fácil».

Sentí el viento frío en la cara. Sentí que me sujetaban con firmeza. Estaba inclinada sobre el alféizar de la ventana. Grité.

—¿Dónde estoy?

Estaba totalmente despierta. Me volví y vi a Joliffe. Me estrechaba entre sus brazos y Loti estaba también allí. Esto no era un sueño. Yo estaba en el piso más alto. La ventana estaba abierta de par en par. Vagamente fui consciente de la luna nueva brillando sobre la pagoda.

—¡Dios mío, Jane! —Exclamó Joliffe—. ¡No es nada, ya estoy aquí, Jane! ¡Cálmate, querida!

—¿Qué ha pasado?

—Te llevaremos enseguida a la cama —dijo Joliffe. Cerró con firmeza la ventana, sin dejar de rodearme con su brazo. Vi a la luz de la luna la cara pálida de Loti. Estaba temblando.

Joliffe me levantó en brazos y me llevó a nuestro cuarto. Allí me senté en la cama y lo miré, interrogante.

—Te traeré un poco de coñac —dijo él. —Te hará bien.

—Creí que no estabas aquí —murmuré.

Loti seguía allí, mirando con los ojos muy abiertos.

—He regresado hace una hora —dijo Joliffe—. No quise molestarte y fui a acostarme en el cuarto de vestir.

Se refería al cuarto que había sido de Jason, porque, desde el regreso de Joliffe, Jason había sido trasladado a otro cuarto cercano.

—Estaba dormido y algo me despertó. Debe haber sido en el momento que saliste del cuarto. Quedé horrorizado al ver la cama vacía. Te seguí. ¡Gracias a Dios lo hice!

Miré a Loti.

—Yo también oír —dijo— yo también venir.

Me sentía atrozmente cansada.

—¿Qué hora es? —pregunté.

—Cerca de la una —dijo Joliffe—. Vete a acostar, Loti. Ya todo está bien.

Loti inclinó la cabeza y salió.

Joliffe se sentó en la cama y me rodeó con su brazo.

—Estabas como una sonámbula —dijo—. Es la primera vez que te sucede, ¿verdad?

—Es la primera vez que me lo dicen.

Él me tomó las manos, y hubiera jurado que su ansiedad y su miedo eran verdaderos.

—Tuve un sueño muy vivo —dije.

—Estabas junto a la ventana.

—Soñé que Bella me había llevado allí.

—¡Oh, Dios mío, no!

—Sí, lo soñé.

—Ha sido una pesadilla. Has estado pensando y repensando en eso. Ya ha pasado, Jane. Terminado… Olvídalo. Has dejado que la cosa te preocupe tanto que… que puede pasarte una cosa así. Ha terminado, te digo.

Miré hacia la espada de monedas colgada en la pared.

—Bebe esto ahora —dijo él poniéndome la copa de coñac en la mano. Obedecí.

—Ahora te sentirás mejor —añadió, como forzándome a que así fuera.

—Estoy cansada —dije— muy cansada.

—Duerme y mañana te sentirás mejor.

De verdad estaba exhausta. Sólo deseaba dormir. Todo lo demás podía esperar.

Pero notaba la presencia de Joliffe, inclinado sobre mí, arropándome, besando con ternura mi frente.

*****

Me desperté tarde a la mañana siguiente. Loti me dijo que Joliffe había dado orden de que me dejaran dormir.

En cuanto desperté recordé los hechos de la noche anterior. Había caminado en sueños. Era algo que nunca me había ocurrido antes. Recordé la noche que me había despertado y encontrado a Sylvester en mi cuarto. Yo lo había llevado a su cuarto y había permanecido allí, observándolo. «He estado sonámbulo —había dicho él—. Es algo que no me ha ocurrido jamás en la vida». De pronto me sentí horrorizada. Sylvester había visto la figura de la muerte. Había creído que era una señal.

Un estremecimiento helado atravesó mi cuerpo. ¡Me estaba sucediendo lo mismo que le había ocurrido a Sylvester!

¡Aquellos ataques de desgana! Él también los había padecido. Habían sido el comienzo. ¡Y el médico había dicho que no tenía nada!

Sylvester había ido a mi cuarto. Había deseado tanto verme que, en sueños, su mente había sido más fuerte que su cuerpo. Había querido decirme que iba a morir y que me dejaba todo lo que le pertenecía. Era lo que ocupaba su mente. Yo había soñado con Bella. Esto era lo principal para mí. ¿Cómo había muerto Bella? Era lo que me había estado preguntando. Había caído de una ventana. ¿Se había arrojado voluntariamente? ¿La habían llevado allí?

No, no. No podía dejar de pensar en mí misma luchando entre los brazos de Joliffe.

Loti me había oído. También había venido. Era por eso que… no quería pensar. Claro que todo era como había dicho Joliffe.

—Naturalmente, naturalmente —dije en voz alta—. ¿Cómo podría ser de otro modo?

Pero; ¿cómo evitar que los pensamientos malignos, las aterradoras sospechas penetraran en mi mente?

*****

Joliffe era solícito conmigo.

—Jane, querida, no estás bien. ¿Qué te pasa? Dímelo…

—Me siento más bien cansada —contestaba yo.

—Pero has sufrido de sonambulismo. ¿Nunca te había pasado antes, verdad, ni siquiera cuando eras niña? ¿Le pasó alguna vez a tu madre? ¿Es algo que se produce en determinadas familias?

—Si me ha ocurrido antes no estoy enterada.

—Creo que deberías ver al doctor Phillips. Necesitas algún tonificante. Estás muy deprimida. Has pasado una época difícil.

—Ya han pasado las épocas difíciles. Ahora me curaré.

—Es así como estas cosas afectan a la gente. Los nervios están tranquilos cuando se atraviesa la crisis y después, cuando la vida se vuelve tranquila, el esfuerzo hecho empieza a aparecer. ¡Necesitas un reconstituyente! —Meneé la cabeza.

—Ya me curaré, Joliffe.

Jason sabía que yo no estaba bien. Y también estaba preocupado. Yo me sentía muy conmovida cuando me miraba con ojos llenos de ansiedad. Temía haberme descuidado algo últimamente. Había estado tan exaltado al descubrir que tenía un padre que había dejado que su entusiasmo por él apagara la atención que me prestaba. Me seguía por todas partes. Por la mañana venía a mi cuarto y se plantaba junto a la cama.

—¿Cómo estás, mamá? —decía y yo sentía deseos de retenerlo, de estrecharlo entre mis brazos.

Joliffe entendía; siempre entendía a Jason.

—No te preocupes, papá —decía—. La cuidaremos. Una tarde, sin decirme nada, trajo al doctor Phillips a casa.

Yo estaba descansando echada en la cama, porque estaba en uno de mis días desganados.

—Su marido me dice que no se siente usted bien, señora Milner —me dijo.

—A veces me siento muy bien; otras me invade una especie de pereza.

—¿No siente usted dolores de ninguna clase?

Sacudí la cabeza.

—A veces me siento casi… normal. Y después esto se apodera de mí.

—¿Nada más que cansancio?

Y… bueno, pesadillas violentas.

Su marido me ha dicho que ha caminado usted en sueños. Se me ocurre, señora Milner, que usted no se adapta a la vida de aquí.

—Estoy aquí desde hace casi dos años.

—Ya lo sé. Pero esto puede manifestarse cierto tiempo después de la llegada. Aparentemente no sufre usted enfermedad alguna, fuera de esa pereza y de sus noches inquietas. La pereza puede ser resultado de las malas noches.

—Duermo casi todas las noches.

—Sí, pero quizás no duerme usted tranquila ni profundamente. Y padece usted esas pesadillas. Tal vez le convendría un viaje a Inglaterra.

—A su debido tiempo; por el momento hay mucho que hacer aquí.

El doctor entendió.

—De todos modos lo pensaría en su caso. Entretanto voy a recetarle un tónico. Estoy seguro que en poco tiempo se recobrará.

Más tarde dije a Joliffe:

—Debías haberme dicho que ibas a traer al médico. De verdad me siento como una hipocondríaca. No creo que de verdad tenga nada malo.

—Gracias a Dios.

—Aparentemente no me adapto a la vida en Oriente. Ha sugerido que haga un viaje a Inglaterra.

—¿Te gustaría hacerlo, Jane?

—Me gustaría mucho, pero aún no es posible.

—No te hará daño pensarlo un poco.

—¿Te gustaría a ti, Joliffe?

—Me gusta cualquier cosa que ayude a curarte… y que te haga feliz.

Era tan tierno que mi corazón quedó conmovido. Tenía ese poder. Podía hacerme feliz con una mirada o una inflexión de voz. ¡Lo amaba tanto!

Empecé a pensar en Inglaterra: la señora Couch preparando la casa; la oía ronronear elogiando a Jason. Debía detestar que la casa estuviera abandonada por los que apodaba «la gente de arriba». Pensé en praderas verdes, en las flores húmedas por el rocío, en los campos que parecían hechos un retazos y en los senderos tupidos de hojas, en el azafrán y las flores de primavera, blancas, amarillas y malva que asomaban entre el césped. ¡Todo parecía tan normal y tan lejano! Estaba segura que allí me recobraría totalmente. Y una gran nostalgia se apoderó de mí.

Tomé el tónico recetado por el médico y por cierto tiempo me sentí mejor. Me entusiasmé mucho cuando Joliffe descubrió el portal de un templo budista que estaba seguro era del siglo X antes de Cristo. Toby y Adam lo pusieron en duda, y no pude menos de sentirme satisfecha, cuando, tras hurgar en los antecedentes, se demostró que Joliffe tenía razón. Sylvester había subestimado a Joliffe, me dije. Le importaba tanto el trabajo como a Sylvester, e iba a ser igualmente entendido —quizás más— cuando llegara a la edad de Sylvester.

Me sentía ahora tan bien que me reía de mis pasados temores. Joliffe estaba encantado.

—El viejo Phillips te ha curado —decía— es maravilloso verte sana otra vez.

Pero el desgano volvió. Fue deprimente, porque volvió cuando yo había empezado a creer que el diagnóstico del médico era correcto y que simplemente aún no me había adaptado a la vida de aquí.

Una tarde me dormí como antes y desperté ante el mismo horror. Había oscuras sombras en el cuarto y supe, antes de mirar, lo que iba a ver. El terror se apoderó de mí. Esto es real. No era un sueño.

Abrí los ojos y un horrible miedo paralizante me envolvió, porque allí estaba ante la puerta abierta… la atroz cara maligna, los aterradores ojos luminosos… que me miraban. En unos segundos hubo un relámpago rojo y la cosa desapareció.

Tambaleante me levanté de la cama y corrí hacia la puerta, que seguía abierta, pero no había huellas de nadie en el corredor.

Otra vez la pesadilla. ¡Y había creído estar mejor! Tenía que pensar con lógica. Lo había imaginado. Sylvester lo había mencionado y lo que él me había dicho estaba clavado en mi mente y emergía en esta forma cuando no me encontraba bien.

Cerré la puerta con llave. Quedé sola en el cuarto. Miré hacia la cama: la espada de monedas estaba colgada donde la había puesto Loti.